Domingo 4 de Pascua B: Comentarios de Sabios y Santos II - con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Directorio Homilético: Cuarto domingo de Pascua
Santos Padres: San Agustín - Desde las palabras: "Yo soy el Buen Pastor",
hasta: "Mas el mercenario huye, porque es mercenario y lo le importan las
ovejas".
Aplicación:
P. Alfredo Saenz, S.J. - El Buen Pastor
Aplicación: San Juan Pablo II - Eterna es su misericordia
Aplicación: San Juan Pablo II - "Yo soy el buen Pastor" ( Jn 10, 11).
Aplicación: SS. Benedicto XVI - El servicio en favor de la grey de Dios
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La Vocación de ser buenos Pastores
(Jn 10,11-18)
Ejemplos
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Directorio Homilético: Cuarto domingo de Pascua
CEC 754, 764, 2665: Cristo, pastor de las ovejas y puerta del corral
CEC 553, 857, 861, 881, 896, 1558, 1561, 1568, 1574: el Papa y los obispos
como pastores CEC 874, 1120, 1465, 1536, 1548-1551, 1564, 2179, 2686: los
presbíteros como pastores CEC 756: Cristo, la piedra angular
CEC 1, 104, 239, 1692, 1709, 2009, 2736: ahora somos los hijos adoptivos de
Dios
754 "La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es
Cristo (Jn 10, 1 -10). Es también el rebaño cuyo pastor será el mismo Dios,
como él mismo anunció (cf. Is 40, 11; Ez 34, 11 -31). Aunque son pastores
humanos quienes gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que
sin cesar las guía y alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores
(cf. Jn 10, 11; 1 P 5, 4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10,
11-15)".
764 "Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y
en la presencia de Cristo" (LG 5).
Acoger la palabra de Jesús es acoger "el Reino" (ibid.). El germen y el
comienzo del Reino son el "pequeño rebaño" (Lc 12, 32), de los que Jesús ha
venido a convoca r en torno suyo y de los que él mismo es el pastor (cf. Mt
10, 16; 26, 31; Jn 10, 1-21). Constituyen la verdadera familia de Jesús (cf.
Mt 12, 49). A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva
"manera de obrar", sino también una oración propia (cf. Mt 5-6).
553 Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica: "A ti te daré las
llaves del Reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en
los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos"
(Mt 16, 19). El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la
casa de Dios, que es la Iglesia. Jesús, "el Buen Pastor" (Jn 10, 11)
confirmó este encargo después de su resurrección: "Apacienta mis ovejas" (Jn
21, 15-17). El poder de "atar y desatar" significa la autoridad para
absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones
disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el
ministerio de los apóstoles (cf. Mt 18, 18) y particularmente por el de
Pedro, el único a quien él confió explícitamente las llaves del Reino.
IV LA IGLESIA ES APOSTÓLICA
857 La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto
en un triple sentido:
- Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de los apóstole s" (Ef 2,
20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo
(cf Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8; Ga 1, l; etc.).
- Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la
enseñanza (cf Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas palabras oídas a los
apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14).
- Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la
vuelta de Cristo gracias a aquellos que
les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos , "a los
que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor
de la Iglesia" (AG 5):
Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos
pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la
palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de
anunciar el Evangelio (MR, Prefacio de los apóstoles).
Los obispos sucesores de los apóstoles
861 "Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada,
encargaron medi ante una especie de testamento a sus colaboradores más
inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les
encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les
había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por
tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de
su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio" (LG 20;
cf San Clemente Romano, Cor. 42; 44).
881 El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de
él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16,
18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). "Está
claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la
funció n de atar y desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral de
Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se
continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
896 El Buen Pastor será el modelo y la "forma" de la misión pa storal del
obispo. Consciente de sus propias debilidades, el obispo "puede disculpar a
los ignorantes y extraviados. No debe negarse nunca a escuchar a sus
súbditos, a los que cuida como verdaderos hijos ... Los fieles, por su
parte, deben estar unidos a s u obispo como la Iglesia a Cristo y como
Jesucristo al Padre" (LG 27):
Seguid todos al obispo como Jesucristo (sigue) a su Padre, y al presbiterio
como a los apóstoles; en cuanto a los diáconos, respetadlos como a la ley de
Dios. Que nadie haga al margen del obispo nada en lo que atañe a la Iglesia
(San Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1)
1558 "La consagración episcopal confiere, junto con la función de
santificar, también las funciones de enseñar y gobernar... En efecto...por
la imposición de las manos y por las palabras de la consagración se confiere
la gracia del Espíritu Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En
consecuencia, los obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del
mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre (in eius
persona agant)" (ibid.). "El Espíritu Santo que han recib ido ha hecho de
los obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y
pastores" (CD 2).
1561 Todo lo que se ha dicho explica por qué la Eucaristía celebrada por el
obispo tiene una significación muy especial como expresión de la Iglesia
reunida en torno al altar bajo la presidencia de quien representa
visiblemente a Cristo, Buen Pastor y Cabeza de su Iglesia (cf SC 41; LG 26).
1568 "Los presbíteros, instituidos por la ordenación en el orden del
presbiterado, están unidos todos entre sí p or la íntima fraternidad del
sacramento. Forman un único presbiterio especialmente en la diócesis a cuyo
servicio se dedican bajo la dirección de su obispo" (PO 8). La unidad del
presbiterio encuentra una expresión litúrgica en la costumbre de que los
pres bíteros impongan a su vez las manos, después del obispo, durante el
rito de la ordenación.
1574 Como en todos los sacramentos, ritos complementarios rodean la
celebración. Estos varían notablemente en las distintas tradiciones
litúrgicas, pero tienen en c omún la expresión de múltiples aspectos de la
gracia sacramental. Así, en el rito latino, los ritos iniciales - la
presentación y elección del ordenando, la alocución del obispo, el
interrogatorio del ordenando, las letanías de los santos - ponen de relieve
que la elección del candidato se hace conforme al uso de la Iglesia y
preparan el acto solemne de la consagración; después de ésta varios ritos
vienen a expresar y completar de manera simbólica el misterio que se ha
realizado: para el obispo y el presbítero la unción con el santo crisma,
signo de la unción especial del Espíritu Santo que hace fecundo su
ministerio; la entrega del libro de los evangelios, del anillo, de la mitra
y del báculo al obispo en señal de su misión apostólica de anuncio de la
palab ra de Dios, de su fidelidad a la Iglesia, esposa de Cristo, de su
cargo de pastor del rebaño del Señor; entrega al presbítero de la patena y
del cáliz, "la ofrenda del pueblo santo" que es llamado a presentar a Dios;
la entrega del libro de los evangelios al diácono que acaba de recibir la
misión de anunciar el evangelio de Cristo.
874 El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. El lo ha
instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad:
Cristo el Señor, para dirigir al Pueblo de Dios y hacerle progresar siempre,
instituyó en su Iglesia diversos ministerios que está ordenados al bien de
todo el Cuerpo. En efecto, los ministros que posean la sagrada potestad
están al servicio de sus hermanos para que todos los que son miembr os del
Pueblo de Dios...lleguen a la salvación (LG 18).
1120 El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial (LG 10) está al
servicio del sacerdocio bautismal.
Garantiza que, en los sacramentos, sea Cristo quien actúa por el Espíritu
Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada por el Padre a
su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por ellos a sus sucesores:
reciben el Espíritu de Jesús para actuar en su nombre y en su persona (cf Jn
20,21 -23; Lc
24,47; Mt 28,18-20). Así, el ministro ordenado es el vínculo sacramental que
une la acción litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por
ellos a lo que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los
sacramentos.
1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacer dote ejerce el
ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen
Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo
acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo
juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es
el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.
1536 El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo
a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los
tiempos: es, pues, el sacramento del ministerio apostólico. Comprende tres
grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado.
(Sobre la institución y la misión del ministerio apostólico por Cristo ya se
ha tratado en la primera part e. Aquí sólo se trata de la realidad
sacramental mediante la que se transmite este ministerio)
In persona Christi Capitis...
1548 En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien
está presente a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño,
sumo sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la
Iglesia expresa al decir que el sacerdote , en virtud del sacramento del
Orden, actúa "in persona Christi Capitis" (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO
2,6):
El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. Si,
ciertamente, aquel es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración
sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo
mismo a quien representa (virtute ac persona ipsius Christi) (Pío XII, enc.
Mediator Dei). "Christus est fons totius sacerdotii; nan sacerdos legalis
erat figura ipsius , sacerdos autem novae legis in persona ipsius operatur"
("Cristo es la fuente de todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua
ley era figura de EL, y el sacerdote de la nueva ley actúa en representación
suya" (S. Tomás de A., s.th. 3, 22, 4).
1549 Por el ministerio ordenado, especialmente por el de los obispos y los
presbíteros, la presencia de Cristo como cabeza de la Iglesia se hace
visible en medio de la comunidad de los creyentes. Según la bella expresión
de San Ignacio de Antioquía, el obispo es typos tou Patros, es imagen viva
de Dios Padre (Trall.
3,1; cf Magn. 6,1).
1550 Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si
éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de
errores, es decir del pecado. No todos los actos del ministro son
garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras
que en los sacramentos esta garantía es dada de modo que ni siquiera el
pecado del ministro puede impedir el fruto de la gracia, existen muchos
otros actos en que la condición humana del ministro deja huellas que no son
siempre el signo de la fidelidad al evangelio y que pueden dañar por
consiguiente a la fecundidad apostólica de la Iglesia.
1551 Este sacerdocio es ministerial. "Esta Función, que el Señor confió a
los pastores de su pueblo, es un verdadero servicio" (LG 24). Está
enteramente referido a Cristo y a los hombres. Depende totalmente de Cristo
y de su sacerdocio único, y fue instituido en favor de los hombres y de la
comunidad de la Igl esia. El sacramento del Orden comunica "un poder
sagrado", que no es otro que el de Cristo. El ejercicio de esta autoridad
debe, por tanto, medirse según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el
último y el servidor de todos (cf. Mc 10,43-45; 1 P 5,3). "El Señor dijo
claramente que la atención prestada a su rebaño era prueba de amor a él" (S.
