Domingo 2 B de Pascua: Preparemos la Acogida de la Palabra de Dios con los Sabios y los Santos II
Recursos adicionales para la preparación
Directorio
Homilético: Domingo de Pascua II B
Exégesis: Joseph M. Lagrange, O. P. - El resucitado
Comentario Teológico: Xavier Lèon Dufour - Misericordia
Santos Padres: San Gregorio Magno - La resurrección
Aplicación:P. Alfredo Saenz, S.J. - Aparición de Cristo resucitado e incredulidad de Tomás
Aplicación: S. Juan Pablo II - Dichosos los que han creído
Aplicación: SS. Papa Francisco - La misericordia de Dios
Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - La Divina Misericordia
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La paz Jn 20, 19-31
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La llaga del costado (Jn 20,19-31)
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Directorio Homilético: Segundo domingo de Pascua
CEC 448, 641-646: la aparición del Resucitado
CEC 1084-1089: la presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia
CEC 2177-2178, 1342: la Eucaristía dominical
CEC 654-655, 1988: nuestro nacimiento a una vida nueva en la Resurrección de
Cristo
CEC 976-984, 1441-1442: "Creo en el perdón de los pecados"
CEC 949-953, 1329, 1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a
Jesús llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de
los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2;
14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el
reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el
encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío
y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto
que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21,
7).
Las apariciones del Resucitado
641 María Magdalena y las santas mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo
de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes
Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras en
encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20, 11-18). Así las mujeres
fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios
Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a
Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la
fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que
los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es
verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34).
642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de
los Apóstoles - y a Pedro en particular - en la construcción de la era nueva
que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los
apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera
comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos,
conocidos de los cristianos y, para la mayoría, viviendo entre ellos
todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son
ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente
de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez,
además de Santiago y de todos los apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).
643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de
Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico.
Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba
radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por él
de antemano (cf. Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan
grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan
pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos
una comunidad arrobada por una exaltación mística, los evangelios nos
presentan a los discípulos abatidos ("la cara sombría": Lc 24, 17) y
asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que
regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como desatinos" (Lc 24,
11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de
Pascua "les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber
creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc 16, 14).
644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad
de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver
un espíritu (cf. Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de la alegría y
estaban asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda
(cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo,
"algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto la hipótesis según la
cual la resurrección habría sido un "producto" de la fe (o de la credulidad)
de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la
Resurrección nació - bajo la acción de la gracia divina- de la experiencia
directa de la realidad de Jesús resucitado.
El estado de la humanidad resucitada de Cristo
645 Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas
mediante el tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf.
Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no es
un espíritu (cf. Lc 24, 39) pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo
resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido
martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cf
Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al
mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado
en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad
donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14.
19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y
no pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17).
Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer
como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo
otra figura" (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los
discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).
646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el
caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija
de Jairo, el joven de Naim, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos
milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por
el poder de Jesús, una vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán
a morir. La resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo
resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del
espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del
Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto
que San Pablo puede decir de Cristo que es "el hombre celestial" (cf. 1 Co
15, 35-50).
II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre
su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los
sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos
son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad
actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción
de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente
su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su
enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su
Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no
pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a
la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un
acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente
singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y
son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el
contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte
destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció
por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los
tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento
de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
...desde la Iglesia de los Apóstoles...
1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió
también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al
predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con
su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la
muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que
realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los
sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les
confía su poder de santificación (cf Jn 20,21-23); se convierten en signos
sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este
poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida
litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el
sacramento del Orden.
...está presente en la Liturgia terrena...
1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la dispensación o
comunicación de su obra de salvación-"Cristo está siempre presente en su
Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el
sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose
ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se
ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies
eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que,
cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su
palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la
Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y
canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están dos o tres congregados en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente
glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la
Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde culto al
Padre Eterno" (SC 7) ...que participa en la Liturgia celestial. La
eucaristía dominical
2177 La celebración dominical del Día y de la Eucaristía del Señor tiene un
papel principalísimo en la vida de la Iglesia. "El domingo en el que se
celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en
toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto" (CIC, can. 1246,1).
"Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión,
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada
Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y,
finalmente, todos los Santos" (CIC, can. 1246,1).
2178 Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la
edad apostólica (cf Hch 2,42-46; 1 Co 11,17). La carta a los Hebreos dice:
"no abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes
bien, animaos mutuamente" (Hb 10,25).
La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: "Venir
temprano a la Iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados,
arrepentirse en la oración...Asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar
su oración y no marchar antes de la despedida...Lo hemos dicho con
frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que
ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos (Autor anónimo, serm.
dom.).
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la
Iglesia de Jerusalén se dice:
Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión
fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos
los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las
casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón (Hch
2,42.46).
654 Hay un doble aspecto en el misterio Pascual: por su muerte nos libera
del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta
es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios
(cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre
los muertos ... así también nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6, 4).
Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva
participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción
filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús
mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad a mis
hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don
de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real
en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.
655 Por último, la Resurrección de Cristo - y el propio Cristo resucitado -
es principio y fuente de nuestra resurrección futura: "Cristo resucitó de
entre los muertos como primicias de los que durmieron ... del mismo modo que
en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15,
20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el
corazón de sus fieles. En El los cristianos "saborean los prodigios del
mundo futuro" (Hb 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida
divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino
para aquél que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).
Artículo10 "CREO EN EL PERDON DE LOS PECADOS"
976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a
la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la
comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a su apóstoles, Cristo
resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados:
"Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,
22-23).
(La IIª parte del Catecismo tratará explícitamente del perdón de los pecados
por el Bautismo, el Sacramento de la Penitencia y los demás sacramentos,
sobre todo la Eucaristía. Aquí basta con evocar brevemente, por tanto,
algunos datos básicos).
I UN SOLO BAUTISMO PARA EL PERDON DE LOS PECADOS
977 Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo:
"Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que
crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y
principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo
muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm
4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4).
978 "En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de Fe, al
recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el
perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de
la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra propia voluntad,
ni ninguna pena que sufrir para expiarlas... Sin embargo, la gracia del
Bautismo no libra a la persona de todas las debilidades de la naturaleza. Al
contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la
concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal" (Catech. R. 1, 11, 3).
979 En este combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo
suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado?
"Si, pues, era necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los
pecados, también hacía falta que el Bautismo no fuese para ella el único
medio de servirse de las llaves del Reino de los cielos, que había recibido
de Jesucristo; era necesario que fuese capaz de perdonar los pecados a todos
los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su
vida" (Catech. R. 1, 11, 4).
980 Por medio del sacramento de la penitencia el bautizado puede
reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso"
(San Gregorio Nac., Or. 39.
17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la
salvación este sacramento de la penitencia, como lo es el Bautismo para
quienes aún no han sido regenerados (Cc de Trento: DS 1672).
II EL PODER DE LAS LLAVES
981 Cristo, después de su Resurrección envió a sus apóstoles a predicar "en
su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones" (Lc
24, 47). Este "ministerio de la reconciliación" (2 Co 5,
18), no lo cumplieron los apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a
los hombres el perdón de Dios merecido para nosotros por Cristo y
llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles también la
remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la
Iglesia gracias al poder de las llaves recibido de Cristo:
La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se
realice en ella la remisión de los pecados por la sangre de Cristo y la
acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es donde revive el alma, que
estaba muerta por los pecados, a fin de vivir con Cristo, cuya gracia nos ha
salvado (San Agustín, serm.
214, 11).
982 No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar.
"No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que no deba esperar con
confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero" (Catech. R.
1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su
Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que
vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).
983 La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la
grandeza incomparable del don que Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia:
la misión y el poder de perdonar verdaderamente los pecados, por medio del
ministerio de los apóstoles y de sus sucesores:
El Señor quiere que sus discípulos tengan un poder inmenso: quiere que sus
pobres servidores cumplan en su nombre todo lo que había hecho cuando estaba
en la tierra (San Ambrosio, poenit. 1, 34).
Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles,
ni a los arcángeles... Dios sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes
hagan aquí abajo (San Juan Crisóstomo, sac. 3, 5).
Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna
esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna y de una liberación
eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don (San
Agustín, serm. 213, 8).
Sólo Dios perdona el pecado
1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de
Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los
pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados
están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad
divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo
ejerzan en su nombre.
1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y
su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación
que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio
del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del
"ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en
nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y
suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).
Exégesis: Joseph M. Lagrange, O. P. - El resucitado
Este gran día de la Resurrección tocaba a su fin, pero no terminó sin que
Jesús se manifestase a un grupo fiel, impaciente por demás de satisfacer sus
miradas con su presencia. Sin embargo, cuando súbitamente le vieron en medio
de ellos, sin que nadie le abriera las puertas, cerradas por temor a los
judíos, un terror sagrado los sobrecogió de momento. Reconocían a Jesús,
pero creían ver un espíritu. Cristo les dice: " ¿Por qué estáis turbados? La
paz sea con vosotros". Y les mostró sus manos y sus pies, que habían sido
[1] clavados y su costado herido por una lanza .
San Lucas, que era médico, buen psicólogo y sabía el valor de los hechos
materiales comprobados, añade que el exceso de alegría turbaba su
convicción; porque, sin duda, temían tomar por realidad sus deseos. Bien lo
comprendió Jesús, y, para devolver a los suyos el sosiego con la más
familiar de las realidades, les pidió si tenían algo que darle de comer:
comió a continuación delante de ellos parte de un pez asado. No porque
hubiese vuelto a la vida vegetativa cotidiana, sino solamente para probar la
realidad de la resurrección.
De este modo, plenamente convencidos, vueltos en sí esperaban una palabra
nueva de su Maestro, y le oyeron decir otra vez: "La paz sea con vosotros".
Esta vez la paz estaba conquistada. Entonces les habla de su misión,
dándoles el mandato augusto que les abre el mundo. "Como me envió mi Padre,
así también Yo os envío". Después sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el
Espíritu Santo. A los que perdonareis los pecados, le serán perdonados, y a
los que los retuviereis, les serán retenidos". No fue ésta todavía la gran
manifestación del [2] Espíritu prometido en la tarde de la última Cena ;
vendrá su hora, pero desde este momento, luego de la resurrección, los
constituyó en un gobierno espiritual. Desde entonces tendrán poder sobre las
almas, y este poder se dejará sentir especialmente, o por el perdón de los
pecados, concedido sin duda en nombre de Dios, o por la denegación del
perdón, a causa de las malas disposiciones del pecador, porque a los
sinceramente arrepentidos, Dios perdona siempre. Los dispensadores de esta
gracia serán jueces en estos casos; deberán, pues, conocerlos. Con razón la
Iglesia ha visto aquí en esta actitud, y con estas memorables palabras, la
institución del sacramento de la Penitencia.
Jesús resucitado no debía hacer vida común con los apóstoles como otras
veces. Eran las apariciones un hecho excepcional: ni san Juan ni esta vez
san Lucas tuvieron necesidad de decir que había desaparecido después de esta
gran manifestación del domingo de resurrección. Este gran día se ha
convertido en la verdadera fiesta de la Pascua de los cristianos.
un apóstol no estaba presente aquella tarde: era Tomás, que probablemente
fue convocado con los otros después de la aparición hecha a Pedro; pero que
juzgaría prudente abstenerse, ya que no creía más a Pedro que los otros
habían creído a las mujeres. Rehusó dar crédito al testimonio de sus
hermanos.
Nuestro tiempo es poco dado a creer en milagros, pero no es menos crédulo,
sobre todo cuando se le habla en nombre de la ciencia. En esto consistió la
habilidad de Renán al afirmar, como si lo hubiera comprobado en Oriente, que
los orientales están siempre al acecho de lo sobrenatural para, con alegría,
adherirse a ello. Las disposiciones de ánimo de los judíos de entonces no
eran ciertamente diferentes de los judíos de hoy. Desde las alturas en donde
estaban, lo habían relegado a una trascendencia majestuosa. Dios no se
mezclaba en el curso de las cosas humanas, si no era para darles un impulso
regular. No se mostraron los apóstoles en toda la historia de Jesús muy
dispuestos para las cosas sobrenaturales. Sin duda esperaban la gran
manifestación mesiánica, pero no había llegado. La Pasión, cuya sola idea
era rechazada con horror, los había hecho desconfiar y, no comprendiendo las
afirmaciones de Jesús en este punto, el glorioso desquite que conseguiría
mediante su resurrección, trascendía sus previsiones.
Cuando fueron convencidos todos por la misma realidad, Tomás permaneció
recalcitrante. Seguramente los discípulos habían sido víctimas de una
alucinación, y lo que vieran sólo era un fantasma. Y como le objetasen que
habían visto las heridas del crucificado, respondió que en tales casos no
bastaba ver, era preciso tocar. Por tanto, él no se fiaba más que de sí
mismo: "Si no veo en sus manos las señales de los clavos, y no meto mis
dedos en el lugar de los clavos, y no meto mi mano en su costado, no
creeré".
Aprendamos aquí a tener la misma indulgencia que Cristo con los que dudan.
Dejó a Tomás en sus dudas durante siete días. Habiendo visto los apóstoles a
Jesús en Jerusalén, no se daban prisa a volver a Galilea. Se reunieron el
octavo día, bien para orar juntos por última vez, bien para decidir el
camino que debían seguir juntos. Las puertas estaban cerradas: súbitamente,
Jesús se halló en medio de ellos y los saludó: "La paz sea con vosotros".
Después dice a Tomás: "Pon tu dedo aquí y mira mis manos, trae tu mano y
métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino fiel".
Tomás ¿dejó a Cristo que se apoderase de su mano y la llevase a la herida
del costado o, renunciando a su lógica, se rindió a la evidencia de lo que
veía? Fueron los labios de este incrédulo de quienes salió el primer acto
explícito de fe en la divinidad del Resucitado. Gritó: " ¡Señor mío y Dios
mío!" Jesús, con una sonrisa de perdón: " ¿Porque me has visto has creído?"
Eso no es de maravillar, ni muy meritorio. " ¡Dichosos los que creen sin
haber visto!"
