Viernes Santo: Comentarios de Sabios y Santos: con ellos
preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración parroquial
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: P. José María Solé - Roma, C. F. M. a las lecturas
Comentario
Teológico: Benedicto XVI - "Tengo sed"
Santos
Padres: San Agustín - La pasión del Señor.
Aplicación: P. Alfredo Sáenz, SJ. - La locura de la cruz
Aplicación: San
Juan Pablo II - He aquí la cruz
Aplicación: Papa Francisco - Permanecer en la cruz de Jesús
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Viernes Santo
Aplicación: San Luis Bertrán - La pasión del Salvador
Aplicación: San Luis Bertrán - Los dolores de la Virgen
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio
Homilético Viernes Santo – La Pasión del Señor
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del viernes santo
Exégesis: P. José María Solé - Roma, C. F. M. a las lecturas
ISAÍAS 52, 13-53, 1-12:
En el poema del "Siervo de Yahvé" el pasaje que leemos hoy forma el
Canto cuarto:
- Nos presenta al "Siervo" en su hora más trascendental: Pasión y Muerte.
Dado que se trata de un "Justo" del todo inocente, su pasión y muerte nos es
presentada como "Expiación" por los pecados de la muchedumbre. Pasión, por
otra parte, que supera en sufrimientos físicos y morales toda medida (52,
13; 53, 1-3). Esta yuxtaposición de un sufrimiento sumo y de una suma
inocencia, nos entra en el carácter "expiatorio" y "vicario" que tiene la
Pasión del "Siervo". Él sufre por nuestros pecados. En nombre nuestro y a
favor nuestro (4-6). Y su sacrificio es acepto a Dios, el cual retorna a
vida al "Siervo" (11). En virtud del Sacrificio del Siervo, la muchedumbre
pecadora queda justificada y el plan divino plenamente realizado (10-12).
- A la verdad, el Profeta alcanza en este poema la cima más alta de toda la
revelación del A. T. La "Redención" será un "Sacrificio". Sacrificio no
ritual, sino personal: El Mesías mismo será la Víctima. Siempre Jesús
entendió así su misión y su función. Siempre el Mesianismo que Él vivió
queda orientado hacia el Sacrificio Redentor: "El Hijo del hombre no vino a
ser servido, sino a 'servir' (=Siervo de Yahvé); y a dar su vida en
redención de la muchedumbre" (Mc 10, 45). Jesús con su ciencia y conciencia
Mesiánica penetra como nadie este sentido de las Escrituras. El misterio de
su Pasión gana más nuestro amor. Es una Pasión prevista, aceptada, amada.
Pasión sin evasión posible en el "Siervo" obediente. Pasión sin ningún
alivio.
- Por tanto, "Jesús es aquel 'Varón de dolores' (Is 53, 3) que conoce el
dolor en toda su amplitud, en toda su intensidad, en toda su crueldad. Y
esto es suficiente para hacerle hermano de todo hombre que llora y sufre;
hermano mayor. Él conserva un primado que atrae hacia Sí la simpatía, la
solidaridad, la comunión de todo hombre que sufre. Su dolor consciente,
inocente, sufrido por amor, nos redime y salva" (Paulo VI: 27-IV-1970).
HEBREOS 4, 14-16; 5, 7-9:
Este pasaje de la Carta a los Hebreos ilumina la profecía del "Siervo
de Yahvé" y la presenta realizada plenamente en Jesús.
- Jesús Sacerdote y Redentor: Hijo de Dios, el dolor no podía alcanzarle;
pero Sacerdote-Redentor, acepta ser en todo igual a nosotros (15). Este
rasgo de nuestro Redentor le torna inmensamente más amable a nuestros ojos y
acrece sin medida nuestra confianza.
- Jesús Sacerdote y Víctima: Toda la vida de Jesús en la tierra fue pasión e
inmolación. La Encarnación iba ordenada a la Pasión. En quien tenía de ello
conciencia clara y cierta quedaba todo impregnado de dolor; dolor que hace
de su vida una Pasión Hijo de Dios Encarnado para una vida de obediencia (=
Siervo), aprende en su absoluta sumisión al plan Redentor de Dios, cuánto
dolor y cuántas lágrimas, y cuánta sangre exige la redención de los hombres
(5, 8). "Cristo necesita darse voluntariamente, gratuitamente, incluso
dolorosamente, por nuestro bien, por la redención de la humanidad" (Paulo
VI: ib.). El mismo amor que le impulsó a hacerse nuestro Sacerdote,
sacerdote en todo semejante a los hombres (4, 15), le impulsó a hacerse
Víctima por nosotros. Nos redimirá al precio de su propia vida.
- Jesús Sacerdote y Salvador: Ni cabía Sacerdote más excelso ni Víctima más
valiosa. Es el Hijo de Dios quien para Redención nuestra se ofrece a ser
Sacerdote y Víctima a favor nuestro. De ahí la confianza máxima que alienta
a todos los redimidos: "Lleguémonos, pues, con segura confianza al Trono de
la Gracia" (4, 16). El "Trono de la Gracia" es el Trono de Dios, desde que
en él se sienta Sacerdote-Glorificado nuestro Hermano Jesús. "Y Glorificado,
ha venido a ser para cuantos en Él creen autor de eterna salvación" (5, 9).
En la Liturgia del Viernes Santo todos los ojos de todos los redimidos se
elevan a este Trono de Gracia. Todos tenemos en Cristo la Redención y la
Salvación: Per Filium tuum Jesum Cristum, Spiritus Sancti operante virtute
vivificas et sanctificas universa, et populum tuum tibi congregare non
desinis ut ab ortu solis usque ad occasum oblatio manda offeratur nomini tua
(Prez Euc III).
JUAN 18-19, 42:
Juan narra la historia de la Pasión de Jesús a la luz de las profecías
y de Pentecostés:
- Acentúa y subraya la voluntariedad, generosidad y serenidad con que Jesús
se ofrece en sacrificio por amor nuestro. En todo guarda Él la iniciativa.
Su muerte no es un asesinato. Es un Sacrificio. Sacrificio al que
voluntariamente se ofrece la Víctima. Podrá decir la Liturgia: Amor Sacerdos
immolat: A esta Víctima la inmola el Amor. De Getsemaní a la Cruz todo es
llamarada de amor.
- Subraya cómo va cumpliendo todas las profecías, singularmente las del
"Siervo de Yahvé", que nos hablan de un Justo condenado injustamente y que
carga con la iniquidad de todos los pecadores para expiar por todos. La
última palabra del Crucificado es: " ¡Todo cumplido!" (30). El "Siervo"-Hijo
muere de Amor; pero muere en un supremo holocausto de Obediencia.
- No podemos, ser insensibles a tan inmenso Amor que se inmola para
redimirnos. No podemos seguir en la línea del Adán rebelde. La fe y el amor
nos injertan y nos integran en el Hijo hecho "Siervo" para aprender y
paladear el sabor de la más dolorosa obediencia: "Leamos atentamente la
Pasión del Señor. ¡Qué rica ganancia nos resultará de ello! Tu corazón de
piedra se volverá blando cual cera... ¡Oh, mi Jesús; más que de los muertos
que resucitaste me enorgullezco de los sufrimientos, injurias y burlas que
por mí sufriste!" (Crisost. in Mt 85, 1; 87, 1).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979, pp. 101-104)
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Comentario Teológico: Benedicto XVI - "Tengo sed"
Al inicio de la crucifixión, como era costumbre, se ofreció a Jesús una
bebida calmante paraatenuar los dolores insoportables. Jesús la rechazó.
Quiso soportar totalmente consciente susufrimiento (cf. Mc 15,23). Al
término de la Pasión, bajo el sol abrasador del mediodía, colgadoen la cruz,
Jesús gritó: "Tengo sed" Un 19,28). Como solía hacerse, se le ofreció un
vinoagriado, muy común entre los pobres, que también se podía considerar
vinagre; se la teníacomo una bebida para calmar la sed.
Aquí encontramos de nuevo esa compenetración entre palabra bíblica y
acontecimiento sobrela que hemos reflexionado a comienzos de este capítulo.
Por un lado, la escena es del todorealista: la sed del Crucificado y la
bebida agria que los soldados solían dar en aquellos casos.Por otro, oímos
enseguida en el trasfondo el Salmo 69, aplicable a la Pasión, en el que
elsufriente exclama: "En la sed me dieron vinagre" (v. 22). Jesús es el
justo que sufre. En Él secumple la Pasión del justo descrita por la
Escritura en las grandes experiencias de los orantesafligidos.
Pero, con esto, ¿cómo no pensar también en el canto de la viña del capítulo
5 del profetaIsaías, ese canto sobre el que hemos reflexionado en el
contexto de la parábola de la viña? (cf.primera parte, pp. 302-306). En
ella, Dios presentó su queja a Israel. Dios había plantado unaviña en una
fértil colina, y la cuidó con mimo. "Esperaba que diera uvas, pero produjo
agraces"(Is 5,2). La viña de Israel no lleva a Dios el fruto noble de la
justicia, que se funda en el amor.Da los granos agrios del hombre que se
preocupa solamente de sí mismo. Produce vinagre envez de vino. El lamento de
Dios, que oímos en el canto profético, se concreta en esta hora enque al
Redentor sediento se le ofrece vinagre.
Así como el canto de Isaías manifiesta el sufrimiento de Dios por su pueblo,
más allá de sumomento histórico, así también la escena de la cruz sobrepasa
la hora de la muerte de Jesús.No sólo Israel, sino también la Iglesia,
nosotros, respondemos una y otra vez al amor solícitode Dios con vinagre,
con un corazón agrio que no quiere hacer caso del amor de Dios. "Tengosed":
este grito de Jesús se dirige a cada uno de nosotros.
Las mujeres junto a la cruz- la Madre de Jesús
Los cuatro evangelistas nos hablan -cada uno a su modo- de mujeres junto a
la cruz. Marcos nos dice: "Había también unas mujeres que miraban desde
lejos; entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de
José, y Salomé, que, cuando estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y
otras muchas que habían subido con éla Jerusalén" (15,40s). Aunquelos
evangelistas no dicen nada directamente, en el simple hecho de que se
mencione supresencia se puede percibir el desconcierto y la aflicción de
estas mujeres ante lo ocurrido.
Juan cita al final de su relato de la crucifixión unas palabras del profeta
Zacarías: "Mirarán alque traspasaron" (19,37; cf. Za 2,10). Al principio del
Apocalipsis, estas palabras que aquíesclarecen la escena ante la cruz se
aplicarán de manera profética al tiempo final: al momentodel retorno del
Señor, cuando todos mirarán al que viene con las nubes -el Traspasado- y
sedarán golpes de pecho (cf. Ap 1,7).
Las mujeres miran al Traspasado. Podemos pensar también en las otras
palabras del profeta Zacarías: "Harán llanto como el llanto por el hijo
único, y llorarán como se llora al primogénito" (12,10). Mientras que hasta
la muerte de Jesús sólo había habido escarnio y crueldad en torno al Señor,
los Evangelios presentan ahora un epílogo reparador que lleva a supuesta en
el sepulcro y a la resurrección. Las mujeres que le habían sido fieles están
presentes.Su compasión y su amor son para el Redentor muerto.
Podemos, pues, añadir también tranquilamente la conclusión del texto de
Zacarías: "Aquel díahabrá una fuente abierta para la casa de David y para
los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza" (13,1). El
mirar al Traspasado y el compadecerse se convierten ya depor sí en fuente de
purificación. Da comienzo la fuerza transformadora de la Pasión de Jesús.
