Domingo de Ramos A - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa Dominical
Recursos adicionales para la prepración
Directorio Homilético - Domingo de Ramos y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Exégesis: W. Trilling - Entrada en Jerusalén
Comentario Teológico: Directorio Homilético - Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La entrada en Jerusalén
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. . La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Mt 21,1-11)
Aplicación: San Juan Pablo II - La entrada de Jesús a Jerusalén
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La entrada de Jesús en Jerusalén Mt 21, 1-11
Aplicación: S.S. Francisco p.p. - ¿Quién soy yo ante Jesús que entra con
fiesta en Jerusalén?
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Directorio Homilético - Domingo de Ramos y de la Pasión de Nuestro
Señor Jesucristo
CEC 557-560: la entrada de Jesús en Jerusalén
CEC 602-618: la Pasión de Cristo
CEC 2816: el señorío de Cristo proviene de su Muerte y Resurrección
CEC 654, 1067-1068, 1085, 1362: el Misterio Pascual y la Liturgia
La subida de Jesús a Jerusalén
557 "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su
voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión,
manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había
repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9,
31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta
perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33).
558 Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en
Jerusalén (cf. Mt 23, 37a). Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a
reunirse en torno a él: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como
una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23,
37b). Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una
vez más el deseo de su corazón:" ¡Si también tú conocieras en este día el
mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19, 41-42).
La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén
559 ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las
tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y
prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su
Padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que
trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la
salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su
ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión,
figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la
humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los
súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8,
3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a
los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación "Bendito el que viene en
el nombre del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el
"Sanctus" de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la
Pascua del Señor.
560 La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el
Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su
Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la
Iglesia abre la Semana Santa.
2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por
realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar,
nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el
Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la
muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima
Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la
gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:
"Dios le hizo pecado por nosotros"
602 En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el
designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia
heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una
sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo,
predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos
tiempos a causa de vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados de los hombres,
consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5,
12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf.
Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del
pecado (cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por
nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).
603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn
8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8,
29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado
hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2). Al haberle hecho
así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo,
antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos
"reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su
designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a
todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de
que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por
nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este
amor es sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre
celestial que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su
vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es
restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del
Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia,
siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha
muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre
alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS
624).
III CRISTO SE OFRECIO A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS
Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre
606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del
Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: ... He
aquí que vengo ... para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de esta
voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre
del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su
Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión
redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar
a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del
mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el
Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de
saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14,
31).
607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima
toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión
redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta
hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que
me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz
antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19,
28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los
pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero
de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó
así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio
al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las
multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de
Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf. Jn 19, 36; 1 Co 5,
7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en
rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los
hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor
amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el
sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y
perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2,
10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su
muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar:
"Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la
soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la
muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida
610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena
tomada con los Doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue
entregado"(1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre,
Jesús hizo de esta última Cena con sus apóstoles el memorial de su ofrenda
voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación de los hombres: "Este
es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi
sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los
pecados" (Mt 26, 28).
611 La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11,
25) de su sacrificio. Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y
les manda perpetuarla (cf. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles
sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que
ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Cc Trento: DS
1752, 1764).
La agonía de Getsemaní
612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse
a sí mismo (cf. Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en
su agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 42) haciéndose "obediente hasta la
muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que
pase de mí este cáliz .." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa
la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está
destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está
perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte
(cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del
"Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive" (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4;
5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre
(cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras
faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2, 24).
La muerte de Cristo es el sacrificio único y definitivo
613 La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo
la redención definitiva de los hombres (cf. 1 Co 5, 7; Jn 8, 34-36) por
medio del "cordero que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. 1 P 1, 19)
y el sacrificio de la Nueva Alianza (cf. 1 Co 11, 25) que devuelve al hombre
a la comunión con Dios (cf. Ex 24, 8) reconciliándole con El por "la sangre
derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26, 28;cf. Lv 16,
15-16).
614 Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los
sacrificios (cf. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el
Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos con él (cf. Jn 4, 10). Al
mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por
amor (cf. Jn 15, 13), ofrece su vida (cf. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio
del Espíritu Santo (cf. Hb 9, 14), para reparar nuestra desobediencia.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán
constituidos justos" (Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús
llevó a cabo la sustitución del Siervo doliente que "se dio a sí mismo en
expiación", "cuando llevó el pecado de muchos", a quienes "justificará y
cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara por nuestras faltas y
satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS 1529).
En la cruz, Jesús consuma su sacrificio
616 El "amor hasta el extremo"(Jn 13, 1) es el que confiere su valor de
redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de
Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida (cf. Ga 2,
20; Ef 5, 2. 25). "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió
por todos, todos por tanto murieron" (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque
fuese el más santo estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de
todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en
Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza
a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la
humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos.
617 "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justif icationem meruit"
("Por su sacratísima pasión en el madero de la cruz nos mereció la
justificación")enseña el Concilio de Trento (DS 1529) subrayando el carácter
único del sacrificio de Cristo como "causa de salvación eterna" (Hb 5, 9). Y
la Iglesia venera la Cruz cantando: "O crux, ave, spes unica" ("Salve, oh
cruz, única esperanza", himno "Vexilla Regis").
Nuestra participación en el sacrificio de Cristo
618 La Cruz es el único sacrificio de Cristo "único mediador entre Dios y
los hombres" (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, "se
ha unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22, 2), él "ofrece a todos la
posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este
misterio pascual" (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a "tomar su cruz y a
seguirle" (Mt 16, 24) porque él "sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para
que sigamos sus huellas" (1 P 2, 21). El quiere en efecto asociar a su
sacrificio redentor a aquéllos mismos que son sus primeros beneficiarios(cf.
Mc 10, 39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su
Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento
redentor (cf. Lc 2, 35):
Fuera de la Cruz no hay otra escala por donde subir al cielo (Sta. Rosa de
Lima, vida)
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Exégesis: W.
Trilling - Entrada en Jerusalén
En el Evangelio de san Mateo, el relato de la entrada corresponde a
Mar_11:1-11. San Mateo amplió el pasaje con distintas adiciones realzando
sobre todo con más vigor su trascendencia. A diferencia de san Marcos
(Mar_11:15-19), inmediatamente añade la purificación del templo, después de
la entrada de Jesús en la ciudad (Mat_21:12 s). Mientras que san Marcos
solamente dice que Jesús entra en la ciudad y en el templo y que «lo observó
todo» (Mar_11:11), san Mateo da mayor realce a la estancia en el templo,
haciendo de ella una parte propia e importante.
Jesús, después de presentarse, no sólo toma posesión de la ciudad, sino
también del templo como Mesías, restablece su pureza, cura enfermos en él,
recibe el homenaje mesiánico de labios de los niños (21,14-16). Así pues, el
fin propio del relato de Mateo es el templo y la revelaci6n mesiánica
realizada en él. Concluye la sección con un hecho del día siguiente, la
maldici6n de la higuera y el diálogo sobre la fe, que san Mateo compendia
(21,18-22), mientras que en san Marcos estaba separada por medio de la
purificaci6n del templo (cf. Mar_11:12-25). Así la descripción de san Mateo
resulta más cerrada y efectiva.
a) La entrada del Mesías (Mt/21/01-11).