Se había excedido rehusando creer en la resurrección de su Maestro, no dando
crédito al testimonio de sus hermanos, cuya sinceridad conocía. Es lo que
con dulzura hace resaltar Jesús. Él había querido ver con sus ojos el cuerpo
resucitado y, habiéndolo visto, no tenía que remitirse a otros para este
hecho. Pero, como muy bien nota san Gregorio, viendo la humanidad gloriosa
creyó en la divinidad, haciendo así un verdadero acto de fe. Este acto
exigía ya, como al presente, la adhesión de la inteligencia a una verdad
revelada por el mismo Jesucristo y, por tanto, revelada por Dios. Esta
adhesión era más fácil a los apóstoles, porque la afirmación de Jesús estaba
confirmada por su resurrección. Más dichosos eran ellos creyendo en su
divinidad que gozando de la presencia sensible de su humanidad. Ésta dicha,
preludio de la bienaventuranza eterna, es también la parte escogida de los
que creen sin haber gustado la misma consolación. No deben ellos olvidar que
Jesús les ha prometido que su presencia interior, en compañía del Padre y
del Espíritu Santo (Jn 14,23,17), no les faltaría, presencia que hace la fe
más fácil y más dulce.
(LAGRANGE, Joseph. Vida de Jesucristo. Edibesa, Madrid,2.002. Pag. 524-526)
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Comentario Teológico: Xavier Lèon Dufour - Misericordia
El lenguaje corriente, influenciado sin duda por el latín de iglesia,
identifica la misericordia con la compasión o el perdón. Esta
identificación, aunque valedera, podría velar la riqueza concreta que
Israel, en virtud de su experiencia, encerraba en la palabra. En efecto,
para él la misericordia se halla en la confluencia de dos corrientes de
pensamiento, la compasión y la fidelidad.
El primer término hebreo (ra'hamim) expresa el apego instintivo de un ser a
otro. Según los semitas, este sentimiento tiene su asiento en el seno
materno (rehem: 1Re 3,26), en las entrañas (rahamim) - nosotros diríamos: el
corazón - de un padre (Jer 31,20; Sal 103,13), o de un hermano (Gén 43,30):
es el cariño o la ternura; inmediatamente se traduce por actos: en compasión
con ocasión de una situación trágica (Sal 106,45), o en *perdón de las
ofensas (Dan 9,9).
El segundo término hebreo (hesed), traducido ordinariamente en griego por
una palabra que también significa misericordia (eleos), designa de suyo la
*piedad, relación que une a dos seres e implica *fidelidad. Con esto recibe
la misericordia una base sólida: no es ya únicamente el eco de un instinto
de bondad, que puede equivocarse acerca de su objeto o su naturaleza, sino
una bondad consciente, voluntaria; es incluso respuesta a un deber interior,
fidelidad con uno mismo.
Las traducciones de las palabras hebreas y griegas oscilan de la
misericordia al amor, pasando por la ternura, la piedad o conmiseración, la
compasión, la clemencia, la bondad y hasta la gracia (heb. len), que, sin
embargo, tiene una acepción más vasta. A pesar de esta variedad, no es, sin
embargo, imposible circunscribir el concepto bíblico de la misericordia.
Desde el principio hasta el fin manifiesta Dios su ternura con ocasión de la
miseria humana; el hombre, a su vez, debe mostrarse misericordioso con el
prójimo a imitación de su Creador.
AT. I. EL DIOS DE LAS MISERICORDIAS. Cuando el hombre adquiere conciencia de
ser desgraciado o pecador, entonces se le revela con más o menos claridad el
rostro de la misericordia infinita.
1. En socorro del miserable. No cesan de resonar los gritos del salmista:
"¡Piedad conmigo, Señor!" (Sal 4,2; 6,3; 9,14; 25,16); o bien
lasproclamaciones de *acción de gracias : "Dad gracias a Yahveh, pues su
amor (hesed) es eterno" (Sal 107, 1), esa misericordia que no cesa de
mostrar con los que claman a él en su aflicción, por ejemplo, los navegantes
en peligro (Sal 107,23), con los "hijos de *Adán" cualesquiera que sean. Se
presenta, en efecto, como el defensor del *pobre, de la viuda y del
huérfano: éstos son sus privilegiados.
Esta convicción inquebrantable de los hombres piadosos parece tener su
origen en la experiencia por que pasó Israel en el momento del *éxodo. Aun
cuando el término misericordia no se halla en el relato del acontecimiento,
la liberación de Egipto se describe como un acto de la misericordia divina.
Las primeras tradiciones sobre el llamamiento de Moisés lo sugieren en forma
inequívoca: "He visto la miseria de mi pueblo. He prestado oído a su
clamor... conozco sus angustias. Estoy resuelto a liberarlo" (Éx 3,7s.16s).
(...). En su misericordia no puede Dios soportar la miseria de su elegido;
es como si al contraer alianza con él lo hubiera convertido en un ser "de su
raza" (cf. Act 17,28s): un instinto de ternura lo une a él para siempre.
2. La salud del pecador. Pero ¿qué sucederá, sin embargo, si este elegido se
separa de él por el pecado? La misericordia se impondrá todavía, por lo
menos si el pecador no se *endurece; porque, conmovida por el *castigo que
acarrea el pecado, quiere salvar al pecador. Así, con ocasión del pecado,
entra el hombre más profundamente en el misterio de la ternura divina.
a) La revelación central. En el Sinaí es donde Moisés oye a. Dios revelar el
fondo de su ser. El pueblo eligido acaba de apostatar. Pero Dios, después de
haber afirmado que es libre para usar gratuitamente de misericordia con
quien le plazca (Éx 33,19), proclama que sin hacer mella a su santidad, la
ternura divina puede triunfar del pecado: "Yahveh es un Dios de ternura
(rahum) y de gracia (hanun), lento para la ira y abundante en misericordia
(hesed) y fidelidad (emet), manteniendo su misericordia (hesed) hasta la
milésima generación, soportando falta, transgresión y pecado, pero sin
disculparla, castigando la falta... hasta la tercera y cuarta generación"
(Éx 34, 6s). Dios no pasa la esponja por el pecado: deja que repercutan sus
consecuencias en el pecador hasta la cuarta generación, lo cual muestra qué
cosa tan seria es el pecado. Pero su misericordia, conservada intacta hasta
la milésima generación, le hace aguardar con paciencia infinita. Tal es el
ritmo que marcará las relaciones de Dios con su pueblo hasta la venida de su
Hijo.
b) Misericordia y castigo. En efecto, a todo lo largo de la historia sagrada
muestra Dios que si debe castigar al pueblo que ha pecado, se llena de
conmiseración tan luego éste clama a él desde el fondo de su miseria. Así el
libro de los Jueces está marcado por el ritmo de la *ira que se inflama
contra el infiel y de la *misericordia que le envía un *salvador (Jue 2,18).
La experiencia profética va a dar a esta historia acentos extrañamente
humanos. oseas revela que si Dios ha decidido no usar ya misericordia con
Israel (os 1,6) y castigarlo, su "corazón se revuelve dentro de él, sus
entrañas se conmueven" y decide no dar ya desahogo al ardor de su ira"
(11,8s); así un día el infiel será de nuevo llamado "Ha recibido
misericordia" (Ruhama: 2,3). En el momento mismo en que los profetas
anuncian las peores catástrofes conocen la ternura del corazón de Dios:
"¿Es, pues, Efraím para mí un hijo tan querido, un niño tan mimado, para que
cuantas veces trato de amenazarle, me enternezca su memoria, se conmuevan
mis entrañas y no pueda menos de desbordarse mi ternura?" (Jer 31,20; cf. Is
49,14s; 54,7).
c) Misericordia y conversión. Si Dios mismo se conmueve de tal manera ante
la miseria que acarrea el pecado, es que desea que el pecador se vuelva
hacia él, que se *convierta. Si de nuevo conduce a su pueblo al *desierto,
es porque quiere "hablarle al corazón" (os 2,16); después del *exilio se
comprenderá que Yahveh quiere simbolizar con la vuelta a la tierra la vuelta
a él, a la vida (Jer 12,15; 33,26; Ez 33,11; 39,25; ls 14,1; 49,13). Sí,
Dios "no guarda rencor eterno" (Jer 3,12s), pero quiere que el pecador
reconozca su malicia; "que el malvado se convierta a Yahveh, que tendrá
piedad de él, a nuestro Dios, que perdona abundantemente" (Is 55,7).
d) El llamamiento del pecador. Israel conserva, pues, en el fondo del
corazón la convicción de una misericordia que no tiene nada de humano: "Él
ha herido, él vendará nuestras llagas" (os 6,1). "¿Qué Dios como tú, que
borra la falta, que perdona lo mal hecho, que no excita para siempre su ira,
sino que se complace en otorgar gracia? Una vez más, ten piedad de nosotros,
conculca nuestras iniquidades y arroja a lo hondo del mar nuestros pecados"
(Miq 7,18s). Así resuena constantemente el grito del salmista resumido en el
Miserere: "Apiádate de mí en tu bondad. En tu gran ternura borra mi pecado"
(Sal 51,3). 3. Misericordioso con toda carne. Aunque la misericordia divina
no conoce más límite que el *endurecimiento del pecador (Is 9,16; Jer 16,
5.13), sin embargo, durante mucho tiempo se la tuvo como reservada a sólo el
*pueblo elegido. Pero Dios, con su sorprendente magnanimidad, acabó por fin
con este residuo de tacañería humana (cf. ya os 11,9). Después del. exilio
se comprendió la lección. La historia de Jonás es la sátira de los corazones
estrechos que no aceptan la inmensa ternura de Dios (ion 4,2). El
Eclesiástico dice claramente: "la piedad del hombre es para su *prójimo,
pero la piedad de Dios es para toda carne" (Eclo 18,13).
Finalmente, la tradición unánime de Israel (cf. Éx 34,6; Nah 1,3; Jl 2,13;
Neh 9,17; Sal 86,15; 145,8) es magníficamente recogida por el salmista, sin
la menor nota de particularismo: "Yahveh es ternura y gracia, lento para la
ira y abundante en misericordia; no disputa a perpetuidad, no guarda rencor
para siempre; no nos trata según nuestras faltas... Cuan tierno es un padre
para con su hijo, así lo es Yahveh para con el que le teme ; sabe de qué
.hemos sido amasados, se acuerda del polvo que somos" (Sal 103,8ss.13s).
"Dichosos los que esperan en él, pues de ellos se apiadará" (Is 30,18),
porque "eterna es su misericordia" (Sal 136), porque en él está la
misericordia (Sal 130,7).
II. "LO QUE YO QUIERO ES MISERICORDIA". Si Dios es ternura, ¿cómo no exigirá
a sus criaturas la misma ternura mutua? Ahora bien, este sentimiento no es
natural al hombre: homo homini lupus! Lo sabía muy bien David, que prefería
"caer en las manos de Yahveh, porque es grande su misericordia, antes que en
las manos de los hombres" (2Sa 24,14). También en este punto va Dios
progresivamente educando a su pueblo.
Condena a los paganos, que sofocan la misericordia (Am 1,11). Lo que quiere
es que se observe el mandamiento del *amor fraterno (cf. Éx 22,26), muy
preferible a los holocaustos (Os 4,2; 6,6); quiere que la práctica de la
*justicia sea coronada por un "amor tierno" (Miq 6,8). Si se quiere
verdaderamente *ayunar, hay que socorrer al pobre, a la viuda, al huérfano,
no hurtar el cuerpo ante el que es nuestra propia *carne (Is 58,6-11; Job
31,16-23). Cierto que el horizonte *fraterno está todavía limitado a la raza
o a la creencia (Lev 19,18), pero el ejemplo mismo de Dios ensanchará poco a
poco los corazones humanos hasta las dimensiones del corazón de Dios : "Yo
soy Dios, no hombre" (Os 11,8; cf. Is 55,7). El horizonte se extenderá sobre
todo gracias al mandamiento de no saciar la sed de *venganza, de no guardar
rencor. Pero sólo quedará realmente despejado con los últimos libros de
sabiduría, que en este punto esbozan ya el mensaje de Jesús; el *perdón debe
ejercerse con "todo hombre" (Eclo 27,30-28,7).
NT. I. EL ROSTRO DE LA MISERICORDIA DIVINA. 1. Jesús, "sumo sacerdote
misericordioso" (Heb 2,17). Jesús, antes de realizar el designio divino,
quiso "hacerse en todo semejante a sus hermanos", a fin de experimentar la
miseria misma de los que venía a salvar. Por consiguiente, sus actos todos
traducen la misericordia divina, aun cuando no estén calificados así por los
evangelistas. Lucas puso muy especial empeño en poner de relieve este punto.
Los preferidos de Jesús son los "*pobres" (Lc 4,18; 7,22); los pecadores
hallan en él un "amigo" (7,34), que no teme frecuentarlos (5,27.30; 15,1s;
19,7). La misericordia que manifestaba Jesús en forma general a las
multiudes (Mt 9,36; 14,14; 15,32) adquiere en Lucas una fisonomía más
personal: se dirige al "hijo único" de una viuda (Lc 7,13) o a un padre
desconsolado (8,42; 9,38.42). Jesús, en fin, muestra especial benevolencia a
las *mujeres y a los *extranjeros. Así queda redondeado y *cumplido el
universalismo: "toda *carne ve la salvación de Dios" (3,6). Si Jesús tuvo
así compasión de todos, se comprende que los afligidos se dirijan a él como
a Dios mismo, repitiendo: "Kyrie eleison!" (Mt 15,22; 17,15; 20,30s).
2. El corazón de Dios Padre. Este rostro de la misericordia divina que
mostraba Jesús a través de sus actos, quiso dejarlo retratado para siempre.
A los pecadores que se veían excluidos del reino de Dios por la mezquindad
de los *fariseos, proclama el evangelio de la misericordia infinita, en la
línea directa de los mensajes auténticos del AT. Los que regocijan el
corazón de Dios no son los hombres que se creen justos, sino los pecadores
arrepentidos, comparables con la oveja o la dracma perdida y hallada (Lc
15,7.10); el *Padre está acechando el regreso de su hijo pródigo y cuando lo
descubre de lejos "siente compasión" y corre a su encuentro (15,20). Dios ha
aguardado largo tiempo, y aguarda todavía con *paciencia a Israel, que no se
convierte, como una higuera estéril (13,6-9).
3. La sobreabundancia de la misericordia. Dios es, pues, ciertamente el
"Padre de las misericordias" (2Cor 1,3; Sant 5,11), que otorgó su
misericordia a Pablo (lCor 7,25; 2Cor 4,1; lTim 1,13) y la promete a todos
los creyentes (Mt 5,7; lTim 1,2; 2Tim 1,2; Tit 1,4; 2Jn 3). El cumplimiento
del designio de misericordia en la *salvación y en la *paz, tal como lo
anunciaban los cánticos al alborear el Evangelio (Lc 1,50.54. 72.78), lo
muestra Pablo claramente en toda su amplitud y sobreabundancia.
