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Cuaresma Domingo 1 Ciclo B: Comentarios de Sabios y Santos II -preparemos el Domingo con ellos



A su servicio
Nota sobre las Lecturas del Tiempo de Cuaresma

Exégesis: Joseph M. Lagrange, O. P. - Jesús es tentado

Comentario Teológico: Cardenal José Ratzinger “Se quedó cuarenta días en el desierto.”

Comentario Teológico: M. Minguéns Angueira  - Tentaciones y Ayuno de Cristo.

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - HOMILIA 13

Aplicación: P. Alfredo Sáenz,S.J. - Las Tentaciones del Señor

Aplicación: San Juan Pablo II - «Yo hago un pacto con vosotros» (Gn 9, 8).

Aplicación: Papa Francisco - Tentaciones de Jesús

Aplicación: Jorge Loring - Las tentaciones

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E - La tentación del diablo - Mc 1, 12-15

Ejemplos


¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla: Recibirla, meditarla, memorizarla, estudiarla, obedecerla, celebrarla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo


Nota sobre las Lecturas del Tiempo de Cuaresma

Ordenación de las lecturas para el Tiempo de Cuaresma

Tomando como punto de partida los nº 97 y 98 de los Prenotanda del
Leccionario, donde se explica la ordenación de las lecturas para el Tiempo
de Cuaresma, presentamos una visión de conjunto de estas lecturas.

El Primer Domingo de Cuaresma, en los tres ciclos, se lee el texto donde se
narran las tentaciones de Cristo: en el Ciclo A, según S. Mateo; en el Ciclo
B (el actual), según San Marcos; en el Ciclo C, según San Lucas. Por lo
tanto, y teniendo en cuenta la intención de la Iglesia manifestada en esta
ordenación, es necesario predicar sobre las tentaciones de Cristo, aun
cuando no tomemos estrictamente el texto de San Marcos, sino que nos dejemos
guiar por los textos de los otros dos evangelistas. El nexo entre la Primera
Lectura (el pacto de Dios con Noé después del diluvio) y el evangelio, está
en el hecho de que se establece una alianza entre Dios y el hombre: con Noé,
que permanece fiel a la palabra de Dios, después de la prueba del diluvio;
con Jesucristo (y, en Él, con toda la humanidad), después de las pruebas de
las tentaciones. Una vez vencidas estas tentaciones, a través de la
fidelidad a la palabra de Dios, su ligamen con Dios, su pacto con Dios, sale
fortalecido.

El Segundo Domingo de Cuaresma, en los tres Ciclos, se lee el texto de la
Transfiguración de Jesús, según el evangelista correspondiente a cada ciclo.
El sentido de este evangelio en este domingo de Cuaresma es el mismo que
tiene en el contexto de los evangelios sinópticos: preparar, mediante la
manifestación de un destello de su divinidad, a los que serán testigos de su
máxima humillación. Es un domingo de aliento a recorrer con valentía el
camino de la cruz, vislumbrando ya el triunfo definitivo.


En los tres domingos de Cuaresma que siguen los evangelios a leer se
diversifican. En el Ciclo A, concentrado todo él en el camino de iniciación
cristiana en función del Bautismo, se leen los evangelios de la samaritana,
del ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro. De esta manera, en
el Ciclo A, estos tres domingos pueden recibir un título: el domingo III es
el Domingo del Agua; el domingo IV es el Domingo de la Luz; el domingo V es
el Domingo de la Vida.

Pero es muy importante tener en cuenta que estos evangelios del Ciclo A
pueden leerse también en los otros dos Ciclos. Dicen textualmente los
Prenotanda: “Pueden leerse también en los años B y C, sobre todo cuando hay
catecúmenos” (nº 97). Por lo tanto, queda a elección del celebrante el
escogimiento de las lecturas.



En el Ciclo B, los evangelios de los tres últimos domingos tienen como tema
principal “la futura glorificación de Cristo por su cruz y resurrección”
(Prenotanda, nº 97). Para esto se usarán tres textos de San Juan, cuyo
evangelio entero tiene como tema central la glorificación de Cristo, es
decir, la manifestación de su divinidad, a través de su pasión, muerte,
resurrección y ascensión a la derecha del Padre.

En el domingo III del Ciclo B, entonces, se lee Jn.2,13-25 donde se narra la
expulsión de los mercaderes del templo. Pero el texto central, el que
debiera ser objeto de predicación, es la frase que interpreta el hecho de la
expulsión de los mercaderes: “Destruid este templo y en tres días lo
levantaré” (Jn.2,19). Jesucristo es el nuevo y verdadero templo de la
divinidad, y será glorificado luego de su destrucción, es decir, después de
su pasión y muerte, en la resurrección y ascensión.

En el domingo IV del Ciclo B se lee Jn.3,14-21. Allí se dice: “Como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del
hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn.3,14-15). Y
luego se explica, en el estilo del evangelista San Juan, en qué consiste la
Redención. La serpiente levantada en lo alto es símbolo de la cruz de
Cristo, que dará vida eterna a través de la glorificación de la
resurrección.

En domingo V del Ciclo B se lee Jn.12,20-33: “Ha llegado la hora de que sea
glorificado el Hijo de hombre.En verdad, en verdad os digo: si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho
fruto”. Otra vez presente, de una manera clara, el tema de la muerte y
glorificación de Cristo.



En el Ciclo C, en los tres últimos domingos, se leen “unos textos de san
Lucas sobre la conversión” (Prenotanda, nº 97).
Resumiendo lo dicho hasta aquí podríamos decir que, según el pensamiento de
la Iglesia, la Cuaresma, si atendemos a la ordenación de las lecturas, tiene
dos fases bien determinadas: la primera, constituida por los dos primeros
domingos; la segunda, por los tres últimos domingos. La primera fase, para
los tres Ciclos, se identifica con la prueba y la gloria del cielo, las
tentaciones de Cristo y la Transfiguración. La segunda fase tiene una
palabra clave para cada Ciclo: Ciclo A: catequesis bautismal; Ciclo B:
glorificación de Cristo; Ciclo C: conversión.

Respecto a las primeras lecturas y a las lecturas del Apóstol en los
domingos de Cuaresma, los Prenotanda dicen estas interesantes palabras: “Las
lecturas del Antiguo Testamento se refieren a la historia de la salvación,
que es uno de los temas propios de la catequesis cuaresmal. Cada año hay una
serie de textos que presentan los principales elementos de esta historia,
desde el principio hasta la promesa de la nueva alianza. Las lecturas del
Apóstol se han escogido de manera que tengan relación con las lecturas del
Evangelio y del Antiguo Testamento y haya, en lo posible, una adecuada
conexión entre las mismas” (nº 97). Estas palabras pueden ayudarnos mucho
para entender el nexo entre las lecturas y, por tanto, para encontrar el
gozne central sobre el que gire cada una de nuestras predicaciones.


De esta manera tenemos una visión de conjunto de los evangelios de toda la
Cuaresma. Según esta visión de conjunto podemos planear nuestras
predicaciones, previendo desde ahora las aplicaciones a la realidad
concreta, subrayando o insistiendo sobre los aspectos teológicos o
pastorales que nos parezcan necesarios de acuerdo a los oyentes.


Respecto a los textos del leccionario para las ferias transcribimos
textualmente lo que dicen los Prenotanda: “Las lecturas del Evangelio y del
Antiguo Testamento se han escogido de manera que tengan una mutua relación,
y tratan diversos temas propios de la catequesis cuaresmal, acomodados al
significado espiritual de este tiempo. Desde el lunes de la cuarta semana,
se ofrece una lectura semi-continua del Evangelio de san Juan, en la cual
tienen cabida aquellos textos de este Evangelio que mejor responden a las
características de la Cuaresma. Como las lecturas de la samaritana, del
ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro ahora se leen los
domingos, pero sólo el año A (y los otros años sólo a voluntad), se ha
previsto que puedan leerse también en las ferias; por ello, al comienzo de
las semanas tercera, cuarta y quinta se han añadido unas “Misas opcionales”
que contienen estos textos; estas Misas pueden emplearse en cualquier feria
de la semana correspondiente, en lugar de las lecturas del día. Los primeros
días de la Semana Santa, las lecturas consideran el misterio de la pasión.
En la Misa crismal, las lecturas ponen de relieve la función mesiánica de
Cristo y su continuación en la Iglesia, por medio de los sacramentos” (nº
98).
(Equipo de Homilética)

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Exégesis: Joseph M. Lagrange, O. P. - Jesús es tentado


La tentación de Jesús no forma parte de su ministerio público:
la escena se verificó sin testigos, entre Jesús y Satanás. Ninguna
influencia ejerció en la opinión que el pueblo pudo formarse de la
personalidad, del carácter y de la misión del predicador del reino de Dios.
Los tres primeros evangelistas, especialmente san Mateo y san Lucas,
pensaron, sin embargo, que proyectaba cierta luz sobre todo su ministerio, y
sin duda por esto la reveló Jesús a sus discípulos. Debemos, pues, meditar
este episodio para mejor comprender el modo cómo los apóstoles y los
primeros discípulos concibieron la empresa de establecer el reino de Dios.

Es un pensamiento piadoso tan útil como verdadero ver en la tentación
rechazada por Jesús la prueba de su condescendencia, la realidad de su
naturaleza tan semejante a la nuestra, y un ejemplo y un esfuerzo en la
lucha. Todo esto se halla en lo que dice la Epístola a los Hebreos: «Porque
en cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los
tentados..., porque no tenemos un Pontífice que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas; para asemejarse a nosotros experimentó todas las pruebas
excepto el pecado» (Hb 2, 18; 4, 15).

Pero si el Salvador debió servirnos de modelo, si quiso ser de nuestra
sangre, si permitió a Satanás que le tentase en su cualidad de hombre, el
resultado de esta lucha fue una gloriosa victoria después de un combate
singular. Satanás lo vio dispuesto a fundar el reino de Dios, y temiendo que
fuese el fin de su propio reino, creyó posible apartar a Jesús de su
empresa, o más bien, le tendió lazos para hacerle entrar por una senda por
donde habría lamentablemente ido a robustecer su propio imperio.