1 Cuando se acercaron a Jerusalén y llegaron a Betfagé, al monte de los
Olivos, entonces envió Jesús a dos discípulos, 2 diciéndoles: Id a esa aldea
que está frente a vosotros, y en seguida encontraréis una burra atada y un
pollino con ella; desatadla y traédmelos. 3 Y si alguien os dice algo,
responderéis: El Señor los necesita, pero enseguida los devolverá. 4 Esto
sucedió para que se cumpliera lo anunciado por el profeta cuando dijo: 5
Decid a la hija de Sión: Mira que tu rey viene a ti, lleno de mansedumbre y
montado en un asna y en un pollino, hijo de una bestia de carga (Zac_9:9).
Según el relato de los tres primeros evangelistas Jesús aún no habría estado
en Jerusalén durante su vida pública. (El Evangelio de san Juan informa de
cuatro visitas diferentes a la ciudad santa: Jua_2:13; Jua_5:1; Jua_6:4;
Jua_11:55). Así resulta más significativa esta hora. La pequeña comitiva se
acerca a la ciudad por el camino habitual de los viajeros y de los
peregrinos que iban a celebrar la fiesta de la pascua. Después de la ruta
rocosa, solitaria y montañosa, se llega a la altura del monte de los Olivos
y se ve enfrente la ciudad única en su género, separada por la profunda
grieta del valle del Cedrón. Jesús antes de disponerse para la entrada,
manda a dos discípulos que vayan a buscar una cabalgadura para este fin. Eso
es muy inusitado, porque de ordinario los peregrinos. que se reúnen en la
ciudad para la fiesta de la pascua, van a pie. La entrada será
desacostumbrada. Los discípulos deben ir a buscar una burra y un pollino.
Podemos ver lo que eso significa por un texto del profeta Zacarías, que san
Mateo cita literalmente (Mt_21:5). Los escribas también veían en estas
palabras un vaticinio del Mesías. El Mesías no vendrá a la hija de Sión
ufano sobre un corcel, después de una batalla victoriosa, sino humilde y
apacible, sobre una burra.
Hasta ahora Jesús nunca ha dicho en público que él es el Mesías y sólo de
los discípulos ha aceptado la explícita confesión, pero ahora prepara
conscientemente una pública manifestación mesiánica. En la figura del rabino
de Galilea montado en la burra deben reconocer los peregrinos al rey por las
palabras del profeta (…). ¿Se concede, pues, a Israel y a la ciudad de
Jerusalén una señal, que antes Jesús, por dos veces (12,38 ss; 16,1-4),
había rehusado dar? Antes Jesús sólo había anunciado la señal de Jonás, que
era la única que podía esperar esta generación. De este modo se hacía
alusión al juicio del Hijo del hombre, que ya tendrá lugar en la crucifixión
de Jesús y después en su segunda venida. Esta señal que aquí se da solamente
está destinada a los creyentes, no a los incrédulos. Esta generación se ha
negado a creer y tampoco quedará convencida con esta señal. Pero los que ya
pertenecían a él y le habían reconocido, más tarde sabrán con absoluta
claridad que realmente era el Mesías el que entró en Jerusalén.
También es desacostumbrado el modo con que Jesús se ha procurado el animal.
En virtud de su dignidad ve cerca lo que está lejos y recurre a la facultad
de disponer del animal. Si se presentan objeciones, los discípulos deben
decir que el Señor necesita los animales. Jesús hasta ahora nunca había
usado para sí este nombre de soberanía Kyrios, Señor. Pero ahora también ha
llegado la hora de usarlo. Un nuevo rasgo resplandece en la figura del
Mesías. Desde un principio aquí todo está determinado, rebosante de
soberanía, todo es significativo. Aunque Jesús viene montado en la humilde
cabalgadura, él es el Señor. Esta generación ahora no lo reconoce, sino que
se enterará el día del juicio de que era el que vino «en el nombre del
Señor» y, por tanto, también como el Kyrios.
6 Fueron, pues, los discípulos e hicieron conforme les había mandado Jesús:
7 trajeron la burra y el pollino, pusieron sobre ellos los mantos, y Jesús
se montó encima. 8 El pueblo, en su gran mayoría, extendió por el camino sus
mantos, mientras otros cortaban ramas de los árboles para alfombrar el
camino. 9 La gente que iba delante, igual que la que iba detrás, gritaba
diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor! ¡Hosanna en las alturas!
En vez de una silla de montar, los discípulos ponen vestidos sobre los
animales, y Jesús se sienta encima de los vestidos. Una numerosa multitud,
sobre todo peregrinos de Galilea, que vienen a celebrar la fiesta por el
mismo camino y con la misma finalidad, extienden vestidos en el camino, y
otros lo cubren con ramas de árboles. Sin palabras ya denotan la importancia
de esta entrada. A pesar de la sencillez de las circunstancias parece que
comprendan la magnitud del acontecimiento. El que está sentado humildemente
en una burra es más que un jefe del ejército que regresa a su casa después
del victorioso combate, y es más que un rey que toma posesión de la capital
del país subyugado.
A éstos en la antigüedad se les preparaba triunfales recibimientos. Pero
¿quién es éste, que por primera vez entra en la ciudad? Las voces de los
peregrinos lo hacen saber. Se da la bienvenida al Hijo de David. El Hijo de
David es el Mesías, es su título inconfundible. Así lo han llamado los dos
ciegos delante de los que veían (9,27; 20,30s), así lo reconoció aquella
mujer en país pagano delante de los hijos, las ovejas perdidas de la casa de
Israel (15,22), sólo una vez se formuló la pregunta de si lo es o no
(12,23). En esta ocasión se pregona en voz alta (…). ¡Bendito el que viene
en el nombre del Señor! Con este clamor saludaba la ciudad los grupos de
peregrinos que iban llegando. Cada uno venía en el nombre de Yahveh, a quien
quería adorar en Jerusalén.
Pero este peregrino montado en la cabalgadura es bendito sobre todos. Ningún
otro ha de ser recibido como Hijo de David con tal expectación y esperanza,
porque ningún otro viene como él en el nombre del Señor. En esta hora sonó
por primera vez como homenaje tributado a Jesús lo que la comunidad
celebrante clama cuando va al encuentro de su Señor, después del prefacio de
la celebración eucarística. Pero en cierto modo por medio del que llega, la
bendición vuelve a Dios, en cuyo nombre viene Jesús. Por eso se dice:
¡Hosanna en las alturas! «En las alturas» como «en el cielo» es una alusión
a Dios*1. Loado sea Dios en el cielo, donde ya cumplen su voluntad (6,10s)
las multitudes de los espíritus celestiales. Ante el trono de Dios deben
resonar las voces de bienvenida de aquí abajo. Por todos sea Dios alabado
por causa de esta hora. El lector está desconcertado ante este
acontecimiento. Después de todo lo precedente nunca se podría haber esperado
tal cosa. A lo que es posible y probable en el terreno de la historia, le
prestamos menos atención que a lo que quiere mostrar el evangelista.