El ápice de la epístola á los Romanos está en esta revelación. Mientras que
los judíos acababan por desconocer la misericordia divina estimando que
ellos se procuraban la *justicia a partir de sus *obras, de su práctica de
la *ley, Pablo declara que ellos también son pecadores y que por tanto
tienen necesidad de la misericordia por la justicia de la *fe. Frente a
ellos los paganos, a los que Dios no había prometido nada, son atraídos a su
vez a la órbita inmensa de la misericordia. Todos deben, pues, reconocerse
pecadores a fin de participar todos de la misericordia : "Dios incluyó a
todos los hombres en la desobediencia para usar con todos misericordia" (Rom
11,32).
II. SED MISERICORDIOSOS... La "*perfección" que Jesús, según Mt 5,48, exige
a sus discípulos, consiste según Lc 6,36 en el deber de ser misericordiosos
"como vuestro Padre es misericordioso". Es una condición esencial para
entrar en el reino de los cielos (Mt 5,7), que Jesús reitera después del
profeta Oseas (Mt 9,13; 12,7). Esta ternura debe hacerme *prójimo del
miserable al que encuentro en mi camino, a ejemplo del buen Samaritano (Lc
10,30-37), debe llenarme de compasión para con el que me ha ofendido (Mt 18,
23-35), porque Dios ha tenido compasión conmigo (18,32s). Así seremos
nosotros juzgados según la misericordia que hayamos practicado, quizás
inconscientemente, para con Jesús en persona (Mt 25,31-46).
Mientras que la ausencia de misericordia entre los paganos desencadena la
ira divina (Rom 1,31), el cristiano debe amar y "simpatizar" (Flp 2,1),
tener una auténtica compasión en el corazón (Ef 4,32; IPe 3,8); no puede
"cerrar sus entrañas" ante un hermano que se halla en la necesidad: el *amor
de Dios no mora sino en los que practican la misericordia (lJn 3,17).
(LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona,
2001)
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Santos Padres: San Gregorio Magno - La resurrección
1. La primera cuestión que de esta lección asalta al pensamiento es: ¿cómo
después de la resurrección fue el verdadero cuerpo de Jesús el que, estando
cerradas las puertas, pudo entrar a donde estaban los apóstoles?
Más debemos reconocer que la obra de Dios deja de ser admirable si la razón
la comprende, y que la fe carece de mérito cuando la razón adelanta la
prueba. En cambio, esas mismas obras de Dios que de ningún modo pueden
comprenderse por sí mismas, deben cotejarse con alguna otra obra suya, para
que otras obras más admirables nos faciliten la fe en las que son
sencillamente admirables.
Pues bien, aquel mismo cuerpo que, al nacer, salió del seno cerrado de la
Virgen, entró donde estaban los discípulos hallándose cerradas las puertas.
¿Qué tiene, pues, de extraño el que después de la resurrección, ya
eternamente triunfante, entrara estando cerradas las puertas el que,
viniendo para morir, salió a luz sin abrir el seno de la Virgen? Pero, como
dudaba la fe de los que miraban aquel cuerpo que podía verse, les mostro
enseguida las manos y el costado; ofreció para que palparan el cuerpo que
había introducido estando cerradas las puertas.
En lo cual pone de manifiesto dos cosas admirables y para la razón humana
harto contrarias entre sí, y fue mostrar, después de su resurrección, su
cuerpo incorruptible y a la vez tangible, puesto que necesariamente se
corrompe lo que es palpable, y lo incorruptible no puede palparse.
No obstante, por modo admirable e incomprensible, nuestro Redentor, después
de resucitar, mostró su cuerpo incorruptible y a la vez palpable, para, con
mostrarle incorruptible, invitar a los premios y, con presentarle palpable,
afianzar la fe; además se mostró incorruptible y palpable, sin duda, para
probar que, después de la resurrección, su cuerpo era de la misma
naturaleza, pero tenía distinta gloria.
2. Y les dijo: La paz sea con vosotros. Conté mi Padre me envió, así os
envío yo también a vosotros. Esto es, como mi Padre, Dios, me envió a mí,
Dios también, yo, hombre, os envío a vosotros, hombres.
El Padre envió al Hijo, quien, por determinación suya, debía encarnarse para
la redención del género humano, y el cual, cierto es, quiso que padeciera en
el mundo; pero, sin embargo, amó al Hijo, que enviaba para padecer.
Asimismo, el Señor, a los apóstoles, que eligió, los envió, no a gozar en el
mundo, sino a padecer, como Él había sido enviado. Luego, así como el Padre
ama al Hijo y, no obstante, le envía a padecer, así también el Señor ama a
los discípulos, a quienes, sin embargo, envía a padecer en el mundo.
Rectamente, pues, se dice: Como el Padre me envió a mí, así os envío yo
también a vosotros; esto es: cuando yo os mando ir entre las asechanzas de
los perseguidores, os amo con el mismo amor con que el Padre me ama al
hacerme venir a sufrir tormentos.
Aunque también puede entenderse que es enviado según la naturaleza divina. Y
entonces se dice que el Hijo es enviado por el Padre, porque es engendrado
por el Padre; pues también el Hijo, cuando les dice (is 15, 26): Cuando
viniere el Paráclito, que yo os enviaré del Padre, manifiesta que Él les
enviará el Espíritu Santo, el cual, aunque es igual al Padre y al Hijo, pero
no ha sido encarnado. Ahora, si ser enviado debiera entenderse tan sólo de
ser encarnado, cierto que no se diría en modo alguno que el Espíritu Santo
sería enviado, puesto que jamás encarnó, sino que su misión es la misma
procesión, por la que a la vez procede del Padre y del Hijo. De manera que,
como se dice que el Espíritu Santo es enviado porque procede, así se dice, y
no impropiamente, que el Hijo es enviado porque es engendrado.
3. Dichas estas palabras, alentó hacia ellos y les dijo: Recibid el Espíritu
Santo. Debemos inquirir qué significa el que nuestro Señor enviara una sola
vez el Espíritu Santo cuando vivía en la tierra y otra sola vez cuando ya
reinaba en el cielo; pues en ningún otro lugar se dice claramente que fuera
dado el Espíritu Santo, sino ahora, que es recibido mediante el aliento, y
después, cuando se declara que vino del cielo en forma de varias lenguas.
¿Por qué, pues, se da primero en la tierra a los discípulos y luego es
enviado desde el cielo, sino porque es doble el precepto de la caridad, a
saber, el amor de Dios y el del prójimo? Se da en la tierra el Espíritu
Santo para que se ame al prójimo, y se da desde el cielo el Espíritu para
que se ame a Dios.
Así como la caridad es una sola y sus preceptos dos, el Espíritu es uno y se
da dos veces: la primera, por el Señor cuando vive en la tierra; la segunda,
desde el cielo, porque en el amor del prójimo se aprende el modo de llegar
al amor de Dios; que por eso San Juan dice (1 Jn 4, 20): El que no ama a su
hermano, a quien ve, a Dios, a quien no ve, ¿cómo podrá amarle? Cierto que
antes ya estaba el Espíritu Santo en las almas de los discípulos para la fe;
pero no se les dio manifiestamente sino después de la resurrección. Por eso
está escrito (Jn 7, 39): Aún no se había comunicado el Espíritu Santo,
porque Jesús no estaba todavía en su gloria. Por eso también se dice por
Moisés (Dt 32, 13): Chuparon la miel de las peñas y el aceite de las más
duras rocas. Ahora bien, aunque se repase todo el Antiguo Testamento, no se
lee que, conforme a la Historia, sucediera tal cosa; jamás aquel pueblo
chupó la miel de la piedra ni gustó nunca tal aceite; pero como, según San
Pablo (1 Co 10, 4), la piedra era Cristo, chuparon miel de la piedra los que
vieron las obras y milagros de nuestro Redentor, y gustaron el aceite de la
piedra durísima, porque merecieron ser ungidos con la efusión del Espíritu
Santo después de la resurrección. De manera que, cuando el Señor, mortal
aún, mostró a los discípulos la dulzura de sus milagros, fue como darles
miel de la piedra; [4.] y derramó el aceite de la piedra cuando, hecho ya
impasible después de su resurrección, con su hálito hizo fluir el don de la
santa unción. De este óleo se dice por el profeta (is 10, 27): Se pudrirá el
yugo por el aceite. En efecto, nos hallábamos sometidos al yugo del poder
del demonio, pero fuimos ungidos con el óleo del Espíritu Santo, y como nos
ungió con la gracia de la liberación, se pudrió el yugo del poder del
demonio, según lo asegura San Pablo, que dice (2 Co 3, 17): Donde está el
Espíritu del Señor, allí hay libertad.
Mas es de saber que los primeros que recibieron el Espíritu Santo, para que
ellos vivieran santamente y con su predicación aprovecharan a algunos,
después de la resurrección del Señor, le recibieron de nuevo
ostensiblemente, precisamente para que pudieran aprovechar, no a pocos, sino
a muchos. Por eso en esta donación del Espíritu se dice: Quedan perdonados
los pecados de aquellos a quienes vosotros se los perdonareis, y retenidos
los de aquellos a quienes se los retuviereis.
Me place fijar la atención en el más alto grado de gloria a que fueron
sublimados aquellos discípulos, llamados a sufrir el peso de tantas
humillaciones. Vedlos, no sólo quedan asegurados ellos mismos, sino que
además reciben la potestad de perdonar las deudas ajenas y les cabe en
suerte el principado del juicio supremo, para que, haciendo las veces de
Dios, a unos retengan los pecados y se los perdonen a otros.
Así, así correspondía que fueran exaltados por Dios los que habían aceptado
humillarse tanto por Dios. Ahí lo tenéis: los que temen el juicio riguroso
de Dios quedan constituidos en jueces de las almas, y los que temían ser
ellos mismos condenados condenan o libran a otros.
5. El puesto de éstos lo ocupan ahora ciertamente en la Iglesia los obispos.
Los que son agraciados con el régimen, reciben la potestad de atar y de
desatar.
Honor grande, sí; pero grande también el peso o responsabilidad de este
honor. Fuerte cosa es, en verdad, que quien no sabe tener en orden su vida
sea hecho juez de la vida ajena; pues muchas veces sucede que ocupe aquí el
puesto de juzgar aquel cuya vida no concuerda en modo alguno con el puesto,
y, por lo mismo, con frecuencia ocurre que condene a los que no lo merecen,
o que él mismo, hallándose ligado, desligue a otros. Muchas veces, al atar o
desatar a sus súbditos, sigue el impulso de su voluntad y no lo que merecen
las causas; de ahí resulta que queda privado de esta misma potestad de atar
y de desatar quien la ejerce según sus caprichos y no por mejorar las
costumbres de los súbditos. Con frecuencia ocurre que el pastor se deja
llevar del odio o del favor hacia cualquiera prójimo; pero no pueden juzgar
debidamente de los súbditos los que en las causas de éstos se dejan llevar
de sus odios o simpatías. Por eso rectamente se dice por el profeta (Ez 13,
19) que mataban a las almas que no están muertas y daban por vivas a las que
no viven. En efecto, quien condena al justo, mata al que no está muerto, y
se empeña en dar por vivo al que no ha de vivir quien se esfuerza en librar
del suplicio al culpable.
6. Deben, pues, examinarse las causas y luego ejercer la potestad de atar y
de desatar. Hay que conocer qué culpa ha precedido o qué penitencia ha
seguido a la culpa, a fin de que la sentencia del pastor absuelva a los que
Dios omnipotente visita por la gracia de la compunción; porque la absolución
del confesor es verdadera cuando se conforma con el fallo del Juez eterno.
Lo cual significa bien la resurrección del muerto de cuatro días, pues ella
demuestra que el Señor primeramente llamó y dio vida al muerto, diciendo (Jn
11, 43): Lázaro, sal afuera; y que después, el que había salido afuera con
vida, fue desatado por los discípulos, según está escrito (Jn 11, 44):
Cuando hubo salido afuera el que estaba atado de pies y manos con fajas,
dijo entonces a sus discípulos: Desatadle y dejadle ir. Ahí lo tenéis: los
discípulos desatan a aquel que ya vivía, al cual, cuando estaba muerto,
había resucitado el Maestro. Si los discípulos hubieran desatado a Lázaro
cuando estaba muerto, habrían hecho manifiesto el hedor más bien que su
poder.
De esta consideración debe deducirse que nosotros, por la auto-ridad
pastoral, debemos absolver a los que conocemos que nuestro Autor vivifica
por la gracia suscitante; vivificación que sin duda se conoce ya antes de la
enmienda en la misma confesión del pecado. Por eso, al mismo Lázaro muerto
no se le dice: Revive, sino: Sal afuera.
En efecto, mientras el pecador guarda en su conciencia la culpa, ésta se
halla oculta en el interior, escondida en sus entrañas; pero, cuando el
pecador voluntariamente confiesa sus maldades, el muerto sale afuera. Decir,
pues, a Lázaro: Sal afuera, es como si a cualquier pecador claramente se
dijera: ¿Por qué guardas tus pecados dentro de tu conciencia? Sal ya afuera
por la confesión, pues por tu negación estás para ti oculto en tu interior.
Luego decir: salga afuera el muerto, es decir: confiese el pecador su culpa;
pero decir: desaten los discípulos al que sale fuera, es como decir que los
pastores de la Iglesia deben quitar la pena que tuvo merecida quien no se
avergonzó de confesarse.
He dicho brevemente esto por lo que respecta al ministerio de absolver, para
que los pastores de la Iglesia procuren atar o desatar con gran cautela.
Pero, no obstante, la grey debe temer el fallo del pastor, ya falle justa o
injustamente, no sea que el súbdito, aun cuando tal vez quede atado
injustamente, merezca ese mismo fallo por otra culpa.
El pastor, por consiguiente, tema atar o absolver indiscretamente; más el
que está bajo la obediencia del pastor tema quedar atado, aunque sea
indebidamente, y no reproche, temerario, el juicio del pastor, no sea que,
si quedó ligado injustamente, por ensoberbecerse de la desatinada
reprensión, incurra en una culpa que antes no tenía. Y dicho todo esto harto
rápidamente, tornemos al orden de la exposición.
7. Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino
el Señor. Únicamente este discípulo estuvo ausente, y cuando vino oyó lo que
había sucedido y no quiso creer lo que oía. Volvió de nuevo el Señor y
descubrió al discípulo incrédulo su costado para que le tocase y le mostró
las manos, y con presentarle las cicatrices de sus llagas curó la llaga de
su incredulidad.
¿Qué pensáis de todo esto, hermanos carísimos? ¿Creéis que sucedió al acaso
el que estuviera en aquella ocasión ausente aquel discípulo elegido y el
que, cuando vino, oyera, y oyendo dudara, y dudando palpara, y palpando
creyera? No; no sucedió esto al acaso, sino que fue disposición de la divina
Providencia; pues la divina Misericordia obró de modo tan admirable para
que, tocando aquel discípulo incrédulo las heridas de su Maestro, sanase en
nosotros las llagas de nuestra incredulidad. De manera que la incredulidad
de Tomás ha sido más provechosa para nuestra fe que la fe de los discípulos
creyentes, porque, decidiéndose aquél a palpar para creer, nuestra alma se
afirma en la fe, desechando toda duda.
En efecto, el Señor, después de resucitado, permitió que aquel discípulo
dudara; pero, no obstante, no le abandonó en la duda; a la manera que antes
de nacer quiso que María tuviera esposo, el cual, no obstante, no llegó a
consumar el matrimonio; porque, así como el esposo había sido guardián de la
integérrima virginidad de su Madre, así el discípulo, dudando y palpando,
vino a ser testigo de la verdadera resurrección.
8. Y tocó y exclamó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Le dijo Jesús: Tú has
creído, Tomás, porque me has visto. Diciendo el apóstol San Pablo que (Hb
11, 1) la fe es el fundamento de las cosas que se esperan y un
convencimiento de las cosas que no se ven, resulta claro en verdad que la fe
es una prueba decisiva de las cosas que no se ven, pues las que se ven, ya
no son objeto de la fe, sino del conocimiento. Ahora bien, ¿por qué, cuando
Tomás vio y palpó, se le dice: Porque has visto has creído? Pues es porque
él vió una cosa y creyó otra; el hombre mortal, cierto que no puede ver la
divinidad; por tanto, él vió al hombre y creyó que era Dios; y así dijo:
¡Señor mío y Dios mío!
Luego, viendo, creyó, porque, conociéndole verdadero hombre, le aclamó Dios,
aunque como tal no podía verle.
9. Causa mucha alegría lo que sigue: Bienaventurados los que sin haber visto
han creído. Sentencia en la que, sin duda, estamos señalados nosotros, que
confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Sí, en ella
estamos significados nosotros, pero con tal que nuestras obras se conformen
con nuestra fe, porque quien cumple en la práctica lo que cree, ése es el
que cree de verdad. Por el contrario, de aquellos que solamente creen con
palabras, dice San Pablo (Tt 1, 16): Profesan conocer a Dios, más lo niegan
con las obras; por eso dice Santiago (2, 17): La fe, si no es acompañada de
obras, está muerta en sí misma; y, por lo mismo, el Señor dice al santo Job,
refiriéndose al antiguo enemigo del género humano (Jb 40, 18): Mira cómo él
se sorbe un río, sin que le parezca haber bebido mucho; aun presume poder
agotar el Jordán entero. Y bien, por el río, ¿quién está significado sino el
género humano, que va pasando?; esto es, el género humano; que corre desde
el principio hasta el fin y que, como agua puesta en movimiento, corre por
la declinación de la carne hasta su término señalado. ¿Y qué se designa por
el Jordán sino la clase de los bautizados?; porque, como el Autor de nuestra
redención se dignó ser bautizado en el rio Jordán, rectamente con el nombre
de Jordán se designa la multitud de los que están comprendidos en el
sacramento del bautismo.
Así, pues, el antiguo enemigo sorbió el río del género humano, porque desde
el principio del mundo hasta la venida del Redentor, salvándose apenas
algunos pocos elegidos, tragó en el vientre de su malicia al género humano;
por eso se dice bien de él: Se sorbe un río y no le parece mucho, pues no
tiene por grande cosa el arrebatar a los infieles. Pero es harto grave lo
que sigue: Y aun presume poder agotar el Jordán entero; porque, después de
haber arrebatado a todos los infieles desde el principio del mundo, aún
presume poder engañar también a los fieles; porque con el lenguaje de su
pestífera persuasión diariamente devora a aquellos cuya vida réproba está en
desacuerdo con la fe que profesan.
10. Por consiguiente, hermanos carísimos, temed esto y prestadle toda
atención; meditadlo con toda solicitud. Ved que celebramos la solemnidad de
la Pascua, pero debemos vivir de modo que merezcamos llegar a las fiestas de
la eternidad. Todas las fiestas que se celebran en el tiempo pasan; procurad
cuantos estáis presentes a esta solemnidad no ser excluidos de la solemnidad
eterna. ¿De qué sirve asistir a las fiestas de los hombres, si aconteciera
faltar a las fiestas de los ángeles? La solemnidad presente es una sombra de
la solemnidad futura, y anualmente celebramos ésta precisamente para ser
llevados a aquella que no es anual, sino perdurable.
Cuando se celebra ésta en su tiempo determinado, confórtese nuestra memoria
con el recuerdo de aquélla; con la repetición del gozo temporal, caliéntese
y enfervorícese el alma en los gozos eternos, para que en la patria se goce
realmente con alegría lo que de aquel gozo se piensa figuradamente durante
la jornada.
Poned, pues, en orden, hermanos, vuestra vida y vuestras costumbres.
Considerad ahora cuán riguroso aparecerá en el juicio este que tan manso ha
resucitado de entre los muertos. Cierto que en el día de su tremendo juicio
aparecerá con los ángeles, con los arcángeles, con los tronos, con las
dominaciones, con los principados y con las potestades, ardiendo los cielos
y la tierra, es decir, aterrorizados en su presencia todos los elementos.
Así que tened presente siempre a este tan severo Juez; temed ahora a este
que ha de venir, para que, cuando venga, le veáis, no temerosos, sino
tranquilos; se le debe temer ahora para no temerle después; sírvanos su
temor para acostumbrarnos a obrar bien; el miedo que nos in-funde aparte de
la perversión nuestra vida.
11. Creedme, hermanos, tanto más seguros estaremos entonces en su presencia,
cuanto más hagamos ahora por recelarnos de la culpa. ¿verdad que, si alguno
de vosotros tuviera que presentarse mañana para informar ante mi tribunal en
un pleito que tuviera con su adversario, tal vez pasaría toda la noche
insomne, discurriendo para sí, solícito y anheloso, qué es lo que él podría
decir y qué respondería a las objeciones; y temería mucho el encontrarme
duro, y temblaría de aparecer culpable? Pero ¿quién o qué soy yo?
Ciertamente, no tardando, después de ser hombre he de ser todo gusanos, y
después de esto, polvo. Luego, si con tanto cuidado se teme el juicio de
quien es polvo, ¿con qué solicitud se debe pensar, con qué miedo se debe
proveer el juicio de tan soberana Majestad?
12. Mas, como hay algunos que dudan de la resurrección de la carne, y como
la demostraremos mejor saliendo a la vez al paso a las dudas ocultas en
vuestros corazones, debemos decir algo acerca de la fe de la resurrección.
Muchos, pues, están dudosos respecto a la resurrección, como nosotros lo
estuvimos en algún tiempo, porque, como ven que en el sepulcro la carne se
convierte en podredumbre y los huesos quedan reducidos a polvo, no creen que
del polvo sean formados otra vez la carne y los huesos; y, como discurriendo
para sí, vienen a decir esto: ¿Cuándo ha surgido del polvo un hombre?
¿Cuándo ha sucedido animarse la ceniza?
A los cuales responderemos brevemente que, para Dios, rehacer lo que ya fue
es mucho menos que el crear lo que no ha existido. ¿o qué maravilla es que
quien creó todas las cosas de la nada torne a hacer del polvo al hombre?;
porque más admirable es haber formado de la nada el cielo y la tierra que el
volver a hacer de la tierra al hombre.
Pero se pone la atención en la ceniza y se duda de que pueda convertirse en
carne, y se busca cómo comprender por medio de la razón el poder de la obra
de Dios.
Tales cosas dicen éstos en sus pensamientos porque los diarios milagros de
Dios, precisamente por su frecuencia, han desmerecido para ellos. Pero ahí
lo tenéis: en el grano de una pequeñísima semilla está encerrada toda la
magnitud del árbol que de ella ha de nacer. Imaginémonos, pues, la admirable
magnitud de un árbol cualquiera; pensemos dónde comenzó al nacer ese árbol
que, creciendo, ha llegado a ser tan grande, y hallaremos, sin duda, su
origen en una pequeñísima semilla. Consideremos ahora dónde está oculta en
aquel pequeño grano la fortaleza del leño, lo áspero de la corteza, su gran
olor y sabor, la abundancia de los frutos y el verdor de las hojas; porque,
si tocamos el grano de la semilla, hallamos que no es fuerte, ¿de dónde,
pues, ha procedido la fortaleza del madero?; tampoco es áspero, ¿de dónde ha
brotado lo áspero de la corteza?; ni tiene sabor, ¿de dónde el sabor de los
frutos?; se le huele y no tiene olor, ¿de dónde el olor fragante de los
frutos?; nada verde muestra en sí, ¿de dónde ha salido el verdor de las
hojas?
Luego en la semilla están juntamente ocultas todas esas cosas que, sin
embargo, no brotan juntamente de la semilla; en realidad, de la semilla se
produce la raíz, de la raíz procede el tallo, del tallo sale el fruto y del
fruto otra vez la semilla.
Añadamos, en consecuencia, que también la semilla se oculta en la semilla;
¿qué tiene, pues, de extraño que del polvo rehaga los huesos, los nervios,
la carne, los cabellos..., aquel que de una pequeña semilla renueva todos
los días, en la gran corpulencia de un árbol, la madera, los frutos y las
hojas?
Por lo tanto, cuando el alma busca dudosa la razón del poder resucitar,
deben presentársele las cuestiones de estas cosas que suceden sin cesar y
que, sin embargo, jamás puede comprender la razón; y ya que no puede
comprender lo que está viendo con los ojos, crea lo que oye referente a las
promesas del poder de Dios.
Meditad, hermanos, en vuestro interior las promesas que son perdurables,
pero tened en menos las que pasan con el tiempo como cosa ya pasada.
Apresuraos a poner toda vuestra voluntad en llegar a la gloria de la
resurrección, que en sí ha puesto de manifiesto la Verdad. Ahuyentad los
deseos terrenales, que apartan del Creador, porque tanto más alto llegaréis
en la presencia de Dios omnipotente cuanto más os distingáis en el amor al
Mediador entre Dios y los hombres, el cual vive y reina con el Padre, en
unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
(SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio, Libro II, Homilía VI, BAC
Madrid 1958, p. 660-68)
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Aplicación:P. Alfredo Saenz, S.J. - Aparición de Cristo resucitado e
incredulidad de Tomás
La perícopa evangélica de este domingo nos refiere una de las apariciones
más impresionantes y aleccionadoras del Señor resucitado.
Sucedió al atardecer del día primero de la semana. Y como Tomás no estaba
con ellos, una vez más el Señor se volvió a aparecer a los ocho días, nos
informa el texto. En el lenguaje antiguo "el día primero de la semana" era
el domingo. Pareciera que Jesús hubiese querido exaltar este día, uniéndolo
tan íntimamente al hecho de su resurrección y a sus consiguientes
manifestaciones pascuales. La Iglesia primitiva recibió celosamente dicha
tradición. "Los que vivían en el antiguo orden de cosas y han llegado a la
nueva esperanza - dice San Ignacio de Antioquía-, no observan más el sábado,
sino el domingo, día en que nuestra vida se ha levantado por Cristo y por su
muerte". Ulteriormente, los Padres de la Iglesia se encargaron de dilucidar
las razones de dicha elección. El domingo cae en el primer día de la semana,
decían, por ser el aniversario de la creación del mundo, así como el
comienzo de la nueva creación inaugurada precisamente en el "día del Señor",
el día en que Cristo resucitó y se manifestó a sus discípulos, el día en que
envió su Espíritu.
Lo cierto es que el domingo aparece en las Escrituras como el día normal de
las apariciones de Cristo. Domingo que debe ser para nosotros el día de la
santa misa, al tiempo que nuestra jornada de reposo semanal, un reposo que
se ordena a la contemplación, el "otium" de los antiguos, que paradojalmente
es lo contrario de la pereza: vida contemplativa, fiesta siempre retomada,
octavo día, figura del reposo final en el cielo. La semana, del lunes al
sábado, es la imagen del tiempo terrestre, el domingo es figura de la
eternidad. Tal es, en resumen, el contenido teológico del domingo: día
cósmico de la creación, día evangélico de la resurrección, día litúrgico de
la Eucaristía, día escatológico del siglo futuro.
En tal día el Señor inauguró sus apariciones pascuales a los apóstoles, les
deseó la paz, y les dio el mandato misional. Luego sopló sobre ellos y
añadió: Recibid el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que
vosotros se los perdonéis, y serán retenidos a los que vosotros se los
retengáis. En el Antiguo Testamento, la acción de soplar sobre otro
significaba la intención de comunicarle algo íntimo y vital. Así Dios sopló
sobre Adán, infundiéndole su aliento de vida. Ahora Cristo sopla sobre su
Iglesia y le da el nuevo espíritu, el Espíritu de vida y de santidad, alma
de la Iglesia. La primera consecuencia de esta infusión del Espíritu es el
poder de perdonar los pecados: el sacramento de la Penitencia está en
relación indisoluble con el Cristo pascual.
Tomás dijo: Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el
dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré. Si no
veo, si no toco, no creo. El apóstol Tomás es el primero de los
positivistas. Para él, aún no había amanecido el día que hizo el Señor,
vivía todavía sumerso en la oscuridad que al atardecer del viernes
entenebreció el Calvario. Se le acerca Cristo, aurora de victoria, y le
dice: Tócame. Admirable torneo entre la pedagogía cariñosa de Cristo y la
torpeza del apóstol incrédulo. Tomás lo tocó, y de ese contacto floreció el
acto de fe: ¡Señor mío y Dios mío! "Tocó a un hombre y conoció a
Dios-comenta San Agustín-, palpó la carne y creyó en el Verbo". Una cosa
vio, y otra creyó. Vio a un hombre, y confesó: Señor mío y Dios mío.
