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Domingo de Ramos A - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa Dominical

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A su servicio

Directorio Homilético - Domingo de Ramos y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

Exégesis: W. Trilling - Entrada en Jerusalén

Comentario Teológico: Directorio Homilético - Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La entrada en Jerusalén

Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. . La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Mt 21,1-11)

Aplicación: San Juan Pablo II - La entrada de Jesús a Jerusalén

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La entrada de Jesús en Jerusalén Mt 21, 1-11

Aplicación: S.S. Francisco p.p. - ¿Quién soy yo ante Jesús que entra con fiesta en Jerusalén?

 

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo



Directorio Homilético - Domingo de Ramos y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

CEC 557-560: la entrada de Jesús en Jerusalén
CEC 602-618: la Pasión de Cristo
CEC 2816: el señorío de Cristo proviene de su Muerte y Resurrección
CEC 654, 1067-1068, 1085, 1362: el Misterio Pascual y la Liturgia

La subida de Jesús a Jerusalén

557 "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33).

558 Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23, 37a). Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23, 37b). Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más el deseo de su corazón:" ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19, 41-42).


La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén

559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su Padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el "Sanctus" de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.

560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la Semana Santa.

2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:


"Dios le hizo pecado por nosotros"

602 En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).

603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).


Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal

604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).

605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS 624).


III CRISTO SE OFRECIO A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS

Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre

606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: ... He aquí que vengo ... para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).

607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).


"El cordero que quita el pecado del mundo"

608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf. Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).


Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre

609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).


Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida

610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los Doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado"(1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).

611 La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Cc Trento: DS 1752, 1764).


La agonía de Getsemaní

612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz .." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive" (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2, 24).


La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo

613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19) y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16, 15-16).

614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.


Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia

615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).


En la cruz, Jesús consuma su sacrificio

616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.

617 "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justif icationem meruit" ("Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la justificación")enseña el Concilio de Trento (DS 1529) subrayando el carácter único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y la Iglesia venera la Cruz cantando: "O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh cruz, única esperanza", himno "Vexilla Regis").


Nuestra participación en el sacrificio de Cristo

618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él "ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios(cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf. Lc 2, 35):

Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo (Sta. Rosa de Lima, vida)

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Exégesis: W. Trilling - Entrada en Jerusalén

En el Evangelio de san Mateo, el relato de la entrada corresponde a Mar_11:1-11. San Mateo amplió el pasaje con distintas adiciones realzando sobre todo con más vigor su trascendencia. A diferencia de san Marcos (Mar_11:15-19), inmediatamente añade la purificación del templo, después de la entrada de Jesús en la ciudad (Mat_21:12 s). Mientras que san Marcos solamente dice que Jesús entra en la ciudad y en el templo y que «lo observó todo» (Mar_11:11), san Mateo da mayor realce a la estancia en el templo, haciendo de ella una parte propia e importante.

Jesús, después de presentarse, no sólo toma posesión de la ciudad, sino también del templo como Mesías, restablece su pureza, cura enfermos en él, recibe el homenaje mesiánico de labios de los niños (21,14-16). Así pues, el fin propio del relato de Mateo es el templo y la revelaci6n mesiánica realizada en él. Concluye la sección con un hecho del día siguiente, la maldici6n de la higuera y el diálogo sobre la fe, que san Mateo compendia (21,18-22), mientras que en san Marcos estaba separada por medio de la purificaci6n del templo (cf. Mar_11:12-25). Así la descripción de san Mateo resulta más cerrada y efectiva.

a) La entrada del Mesías (Mt/21/01-11).

1 Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, 2 diciéndoles: Id a esa aldea que está frente a vosotros, y en seguida encontraréis una burra atada y un pollino con ella; desatadla y traédmelos. 3 Y si alguien os dice algo, responderéis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá. 4 Esto sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el profeta cuando dijo: 5 Decid a la hija de Sión: Mira que tu rey viene a ti, lleno de mansedumbre y montado en un asna y en un pollino, hijo de una bestia de carga (Zac_9:9).

Según el relato de los tres primeros evangelistas Jesús aún no habría estado en Jerusalén durante su vida pública. (El Evangelio de san Juan informa de cuatro visitas diferentes a la ciudad santa: Jua_2:13; Jua_5:1; Jua_6:4; Jua_11:55). Así resulta más significativa esta hora. La pequeña comitiva se acerca a la ciudad por el camino habitual de los viajeros y de los peregrinos que iban a celebrar la fiesta de la pascua. Después de la ruta rocosa, solitaria y montañosa, se llega a la altura del monte de los Olivos y se ve enfrente la ciudad única en su género, separada por la profunda grieta del valle del Cedrón. Jesús antes de disponerse para la entrada, manda a dos discípulos que vayan a buscar una cabalgadura para este fin. Eso es muy inusitado, porque de ordinario los peregrinos. que se reúnen en la ciudad para la fiesta de la pascua, van a pie. La entrada será desacostumbrada. Los discípulos deben ir a buscar una burra y un pollino. Podemos ver lo que eso significa por un texto del profeta Zacarías, que san Mateo cita literalmente (Mt_21:5). Los escribas también veían en estas palabras un vaticinio del Mesías. El Mesías no vendrá a la hija de Sión ufano sobre un corcel, después de una batalla victoriosa, sino humilde y apacible, sobre una burra.

Hasta ahora Jesús nunca ha dicho en público que él es el Mesías y sólo de los discípulos ha aceptado la explícita confesión, pero ahora prepara conscientemente una pública manifestación mesiánica. En la figura del rabino de Galilea montado en la burra deben reconocer los peregrinos al rey por las palabras del profeta (…). ¿Se concede, pues, a Israel y a la ciudad de Jerusalén una señal, que antes Jesús, por dos veces (12,38 ss; 16,1-4), había rehusado dar? Antes Jesús sólo había anunciado la señal de Jonás, que era la única que podía esperar esta generación. De este modo se hacía alusión al juicio del Hijo del hombre, que ya tendrá lugar en la crucifixión de Jesús y después en su segunda venida. Esta señal que aquí se da solamente está destinada a los creyentes, no a los incrédulos. Esta generación se ha negado a creer y tampoco quedará convencida con esta señal. Pero los que ya pertenecían a él y le habían reconocido, más tarde sabrán con absoluta claridad que realmente era el Mesías el que entró en Jerusalén.