Juan no sólo nos dice que las mujeres estaban junto a la cruz -"su madre, la
hermana de sumadre, María la de Cleofás y María la Magdalena" (19,25)-, sino
que prosigue: "Jesús, al ver asu madre y cerca al discípulo que tanto
quería, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo".Luego dijo al
discípulo: "Ahí tienes a tu madre"". Y desde aquella hora, el discípulo la
recibió ensu casa" (19,26s). Ésta es la última disposición, casi un acto de
adopción. Él es el único hijo desu madre, la cual, tras su muerte, quedaría
sola en el mundo. Ahora pone a su lado al discípuloamado, lo pone, por
decirlo así, en lugar suyo, como su propio hijo, y desde aquel momento élse
hace cargo de ella, la acoge consigo. La traducción literal es aún más
fuerte; se podríaexpresar más o menos así: la acogió entre sus propias
cosas, la acogió en su más íntimocontexto de vida. Así pues, esto es ante
todo un gesto totalmente humano del Redentor queestá a punto de morir. No
deja sola a su madre, la confía a los cuidados del discípulo que lehabía
sido tan cercano. De este modo se da también al discípulo un nuevo hogar: la
madre quecuida de él y de la que él se hace cargo.
Cuando Juan habla de hechos humanos como éste, quiere recordar ciertamente
acontecimientos ocurridos. Sin embargo, lo que le interesa es siempre algo
más que los hechos concretos del pasado. El acontecimiento se proyecta más
allá de sí mismo hacia lo que permanece. Así pues, ¿qué quiere decirnos con
esto?
Un primer aspecto nos lo ofrece con la forma de llamar "mujer" a su madre.
Es el mismotérmino que Jesús había usado en la boda de Caná (cf.Jn 2,4). Las
dos escenas quedan asírelacionadas una con otra. Caná había sido una
anticipación de la boda definitiva, del vinonuevo que el Señor quería
ofrecer. Sólo ahora se hace realidad lo que entonces eraúnicamente un signo
precursor de lo que estaba por venir.
El término "mujer" recuerda al mismo tiempo el relato de la creación, en el
cual el Creadorpresenta la mujer a Adán. Adán reacciona ante esta nueva
criatura diciendo: "¡Ésta sí que eshueso de mis huesos y carne de mi carne!
Su nombre será Mujer" (Gn 2,23). San Pablo hapresentado a Jesús en sus
cartas como el nuevo Adán, con el cual la humanidad recomienza deun modo
nuevo. Juan nos dice que al nuevo Adán le corresponde nuevamente "la mujer",
queél nos presenta en la figura de María. En el Evangelio eso queda como una
alusión callada de loque se desarrollará después poco a poco en la fe de la
Iglesia.
El Apocalipsis habla de la señal grandiosa de la mujer que aparece en el
cielo, abrazando allí atodo Israel, o mejor, a la Iglesia entera. La Iglesia
debe dar a luz a Cristo continuamente condolor (cf. 12,1-6). Otro paso en la
maduración de la misma idea lo encontramos en la Carta alos Efesios, que
aplica a Cristo y a la Iglesia la imagen del hombre que deja a su padre y a
sumadre y se hace una sola carne con la mujer (cf. 5,31s). La Iglesia
antigua, basándose en elmodelo de la "personalidad corporativa" -según el
modo de pensar de la Biblia-, no hatenido dificultad alguna para reconocer
en la mujer, por un lado, a María en sentido del todopersonal y, por otro,
para ver en ella, abarcando todos los tiempos, a la Iglesia esposa y
Madre,en la cual el misterio de María se prolonga en la historia.
Como María, la mujer, también el discípulo predilecto es a la vez una figura
concreta y unmodelo del discipulado que siempre habrá y siempre debe haber.
Al discípulo, que esverdaderamente discípulo en la comunión de amor con el
Señor, se le confía la mujer: María -la Iglesia.
La palabra de Jesús en la cruz permanece abierta a muchas realizaciones
concretas. Una y otravez se dirige tanto a la madre como al discípulo, y a
cada uno se le confía la tarea de ponerlaen práctica en la propia vida, tal
como está previsto en el plan de Dios. Al discípulo se le pidesiempre que
acoja en su propia existencia personal a María como persona y como
Iglesia,cumpliendo así la última voluntad de Jesús.
Jesús muere en la cruz
Según la narración de los evangelistas, Jesús murió orando en la hora nona,
es decir, a las tresde la tarde. En Lucas, su última plegaria está tomada
del Salmo 31: "Padre, en tus manosencomiendo mi espíritu" (Lc 23,46; cf. Sal
31,6). Para Juan, la última palabra de Jesús fue:"Está cumplido" (19,30). En
el texto griego, esta palabra (tetélestai) remite hacia atrás, alprincipio
de la Pasión, a la hora del lavatorio de los pies, cuyo relato introduce el
evangelistasubrayando que Jesús amó a los suyos "hasta el extremo (télos)"
(13,1). Este "fin", esteextremo cumplimiento del amor, se alcanza ahora, en
el momento de la muerte. Él ha idorealmente hasta el final, hasta el límite
y más allá del límite. Él ha realizado la totalidad delamor, se ha dado a sí
mismo.
En el capítulo 6, al hablar de la oración de Jesús en el Monte de los
Olivos, hemos conocidotambién otro significado de la misma palabra
(teleioün), basándonos en Hebreos 5,9: en laTorá significa "iniciación",
consagración en orden a la dignidad sacerdotal, es decir, el traspasototal a
la propiedad de Dios. Pienso que, haciendo referencia a la oración
sacerdotal de Jesús,también aquí podemos sobrentender este sentido. Jesús ha
cumplido hasta el final el acto deconsagración, la entrega sacerdotal de sí
mismo y del mundo a Dios (cf. Jn 17,19). Asíresplandece en esta palabra el
gran misterio de la cruz. Se ha cumplido la nueva liturgiacósmica. En lugar
de todos los otros actos cultuales se presenta ahora la cruz de Jesús corno
laúnica verdadera glorificación de Dios, en la que Dios se glorifica a sí
mismo mediante Aquel enel que nos entrega su amor, y así nos eleva hacia Él.
Los Evangelios sinópticos describen explícitamente la muerte en la cruz como
acontecimientocósmico y litúrgico: el sol se oscurece, el velo del templo se
rasga en dos, la tierra tiembla,muchos muertos resucitan.
Pero hay un proceso de fe más importante aún que los signos cósmicos: el
centurión -comandante del pelotón de ejecución-, conmovido por todo lo que
ve, reconoce a Jesúscorno Hijo de Dios: "Realmente éste era el Hijo de Dios"
(Mc15,39). Bajo la cruz da comienzola Iglesia de los paganos. Desde la cruz,
el Señor reúne a los hombres para la nueva comunidadde la Iglesia universal.
Mediante el Hijo que sufre reconocen al Dios verdadero.
Mientras los romanos, como intimidación, dejaban intencionadamente que los
crucificadoscolgaran del instrumento de tortura después de morir, segúnel
derecho judío debían serenterrados el mismo día (cf. Dt 21,22s). Por eso el
pelotón de ejecución tenía el cometido deacelerar la muerte rompiéndoles las
piernas. También se hace así en el caso de los crucificadosen el Gólgota. A
los dos "bandidos" se les quiebran las piernas. Luego, los soldados ven
queJesús está ya muerto, por lo que renuncian a hacer lo mismo con él. En
lugar de eso, uno deellos traspasa el costado -el corazón- de Jesús, "y al
punto salió sangre y agua" Jn 19,34).Es la hora en que se sacrificaban los
corderos pascuales. Estaba prescrito que no se les debíapartir ningún hueso
(cf. Ex 12,46). Jesús aparece aquí como el verdadero Cordero pascual quees
puro y perfecto.
Podemos por tanto vislumbrar también en estas palabras una tácita referencia
al comienzo dela obra deJesús, a aquella hora en que el Bautista había
dicho: "Éste es el Cordero de Dios, quequita el pecado del mundo" (Jn 1,29).
Lo que entonces debió ser incomprensible -erasolamente una alusión
misteriosa a algo futuro- ahora se hace realidad. Jesús es el Corderoelegido
por Dios mismo. En la cruz, Él carga con el pecado del mundo y nos libera de
él.
Pero resuena al mismo tiempo también el Salmo 34, donde se lee: "Aunque el
justo suframuchos males, de todos lo libra el Señor; él cuida de todos sus
huesos, y ni uno solo sequebrará" (v. 20s). El Señor, el Justo, ha sufrido
mucho, ha sufrido todo y, sin embargo, Dios loha guardado: no le han roto ni
un solo hueso.
Del corazón traspasado de Jesús brotó sangre y agua. La Iglesia, teniendo en
cuenta laspalabras de Zacarías, ha mirado en el transcurso de los siglos a
este corazón traspasado,reconociendo en él la fuente de bendición indicada
anticipadamente en la sangre y el agua. Laspalabras de Zacarías impulsan
además a buscar una comprensión más honda de lo que allí haocurrido.
Un primer grado de este proceso de comprensión lo encontramos en la Primera
Carta de Juan,que retoma con vigor la reflexión sobre el agua y la sangre
que salen del costado de Jesús:"Este es el que vino con agua y con sangre,
Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y consangre. Y el Espíritu es
quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Tres son lostestigos
en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están de acuerdo"
(5,6ss).
Qué quiere decir el autor con la afirmación insistente de que Jesús ha
venido no sólo con elagua, sino también con la sangre? Se puede suponer que
haga probablemente alusión a unacorriente de pensamiento que daba valor
únicamente al Bautismo, pero relegaba la cruz. Y esosignifica quizás también
que sólo se consideraba importante la palabra, la doctrina, el mensaje,pero
no "la carne", el cuerpo vivo de Cristo, desangrado en la cruz; significa
que se trató decrear un cristianismo del pensamiento y de las ideas del que
se quería apartar la realidad de lacarne: el sacrificio y el sacramento.
Los Padres han visto en este doble flujo de sangre y agua una imagen de los
dos sacramentosfundamentales - la Eucaristía y el Bautismo-, que manan del
costado traspasado del Señor,de su corazón. Ellos son el nuevo caudal que
crea la Iglesia y renueva a los hombres. Pero losPadres, ante el costado
abierto del Señor exánime en la cruz, en el sueño de la muerte, se
hanreferido también a la creación de Eva del costado de Adán dormido, viendo
así en el caudal delos sacramentos también el origen de la Iglesia: han
visto la creación de la nueva mujer delcostado del nuevo Adán.
La sepultura de Jesús
Los cuatro evangelistas nos relatan que un miembro acomodado del Sanedrín,
José deArimatea, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Marcos (15,43) y Lucas
(23,51) añaden que José erauno "queaguardaba el Reino de Dios", mientras que
Juan (cf. 19,38) lo considera un discípulosecreto de Jesús, un discípulo que
hasta aquel momento no se había manifestadoabiertamente como tal por temor a
los círculos judíos dominantes. Juan menciona además laparticipación de
Nicodemo (cf. 19,39), de cuyo coloquio nocturno con Jesús sobre el nacer y
elvolver a nacer de nuevo había hablado en el tercer capítulo (cf. vv. 1-8).
Después del drama delproceso, en el cual todo parecía una conjura contra
Jesús y ninguna voz parecía levantarse ensu favor, venimos ahora a saber del
otro Israel: personas que están a la espera. Personas queconfían en las
promesas de Dios y van en busca de su cumplimiento. Personas que en
lapalabra y en la obra de Jesús reconocen la irrupción del Reino de Dios, el
inicio delcumplimiento de las promesas.
Habíamos encontrado en los Evangelios personas como éstas, sobre todo entre
la gentesencilla: María y José, Isabel y Zacarías, Simeón y Ana, además de
los discípulos; pero ningunode ellos pertenecía a los círculos influyentes,
aunque provenían de distintos niveles culturales ydiferentes corrientes de
Israel. Ahora -tras la muerte de Jesús- salen a nuestro encuentrodos
personajes destacados de la clase culta de Israel que, aun sin haber osado
declarar sucondición de discípulos, tenían sin embargo ese corazón sencillo
que hace al hombre capaz dela verdad (cf. Mt 10,25s).
