Jueves Santo: Preparemos la Acogida de la Palabra de Dios en Familia, la Iglesia del Hogar
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
1. Introducción a la Palabra de Dios
2. Reflexionemos
2. 1 Los Padres
2. 2 Con los hijos
3. Relación con la Misa
4. Vivencia familiar
5. Nos habla la Iglesia latinoamericana
6. Leamos la Biblia con la Iglesia
7. Oraciones
7. 1 Oración que se reza por los pueblos perseguidos.
7. 2 Oremos con el obispo que consagra el Óleo santo durante la misa crismal
7. 2. 1 Por los que recibirán el Sacramento de los enfermos
7. 2. 2 Por los que se bautizarán y se confirmarán
7. 3 Renovación de las promesas sacerdotales durante la misa crismal
8. Los Santos, ejemplo y estímulo: San Tarcisio
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
1. Introducción a la Palabra de Dios
1. 1 Primera Lectura: Ex 12.1 -8. 11 -14
Al visitar a las familias de su parroquia el párroco se encontró con una pareja de ancianos sentados ante la mesa sobre la cual se hallaba colocada la fotografía de un joven sonriente. Al lado de la imagen había velas y flores y algunos objetos de uso personal. Le contaron al sacerdote que se trataba de su hijo que al derrumbarse la casa había sostenido la vida del techo para que todos de la casa pudieran salir. El le aplastó el pecho apenas todos habían salvado su vida.
Con razón mantenían vivo el recuerdo de la hazaña que les salvó la vida. Con razón hablaban con cariño de su hijo porque su sacrificio era el precio por el cual estaban ellos vivos en este momento. Con razón guardaban con ternura los objetos personales del joven porque era como si estuviera presente en medio de ellos.
El pueblo de los judíos había tenido también una experiencia de salvación. Dios lo saca de Egipto, rompe las cadenas de la esclavitud y lo convierte en un pueblo que es libre. El cordero sacrificado, la sangre en la puerta, todo esto les recuerda el paso del Señor (Pascua) por el cual llegaron a ser libres de la muerte y de la opresión. Pero pocos imaginaban que el cordero inmolado prefiguraba el sacrificio del Hijo de Dios, que la sangre del Cordero que quita el pecado del mundo sanaría a la humanidad y que el pan sin fermentar iba a alimentar a los hijos del nuevo pueblo de Dios. Al leer este pasaje gocemos con los judíos de la liberación pero agradezcamos aún más el hecho que el Señor ha transformado estos signos no sólo en recuerdos de su acción salvadora, sino en signo de su presencia efectiva, su cuerpo que nos alimenta hoy su sangre que nos redime hoy para la vida eterna.
1. 2 Segunda Lectura: 1 Cor 11, 23 -26
Esta lectura me produce recuerdos amargos me hace pensar las muchas veces que he participado de la eucaristía de manera distraída, fría, rutinaria, ocupado en pensamientos con cosas "importantes", escandalizándome de la poca participación de los demás, irritado por el comportamiento de tal o cual persona, en fin presente en cuerpo pero ausente en espíritu. El Señor abre su corazón, me hace partícipe de su entrega total al Padre a los hombres y yo, pues, por ahí estaba. También es verdad que muchas veces lo he sentido muy cerca y me ha conmovido el poder participar en la eucaristía. Es verdad que muchas veces la comunidad me ha hecho experimentar su presencia. Pero también es verdad que tantas veces no ha habido amor en mi corazón. Señor, que esta lectura, que la celebración del Jueves Santo despierte en mi un respeto, un santo temor, una reverencia permanente y cada vez más profunda. Si tú no cambias mi corazón, miraré con pesimismo el futuro; por eso, dispon mi corazón y hazlo semejante al tuyo.