También es desacostumbrado el modo con que Jesús se ha procurado el animal. En virtud de su dignidad ve cerca lo que está lejos y recurre a la facultad de disponer del animal. Si se presentan objeciones, los discípulos deben decir que el Señor necesita los animales. Jesús hasta ahora nunca había usado para sí este nombre de soberanía Kyrios, Señor. Pero ahora también ha llegado la hora de usarlo. Un nuevo rasgo resplandece en la figura del Mesías. Desde un principio aquí todo está determinado, rebosante de soberanía, todo es significativo. Aunque Jesús viene montado en la humilde cabalgadura, él es el Señor. Esta generación ahora no lo reconoce, sino que se enterará el día del juicio de que era el que vino «en el nombre del Señor» y, por tanto, también como el Kyrios.

6 Fueron, pues, los discípulos e hicieron conforme les había mandado Jesús: 7 trajeron la burra y el pollino, pusieron sobre ellos los mantos, y Jesús se montó encima. 8 El pueblo, en su gran mayoría, extendió por el camino sus mantos, mientras otros cortaban ramas de los árboles para alfombrar el camino. 9 La gente que iba delante, igual que la que iba detrás, gritaba diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!

En vez de una silla de montar, los discípulos ponen vestidos sobre los animales, y Jesús se sienta encima de los vestidos. Una numerosa multitud, sobre todo peregrinos de Galilea, que vienen a celebrar la fiesta por el mismo camino y con la misma finalidad, extienden vestidos en el camino, y otros lo cubren con ramas de árboles. Sin palabras ya denotan la importancia de esta entrada. A pesar de la sencillez de las circunstancias parece que comprendan la magnitud del acontecimiento. El que está sentado humildemente en una burra es más que un jefe del ejército que regresa a su casa después del victorioso combate, y es más que un rey que toma posesión de la capital del país subyugado.

A éstos en la antigüedad se les preparaba triunfales recibimientos. Pero ¿quién es éste, que por primera vez entra en la ciudad? Las voces de los peregrinos lo hacen saber. Se da la bienvenida al Hijo de David. El Hijo de David es el Mesías, es su título inconfundible. Así lo han llamado los dos ciegos delante de los que veían (9,27; 20,30s), así lo reconoció aquella mujer en país pagano delante de los hijos, las ovejas perdidas de la casa de Israel (15,22), sólo una vez se formuló la pregunta de si lo es o no (12,23). En esta ocasión se pregona en voz alta (…). ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Con este clamor saludaba la ciudad los grupos de peregrinos que iban llegando. Cada uno venía en el nombre de Yahveh, a quien quería adorar en Jerusalén.

Pero este peregrino montado en la cabalgadura es bendito sobre todos. Ningún otro ha de ser recibido como Hijo de David con tal expectación y esperanza, porque ningún otro viene como él en el nombre del Señor. En esta hora sonó por primera vez como homenaje tributado a Jesús lo que la comunidad celebrante clama cuando va al encuentro de su Señor, después del prefacio de la celebración eucarística. Pero en cierto modo por medio del que llega, la bendición vuelve a Dios, en cuyo nombre viene Jesús. Por eso se dice: ¡Hosanna en las alturas! «En las alturas» como «en el cielo» es una alusión a Dios*1. Loado sea Dios en el cielo, donde ya cumplen su voluntad (6,10s) las multitudes de los espíritus celestiales. Ante el trono de Dios deben resonar las voces de bienvenida de aquí abajo. Por todos sea Dios alabado por causa de esta hora. El lector está desconcertado ante este acontecimiento. Después de todo lo precedente nunca se podría haber esperado tal cosa. A lo que es posible y probable en el terreno de la historia, le prestamos menos atención que a lo que quiere mostrar el evangelista.

En lo que sigue aún aparece con mayor claridad que el Mesías de Dios toma posesión en el nombre de Dios de la ciudad santa y del templo. Tanto si la gente entonces llamaba así a todos, tanto si eran muchos o pocos, tanto si eran entusiastas galileos o fanáticos judíos (que quizás vieron venir la gran subversión), tanto si en general reconocieron como si no reconocieron la importancia de la señal y de la hora, el evangelista sabe que el Mesías vino en el nombre de Dios y se reveló como Hijo de David. El evangelista lo ve correctamente, porque lo ve con la fe. Sólo con la fe puede comprenderse la importancia de una parábola tan poco vistosa como la del grano de mostaza o la de la perla. Lo mismo pasa con los sucesos de la vida de Jesús. En ella los pequeños acontecimientos también adquieren una gran importancia por medio de la persona en que ocurren, y por medio de la hora en que ocurren.

10 Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se puso en movimiento y se preguntaban: ¿Pero quién es éste? 11 Y la gente respondía: éste es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea.

Jerusalén no permanece en silencio. La manifestación era bastante llamativa para poner en pie a toda la ciudad. Surge la gran pregunta: ¿Pero quién es éste? La respuesta quizás la dan los peregrinos de Galilea que acompañan a Jesús. Parece tan exacta como el texto de un documento de identidad. En ninguna otra parte de todos los Evangelios se encuentra una definición semejante de Jesús. Hace poco fue aclamado como Hijo de David, ahora se le designa como profeta; todavía resonaban los altos títulos, cuando se indica con sobriedad su origen: «Jesús, el de Nazaret». Y finalmente se dice: de Galilea. Un galileo estaba en medio de la metrópoli judía.

Esta definición de Jesús es la más sobria que conocemos de los Evangelios. Está en vivo contraste con las solemnes aclamaciones de los que iban entrando. ¿Por qué se da así la respuesta? Los fieles creyentes pueden reconocer y alabar al Mesías, pero la Jerusalén incrédula sólo se entera de unos escuetos datos biográficos. Para Jerusalén, Jesús es profeta, y por cierto profeta de la condenación y ruina de la ciudad (capítulos 23 y 24). Para ésta, Jesús es una persona insignificante que viene del pueblecito de Nazaret y llega a la ciudadela judía de Jerusalén. Jesús es un galileo desconocido. San Mateo antes ya había dado a entender, con una larga cita del profeta Isaías, que el Mesías no era oriundo de Jerusalén, sino de Nazaret; con ello trataba de atenuar lo chocante que tal circunstancia pudiera resultar a oídos de los judíos. Ahora la reiterada declaración al pueblo de Jerusalén, de la procedencia del Mesías, producirá escándalo. El Mesías, a quien se saluda como Hijo de David, es el «profeta de Nazaret», ante quien Jerusalén deberá decidir.
(Trilling, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)


*1- Hosanna propiamente significa: Dios es propicio. Pero también puede entenderse como exclamación de alegría y de homenaje.