Juan Crisóstomo, sac. 2,4; cf. Jn 21,15-17)
1564 "Los presbíteros, aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y
dependan de los obispos en el ejercicio de sus poderes, sin embargo están
unidos a éstos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del
Orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a
imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para
anunciar el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto
divino" (LG 28).
2179 "La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de
modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad
del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio"
(CIC, can. 515,1). Es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para
la celebración dominical de la eucaristía. La parroquia inicia al pueblo
cristiano en la expresión ordinaria de la vida litú rgica, la congrega en
esta celebración; le enseña la doctrina salvífica de Cristo. Practica la
caridad del Señor en obras buenas y fraternas:
No puedes orar en casa como en la Iglesia, donde son muchos los reunidos,
donde el grito de todos se dirige a Dios como desde un solo corazón. Hay en
ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el
vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes (S. Juan Crisóstomo,
incomprehens. 3,6).
2686 Los ministros ordenados son también responsables de la formación en la
oración de sus hermanos y hermanas en Cristo. Servidores del buen Pastor,
han sido ordenados para guiar al pueblo de Dios a las fuentes vivas de la
oración: la Palabra de Dios, la liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios
en las situaciones concretas (cf PO 4-6).
Santos Padres: San Agustín - Desde las palabras: "Yo soy el Buen
Pastor", hasta: "Mas el mercenario huye, porque es mercenario y lo le
importan las ovejas".
1. Hablando Nuestro Señor Jesucristo a sus ovejas, tanto a las presentes
como a las futuras, que entonces tenía delante (puesto que entre las que ya
eran sus ovejas había otras que lo serían), tanto a las presentes como a las
futuras, a ellos y a nosotros y a cuantos después de nosotros han de ser
ovejas suyas, les manifiesta quién es el que les ha sido enviado. Todas,
pues, oyen la voz de su pastor, que dice: Yo soy el buen pastor. No hubiera
dicho bueno si no hubiera pastores malos. Los pastores malos son ladrones y
salteadores, o, cuando más, mercenarios. Debemos indagar, distinguir y
conocer todas las personas que aquí ha mencionado. Ya el Señor ha revelado
dos cosas que veladamente había propuesto. Ya sabemos que la puerta es El
mismo, y que El mismo es el pastor. Quiénes son los ladrones y los
salteadores, quedó declarado en la lectura de ayer. En la de hoy hemos oído
nombrar al mercenario y al lobo, y en la de ayer fue nombrado también el
portero. Entre los buenos están, por lo tanto, la puerta, el portero, el
pastor y las ovejas; y entre los malos, los ladrones, los salteadores, los
mercenarios y el lobo.
2. Sabemos que la puerta es Cristo, y que El mismo es el pastor; ¿quién es
el portero? El mismo declaró las dos cosas primeras; el portero lo dejó a
nuestra inquisición. Y ¿qué dice del portero? A éste le abre el portero. ¿A
quién abre? Al pastor. ¿Qué abre al pastor? La puerta. Y ¿quién es la
puerta? El mismo pastor. ¿Por ventura, si Cristo nuestro Señor, no hubiese
dicho: "Yo soy el pastor", y: "Yo soy la puerta", se atreviera alguno de
nosotros a decir que el mismo Cristo era el pastor y la puerta? Si hubiese
dicho: Yo soy el pastor, y no hubiese dicho: Yo soy la puerta, indagaríamos
quién era la puerta, y quizá, pensando otra cosa, nos hubiésemos quedado a
la puerta. Por una gracia y misericordia suya nos explicó que Él es el
pastor y que Él es la puerta, dejándonos a nosotros la inquisición del
ostiario. ¿Quién diremos nosotros que es el ostiario? A cualquiera que
digamos, tenemos que evitar decir que es mayor que la puerta, como sucede en
las casas de los hombres, en las que el portero es de mayor dignidad que la
puerta. Pues el portero se pone para guardar la puerta, y no la puerta para
guardar al portero. No me atrevo a proponer a ninguno mayor que la puerta,
pues yo oí quién es la puerta. Lo sé, no puedo confiarme a una conjetura
mía, no me queda ninguna sospecha humana; lo dijo Dios, lo dijo la Verdad, y
no puede haber cambio en lo que dijo quién es inmutable.
3. Yo diré mi parecer en esta cuestión profunda, y cada uno elija lo que sea
más de su gusto, pero sea piadoso en su sentir, conforme a lo que está
escrito: Sentid bien del Señor y buscadle con sencillez de corazón. Quizá
debamos reconocer al mismo Señor en el ostiario. Mayor diversidad hay en las
cosas humanas entre el pastor y la puerta que entre la puerta y el ostiario;
y el Señor se llamó a sí mismo pastor y puerta. ¿Por qué no hemos de
entender que es también el portero? Pues, si atendemos a las propiedades,
Cristo nuestro Señor no es un pastor como los que acostumbramos a ver y
conocer, ni tampoco es puerta, porque no fue hecho por ningún carpintero,
pero, si atendemos a ciertas semejanzas, es pastor y es puerta, y aun me
atrevo a decir que también es oveja; es cierto que la oveja está bajo el
pastor; sin embargo, Él es pastor y es oveja. ¿Dónde es pastor? Lee el
Evangelio: Yo soy el buen pastor. ¿Dónde es oveja? Pregunta al profeta: Como
oveja fue sacado al sacrificio. Pregunta al amigo del Esposo: He aquí al
Cordero de Dios, he aquí al que quita los pecados del mundo. Aún he de decir
algunas cosas más admirables sobre estas semejanzas. El cordero, la oveja y
el pastor son amigos entre sí; pero los pastores suelen guardar a las ovejas
de los leones, y, sin embargo, de Cristo, que es oveja y pastor, se dice que
venció el león de la tribu de Judá. Tomad, hermanos, todas estas cosas como
semejanza, no como propiedades. Solemos ver a los pastores sentados sobre
una piedra y desde allí vigilar los rebaños confiados a su custodia.
Ciertamente es mejor el pastor que la piedra sobre la cual se sienta;
Cristo, sin embargo, es pastor y es piedra. Todo esto por semejanza. Porque,
si de mí exiges sus propiedades, te diré: En el principio era el Verbo, y el
Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. ¿Más propiedades? Hijo único,
engendrado del Padre desde la eternidad y por toda la eternidad, igual al
que lo engendró, por el cual han sido hechas todas las cosas, inconmutable
con el Padre y no mudado por tomar la forma de siervo, hombre por la
encarnación, hijo del hombre e Hijo de Dios. Todo esto no lo es por
semejanza, sino por esencia.
4. No nos aflija, pues, hermanos, tomarlo por semejanza como puerta y como
portero. Pues ¿qué es la puerta? Por donde entramos. ¿Quién es el ostiario?
El que abre. ¿Y quién es el que se abre sino el que a sí mismo deja ver?
Pues bien, el Señor había dicho puerta y no le habíamos entendido; cuando no
le hemos entendido es que estaba cerrada: el que abrió, ése es el ostiario.
No hay, por consiguiente, necesidad de indagar más nada, en absoluto, pero
tal vez haya voluntad. Si quieres indagar más, mucho cuidado con desviarse,
no te apartes de la Trinidad. Si buscas en otro lado la persona del
ostiario, que sea el Espíritu Santo; pues no se desdeñará ser ostiario el
Espíritu Santo, cuando el Hijo se ha dignado ser la puerta. Concedamos que
tal vez el ostiario es el Espíritu Santo. El propio Señor dice acerca del
Espíritu Santo a sus discípulos: Él os enseñará toda la verdad. ¿Quién es la
puerta? Cristo. ¿Qué es Cristo? La Verdad. ¿Quién abre la puerta sino el que
enseña toda la verdad?
5. ¿Qué diremos del mercenario? No fue mencionado entre los buenos. El buen
pastor, dice, da su vida por las ovejas. El mercenario y el que no es el
pastor, de quien no son propias las ovejas, en viendo venir al lobo,
abandona a las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y dispersa. No lleva
aquí el mercenario las partes de una persona buena, pero es de alguna
utilidad; ni se llamaría mercenario si no percibiera el salario del patrón.
¿Quién es, pues, este mercenario tan culpable como necesario? Concédanos el
Señor sus luces, hermanos, para conocer a los mercenarios y para que
nosotros no seamos mercenarios. ¿Quién es, pues, el mercenario? Hay en la
Iglesia algunos prelados de quienes dice el apóstol San Pablo que buscan sus
propios intereses y no los de Jesucristo. Con lo cual quiere decir que no
aman gratuitamente a Cristo, que no buscan a Dios por Dios, que van en pos
de las comodidades temporales, ávidos del lucro y deseosos de honores
humanos. Cuando el superior tiene amor a todo esto y por ello sirve a Dios,
este tal, quienquiera que sea, es un mercenario; no se cuente entre los
hijos. De estos tales dice también el Señor: En verdad os digo que ya
recibieron su paga. Escucha lo que dice el Apóstol del santo varón Timoteo:
"Espero en el Señor que pronto os enviaré a Timoteo, para que yo me alegre
conociendo vuestras cosas; pues no tengo a otro más unido a mí, que por
vosotros siente una solicitad hermana de la mía. Todos buscan sus intereses,
no los de Jesucristo." Se lamenta el pastor de estar rodeado de mercenarios.