1. 3 Evangelio: Jn 13, 1 -15
Cuando miraba las fotos del Papa que lavaba los pies de 12 ancianos, solía pensar que se trataba de un gesto humilde, muy lindo, en imitación al gesto de de Jesús en la última cena. Me parecía "lindo" verlo repetido en mi parroquia. Hasta que descubrí, y este aspecto no se me había ocurrido antes, que se trataba del comienzo de un servicio a los pies de todos los hombres: Jesús va a entregarse a su pasión con la misma humildad y generosidad para lograr la "limpieza" total de la humanidad manchada por el pecado y la miseria humana. Y no es por nada que el Papa entre sus muchos títulos tiene uno que expresa esta verdad: "Siervo de los Siervos de Dios". Pienso que así se manifiesta la verdadera autoridad en el servicio a los demás; ojalá que todos los que tenemos alguna autoridad sepamos vivir esto en la familia y por donde sea. No gozamos de poder porque Dios así lo manda y los demás deben acatar nuestras órdenes sino estamos para servir como dice una fórmula de urbanidad que es mucho más que una cortesía, porque define al cristiano, es expresión de la entrega de Cristo.
2. Reflexionemos
2. 1 Los Padres
Pienso que el día del lavatorio de los pies es un día muy conveniente para reflexionar sobre el uso y el abuso de la autoridad. Conozco a padres que piensan que dialogar con los hijos, escuchar sus razones y argumentos para llegar juntos a una conclusión en común, vaya en desmedro de su autoridad. Son los que terminan todo diálogo con: "Esto es lo que mando y pasta". Autoridad es servicio. Es verdad que es muy difícil de cambiar después de años. Muchos padres se quejan que los hijos no les cuentan nad, hay que sonsacárselo pedacito por pedacito. Este es el fruto de la impaciencia durante los años de niñez. No les han prestado atención, no les han contestado sus interminables preguntas. Poco a poco se encierran en sí mismos.
También hay padres que no quieran bajar del pedestal sobre el cual los ha colocado la admiración de su hijo de seis o siete años. "Mi papá es el más fuerte, mi mamá es la más buena". De ahí que esos "súper papás" no se atreven a reconocer sus errores delante de sus hijos. ¡No se preocupen! A lo más tardar su hijo en plena pubertad será el iconoclasta (= destructor de ídolos) más despiadado que pueden imaginarse. Se convierte en juez de sus padres. Pero esté usted seguro que todo reconocimiento de horror de su parte inclinará la balanza a favor suyo porque su actitud se reflejará en su hijo que sabrá reconocer y admitir errores en su persona y en las demás personas.
Lo impositivo de la autoridad debe templarse con una actitud de servicio que reconoce las fallas, sabe perdonar y sabe escuchar. Si el Hijo de Dios se rebaja tanto como para asustar a Pedro, ¿no podemos nosotros arriesgar un poco de nuestra comodidad, eso es, comodidad. Diálogo significa suponer que el hijo pueda tener también razón, en caso contrario no hay diálogo. Significa también arriesgarse a que se le juzga a uno con dureza. La juventud es especialista en eso. Aunque muchas veces su agresividad esconde un grito angustioso de auxilio, ellos estilan pintar todo de blanco y negro total. Saber reconocer ante los hijos que uno se ha equivocado, que uno ha fallado, es muy incómodo porque me obliga a prestar más atención la próxima vez. ¿Fallaremos otra vez? Claro que sí. ¿Quién ha dicho que sólo se perdona una vez? Y habiendo rendido las armas, habiendo bajado el puente levadizo de nuestro fuerte, habiendo abierto las rejas de nuestro baluarte, uno descubre que vive con mucho menos miedo ante el (la) cónyuge y ante los hijos. No hay nada que esconder, no hay nada que defender. Toda nuestra energía puede concentrarse en amar.
2. 2 Con los hijos
Una niña de seis años recibió como regalo de su madrina una hermosa muñeca. Algún tiempo después la madrina se enteró que la pequeña la había arrojado al fuego. Le pidió cuenta: "¿Por qué has quemado la muñeca?" Con los ojos arrasados de lágrimas la pequeña contestó: "Le dije 100 veces que la quería pero ella no me ha contestado ni una sola vez".
El gesto de Jesús, el lavatorio de los pies, es como decirles que ama mucho a los hombres. El Hijo de Dios se inclina también hoy ante los hombres para realizar uno de los servicios más humildes para decirnos que nos ama, no con un amor orgulloso sino con un amor humilde y sencillo. Nosotros hace tiempo no nos decimos que nos queremos. A veces es porque se acumula una serie de irritaciones, cóleras y envidias. Bien, el primer paso será perdonarnos mutuamente. Y luego vamos a pensar un poco como podemos lavarnos mutuamente los pies.
