Domingo 5 de Cuaresma A - 'Lázaro, sal afuera' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: P. José María Solé - Roma, C. F. M. - a las tres lecturas
Comentario Teológico: Xavier Leon - Dufour - La vida en las Sagradas
Escrituras
Santos Padres: San Agustín - La resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-44).
Aplicación: Benedicto XVI - La verdadera vida
Aplicación: San Juan Pablo II - Corazón de Jesús, Vida y Resurrección
nuestra, ten misericordia de nosotros
Aplicación: Benedicto XVI - La Resurrección
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: P. José María Solé - Roma, C. F. M. - a las tres lecturas
EZEQUIEL 37, 12-14
Es una de las más impresionantes visiones de Ezequiel, el Profeta que las
tiene más lozanas y que las describe en estilo más crudo y audaz. Sus
visiones no son sueños de poeta. Son mensajes de Profeta. Y por tanto
debemos buscar en ellas el sentido teológico:
- El mensaje de la visión que hoy leemos es altamente consolador. La nación
de Israel derrotada, depauperada, desterrada, es ya solamente una nación de
espectros: un cementerio. Carece de vitalidad: "Estos huesos son la Casa
toda de Israel. He aquí que dicen: Se han secado nuestros huesos; nuestra
esperanza se ha desvanecido; ha llegado para nosotros el fin" (11). En lo
humano así es. Pero el Señor Omnipotente ha mostrado en visión a Ezequiel
(vv 1-10) lo que se propone realizar con el Pueblo Elegido.
- La Obra de Redención del cautiverio, de Repatriación, de Restauración de
Israel, equivale a una
"Resurrección"; "Mirad; así dice Yahvé: Abriré vuestros sepulcros y os haré
salir de vuestras tumbas, Pueblo mío; y os introduciré en la Tierra de
Israel" (12). Israel reconocerá que sólo Dios ha podido obrar tal maravilla
de poder y de amor: "Y sabréis que YO SOY YAHVE" (13).
- A la Promesa de Restauración nacional (Resurrección) va unida otra: Dios
infundirá en el Pueblo redimido un nuevo espíritu: su Espíritu: "Infundiré
en vosotros mi Espíritu y reviviréis" (14). Los acontecimientos posteriores
a la repatriación orientarán a Israel a entender estas grandes Promesas de
Dios en el único sentido digno de Él: en sentido del todo espiritual. No se
trata de valores terrenos. En este plano los ingentes Imperios que rodean al
minúsculo Israel le superarán siempre con creces. Se trata de valores
celestiales: los del Espíritu de Dios: Emitte Spiritum tuum et crabuntur; et
renovabis faciem terrae. El día de Pentecostés, cuando la Pasión y
Resurrección de Cristo hagan descender sobre el "Nuevo Pueblo" de Dios el
Espíritu Santo, comprendemos mejor el sentido, teológico de esta
Visión-Profecía de Ezequiel.
ROMANOS 8, 8-11
San Pablo nos va a dar la teología que encierra el mensaje de Ezequiel:
- Sin Cristo quedan los hombres en la zona del pecado. Y por tanto de la
muerte. Pero por Cristo, tan luego como la fe y el Bautismo nos insertan en
Él, llega a nosotros el "Espíritu", la Vida de Dios. Esta Vida de Dios es ya
una verdadera "Resurrección" espiritual. Y es asimismo participación de la
Inmortalidad de Dios: "Si en vosotros está Cristo, vuestro espíritu vive a
causa de la justicia" (10). Es la nueva vida de hijos de Dios. La vivimos en
Cristo-Hijo de Dios; en Él y por Él. Esta vida, que es la Gracia
(justificación), nada tiene que temer de la muerte física o corporal. Esta
vida física, la que heredamos de Adán, debe acabar. Pero tras ella prosigue
la Vida Espiritual.