En lo que sigue aún aparece con mayor claridad que el Mesías de Dios toma
posesión en el nombre de Dios de la ciudad santa y del templo. Tanto si la
gente entonces llamaba así a todos, tanto si eran muchos o pocos, tanto si
eran entusiastas galileos o fanáticos judíos (que quizás vieron venir la
gran subversión), tanto si en general reconocieron como si no reconocieron
la importancia de la señal y de la hora, el evangelista sabe que el Mesías
vino en el nombre de Dios y se reveló como Hijo de David. El evangelista lo
ve correctamente, porque lo ve con la fe. Sólo con la fe puede comprenderse
la importancia de una parábola tan poco vistosa como la del grano de mostaza
o la de la perla. Lo mismo pasa con los sucesos de la vida de Jesús. En ella
los pequeños acontecimientos también adquieren una gran importancia por
medio de la persona en que ocurren, y por medio de la hora en que ocurren.
10 Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se puso en movimiento y se
preguntaban: ¿Pero quién es éste? 11 Y la gente respondía: éste es el
profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea.
Jerusalén no permanece en silencio. La manifestación era bastante llamativa
para poner en pie a toda la ciudad. Surge la gran pregunta: ¿Pero quién es
éste? La respuesta quizás la dan los peregrinos de Galilea que acompañan a
Jesús. Parece tan exacta como el texto de un documento de identidad. En
ninguna otra parte de todos los Evangelios se encuentra una definición
semejante de Jesús. Hace poco fue aclamado como Hijo de David, ahora se le
designa como profeta; todavía resonaban los altos títulos, cuando se indica
con sobriedad su origen: «Jesús, el de Nazaret». Y finalmente se dice: de
Galilea. Un galileo estaba en medio de la metrópoli judía.
Esta definición de Jesús es la más sobria que conocemos de los Evangelios.
Está en vivo contraste con las solemnes aclamaciones de los que iban
entrando. ¿Por qué se da así la respuesta? Los fieles creyentes pueden
reconocer y alabar al Mesías, pero la Jerusalén incrédula sólo se entera de
unos escuetos datos biográficos. Para Jerusalén, Jesús es profeta, y por
cierto profeta de la condenación y ruina de la ciudad (capítulos 23 y 24).
Para ésta, Jesús es una persona insignificante que viene del pueblecito de
Nazaret y llega a la ciudadela judía de Jerusalén. Jesús es un galileo
desconocido. San Mateo antes ya había dado a entender, con una larga cita
del profeta Isaías, que el Mesías no era oriundo de Jerusalén, sino de
Nazaret; con ello trataba de atenuar lo chocante que tal circunstancia
pudiera resultar a oídos de los judíos. Ahora la reiterada declaración al
pueblo de Jerusalén, de la procedencia del Mesías, producirá escándalo. El
Mesías, a quien se saluda como Hijo de David, es el «profeta de Nazaret»,
ante quien Jerusalén deberá decidir.
(Trilling, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
*1- Hosanna propiamente significa: Dios es propicio. Pero también puede
entenderse como exclamación de alegría y de homenaje.
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Comentario Teológico: Directorio Homilético - Domingo de Ramos en la
Pasión del Señor
77. «El domingo de Ramos en la Pasión del Señor: para la procesión, se han
escogido los textos que se refieren a la entrada solemne del Señor en
Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos; en la Misa, se lee el
relato de la pasión del Señor» (Ordenación de las Lecturas de la Misa, nº
97). Dos antiguas tradiciones conforman esta Celebración Litúrgica, única en
su género: el uso de una procesión en Jerusalén y la lectura de la Pasión en
Roma. La exuberancia que rodea la entrada real de Cristo, pronto da paso a
uno de los cantos del Siervo doliente y a la solemne proclamación de la
Pasión del Señor. Y esta liturgia tiene lugar en domingo, día desde los
comienzos asociado a la Resurrección de Cristo. ¿Cómo puede el celebrante
unir los múltiples elementos teológicos y emotivos de este día, sobre todo
por el hecho de que las consideraciones pastorales aconsejan una homilía
bastante breve? La clave se encuentra en la segunda lectura, el hermosísimo
himno de la carta de san Pablo a los Filipenses, que resume de manera
admirable todo el Misterio Pascual. El homileta podría destacar brevemente
que, en el momento en el que la Iglesia entre en la Semana Santa,
experimentaremos ese Misterio, de manera que podamos hablarle a nuestros
corazones. Diversos usos y tradiciones locales conducen a los fieles a
considerar los acontecimientos de los últimos días de Jesús, pero el gran
deseo de la Iglesia en esta Semana no es, únicamente, el de remover nuestras
emociones, sino el de hacer más profunda nuestra fe. En las celebraciones
litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera
conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio
Pascual, para morir y resucitar con Cristo.
(Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos,
Directorio Homilético, nº 77)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La entrada en Jerusalén
Y cuando estaba próximo a Jerusalén y llegaron a Betfage, junto al monte de
los Olivos, entonces Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles:
Marchad a la aldea que tenéis enfrente y hallaréis una asna atada juntamente
con su pollino. Desatadla y traédmela. Y si alguno os dijere algo, le
diréis: El Señor tiene necesidad de ellos y los devolverá en seguida. Y todo
esto sucedió por que se cumpliera lo dicho por el profeta Zacarías: Decid a
la hija de Sión: Mira que tu rey viene a ti manso, montado sobre un asno,
sobre el pollino de animal de yugo. La verdad, muchas veces había antes el
Señor entrado en Jerusalén, pero nunca con tanta solemnidad como ahora ¿Qué
causa hubo para ello? En las anteriores entradas estaba aún en los comienzos
de su ministerio y ni él era muy conocido todavía ni tampoco estaba cerca el
tiempo de su pasión. De ahí que tratara con ellos de modo más corriente y
buscando más bien ocultarse. Porque, de haber hecho entonces una
manifestación como ésta, no sólo no hubiese sido admirado, sino que hubiera
encendido más la ira de sus émulos. Mas ahora, cuando ha dado ya pruebas
bastantes de su poder y la cruz era inminente, no tiene inconveniente en
brillar más y hacer con mayor solemnidad aquellas mismas cosas que más
habían de irritarlos.
No hay duda que también había podido hacer todo eso desde el principio; pero
no hubiera resultado provecho ni utilidad alguna. Pero considerad, os ruego,
cuántos prodigios se realizan y cuántas profecías se cumplen en este
momento. É1 dijo a sus dos apóstoles que encontrarían una asna y les predijo
que nadie se lo estorbaría, sino que, oído el motivo, se callarían. Lo cual
no es pequeña condenación de los judíos. Los aldeanos aquellos, en efecto,
aun sin conocerle, aun sin haberle visto jamás, le obedecen, y sin replicar
ponen las bestias a su disposición; los judíos, empero, ni aun presentes a
los milagros que hace por medio de sus discípulos, le quisieron hacer caso
alguno.