3. Relación con la Misa
Siendo el día de la institución de la eucaristía, este hecho me recuerda el día de mi primera comunión cuando no sabía que decirle a Jesús porque pensaba que habría que hablarle con un lenguaje especial. Recuerdo el día de mi ordenación sacerdotal cuando estaba listo a convertir el mundo entero, ser necesario. Recuerdo las misas en las que he participado. Me doy cuenta que celebraba la misa conforme al momento que vivía. Eran misas deslucidas cuando mi vida no era muy luminosa; fueron misas de profundo encuentro cuando estaba vibrando al unísono con el Señor. Así la misa es un resumen de la vida, así como la vida es una prolongación de la misa, o lo debería ser. Me doy cuenta cada vez más que la vida debería ser un culto, un servicio religioso, una oración continua, una alegría permanente. ¿Relación con la misa? Desafío a cualquiera que me diga algo que no tenga relación con la misa.
4. Vivencia familiar
Algún gesto de amor, además de la reflexión común en familia, debería marcar este día. He aquí algunas sugerencias: lustrar los zapatos de los demás, visitar a un enfermo, asistir a un anciano, visitar los monumentos, invitar a un huérfano a pasar el día, llamar por teléfono a una persona con la cual estamos desunidos, decir a alguien que lo queremos cuando han pasado más de seis días sin decirlo, barrer la acera de los vecinos… desde luego usted podrá aumentar la lista. Si quiera haga una cosa y bien hecha y este Jueves Santo será una maravilla.
5. Nos habla la Iglesia latinoamericana
El amor de Dios, que nos dignifica radicalmente, se vuelve por necesidad comunión de amor con los demás hombres y participación fraterna; para nosotros, hoy, debe volverse, principalmente, obra de justicia para los oprimidos, esfuerzo de liberación para quienes más lo necesitan. En efecto, "nadie puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama al hermano a quien ve" (1 Jn 4, 20). Con todo, la comunión y participación verdaderas sólo pueden existir en esta vida, proyectadas sobre el plano muy concreto de las realidades temporales, de modo que el dominio, uso y transformación de los bienes de la tierra, la cultura de la ciencia y de la técnica, vayan realizándose en un justo fraternal señorío del hombre sobre el mundo, teniendo en cuenta el respeto de la ecología. El Evangelio nos debe enseñar que, ante las realidades que vivimos, no se puede, hoy, en América latina amar de veras al hermano y por lo tanto a Dios, sin comprometerse a nivel personal y en muchos casos, incluso a nivel de estructuras, con el servicio y la promoción de los grupos humanos y de los estratos sociales más desposeídos y humillados, con todas las consecuencias que se siguen en el plano de estas realidades temporales.
Pero a la actitud personal del pecado, la ruptura con Dios que envilece al hombre, corresponde siempre el plano de las relaciones interpersonales, la actitud de egoísmo, de orgullo, de ambición y de envidia, que generan injusticia, dominación, violencia a todos los niveles, lucha entre individuos, grupos, clases sociales y pueblos, así como corrupción, hedonismo, exacerbación del sexo y superficialidad en la relaciones mutuales (cfr. Gal 5, 19 -21). Consiguientemente se establecen situaciones de pecado que, a nivel mundial, esclavizan a tantos hombres y condicionan adversamente la libertad de todos.
Tenemos que liberarnos de este pecado; del pecado destructor de la dignidad humana. Nos liberamos por la participación en la vida nueva que nos trae de Jesucristo, y por la comunión con él, en el misterio de su muerte y de su resurrección, a condición de que vivamos ese misterio en las dimensiones ya expuestas, sin hacer exclusivo ninguno de ellos (cfr. 323 -325). Así no lo reduciremos al verticalismo de una desencarnada unión espiritual con Dios, ni a un simple personalismo existencial de lazos entre individuos y pequeños grupos, ni mucho menos al horizontal mismo socio-económico-político (Puebla 327 -329).