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Comentario Teológico: Directorio Homilético - Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

77. «El domingo de Ramos en la Pasión del Señor: para la procesión, se han escogido los textos que se refieren a la entrada solemne del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos; en la Misa, se lee el relato de la pasión del Señor» (Ordenación de las Lecturas de la Misa, nº 97). Dos antiguas tradiciones conforman esta Celebración Litúrgica, única en su género: el uso de una procesión en Jerusalén y la lectura de la Pasión en Roma. La exuberancia que rodea la entrada real de Cristo, pronto da paso a uno de los cantos del Siervo doliente y a la solemne proclamación de la Pasión del Señor. Y esta liturgia tiene lugar en domingo, día desde los comienzos asociado a la Resurrección de Cristo. ¿Cómo puede el celebrante unir los múltiples elementos teológicos y emotivos de este día, sobre todo por el hecho de que las consideraciones pastorales aconsejan una homilía bastante breve? La clave se encuentra en la segunda lectura, el hermosísimo himno de la carta de san Pablo a los Filipenses, que resume de manera admirable todo el Misterio Pascual. El homileta podría destacar brevemente que, en el momento en el que la Iglesia entre en la Semana Santa, experimentaremos ese Misterio, de manera que podamos hablarle a nuestros corazones. Diversos usos y tradiciones locales conducen a los fieles a considerar los acontecimientos de los últimos días de Jesús, pero el gran deseo de la Iglesia en esta Semana no es, únicamente, el de remover nuestras emociones, sino el de hacer más profunda nuestra fe. En las celebraciones litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio Pascual, para morir y resucitar con Cristo.
(Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Directorio Homilético, nº 77)

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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La entrada en Jerusalén

Y cuando estaba próximo a Jerusalén y llegaron a Betfage, junto al monte de los Olivos, entonces Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: Marchad a la aldea que tenéis enfrente y hallaréis una asna atada juntamente con su pollino. Desatadla y traédmela. Y si alguno os dijere algo, le diréis: El Señor tiene necesidad de ellos y los devolverá en seguida. Y todo esto sucedió por que se cumpliera lo dicho por el profeta Zacarías: Decid a la hija de Sión: Mira que tu rey viene a ti manso, montado sobre un asno, sobre el pollino de animal de yugo. La verdad, muchas veces había antes el Señor entrado en Jerusalén, pero nunca con tanta solemnidad como ahora ¿Qué causa hubo para ello? En las anteriores entradas estaba aún en los comienzos de su ministerio y ni él era muy conocido todavía ni tampoco estaba cerca el tiempo de su pasión. De ahí que tratara con ellos de modo más corriente y buscando más bien ocultarse. Porque, de haber hecho entonces una manifestación como ésta, no sólo no hubiese sido admirado, sino que hubiera encendido más la ira de sus émulos. Mas ahora, cuando ha dado ya pruebas bastantes de su poder y la cruz era inminente, no tiene inconveniente en brillar más y hacer con mayor solemnidad aquellas mismas cosas que más habían de irritarlos.

No hay duda que también había podido hacer todo eso desde el principio; pero no hubiera resultado provecho ni utilidad alguna. Pero considerad, os ruego, cuántos prodigios se realizan y cuántas profecías se cumplen en este momento. É1 dijo a sus dos apóstoles que encontrarían una asna y les predijo que nadie se lo estorbaría, sino que, oído el motivo, se callarían. Lo cual no es pequeña condenación de los judíos. Los aldeanos aquellos, en efecto, aun sin conocerle, aun sin haberle visto jamás, le obedecen, y sin replicar ponen las bestias a su disposición; los judíos, empero, ni aun presentes a los milagros que hace por medio de sus discípulos, le quisieron hacer caso alguno.

DEVOCIÓN DE LOS BETFAGINOS

2. No consideréis, no, sin importancia el hecho. Porque ¿quién persuadió a aquellos aldeanos, que sin duda serían pobres labradores, a no resistir cuando les llevaban sus animales? Mas ¿qué digo a no resistir? A no decir una palabra, y, si la dijeron, a callarse luego y ceder. A la verdad, tan admirable fue, si nada dijeron, cuando se les llevaron las bestias, como si dijeron y luego callaron ante la explicación de los apóstoles de que: El Señor tiene necesidad de ellas, y se las dejaron sin resistencia. Y eso que no veían al Señor, sino a sus discípulos. Por este hecho enseñaba Él a sus apóstoles que también a los judíos podía haberles absolutamente impedido, a despecho de su mala voluntad, que le atacaran y reducirlos a silencio, y que, si no lo hizo, fue porque no quiso. Y todavía les daba ahí otra enseñanza a sus discípulos: que habían de estar prontos a darle cuanto Él les pidiera, y aun cuando les exigiera entregar la vida misma, aun la vida habían de entregar por Él sin resistir. Porque si unos desconocidos le cedieron sus bestias, con cuánta más razón habían de desprenderse ellos de todo.

VOCACIÓN DE LOS GENTILES

Aparte lo dicho, el Señor cumple en esta ocasión una doble profecía: una por obra y otra por palabra. La de obra fue haberse sentado sobre el asna; y la de las palabras, la misma del profeta Zacarías, pues éste había dicho que el rey se sentaría sobre un asna. Y el haberse Él sentado y haber dado cumplimiento a las palabras del profeta, fue principio de una nueva profecía, pues lo que el Señor hacía era prefiguración de lo por venir. ¿Cómo y de qué manera? Anunciando la vocación de las impuras naciones, en las que Él había de descansar y que vendrían a Él y le seguirían. De este modo, a una profecía sucedía otra profecía. Ahora, que a mí no me parece fuera ésa la única causa por que el Señor montó sobre la burra, sino para procurarnos también una norma de filosofía.

Porque, sin duda que no se contentaba el Señor con cumplir las profecías ni con sembrar la doctrina de la verdad. No. Su vida tenía también por fin corregir por estos mismos medios nuestra propia vida, señalándonos en todas partes las normas del necesario uso y rectificando por todos los modos nuestra conducta. De ahí que cuando quiso nacer no buscó un espléndido palacio, ni una madre rica e ilustre, sino pobre y esposa de un artesano. Y nace, en efecto, en una cueva y es reclinado en un pesebre. Y al escoger a sus discípulos, no escoge oradores y sabios, ni opulentos y nobles, sino pobres y de pobres nacidos y por todos conceptos oscuros. Y cuando se pone la mesa, unas veces se le sirven panes de cebada; otra, en el momento mismo, manda a sus discípulos a comprar comida a la pública plaza. Y si ha de hacer un lecho, lo hace de heno.