¡Extrañas concepciones para el modo de ser de nuestros contemporáneos! Es
cierto, sin embargo, que aun después de tantos siglos de Cristianismo, los
males del mundo son muy grandes, a juicio de aquellos que tienen por mal lo
que contraría la voluntad de Dios. Los antiguos persas, a quienes siguieron
después los maniqueos, estaban tan admirados del desbordamiento del mal, que
el mundo estaba para ellos como en lucha entre dos potencias casi iguales:
el Dios del Bien y el Dios del Mal, que seguirían entre alternativas de
triunfos y derrotas hasta que sobreviniera en un lejano porvenir el triunfo
definitivo del bien. ¿Participarían los judíos de esta creencia tan
claramente incompatible con las nociones más elementales, de que todo
pertenece al Bien Infinito, único Criador, único Señor, único Poseedor del
Ser, que no puede pertenecer a otros sino en forma reducida? Así lo piensan
y lo dicen algunos hoy, haciendo a los judíos adeptos del dualismo; Dios,
señor soberano del cielo, y Satanás, rey de la tierra.

En realidad, sabían muy bien los depositarios de la revelación que Dios es
el único Señor de todo, creyendo, sin embargo, en la existencia del mundo de
los espíritus, unos buenos, los ángeles, y otros malos, los demonios, de los
cuales Satanás es su jefe. Éste era el tentador por excelencia, el que había
seducido a Eva y, mediante ella, hecho caer a Adán. Desde este primer
triunfo no había cesado de trabajar por ir alejando a los hombres de Dios y
arrastrarlos al mal: sus triunfos fueron la medida de su dominación.
Dondequiera que los hombres adoraban a los dioses que no eran el único y
verdadero Dios, Satanás reinaba y era el verdadero señor.

No es éste el lugar propio para probar esta creencia, que es también la de
los cristianos. Si se niega la acción de los espíritus malos, sobre todo en
la idolatría, será preciso explicar por qué el hombre antiguo era tan
inferior a sí mismo en lo concerniente a la religión, cómo la tiranía de dos
divinidades, cuya existencia nadie probara, ha podido obtener de los
cartagineses que hicieran perecer en las llamas a sus propios hijos y de los
griegos de la gran época de Pericles, que rindiesen culto divino a
licenciosas divinidades, parodiadas de vez en cuando en la escena teatral.

Para los israelitas, todos estos cultos, siempre sangrientos e infames,
aunque muchas veces adornados de incomparable encanto humano, eran una
aberración, pero tenía su causa: la tiranía ejercida por Satanás. Satanás
merodeaba en torno de este pequeño reino de Dios, que era la tierra de
Israel y hasta lo invadía y disputaba palmo a palmo el terreno. Allí, sin
embargo, se decía que Dios iba a reinar sobre toda la tierra y que un
instrumento de este reinado iba a entrar en escena. Jesús parecía destinado
a esta misión. ¿Sería el Mesías? ¿El Hijo de Dios? ¿El elegido de Dios? Era
necesario intervenir. Es de creer que este prólogo dialogado, representado
en una esfera misteriosa, en el desierto, pero con Satanás como
protagonista, y de donde derivaría el desenlace del drama terrestre entre
los hombres, esta decisión anticipada de lo que será la obra de salvación
por la derrota de nuestro adversario, es un acontecimiento simbólico que
encierra un secreto importantísimo para nosotros. Es así, empleando una
comparación forzosamente inexacta, cómo en ciertos prólogos de Eurípides se
introduce un personaje divino, que explica por adelantado las peripecias de
la tragedia y señala su moralidad.

Jesús, inmediatamente después del bautismo, según se ve en los sinópticos, y
antes de dar principio a su ministerio, fue conducido al desierto por el
Espíritu que le impulsaba a obrar, y, según san Mateo, especialmente para
ser tentado del demonio. Estamos seguros del desenlace, porque el Espíritu
debía permanecer vencedor. No intentaron, ciertamente, los evangelistas
poner en ridículo al demonio, pues nadie es poderoso contra Dios. Aunque sus
tentaciones son espantosas, no tiene poder bastante para forzar la voluntad.
Podemos decir que sin la complicidad de nuestro corazón, saldría siempre
desarmado. Procura seducirnos y arrastrarnos para la pendiente por la que el
hombre resbala antes de caer. Sabe bien que si Jesús es verdaderamente Hijo
de Dios, ninguna tentación prendería en Él, y ni siquiera lograría
impresionarle. Pero, si Él se cree Hijo de Dios sin serlo, ¿no estaba ya
mordido por el orgullo? Provocado por una cuestión presentada con habilidad,
¿no respondería a ella manifestando prontamente su poder para con Dios? El
objeto de la tentación se lo ofrecen las circunstancias. Fue una lucha larga
y tenaz, pero no conocemos más que los últimos ataques. Jesús había ayunado,
como animoso atleta; después de cuarenta días, tuvo hambre. Entonces le dice
el tentador: «Si eres Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en
pan». Deseo demasiado ardiente de satisfacer una necesidad, por otra parte
legítima, recurso a un poder sobrenatural por interés personal; diligencia
para defenderse contra su provocación indiscreta, eran otros tantos móviles
para desplegar la virtud de hacer milagros y comenzar el reino de Dios a
despecho del eterno contradictor. Los móviles eran imperfectos, y así Jesús
responde: «Escrito está: no sólo de pan vive el hombre». Frase enigmática,
como lo son muchas veces los textos de la Escritura citados por los rabinos,
cuya aplicación, al caso propuesto, no se ve a primera vista. San Mateo lo
aclara algún tanto, dando la continuación del texto: «Sino también de toda
palabra que sale de la boca de Dios».

El hombre no ha de proveer solamente, y a toda costa, a su alimentación;
debe, ante todo, seguir el orden manifestado por Dios. La negativa es clara,
Jesús no intervendrá indiscretamente, haciendo servir a sus propios
intereses, o a la satisfacción de su apetito, o a la vanagloria, el poder
que había recibido de Dios.

Jesús cita la Escritura, ¡quién no le da importancia! También el demonio la
conoce y la aduce igualmente para forzar a su adversario a descubrir su
intención. Lo conduce al pináculo del Templo. El pueblo, reunido en los
atrios, iba a presenciar un maravilloso espectáculo: a un hombre que se
arroja al valle del Cedrón desde aquella vertiginosa altura. «Si eres Hijo
de Dios, dijo el Demonio, arrójate, porque escrito está que te mandará a sus
ángeles y te tomarán en sus manos para que tu pie no se haga daño contra la
piedra». Si tan tierno era el cuidado de Dios para con los hijos de Israel,
¡cuánto más cuidadoso sería para con su Hijo muy amado! Sí, pero Dios, tan
bueno para quienes confiadamente se arrojan en sus manos, es severo para
aquellos que, imprudentes, le requieren para que acuda en su favor. También
estaba en la Escritura: «No tentarás al Señor tu Dios». La respuesta era de
maravillosa oportunidad. Pero, en fin, los rabinos eran maestros en barajar
textos. Si Jesús, por dos veces provocado a ostentar su poder, se mostraba
tan tímido, esta reserva tal vez sería expresión clara de su impotencia.

Al fin, si Jesús no se atrevía a aventurarse a algo grande, como muestra del
poder del reino de Dios, acaso se daría por satisfecho con dominar sobre
todos los reinos del mundo. La psicología de Satanás es muy limitada. No lee
en los corazones, y no sabe arrancarles sus secretos, cuando buscan su
defensa en la palabra de Dios. De tal manera le ciega la confianza en su
prestigio, que le propone a Jesús que se postre delante de él, para recibir
la investidura de la riqueza y de la gloria. Quien puede hacerlos aparecer
por medio de sus sortilegios, ¿no es el señor de ellos? A la tercera
instancia, Jesús abate a su adversario: «Retírate, Satanás, porque está
escrito: adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás». Jesús no vino a
reinar, vino para que Dios reine y acabe el reino de Satanás.

Se alejó esta vez el demonio, pero, añade san Lucas: «Se alejó de Él por
algún tiempo», es decir, hasta el día en que le será permitido atentar
contra la vida de su vencedor insurreccionando contra Él todos los poderes
del país. Hasta ese día, Jesús tendrá campo libre para predicar el reino de
Dios. Para mostrar claro que la victoria conseguida es de un orden
sobrehumano, los ángeles, a quienes no veremos prestar a Jesús ningún
servicio durante su ministerio, se acercaron a Él y le sirvieron.

Se querrá saber el lugar de este ayuno de cuarenta días y el nombre de la
montaña donde la gran batalla fue ganada.

Se le dio el nombre, después del suceso, de «el monte de los cuarenta días»
(DjébelQarantal). El lugar fue bien escogido por los anacoretas del siglo V,
que vivían en ayuno continuo en las grutas cavadas en las vertientes de las
colinas que cierran, a manera de muralla, la planicie al Occidente de
Jericó. Desde esta roca aislada se ven abajo los verdes jardines, oasis de
verdura en medio de arenales, y hacia arriba, la meseta de Moab, vasta
extensión limitada en un horizonte imaginario por la visión de Babilonia, la
reina de los antiguos imperios. La parte opuesta conduce a Roma, que le
acaba de arrebatar el cetro. Así se pueden ver, como dice san Lucas, todos
los reinos del mundo en un instante. Se dirá que todo este episodio está
como envuelto por una nube que no permite dibujar con claridad los
contornos. Su realidad no es menos viva. La verdad más útil al espíritu y al
corazón no siempre es la que soporta mejor un minucioso análisis.
(LAGRANGE, Vida de Jesucristo según el evangelio, Edibesa Madrid 1999, pág. 71-76)



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Comentario Teológico: Cardenal José Ratzinger “Se quedó cuarenta días en el desierto.”

Yendo al desierto, Jesús entra en la historia de salvación de su pueblo, el pueblo elegido. Esta historia empieza después de la salido de Egipto por una migración de cuarenta años por el desierto. En el centro de este tiempo de cuarenta años están los encuentro “cara a cara” con Dios: estos cuarenta días de Moisés en la montaña, en ayuno absoluto, lejos de su pueblo, en la soledad de la nube, en la cima de la montaña (Ex 24,18). Del núcleo de estos días surge la fuente de la revelación. Volvemos a encontrar el espacio de cuarenta días en la vida de Elías: perseguido por el rey Acab, el profeta camina cuarenta días por el desierto, volviendo así al origen de la alianza, a la voz de Dios, para un nuevo comienzo de la historia de salvación (1R 19,8).


Jesús entra en esta historia. Revive las tentaciones de su pueblo, las tentaciones de Moisés. Como Moisés, ofrece su vida por el pueblo: con tal que el pueblo se salve, está dispuesto a dar su vida (Ex 32,32). Así, Jesús será el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Será el auténtico Moisés que “está en el seno del Padre” (Jn 1,18), cara a cara con él para revelar al Padre. En los desiertos del mundo, él es la fuente de agua viva (Jn 7,38), palabra de vida, camino, verdad y vida (Jn 14,6). Desde la cruz nos entrega la alianza nueva. Auténtico Moisés, él entra por la resurrección en la tierra prometida que Moisés no alcanzó, y por la cruz, Jesús nos abre las puertas del reino.
(Cardenal José Ratzinger [Benedicto XVI, papa de 2005 a 2013] Retiro en el Vaticano 1983 )

 

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Comentario Teológico: M. Minguén Angueira - Tentaciones y Ayuno de Cristo.