Mientras que los romanos abandonaban los cuerpos de los ejecutados en la
cruz a los buitres,los judíos se preocupaban de que fueran enterrados; había
lugares asignados por la autoridadjudicial precisamente para eso. En este
sentido, la petición de José entra dentro de lo habitualen el derecho judío.
Marcos dice que Pilato se asombró de que Jesús hubiera muerto ya, y
queprimero se cercioró por el centurión de la verdad de esta noticia.
Una vez confirmada lamuerte de Jesús, concedió su cuerpo al miembro del
consejo (cf. 15,44s).
Sobre el entierro mismo, los evangelistas nos transmiten varias
informaciones importantes.Ante todo, se subraya que José hace colocar el
cuerpo del Señor en un sepulcro nuevo de supropiedad, en el que todavía no
se había enterrado a nadie (cf. Mt 27,60; Lc 23,53; Jn 19,41).Esto
manifiesta un respeto profundo por este difunto. Al igual que el "Domingo de
Ramos" sehabía servido de un borrico sobre el que nadie había montado antes
(cf. Mc 11,2), así tambiénahora es colocado en un sepulcro nuevo.
Es importante además la noticia según la cual José compró una sábana en la
que envolvió aldifunto. Mientras los Sinópticos hablan simplemente de una
sábana, en singular, Juan habla de"vendas" de lino (cf. 19,40), en plural,
como solían hacer los judíos en la sepultura. El relato dela resurrección
vuelve sobre esto con más detalle. Aquí no entramos en la cuestión sobre
laconcordancia con el sudario de Turín; en todo caso, el aspecto de dicha
reliquia esfundamentalmente conciliable con ambas versiones.
Finalmente, Juan nos dice que Nicodemo llevó una mixtura de mirra y áloe,
"unas cien libras".Y prosigue: "Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron
todo, con los aromas, según seacostumbra a enterrar entre los judíos"
(19,39s).Pero la cantidad de aromas es extraordinariay supera con mucho la
medida habitual: es una sepultura regia. Si en el echar a suertes
susvestiduras hemos vislumbrado a Jesús como Sumo Sacerdote, ahora el tipo
de sepultura lomuestra como Rey: en el instante en que todo parece acabado,
emerge sin embargo de modomisterioso su gloria.
Los Evangelios sinópticos nos narran que algunas mujeres observaban el
sepelio (cf. Mt 27,61;Mc 15,47), y Lucas puntualiza que eran las mujeres
"que lo habían acompañado desde Galilea"(23,55). Y añade: "A la vuelta
prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo,conforme a lo
prescrito" (23,56). Tras el descanso sabático, el primer día de la semana
por lamañana, vendrán para ungir el cuerpo de Jesús y así dejar lista la
sepultura de maneradefinitiva. La unción es un intento de detener la muerte,
de evitar la descomposición delcadáver. Pero es un esfuerzo inútil: la
unción puede conservar al difunto como difunto, nopuede restituirle la vida.
La mañana del primer día las mujeres verán que su solicitud por el difunto y
su conservaciónha sido una preocupación demasiado humana. Verán que Jesús no
tiene que ser conservadoen la muerte, sino que Él -y ahora de modo real-
está de nuevo vivo. Verán que Dios, de unmodo definitivo y que sólo Él puede
hacer, lo ha rescatado de la corrupción y, con ello, delpoder de la muerte.
Con todo, en la premura y en el amor de las mujeres se anuncia ya lamañana
de la Resurrección.
(RATZINGER, J. - BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, Segunda Parte, Ediciones
Encuentro, Madrid, 2011, p. 254 - 267)
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Santos
Padres: San Agustín - La pasión del Señor.
1. La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo espara nosotros un
ejemplo de paciencia, a la vez que seguridadde alcanzar la gloria. ¿Qué cosa
no pueden esperar de la graciade Dios los corazones de los fieles? Por bien
de ellos, el Hijoúnico de Dios y coeterno con el Padre tuvo en poco el
nacercomo hombre y, por tanto, de hombre, sino que hasta sufrióla muerte de
manos de quienes fueron creados por él. Grancosa es lo que se nos promete
para el futuro, pero mucho mayores lo que recordamos que se hizo ya por
nosotros. ¿Dóndeestaban los santos o qué eran ellos cuando Cristo murió
porlos impíos? ¿Quién dudará de que él ha de donarles su vida,si les donó
incluso su muerte? ¿Por qué duda la fragilidad humana en creer que será una
realidad el que los hombres vivanalgún día en compañía de Dios? Mucho más
increíble es loque ya ha tenido lugar: que Dios haya muerto por los
hombres.¿Quién es Cristo sino la Palabra que existía en el principio,la
Palabra que existía junto a Dios y la Palabra que era Dios? Esta Palabra de
Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.No hubiera tenido en sí mismo
donde morir por nosotrossi no hubiese tomado nuestra carne mortal.
De esta manerapudo morir el inmortal y quiso donar la vida a los
mortales:haciendo partícipes de sí mismo en el futuro a aquellosde quienes
él se había hecho partícipe antes. Pues ni nosotrosteníamos en nuestro ser
de dónde conseguir la vida ni él en elsuyo en dónde sufrir la muerte.
Realizó, pues, con nosotros unadmirable comercio en base a una mutua
participación: el donde morir era nuestro, el don de vivir será suyo. Pero
la carneque tomó de nosotros para morir, él mismo la otorgó, puestoque es el
creador; la vida, en cambio, gracias a la cual viviremosen él y con él, no
la recibió de nosotros. En consecuencia,si consideramos nuestra naturaleza,
la que nos hace hombres,no murió en su ser, sino en el nuestro, puesto que
de ningunamanera puede morir en su naturaleza propia, por la que esDios. Si,
en cambio, consideramos que es creatura suya, queél lo hizo en cuanto Dios,
murió también en su ser, puesto queél es autor también de la carne en que
murió.
2. Así, pues, no sólo no debemos avergonzarnos de lamuerte del Señor,
nuestro Dios, sino más bien poner en ellatoda nuestra confianza y nuestra
gloria. En efecto, recibiendoen lo que tomó de nosotros la muerte que
encontró en nosotros,hizo una promesa fidedigna de que nos ha de dar la
vidaen él; vida que no podemos obtener por nosotros. Quien nosamó tanto que,
sin tener pecado, sufrió lo que los pecadoreshabíamos merecido por el
pecado, ¿cómo no va a darnos quiennos hace justos lo que merecimos por la
justicia? ¿Cómo no vaa cumplir su promesa de dar el galardón a los santos
quienpromete sinceramente, quien sin cometer maldad alguna sufrióel castigo
que merecían los malvados? Llenos de coraje, confesemos,o más bien
profesemos, hermanos, que Cristo fue crucificadopor nosotros; digámoslo
llenos de gozo, no de temor;gloriándonos, no avergonzándonos. Lo vio el
apóstol Pablo, ylo recomendó como título de gloria. Muchas cosas grandiosas
ydivinas tenía para mencionar a propósito de Cristo; no obstante,no dijo que
se gloriaba en las maravillas obradas por él,que, siendo Dios junto al
Padre, creó el mundo, y, siendo hombrecomo nosotros, dio órdenes al mundo;
sino: Lejos de míel gloriarme, a no ser en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo.Estaba contemplando quién, por quiénes y de dónde había pendido,y
presumía de tan grande humildad de Dios y de la divinaexcelsitud. Esto el
Apóstol.
3. Pero quienes nos insultan porque adoramos al Señorcrucificado, cuanto más
piensan que saben, tanto más irremediablementehan perdido la razón, pues no
entienden en absolutolo que creemos o decimos. En efecto, nosotros no
decimos que murió en Cristo su ser divino, sino su ser humano.Si, por
ejemplo, cuando muere un hombre cualquiera no sufrela muerte, en compañía
del cuerpo, aquello que ante todo leconstituye como hombre, es decir, lo que
le distingue de lasbestias, lo que faculta el entender, lo que discierne
entre lodivino y lo humano, lo temporal y lo eterno, lo falso y lo
verdadero,en definitiva, el alma racional, sino que, muerto el cuerpo,ella
se separa con vida y, no obstante, se dice: "Ha muertoun hombre", ¿por qué
no decir también: "Murió Dios", sinentender por ello que pudo morir el ser
divino, sino la partemortal que había recibido en favor de los mortales?
Cuandomuere un hombre, no muere su alma que mora en la carne; deidéntica
manera, cuando murió Cristo, no murió su divinidadpresente en la carne.
"Pero, dicen, Dios no pudo mezclarsecon el hombre y hacerse, juntamente con
él, el único Cristo."Según esta opinión carnal y vana y cualesquiera otras
opinioneshumanas, más difícil debería sernos el creer en la posibilidad dela
mezcla entre el espíritu y la carne que entre Dios y el hombre,y, a pesar de
todo, ningún hombre sería hombre si el espíritudel hombre no estuviese
mezclado a un cuerpo humano.
¡Cuánto más difícil y extraña no será la mezcla entre espírituy cuerpo que
entre espíritu y espíritu! Si, pues, para constituirun hombre se han
mezclado el espíritu del hombre, que no escuerpo, y el cuerpo del hombre,
que no es espíritu, Dios, quees espíritu, ¿no pudo, con mucha más razón,
mezclarse, graciasa una participación espiritual, no ya a un cuerpo
desvinculadodel espíritu, sino a un hombre poseedor de espíritu, para
constituirde ambos un único Cristo?
4. Gloriémonos, pues, también nosotros en la cruz denuestro Señor
Jesucristo, por quien el mundo está crucificadopara nosotros, y nosotros
para el mundo. Cruz que hemos colocado en la misma frente, es decir, en la
sede del pudor, paraque no nos avergoncemos. Y si nos esforzamos por
explicar cuáles la enseñanza de paciencia que se encierra en esta cruz o
cuansaludable es, ¿encontraremos palabras adecuadas a los contenidoso tiempo
adecuado a las palabras? ¿Qué hombre que creacon toda verdad e intensidad en
Cristo se atreverá a enorgullecerse,cuando es Dios quien enseña la humildad
no sólo con lapalabra, sino también con su ejemplo? La utilidad de esta
enseñanzala recuerda en pocas palabras aquella frase de la Sagrada
Escritura: Antes de la caída se exalta el corazón y antes dela gloria se
humilla. Lo mismo afirman estas otras palabras:Dios resiste a los soberbios,
y a los humildes, en cambio, les dasu gracia; e igualmente: Quien se ensalza
será humillado yquien se humilla será ensalzado. Por consiguiente, ante la
exhortacióndel Apóstol a que no seamos altivos, sino que
tengamossentimientos humildes, el hombre ha de pensar, si le es posible,a
qué gran precipicio es empujado si no comparte la humildadde Dios y cuan
pernicioso es que el hombre encuentre dificultaden soportar lo que quiera el
Dios justo, si Dios sufrió pacientementelo que quiso el injusto enemigo.
SAN AGUSTÍN,Sermones (y.), Sermón 218 C, 1-y., BAC Madrid 1983, XXIV, pág.
219-23
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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, SJ. - La locura de la cruz
El misterio del amor de Dios
Dice San Luis María Grignon de Monfort: "Éste es, a mi modo de ver, el mayor
secreto del Rey, el misterio más sublime de la sabiduría eterna: la Cruz".
En ella, en efecto, llega a su extremo el misterio del Amor Redentor de
Dios. Frente a la miseria humana del pecado, Dios ve la ocasión de
multiplicar las muestras de su amor, hasta vaciarse de Sí mismo, como
escribe con fuerza San Pablo, tomando figura de esclavo, haciéndose pecado,
y cargando nuestra maldición sobre sus hombros. En su cuerpo triturado,
Cristo recapitula los pecados de toda la humanidad, desde Adán hasta el
último hombre que pisará la tierra. Cristo en su Pasión es el Hombre, tal
como quedó en razón de la rebeldía del pecado: "Ecce Homo". A pesar de su
inocencia absoluta, quiso que pesara sobre su conciencia el remordimiento de
todos los rebeldes. Ante la majestad del Padre, Él se veía "como un gusano,
no un hombre", pues fue "traspasado por nuestras rebeldías y triturado por
nuestras iniquidades", según leemos en los salmos.