Si ha de vestirse, sus ropas son pobres y que en nada se diferencian del común de las gentes. Casa, ni la tenía siquiera. Si ha de trasladarse de un lugar a otro, lo hace a pie, y de tal manera a pie, que se fatiga. Si ha de sentarse, no necesita sillones ni almohadones, sino que lo hace sobre el suelo, unas veces en el monte, otra sobre el brocal de un pozo. Y no ya sólo junto al pozo, sino que allí está solo y allí conversa con la samaritana. Hasta para señalarnos la medida en e1 dolor, cuando Él llora, lo hace moderadamente, marcándonos, como antes he dicho, normas y límites en todo, hasta dónde nos es lícito llegar, pero no pasar más allá. Por eso, sin duda, también ahora, ya que por su flaqueza había de haber algunos que necesitarían de cabalgaduras, también aquí nos señala la medida, mostrándonos que no se debe ir a caballo ni sobre tronco de mulos, sino sobre un asno y no pasar más allá. Que la necesidad, en fin, sea siempre nuestra norma.

DOBLE PROFECÍA AL ENTRAR JESÚS EN JERUSALÉN

Más veamos también la doble profecía, la de palabras y la de obras. ¿Qué dice, pues, la profecía? Mira que tu rey viene a ti manso, montado sobre animal de carga y sobre pollino joven, no conduciendo carros, como los otros reyes; no exigiendo tributos, no espantando, no rodeado de escolta de lanzas, sino mostrando, aun en su triunfal entrada, la mayor modestia. Pregunta, pues, a los judíos: ¿Qué rey entró jamás en Jerusalén montado en un asno? Y sólo te podrán contestar que Jesús. Y, como ya lo he dicho, esta entrada del Señor era anuncio de lo por venir.

Porque en esa asnilla está representada la Iglesia y el pueblo nuevo, que antes era impuro, pero que después de sentarse Jesús sobre Él quedó purificado. Y mirad cuán puntualmente se guarda la imagen. Porque los discípulos desatan las bestias; y es así que tanto los judíos como nosotros, por ministerio de los apóstoles, fuimos llamados a la fe; por medio de los apóstoles fuimos conducidos a Cristo. Y como quiera que nuestra gloria excitó la emulación de los judíos, de ahí que el asna aparezca siguiendo a su pollino. Porque después que Cristo se hubiere sentado sobre los gentiles, entonces vendrán también a É1 los judíos, movidos de emulación. Que es lo que Pablo declara cuando dice: La ceguedad ha venido en parte sobre Israel hasta que entre la plenitud de las naciones, y así se salvará todo Israel*1. Porque que se trata de una profecía, es evidente por lo que llevamos dicho; de no ser así, no hubiera tenido tanto empeño el profeta en señalarnos tan puntualmente la edad, del asno. Mas no es eso sólo lo que por todo este relato se nos declara, sino también la facilidad con que, los apóstoles conducirían hacia Cristo a los gentiles. Porque como aquí, en el caso del asna y su pollino, nadie se opuso ni los retuvo, así, en el caso de las naciones, nadie de los que antes las tenían pudo impedir su conversión a Cristo.

Y notemos que el Señor no monta a pelo sobre el pollino, sino sobre los vestidos de los apóstoles, Es que, después que tomaron el pollino, a todo, renuncian ya en adelante conforme a lo que Pablo también decía: Por mi parte, yo gastaré con mucho gusto y aun me daré a mí mismo por amor de vuestras almas*2. Pero mirad también la buena condición del pollino, que, aun sin domar, aun sin experiencia alguna de cabestro, no brinca ni cocea, sino que se deja conducir mansamente. Lo cual era también profecía de lo por venir, que declaraba la obediencia de los gentiles y la prontitud con que pasarían al buen orden. A la verdad, todo lo hizo la pala­bra que dijo: Desatadla y traédmela acá. Ella hizo de lo desordenado ordenado, y de lo impuro puro.

GROSERÍA DE LOS JUDÍOS

3. Pero mirad la bajeza de los judíos. Tantos milagros como había hecho el Señor, y nunca le admiraron como ahora. Ahora que ven las muchedumbres que se agolpan es cuando se admiran. Porque se conmovió toda la ciudad, diciendo: ¿Quién es éste? Y las muchedumbres contestaban: este es Jesús, el profeta de Nazaret, de Galilea. Sin duda se imagina­ban decir algo extraordinario, y ya veis cuán a ras de tierra, cuán baja y arrastrada es la idea que se forman del Señor. Por lo de­más, esta triunfal entrada la dispuso el Señor no por alarde de ostentación, sino, como ya he dicho, para cumplir la profecía y darnos una lección de filosofía, y a par para consolar a sus discípulos, tristes por la perspectiva de la pasión, ya que así les hacía ver cómo todo lo había de sufrir porque quería. Por vuestra parte, en fin, admirad la puntualidad con que lo predijo todo el profeta. Y una, parte la predijo David, y otra Zacarías.

APLICACIÓN MORAL: IMITEMOS A LOS QUE ACOMPAÑARON A JESÚS EN SU ENTRADA TRIUNFAL

Y la muchedumbre, copiosísima, tendía sus vestidos en el camino, otros cortaban ramos de los árboles y los echaban tam­bién por el camino, y la gente, así la que iba delante como la que le acompañaba, gritaban diciendo: ¡Hosanna al hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en lo más alto! Hagámoslo así también nosotros y entonemos himnos al Señor y echemos nuestros vestidos a quienes a Él le llevan.