DEVOCIÓN DE LOS BETFAGINOS
2. No consideréis, no, sin importancia el hecho. Porque ¿quién persuadió a
aquellos aldeanos, que sin duda serían pobres labradores, a no resistir
cuando les llevaban sus animales? Mas ¿qué digo a no resistir? A no decir
una palabra, y, si la dijeron, a callarse luego y ceder. A la verdad, tan
admirable fue, si nada dijeron, cuando se les llevaron las bestias, como si
dijeron y luego callaron ante la explicación de los apóstoles de que: El
Señor tiene necesidad de ellas, y se las dejaron sin resistencia. Y eso que
no veían al Señor, sino a sus discípulos. Por este hecho enseñaba Él a sus
apóstoles que también a los judíos podía haberles absolutamente impedido, a
despecho de su mala voluntad, que le atacaran y reducirlos a silencio, y
que, si no lo hizo, fue porque no quiso. Y todavía les daba ahí otra
enseñanza a sus discípulos: que habían de estar prontos a darle cuanto Él
les pidiera, y aun cuando les exigiera entregar la vida misma, aun la vida
habían de entregar por Él sin resistir. Porque si unos desconocidos le
cedieron sus bestias, con cuánta más razón habían de desprenderse ellos de
todo.
VOCACIÓN DE LOS GENTILES
Aparte lo dicho, el Señor cumple en esta ocasión una doble profecía: una por
obra y otra por palabra. La de obra fue haberse sentado sobre el asna; y la
de las palabras, la misma del profeta Zacarías, pues éste había dicho que el
rey se sentaría sobre un asna. Y el haberse Él sentado y haber dado
cumplimiento a las palabras del profeta, fue principio de una nueva
profecía, pues lo que el Señor hacía era prefiguración de lo por venir.
¿Cómo y de qué manera? Anunciando la vocación de las impuras naciones, en
las que Él había de descansar y que vendrían a Él y le seguirían. De este
modo, a una profecía sucedía otra profecía. Ahora, que a mí no me parece
fuera ésa la única causa por que el Señor montó sobre la burra, sino para
procurarnos también una norma de filosofía.
Porque, sin duda que no se contentaba el Señor con cumplir las profecías ni
con sembrar la doctrina de la verdad. No. Su vida tenía también por fin
corregir por estos mismos medios nuestra propia vida, señalándonos en todas
partes las normas del necesario uso y rectificando por todos los modos
nuestra conducta. De ahí que cuando quiso nacer no buscó un espléndido
palacio, ni una madre rica e ilustre, sino pobre y esposa de un artesano. Y
nace, en efecto, en una cueva y es reclinado en un pesebre. Y al escoger a
sus discípulos, no escoge oradores y sabios, ni opulentos y nobles, sino
pobres y de pobres nacidos y por todos conceptos oscuros. Y cuando se pone
la mesa, unas veces se le sirven panes de cebada; otra, en el momento mismo,
manda a sus discípulos a comprar comida a la pública plaza. Y si ha de hacer
un lecho, lo hace de heno.
Si ha de vestirse, sus ropas son pobres y que en nada se diferencian del
común de las gentes. Casa, ni la tenía siquiera. Si ha de trasladarse de un
lugar a otro, lo hace a pie, y de tal manera a pie, que se fatiga. Si ha de
sentarse, no necesita sillones ni almohadones, sino que lo hace sobre el
suelo, unas veces en el monte, otra sobre el brocal de un pozo. Y no ya sólo
junto al pozo, sino que allí está solo y allí conversa con la samaritana.
Hasta para señalarnos la medida en e1 dolor, cuando Él llora, lo hace
moderadamente, marcándonos, como antes he dicho, normas y límites en todo,
hasta dónde nos es lícito llegar, pero no pasar más allá. Por eso, sin duda,
también ahora, ya que por su flaqueza había de haber algunos que
necesitarían de cabalgaduras, también aquí nos señala la medida,
mostrándonos que no se debe ir a caballo ni sobre tronco de mulos, sino
sobre un asno y no pasar más allá. Que la necesidad, en fin, sea siempre
nuestra norma.
DOBLE PROFECÍA AL ENTRAR JESÚS EN JERUSALÉN
Más veamos también la doble profecía, la de palabras y la de obras. ¿Qué
dice, pues, la profecía? Mira que tu rey viene a ti manso, montado sobre
animal de carga y sobre pollino joven, no conduciendo carros, como los otros
reyes; no exigiendo tributos, no espantando, no rodeado de escolta de
lanzas, sino mostrando, aun en su triunfal entrada, la mayor modestia.
Pregunta, pues, a los judíos: ¿Qué rey entró jamás en Jerusalén montado en
un asno? Y sólo te podrán contestar que Jesús. Y, como ya lo he dicho, esta
entrada del Señor era anuncio de lo por venir.
Porque en esa asnilla está representada la Iglesia y el pueblo nuevo, que
antes era impuro, pero que después de sentarse Jesús sobre Él quedó
purificado. Y mirad cuán puntualmente se guarda la imagen. Porque los
discípulos desatan las bestias; y es así que tanto los judíos como nosotros,
por ministerio de los apóstoles, fuimos llamados a la fe; por medio de los
apóstoles fuimos conducidos a Cristo. Y como quiera que nuestra gloria
excitó la emulación de los judíos, de ahí que el asna aparezca siguiendo a
su pollino. Porque después que Cristo se hubiere sentado sobre los gentiles,
entonces vendrán también a É1 los judíos, movidos de emulación. Que es lo
que Pablo declara cuando dice: La ceguedad ha venido en parte sobre Israel
hasta que entre la plenitud de las naciones, y así se salvará todo Israel*1.
Porque que se trata de una profecía, es evidente por lo que llevamos dicho;
de no ser así, no hubiera tenido tanto empeño el profeta en señalarnos tan
puntualmente la edad, del asno. Mas no es eso sólo lo que por todo este
relato se nos declara, sino también la facilidad con que, los apóstoles
conducirían hacia Cristo a los gentiles. Porque como aquí, en el caso del
asna y su pollino, nadie se opuso ni los retuvo, así, en el caso de las
naciones, nadie de los que antes las tenían pudo impedir su conversión a
Cristo.
Y notemos que el Señor no monta a pelo sobre el pollino, sino sobre los
vestidos de los apóstoles, Es que, después que tomaron el pollino, a todo,
renuncian ya en adelante conforme a lo que Pablo también decía: Por mi
parte, yo gastaré con mucho gusto y aun me daré a mí mismo por amor de
vuestras almas*2. Pero mirad también la buena condición del pollino, que,
aun sin domar, aun sin experiencia alguna de cabestro, no brinca ni cocea,
sino que se deja conducir mansamente. Lo cual era también profecía de lo por
venir, que declaraba la obediencia de los gentiles y la prontitud con que
pasarían al buen orden. A la verdad, todo lo hizo la palabra que dijo:
Desatadla y traédmela acá. Ella hizo de lo desordenado ordenado, y de lo
impuro puro.