Bienaventurados, dijo Jesús, los que creen sin haber visto.
Somos nosotros, amados hermanos. No hemos visto a Cris-to, pero creemos en
El. No nos es posible "ver" la divinidad de la Iglesia. No siempre podemos
"gozar" de la hermosura de la Iglesia. Dichosos los que creen sin haber
visto. Los que viendo a una Iglesia desgarrada por el pecado de sus
miembros, en el seno de una crisis de fe, a pesar de todo creen en la
Iglesia una, santa e inmortal, en la Iglesia fiel, que con María está al pie
de la Cruz. Necesariamente la vida de fe se desarrolla en la oscuridad. Las
apariencias, y especialmente el mundo, conspiran contra ella. Pero como bien
dice San Juan en la epístola de hoy: "La victoria que triunfa sobre el mundo
es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús
es el Hijo de Dios?". Ver una cosa, creer otra.
Sugiere el texto que Tomás puso su mano en el costado de Cristo. Tocó la
llaga del Señor. El gesto del apóstol nos impele a decir dos palabras sobre
el misterio del corazón de Cristo. La llaga abierta por la lanza del soldado
nos recuerda aquella roca del desierto que, al golpe de Moisés, abrió su
seno para dar de beber al pueblo sediento. La roca era Cristo, dice San
Pablo. El Señor se dejó llagar para que a través de esas llagas su bondad se
derramara sobre nosotros. Del costado herido de Jesús que dormía sobre el
madero nació el sacramento admirable de la Iglesia entera. Muerto en la
Cruz, es fuente de vida; el agua, y la sangre que brotaron de su costado
dieron nacimiento a la Iglesia, nueva Eva, nacida del costado de su Esposo
dormido. Esa agua y esa sangre son sacramentales porque representan los dos
sacramentos pascuales con los que se edifica la Iglesia: el, Bautismo y la
Eucaristía.
El símbolo del corazón abierto de Jesús constituye, así, la síntesis más
acabada del complejo acto pascual. Pascua es un misterio de muerte y de
vida. Y el corazón de Cristo lleva inscripto en sí esa estructura bipolar,
de muerte y de vida, de agotamiento radical y de fecundidad inexhausta.
Abierto por la lanza, dice el evangelista que "al punto" salió sangre y
agua, es decir, en el mismo instante en que la herida circuncidó su carne.
En la unidad histórica más estrecha se realizó la doble acción salvadora:
por una parte, la transfixión, que era el último rito de inmolación del
cordero pascual, y por otra, la apertura de la fuente de agua viva, que
representa la primera efusión de su triunfo espiritual. El Misterio Pascual
es, de este modo, la manifestación del amor misericordioso que Dios
experimenta por el hombre. Y todo ese amor se resume en el misterio del
corazón de Cristo.
En el momento de acercarnos a recibir el Cuerpo de Jesús podemos orar de
esta manera: "Cuando te apoyes, Señor, sobre mis labios, permíteme que te
diga como tu apóstol incrédulo: Señor mío y Dios mío. No sería decoroso que
tuvieras que presentarme tus cicatrices para convencerme. Señor, que cuando
toque con mis labios los accidentes de pan, y pruebe con mi lengua el sabor
del vino, firmemente crea en tu presencia divina, real y sustancial; que
mientras palpe con mis sentidos tus humildes apariencias eucarísticas,
penetre con la fe en el misterio de tu gloria pascual. Que por esta comunión
me sumerja un poco más en el misterio de tu Corazón y con él me identifique
de tal modo que sufriendo como Tú la herida de mi muerte cotidiana, pueda
tomar parte en la victoria de Tu efusión final. Amén".
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos
Aires, 1993, p. 130-133)
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Aplicación: Sor Ma. Elizbieta Siepak - Santa Faustina Kowalska y la devoción
a la Divina Misericordia
La misión de Sor Faustina consiste, en resumen, en recordar una verdad de la
fe, conocida desde siempre, pero olvidada, sobre el amor misericordioso de
Dios al hombre y en transmitir nuevas formas de culto a la Divina
Misericordia, cuya práctica ha de llevar a la renovación religiosa en el
espíritu de confianza y misericordia cristianas.
El Diario que Sor Faustina escribió durante los últimos 4 años de su vida
por un claro mandato del Señor Jesús, es una forma de memorial, en el que la
autora registraba, al corriente y en retrospectiva, sobre todo los
"encuentros" de su alma con Dios. Para sacar de estos apuntes la esencia de
su misión, fue necesario un análisis científico. El mismo fue hecho por el
conocido y destacado teólogo, Padre profesor ignacy Rózycki. Su extenso
análisis fue resumido en la disertación titulada "La Divina Misericordia.
Líneas fundamentales de la devoción a la Divina Misericordia." A la luz de
este trabajo resulta que todas las publicaciones anteriores a él, dedicadas
a la devoción a la Divina Misericordia transmitida por Sor Faustina,
contienen solamente algunos elementos de esta devoción, acentuando a veces
cuestiones sin importancia para ella. Por ejemplo, destacan la letanía o la
novena, haciendo caso omiso a la Hora de la Misericordia. El mismo Padre
Rózycki hace referencia a ese aspecto diciendo: "Antes de conocer las formas
concretas de la devoción a la Divina Misericordia, cabe decir que no figuran
entre ellas las conocidas y populares novenas ni letanías."
La base para distinguir éstas y no otras oraciones o prácticas religiosas
como nuevas formas de culto a la Divina Misericordia, lo son las concretas
promesas que el Señor Jesús prometió cumplir bajo la condición de confiar en
la bondad de Dios y practicar misericordia para con el prójimo. El Padre
Rózycki distingue cinco formas de la devoción a la Divina Misericordia.
a. La imagen de Jesús Misericordioso. El esbozo de la imagen le fue revelado
a Sor Faustina en la visión del 22 de febrero de 1931 en su celda del
convento de Plock. "Al anochecer, estando yo en mi celda - escribe en el
Diario - ví al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano
levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la
abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro
pálido. ( ...) Después de un momento, Jesús me dijo: Pinta una imagen según
el modelo que ves, y firma: Jesús, en Ti confío (Diario 47). Quiero que esta
imagen (...) sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la
Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia"
Diario, 49).
El contenido de la imagen se relaciona, pues, muy estrechamente con la
liturgia de ese domingo. Ese día la Iglesia lee el Evangelio según San Juan
sobre la aparición de Cristo resucitado en el Cenáculo y la institución del
sacramento de la penitencia (Jn 20, 19-29). Así, la imagen presenta al
Salvador resucitado que trae la paz a la humanidad por medio del perdón de
los pecados, a precio de su Pasión y muerte en la cruz. Los rayos de la
Sangre y del Agua que brotan del Corazón (invisible en la imagen) traspasado
por la lanza y las señales de los clavos, evocan los acontecimientos del
Viernes Santo (Jn 19, 17-18, 33-37). Así pues, la imagen de Jesús
Misericordioso une en sí estos dos actos evangélicos que hablan con la mayor
claridad del amor de Dios al hombre.
Los elementos más característicos de esta imagen de Cristo son los rayos. El
Señor Jesús, preguntado por lo que significaban, explicó: "El rayo pálido
simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la
Sangre que es la vida de las almas (....). Bienaventurado quien viva a la
sombra de ellos" (Diario, 299). Purifican el alma los sacramentos del
bautismo y de la penitencia, mientras que la alimenta plenamente la
Eucaristía. Entonces, ambos rayos significan los sacramentos y todas las
gracias del Espíritu Santo cuyo símbolo bíblico es el agua y también la
nueva alianza de Dios con el hombre contraída en la Sangre de Cristo.
A la imagen de Jesús Misericordioso se le da con frecuencia el nombre de
imagen de la divina Misericordia. Es justo porque la Misericordia de Dios
hacia el hombre se reveló con la mayor plenitud en el misterio pascual de
Cristo.
La imagen no presenta solamente la Misericordia de Dios, sino que también es
una señal que ha de recordar el deber cristiano de confiar en Dios y amar
activamente al prójimo. En la parte de abajo - según la voluntad de Cristo -
figura la firma: "Jesús, en Ti confío". "Esta imagen ha de recordar las
exigencias de Mi misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea,
es inútil" (Diario, 742).
Así comprendido el culto a la imagen, a saber, la actitud cristiana de
confianza y misericordia, vinculó el Señor Jesús promesas especiales de: la
salvación eterna, grandes progresos en el camino hacia la perfección
cristiana, la gracia de una muerte feliz, y todas las demás gracias que le
fueren pedidas con confianza. "Por medio de esta imagen colmare a las almas
con muchas gracias. Por eso quiero, que cada alma tenga acceso a ella"
(Diario, 570).
b. La Fiesta de la Misericordia. De entre todas las formas de la devoción a
la Divina Misericordia reveladas por Sor Faustina, ésta es la que tiene
mayor importancia. El Señor Jesús habló por primera vez del establecimiento
de esta Fiesta en Plock en 1931, cuando comunicó a Sor Faustina su deseo de
que pintara la imagen: "Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero
que esta imagen que pintarás con el pincel sea bendecida con solemnidad el
primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la
Fiesta de la Misericordia" (Diario, 49).
La elección del primer domingo después de la Pascua de Resurrección para la
Fiesta de la Misericordia, tiene su profundo sentido teológico e indica una
estrecha relación entre el misterio pascual de redención y el misterio de la
Divina Misericordia. Esta relación se ve subrayada aún más por la novena de
coronillas a la Divina Misericordia que antecede la Fiesta y que empieza el
Viernes Santo.
La fiesta no es solamente un día de adoración especial de Dios en el
misterio de la misericordia, sino también el tiempo en que Dios colma de
gracias a todas las personas. "Deseo - dijo el Señor Jesús - que la Fiesta
de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y,
especialmente, para los pobres pecadores (Diario, 699). Las almas mueren a
pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es
decir, la Fiesta de Mi Misericordia. Si no adoran Mi misericordia morirán
para siempre" (Diario, 965).
Las promesas extraordinarias que el Señor Jesús vinculo a la Fiesta
demuestran la grandeza de la misma. "Quien se acerque ese día a la Fuente de
Vida - dijo Cristo - recibirá el perdón total de las culpas y de las penas"
(Diario, 300). "Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia.
Derramo todo un mar de gracias sobre aquellas almas que se acercan al
manantial de Mi misericordia; (....) que ningún alma tenga miedo de
acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata" (Diario, 699).
Para poder recibir estos grandes dones hay que cumplir las condiciones de la
devoción a la Divina Misericordia (confiar en la bondad de Dios y amar
activamente al prójimo), estar en el estado de gracia santificante (después
de confesarse) y recibir dignamente la Santa Comunión. "No encontrará alma
ninguna la justificación - explicó Jesús - hasta que no se dirija con
confianza a Mi misericordia y por eso el primer domingo después de la Pascua
ha de ser la Fiesta de la Misericordia. Ese día los sacerdotes deben hablar
a las almas sobre Mi misericordia infinita" (Diario, 570).
c. La coronilla a la Divina Misericordia. El Señor Jesús dictó esta oración
a Sor Faustina entre el 13 y el 14 de septiembre de 1935 en vilna, como una
oración para aplacar la ira divina (vea el Diario, 474 - 476).
Las personas que rezan esta coronilla ofrecen a Dios Padre "el Cuerpo y la
Sangre, el Alma y la Divinidad" de Jesucristo como propiciación de sus
pecados, los pecados de sus familiares y los del mundo entero. Al unirse al
sacrificio de Jesús, apelan a este amor con el que Dios Padre ama a Su Hijo
y en El a todas las personas.
En esta oración piden también "misericordia para nosotros y el mundo entero"
haciendo, de este modo, un acto de misericordia. Agregando a ello una
actitud de confianza y cumpliendo las condiciones que deben caracterizar
cada oración buena (la humildad, la perseverancia, la sumisión a la voluntad
de Dios), los fieles pueden esperar el cumplimiento de las promesas de
Cristo que se refieren especialmente a la hora de la muerte: la gracia de la
conversión y una muerte serena. Gozarán de estas gracias no solo las
personas que recen esta coronilla, sino también los moribundos por cuya
intención la recen otras personas. "Cuando la coronilla es rezada junto al
agonizante - dijo el Señor Jesús - se aplaca la ira divina y la insondable
misericordia envuelve al alma" (Diario, 811). La promesa general es la
siguiente: "Quienes recen esta coronilla, me complazco en darles todo lo que
me
pidan (Diario, 1541, ( ) si lo que me pidan esté conforme con Mi voluntad"
(Diario, 1731). Todo lo que es contrario a la voluntad de Dios no es bueno
para el hombre, particularmente para su felicidad eterna.
"Por el rezo de esta coronilla - dijo Jesús en otra ocasión - Me acercas la
humanidad (Diario, 929).
A las almas que recen esta coronilla, Mi misericordia las envolverá ( ) de
vida y especialmente a la hora de la muerte" (Diario, 754).
d. La Hora de la Misericordia. En octubre de 1937, en unas circunstancias
poco
aclaradas por Sor Faustina, el Señor Jesús encomendó adorar la hora de su
muerte: "Cuantas veces oigas el reloj dando las tres, sumérgete en Mi
misericordia, adorándola y glorificándola; suplica su omnipotencia para el
mundo entero y, especialmente, para los pobres pecadores, ya que en ese
momento, se abrió de par en par para cada alma" (Diario, 1572).
El Señor Jesús definió bastante claramente los propios modos de orar de esta
forma de culto a la Divina Misericordia. "En esa hora - dijo a Sor Faustina
- procura rezar el Vía Crucis, en cuanto te lo permitan tus deberes; y si no
puedes rezar el Vía Crucis, por lo menos entra un momento en la capilla y
adora en el Santísimo Sacramento a Mi Corazón que está lleno de
misericordia. Y si no puedes entrar en la capilla, sumérgete en oración allí
donde estés, aunque sea por un brevísimo instante" (Diario, 1572).