6. Leamos la Biblia con la Iglesia
Vea las lecturas del día (vea arriba). Los que desean meditar las lecturas de la misa crismal durante la cual el obispo consagra los santos óleos que se utilizarán durante el año al administrar los sacramentos del bautismo, de la confirmación y de los enfermos: Is 61, 1 -3a. 8b -9; Apc 1, 5 -8; Lc 4, 16 -21
7. Oraciones
7. 1 Oración que se rezan por los pueblos perseguidos.
O Dios, nuestro refugio y fortaleza, mira propicio al pueblo que a ti clama: por la intercesión de la gloriosa e inmaculada virgen María, Madre de Dios y del San José su esposo, y por la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y de todos los santos, escucha misericordioso y benigno las súplicas que te dirigimos pidiéndote la conversión de los pecadores y la libertad y exaltación de la Santa Madre Iglesia. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén
Arcángel San Miguel, defiéndenos en la batalla: se nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes: y tú, príncipe de la celestial milicia, lanza al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás malignos espíritus que discurren por el mundo para la perdición de las almas. Amén
7. 2 Oremos con el obispo que consagra el óleo santo durante la misa crismal
7. 2. 1 Por los que recibirán el Sacramento de los enfermos:
Señor Dios, Padre de todo consuelo, que has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo: Escucha con amor la oración de nuestra fe y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo, nuestro abogado, tu que has hecho que el leño verde del Olivo produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo, enriquece con tu bendición el óleo para que cuantos sean ungidos con el, sientan en su cuerpo y alma a tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores. Amén
7. 2. 2 Por los que se bautizarán y se confirmarán
Señor Dios, fuente de vida y autor de los sacramentos: te damos gracias porque en tu bondad inefable anunciaste en la Antigua Alianza el misterio de la santificación por la unción con el óleo, y lo llevaste a plenitud, al llegar los últimos tiempos, en Cristo, tu Hijo amado; pues quiso derramar sobre la Iglesia la abundancia del Espíritu Santo y la enriqueció con sus dones celestiales para qué en el mundo se realizase plenamente por medio de la Iglesia, la obra de la salvación. Por eso, Señor, en el Sacramento del crisma concedes a los hombres tesoros de tu gracia y haces que tus hijos renacidos por el agua bautismal reciban fortaleza en la unción del Espíritu Santo y, hechos a imagen de Cristo, tu Hijo, participen de su misión profética, sacerdotal y real. Amén
7. 3 Renovación de las promesas sacerdotales durante la misa crismal
El Obispo: Queridos amigos: al celebrar este año, el día en que Cristo comunicó su sacerdocio con los apóstoles y con nosotros, quiero preguntar a ustedes si quieren renovar las promesas sacerdotales que hicieron en otra oportunidad ante el obispo y el pueblo santo de Dios. ¿Quieren renovar ahora esas promesas?
Sacerdotes: Quiero
Consideren que si quieren unirse y configurarse más con Jesucristo. Si quieren renunciar a ustedes mismos y confirmar la promesa de realizar los deberes sagrados. Vuelvan a considerar lo que decidieron con alegría el día de la ordenación sacerdotal, movidos por el amor a Cristo para servir a su Iglesia. ¿Quieren llevar esta vida parecida a Cristo?
S: Quiero
Piensen que si quieren seguir siendo cuidadosos distribuidores del ministerio de Dios, mediante la eucaristía y las demás acciones litúrgicas. Si cumplen fielmente el deber sagrado de enseñar, imitando a Cristo cabeza y pastor, sin buscar el lucro propio sino sólo el bien de las almas. ¿Quieren desempeñar estas tareas?
S: Quiero
Y ahora ustedes pueblo fiel de Dios oren por sus sacerdotes para que el Señor derrame abundantemente sobre ellos sus bendiciones: que sean ministros fieles de Cristo, sumo sacerdote, y a ustedes les conduzcan hasta la única fuente de salvación, roguemos al Señor…
Y recen también por mi, para que sea fiel al ministerio apostólico confiado a mi humilde persona y sea cada vez más imagen viva y perfecta de Cristo sacerdote, buen pastor, maestro y siervo de todos. Roguemos al Señor…
El Señor les guarde a ustedes en su caridad y nos conduzca a todos, pastores y grey, a la vida eterna. Amén
8. Los Santos, ejemplo y estímulo: San Tarcisio
San TARSICIO, MÁRTIR DE LA EUCARISTÍA
Su nombre significa “valor”, “audacia”
Su fiesta se celebra el 13 de agosto
Tarsicio es el primero en proclamar su fe en el misterio eucarístico hasta el extremo de consignar su vida, por eso se le conoce como el protomártir de la Eucaristía.
defendió en silencio a su Dios presente en la Hostia Santa, correspondiendo a la entrega del Amigo que se ofrecía por su vida, y por la de todos, en la Eucaristía.