Buscó a alguno que tuviese amor sincero a la grey de Cristo, y no lo
encontró entre los que en aquel tiempo habían estado a su lado. No es que en
aquel tiempo no hubiera en la Iglesia de Cristo, quien, como hermano, se
desvelase por la grey, fuera del apóstol Pablo y Timoteo; pero sucedió que,
cuando envió a Timoteo, no tenía cerca de sí a ninguno de sus hijos; los que
tenía cerca de sí eran todos mercenarios, que buscan sus intereses y no los
de Jesucristo. Sin embargo, con fraterna solicitud, prefirió enviar a un
hijo y quedarse él entre los mercenarios. Sabemos que hay mercenarios, pero
nadie los conoce sino Dios, que inspecciona el corazón, aunque a veces
también nosotros los llegamos a descubrir, pues no de balde dijo el Señor de
los lobos: Por sus frutos los conoceréis. Muchos en las tentaciones dejan
transparentar sus intenciones, pero muchos se mantienen ocultos. Tiene el
redil del Señor por dirigentes a hijos y a mercenarios. Los que son hijos
son los pastores. Si ellos son pastores, ¿cómo dice que un solo pastor, sino
porque todos ellos son miembros del pastor cuyas son propias las ovejas?
Pues también ellos son miembros de la única oveja, porque como oveja se dejó
conducir al sacrificio.
6. Escuchad ahora que también los mercenarios son necesarios. Hay muchos en
la Iglesia que, buscando comodidades terrenas, predican a Cristo, y por
ellos se deja oír la voz de Cristo. Las ovejas siguen no al mercenario, sino
la voz del pastor, oída a través del mercenario. Ya el mismo Señor señaló a
los mercenarios cuando dijo: En la cátedra de Moisés se han sentado escribas
y fariseos; haced lo que os dicen, pero no imitéis sus obras. ¿Qué otra cosa
quiso decir sino que por medio de los mercenarios escuchéis la voz del
pastor? Sentados en la cátedra de Moisés, enseñan la ley de Dios; luego por
ellos enseña Dios. Pero, si intentasen hablar de lo suyo propio, entonces no
los escuchéis, ni obréis de acuerdo con sus enseñanzas. Ellos ciertamente
buscan sus intereses propios, pero no los de Jesucristo; ninguno de ellos,
sin embargo, se ha atrevido a decir al rebaño de Cristo que no busque los
intereses de Jesucristo, sino los suyos propios. El mal que hace no lo
predica desde la cátedra de Cristo; causa daño por el mal que obra, no por
el bien que predica. Tú coge los racimos y ten cuidado con las espinas. Esto
basta, pues creo que me habéis entendido; pero, en atención a los más
tardos, lo diré más claramente. ¿Por qué yo he dicho: Coge el racimo y ten
cuidado con las espinas, cuando el Señor dice: ¿Por ventura se cogen uvas de
los espinos o higos de los abrojos? Esto es absolutamente cierto; pero
también yo digo con verdad que cojas las uvas y tengas cuidado con las
espinas, porque a veces el racimo nacido de las raíces de la vid cuelga de
las zarzas, y, creciendo el sarmiento, se entrelaza con las espinas, y la
zarza lleva un fruto que no es suyo. La vid no tiene espinas, pero el
sarmiento se ha enlazado con las espinas. Busca las raíces, y hallarás la
raíz del espino separada de la vid; busca el origen de la uva, y verás que
procede de la vid. La cátedra de Moisés era la vid; las costumbres de los
fariseos eran las espinas. La verdadera doctrina suministrada por los malos
es el sarmiento en la zarza, el racimo entre las espinas. Coge con cuidado,
no sea que, buscando el fruto, te lastimes la mano, y oyendo a quien dice
cosas buenas, imites sus obras malas. Haced lo que dicen: escoged las uvas;
no hagáis lo que hacen: cuidado con las espinas. Escuchad la voz del pastor
en la voz de los mercenarios; no seáis vosotros mercenarios, pues sois
miembros del pastor. El mismo apóstol San Pablo, que dijo que no tenía a
nadie que fraternalmente se cuidara de vosotros, porque todos buscaban sus
intereses y no los de Jesucristo, en otro lugar, estableciendo la diferencia
entre los hijos y los mercenarios, sigue diciendo: "Unos por envidia y
competencia, otros por su buena voluntad predican a Cristo; otros por
caridad, porque saben que he sido puesto para defender el Evangelio; otros
por contumacia anuncian a Cristo, sin guardar castidad, intentando con esto
hacer más pesadas mis cadenas". Estos eran mercenarios; tenían envidia del
apóstol San Pablo. ¿Por qué? Porque buscaban intereses temporales. Ved lo
que dice a continuación: Y ¿qué? De cualquier modo que sea, ya
ocasionalmente, ya con recta intención, mientras Cristo sea anunciado, me
gozo y me gozaré en ello. Cristo es la Verdad. Esta verdad es anunciada
ocasionalmente por los mercenarios; por los hijos es anunciada en verdad.
Los hijos esperan pacientemente la herencia eterna del Padre; los
mercenarios exigen la pronta paga del patrón. Para mí no tiene valor la
gloria humana, que tanto envidian los mercenarios, con tal que la gloria
divina de Cristo se difunda, bien sea por la voz de los mercenarios, bien
por la voz de los hijos; y Cristo sea anunciado, ya ocasionalmente, ya
verdaderamente.
7. Ya hemos visto también quién es el mercenario. ¿Quién es el lobo sino el
diablo? ¿Qué es lo que dice del mercenario? En viendo venir al lobo huye,
porque no son suyas propias las ovejas ni le importa el cuidado de las
ovejas. ¿Fue tal el apóstol San Pablo? No. ¿Fue tal San Pedro? No. ¿Fueron
tales todos los demás apóstoles, a excepción de Judas, que era el hijo de
perdición? No. ¿Eran ellos pastores? Enteramente pastores. Pues ¿cómo es uno
solo el pastor? Ya dije que eran pastores porque eran miembros del pastor.
Se gozaban de aquella cabeza, estaban de acuerdo bajo su dirección, vivían
con un solo espíritu en la trabazón de un solo cuerpo y, por ende, todos
pertenecían a un solo pastor. Si, pues, eran pastores, y no mercenarios,
¿por qué huían cuando eran perseguidos? Acláranoslo, Señor. Vi a Pablo
huyendo, según dice él en su Epístola; en una espuerta fue bajado por el
muro para escapar de las manos del perseguidor. ¿Dejó el cuidado de las
ovejas que abandonaba cuando venía el lobo? Ciertamente; pero en sus
oraciones las ponía bajo el amparo del pastor que está sentado en el cielo,
mientras él con la huida se reservaba para su utilidad, como dice en otro
lugar: Por vosotros es necesario que permanezca en esta carne. De la boca
misma del pastor habían oído todos: Si en una ciudad os persiguen, huid a
otra. Dígnese el Señor explicarnos esta cuestión. Tú dijiste, Señor, a
quienes querías que fuesen pastores fieles, y los formabas para ser miembros
tuyos: Si os persiguen, huid. Ahora les haces una injuria reprendiendo a los
mercenarios que ven venir al lobo y escapan. Le rogamos que nos revele las
profundidades de la cuestión; llamemos, acuda el ostiario de la puerta, que
es El mismo, a manifestarse a sí mismo.
8. ¿Quién es el mercenario? El que, viendo venir al lobo, huye, porque busca
su interés, no el de Jesucristo; no se atreve a reprender con libertad al
que peca. Pecó no sé quién, pecó gravemente; debe ser reprendido, debe ser
excomulgado; pero, excomulgado, será un enemigo, maquinará y causará daños
cuando le sea posible. El que busca su interés y no el de Jesucristo, por no
perder lo que pretende, por no perder la satisfacción de la amistad de un
hombre y soportar las molestias de una enemistad, calla y no lo reprende.
Aquí tenéis al lobo con las garras en la garganta de la oveja. El diablo ha
incitado a uno de los fieles a cometer un adulterio; tú callas, no le
reprendes. ¡Oh mercenario!, viste venir al lobo, y has huido. Puede ser que
responda: Aquí estoy, no he huido. Has huido, porque has callado, y has
callado, porque has temido. El temor es la huida del alma. Con el cuerpo te
has quedado, pero has huido con el espíritu; lo cual no hacía quien decía:
Aunque con el cuerpo estoy ausente, estoy presente con el espíritu. ¿Cómo
había de huir con el espíritu quien, estando ausente con el cuerpo,
reprendía en sus cartas a los fornicadores? Nuestros afectos son movimientos
del alma: la alegría es la expansión del alma; la tristeza es la contracción
del alma; la codicia es el progreso del alma; el temor es la fuga del alma.
Expansionas tu ánimo cuando te alegras, lo contraes cuando te entristeces,
lo haces adelantar cuando deseas, lo haces huir cuando temes. Ahí tienes por
qué se dice que el mercenario huye cuando ve al lobo. ¿Por qué huye? Porque
no le importa el cuidado de las ovejas. ¿Por qué no le importa? Porque es
mercenario, que quiere decir que busca una merced temporal, y por eso no
habitará en la casa para siempre. Todavía quedan aquí muchas cosas que
indagar y discutir con vosotros, pero no es mi intención cansar vuestra
atención. Servimos los manjares del Señor a nuestros consiervos. Apacentamos
a las ovejas y, a la vez, nos apacentamos nosotros en los pastos del Señor.
Así como no se debe negar lo necesario, así tampoco hay que cargar al
corazón débil con excesivas viandas. No lleve a mal vuestra caridad que no
trate hoy de explicar las cosas que, a mi parecer, aún quedan por discutir.
Pero de nuevo en días destinados a la explicación será repetida la misma
lectura en el nombre del Señor, y, con su ayuda, la trataremos con mayor
diligencia.