GROSERÍA DE LOS JUDÍOS
3. Pero mirad la bajeza de los judíos. Tantos milagros como había hecho el
Señor, y nunca le admiraron como ahora. Ahora que ven las muchedumbres que
se agolpan es cuando se admiran. Porque se conmovió toda la ciudad,
diciendo: ¿Quién es éste? Y las muchedumbres contestaban: este es Jesús, el
profeta de Nazaret, de Galilea. Sin duda se imaginaban decir algo
extraordinario, y ya veis cuán a ras de tierra, cuán baja y arrastrada es la
idea que se forman del Señor. Por lo demás, esta triunfal entrada la
dispuso el Señor no por alarde de ostentación, sino, como ya he dicho, para
cumplir la profecía y darnos una lección de filosofía, y a par para consolar
a sus discípulos, tristes por la perspectiva de la pasión, ya que así les
hacía ver cómo todo lo había de sufrir porque quería. Por vuestra parte, en
fin, admirad la puntualidad con que lo predijo todo el profeta. Y una, parte
la predijo David, y otra Zacarías.
APLICACIÓN MORAL: IMITEMOS A LOS QUE ACOMPAÑARON A JESÚS EN SU ENTRADA
TRIUNFAL
Y la muchedumbre, copiosísima, tendía sus vestidos en el camino, otros
cortaban ramos de los árboles y los echaban también por el camino, y la
gente, así la que iba delante como la que le acompañaba, gritaban diciendo:
¡Hosanna al hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosanna en lo más alto! Hagámoslo así también nosotros y entonemos himnos
al Señor y echemos nuestros vestidos a quienes a Él le llevan.
Porque ��qué mereceríamos, si, cuando los que le acompañaban entonces, unos
cubrieron al pollino en que iba montado, otros echaban a sus pies sus
vestiduras, nosotros, viéndole desnudo, sin que se nos mande desnudarnos
también a nosotros, sino sólo dar algo de lo que nos sobra, ni aun así
fuéramos generosos? ¿Qué mereceremos, repito, cuando aquéllos le
acompañaban por delante y por detrás, y nosotros, cuando al mismo nos sale
al encuentro, le despedimos, le rechazamos y hasta le insultamos? ¿Qué
castigo, qué suplicio, no merece esa conducta? Se te acerca a ti el Señor
para pedirte, y no te dignas ni escuchar su súplica. Más bien le culpas y
reprendes, y eso después que tales palabras has oído. Pues si para dar un
pedazo de pan y un poco de dinero eres tan tacaño, tan escaso y tan moroso,
¿qué sería si tuvieras que desprenderte de todo? ¿No ves a los rumbosos del
teatro qué de cantidades arrojan a las rameras?
Tú, empero, no das ni la mitad que ellos, y muchas veces ni la mínima parte.
El diablo te manda que des a cualquiera y te conduce al infierno, y tú das;
Cristo te manda que des a los necesitados, te promete el reino de los
cielos, y no sólo no les das, sino que los insultas. Y prefieres obedecer al
diablo, para ser castigado, que no a Cristo, para salvarte. ¿Puede haber
locura de peor linaje que ésa? El uno os conduce al infierno; el otro, al
reino de los cielos. Y sin embargo, dejáis, a Cristo y seguís al diablo. Al
uno, que os sale al encuentro; le rechazáis; al otro, que está lejos, le
llamáis. Es como si un rey vestido de púrpura y ceñido de diadema no lograra
persuadiros, y os persuadiera un bandido blandiendo su puñal y amenazándoos
de muerte.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), homilía
66, BAC Madrid 1956, 357-64)
*1- Rm 11, 25-26
*2- 2 Co 12, 15
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Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. . La entrada triunfal de
Jesús en Jerusalén (Mt 21,1-11)
Introducción
El sentido primero y fundamental de la entrada triunfante de Jesús en
Jerusalén es resaltar, por un lado, su calidad de rey de Israel y, por otro,
resaltar que ese rey es un rey humilde que no viene a dar triunfos políticos
a través de medios espectaculares, sino que viene a dar la salvación eterna
de las almas a través de su pasión, muerte y resurrección. Condición regia y
muerte en la cruz: estos dos conceptos son los que dominan el evangelio de
hoy*1.
1. Jesús revela su mesianidad
Cuando decimos que su entrada triunfal en Jerusalén resalta su condición de
rey, estamos diciendo que resalta su condición de Mesías. Mesías, en hebreo,
significa ‘ungido’. El rey era el ungido por excelencia. Pero ser Mesías
también implica ser profeta y sacerdote, que eran las otras dos clases de
ungidos que existían en Israel. Ser Mesías significa ser el ungido del Señor
en esos tres aspectos: rey, sacerdote y profeta, ungido que sería el
restaurador de Israel.
Las tres aclamaciones con que la gente vitorea a Jesús al entrar a Jerusalén
son títulos propios del Mesías. ‘Hijo de David’ era sinónimo de ‘Mesías’.
‘Bendito el que viene (en griego, ho erjómenos) en nombre del Señor’ es una
frase que se equipara a la frase de Jn 6,14: “Este es el profeta que viene
(en griego, ho erjómenos) al mundo”. Esta frase hace mención al profeta
prometido por Yahveh a Moisés en Deut 18,15-19, que se refiere al Mesías*2.
Esto se confirma con una frase del mismo evangelio de hoy, Mt 21,11: “Éste
es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”. La expresión ‘hosanna’ aparece
una sola vez en el AT, en el Salmo 118,25. ‘Hosanna’ es una forma verbal que
significa ‘¡sálva!’, a la que se le agrega, al final, la partícula na’, que
significa ‘te rogamos’, y está dirigida a Yahveh. Por lo tanto, aplicada a
Jesús es el reconocimiento de un cierto rango divino. Por eso los sumos
sacerdotes y los escriban se escandalizan y le piden a Jesús que haga callar
a los niños que dicen ‘¡hosanna al hijo de David!’ (Mt 21,15-16). Por esta
razón dice Trilling: “El fin propio del relato de Mateo es (…) la revelación
mesiánica realizada en Jesús”*3.
Pero no sólo se trata de la revelación de que Jesús es el Mesías anunciado,
sino que el texto de Mateo agrega algo más. Jesús se denomina a sí mismo
como ‘el Señor’ (Mt 21,3), en griego Kýrios. Este es el título propio de
Dios. Por eso, Jesucristo está revelando también su divinidad*4.
2. Jesús reina desde la cruz
Sin embargo, esta entrada triunfal de Jesús a Jerusalén como Mesías divino
está teñida de color rojo, es decir, color sangre. En efecto, esta entrada
no terminará en una gloria humana o mundana, sino en el sufrimiento y la
muerte. Jerusalén para Jesucristo no es nunca la ciudad de la aceptación de
Dios sino todo lo contrario, la ciudad que rechaza a Dios y mata a los
enviados de Dios. Por eso, cuando Jesús anuncia que debe ser rechazado, y
ser muerto, subraya que eso sucederá en Jerusalén (cf. Mt 16,21; Mt
20,17-18). Dirigirse a Jerusalén es para Él dirigirse hacia la muerte.
Jesús es el Profeta con mayúsculas, es decir, el Mesías. Jesús es un profeta
con suerte de profeta, y esa suerte consiste en morir en manos de los
enemigos de Dios. Al mismo tiempo, sabe que esos enemigos de Dios se han
hecho fuertes en la ciudad que, irónicamente, se llama ‘la ciudad santa’.