Nos referimos a las t. padecidas y al ayuno que Cristo observó en el
desierto de GuebelQarantal, a 4 Km. al nordeste de Jericó, durante 40 días y
40 noches inmediatamente después de su bautismo en el Jordán y antes de
comenzar su ministerio público. Fueron tres y tuvieron lugar al término del
ayuno. Éste, en la narración evangélica, sirve de introducción a la primera
(«al fin sintió hambre») y ésta, a su vez, introduce las otras dos. El
relato del ayuno y t. constituye una unidad literaria y teológica.


1. Los hechos. Las t. se relatan sólo en los Evangelios llamados Sinópticos
(Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13). Se han querido ver trazas de este relato
en el Evangelio de S. Juan (cfr. lo 6,14 ss.; 7,3 ss.; 14,30), pero sin
fundamento. En los Sinópticos el relato ofrece diferencias, sobre todo en S.
Marcos. Menciona, sí, que el Espíritu «lanzó» al desierto a Cristo, donde
estuvo 40 días, y que su tentador fue el diablo. Habla también del
«servicio» de los ángeles, detalle común con S. Mateo y ausente en S. Lucas.
Establece una relación expresa entre Cristo en el desierto y las t., con el
bautismo. Ahí termina lo común del relato de Marcos con Mateo y Lucas. Es
verdad que este último habla de la t., pero mientras los otros dicen que
ocurrieron al fin de los 40 días, Marcos no especifica sino que las t.
fueron durante esos días. Marcos nada dice del ayuno ni hay por qué
sobrentenderlo. La mayor diferencia consiste en que Marcos no da el número
de las t. ni en qué consistieron los episodios. Tiene en exclusiva un
detalle: Cristo «estaba con las fieras» en el desierto. Los otros dos, Mateo
y Lucas, concuerdan casi totalmente en eJ relato de las t. con algunas
diferencias. La más notable es que Lucas pone en último lugar la t. del
pináculo, que Mateo sitúa en segundo lugar. Se considera más original el
orden de Mateo, sobre el que Lucas tiene pequeñas diferencias (cfr. Lc
4,3-10). El relato de las t. en Mateo y Lucas constituye una pieza literaria
articulada en torno a tres citas bíblicas tomadas de Dt 8,3; 6,16; 6,13
(orden de Mateo). Cada uno de estos pasajes es el núcleo de cada una de las
tentaciones. Los pasajes del Dt se aducen según la versión de los Setenta,
como también el Ps 91,11 ss., en la segunda t. (Mateo). Las t. están
narradas en estilo indirecto o tercera persona.


2. Sentido de las tentaciones. Las t. no tienen de primera intención un
sentido ascético (gula, vanidad, soberbia). Los tres Evangelistas establecen
conscientemente una relación entre las t. y la narración precedente del
bautismo (cfr. «si eres Hijo de Dios...», «Espíritu») (v. BAUTISMO lI). La
significación de la voz del cielo en el bautismo, por la que Cristo es
declarado Mesías (v.) real, se ha de entender en el contexto de la teología
del «Siervo» paciente (v. SIERVO DE YAHWÉH). Esta enseñanza se continuará en
el episodio de las t. constituyendo su fondo doctrinal. Las t. son, en
efecto, una lucha entre Jesús y Satán cuando Aquél, una vez proclamado
Mesías, iba a comenzar su ministerio mesiánico. La clave para interpretar
todo el episodio la da la tercera t. (Mateo), que es también el clímax de
todo el drama: se trata de «servir» a Dios, de servir en sentido cultual,
que es la expresión suma del «servir», estar al servicio de Dios. Así,
pues:a) En la primera tentación Satán no trataría de explorar el poder de
Cristo, comprobar si de verdad es el Mesías. La respuesta de Cristo da el
verdadera sentido: «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que
procede de la boca de Dios». La Palabra de Dios (v.) es la expresión de una
voluntad, más que de una inteligencia, es una orden. Y en la narración
evangélica la palabra pan no indica tan sólo el pan como alimento nutritivo,
sino toda suerte de sustento. El hombre ha de vivir y puede vivir no sólo
del modo normal, sino de cualquier modo que Dios lo dispusiere. Aunque esto
implique ayuno, hambre y sacrificio. La t. consiste en solicitar de Cristo
que haga uso de su poder taumatúrgico cuando Él comprendía que no debía
hacerlo (cfr. Me 8,11 ss.) y mucho menos en provecho propio, cuando es
consciente de que su mesianismo (el querido y decretado por Dios) es el del
siervo paciente (cfr. Mc 10, 45). No está ausente de esta t. la idea de la
abundancia de bienes materiales que ciertas interpretaciones judías
prometían en los tiempos mesiánicos. La dimensión mesiánica de la t. es que
Cristo ve la posibilidad de atraerse a la gente y hacerse aceptar como
Mesías entre el público por la ostentación de su poder taumatúrgico, contra
lo establecido por Dios, que es el sacrificio, fracaso y derrota aparentes.
Admitir la t. sería admitir el equivocado ideal mesiánico del judaísmo
contemporáneo (Mc 8,11 ss.; lo 6,30 ss.).

b) La segunda tentación no consiste en hacer dudar a Cristo de la asistencia
de Dios, sino en solicitarlo a ponerse en tales condiciones que Dios tenga
que hacer un milagro. Esto indica la respuesta de Jesús. El siervo debe
servir a Dios y no servirse de Él, debe estar sumiso y obedecer en vez de
exigir y provocar. La dimensión mesiánica de esta t. ha de considerarse en
relación con una mentalidad que trasluce Jn 7,3 ss. (cfr. lo 7,27; 10,22-24;
2,18): la manifestación del Mesías en Jerusalén, y en el Templo, por algún
signo o milagro. Una tradición judía, cuyo origen podría ser antiguo,
formula así esa mentalidad: «Nuestros maestros han dicho: cuando se revele
el Rey, el Mesías, vendrá y se pondrá encima del tejado del santuario» (cfr.
H. L. Strack, P. Billerbeck, Kommentar zum NeuenTestamentaus Talmud
undMidrasch, I, Munich 1922, 151). Se trata de nuevo de recurrir a un
milagro de ostentación para hacerse reconocer como Mesías. También esto
significa ceder a la expectación mesiánica de los contemporáneos.

c) La tercera tentación consiste en lisonjear la dignidad de que Jesús era
consciente, según la declaración en el bautismo: ser Mesías y Rey, Mesías
real. Al Mesías promete Dios «darle las naciones, darle por herencia los
confines de la tierra» (Ps 2,8). Cristo es consciente de eso, pero los
medios que propone Dios al Siervo son paradójicos. Cristo contempla «en un
abrir y cerrar de ojos la autoridad y gloria» (Lucas) de los reinos del
mundo. A Cristo le presenta el tentador los conceptos de dominio, poder,
fausto, esplendor. Es la idea de un mesianismo (v.) político y dominador, la
que entonces acariciaban no sólo los judíos en general (lo 6,14; cfr. Lc
1,68-75), sino también discípulos de Jesús (Mc 10,35 ss.; Act 1,6). Lo único
que a Cristo se le pide es rendirse a los postulados del mundo (v.), cuyo
príncipe y dueño («me ha sido entregado») es Satán, cediendo a los
postulados mesiánicos del judaísmo contemporáneo que tiene por padre al
diablo (lo 8,44).

Una segunda dimensión da todavía mayor profundidad a este contenido
mesiánico de las tentaciones. Las citas del Deuteronomio en este relato han
de tomarse con todo el contenido que les confiere el contexto original.

Para la primera t. no sólo Dt 8,3 es importante, sino todo el pasaje Dt
8,2-5. Aquí se encuentra el porqué de las t. en el desierto: Israel fue
llevado al desierto, porque allí quiso Dios «probarlo (tentarlo) para
conocer lo que había en su corazón, a ver si observaría sus preceptos o no»;
se encuentra el dato de los 40 años de Israel en el desierto, que encuentra
su eco en los 40 días de los Evangelios; el detalle del «hambre» de Israel,
etc., cuando Dios tuvo que intervenir con el milagro del maná (v.). En Dt
8,3 se hace referencia expresa al episodio de Ex 16,4, cuando Dios, por las
murmuraciones e impaciencia del pueblo, tuvo que cesar en su prueba y enviar
el maná. Israel no fue capaz de superar la prueba del hambre, porque
ignoraba que el hombre puede vivir de cualquier manera que Dios lo disponga.
Por el contrario, Jesús supera la prueba en que Israel cayó y muestra ser la
verdadera expresión del Israel servidor paciente de Dios. En la segunda t.
la cita de Dt 6,16 remite también al episodio de Ex 17,1-7, cuando el pueblo
en el desierto tampoco superó la prueba de la sed y puso a prueba a Dios,
obligándole, por así decir, a realizar un milagro, haciendo salir agua de
una roca. Jesús se mantiene fiel en la prueba y rehúsa poner a Dios en el
trance de obrar un milagro en su favor. En la tercera t. Dt 6,13 con los
vers. 12-15 se refiere a los pasajes de Ex 23,20-33; 34,1114. Todos estos
textos dan normas para cuando el pueblo haya entrado en la Tierra Prometida:
no deberán servir a los baales (señores), a los dioses de los pueblos que
allí vivían. También en esta prueba sucumbió Israel, mientras que Cristo
supera la sugerencia de rendirse ante Satán y servir sus intereses como un
medio de obtener el dominio del mundo que le prometía la declaración del
bautismo (Ps 2,7-8).
(M. MIGUÉNS ANGUEIRA, Gran Enciclopedia Rialp)

BIBL.: J. DUPONT, Les tentations de Jésusaudésert, «StudiaNeotestamentica»
4, Brujas-París 1968 (abundante bibl.) ;fD, L'origine du récit des
tentations de Jésusaudésert, «Rev. Biblique» 73 (1966) 30-76; M. STEINER, La
tentation de Jésusdans 1'interprétation patristique de Saint Justin
iáOrigéne, París 1962; A. FEUILLET, L'épisode de la tentationd'aprés
1'Evangile selon Saint Marc, «Estudios Bíblicos» 19 (1960) 49-73; F.
SPADAFORA, Tentaciones de Jesús, en Diccionario Bíblico, Barcelona 1968,
591-592; íD, Temi di esegesi, Rovigo 1953, 285-319; 1. GOMÁ CIVIT, El
Evangelio según S. Mateo, Madrid 1966, 128 ss.; J. M' CASCIARO, Jesucristo y
la sociedad política, Madrid 1973, 62-66; J. M. BOVER, Diferente género
literario de los evangelistas en la narración de las tentaciones de Jesús en
el desierto, en XV Sem. Bibl. Esp., Madrid. 1955, 213-219.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991



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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - HOMILIA 13


Entonces fue Jesús conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado
por el diablo (Mt 4,1ss).