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIV), Tratado 46,
1-8, BAC Madrid 19652, 134-44)
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Aplicación: P. Alfredo Saenz, S.J. - El Buen Pastor
En el evangelio de hoy, Cristo ha dado de sí una de sus mejores
definiciones: Yo soy el Buen Pastor. Imagen de Jesús que podemos ahora
legítimamente complementar con la parábola de la oveja perdida, con la cual
constituye una única enseñanza. El tema del Buen Pastor se integra de manera
adecuada en el ambiente del Misterio Pascual, ya que en ningún momento el
Señor cumplió tan bien su oficio de pastor como cuando dio su vida por sus
ovejas, antes que verlas perdidas y condenadas. Claro que entregó su vida
para luego retornarla y comunicar esa nueva vida a sus ovejas. El mismo nos
lo dice al fin del texto de hoy: "Yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me
la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de
recobrarla: éste es el mandato que recibí de mi Padre".
Buen Pastor es uno de los nombres del Mesías. En el Antiguo Testamento se
fustiga duramente a los falsos pastores y allí se lee que Dios había
resuelto arrebatarles sus ovejas, para entregarlas a quien supiese cuidar de
ellas como corresponde: "Suscitaré un Pastor que las apaciente: el Señor
apacentará, él será su Pastor", leemos en el libro de Ezequiel. Y enseguida
el profeta anuncia que llegaría un día en que el Señor mismo reuniría sus
ovejas, las contaría, buscaría las ovejas perdidas, vendaría las quebradas,
y finalmente las llevaría a los prados verdes. Cristo sería ese futuro
Pastor anunciado, como se consigna en la epístola a los hebreos: "El Dios de
la paz suscitó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al
sumo pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesucristo".
La imagen de Cristo como Buen Pastor —verdadero Pastor— puede ser entendida
en dos planos complementarios: en el plano universal y en el plano personal.
1. Ante todo Cristo puede ser considerado como el Buen Pastor de toda la
humanidad. Tal es la interpretación más general que dieron los Padres de la
parábola de la oveja perdida. Dios tenía —dicen— cien ovejas, entre las
cuales se contaban los ángeles y los hombres. Eran del Padre, y del Verbo,
heredero de todo. Un día, una de ellas se escapa del redil común: es el
género humano, representado en su unidad por nuestros primeros padres, que
deja a las noventa y nueve ovejas fieles, es decir, los ángeles. Adán y Eva,
con todos sus descendientes, caminan, entre malezas y espinas, hijos de la
ira, con el alma muerta y el corazón reseco, entreviendo en lontananza la
terrible perspectiva de la muerte, esclavos del demonio. Es lo que describe
Isaías: "Andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada cual su camino". El
hombre —homicida y corrupto— estaba enfermo y, para colmo, como dice San
Agustín, "no quería sanar: para no curarse se jactaba de estar sano".
El Padre, de quien eran las ovejas, encarga entonces a su Hijo que se ponga
en su busca. Cristo diría luego: "Tuyos eran y me los diste". Y el Verbo se
hace carne. Es el misterio de las distancias salvadas. Deja su rebaño fiel
en la eternidad y se interna en nuestro campo de abrojos; va por los caminos
día y noche, humillado en el Jordán, tentado en el desierto, cansado con la
samaritana, paciente con los niños, rodeado de pecadores. Siempre en busca.
Hasta que por fin encuentra la oveja y la pone sobre sus hombros: "Tomó
sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores". Cargó la Cruz
y en ella a nosotros. Y nos condujo de nuevo al redil "a fin de que ellos
sean uno, Padre, como tú y yo somos uno". La tierra y el cielo exultaron, se
alegraron los ángeles, las noventa y nueve ovejas fieles. Un verdadero gozo
cósmico.
2. Tal fue la primera interpretación que los Padres ofrecieron de la imagen
del Buen Pastor y de la parábola de la oveja perdida. Pero cabe una segunda
aplicación: Cristo es el Pastor de cada uno de nosotros que ya está en el
rebaño. Porque el Señor constituyó a su Iglesia en forma de rebaño, y le
encargó a Pedro: "Apacienta mis ovejas". En el evangelio de hoy,
refiriéndose a los suyos, dice Jesús: "Conozco a mis ovejas". Usa un verbo
que en la Escritura tiene un sentido conyugal: "conozco a mis ovejas, y mis
ovejas me conocen a mí". El realmente nos conoce por nuestro nombre, conoce
nuestra historia, nuestro fondo, lo que somos, lo que podemos ser, lo que
quiere que seamos. Es un conocimiento transido de amor.
Sin embargo, aun después de haber entrado en el rebaño, la oveja puede
extraviarse nuevamente por el pecado. Ya no reconoce a su Pastor, ni valora
estar bajo su cayado. Se le hace pesada su voz y cargosos sus mandamientos,
teme los pastos escabrosos de la cruz, tiene hastío de los manantiales de la
doctrina y prefiere los estanques de este mundo. Cada uno de nosotros ha
experimentado algo de esto. Pero el Pastor no se queda indiferente. El Señor
tiene por nombre "el Celoso", dice la Escritura. Se manifiesta aquí el
carácter dramático del oficio pastoral de Jesús: debe enfrentarse con lobos
que intentan arrebatarle sus ovejas. Esos lobos son el demonio, así como los
poderes huma-nos adversos a la redención; esos lobos son también hoy los
falsos doctores que esparciendo sus errores hacen tantos estragos en el
mundo y en la misma Iglesia: lobos disfrazados de oveja, porque suelen
presentarse como "ángeles de luz".
Pues bien, cuando alguna oveja se somete a uno de esos lobos, el Señor, que
es "celoso", porque ama hasta el delirio, hasta la muerte, a sus ovejas, se
siente traicionado. "Me han abandonado a mí, que soy fuente de agua viva, y
han ido a fabricarse estanques o aljibes que no pueden retener las aguas".
El Señor siente celos, siente indignación, siente cólera, aquella "cólera de
Yavé" de que habla el Antiguo Testamento, y que no es sino la expresión de
la absoluta incompatibilidad entre Dios y el pecado. Con todo, vence en El
la misericordia. Según aquella paradoja del salmo: "En tu justicia,
líbrame". Pareciera que debería decir: "En tu justicia, castígame". Pero no:
En tu justicia, líbrame. Porque la justicia de Dios en esta tierra es su
misericordia. A mayor miseria nuestra, mayor misericordia suya: cor miserum,
corazón compasivo, que siente nuestra miseria como si fuese propia, y tanto
que ocupó nuestro lugar en la cruz.
Se pone, pues, en busca de nosotros: con sus silbos de pastor y llamándonos
por nuestro nombre. No hagamos oídos sordos a su llamado, queridos hermanos,
dejemos que nos ponga sobre sus hombros. Lo malo es aferrarse al pecado, a
los abrojos, cerrarse al retorno. Cuando Cristo encuentra la oveja no la
recrimina sino que la abraza y la mima, la carga sobre sus espaldas. Y luego
recibe las felicitaciones de sus amigos. No dice: Alegraos con la oveja
recuperada, sino alegraos conmigo, por cuanto su gozo consiste en que
vivamos nosotros.
Ningún salmo es hoy más adecuado para una meditación que el salmo 22: el
Señor es mi Pastor, me recrea en las aguas abundantes (son las aguas del
Bautismo), unge mis cabellos con su unción (es el óleo de la Confirmación),
prepara una mesa ante mí (es la mesa de la Eucaristía). El Señor nos ofrece
hoy sus pastos sacramentales. El mismo se hace nuestro pasto. Nunca como en
la Eucaristía nos conoce tan bien, por nuestro nombre. Nunca como allí lo
conocemos tan bien, por su nombre, como los discípulos de Emaús lo
reconocieron en la fracción del pan. Él es la puerta del redil: se entra por
la puerta de la fe (la Eucaristía es el sacramento de la fe) y se sale por
la puerta de la visión (la Eucaristía es la antesala del cielo, del
reintegro al redil celestial). "Al aparecer el Pastor soberano recibiréis la
corona de gloria" escribe San Pedro en su primera epístola. Allí formaremos
un único rebaño con los ángeles y con ellos cantaremos las alabanzas por una
eternidad.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993,
p. 139-143)
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Aplicación: San Juan Pablo II - Eterna es su misericordia
“¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterna su misericordia!”
(Sal 118,1). Hoy resuenan las mismas palabras en el Domingo IV de este
período, confirmando la verdad profunda de la existencia humana que se
desveló en la resurrección de Jesús de Nazaret.
“Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres” (Sal 117,8).
Efectivamente el que muriendo en la cruz exclamó en el último hálito de su
respiro humano: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (cfr. Lc 23,46),
se presenta de nuevo vivo en medio de sus discípulos en el Cenáculo de
Jerusalén y parece proseguir las últimas palabras pronunciadas en la cruz,
con el siguiente versículo del Salmo: “Te doy gracias porque me escuchaste y
fuiste mi salvación...” (Sal 117,21). “Tú eres mi Dios, te doy gracias. Así
parece decir el Hombre resucitado, Jesús de Nazaret.
Nosotros salimos al encuentro exclamando como el domingo de Ramos, si bien
de manera muy distinta: Bendito el que viene en nombre del Señor (cfr. Jn
12,13).
“¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno, porque es eterna su misericordia!”
(Sal 118,1). Porque Dios es bueno nos ha dado su amor.
“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre -exclama en su primera Carta San Juan
Evangelista- para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (3,1). Sí. Nos
ha hecho hijos suyos en su Hijo unigénito. Nos ha hecho “hijos en el
Hijo...”.
“Eterna es su misericordia”: “Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha
manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (cfr. 3,2).
El bien se difunde por su naturaleza (“bonum est diffusivum sui”). Dios se
ha revelado como Dios omnipotente creando al mundo, es decir, dando la
existencia a multiplicidad de seres. Dios se ha revelado como bien respecto
del hombre creándolo a su imagen y semejanza.
Por esto el hombre está ya tan dotado desde esta vida. Cada hombre lo está.
Incluso el más pobre y menos desarrollado. Esta medida del bien propia del
hombre, la medida que procede del Creador, pertenece ya a este mundo.