El misterio de la Cruz es la clave de la obra de Nuestro Señor. Dicho
misterio se hace presente ya desde el momento de su concepción en el seno de
María Santísima. De ahí lo que se dice en la epístola a los Hebreos: "Por
eso, al entrar al mundo, dice: No quisiste oblación ni sacrificio, pero me
has formado un cuerpo... Entonces dije: he aquí que vengo para hacer, oh
Dios, tu voluntad... Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced
a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo".
Toda la vida de Cristo puede considerarse como una ascensión hacia el
Calvario. Para eso había venido al mundo, como lo declaró antes de su
Pasión: "¿Qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si para eso he
llegado a esta hora. ¡Padre, glorifica tu nombre!". ¡Qué misterio: Dios hace
consistir su gloria en la humillación de la Cruz!
Esto permanecería como un enigma insoluble si Él mismo no nos hubiese
explicado la razón: su Amor. Por medio del profeta, Dios había dicho "los
atraeré con lazos de hombre". Con el misterio de su Encarnación y mediante
su Pasión, Cristo se constituye en el lazo que restituye el vínculo roto por
el pecado. Sobre el abismo de la rebeldía, se tiende el puente del Cuerpo de
Cristo: Él acepta que nuestros pies manchados lo pisen, dejando en Él las
huellas inmundas de nuestra inmundicia. Tal es el precio que acepta pagar en
rescate de los cautivos. Y si el Padre acepta el holocausto de su Hijo es
porque su amor desea adquirir mediante ese sacrificio infinitos hijos, que
son los redimidos por la Sangre del Cordero sin mancha.
Verdaderamente que a los ojos de nuestra sola razón todo esto aparece como
una locura, un verdadero delirio. Desproporcionada es la rebeldía del
hombre ante los beneficios de que Dios lo hace objeto, pero más
desproporcionada es la perseverancia de este amor, que no se detiene ante
ningún obstáculo, buscando vencer las resistencias del corazón humano. Dios
se hace mendigo de nuestra correspondencia.
En este día lo vemos puesto en Cruz, muerto, y con su Corazón abierto,
víctima de su propio amor. Nuestra mente queda anonadada, pero en lo más
íntimo de nuestra alma deben hoy resonar las palabras del Crucificado:
"Tengo sed". Cristo tiene sed de mi amor. ¿Cómo negárselo ante la enormidad
del suyo? Aquí no se trata de entender sino de aceptar: tengo en mis manos
la posibilidad de calmar la sed de un Dios sediento.
La Cruz: encuentro de la muerte y la vida
En el Cuerpo Crucificado del Redentor se libra el combate entre la muerte,
consecuencia del pecado, y la vida, don del Padre. Mas por la Cruz, "la
muerte es engullida en la victoria". Y mediante, esta victoria de Cristo, la
muerte deja de ser sólo el castigo del pecado para constituirse en el
momento del reencuentro con Dios.
Esta confluencia de vida y muerte se expresa en dos cualidades inseparables
de la Cruz: la negación y la fecundidad.
El seguimiento de Cristo está signado por la cruz, que es negación del amor
propio: "Si alguno quiere ser mi discípulo —nos dice el Señor—, niéguese a
sí mismo, cargue su cruz, y siga tras de Mí". La identificación con Cristo
Crucificado es, ante todo, interior. Consiste en la aceptación de la
voluntad del Padre, tal como en el huerto de Getsemaní lo hizo Jesús, el
cual, "aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios
sufrimientos qué significa obedecer". La mortificación exterior no es sino
la fiel expresión de esa adhesión consciente y libre a los designios
divinos.
La contrapartida de esta renuncia es la fecundidad de la Cruz: "Si el grano
de trigo arrojado en tierra no muere, queda solo; pero si muere produce
fruto abundante". Cristo es el grano fecundo que será sembrado en el
sepulcro, cuyo fruto es la Salvación de todo el género humano. Eso mismo
obra en nosotros la experiencia de la cruz. Al vaciamos totalmente de
nosotros mismos, nos hace fecundos por el poder de Dios, que ya no encuentra
obstáculos para la expansión de su gracia.
El dolor redentor
En los sufrimientos de Cristo se recapitula no sólo el pecado sino también
el dolor de toda la humanidad. Pero así como con su muerte Él transforma la
muerte en vida, con su propio dolor convierte al dolor humano en remedio
espiritual.
La Redención no consiste sólo en la reparación de la ofensa hecha a Dios,
sino también en la liberación del hombre, rompiendo las cadenas demoníacas
del pecado y miserias consiguientes. Es obra de la Justicia de Dios, pero es
sobre todo obra de su Misericordia. En la Cruz de Cristo se manifiesta que
la sola justicia no basta para vencer la iniquidad. Queda el saldo del
dolor, el cual sólo se paga mediante su aceptación voluntaria. Cristo acepta
ocupar nuestro lugar en el patíbulo sin pedir nada a cambio, ni siquiera el
castigo de sus verdugos: "Padre, perdónalos: pues no saben lo que hacen".
En Cristo crucificado, Dios no se muestra como un demandante implacable,
que exige el resarcimiento de sus derechos conculcados, sea como fuere, sino
como un Padre, que en el exceso de su amor hacia los descarriados, no vacila
en exponer a su propio Hijo a los ultrajes del demonio, "homicida desde el
principio", a fin de rescatar, mediante su dolor, a sus hijos cautivos. Y
este amor desbordante del Padre es también amor del Hijo, el cual, como dice
San Pablo, "me amó y se entregó por mi'.
De esta manera, el Cristo doliente no sólo nos da ejemplo de sumisión al
Padre, sino que nos brinda la posibilidad de participar activamente en su
obra salvífica, siendo corredentores juntamente con Él, mediante la
aceptación de nuestro propio sufrimiento.
Nuestro Salvador, al referirse a los sufrimientos que habría de pasar para
redimirnos, habló de "beber el cáliz de su Pasión". Acatando la Voluntad del
Padre, bebió la copa embriagadora que en la cima del Calvario descubrió la
locura de un Dios ebrio de amor. Cada vez que recibimos la Eucaristía en la
Santa Misa, también nosotros bebemos del Cáliz de Cristo. En este día no se
celebra el Santo Sacrificio, pero la inmolación del Señor está presente de
una manera especial.
En la presente celebración podemos recibir también el Cuerpo de Cristo. Que
al hacerlo hoy, y cada vez que lo repitamos, nuestro corazón de tal manera
se abra a la acción de la Gracia, que la locura divina nos invada y nos
lleve a esa entrega total de nuestro ser, que es el complemento necesario
para aquella donación absoluta de Sí que hizo el Hijo de Dios en el
Calvario. A nuestra Madre Santísima, que estuvo junto a la Cruz como
cooferente de la inmolación de su Hijo, le pediremos que nos consiga esta
gracia.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994,
p. 128-133)
Aplicación: San Juan Pablo II - He aquí la cruz
La cruz es una señal visible del rechazo de Dios por parte del hombre. El
Dios vivo ha venido en medio de su pueblo mediante Jesucristo, su Hijo
Eterno que se ha hecho hombre: hijo de María de Nazaret.
Pero “los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).
Han creído que debía morir como seductor del pueblo. Ante el pretorio de
Pilato han lanzado el grito injurioso: “Crucifícale, crucifícale” (Jn 19,6).
La cruz se ha convertido en la señal del rechazo del Hijo de Dios por parte
de su pueblo elegido; la señal del rechazo de Dios por parte del mundo. Pero
a la vez la misma cruz se ha convertido en la señal de la aceptación de Dios
por parte del hombre, por parte de todo el Pueblo de Dios, por parte del
mundo.
Quien acoge a Dios en Cristo, lo acoge mediante la cruz. Quien ha acogido a
Dios en Cristo, lo expresa mediante esta señal: en efecto se persigna con la
señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho, para manifestar y
profesar que en la cruz se encuentra de nuevo a sí mismo todo entero: alma y
cuerpo, y que en esta señal abraza y estrecha a Cristo y su reino.
Cuando en el centro del pretorio romano Cristo se ha presentado a los ojos
de la muchedumbre, Pilato lo ha mostrado diciendo: “Ahí tenéis al hombre”
(Jn 19,5). Y la multitud responde: “Crucifícale”.
La cruz se ha convertido en la señal del rechazo del hombre en Cristo. De
modo admirable caminan juntos el rechazo de Dios y el del hombre. Gritando
“crucifícale”, la multitud de Jerusalén ha pronunciado la sentencia de
muerte contra toda esa verdad sobre el hombre que nos ha sido revelada por
Cristo, Hijo de Dios.
Ha sido así rechazada la verdad sobre el origen del hombre y sobre la
finalidad de su peregrinación sobre la tierra. Ha sido rechazada la verdad
acerca de su dignidad y su vocación más alta. Ha sido rechazada la verdad
sobre el amor, que tanto ennoblece y une a los hombres, y sobre la
misericordia, que levanta incluso de las mayores caídas.
Y he aquí que este lugar, donde -según una tradición- a causa de Cristo los
hombres eran ultrajados y condenados a muerte -en el Coliseo-, ha sido
puesta la cruz, desde hace mucho tiempo, como signo de la dignidad del
hombre, salvada por la cruz; como signo de la verdad sobre el origen divino
y sobre el fin de su peregrinar; como signo del amor y de la misericordia
que levanta de la caída y que, cada vez, en cierto sentido, renueva el
mundo.
He aquí la cruz: He aquí el leño de la cruz (“ecce lignum crucis”). Es ella
el signo del rechazo de Dios y el signo de su aceptación. Es ella el signo
del vilipendio del hombre y el signo de su elevación. El signo de la
victoria.
Cristo dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra (sobre la cruz), atraeré
todos a mí” (Jn 12,32).
Nuestros pensamientos se detienen junto a la cruz, cuyo misterio permanece y
cuya realidad se repite en circunstancias siempre nuevas.
Este rechazo de Dios por parte del hombre, por parte de los sistemas, que
despojan al hombre de la dignidad que posee por Dios en Cristo, del amor que
solamente el Espíritu de Dios puede difundir en los corazones, este rechazo
-repito-, ¿quedará equilibrado por la aceptación, íntima y ferviente, de
Dios que nos ha hablado en la cruz de Cristo?
¿Quedará equilibrado este rechazo por la aceptación del hombre de esta su
dignidad y de este amor, cuyo comienzo está en la cruz?
Pero el Vía Crucis de Cristo y su cruz no son solamente un interrogante: son
una aspiración, una aspiración perseverante e inflexible y un grito:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27,46).
“Padre, en tus manos entrego mí espíritu” (Lc 23,46).
Gritemos y oremos, como haciendo eco a las palabras de Cristo: Padre, acoge
a todos en la cruz de Cristo; acoge a la Iglesia y a la humanidad, a la
Iglesia y al mundo.
Acoge a aquellos que aceptan la cruz; a aquellos que no la entienden y a
aquellos que la evitan; a aquellos que no la aceptan y a aquellos que la
combaten con la intención de borrar y desenraizar este signo de la tierra de
los vivientes.
Padre, ¡acógenos a todos en la cruz de tu Hijo! Acoge a cada uno de nosotros
en la cruz de Cristo.
Sin fijar la mirada en todo lo que pasa dentro del corazón del hombre; sin
mirar a los frutos de sus obras y de los acontecimientos del mundo
contemporáneo: ¡Acepta al hombre!
La cruz de tu Hijo permanezca como signo de la aceptación del hijo pródigo
por parte del Padre. Permanezca como signo de Alianza, de la Alianza nueva y
eterna.