Porque ��qué mereceríamos, si, cuando los que le acom­pañaban entonces, unos cubrieron al pollino en que iba mon­tado, otros echaban a sus pies sus vestiduras, nosotros, vién­dole desnudo, sin que se nos mande desnudarnos también a nos­otros, sino sólo dar algo de lo que nos sobra, ni aun así fuéra­mos generosos? ¿Qué mereceremos, repito, cuando aquéllos le acompañaban por delante y por detrás, y nosotros, cuando al mismo nos sale al encuentro, le despedimos, le rechazamos y hasta le insultamos? ¿Qué castigo, qué suplicio, no merece esa conducta? Se te acerca a ti el Señor para pedirte, y no te dignas ni escuchar su súplica. Más bien le culpas y reprendes, y eso después que tales palabras has oído. Pues si para dar un peda­zo de pan y un poco de dinero eres tan tacaño, tan escaso y tan moroso, ¿qué sería si tuvieras que desprenderte de todo? ¿No ves a los rumbosos del teatro qué de cantidades arrojan a las rameras?

Tú, empero, no das ni la mitad que ellos, y muchas veces ni la mínima parte. El diablo te manda que des a cualquie­ra y te conduce al infierno, y tú das; Cristo te manda que des a los necesitados, te promete el reino de los cielos, y no sólo no les das, sino que los insultas. Y prefieres obedecer al diablo, para ser castigado, que no a Cristo, para salvarte. ¿Puede haber locura de peor linaje que ésa? El uno os conduce al infierno; el otro, al reino de los cielos. Y sin embargo, dejáis, a Cristo y seguís al diablo. Al uno, que os sale al encuentro; le rechazáis; al otro, que está lejos, le llamáis. Es como si un rey vestido de púrpura y ceñido de diadema no lograra persuadiros, y os persuadiera un bandido blandiendo su puñal y amenazándoos de muerte.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), homilía 66, BAC Madrid 1956, 357-64)

*1- Rm 11, 25-26
*2- 2 Co 12, 15



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Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. . La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Mt 21,1-11)

Introducción

El sentido primero y fundamental de la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén es resaltar, por un lado, su calidad de rey de Israel y, por otro, resaltar que ese rey es un rey humilde que no viene a dar triunfos políticos a través de medios espectaculares, sino que viene a dar la salvación eterna de las almas a través de su pasión, muerte y resurrección. Condición regia y muerte en la cruz: estos dos conceptos son los que dominan el evangelio de hoy*1.

1. Jesús revela su mesianidad

Cuando decimos que su entrada triunfal en Jerusalén resalta su condición de rey, estamos diciendo que resalta su condición de Mesías. Mesías, en hebreo, significa ‘ungido’. El rey era el ungido por excelencia. Pero ser Mesías también implica ser profeta y sacerdote, que eran las otras dos clases de ungidos que existían en Israel. Ser Mesías significa ser el ungido del Señor en esos tres aspectos: rey, sacerdote y profeta, ungido que sería el restaurador de Israel.

Las tres aclamaciones con que la gente vitorea a Jesús al entrar a Jerusalén son títulos propios del Mesías. ‘Hijo de David’ era sinónimo de ‘Mesías’. ‘Bendito el que viene (en griego, ho erjómenos) en nombre del Señor’ es una frase que se equipara a la frase de Jn 6,14: “Este es el profeta que viene (en griego, ho erjómenos) al mundo”. Esta frase hace mención al profeta prometido por Yahveh a Moisés en Deut 18,15-19, que se refiere al Mesías*2. Esto se confirma con una frase del mismo evangelio de hoy, Mt 21,11: “Éste es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”. La expresión ‘hosanna’ aparece una sola vez en el AT, en el Salmo 118,25. ‘Hosanna’ es una forma verbal que significa ‘¡sálva!’, a la que se le agrega, al final, la partícula na’, que significa ‘te rogamos’, y está dirigida a Yahveh. Por lo tanto, aplicada a Jesús es el reconocimiento de un cierto rango divino. Por eso los sumos sacerdotes y los escriban se escandalizan y le piden a Jesús que haga callar a los niños que dicen ‘¡hosanna al hijo de David!’ (Mt 21,15-16). Por esta razón dice Trilling: “El fin propio del relato de Mateo es (…) la revelación mesiánica realizada en Jesús”*3.

Pero no sólo se trata de la revelación de que Jesús es el Mesías anunciado, sino que el texto de Mateo agrega algo más. Jesús se denomina a sí mismo como ‘el Señor’ (Mt 21,3), en griego Kýrios. Este es el título propio de Dios. Por eso, Jesucristo está revelando también su divinidad*4.

2. Jesús reina desde la cruz

Sin embargo, esta entrada triunfal de Jesús a Jerusalén como Mesías divino está teñida de color rojo, es decir, color sangre. En efecto, esta entrada no terminará en una gloria humana o mundana, sino en el sufrimiento y la muerte. Jerusalén para Jesucristo no es nunca la ciudad de la aceptación de Dios sino todo lo contrario, la ciudad que rechaza a Dios y mata a los enviados de Dios. Por eso, cuando Jesús anuncia que debe ser rechazado, y ser muerto, subraya que eso sucederá en Jerusalén (cf. Mt 16,21; Mt 20,17-18). Dirigirse a Jerusalén es para Él dirigirse hacia la muerte.

Jesús es el Profeta con mayúsculas, es decir, el Mesías. Jesús es un profeta con suerte de profeta, y esa suerte consiste en morir en manos de los enemigos de Dios. Al mismo tiempo, sabe que esos enemigos de Dios se han hecho fuertes en la ciudad que, irónicamente, se llama ‘la ciudad santa’. Por eso va a decir: “No puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc 13,33).

Jesús acepta gustoso por primera vez en su vida que el pueblo creyente, especialmente los sencillos y los niños, lo aclamen como Mesías. Pero conoce perfectamente la ciudad a la cual está entrando. Sabe que es la ciudad falsamente santa, es decir, que mata a los verdaderos adoradores de Dios creyendo que de esa manera está rindiendo culto a Dios. Jesús conoce perfectamente en qué ha ido a parar la identidad de aquella que había sido llamada ‘la ciudad santa’. Por eso dice: “¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido!” (Lc 13,34).

Por esta razón es que la Iglesia, junto con la procesión de ramos que se hace antes de la Misa, que es una procesión triunfal, pone la lectura de la Pasión, la lectura de Is 50,4-7, que nos presenta al Mesías como Siervo Sufriente, y la lectura de Filp 2,6-11, que habla del anonadamiento (kénosis) de Cristo en la cruz, y su revelación de Dios hecho hombre que se realiza con su resurrección. Con las lecturas de hoy la Iglesia nos presenta el sentido completo de la celebración del Domingo de Ramos, cuya denominación completa es ‘Domingo de Ramos en la Pasión del Señor’.