POR QUÉ PERMITE DIOS QUE SEAMOS TENTADOS

1. Entonces... ¿Cuándo? Después de bajar el Espíritu Santo, después de oírse
aquella voz venida del cielo que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien me
he complacido . Y lo de verdad maravilloso es que le lleva el Espíritu Santo
—así lo afirma expresamente el evangelio—. Y es que, como el Señor toda lo
hacía y sufría para nuestra enseñanza, quiso también ser conducido al
desierto y trabar allí combate contra el diablo, a fin de que los
bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben
por ello, como si fuera cosa que no era de esperar. No, no hay que turbarse,
sino permanecer firme y soportarlo generosamente como la cosa más natural
del mundo. Si tomaste las armas, no fue para estarte ocioso, sino para
combatir. Y ésa es la razón por que Dios no impide que nos acometan las
tentaciones. Primero, para que te des cuenta que ahora eres ya más fuerte.
Luego, para que te mantengas en moderación y humildad y no te engrías por la
grandeza de los dones recibidos, pues las tentaciones pueden muy bien
reprimir tu orgullo. Aparte de eso, aquel malvado del diablo, que acaso duda
de si realmente le has abandonado, por la prueba de las tentaciones puede
tener certidumbre plena de que te has apartado de él definitivamente. Cuarto
motivo: las tentaciones te hacen más fuerte que el hierro mejor templado.
Quinto: ellas te dan la mejor prueba de los preciosos tesoros que se te han
confiado. Porque, si no te hubiera visto el diablo que estás ahora
constituido en más alto honor, no te hubiera atacado. Por lo menos al
principio, si acometió a Adán, fue porque le vio gozar de tan grande
dignidad. Y, si salió a campaña contra Job, fue porque le vio coronado y
proclamado por el Dios mismo del universo. —Entonces, ¿por qué dice más
adelante el Señor: Orad para que no entréis en tentación —Por la misma razón
por que el evangelio no te presenta simplemente a Jesús camino del desierto,
sino conducido allí conforme a la razón de la economía divina. Con lo que
nos da a entender que no debemos nosotros adelantarnos a la tentación; más,
si somos a ella arrastrados, mantenernos firmes valerosamente.



LOS BIENES QUE NOS TRAE EL AYUNO

Y mirad a dónde, apoderándose de Él, le conduce al Señor el Espíritu Santo;
no a una ciudad ni a pública plaza, sino al desierto. Y es que, como el
Señor quería atraer al diablo a este combate, le ofrece la ocasión no sólo
por el hambre, sino por la condición misma del lugar. Porque suele el diablo
atacarnos particularmente cuando nos ve solos y concentrados en nosotros
mismos.

Así atacó al principio a la mujer, al sorprenderla sola y hallarla sin la
compañía de su marido. Porque, cuando nos ve con otros y que formamos un
cuerpo, no tiene el diablo tanta audacia ni se atreve a acometernos. Por
esta razón siquiera, por no ser presa fácil del diablo, hemos de procurar
congregarnos con frecuencia. Hallándole, pues, al Señor en el desierto, y
desierto inaccesible—y que así fuera lo declaró Marcos al decir que estaba
con las fieras ,mirad con cuánta astucia y malicia se le acerca y qué
momento tan oportuno escoge. Porque no se le acerca cuando ayuna, sino
cuando tiene ya hambre. Por ahí has tú de caer en la cuenta de cuán grande
bien es el ayuno, cómo él constituye nuestra mejor arma contra el diablo, y
cómo, en fin, después del bautismo no hemos de entregarnos al placer, a la
embriaguez y a la gula, sino al ayuno. Porque, si el Señor ayunó, no fue
porque tuviera Él necesidad del ayuno, sino para enseñárnoslo a nosotros.
Nuestra servidumbre del vientre fue la causa de nuestros pecados antes del
bautismo. Pues bien, como un médico que ha curado a un enfermo le manda que no haga nada de aquello que le acarreó la enfermedad, así también aquí
introdujo el ayuno después del bautismo. Pues fue así que la intemperancia
del vientre arrojó a Adán del paraíso, y desencadenó el diluvio en tiempo de
Noé, e hizo bajar los rayos del cielo contra los sodomitas. Porque, si bien
es cierto que la culpa de estos últimos fue de fornicación, sin embargo, la
raíz de uno y otro castigo de ahí nació. Que es lo que Ezequiel daba a
entender cuando decía: Sin embargo, ésta fue la iniquidad de Sodoma: que se
entregaron a la molicie en orgullo, en hartazgo de pan y en prosperidades .
De este modo también los judíos cometieron los más grandes pecados, viniendo a parar, de la embriaguez y de la glotonería, a la iniquidad.

2. Justamente para mostrarnos los remedios de salvación, ayuna el Señor
durante cuarenta días, y si no pasa adelante, es para evitar que, por el
exceso del milagro, viniera a negársele fe a la verdad de la encarnación.
Ahora no podía haber lugar a ello, puesto que ya antes Moisés y Elías,
fortalecidos por la virtud de Dios, habían alcanzado ese mismo término. Si
el Señor hubiera seguido adelante, muchos hubieran tomado de ahí argumento
para no creer que hubiera Él tomado verdadera carne.



LA PRIMERA TENTACIÓN: “'HAZ QUE ESTAS PIEDRAS SE CONVIERTAN EN PAN”

Habiendo, pues, ayunado cuarenta días y cuarenta noches, luego tuvo hambre.
Así da el Señor ocasión al enemigo para que se le acerque, a fin de trabar
con él combate y mostrarnos cómo hemos también nosotros de dominarle y
vencerle. Es lo mismo que hacen los atletas. Éstos, para enseñar a sus
alumnos cómo han de dominar y vencer a sus contrarios, traban
voluntariamente combate con otros y les ofrecen ocasión de ver, en los
cuerpos mismos de los contrarios, cómo han ellos de alcanzar la victoria. Lo
mismo exactamente que hizo el Señor en el desierto. Como quería atraer al
demonio a este encuentro, primero le hizo conocer su hambre, luego le
consintió que se le acercara, y, ya que le tuvo a su lado, le derribó una,
dos y tres veces con la facilidad que decía con Él. Y como de pasar por alto
algunas de esas victorias pudiéramos menospreciar vuestro provecho, vamos a
empezar por el primer ataque y examinar uno por uno todos los otros.

Una vez, pues, que tuvo hambre, dice el evangelio, se le acercó el tentador
y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en
pan. Como el diablo había oído la voz venida del cielo, que decía: Este es
mi Hijo amado; como había también oído a Juan, que tan alto testimonio daba
de Él, y, por otra parte, le veía hambriento ahora, se hallaba perplejo y ni
podía creer fuera puro hombre aquel de quien tales cosas se decían, ni le
cabía tampoco en la cabeza que fuera Hijo de Dios el que veía ahora
hambriento. Como quien está, pues, perplejo, sus palabras son también
ambiguas. Y como a Adán, al principio, se le acerca y compone lo que no es
para saber lo que es; así también, aquí, al no saber claramente el misterio
inefable de la encarnación ni quién era el que tenía allí delante, intenta
tender otros lazos, con los que pensaba saber lo que para él estaba
escondido y oscuro. ¿Y qué dice? Si eres Hijo de Dios, manda que estas
piedras se conviertan en pan. No dijo: "Como tienes hambre", sino: Si eres
Hijo de Dios, pensando captárselo por la alabanza. Calla el astuto lo del
hambre, pues no quiere dar la apariencia de que se lo echa en cara y le
injuria con ello. Y es que, como ignoraba la grandeza de la economía divina,
creía que tener hambre había de ser vergonzoso para Cristo. De ahí que, para
adularle, sólo le recuerda su dignidad de Hijo de Dios.



NO DE SÓLO PAN VIVE EL HOMBRE

¿Qué responde, pues, Cristo? Para reprimir la soberbia del demonio y
demostrar que no era vergonzoso ni indigno de su sabiduría lo que le pasaba,
lo que él para adularle se callaba, eso es lo primero que Él aduce y pone
delante, diciendo: No de solo pan vive el hombre. Por donde se ve que
empieza por la necesidad del vientre. Mas vosotros considerad, os ruego, la
astucia de aquel maligno demonio y cómo inicia sus ataques y no se olvida de
sus viejas mañas. Por los mismos pasos porque había al principio arrojado al
primer hombre del paraíso y le había envuelto en otros males infinitos, por
ahí traza también aquí su embuste, es decir, por la intemperancia del
vientre. Así, también ahora es fácil oír a algunos insensatos contar los
males infinitos que vienen del vientre. Mas Cristo, para mostrar que a un
hombre virtuoso no puede esta tiranía forzarle a cometer acción alguna
inconveniente, sufre Él mismo hambre y no obedece a la sugestión del
demonio, con lo que nos enseña a no hacer en nada caso del mismo. Como por
ahí ofendió a Dios el primer hombre y transgredió la ley, Cristo nos enseña
con creces que, aun cuando lo que nos mandara el demonio no fuera
transgresión, ni aun así hemos de hacerle caso. ¿Y qué digo transgresión?
Aun cuando los demonios—nos dice—os dieran un consejo útil, ni aun así les
prestéis atención. De este modo, por lo menos, los hacía Él enmudecer cuando
le proclamaban por Hijo de Dios .Y Pablo, a su vez, les increpaba, cuando
gritaban eso mismo, no obstante ser útil lo que decían. Pero quería a todo
trance deshonrarlos y alejar toda asechanza contra nosotros; de ahí que, aun
predicando verdades saludables, los perseguía, tapándoles las bocas y
obligándoles a guardar silencio . Por eso tampoco aquí accedió Cristo a su
sugestión; mas ¿qué dice? No de solo pan vive el hombre. Que es como si
dijera: Dios puede alimentar al hambriento con sola su palabra. Y alega el
testimonio del Antiguo Testamento, enseñándonos que, por más hambre que
tengamos, por más que padezcamos otra cualquiera calamidad, jamás hemos de
apartarnos de nuestro Dueño soberano.