(Alocución en el Vía Crucis, 4 de abril de 1980)
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Aplicación: Papa Francisco - Permanecer en la cruz de Jesús
Queridos hermanos y hermanas
Os doy las gracias por haber participado tan numerosos en este momento de
intensa oración. Y doy las gracias también a todos los que se han unido a
nosotros a través de los medios de comunicación social, especialmente a las
personas enfermas o ancianas.
No quiero añadir muchas palabras. En esta noche debe permanecer sólo una
palabra, que es la Cruz misma. La Cruz de Jesús es la Palabra con la que
Dios ha respondido al mal del mundo. A veces nos parece que Dios no responde
al mal, que permanece en silencio. En realidad Dios ha hablado, ha
respondido, y su respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor,
misericordia, perdón. Y también juicio: Dios nos juzga amándonos. Recordemos
esto: Dios nos juzga amándonos. Si acojo su amor estoy salvado, si lo
rechazo me condeno, no por él, sino por mí mismo, porque Dios no condena, Él
sólo ama y salva.
Queridos hermanos, la palabra de la Cruz es también la respuesta de los
cristianos al mal que sigue actuando en nosotros y a nuestro alrededor. Los
cristianos deben responder al mal con el bien, tomando sobre sí la Cruz,
como Jesús. Esta noche hemos escuchado el testimonio de nuestros hermanos
del Líbano: son ellos que han compuesto estas hermosas meditaciones y
oraciones. Les agradecemos de corazón este servicio y sobre todo el
testimonio que nos dan.
Lo hemos visto cuando el Papa Benedicto fue al Líbano: hemos visto la
belleza y la fuerza de la comunión de los cristianos de aquella Tierra y de
la amistad de tantos hermanos musulmanes y muchos otros. Ha sido un signo
para Oriente Medio y para el mundo entero: un signo de esperanza.
Continuemos este Vía Crucis en la vida de cada día. Caminemos juntos por la
vía de la Cruz, caminemos llevando en el corazón esta palabra de amor y de
perdón. Caminemos esperando la resurrección de Jesús, que nos ama tanto. Es
todo amor.
(Palatino, Viernes Santo 29 de marzo de 2013)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Viernes Santo
Hoy, Viernes Santo, celebramos la pasión de Nuestro Señor Jesucristo y
hacemos adoración de la cruz, por lo cual, quiero tomar un texto de San Juan
que se refiere propiamente a la exaltación de la cruz y que se lee
justamente en la fiesta de la exaltación de la cruz:
El evangelio que vamos a comentar es parte del diálogo entre Jesús y
Nicodemo que se encuentra en el capítulo tres del evangelio de San Juan.
Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo.
“Nadie”, porque antes que bajase el Verbo que estaba en el cielo junto al
Padre y al Espíritu Santo, aunque en verdad está en todas partes, ningún
hombre podía subir al cielo porque sus puertas estaban cerradas. El pecado
de Adán infestó a todos los hombres y ninguno podía penetrar en el cielo
porque su entrada estaba clausurada. El que estaba en el cielo: el Verbo
bajó hasta nosotros, bajó a la tierra, se hizo tierra, tomó nuestra
naturaleza y la sanó con su muerte y resurrección y “ha subido al cielo”
abriendo sus puertas para que nosotros también podamos subir allí. Hoy ya no
se puede decir “nadie” ha subido al cielo. Innumerables hombres están en el
cielo, han subido allí siguiendo a Jesús el primero que ascendió a lo más
alto del cielo según su naturaleza humana, son los santos. El Verbo ha
bajado del cielo por la Encarnación para que nosotros subamos al cielo por
la redención del Verbo Encarnado. Siendo Dios ha bajado tomando la
naturaleza humana para que nuestra naturaleza humana se eleve a la
naturaleza divina y pueda ver a Dios tal cual es. Estábamos condenados a la
muerte y El bajó para salvarnos, para que subamos al cielo y tengamos vida
eterna.
Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida
eterna.
¿Y cómo Moisés levantó la serpiente en el desierto? Jesús hace referencia a
un hecho histórico que es figura de lo que le va a revelar a Nicodemo y de
lo que vivirá en su pascua redentora, por eso dice “Y cómo”. El hecho
histórico es narrado en el libro de los Números.
“El pueblo de Israel extenuado del camino”, significan las pruebas por las
que tenía que pasar antes de llegar a la tierra prometida. Tuvieron sed y
Dios les dio agua, tuvieron hambre y Dios les dio el maná. Pero siempre ante
las pruebas, como en este caso, se quejaron de Dios, hablaron mal de Él y de
su representante Moisés. Y su queja brota de la añoranza de Egipto donde
comían y bebían sin penurias. Donde comían y bebían siendo esclavos. Se
quejan de las pruebas que Dios les envía siendo libres y añoran una vida
carnal a pesar de la dureza de los trabajos del demonio que los esclavizaba.
¡Qué necios somos los hombres! ¡Cuántas veces nos quejamos de Dios teniendo
la libertad en su filiación añorando los placeres del mundo que nos
esclavizan a Satanás, señor del mundo!
El castigo de Dios no es para condenar a los hombres. Los castigos que nos
manda Dios son saludables. Dios quiere sanarnos y por eso nos castiga como
todo buen padre. Además, el castigo de las serpientes venenosas se orientaba
por la figura de la serpiente de bronce a la realidad del Salvador
crucificado.
Los mordidos por las serpientes venenosas son los que ceden a la seducción
del diablo y caen en pecado y el pecado es muerte. La serpiente venenosa es
el Diablo que quiere nuestra muerte e inocula su veneno mortal por el
pecado.
Dios mira a los hombres con misericordia porque ellos están angustiados por
su miseria, la miseria de haber juzgado a Dios y la miseria de la enfermedad
y la muerte. Manda a Moisés construir sobre un estandarte una serpiente de
bronce para que los mordidos la miren y sanen.
Nicodemo conocía esta historia por las Escrituras. Jesús se la aplica a sí
mismo y le revela que tiene que ser elevado como la serpiente de bronce y
así elevado curará a los que lo miren. Mirar a Jesús elevado es mirar a
Jesús crucificado pero con el desenlace final de su crucifixión: la
resurrección, ascensión y exaltación a la diestra del Padre. Mirar a Jesús
“levantado” es creer en su divinidad, “cuando hayáis levantado al Hijo del
hombre, entonces sabréis que Yo Soy” porque murió según su naturaleza humana
pero nos curó por su naturaleza divina. Murió como hombre por los hombres y
nos vivificó por su divinidad pagando el rescate que nosotros no podíamos
pagar. Creer en Jesús para tener vida eterna pero no sólo en el hombre Jesús
sino en el hombre-Dios Jesús. Y el que no cree en su divinidad permanece en
el pecado y en la muerte “si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros
pecados”.
Y Jesús revela a Nicodemo el amor del Padre a los hombres:
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que
crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Y le vuelve a revelar la necesidad de la fe en su divinidad, en el Hijo
único del Padre, para alcanzar la vida eterna. “Así como” en el desierto los
mordidos por las serpientes venenosas miraban la serpiente de bronce elevada
en un estandarte así los que miren a Jesús crucificado creyendo en Él, en
que es el Hijo único hecho hombre, se salvarán porque en su crucifixión y
resurrección se encierra el misterio de nuestra redención. Dios que se hace
hombre para morir en cruz y rescatarnos de nuestros pecados, curarnos de la
mordedura de la Serpiente infernal y darnos vida para siempre.
Jesús se anonadó tomando nuestra carne, sin dejar de ser Dios, bajó del
cielo sin dejar de estar en el cielo, “se despojó de su rango y tomo la
condición de esclavo” para morir en una cruz y por su anonadamiento “Dios lo
levantó sobre todo” y lo puso a su derecha en el trono del cielo haciéndolo
Señor de todas las cosas por derecho de conquista. Fue glorificado según su
naturaleza humana.
“Y como” Dios no quiso en el desierto la muerte de los israelitas sino que
les mando la salvación por la serpiente de bronce, así Dios no ha enviado a
su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por
él.
Por eso el enviado se llama Jesús que significa Salvador. Viene a salvar y
no a castigar ni a condenar. Ha sido elevado para salvarnos y nuestra
medicina está en creer en Él crucificado “escándalo para los judíos, necedad
para los gentiles; más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un
Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”, es decir, salvación.
Ya Nicodemo tú estás en el cielo con Jesús por haber creído en Él viéndolo
“levantado”. Ya no sólo está en el cielo “el que bajó del cielo” sino todos
nosotros estamos en el cielo con Él por su elevación ya que Él es nuestra
cabeza. ¿Todos con Él en cielo? Todos los que creemos en Él, porque aunque
fue “levantado” por todos, sólo alcanzan la salvación y la vida eterna los
que se aplican la salud por medio de la fe.
Jn 3, 13-17
1 Jn 3, 2; cf. 1 Co 13, 12
21, 4b-9
Jn 8, 28
Jn 8, 24
Cf. Flp 2, 6-11
1 Co 1, 23-24
Aplicación: San Luis Bertrán - La pasión del Salvador
7. En la Pasión del Salvador son tres las cosas más importantes a
considerar, según doctrina del glorioso y devoto San Bernardo. La primera es
la Pasión en sí misma; la segunda la causa por la que el Salvador padeció; y
la tercera, el modo como la padeció (San Bernardo, Sermón 4º para la Semana
Santa"). Dicho de otra forma, lo que tenemos que considerar es el orden y la
manera con que padeció. La primera consideración se refiere a la obra de la
Pasión en sí misma. Y respecto de e sto son tres cosas a notar. La primera
es fijarnos en quien padece; la segunda es ver lo que padeció y sintió; y la
tercera es examinar cuál fue la mano de la cual recibió tan grandes
tormentos y tan amarga Pasión.
8. El que padece es el Dios eterno, inefable, el Unigénito y muy amado Hijo
del Padre, a quien adoran los ángeles, alaban los arcángeles, los
principados, las virtudes, las dominaciones y todos los espíritus
celestiales. A quien, por otra parte, obedecen la tierra y el mar, todos los
elementos y todas las criaturas. El es quien hizo todo eluniverso de la nada
y sin el cual todo lo creado volvería a la nada. Este es el que padece, que,
en cuanto hombre, es el más hermoso de todos los nacidos; el más tierno y
delicado de todos los hombres; no engendrado con la secuela de la corrupción
como todos nosotros, sino de una Madre, Virgen incorrupta, a cuyos pechos
fue criado; cuya complexión supera a cuantos han existido; y a quien la
simple punzada de una espina le causaba más daño que a otro una lanzada; el
inocentísimo cordero, de quien dice San Pedro: Que no cometió pecado alguno,
ni se halló dolo en su boca (1 P 2,22).
9. Veamos ahora qué es lo que padeció. Y sin duda de ninguna clase hemos de
afirmar que sufrió la muerte más cruel, más dolorosa y más afrentosa que
ningún hombre padeció, ni padecerá jamás. Muy bien puede aplicársele a él
aquello que dice Jeremías: ¡Oh vosotros, cuantos pasáis por este camino!,
atended y considerad si hay dolor como el dolor mío (Lm 1,12). Y es que, a
decir verdad, padeció todo lo que un hombre puede padecer. Padeció a causa
de los amigos que le abandonaron. ¡Cuán grande debió ser su dolor al no ver
a su lado a ninguno de sus amigos, cuando él se hallaba en tanto aprieto y
necesidad! Como dice el Salmista: Pensativo miraba si se ponía alguno a mi
derecha para defenderme; pero nadie dio a entender que me conocía (Sal
141,5). Ni siquiera ningún leproso, ni ninguno de los ciegos a los que había
curado. ¡Cuánto se siente que os abandone vuestro amigo cuando más necesidad
tenéis de él! Padeció en lo referente a sus bienes, porque hasta le quitaron
sus vestiduras, y con ellas parte de la piel de su sagrada carne, y desnudo
lo levantaron en la Cruz. Padeció en su fama, recibiendo las afrentas que
sin cesar le dirigían llamándolo malhechor, endemoniado, alborotador del
pueblo y engañador de la gente. Padeció en su honra, porque le hicieron muy
grandes desacatos, mofándose de él, dándole bofetadas y pescozones, y
diciéndole: "Adivina quién te dio", vistiéndole de púrpura, poniéndole una
caña en la mano en lugar de un cetro real, y en lugar de una corona regia un
capacete de crueles espinas.