Conclusión

Cristo es rey que salva a las almas del pecado y del infierno sufriendo Él mismo para redimirlas. He aquí el mensaje escueto y descarnado del domingo de hoy. Su poder regio no es de este mundo, sino que se ejerce desde la cruz. Ese es el significado de la inscripción que Pilato hizo poner en son de sorna sobre su cabeza crucificada: “Éste es el rey de los judíos” (cf. Jn 19,19). El trono desde donde reina Jesús es la cruz.

El mensaje central de este domingo debe hacerse carne en el cristiano tanto en esta Semana Santa que comienza como en su propia vida. En esta Semana Santa el cristiano debe reconocer que Jesús es el Mesías esperado y que, además, es Dios hecho hombre. Pero, al mismo tiempo, disponerse a participar de cada una de las ceremonias de esta Semana Santa para condividir con Él sus sufrimientos y padecimientos.

Y en su propia vida debe reconocer que los momentos de sufrimientos y de cruz no son los momentos oscuros de la vida. Así como para San Juan la pasión y muerte de Cristo no es ‘la hora de las tinieblas’ sino el momento de la ‘glorificación’ de Cristo, así también para el cristiano, la cruz presente en su vida no es ‘la hora de las tinieblas’ sino el momento de su ‘glorificación’. También para el cristiano la cruz vivida concretamente es un modo de triunfar y de reinar sobre el mundo, si se acepta y se ofrece de acuerdo a la voluntad de Dios: “El que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame” (Lc 9,23; Mt 16,24; Mc 8,34; cf. Mt 10,38; Lc 14,27).

Notas
*1- Respecto a esto dice el Ceremonial de los Obispos: “Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, el cual, entrando en Jerusalén, dio un anuncio profético de su poder.
“Los cristianos llevan ramos en sus manos como signo de que Cristo muriendo en la cruz, triunfó como Rey. Habiendo enseñado el Apóstol: ‘Si sufrimos con Él, también con Él seremos glorificados’ (Rm 8,17), el nexo entre ambos aspectos del misterio pascual, ha de resplandecer en la celebración y en la catequesis de este día” (Ceremonial de los Obispos, nº 263).
*2- El texto del Deuteronomio es el siguiente: “Dijo Yahveh: Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande. Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de ello” (Deut 18,18-19) Y Moisés confirma eso diciendo: “Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis” (Deut 18,15).
*3- Trilling, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969.
*4- Dice Trilling: “También es desacostumbrado el modo con que Jesús se ha procurado el animal. En virtud de su dignidad ve cerca lo que está lejos y recurre a la facultad de disponer del animal. Si se presentan objeciones, los discípulos deben decir que el Señor necesita los animales. Jesús hasta ahora nunca había usado para sí este nombre de soberanía Kyrios, Señor. Pero ahora también ha llegado la hora de usarlo. Un nuevo rasgo resplandece en la figura del Mesías. Desde un principio aquí todo está determinado, rebosante de soberanía, todo es significativo. Aunque Jesús viene montado en la humilde cabalgadura, él es el Señor. Esta generación ahora no lo reconoce, sino que se enterará el día del juicio de que era el que vino «en el nombre del Señor» y, por tanto, también como el Kyrios” (Trilling, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969).


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Aplicación: San Juan Pablo II - La entrada de Jesús a Jerusalén

1. ¿Por qué Jesús quiso entrar en Jerusalén sobre un borriquillo?

¿Por qué el Domingo de Ramos está al comienzo de la Semana Santa, que es la Semana de la Pasión del Señor?

La respuesta que el Evangelio de San Mateo da a esta pregunta es sencilla: "Para que se cumpliese lo que dijo el Profeta" (Mt 21, 4). En realidad, el Profeta Zacarías se expresa con estas palabras: "Alégrate con alegría grande, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén. Mira que viene a ti tu rey. Justo y salvador, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna" (Zac 9, 9).

Así viene precisamente: manso y humilde, no tanto como soberano o rey, cuanto, más bien, como el Ungido, a quien el Eterno inscribió en los corazones y en las expectativas del pueblo de Israel.

Y ante todo no se refieren al soberano, al rey, estas palabras que pronuncia la muchedumbre con relación a El:

"¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!" (Mt 21, 9).

Una vez, cuando después de la milagrosa multiplicación de los panes, los testigos del acontecimiento quisieron arrebatarlo para hacerle rey (cf. Jn 6, 15), Jesús se ocultó de ellos.

Pero ahora les permite gritar: "¡Hosanna al hijo de David!", y, efectivamente, David fue rey. Sin embargo, no hay en este grito asociación de ideas con un poder temporal, con un reino terreno. Más bien, se ve que esa muchedumbre ya está madura para acoger al Ungido, esto es, al Mesías, a Aquel "que viene en nombre del Señor".

2. La entrada en Jerusalén es un testimonio de la heredad profética en el corazón de ese pueblo que aclama a Cristo. Al mismo tiempo, es una verificación y una confirmación de que el Evangelio, anunciado por El durante todo este tiempo, a partir del bautismo en el Jordán, da sus frutos. En efecto, el Mesías debía revelarse precisamente como este rey: manso, que cabalga sobre un borrico, un borriquillo hijo de asna; un rey que dirá de sí mismo: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz" (Jn 18, 37).

Este rey, que entra en Jerusalén sobre un asno, es precisamente tal rey. Y los hombres que le siguen, parecen cercanos a este reino: al Reino que no es de este mundo. Efectivamente, gritan: "Hosanna en las alturas". Parecen ser precisamente aquellos que han escuchado su voz y que "son de la verdad".

Hoy, Domingo de Ramos, también nosotros hemos venido para revivir litúrgicamente ese acontecimiento profético. Repetimos las mismas palabras que entonces —en la entrada en Jerusalén— pronunció la muchedumbre. Tenemos las palmas en las manos. Estamos dispuestos a tender nuestros mantos en el camino por el que viene a nuestra comunidad Jesús de Nazaret, igual que entonces entró en Jerusalén.

Jesús de Nazaret acepta esta liturgia nuestra, como aceptó espontáneamente el comportamiento de la muchedumbre de Jerusalén, porque quiere que de este modo se manifieste la verdad mesiánica sobre el reino, que no indica dominio sobre los pueblos, sino que revela la realeza del hombre: esa verdadera dignidad que le ha dado, desde el principio, Dios Creador y Padre, y la que le restituye Cristo, Hijo de Dios, en el poder del Espíritu, de Verdad.