3. Mas, si alguno dijera que debió entonces Cristo haber hecho una
demostración de sí mismo, le preguntaríamos por qué y para qué. El diablo no
le decía aquello por que quisiera creer, sino para argüirle, según él se
imaginaba, a Él mismo de incredulidad. Así había engañado a nuestros
primeros padres, que realmente no demostraron muy grande fe en Dios. Porque,
prometiéndoles el diablo lo contrario de lo que Dios les dijera y
habiéndolos hinchado de vanas esperanzas, los empujó a la incredulidad, y
así los despojó de todos los bienes que poseían. Pero Cristo se muestra como
quien es al no acceder entonces al demonio ni más tarde a los judíos, que,
inspirados de los mismos pensamientos que ahora el demonio, le pedían
milagros. Y en uno y otro caso nos enseña que, aun cuando esté en nuestra
mano hacer algo, jamás lo hagamos sin razón y motivo; al diablo, empero, ni
en extrema necesidad le obedezcamos.



LA SEGUNDA TENTACIÓN: “ARRÓJATE ABAJO”

¿Qué hace, pues, aquel maldito después de su derrota? Como, no obstante el
hambre del Señor, no había podido persuadirle a hacer lo que le mandaba,
pasa a tenderle otro lazo, diciéndole: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo.
Porque escrito está: A sus ángeles mandará sobre ti y en sus palmas te
levantarán .¿Cómo es que el diablo inicia cada tentación con las palabras Si
eres Hijo de Dios? Lo que hizo con nuestros primeros padres, eso mismo hace
aquí. Allí calumnió a Dios, diciéndoles: No, el día mismo en que comiereis,
se os abrirán los ojos .Con lo que les quería dar a entender que habían sido
engañados y estaban ilusos, y que no le debían beneficio ninguno. Aquí
también viene a significar lo mismo, como si le dijera al Señor: "Vanamente
te ha dado Dios nombre de Hijo, y te ha burlado con semejante don. Y, si
esto no es así, dame la prueba de que tú tienes el poder que corresponde al
Hijo de Dios". Luego, como le había antes contestado Cristo con un texto de
las Escrituras, también él alega ahora el testimonio del profeta. ¿Cómo,
pues, no se irritó ni se indignó Cristo, sino que nuevamente, con modestia,
le contesta por otro texto de las Escrituras, diciendo: No tentarás al
Señor, Dios tuyo Es que quería enseñarnos que al diablo hay que vencerle no
por medio de milagros, sino por la paciencia y la longanimidad, y que, por
otra parte, nada absolutamente debemos hacer por ostentación y ambición de
gloria. Más considerad también la insensatez del diablo por el texto mismo
que alega. Los testimonios de la Escritura presentados por el Señor fueron,
uno y otro, dichos perfectamente a propósito; pero los del tentador fueron
traídos al azar y vengan como vinieren. Y, naturalmente, no vinieron a
propósito. Efectivamente, que esté escrito: A sus ángeles mandará acerca de
ti, no es exhortar a que nos arrojemos por un precipicio. Y, por lo demás,
el texto no fue dicho primeramente sobre el Señor. Sin embargo, por entonces
no le arguye de eso el Señor, no obstante servirse de modo tan insolente de
la palabra divina y hasta con sentido contrario. Porque nadie pide semejante
cosa del Hijo de Dios. Arrojarse precipicio abajo, propio es del diablo y de
sus compañeros; de Dios, levantar aun a los caídos. Y, si Cristo había de
mostrar su poder, no sería precipitándose y despeñándose a sí mismo sin
razón ni motivo, sino salvando a los demás. Despeñarse a sí mismo por
barrancos y precipicios, propio es de la falange del demonio. Por lo menos,
eso es lo que hace su principal impostor. Cristo, empero, no obstante todas
estas sugestiones, no se descubre por entonces a sí mismo, sino que habla
con el diablo como simple hombre. Sus palabras en efecto: No de solo pan
vive el hombre, y las de: No tentarás al Señor, Dios tuyo, no son de quien
se revela demasiado a sí mismo, sino de quien se muestra como uno de tantos.



"AL SEÑOR DIOS TUYO ADORARÁS"

Y no os maravilléis de que hablando con Cristo, se vuelva y revuelva muchas
veces el demonio. Es como en una lucha de pugilato. Cuando un luchador ha
recibido unos golpes certeros, anda dando vueltas, bañado por todas partes
en sangre y presa de vértigo. Así aquí: presa el diablo de vértigo por el
primero y segundo golpes, habla ya al azar y lo que le viene a la boca, y
pasa a su tercera arremetida: Y, llevándole a un monte elevado, le mostró
todos los reinos de la tierra y le dijo: Todo esto te daré si, postrado en
tierra, me adorares. Entonces le dice: ¡Atrás, Satanás! Porque está escrito:
Al Señor Dios tuyo adorarás y a él solo servirás. El pecado era ya contra el
Padre, pues el diablo se arroga todo lo que pertenece a Dios y pretende
declararse a sí mismo Dios, como si fuera creador del universo. De ahí que
ahora Cristo le increpa: ¡Atrás, Satanás! Y todavía no lo hace con mucha
vehemencia, pues le dice simplemente: ¡Atrás, Satanás! Lo cual más suena a
mandato que a increpación. Como quiera, apenas le dijo: ¡Atrás!, le hizo
huir y ya no se nos habla de nuevas tentaciones.

DIFICULTAD EXEGÉTICA SOBRE SAN LUCAS. LAS TENTACIONES CAPITALES

4. ¿Y cómo dice Lucas que consumó el diablo toda tentación? A mi parecer,
porque, habiendo hablado de las principales tentaciones, a éstas dió nombre
de todas, como quiera que las demás están incluidas en ellas. A la verdad,
ser esclavo del vientre, obrar por vanagloria y sufrir la locura del dinero,
son cosas que comprenden en sí infinitos males. Muy bien se lo sabía aquel
maldito, y por eso pone al fin la pasión más fuerte de todas: la codicia de
tener cada vez más. De muy arriba, desde el principio, sentía él como dolor
de parto por llegar ahí, pero lo guardaba para lo último, como el más fuerte
golpe que le pensaba asestar al Señor. Es ésta vieja ley suya de lucha:
dejar para lo postrero lo que mejor puede derribar a su víctima. Así lo hizo
con Job. Y así también aquí: empezando por lo que parecía más despreciable y
débil, fue avanzando hacia lo más fuerte. ¿Cómo hay, pues, que vencerlo? Del
modo que Cristo nos ha enseñado: refugiándonos en Dios, sin aba-tirnos por
el hambre, pues tenemos fe en el que puede alimentarnos con sola su palabra,
y sin tentar, en los bienes mismos que hemos recibido, al mismo que nos los
ha dado. Contentémonos con la gloria del cielo y no hagamos caso alguno de
la humana. Despreciemos en todo momento lo superfluo a nuestra necesidad.
Nada, en efecto, nos somete tanto al diablo como el ansia de poseer siempre
más y más; nada tanto como la pasión de la avaricia. Fácil es verlo por lo
que ahora mismo está sucediendo. Porque también ahora hay quienes dicen:
"Todo esto te daremos si, postrado en tierra, nos adoras". Cierto que éstos
son hombres por naturaleza, pero se han convertido en instrumentos del
demonio. Porque tampoco a Cristo en su vida mortal le atacó sólo por sí
mismo, sino también por medio de ministros suyos. Es lo que declaró Lucas
cuando dijo que se retiró de Él hasta otra ocasión ,dando a entender que,
después de esto, le atacó también por medio de instrumentos suyos.


IMITEMOS A JESÚS EN NUESTRA LUCHA CONTRA EL DIABLO

Y he aquí que ángeles se le acercaron y le servían. Mientras duró la
batalla, no dejó que aparecieran los ángeles, con el fin de no espantar la
caza; mas, una vez que confundió en todo al enemigo y le obligó a emprender
la fuga, entonces aparecieron aquéllos. Aprended de ahí que también a
vosotros, después que hayáis vencido al diablo, os recibirán los ángeles
entre aplausos y os acompañarán por dondequiera como una guardia de honor.
De este modo, en efecto, se llevaron los ángeles a Lázaro, salido que hubo
de aquel horno ardiente de la pobreza, del hambre y de la estrechez más
extrema. Ya os lo he dicho antes: muchas son las cosas que aquí muestra
Cristo de que hemos de aprovecharnos nosotros. Como quiera, pues, que todo
esto ha sucedido por nosotros, emulemos e imitemos también su victoria. Si
se nos acerca uno de esos servidores que tiene el demonio, y que piensan
como él, para provocarnos y decirnos: "Si eres hombre admirable y grande,
traslada de sitio esta montaña", no nos turbemos ni escandalicemos.
Respondamos con moderación y con las mismas palabras que oímos pronunciar al Señor: No tentarás al Señor, Dios tuyo. Si nos pone delante la gloria y el poder, si nos ofrece muchedumbre sin término de riqueza a condición de que le adoremos, mantengámonos firmes valerosamente. Porque no se contentó el  diablo con tentar al común Señor nuestro. Cada día emplea sus mismas artes con cada uno de sus siervos, no sólo en los montes y soledades, sino también en las ciudades, en las públicas plazas, en los tribunales; y no sólo nos ataca por sí mismo, sino valiéndose también de hombres de nuestro mismo
linaje. ¿Qué tenemos, pues, qué hacer? Negarle absolutamente fe, taparnos
los oídos, aborrecer sus adulaciones y volverle tanto más resueltamente las
espaldas cuanto mayores promesas nos haga. A Eva, cuanto más la levantó con
locas esperanzas, más profundamente la derribó y mayores males le acarreó.
Es enemigo implacable y nos tiene declarada guerra sin tregua. No es tanto
el empeño que nosotros tenemos por nuestra salvación, como el que pone él
por nuestra perdición. Rechacémosle, pues, no sólo con palabras, sino
también con obras; no sólo con la intención, sino también con la acción. No
hagamos nada de lo que el diablo quiere, y así haremos todo lo que quiere
Dios. Mucho, en efecto, nos promete; pero no para dar, sino para quitar.
Promete del robo para arrebatarnos el reino de los cielos y su justicia.
Promete en la tierra tesoros, como lazos y redes, a fin de privarnos de esos
y de los cielos. Quiere que seamos ricos aquí, para que no lo seamos
después.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía 13, 1-4, BAC Madrid 1955, 233-46)




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Aplicación: P. Alfredo Sáenz,S.J. - Las Tentaciones del Señor


Comenzamos hoy el tiempo de Cuaresma, escuchando el evangelio de las
tentaciones de Jesús. El Señor, después de su Bautismo, como un atleta que
se prepara para la vida apostólica, se dirigió al desierto, o mejor, "el
Espíritu lo llevó al desierto".