Y ya en este mundo, en la vida temporal, Dios nos hace hijos suyos, hijos en
el Hijo; pero... aún no se ha revelado lo que seremos, estamos a la espera
del mundo que vendrá. Cuando veremos a Dios tal como es, sólo entonces
seremos semejantes a Él (3,2), en toda la plenitud programada eternamente...
¡porque es eterna su misericordia!
Cristo nos dice hoy: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por
las ovejas” (Jn 10,11). Mediante esta parábola Jesús de Nazaret quería
reiterar con más fuerza cómo Dios, el Padre, es bueno. Quería hacer ver en
una metáfora lo que en realidad ha llevado a cabo con su pasión y
resurrección.
Esto es, ha dado la vida por las ovejas, por aquellos que con Él y por Él
han sido hechos hijos en el Hijo. Dando la vida ha revelado hasta el fondo
cuán bueno es Dios, hasta dónde llega la bondad de Dios. No sólo nos da la
existencia y semejanza con Él en la obra de la creación, no sólo nos da la
gracia de adoptarnos como hijos de Jesucristo. Sino que, además de todo
esto, redime todo pecado mediante la muerte del Hijo unigénito, para que los
hombres tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10).
La parábola del Buen Pastor habla de este amor que no retrocede ante la
muerte por salvar al hombre y mantenerlo en el bien. En la historia del
hombre está siempre el lobo que arrebata las ovejas (cfr. Jn 10,12), pero
está también Cristo, Buen Pastor que vigila ininterrumpidamente.
El Padre que es principio de todo bien, lo conoce como Él conoce al Padre
(cfr. Jn 10,15). Y con este conocimiento pleno de donación Cristo abraza a
todo hombre: “Conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (cfr. Jn 10,14).
El Buen Pastor nos conoce a cada uno con el conocimiento del amor salvífico
y nos lleva al Padre. Lleva incluso a las ovejas que no son de este redil
(10,16). Su amor y solicitud salvífica se extiende a todos los hombres.
Hasta los que se hallan fuera de la Iglesia están comprendidos en la obra de
salvación. El amor es la revelación más completa del bien. Este amor se
manifiesta en Cristo al dar la vida y al devolver de nuevo la vida.
La potencia del amor manifestado en la muerte y resurrección de Cristo, se
ha convertido en la motivación exclusiva y única fuerza en cuyo nombre
hablaban los Apóstoles: “en nombre de Jesucristo Nazareno a quien vosotros
habéis crucificado, a quien Dios resucitó de entre los muertos” (Hch 4,10).
En el nombre de Cristo también hacían signos, devolviendo la salud a las
personas enfermas y condenadas a sufrir. Y con la certeza que viene de la
luz y potencia del mismo Espíritu Santo, los Apóstoles anunciaban la
salvación en Jesucristo, sólo en El: “Porque no hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12).
La liturgia pascual de hoy está henchida de la verdad sobre la salvación.
“Salvar” significa precisamente dar amor, el amor que nos ha dado el Padre
haciéndonos hijos suyos en el Hijo único; el amor que ha revelado el Hijo
cual Buen Pastor dando la vida por las ovejas en la cruz y recuperando esta
vida para todos en la resurrección; el amor que con la potencia del
Crucificado y resucitado vence el mal en las almas y en la historia del
hombre.
Y por ello el Buen Pastor es al mismo tiempo piedra angular: “Él es la
piedra descartada por los constructores, que ha venido a ser piedra angular”
(Hch 4,11). ¿Es que no descartaron esta piedra los que no aceptaron el
testimonio de la Buena Nueva y dictaron sentencia de muerte en la cruz
contra Cristo? ¿No la descartan de nuevo otra vez los hombres que quieren
organizar el mundo y la vida humana en éste fuera de Él y contra Él? Y, sin
embargo, esta piedra descartada, ¡descartada tantas veces!, Jesucristo, es
piedra angular. La construcción de la salvación humana sólo en Él puede
apoyarse. La construcción del orden dentro del hombre y entre los hombres
sólo en Él puede encontrar base segura. El hombre puede crecer renovado
espiritualmente y crecer según la medida de sus destinos eternos. Sólo
gracias a Él, el mundo humano puede hacerse cada vez más humano.
La alegría pascual es la alegría que brota de la certidumbre de la salvación
del hombre, realizada por Jesucristo en la cruz y resurrección. Cristo mismo
liberado de las ataduras de la muerte, se coloca en cierto sentido entre
nosotros y dice al Padre: “Te doy gracias porque me escuchaste... Eres mi
Dios, te doy gracias, Dios mío, yo te ensalzo” (Sal 117,21.28).
En cambio, nosotros, tomando en espíritu estas palabras, decimos al
Resucitado: “Fuiste mi salvación” (Sal 117,21). Es cierto que no faltan las
fatigas ni sufrimientos en nuestra vida humana. No son pocas las nubes que
entenebrecen el horizonte del bien. Y no pocas las experiencias en que el
mal parece aplastarnos.
¡Pero no perdamos la certeza de que Dios es bueno y el bien es siempre más
grande! El bien de la salvación ofrecida al hombre en Cristo crucificado y
resucitado es siempre más grande que cualquier mal de esta vida.
Esta conciencia, esta certidumbre es la fuente del gozo pascual del hombre y
de la Iglesia: “¡Qué amor nos ha tenido el Padre!”(1 Jn 3,1).
(Homilía en la parroquia de S. Ponciano, 2 de Mayo de 1982)
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Aplicación: San Juan Pablo II - "Yo soy el buen Pastor" ( Jn 10,
11).
En la página evangélica que nos propone la liturgia de hoy Jesús se define a
sí mismo como el buen Pastor que da la vida por sus ovejas. El mercenario,
que no siente como suyas las ovejas, ante las dificultades y los peligros
las abandona y huye. El pastor, en cambio, que conoce a cada una de sus
ovejas, entabla con ellas una relación de familiaridad tan profunda, que
está dispuesto a dar su vida por ellas.
Jesús, ejemplo sublime de entrega amorosa, invita a sus discípulos, en
particular a los sacerdotes, a seguir sus mismas huellas. Llama a cada
presbítero a ser buen pastor de la grey que la Providencia le confía.
Amadísimos ordenandos, este día será inolvidable para cada uno de vosotros.
Hoy sois "promovidos para servir a Cristo maestro, sacerdote y rey,
participando en su ministerio, que construye sin cesar la Iglesia aquí en la
tierra como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo" (
Presbyterorum ordinis , 1).
Quisiera simplemente atraer vuestra atención hacia algunos rasgos que ponen
de relieve quién es, en el proyecto salvífico de Dios, el sacerdote, y qué
esperan de él la Iglesia y el mundo. El sacerdote es el hombre de la
Palabra, a quien corresponde la tarea de llevar el anuncio evangélico a los
hombres y a las mujeres de su tiempo. Debe hacerlo con gran sentido de
responsabilidad, comprometiéndose a estar siempre en plena sintonía con el
magisterio de la Iglesia. Es también el hombre de la Eucaristía, mediante la
cual penetra en el corazón del misterio pascual. Especialmente en la santa
misa siente la exigencia de una configuración cada vez más íntima con Jesús,
buen Pastor, sumo y eterno Sacerdote.
Por eso, alimentaos de la palabra de Dios; conversad todos los días con
Cristo realmente presente en el Sacramento del altar. Dejaos conquistar por
el amor infinito de su Corazón y prolongad la adoración eucarística en los
momentos importantes de vuestra vida, en los de las decisiones personales y
pastorales difíciles, al inicio y al final de vuestras jornadas. Puedo
aseguraros que "yo he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza,
consuelo y apoyo" ( Ecclesia de Eucharistia , 25).
4. Configurados con Cristo, buen Pastor, queridos ordenandos, seréis los
ministros de la misericordia divina. Administraréis el sacramento de la
reconciliación, cumpliendo así el mandato que el Señor transmitió a los
Apóstoles después de su resurrección: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23). ¡De cuántos milagros y prodigios
realizados
por la misericordia de Dios en el confesonario seréis testigos! Pero, para
poder cumplir dignamente la misión que hoy se os confía, deberéis manteneros
constantemente unidos a Dios en la oración, y experimentar vosotros mismos
su amor misericordioso mediante una práctica regular de la confesión,
dejándoos también guiar por expertos consejeros espirituales, sobre todo en
los momentos más difíciles de la existencia.
5. Amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Roma y vosotros que
acompañáis a estos ordenandos: El sacerdote, llamado de modo especial a
tender a la santidad, es para todo el pueblo cristiano el testigo del amor y
de la alegría de Cristo. Imitando el ejemplo del buen Pastor, ayuda a los
creyentes a seguir a Cristo, correspondiendo a su amor. Estad cerca de
vuestros sacerdotes; acompañadlos con constante oración y pedid al Señor con
insistencia que no falten obreros en su mies.
Y tú, María, "Mujer eucarística", Madre y modelo de todo sacerdote,
permanece junto a estos hijos tuyos hoy y a lo largo de los años de su
ministerio pastoral. Como el apóstol san Juan, hoy te acogen "en su casa".
Haz que conformen su vida al divino Maestro, que los ha elegido como
ministros suyos. Que el "¡presente!", que acaba de pronunciar cada uno con
entusiasmo juvenil, se exprese cada día en la generosa adhesión a las tareas
del ministerio y florezca en la alegría del "magníficat" por las
"maravillas" que la misericordia de Dios quiera realizar a través de sus
manos. Amén.
(Homilía en la Ordenación Sacerdotal de 31 Diáconos de la Diócesis de Roma,
Basílica de San Pedro, IV Domingo de Pascua, 11 de mayo de 2003)
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Aplicación: SS. Benedicto XVI - El servicio en favor de la grey de
Dios
Queridos hermanos y hermanas; queridos ordenandos:
En esta hora en la que vosotros, queridos amigos, mediante el sacramento de
la ordenación sacerdotal sois introducidos como pastores al servicio del
gran Pastor, Jesucristo, el Señor mismo nos habla en el evangelio del
servicio en favor de la grey de Dios.