3. Sin embargo, el día de hoy es sólo una introducción. Apenas constituye el preludio de los acontecimientos, que la Iglesia desea vivir de modo particular y excepcional en el curso de la Semana Santa.

Y este preludio exteriormente es diferente de lo que traerán consigo los días sucesivos de la semana, especialmente los últimos.

La liturgia nos habla también de esto, más aún, habla sobre todo de esto. Es la liturgia de la pasión: es el Domingo de la Pasión del Señor.

Por esto el Salmo responsorial, en lugar de las aclamaciones de bendición, llenas de entusiasmo, y de los gritos de "Hosanna", nos hace escuchar ya hoy las voces de escarnio, que comenzarán la noche del Jueves Santo y alcanzarán su culmen en el Calvario:

"Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: Acudió al Señor, que le ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere" (Sal 21 , 8-9).

En las últimas palabras el escarnio llega a la profundidad. Asume la forma más dolorosa y, a la vez, más provocadora.

Y a continuación, ese penetrante Salmo 21 describe (desde la perspectiva de los siglos) los acontecimientos de la pasión del Señor, tal como si los viese de cerca:

"Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica" (vv. 17-19).

Y el gran "evangelista del Antiguo Testamento", el Profeta Isaías, completa lo demás:

"Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos" (Is 50, 6).

Y como si desde el Gólgota respondiese al escarnio más doloroso, añade:

"Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado" (Is 50, 7).

4. Así, de esa prueba de obediencia hasta la muerte, Cristo sale victorioso en el espíritu, mediante su entrega absoluta al Padre, mediante su radical confianza en la voluntad del Padre, que es la voluntad de vida y salvación.

Y por esto, la descripción completa de los acontecimientos de esta Semana, en la que nos introduce el Domingo de hoy, se resume en las palabras de San Pablo: Cristo Jesús «se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"», y añade: "De modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble —en el cielo, en la tierra, en el abismo—, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 8-11).

Por esto, también nosotros llevamos las palmas en la procesión y cantamos: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" (Mt 21, 9).

Cristo permitió que en el umbral de los acontecimientos de su pasión, precisamente hoy, Domingo de Ramos, se delinease ante los ojos del pueblo de elección divina, ese Reino de la expectación definitiva de los corazones humanos y de las conciencias.

Lo hizo en el momento en que todo estaba ya dispuesto para que El mismo, con la propia humillación y la obediencia hasta la muerte y muerte de cruz, abriese el Reino de Dios mediante su exaltación por obra del Padre: ese Reino al que están llamados todos los que confiesan su nombre.
(Domingo 12 de abril de 1981)


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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La entrada de Jesús en Jerusalén Mt 21, 1-11

Jesús hace su entrada triunfal en Jerusalén como tenía que hacerla. Su mesianismo era un mesianismo de humildad y de paz, así lo había revelado y así es aclamado.

¿Cómo iba a entrar un mesías humilde en la ciudad santa? No, ciertamente, montado en un caballo como los emperadores lo hacían en Roma sino en un asno*1, humilde cabalgadura.

¿Por quién iba a ser aclamado un mesías humilde? No por los poderosos y dirigentes religiosos sino por la gente simple y por los niños. No iba a ser aclamado con bombos y platillos, con fuegos de artificio, con bandas… sino con mantos sencillos que la gente tiraba al suelo y con las ramas de los árboles que la naturaleza proveía en aquel escenario. Probablemente, como es tradición, olivos y palmas.

Y ¿para qué entra Jesús en Jerusalén? Para ser aclamado rey, el rey mesías, el heredero de la casa de David, cuyo reino no tendrá fin.

Si imaginamos la escena… parece una pequeña obra de teatro. Pero no, realmente Jesús quiere ser proclamado rey, aunque humildemente, pues, esta manifestación será una revelación más de su mesianismo y el cumplimiento de las profecías. Su realeza definitiva y consumada será cuando se siente a la derecha del Padre después de la Pascua y de su Ascensión al cielo y se manifestará en su segunda venida, venida ostentosa y magnífica a la vista de todo el universo.

Esta manifestación humilde de su mesianismo fue entendida por la gente sencilla, como dijimos, que lo proclamó rey, pero también por los fariseos que le pedían hiciese callar a la gente, escondiendo en este reproche su increíble obstinación. Él se negó a hacerlos callar porque era necesaria esa manifestación y era voluntad significada del Padre. Si ellos callaban hablarían las piedras.

Nosotros no llegamos a tomar conciencia de la gracia inmensa de tener a Cristo tan cerca de nosotros en la Jerusalén de nuestra alma en donde quiere reinar para siempre. Ni nos imaginamos las grandezas que va produciendo la presencia de Cristo. Si tomáramos conciencia nos admiraríamos y no dejaríamos que se fuese, dejando que obrase entre nosotros todo lo que quisiese y lo aclamaríamos para siempre nuestro rey.

Tener a Cristo con nosotros no sólo es contemplar maravillas, sino que Cristo a los que lo aman los prueba para que lo amen más*2 y en ellos hace cosas cada vez más grandes, porque donde hay amor suceden grandes cosas.

Las visitas de Jesús son una gracia sea que venga para consolarnos o para corregirnos.

Jesús quiere consolar a Jerusalén con su entrada triunfal pero muchos rechazan su reinado.

La visita de consuelo es un momento para crecer mucho en lo espiritual pero la corrección que nos hace Jesús nos sirve para reorientarnos hacia Él. Jesús les dice a los que no querían aclamarlo rey que si todos callaran el mundo irracional, las piedras, lo aclamarían*3 buscando con esta respuesta invitarlos a unirse a los que lo confesaban rey.

Es muy fácil servir a Dios cuando todo anda bien, cuando lo vemos realizar grandes milagros o por las obras magníficas o por las manifestaciones poderosas, pero, nos rebelamos cuando nos visita por caminos insospechados como manifestándose rey humilde y manso. A veces quisiéramos un rey mesías a nuestro gusto, sin sufrimientos y sin cruz. Un mesías poderoso para vivir una vida cómoda y confortable. A Cristo lo debemos proclamar rey siempre por más que lo veamos humillado y aparentemente vencido, por más que nos quieran hacer creer que Cristo y su reinado han fracasado.