1. EL DESIERTO

El llamado del desierto resuena en todas las etapas de la historia de la
salvación. En la Sagrada Escritura el desierto se nos muestra, ante todo,
como el lugar donde se encuentra a Dios. Fue allí donde Israel halló por vez
primera a su Señor, hacia allí se dirigió Moisés conduciendo sus rebaños, y
en una zarza ardiente se le apareció Yavé. En el desierto habitaba el Señor,
y en el Sinaí reveló su Alianza. Tras la infidelidad del pueblo al
compromiso contraído, el profeta Oseas anunciaría que, como lo había hecho
antaño, el Señor conduciría allí una vez más a su pueblo, personificado bajo
los rasgos de una esposa infiel: "La seduciré y la llevaré al desierto y le
hablaré al corazón".

Pero el desierto no es sólo el lugar donde se encuentra a Dios. Es también
el teatro de las tentaciones más terribles y la morada del demonio. El
primer castigo de Dios por la desobediencia del Paraíso fue precisamente la
maldición del suelo, que en adelante no produciría sino espinas y abrojos:
la aridez del desierto es, pues, una consecuencia del pecado del hombre. Por
eso no resulta extraño que la misma travesía del pueblo elegido por el
desierto fuese descrita en términos patéticos: "Yavé te he conducido a
través de vasto y horrible desierto de serpientes de fuego y escorpiones,
tierra árida y sin aguas". Los profetas, por su parte, amenazaron al pueblo
traidor con la vuelta al desierto. Y para Isaías el juicio de las naciones
sería como una recaída en lo desértico: los palacios se llenarán entonces de
gatos monteses y de víboras. También en el Nuevo Testamento el desierto
conserva este significado siniestro de habitáculo del demonio: "Cuando el
espíritu impuro sale de un hombre —enseñó Jesús—, discurre por lugares
áridos, buscando reposo, y no lo halla".

¿Cómo conciliar estas dos significaciones tan diversas del desierto: tierra
de los esponsales divinos con el hombre y suelo de maldición, Dios y
Demonio? ¿Cómo es posible que el pueblo elegido encontrara a Dios en el
desierto y allí lo conociera por su nombre, en ese mismo desierto que seguía
siendo a sus ojos un abrigo de bestias feroces, y cuyo suelo desnudo ofrecía
el espectáculo de una tierra-de maldición? Lo que pasa es que el desierto,
por designio del Altísimo, era la palestra de una lucha, el lugar del
combate que libran Dios y Satanás. Por eso en el desierto fue tentado
Cristo. Y por eso en los primeros siglos del cristianismo, los anacoretas se
encaminaron al desierto: para participar en el combate apocalíptico contra
las fuerzas del mal.



2. EL HECHO

En este escenario el demonio se acerca al Señor. El evangelio es simple:
"Estuvo cuarenta días [en el desierto] y fue tentado por Satanás". Sabemos
por lo demás evangelistas cuáles fueron las tres tentaciones: convierte
estas piedras en pan, tírate de las alturas porque los ángeles te
sostendrán, te daré todo el mundo si postrándote me adorares. Bien advierte
el P. Castellani que el diablo promete las cosas de Dios. Su caída fue
precisamente por querer "ser como Dios". Cristo podía procurarse pan con
esperar un poco ("y los ángeles se lo sirvieron"). El diablo empuja,
precipita, es la espuela del mundo, invita a anticipar, a llegar antes. A
los primeros hombres les dijo: "Seréis como dioses", que era, efectivamente,
lo que Dios se proponía hacer con ellos por la gracia y la visión beatífica:
"Entonces seremos como él, porque lo veremos como él es" dice San Juan. Así,
pues, a Jesús el demonio lo tentó de acuerdo a lo que habría de lograr un
día: Cristo habría de convertir las piedras de la gentilidad en el pan de su
Cuerpo Místico haciendo de esas piedras hijos de Abraham (y cuando quiso,
cambió en Caná el agua en vino, anticipando allí su manifestación). Cristo
habría de ascender visiblemente rodeado de ángeles hacia el cielo delante de
sus Apóstoles y de quinientos discípulos. Finalmente algún día Cristo será
reconocido como Rey universal del mundo entero, como lo es desde ya en
derecho y esperanza. Por eso, a las intrigas del demonio, Cristo responde
siempre con la Palabra de Dios. Este evangelio es un gran encomio de la
Escritura: Jesús venció "de palabra", con la eficacia de la Palabra de Dios.

Dice el evangelio que el demonio lo dejó por un tiempo. Era el primer
episodio de la lucha cósmica entre Cristo y Satanás. Este lo seguiría
molestando en su vida pública, hasta el Huerto, hasta la Cruz, incluso,
cuando dijera por la boca miserable de aquellos circunstantes: Si eres Hijo
de Dios, baja y creeremos en ti.



3. EL MISTERIO

Tal es el hecho. Pasemos ahora a considerar el "misterio", es decir, lo que
se esconde tras el hecho. Cristo se dirigió al desierto para luchar contra
el demonio y librar así del destierro a Adán, que había sido expulsado del
Paraíso al páramo de abrojos. La tentación del Desierto constituye una
réplica exacta de la tentación del Paraíso. Sólo que aquí el tentado resulta
triunfador. Mas observemos que Cristo no sólo quiso vencer al demonio, sino
también derrotarlo de la misma forma como nuestro primer padre hubiera
debido hacerlo. Cristo es acá un hombre que, como Adán, nos representa a
todos. Entonces el demonio se acercó con la mentira, y acá es derrotado con
la verdad de Dios. Allí indujo al orgullo, y acá es vencido con la humildad.
Allí excitó a la soberbia, y aquí ve cómo se desprecia el vano dominio del
mundo. Allí intentó desmentir a Dios, y acá es rechazado con la Palabra de
Dios. Allí consiguió que el hombre fuera arrojado del Paraíso, _acá fue él
quien resultó expulsado. Allí la desobediencia, aquí la obediencia. Allí un
ángel flamígero custodiando la puerta del Paraíso, acá los ángeles sirviendo
al tentado vencedor.

Y así como hemos visto a Cristo retomando la tentación de origen y
llevándola a feliz término, podríamos considerar cómo retorna también y
corrige la historia del pueblo elegido, que caducó frente a tentaciones muy
semejantes a las del Señor, especialmente durante su larga peregrinación por
el desierto.



4. NUESTRA PARTICIPACIÓN

Cristo, como hombre, luchó en nuestro nombre, y como cabeza nuestra. Si el
demonio no dejó al Señor después de su bautismo en el Jordán, tampoco nos
deja a nosotros después de nuestro bautismo en el que hemos renunciado al
demonio y a nuestra primera naturaleza. Y ahora se encarniza más al ver con
cuánto empeño nos estamos preparando para celebrar los misterios pascuales.
Por eso debemos mirar a Jesús: "No es un Pontífice tal que no pueda
compadecerse de nuestras flaquezas —dice la epístola a los hebreos—, antes
fue tentado en todo a semejanza nuestra... a fin de hacerse Pontífice
misericordioso. Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es capaz
de ayudar a los tentados". Por nosotros vence el que por nosotros se dignó
pasar hambre. Sufrió las tentaciones para darnos su victoria. "Cristo fue
tentado para que el cristiano no sea vencido" enseña San Agustín. Mirémonos
a nosotros tentados en El, y reconozcámonos a nosotros vencedores en El, de
modo que podamos exclamar con San Pablo: "Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo".

Amados hermanos: Si Cristo se ha hecho nuestra esperanza, debemos ver en El nuestro trabajo penoso y nuestra recompensa gloriosa; el trabajo en su
Pasión, y la recompensa en su Resurrección. Tenemos dos vidas: una la de
ahora, período de tentación, y otra la que esperamos, época de gozo.
Necesariamente habremos de pasar por la tentación para desembocar en el
triunfo de la Resurrección. Ahora vemos al Señor tentado por el demonio y
ayunando rigurosamente durante cuarenta días. Luego lo veremos también otros
cuarenta días, gloriosamente resucitado, comiendo y bebiendo con sus
apóstoles. Son las dos épocas que representan nuestra vida. Vida de
tentación y de penitencia la primera, que, si se parece a la de Cristo, nos
llevará a la segunda vida, la vida gloriosa, para comer con El en su misma
mesa del cielo.

Mientras quedamos a la espera de la victoria final, podemos ya desde hoy
tomar parte en el banquete del Señor, el cual nos invita a su doble mesa:
"No sólo de Pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de
Dios", la mesa del Pan y la mesa de la Palabra. La Palabra de Dios debe ser
uno de nuestros alimentos durante la presente Cuaresma: para significar esto
nos abstenemos un poco en las comidas. Pero al mismo tiempo Cristo ha dicho
que Él es el Pan bajado del cielo, el Pan de los vencedores, el maná que
sale de la boca de Dios. Pidámosle hoy, cuando entre en nuestros corazones
por la Eucaristía, que aniquile en nosotros todo lo que en nuestro interior
quede del hombre viejo, que desbarate las complicidades que todavía podamos
mantener con el Tentador. Que sea el Más Fuerte que entra en nuestra casa
para expulsar al Fuerte, de manera que, expeliendo al demonio de nuestras
almas, nos prepare mejor para gozar de las alegrías pascuales.
(SÁENZ, A.,Palabra y vida, Gladius Buenos Aires 1993, p. 81-86)



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Aplicación: San Juan Pablo II - «Yo hago un pacto con vosotros» (Gn 9, 8).

La liturgia de la Palabra de este primer domingo de Cuaresma nos presenta la
alianza que Dios establece con los hombres y con la creación, después del
diluvio, a través de Noé. Hemos vuelto a escuchar las solemnes palabras que
pronunció Dios: «Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes,
con todos los animales que os acompañaron (...). Hago un pacto con vosotros:
el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste
la tierra» (Gn 9, 9-11).

Esta alianza tiene su valor típico en el Antiguo Testamento. Dios, creador
del hombre y de todos los seres vivos, en cierto sentido había aniquilado
con el diluvio cuanto él mismo había creado. Ese castigo tuvo como causa el
pecado, difundido en el mundo después de la caída de nuestros primeros
padres.