También padeció en su alma una gran tristeza y una grandísima agonía, y no
es de maravillar, porque pesaba sobre él todo el peso de nuestros pecados y
de los de todo el mundo, como dice Isaías: El Señor ha cargado sobre sus
espaldas la iniquidad de todos nosotros (Is 53,6). Además sufría de ver la
agonía que sentía la Magdalena y mucho más la de su triste Madre, cuyo
corazón estaba atravesado por la agudísima espada del dolor. En su cuerpo
padeció cruelísimos azotes y llagas penosísimas en las partes más sensibles
de su delicadísimo cuerpo, como eran las manos y los pies, y en la cabeza
coronada de espinas, y en el rostro las bofetadas, y en las manos y los pies
los duros clavos, y en todo su cuerpo abierto por los azotes. Padeció además
el Salvador en todos los demás sentidos. En la vista sintió una grandísima
pena al ver llorar a su Madre, a quien tanto amaba, y al discípulo
predilecto, y a la Magdalena, atónita y abrevada en lágrimas y dolores; y al
ver que su Madre le decía desde lo más íntimo de su corazón: "Hijo mío, muy
amado y de mis entrañas, ¡cuánto sufro de ver así tu cabeza, tus manos, tu
costado y todo tu cuerpo!". Por el sentido del oído sintió las palabras tan
desacatadas que le proferían los que blasfemaban diciendo: ¡Ea, tú que
destruyes el Templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si
eres Hijo de Dios, baja de la cruz" (Mt 27,40). Si ha confiado en Dios, que
ahora le libre, si le ama (ibíd. 43).
En el sentido del olfato padeció el mal olor de los cuerpos muertos que
estaban en aquel lugar, en aquel muladar del Calvario. En el sentido del
gusto fue atormentado con la bebida de la hiel y el vinagre. En el sentido
del tacto, con los crueles clavos que le atravesaron las manos y los pies.
¡Oh qué dolor tan crecido sintió en toda su persona! (NOTA. San Luis señala
en una nota marginal que toda esta doctrina es de SANTO TOMÁS DE AQUINO,
Suma de Teología, III, q. 46, art. 5,6 y 7). En los demás sentidos debió
templarse su dolor con alguna buena consideración; sin embargo es de creer
que Cristo debió querer que el sufrimiento fuera puro, sin que su divinidad,
ni la razón, atenuaran en nada el sentimiento que experimentaba su santísima
humanidad. Ninguna vida fue, ni pudo ser, tan buena como la de Cristo; y,
según esto, nadie pudo sentir tanto dolor como él, que veía cómo moría a
manos de aquellos que más obligaciones tenían hacia él. Como dice el
Salmista: Volviéronme mal por bien, y pagáronme con odio el amor que yo les
tenía (Sal 108,5). Y el profeta Miqueas: Pueblo mío, ¿qué es lo que yo te he
hecho, o en qué cosa te he agraviado? Respóndeme. ¿Acaso porque te saqué de
la tierra de Egipto y te libré de la casa de la esclavitud, y envié delante
de ti a Moisés, a Aarón y a María? (Mi 6,3-4). Y en el Deuteronomio se
afirma: ¡Generación depravada y perversa! ¿Así correspondes al Señor, pueblo
necio e insensato? ¿Por ventura no es él tu padre, que te rescató, que te
hizo y te crió? (Dt 32,5). Y también debió sufrir al ver que moría por los
pecados y que, no obstante, luego habría cristianos, muy grandes pecadores.
Así lo expresa el Salmista, diciendo: Ellos maquinaron inutilizar el precio
de mi redención; corrí como sediento; y ellos hablaban bien de mí con la
boca, mas en su corazón me maldecían (Sal 61,5).
10.- Pero veamos ahora cuál fue la causa de la Pasión de Cristo. Isaías nos
la indica claramente: Por causa de nuestras iniquidades fue él llagado, y
despedazado por nuestras maldades; el castigo del que tenía que nacer
nuestra paz con Dios descargó sobre él, y con sus cardenales fuimos nosotros
curados (Is 53,5). Es decir, que para darnos vida espiritual quiso él
padecer muerte temporal; y para apaciguarnos con Dios, sufrió él los golpes
de la saña del Padre; por eso dice: El castigo del que tenía que nacer
nuestra paz con Dios descargó sobre él. Se comportó como quien se mete a
separar a dos que disputan, y al colocarse en medio, descargan sobre él los
golpes, y los otros quedan en paz. Dios no halló otro medio mejor para
librarnos de la muerte de la culpa, que el quitarle la vida a su Unigénito
Hijo. No quiso que hubiese otra medicina para curar las llagas de nuestros
pecados, que las llagas mortales del Hijo de la Virgen, como lo prefiguró el
Espíritu Santo en el relato en el que se nos explica cómo el profeta Eliseo
resucitó al hijo de la mujer de Sunam. Según el libro de los Reyes, este
muchacho murió por haberle dado el sol en la cabeza, y por eso le dijo a su
padre: La cabeza me duele, me duele la cabeza (4 R 4,19).
Para resucitarlo, el profeta envió a su criado con su báculo, para que se lo
pusiese encima, pero no fue suficiente. Fue menester que el propio rofeta
fuese en persona a su casa. Y entrando que hubo en el aposento donde el niño
yacía muerto, cerró la puerta. Subió luego sobre la cama y echóse sobre el
niño, poniendo la boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre sus ojos, y sus
manos sobre sus manos; y encorvado así sobre el niño, la carne del niño
entró en calor (ibíd. 34). Es decir, que le devolvió el calor al cuerpo del
muerto, pero de momento no revivió. Levantóse luego el profeta y andando de
aquí para allá, tornó y subió de nuevo a la cama recostándose sobre el
muerto, y el niño bostezó siete veces al mismo tiempo que el profeta le
insuflaba su aliento; y a la séptima vez el niño abrió los ojos y se levantó
sano y salvo (cfr. ibíd. 35).
Maravillosamente nos enseña este relato, cómo fue necesario el que, para
nuestro remedio, muriese el Hijo de Dios por nosotros. El niño representa al
linaje humano que murió de dolor de cabeza; a saber, por el pecado de
nuestro primer padre, a quien Dios constituyó como cabeza de todos. Para
devolver la vida a este muerto, Dios envió primero a sus criados, es decir,
a todo el ejército de patriarcas, profetas y justos antiguos, con el báculo
de su ley. Pero con ello el niño no se levantó, porque ni la ley, ni los
patriarcas, ni los profetas bastaron para justificar a los hombres. Y por
eso se volvían hacia Dios y decían: En vano me he fatigado predicando a mi
pueblo; sin motivo y en balde he consumido mis fuerzas (Is 49,4). Y así fue
menester que viniese en persona el mismo Hijo de Dios, el cual vino a casa
del doliente cuando se hizo hombre. Y estuvo con la puerta cerrada, dentro
del aposento, mientras estuvo en las entrañas virginales de su Madre, que
estuvieron cerradas por su integridad y porque este misterio fue muy secreto
para los demás. Y estando allí se unió al muerto, es decir, juntó nuestra
mortalidad con su naturaleza divina. Se encogió y se hizo a la medida del
muerto, que es lo que el Apóstol afirma al decir: Se hizo semejante a los
hombres y fue reducido a la condición de hombre (Flp 2,7). Puso sus ojos
sobre los nuestros y sus manos sobre las nuestras, porque se acomodó y
ajustó a todas nuestras necesidades, de manera que para todas ellas tuvo
socorro. Y entonces, aunque el muerto seguía sin vida, comenzaron los
preparativos para devolvérsela: La carne del niño entró en calor. En efecto,
el linaje humano recibió algún calor con la presencia de Jesucristo en el
mundo y con su conversación, pues en seguida comenzaron a reformarse
nuestros pensamientos, palabras y obras. Y de esta forma, los hombres
comenzaron a tener disposiciones para la vida; pero no la recobraron del
todo hasta que, levantado el Señor y después de pasear de una parte a otra,
esto es, después de haber dejado el silencio y encerramiento con que estuvo
en casa de sus padres, salió afuera y se dio a conocer, enseñando y
predicando; y hecho esto, subió al lecho de la Cruz.
11. ¡Oh, qué cama tan áspera y tan dura! Pero al Señor le resultó muy
agradable, si pensamos en el gran deseo que traía de remediarnos. Desde este
lecho insufló su aliento sobre la humanidad, que son las siete palabras que
pronunció desde la cruz, y a la séptima, cuando a él se le acabó la vida, la
recobramos nosotros, y abrimos los ojos, quedando el linaje humano
justificado, libre de sus pecados y sin el velo que nos estorbaba para ver y
gozar de Dios cuando acabe esta miserable vida. Ahora bien, si Dios es
todopoderoso, como lo es, bien pudiera reparar el linaje humano y librarnos
de los pecados, sin que fuera a costa de su Unigénito Hijo. ¿A quién la
hacía Dios agravio? ¿Quién le iba a tomar en cuenta, si absolvía a los
hombres de los pecados cometidos contra su divina majestad? No cabe duda de
que Dios disponía de muchos modos y caminos para llevarnos hacia él. Mas
escogió éste, porque así lo había prometido por medio de los profetas, y lo
había dibujado y representado a través de muchas figuras de la Sagrada
Escritura. Esta es la razón que el Salvador le dio a San Pedro, cuando le
dijo: ¿Cómo entonces se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe
suceder así? (Mt 26,54) El Hijo del hombre se va, conforme a lo que estaba
escrito de él (ibíd. 24). Era menester que la palabra de Dios se cumpliese.
Esta es la razón que el Salvador le dio a San Pedro, cuando le dijo: ¿Cómo
entonces se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?
(Mt 26,54) El Hijo del hombre se va, conforme a lo que estaba escrito de él
(ibíd. 24). En suma, que era menester que la palabra de Dios se cumpliese.
12. Pero cabe preguntarse: Antes de que Dios diese su palabra, ¿no había
otra manera de remediarnos? ¿Por qué escogió ésta, tan trabajosa para su
Unigénito Hijo, y tan dolorosa y angustiosa para su triste Madre, habiendo
muchos hombres que le querían bien? Los santos doctores señalan muchas
razones. Una de ellas es porque así, todo lo que nosotros le debíamos a Dios
por nuestros pecados quedaba enteramente satisfecho y pagado. Y es que a
todo el linaje humano le era imposible ofrecer a Dios una recompensa
proporcionada a la injuria recibida, ya que carecíamos del caudal suficiente
para pagar una deuda tan grande; y aunque tuviéramos alguna hacienda, se la
debíamos por otros títulos; con lo cual resultaba que no teníamos con qué
pagar la deuda contraída.
De donde se sigue que era necesario, para pagar a Dios lo debido, hallar
algún hombre sin deuda alguna, y que al mismo tiempo fuese tan rico que le
fuera posible pagar todo lo que debíamos a Dios; y éste no podía ser un
simple o puro hombre (San Luis indica en una nota marginal: "Es doctrina
común de los teólogos recogida por SANTO TOMÁS DE AQUINO en la Suma de
Teología, III, q. 1, a. 2 y q.48). ¿Y cómo explicar que Dios, por una parte,
se muestre tan riguroso al querer que le paguemos por entero la deuda que
con él tenemos contraída, y por otra , se muestra tan liberal y
misericordioso al darnos a su propio Hijo Unigénito? Pues, porque sólo si
Dios se hacía hombre podría pagar por nosotros. En efecto, en cuanto Dios,
posee una riqueza y una hacienda infinitas, y sus actos un valor sin medida
para poder pagar al Padre. Y es que la hacienda que posee no se la debe a
nadie, y puede merecernos la reconciliación con Dios, su gracia y su gloria,
y aún le quedan bienes sobrados, pues la paga fue mucho mayor que la deuda.