EL CENTRO DE LA VIDA
Al amanecer del dies solis, acabada la celebración de la Eucaristía, Tarsicio cruza la vía Apia para llevar la Comunión a sus hermanos enfermos o encarcelados.
Debía de notarse que ocultaba algo, porque unos soldados lo detienen y le obligan a enseñarles qué portaba. Tarsicio se niega con firmeza.
Contrasta la brutalidad de los comisarios con la aparente fragilidad del adolescente, que resiste la lapidación hasta yacer en tierra, abrazado a las especies eucarísticas.
Tarsicio sufre el martirio el 15 de agosto del año 257. El emperador Valeriano acababa de promulgar un edicto que prohibía bajo pena de muerte cualquier acto de culto cristiano, como un intento de erradicar la Iglesia desde su núcleo más fundamental.
Las autoridades civiles sabían que los bautizados se reunían para dar culto a Dios. Plinio el Joven -gobernador de Bitinia a inicios del siglo II- apunta: “un día determinado, antes del alba, se reúnen para cantar en coro un himno a Cristo, como a un dios”.
El día determinado era el primero de la semana; los romanos lo habían denominado dies solis, en honor al dios Sol, y los primeros fieles aprovecharon esta coincidencia para “orientar la celebración de ese día hacia Cristo, el verdadero sol de la humanidad”: el centro de la vida.
Más adelante se le llamó dies Domini, tal y como aparece en el Apocalipsis, porque daba a la jornada el pleno significado que deriva del mensaje pascual: Cristo Jesús es el Señor de la Creación.
El día del sol era laborable. A pesar de que el Imperio declaraba muchas jornadas festivas, no se había determinado ninguna para el descanso: asistir a Misa suponía dormir pocas horas o pasar la noche en vela.
Los cristianos actuaban movidos por “una exigencia interior que (…) sentían con tanta fuerza que al principio no se consideró necesario prescribirla. Sólo más tarde, ante la tibieza o negligencia de algunos, se ha debido explicitar el deber de participar en la Misa del domingo”.
Acudir a la fracción del pan el día del Seño era una necesidad prescrita en el corazón de los bautizados. Ni el edicto de Valeriano ni las sucesivas amenazas lograban quebrantar la fe de aquellos primeros: “¡no podemos vivir sin el domingo!”, exclamaban los mártires de Abitene, detenidos por haber incurrido en una reunión ilegal.
Tharsos, audacia, confianza
Tarsicio era acólito en una iglesia doméstica construida a cielo abierto, en el cementerio de Calixto, sobre la Vía Apia.
Bien entrada la noche del sábado o antes del amanecer del domingo, el joven se dirige a la domus para ayudar en la celebración eucarística, que seguiría aproximadamente el orden que describe San Justino:
Altar de San Tarsicio
“Se leen, según el tiempo disponible, las Memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas. Después, el lector calla y el presidente toma la palabra para exhortarnos a imitar los buenos ejemplos que acaban de ser citados.
A continuación, todos se ponen en pie y recitan las oraciones. Por último (…) la comunidad ora y da gracias con todas sus fuerzas; el pueblo responde con la aclamación Amén.
Después se distribuye a cada uno los alimentos consagrados y se envían a los ausentes”.
Quienes sufrían alguna enfermedad o permanecían en prisión no quedaban privados del fármaco de la inmortalidad, el antídoto contra la muerte, como llamaba San Ignacio de Antioquía a la Eucaristía. Después del mencionado edicto de Valeriano, llevarles la Comunión suponía un riesgo. Probablemente por eso se elegía a niños o adolescentes para cumplir este encargo, pues circulaban por la Urbe con cierta facilidad y se les permitía visitar a los encarcelados.