Por eso va a decir: “No puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén”
(Lc 13,33).
Jesús acepta gustoso por primera vez en su vida que el pueblo creyente,
especialmente los sencillos y los niños, lo aclamen como Mesías. Pero conoce
perfectamente la ciudad a la cual está entrando. Sabe que es la ciudad
falsamente santa, es decir, que mata a los verdaderos adoradores de Dios
creyendo que de esa manera está rindiendo culto a Dios. Jesús conoce
perfectamente en qué ha ido a parar la identidad de aquella que había sido
llamada ‘la ciudad santa’. Por eso dice: “¡Jerusalén, Jerusalén!, la que
mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he
querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no
habéis querido!” (Lc 13,34).
Por esta razón es que la Iglesia, junto con la procesión de ramos que se
hace antes de la Misa, que es una procesión triunfal, pone la lectura de la
Pasión, la lectura de Is 50,4-7, que nos presenta al Mesías como Siervo
Sufriente, y la lectura de Filp 2,6-11, que habla del anonadamiento
(kénosis) de Cristo en la cruz, y su revelación de Dios hecho hombre que se
realiza con su resurrección. Con las lecturas de hoy la Iglesia nos presenta
el sentido completo de la celebración del Domingo de Ramos, cuya
denominación completa es ‘Domingo de Ramos en la Pasión del Señor’.
Conclusión
Cristo es rey que salva a las almas del pecado y del infierno sufriendo Él
mismo para redimirlas. He aquí el mensaje escueto y descarnado del domingo
de hoy. Su poder regio no es de este mundo, sino que se ejerce desde la
cruz. Ese es el significado de la inscripción que Pilato hizo poner en son
de sorna sobre su cabeza crucificada: “Éste es el rey de los judíos” (cf. Jn
19,19). El trono desde donde reina Jesús es la cruz.
El mensaje central de este domingo debe hacerse carne en el cristiano tanto
en esta Semana Santa que comienza como en su propia vida. En esta Semana
Santa el cristiano debe reconocer que Jesús es el Mesías esperado y que,
además, es Dios hecho hombre. Pero, al mismo tiempo, disponerse a participar
de cada una de las ceremonias de esta Semana Santa para condividir con Él
sus sufrimientos y padecimientos.
Y en su propia vida debe reconocer que los momentos de sufrimientos y de
cruz no son los momentos oscuros de la vida. Así como para San Juan la
pasión y muerte de Cristo no es ‘la hora de las tinieblas’ sino el momento
de la ‘glorificación’ de Cristo, así también para el cristiano, la cruz
presente en su vida no es ‘la hora de las tinieblas’ sino el momento de su
‘glorificación’. También para el cristiano la cruz vivida concretamente es
un modo de triunfar y de reinar sobre el mundo, si se acepta y se ofrece de
acuerdo a la voluntad de Dios: “El que quiera ser mi discípulo, niéguese a
sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame” (Lc 9,23; Mt 16,24; Mc
8,34; cf. Mt 10,38; Lc 14,27).
Notas
*1- Respecto a esto dice el Ceremonial de los
Obispos: “Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra
en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, el cual,
entrando en Jerusalén, dio un anuncio profético de su poder.
“Los cristianos llevan ramos en sus manos como
signo de que Cristo muriendo en la cruz, triunfó como Rey. Habiendo enseñado
el Apóstol: ‘Si sufrimos con Él, también con Él seremos glorificados’ (Rm
8,17), el nexo entre ambos aspectos del misterio pascual, ha de resplandecer
en la celebración y en la catequesis de este día” (Ceremonial de los
Obispos, nº 263).
*2- El texto del Deuteronomio es el siguiente:
“Dijo Yahveh: Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta
semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo
le mande. Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie
en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de ello” (Deut 18,18-19) Y Moisés
confirma eso diciendo: “Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre
tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis” (Deut 18,15).
*3- Trilling, W., Evangelio según San Mateo, en
El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969.
*4- Dice Trilling: “También es desacostumbrado el
modo con que Jesús se ha procurado el animal. En virtud de su dignidad ve
cerca lo que está lejos y recurre a la facultad de disponer del animal. Si
se presentan objeciones, los discípulos deben decir que el Señor necesita
los animales. Jesús hasta ahora nunca había usado para sí este nombre de
soberanía Kyrios, Señor. Pero ahora también ha llegado la hora de usarlo. Un
nuevo rasgo resplandece en la figura del Mesías. Desde un principio aquí
todo está determinado, rebosante de soberanía, todo es significativo. Aunque
Jesús viene montado en la humilde cabalgadura, él es el Señor. Esta
generación ahora no lo reconoce, sino que se enterará el día del juicio de
que era el que vino «en el nombre del Señor» y, por tanto, también como el
Kyrios” (Trilling, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y
su mensaje, Herder, Barcelona, 1969).
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Aplicación: San Juan Pablo II - La entrada de Jesús a Jerusalén
1. ¿Por qué Jesús quiso entrar en Jerusalén sobre un borriquillo?
¿Por qué el Domingo de Ramos está al comienzo de la Semana Santa, que es la
Semana de la Pasión del Señor?
La respuesta que el Evangelio de San Mateo da a esta pregunta es sencilla:
"Para que se cumpliese lo que dijo el Profeta" (Mt 21, 4). En realidad, el
Profeta Zacarías se expresa con estas palabras: "Alégrate con alegría
grande, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén. Mira que viene a
ti tu rey. Justo y salvador, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo
de asna" (Zac 9, 9).
Así viene precisamente: manso y humilde, no tanto como soberano o rey,
cuanto, más bien, como el Ungido, a quien el Eterno inscribió en los
corazones y en las expectativas del pueblo de Israel.
Y ante todo no se refieren al soberano, al rey, estas palabras que pronuncia
la muchedumbre con relación a El:
"¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Hosanna en las alturas!" (Mt 21, 9).
Una vez, cuando después de la milagrosa multiplicación de los panes, los
testigos del acontecimiento quisieron arrebatarlo para hacerle rey (cf. Jn
6, 15), Jesús se ocultó de ellos.
Pero ahora les permite gritar: "¡Hosanna al hijo de David!", y,
efectivamente, David fue rey. Sin embargo, no hay en este grito asociación
de ideas con un poder temporal, con un reino terreno. Más bien, se ve que
esa muchedumbre ya está madura para acoger al Ungido, esto es, al Mesías, a
Aquel "que viene en nombre del Señor".
2. La entrada en Jerusalén es un testimonio de la heredad profética en el
corazón de ese pueblo que aclama a Cristo. Al mismo tiempo, es una
verificación y una confirmación de que el Evangelio, anunciado por El
durante todo este tiempo, a partir del bautismo en el Jordán, da sus frutos.
En efecto, el Mesías debía revelarse precisamente como este rey: manso, que
cabalga sobre un borrico, un borriquillo hijo de asna; un rey que dirá de sí
mismo: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar
testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz" (Jn 18,
37).
Este rey, que entra en Jerusalén sobre un asno, es precisamente tal rey. Y
los hombres que le siguen, parecen cercanos a este reino: al Reino que no es
de este mundo. Efectivamente, gritan: "Hosanna en las alturas". Parecen ser
precisamente aquellos que han escuchado su voz y que "son de la verdad".