Por eso Job, hablando en su lugar, decía: ¡Pluguiese a Dios que mis pecados,
por los que he merecido la ira, se pesaran en una balanza, con la calamidad
que padezco! (Jb 6,2). Y David, por su parte, exclama: No queden corridos
por causa mía los que van en pos de ti, Dios de Israel. Pues por amor de ti
he sufrido los ultrajes y se ve cubierto de confusión mi rostro. Mis propios
hermanos, los hijos de mi misma madre, me han desconocido y tenido por
extraño. Porque el celo de tu casa me devoró, y los baldones de los que te
denostaban recayeron sobre mí (Sal 68,7-10). Es decir: No sean, Señor,
confundidos ni frustrados los que os buscan por medio de mí, pues sabéis que
por cumplir vuestra voluntad y reconciliar a los hombres con vos, he sufrido
yo grandes afrentas y deshonras. Todos los denuestos y desvergüenzas que los
hombres habían cometido contra vos, los he cargado sobre mí y yo he pagado
por ellos. Por tanto, justo es que queden ellos libres y sin deuda,
mayormente cuando vos sois el que mejor conoce las afrentas que yo he
recibido de los hombres y el acatamiento y reconocimiento que se me debe:
Bien ves los oprobios que sufro, y mi confusión y mi ignominia (ibíd. 20).
Por todo lo dicho comprenderéis, hermanos, cómo la causa de la Pasión de
Cristo fueron nuestros pecados, y que no había otra medicina para curarlos
que su muerte, ni hubo otro precio para satisfacer por ellos, sino su
sangre.
13.- No es razonable que pasemos de ligero por esta consideración, sino que
conviene que nos paremos a reflexionar sobre el soberano amor que Dios nos
muestra en este hecho. En efecto, es cosa de admirar el que, en su propio
reino y por expresa voluntad y acuerdo de su propio Padre, sea condenado el
inocentísimo Cordero y muy amado Hijo, por la salud y remedio del desacatado
siervo y traidor. Como dice San Juan: Dios amó al mundo de tal manera que
entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca,
sino que tenga vida eterna (Jn 3,16). Mas, ¿cómo es posible que el Padre
entregara a su Hijo a la muerte, para que el traidor y descomedido esclavo,
que era el linaje humano, viera que ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo
entregó por todos nosotros? (Rm 8,32)
¿Quién considera esto con detención y no exclama con el espíritu inflamado
aquello de San Gregorio: ¡Oh admirable dignación de tu piedad hacia
nosotros! ¡Oh inapreciable amor de caridad que para redimir al esclavo
entregaste a tu Hijo! ¿Quién oyó jamás cosa semejante?5. ¿Quién vio jamás
que uno se lanzase a hacer bien a otro por las traiciones y deméritos
cometidos por éste contra el propio bienhechor? Por los servicios y buenas
obras prestadas suelen moverse los hombres a recompensar a quienes se los
han hecho, y eso a base sólo de recompensas que no redunden en mal del que
los hace. Pero, ¡Dios mío!, en esto venció vuestra bondad a nuestra malicia,
pues vuestro gesto fue tan heroico, que no sólo no os detuvieron nuestros
males a amarnos de esta manera, sino que incluso nos concediste mayores
beneficios que si no hubiéramos pecado; y fueron, además, tan costosos, que
le costaron la vida a vuestro Hijo Unigénito. ¡oh duros, endurecidos y
empedernidos hijos de Adán, que no llega a enterneceros un amor tan grande,
ni os ablanda ni calienta el gran fuego de la caridad que Dios os muestra al
ofrecer un tan grande y aventajado precio por una mercancía tan vil y
desaprovechada, como somos todos los hombres!
Por eso, hermanos, que no se os pase por alto la consideración del amor tan
grande que Dios manifestó en este hecho, porque, si bien lo pensáis, de
ninguna otra manera se hubiera podido descubrir mejor ese amor. Y es que, si
lo recordáis a menudo, siempre se os pegará algo y prenderá en vosotros ese
mismo amor. Dice San Pablo: Lo que más hace brillar la caridad de Dios hacia
nosotros es que, entonces mismo, cuando éramos aún pecadores, fue cuando al
tiempo señalado, murió Cristo por nosotros. Luego es claro que ahora mucho
más, estando justificados por su sangre, nos salvaremos por él de la ira de
Dios (Rm 5,8-9). Si Dios hubiera redimido al hombre de otro modo, a éste no
le constaría cuánto le amaba Dios; pero habiéndole remediado con su sangre y
con su vida, ¿qué más podía hacer para obligarnos a que le amásemos? Si os
aficionáis simplemente al que os hace buena cara, ¿cuánto más a Dios?...
Dios quiso además repararnos por este camino, para que viendo cómo castiga
nuestros pecados en su propio Hijo, nos guardemos de ofenderle, y así
evitemos que nos castigue más terriblemente en el infierno. Dice Isaías: El
cíngulo de sus lomos será la justicia; y la fe el cinturón con que se ceñirá
su cuerpo (Is 11,5).
(SAN LUÍS BERTRÁN, Obras y sermones, vol. I, pp.487-500).
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Aplicación: San Luis Bertrán - Los dolores de la Virgen
1. En este sermón de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, los predicadores
suelen omitir la salutación a la Virgen, nuestra Señora y Madre de quien hoy
tenemos ante nuestros ojos, tal como nos lo representa la Iglesia, clavado
en un madero y con la mayor afrenta e ignominia que hombre alguno haya
sufrido ni sufrirá jamás. Y la razón que aducen es que la Virgen estaba hoy
muy ocupada por la tristeza y el sentimiento que le producía la muerte tan
dolorosa y afrentosa que padecía su benditísimo Hijo. A tales predicadores
les parece que hoy no es día de andar de negocios con ella, ni de pedirle
favores. No se puede negar que el dolor que sintió aquella Paloma sin hiel y
triste Madre de nuestro Redentor por la Pasión de su Hijo, fue el mayor
dolor que pudo experimentar nunca criatura alguna. Dice San Juan Crisóstomo:
Que todas las criaturas se compadecieron al ver morir a Cristo2. En efecto,
el sol se obscureció, los ángeles lloraron, la tierra tembló, el velo del
Templo se rasgó y las piedras se quebrantaron. Si la Pasión del Señor dejó
tal huella en las piedras, hasta el punto que se rompieron y partieron,
¿cuán grande llaga, dolor y tristeza debió causar en el blando y tierno
corazón de la Madre que lo parió? Si un ladrón obstinado en los males que
había cometido, y cuyo corazón era más duro que las piedras y que el yunque
de los herreros, viendo padecer sin culpa alguna al Salvador, y con
tormentos tan amargos, se enterneció, y dijo a su compañero: Nosotros
recibimos lo merecido por nuestras culpas, pero éste no ha hecho nada malo
(Lc 23,41), ¿qué haría la que tan tiernamente le amó siempre? ¿Qué sentiría
en esos momentos la Madre que lo parió, la que lo crió a sus pechos y la que
le sirvió hasta aquella hora?
2. El profeta Isaías viendo de muy lejos, como quinientos años antes, la
Pasión del Señor, escribía: Lo hemos visto y no es de aspecto bello, ni
esplendoroso; nada hay que atraiga nuestros ojos, ni llame nuestra atención
hacia él; despreciado y el desecho de los hombres, varón de dolores y que
sabe lo que es padecer; y su rostro como cubierto de vergüenza y afrentado,
por lo que no hicimos ningún caso de él (Is 53,2-3). ¡Qué trocado y
desmejorado lo vio el profeta! Salió de las entrañas de su Madre como el más
hermoso y agraciado de los hijos de los hombres, cual sol que amanece; y
ahora está en la Cruz cargado de dolores, angustias y tormentos. Está tan
desfigurado que no hay quien lo reconozca: Por lo que no hicimos ningún caso
de él. Si tanto se enterneció Isaías, viéndole de tan lejos, ¿cuál sería el
sentimiento de la Madre que lo parió, teniéndole ahora tan cerca? Según San
Lucas, cuando el Señor entró en Jerusalén con todo el triunfo del mundo, al
mirar los muros de la ciudad y sus edificios, pensó en el estrago que luego
harían sobre ellos los romanos, y sintió un gran dolor y lloró amargamente
(cfr. Lc 19,41).
Pues, ¿cuán grande sería el dolor de la Virgen, y cuán amargas sus lágrimas,
al ver al Dios de Jerusalén tan afrentado y maltratado, y muriendo sobre una
Cruz por la malicia de los judíos? Si es verdad, bendita Señora, que cuando
el Salvador era niño y envolvíais su cuerpo, llorabas ya amargamente al
contemplar aquella sagrada cabeza que sería coronada de espinas, y decíais:
¡oh bendita cabeza, en la cual está encerrada toda la sabiduría de Dios!;
¡oh cabeza, cómo tengo que verte agujereada toda de espinas!; ¡oh rostro,
que alegras a los ángeles del cielo, cómo tengo que verte abofeteado,
escupido y afeado!; ¡oh ojos, más claros que el sol, cómo tengo que veros
eclipsados!; ¡oh manos, que formasteis los cielos, cómo tengo que veros
desgarradas!; ¡oh pies, a los cuales todo lo creado está sujeto, cómo tengo
que veros atravesados de parte a parte!; ¡oh sagrado pecho, y cuán
cruelmente has de ser abierto!; ¡oh cuerpo bendito, y cómo estarás
temblando, colgado de un madero, azotado y desollado!; ¡oh boca dulcísima, y
cómo has de ser abrevada con hiel y vinagre!; ¡oh Hijo de mi corazón, que
ahora te tengo en mis brazos, y has de dejar los míos para estar en los de
la Cruz!; ¡oh lumbre de mis ojos, que te puse en el pesebre entre dos
animales, cómo estarás en el monte Calvario entre dos ladrones!; si con sólo
contemplar e imaginarse todo esto el dolor de la Virgen fue tan crecido, que
lo admirable es que pudiera soportarlo, ¿cuánto mayor será ese dolor ahora,
cuando con sus propios ojos, y de tan cerca, ve a todo su bien padecer?
3. Por cierto, si el dolor se corresponde a la medida del amor, puesto que
la Virgen amó a su Unigéntio Hijo más que criatura alguna, e incluso más que
a sí misma, cabe pensar que su dolor debió ser mayor que el que nadie haya
podido sufrir, y mayor incluso del que ella pudiera padecer por su persona.
Yo creo que ella pudo decir con mayor razón que David: ¡Hijo mío, quién me
diera que yo muriera por ti! (2 R 18,33). En el libro primero de los Reyes
leemos que la mujer de Finees, cercana al parto, al oír la noticia del
cautiverio del Arca de Dios y de la muerte de su suegro y de su marido,
sorprendida repentinamente por los dolores, inclinóse y parió (1 R 4,19). Es
decir, que el dolor del alma redundó de tal manera en su cuerpo que parió. Y
añade el texto que, estando ya que se le salía el alma y a punto de expirar,
le dijeron: ¡No desmayéis, señora, que habéis parido un hijo! Pero ella no
respondió otra cosa que: ¡Acabóse la gloria de Israel, porque ha sido cogida
el Arca de Dios! (ibíd. 21). Pues, si por sólo saber que el Arca estaba en
manos de los filisteos y con ello perdía Israel su gloria, esta mujer sentía
tanto dolor, ¿cuánto más crecido debió ser el dolor de la Virgen cuando vio
a su Hijo, prefigurado por el Arca, en manos de sus enemigos, y que, por
ello, el pueblo de Israel perdía su gloria, y había de ser, como lo es hoy,
el más abatido de todos los pueblos del mundo?