Así consta en el Liber Pontificalis: “reciben el alimento que nosotros hemos consagrado por medio de los acólitos”. Al acabar la Misa, Tarsicio se ofrece a llevar la Eucaristía. Podían hacerlo otros acólitos, pero el joven se adelanta con generosidad: ha recibido el don por excelencia y quiere compartirlo.
Es necesario agrandar el corazón para acercarse a Jesús sacramentado. Ciertamente, se precisa la fe; pero se requiere además, para ser alma de Eucaristía, saber querer, saber darse a los demás, imitando -dentro de nuestra pobre poquedad- la entrega de Cristo a todos y a cada uno.
Tarsicio sale de la domus custodiando al Señor junto a su pecho, entre los pliegues de la túnica. Tal vez por curiosidad o por malicia, unos hombres lo interceptan y le piden que entregue lo que lleva. La negativa les desconcierta, y se ensañan más aún hasta quitarle la vida. Causa estupor la firmeza del adolescente en defender lo que luego descubren como un trozo de pan.
El nombre Tarsicio -según algunos autores- deriva de la palabra griega tharsos, que significa valor, audacia, confianza. Su fortaleza es una prueba más de que -desde los comienzos- la Iglesia entendía las palabras de Jesucristo: esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre, de un modo real, no metafórico.
¿Quién se hubiera dejado lapidar por un símbolo? San Justino afirmaba que la Eucaristía es “la carne y la sangre de aquel Jesús que se encarnó”, y San Ireneo añadía que el Cuerpo resucitado de Cristo vivifica nuestra carne: al comulgar “nuestros cuerpos no son corruptibles sino que poseen el don de la resurrección para siempre”.
Tarsicio es el primero en proclamar su fe en el misterio eucarístico hasta el extremo de consignar su vida, por eso se le conoce como el protomártir de la Eucaristía: Esteban confesó que Jesús era el Mesías, pronunciando un discurso que le llevó a ola lapidación; Tarsicio defendió en silencio a su Dios presente en la Hostia Santa, correspondiendo a la entrega del Amigo que se ofrecía por su vida, y por la de todos, en la Eucaristía.
EL DIOS QUE NO ABANDONA
San Tarsicio recibiendo la Eucaristía
Según una tradición antigua, cuando Tarsicio yacía en tierra, pasó un soldado catecúmeno que se llamaba Cuadrado. Reconoció al joven cristiano y lo cargó en sus hombros hasta el cementerio de Calixto. Depuso el cadáver en el mausoleo construido en la superficie -la cella tricora-, junto a los restos mortales del Papa Ceferino.
En el siglo VIII, trasladaron su cuerpo a la iglesia romana de San Silvestro in Capite. A partir del siglo XVI, sus restos descansan bajo el altar mayor. Actualmente, sobre el altar de ese templo se expone la Eucaristía.
Muchos transeúntes aún ignoran o han olvidado la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento. Necesitan que alguien despierte sus conciencias, recordándoles que “allí, en ese trozo de pan, se encuentra realmente el Señor, quien da el verdadero sentido a la vida, al inmenso universo y a la más pequeña criatura, a toda la historia humana y a la más breve existencia”;
que “la Eucaristía es el sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que se pone a nuestro lado y nos indica la dirección”;
que si tenemos en Él nuestro centro, descubrimos el sentido de la misión que se nos ha confiado, tenemos un ideal humano que se hace divino, (…) y llegamos a sacrificar gustosamente no ya tal o cual aspecto de nuestra actividad, sino la vida entera, dándole así, paradójicamente, su más hondo cumplimiento.
Alborea. Por las calles de Roma empiezan a circular vendedores, obreros, comerciantes. Los cristianos que acaban de asistir a la Santa Misa en la iglesia doméstica de Calixto se dirigen a sus lugares de trabajo o a sus domicilios, en una acción de gracias continuada.
“Para el fiel que ha comprometido el sentido de lo realizado, la celebración eucarística no termina sólo dentro del templo. Como los discípulos de Emaús, que reconocen a Cristo en la fracción del pan, experimentan la exigencia de ir inmediatamente a compartir con sus hermanos la alegría del encuentro con el Señor”.
(cortesía de http://tonibandin.wordpress.com/)