- Con todo, el Espíritu de Cristo que habita en nosotros debe llevar su obra
vivificante hasta resucitar nuestros cuerpos: "Y si el Espíritu de Dios que
resucitó a Jesús de entre los muertos mora en vosotros, el que resucitó de
entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos
mortales, por obra de su Espíritu que habita en vosotros" (11). La
Resurrección de Cristo implica la nuestra. Será completa nuestra Redención
cuando el Espíritu de Cristo vivifique de Vida inmortal todos los cuerpos de
los redimidos.
- Es una de las constantes en la doctrina de Pablo la relación entre la
Resurrección de Cristo y la nuestra. La de Cristo es causa eficiente y
ejemplar de la nuestra. La eficiencia de la Resurrección de Cristo obra ya
actualmente en nosotros; la. Nueva Vida, Vida del Espíritu de Cristo, que
nos hace hijos de Dios y nos dispone ya a la Resurrección; y la exige:
Herederos con Cristo nos pertenece en derecho su Gloria y, por ende, la
Resurrección. La Vida Eterna es, cierto, un bien escatológico, pero ya a los
peregrinos, el Sacramento de la Vida, la Eucaristía, nos da su promesa, su
pregusto, su garantía.
JUAN 11, 1-45
Lo que el Profeta Ezequiel previó y anunció, queda superado por lo que
Jesús-Mesías va a realizar: Cristo vivifica con Vida Divina a todos los
redimidos. Ya no mera resurrección nacional (Ezequiel); ya no mera
revivificación de un cadáver (Lázaro): Es diluvio de Vida-Divina-Eterna:
- Jesús se esfuerza en elevar a Marta, a María y a los Apóstoles a un
Mesianismo superior al del tiempo. El que cree en Cristo tiene la Vida; Vida
que vence a la muerte. La muerte física es un fenómeno que no afecta a esta
Vida. Incluso, el dinamismo de esta Vida exige, a su hora, la Resurrección,
a fin de que la Gloria de Cristo Resucitado la gocemos en alma y cuerpo.
- Como "signo" de la "Vivificación" que nos trae Cristo, Este resucita a
Lázaro. Con este milagro se muestra el poder de Cristo sobre la muerte. Pero
es sólo un "signo" de la Victoria definitiva. Lázaro redivivo tornará a
morir. Mas la Vida que nos trae Cristo es Vida de Dios. Y una vez pagada la
deuda del pecado que es la muerte, nos Resucitará Inmortales.
- Pero para alcanzar esta Vida debemos "creer" en Cristo (25).
Lastimosamente era débil la fe de los discípulos y también la de las
hermanas de Lázaro. Y los fariseos no sólo se negaban a creer en Él, sino
que precisamente aquel gran milagro de resucitar a Lázaro será el detonador
que hará estallar el odio de los escribas y fariseos, sacerdotes y saduceos.
Odio que no se saciará sino con la muerte de Jesús. Jesús que todo eso ve y
sabe, siente en aquel momento pena tan honda que nos dice el Evangelista:
"Jesús se sintió agitado de indignación y se perturbó" (33). Pena y
perturbación que estalla en lágrimas (35); corno en Lucas 19, 41. La falta
de fe hace llorar a Jesús. Rindámonos con fe y amor al amor del Crucificado:
Quia per Filii tui salutiferam passionem totus mundus sensum confitendae
tuae majestatis accepit, dum ineffabili crucis potentia judicium mundi et
potestas emicat Crucifixi (Pref. de Pasión I).
- Cristo es la "RESURRECCIÓN Y LA VIDA": Vida eterna y divina; Resurrección
que anegará nuestra carne mortal en la gloria de Dios. Para quien cree en
Cristo la muerte es sólo un episodio, una dormición (v 11-14). Hay que pagar
esta deuda del pecado; pero el Redentor, Cristo-Vida, nos vivificará
plenamente, gloriosamente y eternamente. Y ya desde ahora, por la fe y el
amor en Cristo, gozamos esta Vida Eterna. Se llama: Gracia de Dios.