La imagen del pastor viene de lejos. En el antiguo Oriente los reyes solían
designarse a sí mismos como pastores de sus pueblos. En el Antiguo
Testamento Moisés y David, antes de ser llamados a convertirse en jefes y
pastores del pueblo de Dios, habían sido efectivamente pastores de rebaños.
En las pruebas del tiempo del exilio, ante el fracaso de los pastores de
Israel, es decir, de los líderes políticos y religiosos, Ezequiel había
trazado la imagen de Dios mismo como Pastor de su pueblo. Dios dice a través
del profeta: "Como un pastor vela por su rebaño (...), así velaré yo por mis
ovejas. Las reuniré de todos los lugares donde se habían dispersado en día
de nubes y brumas" (Ez 34, 12).
Ahora Jesús anuncia que ese momento ha llegado: él mismo es el buen Pastor
en quien Dios mismo vela por su criatura, el hombre, reuniendo a los seres
humanos y conduciéndolos al verdadero pasto. San Pedro, a quien el Señor
resucitado había confiado la misión de apacentar a sus ovejas, de
convertirse en pastor con él y por él, llama a Jesús el "archipoimen", el
Mayoral, el Pastor supremo (cf. 1 P 5, 4), y con esto quiere decir que sólo
se puede ser pastor del rebaño de Jesucristo por medio de él y en la más
íntima comunión con él. Precisamente esto es lo que se expresa en el
sacramento de la Ordenación: el sacerdote, mediante el sacramento, es
insertado totalmente en Cristo para que, partiendo de él y actuando con
vistas a él, realice en comunión con él el servicio del único Pastor, Jesús,
en el que Dios como hombre quiere ser nuestro Pastor.
El evangelio que hemos escuchado en este domingo es solamente una parte del
gran discurso de Jesús sobre los pastores. En este pasaje, el Señor nos dice
tres cosas sobre el verdadero pastor: da su vida por las ovejas; las conoce
y ellas lo conocen a él; y está al servicio de la unidad. Antes de
reflexionar sobre estas tres características esenciales del pastor, quizá
sea útil recordar brevemente la parte precedente del discurso sobre los
pastores, en la que Jesús, antes de designarse como Pastor, nos sorprende
diciendo: "Yo soy la puerta" (Jn 10, 7). En el servicio de pastor hay que
entrar a través de él. Jesús pone de relieve con gran claridad esta
condición de fondo, afirmando: "El que sube por otro lado, ese es un ladrón
y un salteador" (Jn 10, 1).
Esta palabra "sube" (anabainei) evoca la imagen de alguien que trepa al
recinto para llegar, saltando, a donde legítimamente no podría llegar.
"Subir": se puede ver aquí la imagen del arribismo, del intento de llegar
"muy alto", de conseguir un puesto mediante la Iglesia: servirse, no servir.
Es la imagen del hombre que, a través del sacerdocio, quiere llegar a ser
importante, convertirse en un personaje; la imagen del que busca su propia
exaltación y no el servicio humilde de Jesucristo.
Pero el único camino para subir legítimamente hacia el ministerio de pastor
es la cruz. Esta es la verdadera subida, esta es la verdadera puerta. No
desear llegar a ser alguien, sino, por el contrario, ser para los demás,
para Cristo, y así, mediante él y con él, ser para los hombres que él busca,
que él quiere conducir por el camino de la vida.
Se entra en el sacerdocio a través del sacramento; y esto significa
precisamente: a través de la entrega a Cristo, para que él disponga de mí;
para que yo lo sirva y siga su llamada, aunque no coincida con mis deseos de
autorrealización y estima. Entrar por la puerta, que es Cristo, quiere decir
conocerlo y amarlo cada vez más, para que nuestra voluntad se una a la suya
y nuestro actuar llegue a ser uno con su actuar.
Queridos amigos, por esta intención queremos orar siempre de nuevo, queremos
esforzarnos precisamente por esto, es decir, para que Cristo crezca en
nosotros, para que nuestra unión con él sea cada vez más profunda, de modo
que también a través de nosotros sea Cristo mismo quien apaciente.
Consideremos ahora más atentamente las tres afirmaciones fundamentales de
Jesús sobre el buen pastor. La primera, que con gran fuerza impregna todo el
discurso sobre los pastores, dice: el pastor da su vida por las ovejas. El
misterio de la cruz está en el centro del servicio de Jesús como pastor: es
el gran servicio que él nos presta a todos nosotros. Se entrega a sí mismo,
y no sólo en un pasado lejano. En la sagrada Eucaristía realiza esto cada
día, se da a sí mismo mediante nuestras manos, se da a nosotros. Por eso,
con razón, en el centro de la vida sacerdotal está la sagrada Eucaristía, en
la que el sacrificio de Jesús en la cruz está siempre realmente presente
entre nosotros.
A partir de esto aprendemos también qué significa celebrar la Eucaristía de
modo adecuado: es encontrarnos con el Señor, que por nosotros se despoja de
su gloria divina, se deja humillar hasta la muerte en la cruz y así se
entrega a cada uno de nosotros. Es muy importante para el sacerdote la
Eucaristía diaria, en la que se expone siempre de nuevo a este misterio; se
pone siempre de nuevo a sí mismo en las manos de Dios, experimentando al
mismo tiempo la alegría de saber que él está presente, me acoge, me levanta
y me lleva siempre de nuevo, me da la mano, se da a sí mismo.
La Eucaristía debe llegar a ser para nosotros una escuela de vida, en la que
aprendamos a entregar nuestra vida. La vida no se da sólo en el momento de
la muerte, y no solamente en el modo del martirio. Debemos darla día a día.
Debo aprender día a día que yo no poseo mi vida para mí mismo. Día a día
debo aprender a desprenderme de mí mismo, a estar a disposición del Señor
para lo que necesite de mí en cada momento, aunque otras cosas me parezcan
más bellas y más importantes. Dar la vida, no tomarla. Precisamente así
experimentamos la libertad. La libertad de nosotros mismos, la amplitud del
ser. Precisamente así, siendo útiles, siendo personas necesarias para el
mundo, nuestra vida llega a ser importante y bella. Sólo quien da su vida la
encuentra.
En segundo lugar el Señor nos dice: "Conozco mis ovejas y las mías me
conocen a mí, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre" (Jn 10,
14-15). En esta frase hay dos relaciones en apariencia muy diversas, que
aquí están entrelazadas: la relación entre Jesús y el Padre, y la relación
entre Jesús y los hombres encomendados a él. Pero ambas relaciones van
precisamente juntas porque los hombres, en definitiva, pertenecen al Padre y
buscan al Creador, a Dios. Cuando se dan cuenta de que uno habla solamente
en su propio nombre y tomando sólo de sí mismo, entonces intuyen que eso es
demasiado poco y no puede ser lo que buscan.
Pero donde resuena en una persona otra voz, la voz del Creador, del Padre,
se abre la puerta de la relación que el hombre espera. Por tanto, así debe
ser en nuestro caso. Ante todo, en nuestro interior debemos vivir la
relación con Cristo y, por medio de él, con el Padre; sólo entonces podemos
comprender verdaderamente a los hombres, sólo a la luz de Dios se comprende
la profundidad del hombre; entonces quien nos escucha se da cuenta de que no
hablamos de nosotros, de algo, sino del verdadero Pastor.
Obviamente, las palabras de Jesús se refieren también a toda la tarea
pastoral práctica de acompañar a los hombres, de salir a su encuentro, de
estar abiertos a sus necesidades y a sus interrogantes. Desde luego, es
fundamental el conocimiento práctico, concreto, de las personas que me han
sido encomendadas, y ciertamente es importante entender este "conocer" a los
demás en el sentido bíblico: no existe un verdadero conocimiento sin amor,
sin una relación interior, sin una profunda aceptación del otro.
El pastor no puede contentarse con saber los nombres y las fechas. Su
conocimiento debe ser siempre también un conocimiento de las ovejas con el
corazón. Pero a esto sólo podemos llegar si el Señor ha abierto nuestro
corazón, si nuestro conocimiento no vincula las personas a nuestro pequeño
yo privado, a nuestro pequeño corazón, sino que, por el contrario, les hace
sentir el corazón de Jesús, el corazón del Señor. Debe ser un conocimiento
con el corazón de Jesús, un conocimiento orientado a él, un conocimiento que
no vincula la persona a mí, sino que la guía hacia Jesús, haciéndolo así
libre y abierto. Así también nosotros nos hacemos cercanos a los hombres.
Pidamos siempre de nuevo al Señor que nos conceda este modo de conocer con
el corazón de Jesús, de no vincularlos a mí sino al corazón de Jesús, y de
crear así una verdadera comunidad.
Por último, el Señor nos habla del servicio a la unidad encomendado al
pastor: "Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a
esas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un
solo pastor" (Jn 10, 16). Es lo mismo que repite san Juan después de la
decisión del sanedrín de matar a Jesús, cuando Caifás dijo que era
preferible que muriera uno solo por el pueblo a que pereciera toda la
nación. San Juan reconoce que se trata de palabras proféticas, y añade:
"Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para
reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11, 52).
Se revela la relación entre cruz y unidad; la unidad se paga con la cruz.
Pero sobre todo aparece el horizonte universal del actuar de Jesús. Aunque
Ezequiel, en su profecía sobre el pastor, se refería al restablecimiento de
la unidad entre las tribus dispersas de Israel (cf. Ez 34, 22-24), ahora ya
no se trata de la unificación del Israel disperso, sino de todos los hijos
de Dios, de la humanidad, de la Iglesia de judíos y paganos. La misión de
Jesús concierne a toda la humanidad, y por eso la Iglesia tiene una
responsabilidad con respecto a toda la humanidad, para que reconozca a Dios,
al Dios que por todos nosotros en Jesucristo se encarnó, sufrió, murió y
resucitó.