4. No cabe duda de que el dolor de nuestra Señora en el día de hoy fue el
más crecido del mundo; pero, por otra parte, estoy convencido de que ese
dolor no entorpece de tal manera su caridad, que le impida encargarse de
nuestras miserias, pues precisamente hoy ve que, para sacarnos de ellas, su
Hijo bendito se carga con la pesada carga que lo llevó a la muerte. Ni
tampoco se ha de creer que su dolor, con ser tan grande, se saliese de los
límites de la razón y que le hiciese perder el juicio, como algunos opinan,
pues es injurioso para la Virgen sin mancilla el pensar que pasión alguna
llegara a sobrepujarla tanto, que le venciese la razón. Es más, el
evangelista San Juan parece indicar lo contrario, cuando dice: Estaba junto
a la Cruz la madre de Jesús (Jn 19,25). Pues cabe pensar que ella debió
aprovechar aquellos momentos para hacerse una serie de consideraciones que
la aliviasen del profundo dolor que la aquejaba. Sin duda debió considerar
que su Hijo no moría contra su voluntad, sino por cumplir la voluntad de su
Padre, que le quería más que ella, y que moría para dar vida a todos los
hombres y para ofrecer un remedio universal al linaje humano. También debió
pensar que en breve lo volvería a ver resucitado y rodeado de una gran
gloria.
Con estas consideraciones debió procurar la prudentísima Virgen resistir a
su dolor, de suerte que le quedase lugar para atender al remedio de nuestras
necesidades. Más aún, viendo a su Hijo encargado de las causas de los
hombres, sin duda deseó ella también ocuparse de ellas, para ayudarle a
soportar sus trabajos. Por esta razón, debemos saludarla hoy nosotros
también y pedirle su favor. Es más, haciéndolo así, cooperaremos también
nosotros con algo por nuestra parte, que le sirva de alivio en los
padecimientos de este día, como es invocarla en nuestro favor recordándole
aquel primer gozo que recibió con la embajada del Arcángel Gabriel. Es
decir, que ahora que siente el dolor por la
muerte de su Hijo, es bueno recordarle el gozo que experimentó al
concebirlo; y hoy que le profieren tantos denuestos los hombres, será bueno
que le entonemos nosotros los loores que le cantaron los ángeles al nacer.
Por eso, hoy que no halla gracia en los hombres, vayamos a ella para que se
compadezca de nosotros y nos alcance esa gracia, diciéndole: Ave Maria.
(SAN LUIS BERTRÁN, Obras y sermones, vol. I, pp.487-500).
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Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el
Directorio Homilético Viernes Santo – La Pasión del Señor
CEC 602-618. 1992: la Pasión de Cristo
CEC 612, 2606, 2741: la oración de Jesús
CEC 467, 540, 1137: Cristo el sumo sacerdote
CEC 2825: la obediencia de Cristo y la nuestra
"Dios le hizo pecado por nosotros"
602 En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el
designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia
heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una
sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo,
predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos
tiempos a causa de vosotros" (1 P 1, 18- 20). Los pecados de los hombres,
consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5,
12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf.
Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del
pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por
nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).
603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn
8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8,
29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado
hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2). Al haberle hecho
así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo,
antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos
"reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su
designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a
todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de
que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por
nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este
amor es sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre
celestial que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su
vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es
restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del
Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia,
siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha
muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre
alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS
624).
III CRISTO SE OFRECIO A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS
Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre
606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del
Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: ... He
aquí que vengo ... para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de esta
voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre
del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su
Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión
redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar
a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del
mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el
Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de
saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14,
31).
607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima
toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión
redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta
hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que
me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz
antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19,
28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los
pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero
de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó
así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio
al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las
multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de
Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf. Jn 19, 36; 1 Co 5,
7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en
rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los
hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor
amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el
sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y
perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2,
10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su
muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar:
"Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la
soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la
muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena
tomada con los Doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue
entregado"(1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre,
Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles el memorial de su ofrenda
voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación de los hombres: "Este
es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi
sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los
pecados" (Mt 26, 28).
611 La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11,
25) de su sacrificio. Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y
les manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles
sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que
ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Cc Trento: DS
1752, 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse
a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en
su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la
muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que
pase de mí este cáliz .." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa
la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está
destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está
perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte
(cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del
"Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive" (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4;
5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre
(cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras
faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo
la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por
medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19)
y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre
a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre
derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16,
15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los
sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el
Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al
mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por
amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio
del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán
constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús
llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en
expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y
cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y
satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de
redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de
Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2,
20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió
por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque
fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de
todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en
Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza
a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la
humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
617 "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justif icationem meruit"
("Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la
justificación")enseña el Concilio de Trento (DS 1529) subrayando el carácter
único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y
la Iglesia venera la Cruz cantando: "O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh
cruz, única esperanza", himno "Vexilla Regis").
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y
los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se
ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él "ofrece a todos la
posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este
misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a
seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para
que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su
sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios(cf.
Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su
Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento
redentor (cf. Lc 2, 35):
Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo (Sta. Rosa de
Lima, vida)
1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se
ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre
vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres.
La justificación es concedida por el bautismo, sacramento de la fe. Nos
conforma a la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el
poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el
don de la vida eterna (cf Cc. de Trento: DS 1529):
Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha
manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la
fe en Jesucristo, para todos los que creen -pues no hay diferencia alguna;
todos pecaron y están privados de la gloria de Dios- y son justificados por
el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a
quien Dios exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre,
mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados
cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a
mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador
del que cree en Jesús (Rm 3,21-26).
2606 Todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos, esclava del
pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia
de la salvación están recogidas en este grito del Verbo encarnado. He aquí
que el Padre las acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al
resucitar a su Hijo. Así se realiza y se consuma el drama de la oración en
la Economía de la creación y de la salvación. El salterio nos da la clave
para su comprensión en Cristo. Es en el "hoy" de la Resurrección cuando dice
el Padre: "Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en
herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra" (Sal 2, 7-8;
cf Hch 13, 33).
La carta a los Hebreos expresa en términos dramáticos cómo actúa la plegaria
de Jesús en la victoria de la salvación: "El cual, habiendo ofrecido en los
días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al
que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y
aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a
la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que
le obedecen" (Hb 5, 7-9).
2741 Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas
nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en
la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de
interceder por nosotros ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra
oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia
filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que
pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.
467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de
existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de
Dios. Enfrentado a esta herejía, el cuarto concilio ecuménico, en
Calcedonia, confesó en el año 451:
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que
confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la
divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente
hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según
la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo
semejante a nosotros, excepto en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre
antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra
salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de
Dios, según la humanidad. Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor,
Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin
separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por
su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las
naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona (DS
301-302).
540 La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el
Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los
hombres (cf Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo
venció al Tentador a favor nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que
no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que
nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los
años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el
desierto.
La celebración de la Liturgia celestial
1137 El Apocalipsis de S. Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos
revela primeramente que "un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado
en el trono" (Ap 4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28). Luego revela
al Cordero, "inmolado y de pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y
resucitado, el único Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15;
10, 19-21; etc), el mismo "que ofrece y que es ofrecido, que da y que es
dado" (Liturgia de San Juan Crisóstomo, Anáfora). Y por último, revela "el
río de Vida que brota del trono de Dios y del Cordero" (Ap 22,1), uno de los
más bellos símbolos del Espíritu Santo (cf Jn 4,10-14; Ap 21,6).
2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia"
(Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros,
criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él!
Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para
cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo.
Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con
el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y
decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al
Padre (cf Jn 8, 29):
Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así
cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en
el cielo (Orígenes, or. 26).
Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que
nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de
Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la
tierra. Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino
en toda la tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad
reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a
florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan
Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).
Ejemplos
¿DÓNDE ESTA DIOS CUANDO MÁS LO NECESITAMOS?
Susana saltó de su asiento cuando vio salir al cirujano. Le pregunto: ¿Cómo
está mi pequeño, va a ponerse bien, cuándo lo podré ver?
El cirujano dijo: Lo siento, hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance.
Susana dijo consternada: ¿Porqué a los niños le da cáncer?
¿Es que acaso Dios ya no se preocupa por ellos?
¿DIOS dónde estabas cuando mi hijo te necesitaba?
El cirujano dijo: una de las enfermeras saldrá en unos momentos para dejarte
pasar unos minutos con los restos de tu hijo antes de que sean llevados a la
Universidad.
Susana pidió a la enfermera que la acompañara mientras se despedía de su
hijo.
Recorrió con su mano su cabello rojizo. La enfermera le preguntó si quería
conservar unos de los rizos, Susana asintió.
La enfermera corto el rizo, lo coloco en una bolsita de plástico y se la dio
a Susana.
Susana dijo: Fue idea de Carlitos donar su cuerpo a la universidad para ser
estudiado. Dijo que podría ayudar a alguien más. Eso es lo que él deseaba.
Yo al principio me negué, pero él me dijo, Mami, no lo usaré después de que
me muera, y tal vez ayudará a que un niño disfrute un día más junto a su
mamá. Mi Garlitos tenía un corazón de oro, siempre pensaba en los demás y
deseaba ayudarlos como pudiera.
Susana salió del Hospital infantil, por última vez, después de haber
permanecido allí la mayor parte de los últimos seis meses.
Colocó la maleta con las pertenencias de Carlitos en el asiento del auto,
junto a ella. Fue difícil manejar de regreso a casa, y más difícil aún
entrar en una casa vacía. Llevó la maleta a la habitación de Carlitos y
colocó las autos miniaturas y todas las demás cosas justo como él las tenía.
Se acostó en la cama y lloró hasta quedarse dormida, abrazando la pequeña
almohada de Carlitos.
Despertó cerca de la medianoche y junto a ella había una hoja de papel
doblado, abrió la carta que decía:
Querida mami: Sé que vas a echarme de menos, pero no pienses que te he
olvidado, o he dejado de amarte sólo porque ya no estoy ahí para decirte TE
AMO.
Pensaré en ti cada día, mamita, y cada día te amare aún más. Algún día nos
volveremos a ver.
Si deseas adoptar un niño para que no estés tan solita, podrá estar en mi
habitación y podrá jugar con todas mis cosas.
Si deseas que sea una niña, probablemente no le gustaran las mismas cosas
que a los niños y tendrás que comprarle muñecas y esas cosas.
No te pongas triste cuando pienses en mí, este lugar es grandioso. Los
abuelos vinieron a recibirme cuando llegué y me han mostrado algo de acá,
pero tomará algo de tiempo verlo todo.
Los ángeles son muy amistosos y me encanta verlos volar.
Jesús no se parece a todas las imágenes que vi de Él, pero supe que era él
tan pronto lo vi. Jesús me llevo a ver a DIOS! ....Y qué crees mami? Me
senté en su regazo y le hablé como si yo fuera alguien importante, le dije a
Dios que quería escribirte una carta para despedirme y todo eso, aunque
sabía que no estaba permitido.
Dios me dio papel y su pluma personal para escribirte esta carta. Creo que
se llama Gabriel el ángel que te la dejará caer.
Dios me dijo que te respondiera a lo que le preguntaste. ¿Dónde estaba el
cuándo yo lo necesitaba?
Dios dijo: En el mismo lugar que cuando Jesús estaba en la cruz. Estaba
justo ahí, como lo está con todos sus hijos. Esta noche estaré a la mesa con
Jesús para la cena. Sé que la comida será fabulosa.
Casi olvido decirte... Ya no tengo ningún dolor, el cáncer se ha ido. Me
alegra, pues ya no podía resistir tanto dolor y Dios no podía resistir verme
sufrir de ese modo, así que envió al ángel de la misericordia para llevarme.
El Ángel me dijo que yo era una entrega especial!
Firmado con amor de: Dios, Jesús y Yo.
(Cortesía: iveargentina.org y otros)