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979, pp. 89-91)
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Comentario Teológico: Xavier Leon - Dufour - La vida en las Sagradas
Escrituras
Dios, que vive, nos llama a la vida eterna. De un extremo a otro de la
Biblia un sentido profundo de la vida en todas sus formas y un sentido muy
puro de Dios nos revelan en la vida, que el hombre persigue con una
esperanza infatigable, un don sagrado en el que Dios hace brillar su
misterio y su generosidad.
I. EL DIOS VIVIENTE. Invocar "al Dios viviente" (Jos 3,10; Sal 41,3...),
presentarse como el "servidor del Dios viviente" (Dan 6,11; lRe 18,10.15),
jurar "por el Dios viviente" (Jue 8, 19; ISa 19,6...) es no sólo proclamar
que el Dios de Israel es un *dios poderoso y activo, es también darle uno de
los *nombres que más estima (Núm 14,11; Jer 11,14; cf. Ez 5, 11...), es
evocar su extraordinaria vitalidad, su ardor devorador "que no se fatiga ni
se cansa" (Is 40,18), "el rey eterno... ante cuya *ira se es impotente" (Jer
10,10), el "que perdura para siempre... que salva y libera, obra signos y
maravillas en los cielos y en la tierra" (Dan 6,17s). La estima que la
Biblia asigna a este nombre es signo del valor que para ella tiene la vida.
II. VALOR DE LA VIDA.
1. La vida es cosa preciosa. La vida aparece en las ��ltimas etapas de la
creación para coronarla. El día quinto nacen los "monstruos marinos, los
seres vivos que bullen en las aguas" (Gén 1,11) y las aves. La tierra a su
vez produce otros seres vivos (1,14). Finalmente Dios crea a su imagen al
más perfecto de los vivientes, al *hombre. Y para garantizar la continuidad
y el *crecimiento a esta vida *naciente le hace Dios el don de su *bendición
(1,11.18). Así, aun cuando la vida es un tiempo de servicio penoso (Job
7,1), el hombre está pronto a sacrificarlo todo por salvar-la (1,4). La
suerte del *alma en los infiernos aparece tan lamentable que desear la
*muerte no puede ser sino el contragolpe de una desgracia inaudita y
desquiciante (Job 7,15; Jon 4, 3). El ideal es gozar largos años de la
existencia presente (cf. Ecl 10,7; 11,8s) en "la tierra de los vivos" (Sal
17,13) y morir como Abraham "en una vejez dichosa, de edad avanzada y
saciado de días" (Gén 15,8; 35, 19; Job 41,17). Si la posteridad es
ardientemente deseada (cf. Gén 15, 1-6; 1Re 4,11-17), es porque los hijos
son el sostén de los padres (cf. Sal 127; 128) y prolongan en cierto modo su
vida. También gusta ver numerosos en las plazas públicas a los ancianos de
edad avanzada y a los niños pequeños (cf. Zac 8,4s).
2. La vida es cosa frágil. Todos los seres vivos, sin excluir al hombre,
poseen la vida sólo a título precario. Están por naturaleza sujetos a la
muerte. En efecto, esta vida de-pende de la respiración, es decir, de un
soplo frágil, independiente de la voluntad y que una cosilla de nada es
capaz de extinguir (cf. *espíritu). Este soplo, don de Dios (Is 42,5),
depende incesantemente de él (Sal 104,28ss), "que da la muerte y da la vida"
(Dt 32,39). Efectivamente, la vida es corta (Job 14,1 ; Sal 37,36), sólo
humo (Sab 2,2), una *sombra (Sal 144,4), una nada (Sal 39,6). Pa-rece
incluso haber disminuido constantemente desde los orígenes (cf. Gén 47,8s).
Ciento veinte, cien años, y hasta setenta u ochenta han venido a ser el
máximo (cf. Gén 6,3; Eclo 18,9; Sal 90,10).