El Padre Rózycki habla de tres condiciones para que sean escuchadas las
oraciones de esa hora:
1. La oración ha de ser dirigida a Jesús.
2. Ha de ser rezada a las tres de la tarde.
3. Ha de apelar a los valores y méritos de la Pasión del Señor.
"En esa hora - prometió Jesús - puedes obtener todo lo que pidas para ti o
para los demás. En esa hora se estableció la gracia para el mundo entero: la
misericordia triunfó sobre
la justicia" (Diario, 1572).
e. La propagación de la devoción a la Divina Misericordia. Entre las formas
de devoción a la Divina
Misericordia, el Padre Rózycki distingue además la propagación de la
devoción a la Divina Misericordia, porque con ella también se relacionan
algunas promesas de Cristo. "A las almas que propagan la devoción a Mi
misericordia, las protejo durante toda su vida como una madre cariñosa a su
niño recién nacido y a la hora de la muerte no seré para ellas el Juez, sino
el Salvador Misericordioso" (Diario, 1075).
La esencia del culto a la Divina Misericordia consiste en la actitud de
confianza hacia Dios y la caridad hacia el prójimo. El Señor Jesús exige que
"sus criaturas confíen en El" (Diario, 1059) y hagan obras de misericordia:
a través de sus actos, sus palabras y su oración. "Debes mostrar
misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de
hacerlo, ni excusarte, ni justificarte" (Diario, 742). Cristo desea que sus
devotos hagan al día por lo menos un acto de amor hacia el prójimo.
La propagación de la devoción a la Divina Misericordia no requiere
necesariamente muchas palabras pero sí, siempre, una actitud cristiana de
fe, de confianza en Dios, y el propósito de ser cada vez más misericordioso.
un ejemplo de tal apostolado lo dio Sor Faustina durante toda su vida.
f. El culto a la Divina Misericordia tiene como fin renovar la vida
religiosa en la Iglesia en el espíritu de confianza cristiana y
misericordia. En este contexto hay que leer la idea de "la nueva
Congregación" que encontramos en las páginas del Diario. En la mente de la
propia Sor Faustina este deseo de Cristo maduró poco a poco, teniendo cierta
evolución: de la orden estrictamente contemplativa al movimiento formado
también por Congregaciones activas, masculinas y femeninas, así como por un
amplio círculo de laicos en el mundo. Esta gran comunidad multinacional de
personas constituye una sola familia unida por Dios en el misterio de su
misericordia, por el deseo de reflejar este atributo de Dios en sus propios
corazones y en sus obras y de reflejar su gloria en todas las almas. Es una
comunidad de personas de diferentes estados y vocaciones que viven en el
espíritu evangélico de confianza y misericordia, profesan y propagan con sus
vidas y sus palabras el inabarcable misterio de la Divina Misericordia e
imploran la Divina Misericordia para el mundo entero.
La misión de Sor Faustina tiene su profunda justificación en la Sagrada
Escritura y en algunos documentos de la Iglesia. Corresponde plenamente a la
encíclica Dives in misericordia del Santo Padre Juan Pablo II.
¡Para mayor gloria de la Divina Misericordia!
Sor Ma. Elizbieta Siepak, de la Congregación de las
Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia
(Cracovia - Lagiewniki)
(SANTA MARCA FAUSTINA KOwALSKA, Diario de la Divina Misericordia en mi alma,
Editorial de los Padres Marianos de la Inmaculada Concepción de la Santísima
Virgen Maria, Edición cuarta autorizada, Stockbridge, Massachussets, 2001,
tomado de la Introducción)
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Aplicación: S. Juan Pablo II - Dichosos los que han creído
Esta vigilia, como atestigua incluso su forma actual, representaba un día
grande para los catecúmenos, que durante la noche pascual, por medio del
bautismo, eran sepultados juntamente con Cristo en la muerte para poder
caminar en una vida nueva, así como Cristo fue resucitado de entre los
muertos por medio de la gloria del Padre (cf. Rom 6,4).
San Pablo ha presentado el misterio del bautismo en esta imagen sugestiva.
De este modo la noche que precede al domingo de Resurrección se ha
convertido realmente para ello, en "Pascua", es decir, el Paso del pecado, o
sea, de la muerte del espíritu, a la Gracia; estos, a la vida en el Espíritu
Santo. Ha sido la noche de una verdadera resurrección en el Espíritu. Como
signo de la gracia santificante, los neo-bautizados recibían, durante el
bautismo, una vestidura blanca, que los distinguía durante toda la octava de
Pascua. En este día del ii domingo de Pascua, deponían tales vestidos; de
donde el antiquísimo nombre de este día: domingo in Albis depositis.
Hoy, pues, deseamos cantar juntos aquí la alegría de la resurrección del
Señor, así como lo anuncia la liturgia de este domingo.
"Dad gracias porque es bueno, porque es eterna su misericordia... Este es el
día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo" (Sal 117/118,
1.24).
Deseamos también dar gracias por el inefable don de la fe, que ha descendido
a nuestros corazones y se refuerza constantemente mediante el misterio de la
resurrección del Señor. San Juan nos habla hoy de la grandeza de este don en
las potentes palabras de su Carta: "pues todo lo que ha nacido de Dios vence
al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe.
Pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo
de Dios?" (1 Jn 5,45).
Nosotros, pues, damos gracias a Cristo resucitado con una gran alegría en el
corazón, porque nos hace participar en su victoria. Al mismo tiempo le
suplicamos humildemente que no cesemos nunca de ser partícipes, con la fe,
de esta victoria: particularmente en los momentos difíciles y críticos, en
los momentos de las desilusiones y de los sufrimientos, cuando estamos
expuestos a la tentación y a las pruebas. Sin embargo, sabemos lo que
escribe San Pablo: "Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo
Jesús sufrirán persecuciones" (2 Tim 3,12). Y he aquí todavía las palabras
de San Pedro: "Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que
todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que
la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es
probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de
honor, en la Revelación de Jesucristo" (1 Pe 1,6-7).
Los cristianos de las primeras generaciones de la Iglesia se preparaban para
el bautismo largamente y a fondo. Éste es el período del catecumenado, cuyas
tradiciones se reflejan todavía en la liturgia de la Cuaresma. En la medida
que se fue desarrollando la tradición del bautismo de los niños el
catecumenado en esta forma debía desaparecer. Los niños recibían el bautismo
en la fe de la Iglesia de la que eran fiadores toda la comunidad cristiana.
En el domingo in Albis la liturgia de la Iglesia hace de nosotros testigos
del encuentro de Cristo resucitado con los Apóstoles en el Cenáculo de
Jerusalén. La figura del Apóstol Tomás y el coloquio de Cristo con él atraen
siempre nuestra atención particular. El Maestro resucitado le permite de
modo singular reconocer las señales de su pasión y convencerse así de la
realidad de su resurrección. Entonces Santo Tomás, que antes no quería
creer, expresa su fe con las palabras: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20,28).
Jesús le responde: "Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver
creyeron" (Jn 20,29).
Mediante la experiencia de la Cuaresma, tocando en cierto sentido las
señales de la pasión de Cristo, y mediante la solemnidad de su resurrección,
se renueva y se refuerza nuestra fe, y también la fe de los que están
desconfiados, tibios, indiferentes, alejados.
¡Y la bendición que el Resucitado pronunció en el coloquio con Tomás,
"dichosos los que han creído", permanezca con todos nosotros!
(Homilía en la parroquia romana de San Pancracio, 22 de abrilde 1979)
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Aplicación: SS. Papa Francisco - La misericordia de Dios
1. Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua, también llamado "de la
Divina Misericordia". Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida:
la misericordia de Dios. un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos
tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene,
nos levanta, nos guía.
2. En el Evangelio de hoy, el apóstol Tomás experimenta precisamente esta
misericordia de Dios, que tiene un rostro concreto, el de Jesús, el de Jesús
resucitado. Tomás no se fía de lo que dicen los otros Apóstoles: "Hemos
visto el Señor"; no le basta la promesa de Jesús, que había anunciado: al
tercer día resucitaré. Quiere ver, quiere meter su mano en la señal de los
clavos y del costado. ¿Cuál es la reacción de Jesús? La paciencia: Jesús no
abandona al terco Tomás en su incredulidad; le da una semana de tiempo, no
le cierra la puerta, espera. Y Tomás reconoce su propia pobreza, la poca fe:
"Señor mío y Dios mío": con esta invocación simple, pero llena de fe,
responde a la paciencia de Jesús. Se deja envolver por la misericordia
divina, la ve ante sí, en las heridas de las manos y de los pies, en el
costado abierto, y recobra la confianza: es un hombre nuevo, ya no es
incrédulo sino creyente.
Y recordemos también a Pedro: que tres veces reniega de Jesús precisamente
cuando debía estar más cerca de él; y cuando toca el fondo encuentra la
mirada de Jesús que, con paciencia, sin palabras, le dice: "Pedro, no tengas
miedo de tu debilidad, confía en mí"; y Pedro comprende, siente la mirada de
amor de Jesús y llora. Qué hermosa es esta mirada de Jesús - cuánta ternura
-. Hermanos y hermanas, no perdamos nunca la confianza en la paciente
misericordia de Dios.
Pensemos en los dos discípulos de Emaús: el rostro triste, un caminar
errante, sin esperanza. Pero Jesús no les abandona: recorre a su lado el
camino, y no sólo. Con paciencia explica las Escrituras que se referían a Él
y se detiene a compartir con ellos la comida. Éste es el estilo de Dios: no
es impaciente como nosotros, que frecuentemente queremos todo y enseguida,
también con las personas. Dios es paciente con nosotros porque nos ama, y
quien ama comprende, espera, da confianza, no abandona, no corta los
puentes, sabe perdonar. Recordémoslo en nuestra vida de cristianos: Dios nos
espera siempre, aun cuando nos hayamos alejado. Él no está nunca lejos, y si
volvemos a Él, está preparado para abrazarnos.
A mí me produce siempre una gran impresión releer la parábola del Padre
misericordioso, me impresiona porque me infunde siempre una gran esperanza.
Pensad en aquel hijo menor que estaba en la casa del Padre, era amado; y aun
así quiere su parte de la herencia; y se va, lo gasta todo, llega al nivel
más bajo, muy lejos del Padre; y cuando ha tocado fondo, siente la nostalgia
del calor de la casa paterna y vuelve. ¿Y el Padre? ¿Había olvidado al Hijo?
No, nunca. Está allí, lo ve desde lejos, lo estaba esperando cada día, cada
momento: ha estado siempre en su corazón como hijo, incluso cuando lo había
abandonado, incluso cuando había dilapidado todo el patrimonio, es decir su
libertad; el Padre con paciencia y amor, con esperanza y misericordia no
había dejado ni un momento de pensar en él, y en cuanto lo ve, todavía
lejano, corre a su encuentro y lo abraza con ternura, la ternura de Dios,
sin una palabra de reproche: Ha vuelto. Y esta es la alegría del padre. En
ese abrazo al hijo está toda esta alegría: ¡Ha vuelto!. Dios siempre nos
espera, no se cansa. Jesús nos muestra esta paciencia misericordiosa de Dios
para que recobremos la confianza, la esperanza, siempre. un gran teólogo
alemán, Romano Guardini, decía que Dios responde a nuestra debilidad con su
paciencia y éste es el motivo de nuestra confianza, de nuestra esperanza
(cf.Glaubenserkenntnis, Würzburg 1949, 28). Es como un diálogo entre nuestra
debilidad y la paciencia de Dios, es un diálogo que si lo hacemos, nos da
esperanza.
3. Quisiera subrayar otro elemento: la paciencia de Dios debe encontrar en
nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el
pecado que haya en nuestra vida. Jesús invita a Tomás a meter su mano en las
llagas de sus manos y de sus pies y en la herida de su costado. También
nosotros podemos entrar en las llagas de Jesús, podemos tocarlo realmente; y
esto ocurre cada vez que recibimos los sacramentos. San Bernardo, en una
bella homilía, dice: "A través de estas hendiduras, puedo libar miel
silvestre y aceite de rocas de pedernal (cf. Dt 32,13), es decir, puedo
gustar y ver qué bueno es el Señor" (Sermón 61, 4. Sobre el libro del Cantar
de los cantares). Es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros
estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón. Tomás lo
había entendido. San Bernardo se pregunta: ¿En qué puedo poner mi confianza?
¿En mis méritos? Pero "mi único mérito es la misericordia de Dios. No seré
pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la
misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos" (ibid, 5).
Esto es importante: la valentía de confiarme a la misericordia de Jesús, de
confiar en su paciencia, de refugiarme siempre en las heridas de su amor.
San Bernardo llega a afirmar: "Y, aunque tengo conciencia de mis muchos
pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia (Rm 5,20)"
(ibid.).Tal vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi
lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es
como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios
pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te
espera precisamente a ti, te pide sólo el valor de regresar a Él. Cuántas
veces en mi ministerio pastoral me han repetido: "Padre, tengo muchos
pecados"; y la invitación que he hecho siempre es: "No temas, ve con Él, te
está esperando, Él hará todo". Cuántas propuestas mundanas sentimos a
nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios,
la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos
importantes, es más somos lo más importante que tiene; aun siendo pecadores,
somos lo que más le importa.
Adán después del pecado sintió vergüenza, se ve desnudo, siente el peso de
lo que ha hecho; y sin embargo Dios no lo abandona: si en ese momento, con
el pecado, inicia nuestro exilio de Dios, hay ya una promesa de vuelta, la
posibilidad de volver a Él. Dios pregunta enseguida: "Adán, ¿dónde estás?",
lo busca. Jesús quedó desnudo por nosotros, cargó con la vergüenza de Adán,
con la desnudez de su pecado para lavar nuestro pecado: sus llagas nos han
curado. Acordaos de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino de
mis debilidades, de mi pobreza? Precisamente sintiendo mi pecado, mirando mi
pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su amor, e ir
hacia Él para recibir su perdón.
En mi vida personal, he visto muchas veces el rostro misericordioso de Dios,
su paciencia; he visto también en muchas personas la determinación de entrar
en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí, acepta mi pobreza,
esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre. Y he visto siempre
que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado.
Queridos hermanos y hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de
Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el
valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que
Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su
ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más
capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor.
(Basílica de San Juan de Letrán, II Domingo de Pascua o de la Divina
Misericordia, 7 de abril de 2013)
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Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - La Divina Misericordia
1. Celebramos hoy el día de la DIVINA MISERICORDIA. Es una devoción muy
difundida hoy en la Iglesia Católica después de las revelaciones que recibió
la monja polaca Sor María Faustina Kowalska.
2. Dios es PADRE MISERICORDIOSO, y le gusta que acudamos y nos fiemos de su
infinita misericordia.
3. La infinita misericordia de Dios está reflejada en la Biblia de modo
claro y bonito.