Hoy, Domingo de Ramos, también nosotros hemos venido para revivir
litúrgicamente ese acontecimiento profético. Repetimos las mismas palabras
que entonces —en la entrada en Jerusalén— pronunció la muchedumbre. Tenemos
las palmas en las manos. Estamos dispuestos a tender nuestros mantos en el
camino por el que viene a nuestra comunidad Jesús de Nazaret, igual que
entonces entró en Jerusalén.
Jesús de Nazaret acepta esta liturgia nuestra, como aceptó espontáneamente
el comportamiento de la muchedumbre de Jerusalén, porque quiere que de este
modo se manifieste la verdad mesiánica sobre el reino, que no indica dominio
sobre los pueblos, sino que revela la realeza del hombre: esa verdadera
dignidad que le ha dado, desde el principio, Dios Creador y Padre, y la que
le restituye Cristo, Hijo de Dios, en el poder del Espíritu, de Verdad.
3. Sin embargo, el día de hoy es sólo una introducción. Apenas constituye el
preludio de los acontecimientos, que la Iglesia desea vivir de modo
particular y excepcional en el curso de la Semana Santa.
Y este preludio exteriormente es diferente de lo que traerán consigo los
días sucesivos de la semana, especialmente los últimos.
La liturgia nos habla también de esto, más aún, habla sobre todo de esto. Es
la liturgia de la pasión: es el Domingo de la Pasión del Señor.
Por esto el Salmo responsorial, en lugar de las aclamaciones de bendición,
llenas de entusiasmo, y de los gritos de "Hosanna", nos hace escuchar ya hoy
las voces de escarnio, que comenzarán la noche del Jueves Santo y alcanzarán
su culmen en el Calvario:
"Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: Acudió al Señor,
que le ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere" (Sal 21 , 8-9).
En las últimas palabras el escarnio llega a la profundidad. Asume la forma
más dolorosa y, a la vez, más provocadora.
Y a continuación, ese penetrante Salmo 21 describe (desde la perspectiva de
los siglos) los acontecimientos de la pasión del Señor, tal como si los
viese de cerca:
"Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Se reparten mi
ropa, echan a suerte mi túnica" (vv. 17-19).
Y el gran "evangelista del Antiguo Testamento", el Profeta Isaías, completa
lo demás:
"Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi
barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos" (Is 50, 6).
Y como si desde el Gólgota respondiese al escarnio más doloroso, añade:
"Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el
rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado" (Is 50, 7).
4. Así, de esa prueba de obediencia hasta la muerte, Cristo sale victorioso
en el espíritu, mediante su entrega absoluta al Padre, mediante su radical
confianza en la voluntad del Padre, que es la voluntad de vida y salvación.
Y por esto, la descripción completa de los acontecimientos de esta Semana,
en la que nos introduce el Domingo de hoy, se resume en las palabras de San
Pablo: Cristo Jesús «se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una
muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el
"Nombre-sobre-todo-nombre"», y añade: "De modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble —en el cielo, en la tierra, en el abismo—, y toda lengua
proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 8-11).
Por esto, también nosotros llevamos las palmas en la procesión y cantamos:
"¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!" (Mt
21, 9).
Cristo permitió que en el umbral de los acontecimientos de su pasión,
precisamente hoy, Domingo de Ramos, se delinease ante los ojos del pueblo de
elección divina, ese Reino de la expectación definitiva de los corazones
humanos y de las conciencias.
Lo hizo en el momento en que todo estaba ya dispuesto para que El mismo, con
la propia humillación y la obediencia hasta la muerte y muerte de cruz,
abriese el Reino de Dios mediante su exaltación por obra del Padre: ese
Reino al que están llamados todos los que confiesan su nombre.
(Domingo 12 de abril de 1981)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La entrada de Jesús en
Jerusalén Mt 21, 1-11
Jesús hace su entrada triunfal en Jerusalén como tenía que hacerla. Su
mesianismo era un mesianismo de humildad y de paz, así lo había revelado y
así es aclamado.
¿Cómo iba a entrar un mesías humilde en la ciudad santa? No, ciertamente,
montado en un caballo como los emperadores lo hacían en Roma sino en un
asno*1, humilde cabalgadura.
¿Por quién iba a ser aclamado un mesías humilde? No por los poderosos y
dirigentes religiosos sino por la gente simple y por los niños. No iba a ser
aclamado con bombos y platillos, con fuegos de artificio, con bandas… sino
con mantos sencillos que la gente tiraba al suelo y con las ramas de los
árboles que la naturaleza proveía en aquel escenario. Probablemente, como es
tradición, olivos y palmas.
Y ¿para qué entra Jesús en Jerusalén? Para ser aclamado rey, el rey mesías,
el heredero de la casa de David, cuyo reino no tendrá fin.
Si imaginamos la escena… parece una pequeña obra de teatro. Pero no,
realmente Jesús quiere ser proclamado rey, aunque humildemente, pues, esta
manifestación será una revelación más de su mesianismo y el cumplimiento de
las profecías. Su realeza definitiva y consumada será cuando se siente a la
derecha del Padre después de la Pascua y de su Ascensión al cielo y se
manifestará en su segunda venida, venida ostentosa y magnífica a la vista de
todo el universo.
Esta manifestación humilde de su mesianismo fue entendida por la gente
sencilla, como dijimos, que lo proclamó rey, pero también por los fariseos
que le pedían hiciese callar a la gente, escondiendo en este reproche su
increíble obstinación. Él se negó a hacerlos callar porque era necesaria esa
manifestación y era voluntad significada del Padre. Si ellos callaban
hablarían las piedras.
Nosotros no llegamos a tomar conciencia de la gracia inmensa de tener a
Cristo tan cerca de nosotros en la Jerusalén de nuestra alma en donde quiere
reinar para siempre. Ni nos imaginamos las grandezas que va produciendo la
presencia de Cristo. Si tomáramos conciencia nos admiraríamos y no
dejaríamos que se fuese, dejando que obrase entre nosotros todo lo que
quisiese y lo aclamaríamos para siempre nuestro rey.
Tener a Cristo con nosotros no sólo es contemplar maravillas, sino que
Cristo a los que lo aman los prueba para que lo amen más*2 y en ellos hace
cosas cada vez más grandes, porque donde hay amor suceden grandes cosas.
Las visitas de Jesús son una gracia sea que venga para consolarnos o para
corregirnos.
Jesús quiere consolar a Jerusalén con su entrada triunfal pero muchos
rechazan su reinado.
La visita de consuelo es un momento para crecer mucho en lo espiritual pero
la corrección que nos hace Jesús nos sirve para reorientarnos hacia Él.
Jesús les dice a los que no querían aclamarlo rey que si todos callaran el
mundo irracional, las piedras, lo aclamarían*3 buscando con esta respuesta
invitarlos a unirse a los que lo confesaban rey.