La Iglesia jamás debe contentarse con la multitud de aquellos a quienes, en
cierto momento, ha llegado, y decir que los demás están bien así:
musulmanes, hindúes... La Iglesia no puede retirarse cómodamente dentro de
los límites de su propio ambiente. Tiene por cometido la solicitud
universal, debe preocuparse por todos y de todos. Por lo general debemos
"traducir" esta gran tarea en nuestras respectivas misiones. Obviamente, un
sacerdote, un pastor de almas debe preocuparse ante todo por los que creen y
viven con la Iglesia, por los que buscan en ella el camino de la vida y que,
por su parte, como piedras vivas, construyen la Iglesia y así edifican y
sostienen juntos también al sacerdote.
Sin embargo, como dice el Señor, también debemos salir siempre de nuevo "a
los caminos y cercados" (Lc 14, 23) para llevar la invitación de Dios a su
banquete también a los hombres que hasta ahora no han oído hablar para nada
de él o no han sido tocados interiormente por él. Este servicio universal,
servicio a la unidad, se realiza de muchas maneras. Siempre forma parte de
él también el compromiso por la unidad interior de la Iglesia, para que
ella, por encima de todas las diferencias y los límites, sea un signo de la
presencia de Dios en el mundo, el único que puede crear dicha unidad.
La Iglesia antigua encontró en la escultura de su tiempo la figura del
pastor que lleva una oveja sobre sus hombros. Quizá esas imágenes formen
parte del sueño idílico de la vida campestre, que había fascinado a la
sociedad de entonces. Pero para los cristianos esta figura se ha
transformado con toda naturalidad en la imagen de Aquel que ha salido en
busca de la oveja perdida, la humanidad; en la imagen de Aquel que nos sigue
hasta nuestros desiertos y nuestras confusiones; en la imagen de Aquel que
ha cargado sobre sus hombros a la oveja perdida, que es la humanidad, y la
lleva a casa. Se ha convertido en la imagen del verdadero Pastor,
Jesucristo. A él nos encomendamos. A él os encomendamos a vosotros, queridos
hermanos, especialmente en esta hora, para que os conduzca y os lleve todos
los días; para que os ayude a ser, por él y con él, buenos pastores de su
rebaño. Amén.
(Homilía en la Ordenación Sacerdotal de 15 Diáconos de la Diócesis de Roma,
Basílica de San Pedro, IV Domingo de Pascua, 7 de mayo de 2006)
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Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La Vocación de ser buenos
Pastores (Jn 10,11-18)
Introducción
Hoy es 4º domingo de Pascua y la Iglesia celebra el domingo de Jesús, el
Buen Pastor. Pocas imágenes de Jesús son tan dulces y tan tiernas como lo es
ésta, que nos recuerda todo el amor y toda la misericordia con que aquel
pastor de la parábola (Lc.15) deja las 99 ovejas que están en el corral para
ir en busca de la oveja perdida. El pastor, que es el dueño, el responsable
y el guía del rebaño, no se siente humillado de tener que salir y
sacrificarse por la oveja que no quiso ir esa tarde al corral. Quizá el
pastor tuvo que afrontar las inclemencias del tiempo, frío o calor; tuvo que
caminar por caminos difíciles y quebradas peligrosas, que podrían haber
causado su fastidio, su hastío o disgusto. Y sin embargo, cuando logra
encontrar a la oveja, no le grita, no le da con un palo, no le pega, no la
obliga a caminar ni la lleva a los tirones, apurado y malhumorado, con
deseos de volver pronto a casa. Sino que la alza suavemente, le da un beso y
la carga sobre sus hombros. Y vuelve, muy cansado, pero alegremente,
hablándole suavemente a la oveja, reprochándole suavemente que ella lo
abandonó, preguntándole si ya no lo ama, preguntándole qué fue lo que la
llevó a apartarse de él, preguntándole si en algo él le faltó. Le hablará a
la ovejita como el Esposo del Cantar a la esposa: “Me robaste el corazón,
hermana mía, novia mía, me robaste el corazón” (4,9). “Única es mi paloma
(única es mi ovejita), mi perfecta. Ella, hija única de su madre, la
preferida de la que la engendró” (6,9). Y finalmente la devolvería al
rebaño, donde la ovejita, llena y satisfecha del afecto del pastor, se
alegraría despreocupadamente al insertarse de nuevo en su comunidad.
Cuántos de nosotros sabemos que necesitamos un pastor así. Cuántos de
nosotros nos identificamos plenamente con esa ovejita rebelde. Cuántos de
nosotros nos sentimos realmente carenciados de afecto, necesitados de
perdón, de misericordia, de ternura. ¡Cuánto necesitamos del Buen Pastor!
¿Y quién es el Buen Pastor? Preguntémoselo a la Palabra de Dios, al
Evangelio. Y nos responde el mismo Jesucristo, Dios verdadero y hombre
verdadero: “Yo soy el Buen Pastor” (Jn.10,14). El pastor que nos llena el
alma de paz y alegría, el pastor que nos llena el alma de amor, de ternura,
de afecto es Jesucristo.
Pero, hoy, actualmente, aquí y ahora, ¿cómo actúa Jesucristo?; ¿en la
persona de quiénes se hace presente?; ¿a quiénes ha dejado Jesús como
pastores para que cumplan su misión de pastor? Sin ninguna duda: los
sacerdotes (cf. 1Pe.5,1-4). Por eso, este domingo de Jesús, el Buen Pastor,
es también la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, especialmente
las sacerdotales, pero por extensión también las vocaciones de especial
consagración.
1. El sacerdote, otro Cristo-Buen Pastor
El sacrificio de la Misa que dentro de un momento vamos a ofrecer en el
altar será el gran clamor al cielo pidiendo a Dios que envíe sacerdotes. Y
cuando pedimos sacerdotes a Dios, ¿qué estamos pidiendo? Le estamos
pidiendo, ni más ni menos, que Jesús se multiplique en el mundo. Le estamos
pidiendo que haya como ‘fotocopias’ de Jesús el Buen Pastor. Le estamos
pidiendo que el Buen Pastor que es Jesús esté reproducido en todos los
lugares del mundo. Le estamos pidiendo que se repita en todo el mundo la
presencia sacramental de Cristo. Cuando pedimos sacerdotes pedimos a Cristo
multiplicado aquí y ahora, viviendo entre nosotros.
Porque la realidad y la misión del sacerdote no es otra que la de ser el
buen pastor entre los hombres. La misma realidad y la misma misión de Cristo
que narrábamos al principio es la que le corresponde al sacerdote. El amor,
la ternura, la misericordia, el perdón, el cariño, la dulzura de Cristo son
las virtudes que el sacerdote está llamado a ejercitar sobre las ovejas. La
razón por la cual existen los sacerdotes es la de hacer presente la caridad
pastoral de Cristo entre los hombres de todos los tiempos y de todos los
lugares. Esa caridad es requisito indispensable para ser sacerdote. Así lo
deja bien en claro Jesucristo cuando encomienda el cuidado del rebaño al
Sumo Sacerdote, S. Pedro, el Papa, supremo pastor de la Iglesia católica.
“Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas
más que éstos?». Pedro le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te amo». Jesús
le dijo: «¡Apacienta mis corderos!». Por segunda vez le preguntó: «Simón,
hijo de Juan, ¿me amas?». Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te amo».
Jesús le dijo: «¡Apacienta mis ovejas!». Por tercera vez le preguntó:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Pedro se entristeció porque le había
preguntado por tercera vez si lo amaba, y le respondió: «Señor, tú lo sabes
todo; tú sabes que te amo». Jesús le dijo: «¡Apacienta mis ovejas!».”
(Jn.21,15-17)
Esa caridad pastoral del sacerdote está toda orientada a cuidar de los
hombres en su realidad íntegra, alma y cuerpo, pero jerárquicamente.
Primero, en orden de importancia, el alma, y después el cuerpo. Aunque
muchas veces será más urgente auxiliar la psiquis y el cuerpo, para después
dar el auxilio correspondiente a la vida espiritual.
Por eso, la primera, fundamental y más importante labor del sacerdote-buen
pastor será la de cuidar del espíritu de los hombres a él encomendados,
dándoles aquello que los satisface plenamente: Dios. La primera gran
caridad, el fundamental acto de ternura del sacerdote-buen pastor es
entregar Dios a las almas. Para eso precisamente se ha hecho sacerdote,
porque sacerdote viene de dos palabras latinas: sacra-dans, el que da las
cosas sagradas. Por eso el supremo acto de caridad del buen pastor es
celebrar el Santo Sacrificio de la Misa y entregar a las almas el Cuerpo de
Cristo, Dios y hombre verdadero. Por eso no puede haber mayor dulzura del
buen pastor que reconciliar al hombre con Dios a través del sacramento de la
confesión.
2. El llamado al sacerdocio
¿Y dónde están los hombres que van a reproducir a Cristo Buen Pastor?
¿Cristo ya no los llama? ¿Cambió Jesucristo su plan de hacerse presente a
través de sacerdotes? No, Jesucristo no varió su plan. Él, con amor de
hermano, sigue eligiendo y llamando a hombres de este pueblo para que
prolonguen su sagrada misión: la de ser Buen Pastor entre los hombres. Ese
llamado de Jesucristo es lo que llamamos la vocación.
Pero... ¿qué es la vocación? “La vocación es un llamamiento que Cristo
dirige al fondo de la conciencia de un joven para que consagre su vida al
apostolado o a la práctica de la perfección cristiana. Es un renovarse en el
transcurso de los siglos de las palabras de Cristo al joven del evangelio:
‘Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes, dalo a los pobres,
sígueme y tendrás un tesoro en el Reino de los Cielos’” (S. Alberto
Hurtado)[2].