Sin embargo, las aguas no exterminaron a Noé y a su familia, y tampoco a los
animales que había recogido en el arca. De ese modo, se salvaron el hombre y
los demás seres vivos que, habiendo sobrevivido al castigo del Creador,
constituyeron después del diluvio el comienzo de una nueva alianza entre
Dios y la creación.

Esa alianza tuvo su signo tangible en el arco iris: «Pondré mi arco en el
cielo —dice Dios—, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes
sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi pacto con
vosotros» (Gn 9, 13-15).

Las lecturas de hoy nos permiten, por tanto, mirar de un modo nuevo al
hombre y al mundo en el que vivimos. En efecto, el mundo y el hombre no sólo
representan la realidad de la existencia en cuanto expresión de la obra
creadora de Dios; también son la imagen de la alianza. Toda la creación
habla de esta alianza.

A lo largo de las diversas épocas de la historia los hombres han seguido
cometiendo pecados, tal vez incluso mayores que los descritos antes del
diluvio. Sin embargo, las palabras de la alianza que Dios estableció con Noé
nos permiten comprender que ya ningún pecado podrá llevar a Dios a aniquilar
el mundo que él mismo creó.

La liturgia de hoy abre ante nuestros ojos una visión nueva del mundo. Nos
ayuda a tomar conciencia del valor que el mundo tiene a los ojos de Dios,
quien incluyó toda la obra de la creación en la alianza que selló con Noé, y
se comprometió a salvarla de la destrucción.

El miércoles pasado, con la imposición de la ceniza, comenzó la Cuaresma, y
hoy es el primer domingo de este tiempo fuerte, que hace referencia al ayuno
de cuarenta días que Jesús empezó después de su bautismo en el Jordán. A
este propósito, san Marcos, que nos acompaña este año en la liturgia
dominical, escribe: «El Espíritu impulsó a Jesús al desierto. Se quedó en el
desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas,
y los ángeles le servían» (Mc 1, 12-13).

San Mateo, en el pasaje paralelo, anota sólo la respuesta que el Señor dio
al tentador que lo provocaba para que transformara las piedras en panes: «Si
eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes» (Mt 4, 3).
Jesús respondió: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4; cf. Aleluya). Esta es una de las tres
respuestas de Cristo a Satanás, que trataba de engañarlo y vencerlo,
haciendo referencia a las tres concupiscencias de la naturaleza humana
caída. En el umbral de la Cuaresma, la victoria de Cristo contra el diablo
constituye, en cierta manera, una invitación a vencer el mal con el esfuerzo
ascético, una de cuyas manifestaciones es el ayuno, a fin de vivir este
período con autenticidad.

«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en
el Evangelio» (Mc 1, 15). Estas palabras del evangelista Marcos resuenan en
nuestro corazón. El evangelio comienza con la misión de Jesús, misión que se
cumplirá con los acontecimientos pascuales. La Iglesia prosigue en el tiempo
esta misión, a la que cada uno de nosotros está llamado a dar su propia
aportación personal, anunciando y testimoniando a Cristo, muerto y
resucitado por la salvación del mundo.

Escribe san Pedro en su primera carta: «Cristo murió por los pecados una vez
para siempre: el inocente por los culpables (...). Con este espíritu, fue a
proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían
sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé,
mientras se construía el arca, en la que unos pocos —ocho personas— se
salvaron cruzando las aguas» (1 P 3, 18-20). Estas palabras de Pedro hacen
referencia a la alianza de Noé, de la que nos ha hablado la primera lectura.
Esa alianza representa un modelo, un símbolo, una figura de la nueva alianza
que Dios concluyó con toda la humanidad en Jesucristo, por medio de su
muerte en la cruz y de su resurrección. Si la antigua alianza tenía que ver,
ante todo, con la creación, la nueva, fundada en el misterio pascual de
Cristo, es la alianza de la Redención.

En el texto que hemos escuchado, el apóstol Pedro alude al sacramento del
bautismo. Las aguas destructoras del diluvio son sustituidas por las aguas
bautismales, que santifican. El bautismo es el sacramento fundamental en el
que se hace realidad la alianza de la redención del hombre. Ya desde el
origen de la tradición cristiana, la Cuaresma era prácticamente una
preparación para el bautismo, que se administraba a los catecúmenos en la
solemne Vigilia de Pascua.

Amadísimos hermanos y hermanas, renovemos en nosotros mismos, especialmente
durante este período cuaresmal, la conciencia de nuestra alianza con Dios.
Dios estableció una alianza con Noé y la inscribió en la obra de la
creación. Cristo, Redentor del hombre y de todo el hombre, llevó a plenitud
la obra del Creador con su muerte y su resurrección.

Hemos sido redimidos por la sangre de Cristo. Cristo murió por los pecados
una vez para siempre: el inocente por los culpables. Amén.

(Homilía durante la misa celebrada en la Parroquia Romana de San Andrés
Avellino, Domingo 16 de febrero de 1997)


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Aplicación: Papa Francisco - Tentaciones de Jesús


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio del primer domingo de Cuaresma presenta cada año el episodio de las tentaciones de Jesús, cuando el Espíritu Santo, que descendió sobre Él
después del bautismo en el Jordán, lo llevó a afrontar abiertamente a
Satanás en el desierto, durante cuarenta días, antes de iniciar su misión
pública.

El tentador busca apartar a Jesús del proyecto del Padre, o sea, de la senda
del sacrificio, del amor que se ofrece a sí mismo en expiación, para hacerle
seguir un camino fácil, de éxito y de poder. El duelo entre Jesús y Satanás
tiene lugar a golpes de citas de la Sagrada Escritura. El diablo, en efecto,
para apartar a Jesús del camino de la cruz, le hace presente las falsas
esperanzas mesiánicas: el bienestar económico, indicado por la posibilidad
de convertir las piedras en pan; el estilo espectacular y milagrero, con la
idea de tirarse desde el punto más alto del templo de Jerusalén y hacer que
los ángeles le salven; y, por último, el atajo del poder y del dominio, a
cambio de un acto de adoración a Satanás. Son los tres grupos de
tentaciones: también nosotros los conocemos bien.

Jesús rechaza decididamente todas estas tentaciones y ratifica la firme
voluntad de seguir la senda establecida por el Padre, sin compromiso alguno
con el pecado y con la lógica del mundo. Mirad bien cómo responde Jesús. Él
no dialoga con Satanás, como había hecho Eva en el paraíso terrenal. Jesús
sabe bien que con Satanás no se puede dialogar, porque es muy astuto. Por
ello, Jesús, en lugar de dialogar como había hecho Eva, elige refugiarse en
la Palabra de Dios y responde con la fuerza de esta Palabra. Acordémonos de
esto: en el momento de la tentación, de nuestras tentaciones, nada de
diálogo con Satanás, sino siempre defendidos por la Palabra de Dios. Y esto
nos salvará. En sus respuestas a Satanás, el Señor, usando la Palabra de
Dios, nos recuerda, ante todo, que «no sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3); y esto nos
da fuerza, nos sostiene en la lucha contra la mentalidad mundana que abaja
al hombre al nivel de las necesidades primarias, haciéndole perder el hambre
de lo que es verdadero, bueno y bello, el hambre de Dios y de su amor.
Recuerda, además, que «está escrito también: “No tentarás al Señor, tu
Dios”» (v. 7), porque el camino de la fe pasa también a través de la
oscuridad, la duda, y se alimenta de paciencia y de espera perseverante.
Jesús recuerda, por último, que «está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás
y a Él sólo darás culto”» (v. 10); o sea, debemos deshacernos de los ídolos,
de las cosas vanas, y construir nuestra vida sobre lo esencial.

Estas palabras de Jesús encontrarán luego confirmación concreta en sus
acciones. Su fidelidad absoluta al designio de amor del Padre lo conducirá,
después de casi tres años, a la rendición final de cuentas con el «príncipe
de este mundo» (Jn 16, 11), en la hora de la pasión y de la cruz, y allí
Jesús reconducirá su victoria definitiva, la victoria del amor.

Queridos hermanos, el tiempo de Cuaresma es ocasión propicia para todos
nosotros de realizar un camino de conversión, confrontándonos sinceramente
con esta página del Evangelio. Renovemos las promesas de nuestro Bautismo:
renunciemos a Satanás y a todas su obras y seducciones —porque él es un
seductor—, para caminar por las sendas de Dios y llegar a la Pascua en la
alegría del Espíritu.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, I Domingo de Cuaresma, 9 de marzo de 2014)



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Aplicación: Jorge Loring - Las tencaciones


1.- Las tentaciones de Cristo son un ejemplo para nosotros.

2.-Tener tentaciones no es ser ni mejor ni peor. Hasta Cristo las tuvo.

3.- Y nos da ejemplo de que hay que vencerlas.

4.- El demonio tienta mintiendo. Engaña ofreciendo lo que no es verdad. El
que cae en la tentación se deja engañar, como el niño que cambia un billete
por un caramelo, porque no sabe lo que vale ese billete con el que puede
comprar una montaña de caramelos.

5.- No podemos dejar de tener tentaciones, pero siempre podemos vencerlas.

6.- Dios no permite que seamos tentados sobre nuestras fuerzas. Dice San
Pablo: «Dios es fiel y no permite que seamos tentados por encima de nuestras
fuerzas».

7.- Pero tenemos que poner de nuestra parte evitando las ocasiones. Es de
tontos acercar una cerilla a la gasolina y decir que no queremos un
incendio.

8.- Tenemos que hacer lo que podamos, pedir a Dios lo que no podamos, y Dios
nos ayudará para que podamos. Jesucristo en el Padrenuestro nos dice que le
pidamos ayuda.

9.- La tentación puede venir de nosotros mismos, por nuestra flaqueza
espiritual; pero también del mundo que nos rodea que con frecuencia
ridiculiza al que quiere ser bueno: telebasura, revistas del corazón
exaltando los adulterios y la prostitución de lujo: eso hacen los que van
cambiando de pareja matrimonial a cada paso (ellos y ellas).



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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E - La tentación del diablo - Mc 1, 12-15

Una vez a un hombre se le concedió ver a los demonios en una
ciudad y vio que en la plaza principal de la ciudad había un solo demonio y
al pasar por la Iglesia vio una gran cantidad de demonios de distintas
clases a cuales más fieros y terribles. Se preguntó por qué era así y le
vino a la mente la respuesta: en la plaza con un solo demonio el diablo se
bastaba para tentar pero en la Iglesia el demonio multiplicaba sus ejércitos
para hacer caer a los que querían servir a Dios.