Sólo el alma humilde que imita la humildad de su rey se abandona en este rey que entra en Jerusalén manso y humilde. Aquellos que lo proclamaron rey en el domingo de ramos son los que van a seguirlo por la vía dolorosa, con tropezones y caídas, como vemos en sus mismos allegados, pero lo van a seguir porque se han abandonado en Él. Sólo el alma humilde que se abandona con fe en Jesús persevera en la confesión de su reinado.

Hoy Jesús entra en la Jerusalén de nuestra alma para que lo proclamemos rey.

Jesús lloró sobre la ciudad santa porque conociendo al mesías lo rechaza y de tal forma que ni siquiera quiere que su sangre redentora riegue su suelo. Jesús morirá fuera de las puertas de Jerusalén. Jerusalén no conoció la visita de su rey. No quiso conocer la visita del mesías. La rechazó. Y fue destruida por los romanos.

Muchos que hoy domingo lo aclaman rey el viernes rechazarán su reinado escandalizados por un mesías sufriente. Son dos los grupos en Jerusalén porque Jesús es signo de contradicción. Una pequeña grey se mantiene fiel en toda su Pascua y el resto del pueblo consentirá su crucifixión.

Hoy también entra Jesús en nuestra ciudad y nos visita “si hoy escucháis su voz no endurezcáis vuestro corazón”. ¿Llorará el Señor sobre nosotros porque no conocimos su visita? ¿Se lamentará por nuestra ruina a causa de nuestro rechazo? ¿Dónde terminaremos lejos de Jesús? ¿Qué es nuestra vida sin Jesús sino desolación?

¡Aclamemos a Cristo Rey! Con la voz y con todo nuestro ser. Extendamos no sólo los mantos y todo lo nuestro a sus pies, que es poca cosa, sino nosotros mismos extendámonos a sus pies reconociéndolo nuestro Señor.

Voces interiores y exteriores querrán hacernos callar pero no callemos. Por más que callemos la verdad no dejará de ser verdad. ¡Qué no tengan que avergonzarnos los seres irracionales proclamando esta verdad y nosotros por temor mundano la callemos!

Cristo ha entrado en Jerusalén proclamando su reinado mesiánico que tiene por naturaleza. Es el Hijo de Dios y el hijo de David que viene a sentarse en el trono de David su padre pero ahora tiene que conquistar ese trono por nosotros. Quiere hacerse rey por derecho de conquista. Entra en Jerusalén para padecer en ella y morir en ella, aunque fuera de sus muros, por nuestros pecados. Para reinar sobre todo el universo venciendo a todos sus enemigos: el pecado, el demonio y la muerte.

Acompañemos a nuestro rey… porque si morimos con Él viviremos con Él, si con Él sufrimos reinaremos con Él, si con Él estamos en los padecimientos con Él estaremos en el gozo. Entremos en la semana en que debemos compadecernos con Jesús. Que Él nos conceda esta gracia.

*1- Cf. Za 9, 9
*2- Cf. Jn 15, 1-2
*3- Lc 11, 39


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Aplicación: S.S. Francisco p.p. - ¿Quién soy yo ante Jesús que entra con fiesta en Jerusalén?

Esta semana comienza con una procesión festiva con ramos de olivo: todo el pueblo acoge a Jesús. Los niños y los jóvenes cantan, alaban a Jesús.

Pero esta semana se encamina hacia el misterio de la muerte de Jesús y de su resurrección. Hemos escuchado la Pasión del Señor. Nos hará bien hacernos una sola pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor? ¿Quién soy yo ante Jesús que entra con fiesta en Jerusalén? ¿Soy capaz de expresar mi alegría, de alabarlo? ¿O guardo las distancias? ¿Quién soy yo ante Jesús que sufre?

Hemos oído muchos nombres, tantos nombres. El grupo de dirigentes religiosos, algunos sacerdotes, algunos fariseos, algunos maestros de la ley, que habían decidido matarlo. Estaban esperando la oportunidad de apresarlo. ¿Soy yo como uno de ellos?

También hemos oído otro nombre: Judas. Treinta monedas. ¿Yo soy como Judas? Hemos escuchado otros nombres: los discípulos que no entendían nada, que se durmieron mientras el Señor sufría. Mi vida, ¿está adormecida? ¿O soy como los discípulos, que no entendían lo que significaba traicionar a Jesús? ¿O como aquel otro discípulo que quería resolverlo todo con la espada? ¿Soy yo como ellos? ¿Soy yo como Judas, que finge amar y besa al Maestro para entregarlo, para traicionarlo? ¿Soy yo, un traidor? ¿Soy como aquellos dirigentes que organizan a toda prisa un tribunal y buscan falsos testigos? ¿Soy como ellos? Y cuando hago esto, si lo hago, ¿creo que de este modo salvo al pueblo?

¿Soy yo como Pilato? Cuando veo que la situación se pone difícil, ¿me lavo las manos y no sé asumir mi responsabilidad, dejando que condenen – o condenando yo mismo – a las personas?

¿Soy yo como aquel gentío que no sabía bien si se trataba de una reunión religiosa, de un juicio o de un circo, y que elige a Barrabás? Para ellos da igual: era más divertido, para humillar a Jesús.

¿Soy como los soldados que golpean al Señor, le escupen, lo insultan, se divierten humillando al Señor?

¿Soy como el Cireneo, que volvía del trabajo, cansado, pero que tuvo la buena voluntad de ayudar al Señor a llevar la cruz?

¿Soy como aquellos que pasaban ante la cruz y se burlaban de Jesús : «¡Él era tan valiente!... Que baje de la cruz y creeremos en él»? Mofarse de Jesús...

¿Soy yo como aquellas mujeres valientes, y como la Madre de Jesús, que estaban allí y sufrían en silencio?

¿Soy como José, el discípulo escondido, que lleva el cuerpo de Jesús con amor para enterrarlo?

¿Soy como las dos Marías que permanecen ante el sepulcro llorando y rezando?

¿Soy como aquellos jefes que al día siguiente fueron a Pilato para decirle: «Mira que éste ha dicho que resucitaría. Que no haya otro engaño», y bloquean la vida, bloquean el sepulcro para defender la doctrina, para que no salte fuera la vida?

¿Dónde está mi corazón? ¿A cuál de estas personas me parezco? Que esta pregunta nos acompañe durante toda la semana.
(Plaza de San Pedro, XXIX Jornada Mundial de la Juventud, Domingo 13 de abril de 2014)

(Cortesía: iveargentina.org y otros)

 

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