4.- Dice la Biblia: "Como el viento norte borra las nubes del cielo, así mi
misericordia borra los pecados de tu alma". ¿os habéis fijado qué bonito es
el cielo cuando sopla el viento norte? ¡Qué azul tan resplandeciente! Ha
borrado todas las nubes. Así borra la misericordia de Dios los pecados de
nuestra alma.
5. Dice la Biblia: "Yo arrojaré tus pecados al fondo del mar para que nunca
más vuelvan a salir a flote". Lo que Dios me perdona me lo perdona para
siempre, nunca más me lo echa en cara.
6. Dios perdona todo y del todo. Quinientos mil millones de pecados que yo
tuviera, Dios me los perdona. Y me los perdona para siempre.
7. Pero esta infinita misericordia de Dios hay que armonizarla con su
justicia. Para que Dios me perdone, tengo que arrepentirme. Dios no puede
perdonar al que no se arrepiente.
8. Por eso el infierno es eterno, porque después de la muerte ya no es
posible el arrepentimiento. Ni en el cielo se puede pecar, ni en el infierno
arrepentirse. Eternamente sin pedir perdón, y Dios eternamente sin perdonar.
No porque a Dios le falte misericordia, sino porque el pecador no puso la
condición indispensable para obtener el perdón.
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La paz Jn 20, 19-31
Tres veces, Jesús les da la paz a los apóstoles. Dos veces en la primera
aparición y una en la segunda, siempre en el Cenáculo. En la primera no
estaba Tomás. Si bien la Biblia de Jerusalén comenta que este saludo era
ordinario entre los judíos, Jesús les da verdaderamente la paz que
necesitaban porque deseaban verle resucitado. Él, para disipar totalmente
[3] la turbación de su presencia come delante de ellos y [4] nuevamente les
desea la paz aquietándolos completamente.
Cuando Jesús les dio la paz recién comenzaron a ver. Y luego de pacificarlos
definitivamente les expone su plan de misión universal. Sólo el alma en paz
ve la voluntad del Señor y entiende en su totalidad el mensaje divino.
Antes de la llegada de Jesús se encontraban apesadumbrados, tristes,
desesperanzados, derrotados en sus anhelos íntimos. La aparición de Jesús
disipa los obstáculos para que alcancen la paz. Su aparición y la comunión
con ellos les dan la paz.
Sólo Jesús nos da la paz porque nos reconcilia con Dios. Si no estamos
unidos a Jesús no tenemos verdadera paz.
La paz es efecto de la caridad[5]. Del amor a Dios y del amor al prójimo. El
amor a Dios nos pacifica en nuestro interior y el amor al prójimo nos
pacifica con los demás.
Todos deseamos la paz. La paz es el fin del camino "que la paz de Cristo
reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados"[6]. El amor
da la paz. La paz es fruto del Espíritu [7] Santo, Amor subsistente . Nadie
quiere vivir intranquilo.
Primero tenemos que lograr la paz en nosotros mismos. La paz es un don de
Dios por eso hay que pedirla a Dios. Para conseguirla hay que integrar todas
nuestras tendencias, todo lo que queremos alcanzar, en una tendencia única
que contenga a las demás. Esa tendencia es el amor a Jesús. Todo lo que
deseemos y queramos sea por amor a Jesús.
¿Y las cosas malas? Nadie busca las cosas malas por si, sino bajo la razón
de bien. Muchas veces buscamos bienes aparentes y estos nos dan una falsa
paz que, con prontitud se evapora. La paz del mundo es una paz falsa, por
eso tenemos que alejarnos del mundo "si habéis resucitado con Cristo, buscad
las cosas de arriba, donde esta Cristo [...] porque habéis
muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios"[8].
Por eso la verdadera paz se logra en la guerra, en la lucha contra nosotros
mismos, contra nuestras tendencias desordenadas. Tenemos que ordenar en
nosotros esas tendencias para amar sólo a Jesús y eso implica lucha.
San Agustín dice que la paz "es la tranquilidad en el orden"[9], es decir,
la paz se logra cuando nada inquieta nuestro corazón porque está ordenado.
Cuando no hay tendencia que nos aparte del amor de Jesús y por ende nos
intranquilice.
El pecado nos hace perder la paz porque nos separa de Jesús. Conseguimos lo
que deseamos, la criatura, pero perdemos a Jesús. Conseguimos una falsa paz
porque conseguimos un bien que no aquieta completamente nuestro deseo. Solo
Jesús nos trae la verdadera paz. La verdadera paz se da únicamente en el
alma en gracia.
La paz en esta vida es imperfecta. Siempre habrá que luchar contra alguna
tendencia desordenada. Hay cosas de dentro y de fuera que contradicen y
perturban la paz.
La paz es la expresión de una conciencia tranquila. La turbación se produce
cuando el alma se desordena.
En la primera aparición Jesús pacificó a los diez que estaban reunidos; en
la segunda, al incrédulo Tomás que necesitaba palpar las llagas para
conseguir la paz. Jesús le dio la paz pero condescendió a su petición
permitiendo que tocara sus llagas. Luego le reprochó su falta de fe. En este
reproche hay una enseñanza para nosotros: somos dichosos porque creemos sin
ver ni tocar.
Jesús nos consuela. El amor de Jesús hacia nosotros nos trae la alegría y la
paz.
Debemos unirnos a Jesús para orientar todos nuestros deseos a su servicio.
Que trabaje, estudie, pasee, etc. y todo lo bueno que desee por Jesús, para
agradarle. Así lograré la paz en mí. Por supuesto, que debo luchar
permanentemente contra todos aquellos apetitos que sean desordenados y que
me pueden apartar de Jesús.
Si vivo en paz, mi paz se extenderá sola a los que me rodean.
La paz con el prójimo se da cuando tendemos a un mismo fin. Cuando mi
corazón y el del prójimo buscan una misma cosa. Será más elevada la paz que
habrá con el prójimo cuanto más alto sea el bien que busquemos en común. La
más perfecta paz se dará cuando ambos busquemos a Dios.
¿Y en el mundo de hoy como hacemos, pues, la gente sólo se ocupa de las
cosas de la tierra? Pacifiquémonos a nosotros mismos y nuestra paz se
expandirá. Además, la paz nos hace discernir la mejor manera de obrar. Al
menos en un principio la paz con la gente que nos rodea debe ponerse en algo
bueno. En un verdadero bien, aunque en principio no sea el Sumo Bien que a
todos integra.
Es muy importante buscar la paz. "Bienaventurados los pacíficos porque ellos
serán llamados hijos de Dios”[10]. A los pacíficos Dios los tiene como los
hijos predilectos.
Por eso la paz verdadera no es la ausencia de guerras como muchas veces se
proclama sino que la verdadera paz se da en el interior. un corazón
pacificado no se levanta contra su prójimo. Sólo la disensión destruye la
paz. Sea la disensión en el hombre mismo o con otro hombre.
La manera de vencer la disensión entre los hombres es pacificarse a sí mismo
y luego el ejemplo hará que nuestro entorno reoriente las tendencias
apetitivas hacia bienes verdaderos. Hoy es el testimonio lo que puede
convertir al mundo.
Jesús es el que nos trae la verdadera paz. En la unión intima con Jesús
lograremos la paz que tanto deseamos y que tanto desea el mundo entero.
[1] San Lucas y San Juan se completan mutuamente aquí, sin tener que forzar
la armonía.
[2] No es solamente porque San Lucas cuenta de otra manera la venida del
Espíritu Santo en Pentecostés, es porqueel mismo San Juan consideraba esta
misión solemne del Espíritu como un don del Hijo subido ya al Padre y para
consolar y fortalecer a los suyos en su ausencia (14,16-26; 16,7-13).
[3] Lc 24, 43
[4] Jn 20, 21
[5] II-II, 29, 3
[6] Col 3, 15
[7] Cf. Ga 5
[8] Col 3, 1.3
[9] Cf. SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 19, 13, 1, O.C. (XVII), BAC Madrid
20045
[10] Mt 5, 9
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La llaga del costado (Jn
20,19-31)
Introducción
"En todo el mundo, el segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de
Domingo de la Divina Misericordia". Son palabras de San Juan Pablo II dichas
el 30 de abril de 2000, durante la Misa de canonización de Santa Faustina
Kowalska. De esta manera el Papa magno cumplía un deseo del mismo Jesús,
expresado a Santa Faustina: "Deseo que el primer domingo después de la
Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia"1.
Ese mismo Jesús se le había aparecido a Santa Faustina plasmando en una
imagen lo que sería el punto focal de su mensaje: la llaga del costado. En
efecto, Jesús se presenta de pie, con el dedo índice de la mano izquierda
señalando la llaga del costado; de esa llaga salen dos rayos, uno blanco y
otro rojo. La interpretación de esta imagen se la dio el mismo Jesús a Santa
Faustina: "Los dos rayos significan la Sangre y el Agua"2.
Podríamos decir que la imagen del Jesús de la Divina Misericordia, tal como
se apareció a Santa Faustina, es una representación plástica del evangelio
de hoy. En efecto, en el evangelio de hoy Jesús, poniéndose en medio de sus
Apóstoles en una actitud demostrativa, muestra su llaga del costado a todos
ellos. En el mismo evangelio de hoy, aunque la escena sucede ocho días
después, Jesús reta a Tomás Apóstol a que, efectivamente, meta los dedos en
su llaga del costado.
Por lo tanto, en la llaga del costado de Jesús resucitado se resume todo el
mensaje de la divina misericordia.
1. Una llaga abierta
Santo Tomás de Aquino concibe la llaga del costado de Jesús resucitado con
un realismo que apabulla. Para él, la llaga del costado de Jesús resucitado
estaba realmente abierta; cicatrizada, pero abierta. Tanto, que crea un
problema teológico. En efecto, una de las objeciones que recibe su
concepción es la siguiente: "El cuerpo de Cristo resucitó íntegro. Ahora
bien, la apertura de las heridas contraría la integridad del cuerpo, porque
a causa de esa apertura se rompe la continuidad del cuerpo. Por lo tanto, no
parece conveniente que en el cuerpo de Cristo resucitado permaneciera la
apertura de las heridas. En todo caso, podría haber sido conveniente que
permanecieran las marcas de las heridas, lo cual era suficiente para el
órgano de la vista, por el cual Tomás
creyó, tal como está dicho: 'Porque me viste, Tomás, creíste'"3.
Como vemos, la objeción hace una clara distinción entre lo que sería una
marca de la herida (una simple cicatriz) de una herida abierta, cicatrizada
pero abierta. Para el objetor, hubiera sido aceptable que en el cuerpo de
Cristo resucitado estuviesen las marcas de las heridas, las simples
cicatrices, pero no ve que sea conveniente que en el cuerpo de Cristo
resucitado permaneciera la apertura misma de las heridas. Y la objeción es
seria, pues pareciera que ponen en peligro la misma integridad del cuerpo
resucitado de Cristo.
Santo Tomás acepta que la objeción es seria. Y acepta que, de alguna manera,
la apertura de las heridas rompe la continuidad del cuerpo de Cristo
resucitado, poniendo en peligro la integridad de dicho cuerpo. Pero, sin
embargo, sigue afirmando con convicción que la herida del costado de Cristo
resucitado estaba abierta; cicatrizada, pero abierta. Para Santo Tomás la
herida del costado del cuerpo resucitado de Cristo es una verdadera llaga,
es decir, una apertura o abertura. Dice él: "Efectivamente: aquella apertura
(en latín, apertura) de las heridas establece una interrupción de la
continuidad del cuerpo. Sin embargo, todo esto queda recompensado por un
mayor resplandor de la gloria, de manera que el cuerpo no queda menos
íntegro, sino más perfecto. En efecto, Tomás Apóstol no solo vio, sino que
también metió la mano en la herida, como dice el papa San León"4.
Ahora bien, ¿por qué quiso Jesús que la herida del costado, después de
resucitado, permaneciera abierta? Bastaba con conservar las cicatrices para
demostrar que su cuerpo resucitado era numéricamente el mismo que tenía
antes de morir, como bien dice el objetor de la Suma Teológica. ¿Por qué
conservar una llaga, una apertura, una abertura? La respuesta está en la
misma naturaleza de la abertura: por una abertura se puede salir y se puede
entrar. Para eso están las aberturas. Jesús quiso conservar la abertura del
costado para que todos recuerden lo que salió de ella: sangre y agua (cf. Jn
19,34). El agua es el símbolo del Espíritu Santo y es el símbolo de la
purificación de los pecados, es decir, del Bautismo. La sangre es el símbolo
de la redención y de la vida, es decir, de la gracia santificante y del
alimento de la gracia santificante, la Eucaristía, el sacramento de su
Sangre.
Pero, además, Jesús quiso conservar la abertura del costado para que todos
se sientan invitados a entrar por ella hasta su corazón. El dedo índice de
la mano izquierda del Jesús de la Divina Misericordia, tal como se apareció
a Santa Faustina, no sólo está diciendo: 'Esta es mi sangre de la redención
y el agua de la regeneración que salió de mi costado', sino que también está
diciendo: 'Esta es la puerta de mi corazón, es decir, mi llaga del costado,
y está abierta para que todo el que quiera entrar, entre; la única condición
es que confíe en mi misericordia'.
Ambos aspectos, el salir de la sangre acuosa y el entrar del creyente hacia
el corazón de Cristo, están expresados en este texto de San Juan Crisóstomo:
"¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre de Cristo?
Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y
su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el
Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza, le traspasó el
costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo;
sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado,
abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro
escondido y me alegro con la riqueza hallada"5. 'El tesoro escondido' y 'la
riqueza hallada' no son otra cosa que el corazón de Cristo, al cual llega el
creyente que entró por la brecha abierta con una infinita confianza en la
misericordia de Cristo.
2. Una llaga para siempre
Jesús, al dejar su llaga del costado abierto, ¿pensó sólo en los Doce
Apóstoles o pensó también en mí, que vivo en abril del 2018? También pensó
en mí y pensó en todos los hombres de todos los tiempos, hasta el último
hombre que exista sobre la tierra. Esto queda de manifiesto en el hecho que
su llaga abierta, su apertura, su abertura no fue temporal. Fue para
siempre.