Cuanto más se vive la vida espiritual el demonio más busca
tentar para destruir la obra de Dios. Las personas que quieren vivir bien su
vida espiritual sentirán más las tentaciones.

En la calle, entre la gente que vive según el mundo, el diablo
no tiene mucho trabajo. La gente cae en pecado casi sin intervención del
diablo sino llevados por su propio egoísmo por la búsqueda de ellos mismos.

La tentación es parte de nuestra vida interior. Todo el que
quiera servir a Dios tendrá tentaciones.

Nuestro progreso (en la vida espiritual) se realiza por medio de la
tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser
coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar
si carece de enemigo y de tentaciones[1].

Muchas veces somos nosotros mismos los que provocamos la
tentación porque nos ponemos en ocasión de pecado.

¿Cómo actúa el diablo?

El diablo es como un cobarde. Si ante el hombre cobarde nos
asustamos, se vuelve terrible y se afirma en la lucha, en cambio, si al
hombre cobarde desde un principio le mostramos que no le tenemos, sino por
el contrario, que estamos dispuestos a luchar con él y con todas las
fuerzas, huye. Lo mismo ocurre con el diablo. Se hace fuerte cuando tememos
y nos cohibimos y se cohíbe cuando le mostramos valentía. No hay que
dialogar con la tentación sino que hay que rechazarla desde el primer
momento.

El diablo es como un mal amante que lo que pretende es gozar de
aquella mujer con la que está sin importarle nada de ella. Busca dejar en
escondido sus amoríos para que no se dé cuenta de su mala intención. Busca
esconder la relación delante de los padres y si es mujer casada busca que no
se entere su marido. El diablo hace lo mismo. Quiere engañarnos y nada más y
para eso quiere que guardemos silencio. Si notamos la tentación buscará que
no se la rebelemos a nadie, menos aún, a alguna persona espiritual que
podría frustrar sus siniestros planes.

El diablo es como un jefe militar. El jefe de un ejército si va
a atacar a otro ejército primero lo estudia. Después de estudiarlo busca
descubrir la parte más débil y por allí atacará. Lo mismo hace el diablo.
Busca nuestra parte más flaca, “donde nos aprieta el zapato” y por allí nos
atacará. A algunos con tentaciones más carnales, a otros por otras más
espirituales. Por eso es bueno conocernos a nosotros mismos y conocer cuál
es nuestro defecto dominante porque por él atacará el demonio.

¿En qué orden tienta?

Primero nos tentará con tentaciones de deseos de bienes
materiales, de allí nos llevará a la vanidad y luego a la soberbia. De la
soberbia a todos los vicios. Por eso para rechazar al diablo tenemos que
contraponer menosprecio de los bienes materiales o pobreza contra riqueza,
saber sobrellevar las humillaciones contra la vanidad y humildad contra
soberbia. La humildad es la base de todas las virtudes.

Simplemente me voy a detener en el primer escalón que es en
donde la mayoría tropieza por las tentaciones del diablo: el deseo de bienes
materiales.

Cuando el hombre nota su indigencia existencial, es decir, la
necesidad de una ayuda que lo saque de su pequeñez se vuelve a tres
puntales: Dios, el diablo o las cosas materiales. La minoría de los hombres
busca al diablo, directamente, para palear su indigencia. Son los
satanistas, los que rinden culto al diablo. Muchos hombres han llegado al
éxito vendiendo su alma al diablo.

Muchos buscan a Dios y esto es la religión. El hombre busca a Dios para
paliar su pequeñez y cuanto más lo busca más religioso se vuelve. Así han
vivido los santos, vueltos totalmente a Dios.

La mayoría de los hombres busca paliar su indigencia en los bienes
materiales. No es raro ese divorcio cada vez más grande entre el hombre
moderno que se esfuerza por tener cada vez más bienes materiales y su falta
de religión. Busca salir de su miseria por un camino equivocado. ¿De que le
vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?, dice la Escritura.

Hoy el diablo ha conquistado a la mayoría de los hombres por el afán
desmedido de bienes materiales. Las personas se interesan muchísimo por
tener todas las comodidades pero se van olvidando de salvar su alma. Porque
los bienes materiales son para ayudar al hombre a vivir una vida que le
ayude a ser más religioso, a unirse más a Dios y salvar su alma.

Gran parte del mundo es esclavo. No existe hoy la esclavitud de
antaño pero existe la esclavitud del dinero. La mayoría de las personas
trabajan para pagar créditos que se han hecho para tener una vida
confortable y no pueden dejar de pagarlos y no pueden dejar de trabajar para
pagarlos y ¡ay! si llegan a perder el trabajo. El mundo vive cómodo a costa
de una esclavitud. No es verdaderamente libre. Cuántos mal ratos y dolores
de cabeza causan en no muchos el no llegar a fin de mes y la angustia de no
poder pagar sus créditos. Y nadie se da cuenta que esa es la gran tentación
del diablo al mundo moderno. Es el primer escalón de sus tentaciones, con la
cual, tienta a la mayoría. Y por el afán de bienes materiales se olvidan de
Dios. El alma se siente segura cuando tienes bienes materiales. Pero no está
segura. El Evangelio nos pone como ejemplo un hombre que después de tener
bienes para mucho tiempo se dijo a sí mismo: descansa, date buena vida
porque tienes bienes de sobra y el Señor esa misma noche le pidió cuenta de
su alma. ¿Para quién fueron sus bienes?

No esta mal tener bienes materiales pero sólo los necesarios
para poder servir a Dios. Los bienes materiales son en razón del cuerpo, el
cuerpo en razón del alma y esta para servir a Dios y ganar el cielo.

Cristo también fue tentado porque se hizo en todo igual que
nosotros menos en el pecado. Él fue tentado en su mesianismo. No fue al
desierto sino llevado por el Espíritu. El diablo quería alejarlo de un
mesianismo de cruz y hacerlo un mesías popular, de renombre. Jesús lo
rechazó de buenas a primeras con la palabra de Dios. Y quiso que los
evangelistas hablaran de sus tentaciones para nuestro bien, como ejemplo
para nosotros para saber cómo rechazarlas. Él también fue tentado de amor a
los bienes materiales para que convirtiera las piedras en panes, fue tentado
de vanidad, para que se arrojase volando del pináculo del templo y fue
tentado de soberbia, para que poseyese todos los reinos del mundo. Cristo
nos enseña como rechazar la tentación. Pidámosle, pues, nos enseñe a
rechazarla. En este tiempo de cuaresma en que entramos en el desierto del
Éxodo y en el desierto de la Pasión vamos a ser tentados. No temamos la
tentación que ha sido vencida en cada uno de nosotros por el mismo Cristo y
pidamos a Dios no caer en la tentación.
(P. Gustavo Pascual, I.V.E)


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Ejemplos

Como un árbol que parecía muerto

Un hortelano, a fuerza de cuidado y diligencia, ha conseguido que reverdezca
aquel árbol ya marchito y que parecía muerto. Con más cuidado lo riega y lo
regala que a todos los demás que medran y florecen en el huerto. Visítalo a
menudo, guárdalo con más esmero, lo riega con mayor liberalidad, lo poda con
más empeño, y a cuantos vienen de fuera, como olvidado de las otras plantas,
luego les muestra su árbol retoñado, diciéndoles con complacencia: -¡Mirad
que hermoso está!

Así lo hace Dios, mis hermanos, con el pecador arrepentido. Lo guarda con
más esmero, lo cuida con más empeño, lo riega con más liberalidad, y dice a
los ángeles: -Mirad mi árbol que había muerto cómo ha vuelto a la vida. ¡Y
los ángeles se alegran y bendicen a un Dios tan misericordioso!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p.
143)


Reaccionar en seguida
Isaac Albéniz estaba casado desde muy joven, y un día su mujer, en España recibió un telegrama en el que Isaac le decía desde París: "Ven pronto, estoy gravísimo". Se puso la mujer en camino y cuál no sería su sorpresa cuando al llegar a la estación encontró a su marido fumándose un puro enorme y rebosante de salud y felicidad. "Pero, ¿no estabas enfermo? ¿No decías que estabas gravísimo?" le preguntó la mujer. "Si, confesó Albéniz, gravísimo. Estaba empezando a enamorarme".


Reconocer la tentación
Un rabino judío decidió poner a prueba sus discípulos. ¿Qué es lo que haríais, hijos míos, si os encontraseis un saco de dinero en el camino? El primero meditó un momento y contestó: Lo devolvería a su dueño, maestro. "Ha hablado muy prontamente -pensó para sí el rabino-, me pregunto si será sincero." El segundo discípulo dijo: "Si no me viera nadie, me lo quedaría." "Ha hablado con sinceridad -pensó el rabino-, pero no es digno de confianza." Finalmente, el tercero dijo: "Probablemente tendría tentación de quedarme el dinero, por eso rogaría a Dios que me diera fuerzas para resistir este impulso y actuar correctamente." "He aquí un hombre sincero en quien puedo confiar", concluyó el rabino.

Jesús reacciona como hombre ante la tentación
No obró (el Señor en la tentación) usando de su poder -¿de qué nos hubiera aprovechado entonces su ejemplo?-, sino que, como hombre, se sirvió de los auxilios que tiene en común con nosotros (Santo Tomás, Coment. Evang. S. Lucas).

Cristo y tú en la tentación
Cristo era tentado por el diablo y en Cristo eras tentado tú, porque Cristo tomó tu carne y te dio su salvación, tomó tu mortalidad y te dio su vida, tomó de ti las injurias y te dio los honores, y toma ahora tu tentación para darte la victoria. Si fuimos tentados en Él, vencimos también al diablo en Él. ¿Te fijas en que Cristo es tentado y, sin embargo, no consideras su triunfo? (San Agustín, Coment. sobre el Salmo 60).

La tentación es absolutamente necesaria
Yo no sé si alcanzáis a comprender lo que es tentación. No solo son tentación los pensamientos de impureza, de odio, de venganza, sino además todas las molestias que nos sobrevengan: tales como una enfermedad en que nos sentimos movidos a quejarnos, una calumnia que se nos levanta, una injusticia que se hace contra nosotros, una pérdida de bienes, el morírsenos el padre, la madre, un hijo. Si nos sometemos gustosos a la voluntad de Dios, entonces no sucumbimos a la tentación, pues el Señor quiere que suframos aquello por su amor; mientras que, por otra parte, el demonio hace cuanto puede para inducirnos a murmurar contra Dios
La tentación nos es absolutamente necesaria para sostenernos en la humildad y en la desconfianza de nosotros mismos, así como para obligarnos a recurrir al Señor (Santo Cura de Ars, Sermón sobre las tentaciones).






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