Uno de las grandes preguntas que hacen los jóvenes ante la cuestión de la
vocación, ya sea sacerdotal o religiosa, es ¿cómo me doy cuenta si estoy
llamado al sacerdocio?; ¿cómo me doy cuenta si estoy llamada a ser
religiosa? Dice el P. Hurtado que algunos creen que debe haber “una moción
sensible del Espíritu Santo”, como la han tenido algunos santos, que
sintieron un consuelo muy grande cuando se dieron cuenta que Dios los
llamaba al sacerdocio; estaban como embriagados por un dulce sentimiento y
lloraban de alegría. Ellos recibieron “un don místico extraordinario”, dice
el P. Hurtado.
Pero dice también S. Alberto Hurtado que “otros erróneamente también han
pensado que para tener vocación se necesita tener atractivo por el
sacerdocio, gusto natural por la vida y ministerios del sacerdote”
La vocación al sacerdocio o a la vida consagrada se manifiesta cuando un
joven siente el deseo de consagrarse a Dios con recta intención, es decir,
por el sólo motivo de consagrarse a Dios y a la salvación de las almas,
teniendo las cualidades físicas, intelectuales y morales suficientes.
No hay que creer que el que es llamado va a sentir un gran consuelo de
seguir el sacerdocio o la vida consagrada. Esto lo tenía muy claro el P.
Hurtado: “Es indudable que en la mayor parte de las mejores vocaciones no
hay tal atracción, antes bien el sujeto experimenta una repulsión natural,
un deseo espontáneo de la naturaleza que lo aleja del sacerdocio y lo
inclina al matrimonio o a la vida del mundo. En la época ruda y materialista
que vivimos, es normal sentir una fuerte repugnancia a una vida que toda
ella es sacrificio, negación de sí mismo, a veces hasta el heroísmo. La
parte animal del hombre no deja de hablar a pesar del llamamiento
sobrenatural de Dios, y a veces estas voces animales resuenan con más fuerza
que la suave voz de Dios que se hace oír en el silencio y recogimiento tan
raros en este siglo de ruido y movimiento. Pero junto a estas mociones
espontáneas de la naturaleza hay en los escogidos por Dios un deseo de la
voluntad de hacer lo que Dios quiera, de ser generosos con su Redentor”.
Bueno, pero concretamente...¿cómo se manifiesta esta elección de Dios? Dios
siempre va a dar al elegido señales de ruta para que él vea que ha sido
elegido. Dios siempre va a poner algo en su corazón o en su camino que le
sirva de señal y de condición para que descubra su propia vocación. El P.
Hurtado enumera algunas:
- “una inquietud de ánimo que lo mueve a mirar el cielo (el deseo de las
cosas altas);
- “una predicación que lo hace aspirar a mayor perfección;
- “la muerte de una persona querida que le enseña la vanidad de la vida;
- “un libro que cae en sus manos;
- “unos ejercicios espirituales que lo mueven a la santidad; y hacen que
conciba como algo posible para él, aunque con grandes repugnancias a veces,
la idea del sacerdocio o de la vida religiosa”
Nosotros podemos agregar: la escucha de la palabra de Jesucristo en el
evangelio, por ejemplo cuando dice: “Cualquiera que haya dejado casa o
hermanos...por causa de mi nombre, recibirá cien veces más y poseerá la vida
eterna”
Por todo esto dice San Juan Bosco: “Me parece un grave error decir que la
vocación es difícil de conocer. (...) Es difícil de conocer cuando no se
quiere seguir, cuando se rechazan las primeras inspiraciones. Es ahí donde
se embrolla la madeja... Mirad, cuando uno está indeciso sobre hacerse o no
religioso, os digo abiertamente que éste ya tuvo vocación; no la ha seguido
inmediatamente y se encuentra ahora embrollado e indeciso”
3. ¿Cómo debo seguir la vocación?
¿Qué es lo primero que debe hacer un joven o cualquier persona que ve
algunos de los signos de los que habla S. Alberto Hurtado o San Juan Bosco?
Debe ir a un sacerdote de su confianza y decirle: “Padre, siento un llamado
a cosas altas, y quisiera estar seguro que Dios me está llamando al
sacerdocio o la vida religiosa. Quisiera que usted me orientara en esto.” Y
concertar una cita para hablar detalladamente de lo que está pasando en el
alma con la disposición de seguir el consejo que le dé el sacerdote. Eso es
lo que se llama “hacer dirección espiritual” o “tener un director
espiritual”. Luego se conciertan otras citas y así, mes a mes, semana a
semana, va hablando con el sacerdote hasta que, con su ayuda, se discierne
definitivamente acerca de cuál es la voluntad de Dios.
Pero… ¡cuidado!, esto no significa que haya que entregarse a grandes
cavilaciones para decidirse a entrar al Seminario o al Convento. Todo lo
contrario. Hay que dejar todo con rapidez y perfección.
En primer lugar, con rapidez. En el evangelio vemos el ejemplo de los
apóstoles Pedro y Andrés que “inmediatamente, dejando las redes, lo
siguieron” (Mc.1,18). Y lo mismo se dice de Santiago y Juan: “Dejando a su
padre, le siguieron” (Mc.1,20). También Mateo lo siguió inmediatamente: “Le
dijo: ‘Sígueme’. Él se levantó y le siguió” (Mc.2,14). Y San Pablo también,
“sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre” (Gál.1,16), siguió a
Jesucristo. Y la Virgen María, ante una misión tan excelsa que le era
encomendada, inmediatamente respondió: “He aquí la esclava del Señor, hágase
en mí según tu palabra” (Lc.1,38). La vocación sacerdotal o religiosa es una
flor muy delicada, es una flor de invernadero, que necesita rápidamente el
ambiente necesario para que no se marchite. El roce del viento y del frío
del mundo puede arruinarla para siempre.
El gran poeta José María Pemán pone en boca de San Francisco Javier:
“Las grandes resoluciones, para su mejor acierto
hay que tomarlas al paso
y hay que cumplirlas al vuelo (...)
Soy más amigo del viento,
señora, que de la brisa
y hay que hacer el bien de prisa
que el mal no pierde un momento.”
Y San Jerónimo le aconsejaba a uno de sus dirigidos: “Te ruego que te des
prisa, antes bien cortes que desates la cuerda que detiene la nave en la
playa”.
En segundo lugar, con perfección. El que tiene vocación sacerdotal o
religiosa debe estar dispuesto a hacer lo que hizo Hernán Cortés. Ante la
posibilidad de que su tripulación quisiera volver a España, quemó las naves
ancladas en América, para quitar toda tentación de querer volver a la
comodidad de la propia querencia. Así también, el que tiene vocación
sacerdotal o religiosa, debe quemar las naves de sus afectos para arrojarse
a la gran aventura que es seguir a Jesucristo por caminos donde no hay
sendas marcadas.
El que ha sido llamado debe estar dispuesto a morir a todas las cosas, como
San Pablo: “Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir
de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro
cuerpo (2Cor.4,10).
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Aplicación: P. Jorge Loring S.I. - Jesús quiere un solo rebaño y un
solo Pastor
1.- En este Evangelio se nos narra la parábola del Buen Pastor.
2.- Jesús quiere un solo rebaño y un solo Pastor.
3.- Hoy proliferan las Iglesias que se dicen cristianas.
4.- La única fundada por Cristo es la católica, que la fundó en San Pedro. Y
hoy en la tierra el único legítimo sucesor de San Pedro es el Papa de Roma.
5.- Todas la Iglesias protestantes han sido fundadas por hombres. Sabemos
quién, cuándo y dónde.
6.- Luteranos: Alemania, Martín Lutero, 1517.
Anglicanos: Inglaterra, Enrique VIII, 1534.
Presbiterianos: Escocia, Juan Knox, 1560.
Bautistas: Amsterdam, Juan Smyth, 1605.
Episcopalianos: EE.UU., Samuel Seabury, 1785.
Metodistas: Oxford, Juan Wesley, 1739.
Mormones: EE.UU., José Smith, 1830.
Adventistas: EE.UU., William Miller, 1860.
Teosofismo: EE.UU., Blavatski-Steel, 1875.
Testigos de Jehová: EE.UU., Carlos Russell, 1879.
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Ejemplos
Soy católico
Vamos a ir muy lejos con una juventud que sabe trabajar y morir con el celo
con que trabajan los jóvenes de la Acción Católica. ¿Quieren que se
desempolve un hecho que está todavía chorreando sangre?
Es en México. Se ha desatado una persecución contra el Catolicismo. Los
comunistas apresan a un joven en Jalisco, de dieciocho años, y le llevan
ante el tribunal. El diálogo es digno de pasar a las Actas de los Mártires:
- Tienes que renegar de Cristo.
- ¡Soy católico!
- Entonces eres revolucionario.
- No, yo no soy más que católico.
- Nosotros te enseñaremos el camino de la apostasía.
- Cristo me dará fuerzas. Soy católico.
No le sacaron otra palabra. Entonces le maniataron y le ataron fuertemente a
un auto de carga que iba a la ciudad. Allá fue el mártir arrastrándose entre
sangre y lodo por el camino. Pararon el auto e intentaron de nuevo vencerle:
- Grita: ¡Viva Calles! Y te perdonamos.
El joven gritó con todas sus fuerzas: ¡Viva Cristo Rey!
Furiosos los verdugos le clavan sus bayonetas. Una mujer del pueblo va
corriendo a avisar a su madre:
- ¡De prisa –le dice-, quieren que tu hijo reniegue de la fe!
La madre da un grito y corre desolada. Allí está el hijo de su corazón
ensangrentado y deshecho. Pero entonces resucita la madre de los Macabeos.
Se echa sobre él y le dice entre las convulsiones de la agonía:
- Hijo mío, no reniegues de la fe. ¡La fe vale más que la vida! ¡Mira allá
arriba qué cielo tan hermoso! Grita conmigo: ¡Viva Cristo Rey!
El joven recupera las fuerzas que le quedan, y repite como un eco:
- ¡Viva Cristo Rey!
Y sobre los brazos de su madre cae muerto.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p.
77)
(Cortesía:
iveargentina.org y NBDC)