Esto lo reafirma Santo Tomás de Aquino cuando le objetan que, para
certificar la fe de los Apóstoles en la resurrección de Cristo, bastaba con
que sus cicatrices estuvieran en su cuerpo resucitado solamente durante el
tiempo que se apareció a los Apóstoles. Santo Tomás responde: "Cristo en su
cuerpo quiso conservar las cicatrices de sus heridas, no sólo para
certificar la fe de los discípulos, sino también por otras razones"6. Una de
esas razones es la siguiente: "Para manifestar a los que han sido redimidos
por su muerte cuán misericordiosamente fueron socorridos, poniéndoles
delante las pruebas de su misma muerte"7. Y también dice: "Es algo cierto
que el que, al resucitar, restauró en sí mismo a todo hombre, podía también
limpiar las cicatrices de las heridas. Pero las conservó por nuestra
utilidad"8. Y agrega en otro lugar: "Cristo llevó al cielo las cicatrices de
sus heridas en testimonio de su amor, para mitigar la ira del Padre de una
manera más efectiva, y para impetrar la gracia para los pecadores"9.
De hecho, esa apertura del costado, tal como Cristo la tiene hoy en su
cuerpo resucitado, permanece en él por un milagro o, como dice Santo Tomás,
por dispensación divina: "Fue por dispensación que conservó en su cuerpo las
cicatrices de las heridas, para por ellas probar la verdad de la
resurrección, pues al cuerpo resucitado incorruptible le corresponde toda la
integridad"10. Y acepta como verdadero un texto de San Juan Damasceno donde
dice lo siguiente: "Después de la resurrección, ciertas cosas se dicen de
Cristo con verdad, pero no según la naturaleza, sino por dispensación
divina, para certificar que el cuerpo que resucitó es el mismo que padeció,
como, por ejemplo, las cicatrices"11.
Y así llega la conclusión: "De donde es evidente que las cicatrices que
Cristo mostró después de su resurrección en su cuerpo, en lo sucesivo nunca
fueron removidas de aquel cuerpo"12. Por lo tanto, Jesucristo tiene hoy en
su cuerpo la llaga del costado abierta en forma de abertura. Y la tiene así
para mí, por amor a mí, para que yo, hoy, abril de 2018, comprenda el
inmenso amor que me tiene. Para que recuerde que por esa puerta salió sangre
y agua, y para que me sienta invitado a entrar por ella, confiando en su
infinita misericordia.
El Jesús de la Divina Misericordia, tal como se le apareció a Santa Faustina
Kowalska, no es otra cosa que la realización de esta verdad bíblica que
acabamos de exponer. Los rayos que salen del Jesús de la Divina Misericordia
y su mano izquierda señalando la llaga no hacen otra cosa sino poner delante
de los que han sido redimidos la prueba de su amor por nosotros, es decir,
las pruebas de su muerte.
Pero, además, Santo Tomás pone otra razón, ya insinuada en uno de los textos
recién citados: "Fue conveniente que el alma de Cristo, en la resurrección,
asumiera su cuerpo con las cicatrices. Una de las razones es para mostrar
siempre al Padre, ante el cual está suplicando por nosotros, cuál fue el
género de muerte que soportó por el hombre"13. O sea que la llaga del
costado no nos habla solamente a nosotros, sino que habla también al Padre.
Esta realidad tiene un eco muy claro en San Pablo. Él dice: "Jesús posee un
sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también
salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre
vivo para interceder en su favor" (Heb 7,24-25). Jesús intercede en favor
nuestro ante el Padre mostrándole la llaga del costado que, aún ahora, tiene
en su cuerpo.
3. Los efectos de la llaga del costado
La llaga del costado de Jesús es para nosotros no sólo una prueba de su amor
y de su misericordia, no sólo una invitación a acercarnos a su corazón, sino
que es también la causa de nuestro perdón. En efecto, en el mismo evangelio
de hoy se cumple, a través de la llaga del costado, la efusión del Espíritu
Santo que se realizó en la cruz cuando de esa misma llaga salió agua y
sangre. Podríamos decir que, así como en la cruz, a través del costado
traspasado, fue hecha la efusión del Espíritu Santo para el perdón, así
también en el evangelio de hoy, en el aula sagrada del Cenáculo, a través de
la llaga del costado del cuerpo de Cristo glorificado, Jesús nos da
efectivamente el Espíritu Santo para el perdón de los pecados.
Cuando Jesús sopla sobre los Apóstoles y les dice: "Reciban el Espíritu
Santo" (Jn 20,22), les está dando realmente el Espíritu prometido, y se lo
está dando a ellos para que perdonen los pecados: "A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos" (Jn 20,23).
"Por la dación del Espíritu Santo, Cristo les da a ellos la idoneidad para
el oficio de perdonar los pecados, como también dice San Pablo: 'Cristo nos
hizo ministros idóneos del Nuevo Testamento, no según la letra, sino según
el Espíritu' (2Cor 3,6). Y acerca de esta dación del Espíritu primero pone
el signo de dicha dación, que es la insuflación14, cuando dice 'sopló'. De
manera semejante se dice en la creación del hombre: 'Insufló en su
rostro un espíritu de vida' (Gén 2,7), cosa que el primer hombre depravó, a
saber, la vida natural. Pero Cristo reparó esto, dando el Espíritu Santo.
(…) Después pone el fruto de dicha dación: 'A quienes vosotros perdonéis los
pecados, le serán perdonados' (Jn 20,23), lo cual es un conveniente efecto
del Espíritu Santo, a saber, la remisión de los pecados. Esto es así porque
el Espíritu Santo es amor, y por Él nos es dado a nosotros el amor, como
dice San Pablo: 'El amor de Dios ha sido derramado sobre nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos ha sido dado' (Rm 5,5). En efecto, la remisión
de los pecados no se hace sino por el amor. Porque la caridad cubre todos
los pecados; como dice San Pedro: 'La caridad cubre la multitud de los
pecados' (1Pe 4,8)"15. Otra vez, como en la cruz, de la llaga del costado
brota el Espíritu que hace idóneos a los ministros para que perdonen los
pecados de los hombres.
Pero, atención, porque, si bien es Dios quien en definitiva perdona, también
se puede decir con absoluta propiedad que es el ministro el que perdona, es
decir, el sacerdote católico. Dice Santo Tomás: "¿Por qué dice'a quienes
vosotros perdonéis' si solo Dios perdona los pecados? Respecto a esto
algunos dicen que solo Dios perdona la culpa, y que el sacerdote absuelve
solamente del reato de pena, y que solo declara al pecador absuelto de la
mancha de culpa. Pero esto no es verdadero, pues el sacramento de la
penitencia, dado que es un sacramento de la Ley Nueva, confiere la gracia,
como también el Bautismo la confiere. (…) En el sacramento de la penitencia
el sacerdote absuelve de pena y culpa sacramentalmente e instrumentalmente,
en cuanto da el sacramento en el cual los pecados son perdonados. (…) Por lo
tanto, del mismo modo que Dios perdona y retiene los pecados, de igual
manera también lo hace el sacerdote"16.
Conclusión
La llaga del costado de Jesús es como el resumen de todo el Evangelio. De
ella brota la redención, de ella brota el perdón de los pecados, de ella
brota la gracia santificante, de ella brota el Espíritu Santo, de ella brota
el Bautismo, de ella brota la Eucaristía, de ella brota la Iglesia Católica.
El domingo de hoy, Domingo de la Divina Misericordia, es una invitación a
tomar conciencia del valor y el poder de esta llaga. Es una invitación a
beber del costado, como dice San Juan Crisóstomo refiriéndose a la sangre
del cordero pascual rociada en las jambas de las puertas de los israelitas
antes de salir de Egipto: "Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las
puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los
fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero,
huirá todavía más lejos"17.
Pero, sobre todo, el Domingo de la Divina Misericordia es una invitación a
ver la llaga del costado de Jesús como una fuente de la infinita
misericordia de Dios. El mismo Jesús de la Divina Misericordia se preocupó
por darle a Santa Faustina esta interpretación de su llaga. Narra Santa
Faustina: "Por penitencia sacramental el P. Andrasz me hizo rezar la
coronilla que me enseñó Jesús. Mientras rezaba la coronilla, de repente, oí
una voz que decía: 'Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que
recen esta coronilla; las entrañas de Mi misericordia se enternecen por
quienes rezan esta coronilla. Anota estas palabras, hija Mía, habla al mundo
de Mi misericordia para que toda la humanidad conozca la infinita
misericordia Mía. Es una señal de los últimos tiempos; después de ella
vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la
Fuente de Mi Misericordia, se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó
para ellos'. Oh almas humanas, ¿dónde encontrarán refugio el día de la ira
de Dios? Refúgiense ahora en la Fuente de la Divina Misericordia. Oh, qué
gran número de almas veo que han adorado la Divina Misericordia y cantarán
el himno de gloria por la eternidad"18.
El Jesús de la Divina Misericordia le dice claramente a Santa Faustina que
la Fuente de Su Misericordia es la llaga de donde brotó Sangre y Agua. Y
Santa Faustina agrega que esa llaga es el refugio del pecador para el día de
la ira de Dios. Se hacen presentes los dos aspectos de la abertura del
costado: de ella sale la misericordia de Dios y por ella se entra al corazón
de Cristo, que es el refugio para el pecador.
Que la Santísima Virgen María nos conceda la gracia de amar con toda
confianza esa llaga del costado de Cristo, aceptar la infinita misericordia
que sale de ella y entrar por ella hasta el corazón de Cristo.
1 SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, nº 299.
2 SANTA FAUSTINA KOWALSKA, Diario, nº 299.
3 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q.
54, a. 4, obj. 2; traducción y cursiva nuestra.
4 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q.
54, a. 4, ad 2; traducción nuestra. Todo esto coincide perfectamente con el
texto del original griego del evangelio de San Juan. Jesús le dice a Tomás
Apóstol: "Trae tu mano y métela en mi costado" (Jn 20,27). Para decir
'métela', se usa el verbo griego bállo, que
significa, como sentido primario, 'arrojar'. Pero que, inmediatamente,
significa
'introducir' (STRONG y VINE, Multiléxico del NT,
nº 906). San Jerónimo traduce: "Mitte in latus meum", es decir, 'métela en
mi costado'.
5 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catequesis, III,16: SC
50,175.
6 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q.
54, a. 4, ad 3; traducción nuestra.
7 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q.
54, a. 4, c; traducción nuestra.
8 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S.
Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra.
9 De beatitudine, cap. 1; traducción nuestra.
Este escrito, durante algún tiempo se creyó que era de Santo Tomás; ahora se
duda. Pero de todas maneras forma parte del Corpus Thomisticum y figura como
de IGNOTUS AUTOR.
10 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Compendio de Teología,
Lib I, cap. 238, c.; traducción nuestra.
11 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q.
54, a. 4, obj. 3; traducción nuestra.
12 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q.
54, a. 4, ad 3; traducción nuestra.
13 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q.
54, a. 4, c; traducción nuestra.
14 Nota literaria: tanto la palabra 'insuflación'
como la palabra 'dación', recién usada, son vocablos pertenecientes a la
lengua castellana (cf. DRAE).
15 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S.
Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra.
16 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S.
Ioannis lectura, caput 20, lectio 4; traducción nuestra. El texto latino de
la última frase es el siguiente: "Eodem ergo modo quo Deus remittit et
retinet peccata, simul et sacerdos".
17 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Ibidem.
Ejemplos
ALEGRÍA, ¿DÓNDE ESTÁS?
Si se observa cualquier reunión humana, es muy típico detectar que siempre
hay una personalidad más relevante que las demás, alrededor de la cual se
centra la atención. La atención la suele acaparar no el más sabio, ni el más
inteligente, sino la personalidad que más alegría irradia.
El rostro sinceramente alegre parece que produce un efecto imán en los
jóvenes y en los niños. ¿Por qué? La alegría genuina se caracteriza por tres
rasgos: proviene del interior, ilumina, y es sencilla.
En el interior del ser humano es donde se enfrenta la vida y se eligen las
actitudes. Una vida llena de sentido es la que contesta cada mañana a la
pregunta ¿vale la pena el día de hoy?, con un Si entusiasta, porque responde
pensando en alguien.
El sentido de la vida se descubre cuando se ve el rostro feliz de aquel a
quien se ama. Por ello la alegría proviene del interior, de la decisión
personal de donarse a alguien. Y todos los que alguna vez han hecho la
prueba, tienen que aceptar que el resultado es positivo. Hay más alegría en
dar que en recibir.
Una adolescente de 14 años a quien detectaron un tumor maligno que la dejó
paralítica en muy poco tiempo, en una carta que escribió a sus compañeras de
curso, desde Pamplona donde fue internada, decía: "Queridas todas: Parece
mentira, ¿verdad?, hace ya cinco meses que fui al Colegio a despedirme de
todas vosotras con la idea de volver, como mucho, a los dos meses. Después
de ver la habitación baj�� a la Capilla que, aunque no es muy grande, es muy
acogedora, muy bonita y está muy bien cuidada. Toda la Clínica tiene las
puertas como las de nuestras casas y los ascensores son normales, es decir,
que no es la típica Clínica: que te hace sentirte en tu casa.
La operación duró diecisiete horas, me pusieron una escayola que me cogía
medio cuerpo y en donde se sujetaban dos hierros que, a su vez, mantenían mi
cabeza firme mediante una corona, también de hierro, con cuatro clavos
sujetos en los huesos de la cabeza. Muy pronto recuperé el buen humor y como
tuvieron que darme alimentación por vena, entre esto y que se me abrió el
apetito, engordé mucho, casi me puse como una vaca, y como la escayola no me
dejaba engordar, tuve problemas, que los resolvía gracias a que estábamos en
plenas fiestas de San Fermín, y con tan buen ambiente se te pasaba todo".
Alexia, falleció al poco tiempo y se puede ver que quien era maravillosa era
ella, porque aunque murió pronto, nos dejó la lección fundamental de la
vida: vivió hacia fuera, olvidada de sí, e irradió por donde pasara la
alegría que la envolvía.
El espíritu alegre lo es porque se conoce tal cual es, se acepta y no se
compara con los demás.
Su felicidad no proviene del tener más o menos, sino de una decisión de
querer ser, y valorarse a sí mismo por las decisiones que puede tomar, como
la de amar más y amar mejor. Quien vive desde la perspectiva del amor
descubre que la vida es muy sencilla. El anhelo por alcanzar la alegría
sigue escrito en el corazón del hombre con signos indelebles, pero se nos
invita a buscarla donde el corazón no la puede encontrar: en el ambiente
exterior, en la acumulación de objetos materiales, en licores, en placeres
de un momento.
La alegría es posible, y está al alcance de todos, pero recordemos, la
alegría genuina viene del interior, ilumina serenamente y se acompaña de la
sencillez.