Es muy fácil servir a Dios cuando todo anda bien, cuando lo vemos realizar
grandes milagros o por las obras magníficas o por las manifestaciones
poderosas, pero, nos rebelamos cuando nos visita por caminos insospechados
como manifestándose rey humilde y manso. A veces quisiéramos un rey mesías a
nuestro gusto, sin sufrimientos y sin cruz. Un mesías poderoso para vivir
una vida cómoda y confortable. A Cristo lo debemos proclamar rey siempre por
más que lo veamos humillado y aparentemente vencido, por más que nos quieran
hacer creer que Cristo y su reinado han fracasado.
Sólo el alma humilde que imita la humildad de su rey se abandona en este rey
que entra en Jerusalén manso y humilde. Aquellos que lo proclamaron rey en
el domingo de ramos son los que van a seguirlo por la vía dolorosa, con
tropezones y caídas, como vemos en sus mismos allegados, pero lo van a
seguir porque se han abandonado en Él. Sólo el alma humilde que se abandona
con fe en Jesús persevera en la confesión de su reinado.
Hoy Jesús entra en la Jerusalén de nuestra alma para que lo proclamemos rey.
Jesús lloró sobre la ciudad santa porque conociendo al mesías lo rechaza y
de tal forma que ni siquiera quiere que su sangre redentora riegue su suelo.
Jesús morirá fuera de las puertas de Jerusalén. Jerusalén no conoció la
visita de su rey. No quiso conocer la visita del mesías. La rechazó. Y fue
destruida por los romanos.
Muchos que hoy domingo lo aclaman rey el viernes rechazarán su reinado
escandalizados por un mesías sufriente. Son dos los grupos en Jerusalén
porque Jesús es signo de contradicción. Una pequeña grey se mantiene fiel en
toda su Pascua y el resto del pueblo consentirá su crucifixión.
Hoy también entra Jesús en nuestra ciudad y nos visita “si hoy escucháis su
voz no endurezcáis vuestro corazón”. ¿Llorará el Señor sobre nosotros porque
no conocimos su visita? ¿Se lamentará por nuestra ruina a causa de nuestro
rechazo? ¿Dónde terminaremos lejos de Jesús? ¿Qué es nuestra vida sin Jesús
sino desolación?
¡Aclamemos a Cristo Rey! Con la voz y con todo nuestro ser. Extendamos no
sólo los mantos y todo lo nuestro a sus pies, que es poca cosa, sino
nosotros mismos extendámonos a sus pies reconociéndolo nuestro Señor.
Voces interiores y exteriores querrán hacernos callar pero no callemos. Por
más que callemos la verdad no dejará de ser verdad. ¡Qué no tengan que
avergonzarnos los seres irracionales proclamando esta verdad y nosotros por
temor mundano la callemos!
Cristo ha entrado en Jerusalén proclamando su reinado mesiánico que tiene
por naturaleza. Es el Hijo de Dios y el hijo de David que viene a sentarse
en el trono de David su padre pero ahora tiene que conquistar ese trono por
nosotros. Quiere hacerse rey por derecho de conquista. Entra en Jerusalén
para padecer en ella y morir en ella, aunque fuera de sus muros, por
nuestros pecados. Para reinar sobre todo el universo venciendo a todos sus
enemigos: el pecado, el demonio y la muerte.
Acompañemos a nuestro rey… porque si morimos con Él viviremos con Él, si con
Él sufrimos reinaremos con Él, si con Él estamos en los padecimientos con Él
estaremos en el gozo. Entremos en la semana en que debemos compadecernos con
Jesús. Que Él nos conceda esta gracia.
*1- Cf. Za 9, 9
*2- Cf. Jn 15, 1-2
*3- Lc 11, 39
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Aplicación: S.S. Francisco p.p. - ¿Quién soy yo ante Jesús que entra
con fiesta en Jerusalén?
Esta semana comienza con una procesión festiva con ramos de olivo: todo el
pueblo acoge a Jesús. Los niños y los jóvenes cantan, alaban a Jesús.
Pero esta semana se encamina hacia el misterio de la muerte de Jesús y de su
resurrección. Hemos escuchado la Pasión del Señor. Nos hará bien hacernos
una sola pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor? ¿Quién soy yo
ante Jesús que entra con fiesta en Jerusalén? ¿Soy capaz de expresar mi
alegría, de alabarlo? ¿O guardo las distancias? ¿Quién soy yo ante Jesús que
sufre?
Hemos oído muchos nombres, tantos nombres. El grupo de dirigentes
religiosos, algunos sacerdotes, algunos fariseos, algunos maestros de la
ley, que habían decidido matarlo. Estaban esperando la oportunidad de
apresarlo. ¿Soy yo como uno de ellos?
También hemos oído otro nombre: Judas. Treinta monedas. ¿Yo soy como Judas?
Hemos escuchado otros nombres: los discípulos que no entendían nada, que se
durmieron mientras el Señor sufría. Mi vida, ¿está adormecida? ¿O soy como
los discípulos, que no entendían lo que significaba traicionar a Jesús? ¿O
como aquel otro discípulo que quería resolverlo todo con la espada? ¿Soy yo
como ellos? ¿Soy yo como Judas, que finge amar y besa al Maestro para
entregarlo, para traicionarlo? ¿Soy yo, un traidor? ¿Soy como aquellos
dirigentes que organizan a toda prisa un tribunal y buscan falsos testigos?
¿Soy como ellos? Y cuando hago esto, si lo hago, ¿creo que de este modo
salvo al pueblo?
¿Soy yo como Pilato? Cuando veo que la situación se pone difícil, ¿me lavo
las manos y no sé asumir mi responsabilidad, dejando que condenen – o
condenando yo mismo – a las personas?
¿Soy yo como aquel gentío que no sabía bien si se trataba de una reunión
religiosa, de un juicio o de un circo, y que elige a Barrabás? Para ellos da
igual: era más divertido, para humillar a Jesús.
¿Soy como los soldados que golpean al Señor, le escupen, lo insultan, se
divierten humillando al Señor?
¿Soy como el Cireneo, que volvía del trabajo, cansado, pero que tuvo la
buena voluntad de ayudar al Señor a llevar la cruz?
¿Soy como aquellos que pasaban ante la cruz y se burlaban de Jesús : «¡Él
era tan valiente!... Que baje de la cruz y creeremos en él»? Mofarse de
Jesús...
¿Soy yo como aquellas mujeres valientes, y como la Madre de Jesús, que
estaban allí y sufrían en silencio?
¿Soy como José, el discípulo escondido, que lleva el cuerpo de Jesús con
amor para enterrarlo?
¿Soy como las dos Marías que permanecen ante el sepulcro llorando y rezando?
¿Soy como aquellos jefes que al día siguiente fueron a Pilato para decirle:
«Mira que éste ha dicho que resucitaría. Que no haya otro engaño», y
bloquean la vida, bloquean el sepulcro para defender la doctrina, para que
no salte fuera la vida?
¿Dónde está mi corazón? ¿A cuál de estas personas me parezco? Que esta
pregunta nos acompañe durante toda la semana.
(Plaza de San Pedro, XXIX Jornada Mundial de la Juventud, Domingo 13 de
abril de 2014)
(Cortesía: iveargentina.org y otros)