3. La vida es cosa sagrada. Toda vida viene de Dios, pero el hálito del
hombre viene de Dios en forma muy especial: para hacerlo alma viva insufló
Dios en sus narices un soplo de vida (Gén 2,7; Sab 15,11) que vuelve a
retirar en el instante de la muerte (Job 34,14s; Ecl 12,7, después de la
vacilación de 3,19ss). Por esto toma Dios bajo su protección la vida del
hombre y prohibe el homicidio (Gén 9,5s; Éx 20,13), aun-que sea el de Caín
(Gén 4,11-15). Hasta la vida del *animal tiene algo sagrado; el hombre puede
alimentar-se con su *carne, a condición de que se haya vaciado toda la
*sangre, pues "la vida de la carne está en la sangre" (Lev 17,11), sede del
alma viva que respira (Gén 9,4); y por esta sangre entra el hombre en
con-tacto con Dios en los *sacrificios.
III. LAS PROMESAS DE VIDA. 1. Fracaso de la vida. Dios, "que no se complace
en la muerte de nadie" (Ez 18,32), no había creado al hombre para dejarlo
morir, sino para que viviera (Sab 1,13s; 2,23); por eso le había destinado
el *paraíso terrenal y el *árbol de la vida, cuyo fruto debía hacerle "vivir
para siempre" (Gén 3,22). Aun después de haber debido vedar el acceso al
árbol de vida al hombre pecador, que pensaba hallarlo por sus propias
fuerzas, no renuncia Dios a garantizar al hombre la vida. Antes de que
llegue a dársela por la muerte de su Hijo, propone a su pueblo "los *caminos
de la vida" (Prov 2,19...; Sal 16,11; Dt 30,15; Jer 21,8).
2. La ley de vida. Estos caminos son "las *leyes y costumbres" de Yahveh;
"quien las cumpla hallará en ellas la vida" (Lev 18,5; Dt 4,1; cf. Éx
15,26); verá "consumarse el número de sus días" (Éx 23,26); hallará "días y
vida largos, luz de los ojos y paz" (Bar 3,14). Porque estos caminos son los
de la *justicia, y "la justicia conduce a la vida" (Prov 11,19; cf.
2,19s...), "el justo vivirá por su *fidelidad" (Hab 2,4), mientras que los
impíos serán borrados del *libro de la vida (cf. Sal 69,29).
Durante largo tiempo esta vida no es, en la esperanza de Israel, sino una
vida en la tierra; pero, como su *tierra es la que Dios ha dado en don a su
pueblo, "la vida y los días largos" que Dios le reserva, si es fiel (Dt
4,40...; cf. Éx 20,12), representan una felicidad única en el mundo,
"superior a la de todas las naciones de la tierra" (Dt 28,1).
3. Dios, fuente de vida. Esta vida, aun cuando se vive enteramente en la
tierra, no se nutre, sin embargo, en primer lugar de los bienes de la
tierra, sino de la adhesión a Dios. Él es "la fuente de agua viva" (Jer
2,13; 17,13), "la fuente de vida" (Sal 36,10; cf. Prov 14,27) y "su amor
vale más que la vida" (Sal 63,4). Por eso los mejores acaban por preferir a
cualquier otro bien la dicha de habitar toda su vida en su templo, donde un
solo día pasado delante de su *rostro y consagrado a celebrarlo "vale más
que mil" (Sal 84,11; cf. 23,6; 27,4). Para los profetas la vida está en
"*buscar a Yahveh" (Am 5, 4s; Os 6,1s).
4. Vida más allá de la muerte. Más que de la vida dichosa en su tierra hizo
Israel pecador la experiencia de la *muerte, pero desde el seno mismo de la
muerte descubre que Dios persiste en llamarlo a la vida. Desde el fondo del
exilio proclama Ezequiel que Dios "no se complace en la muerte del malvado",
sino que lo llama a "convertirse y a vivir" (Ez 33,11); sabe que Israel es
como un pueblo de cadáveres, pero anuncia que sobre estas osamentas áridas
insuflará Dios su *espíritu, y revivirán (37,11-14). Todavía desde el exilio
el segundo Isaías contempla al *siervo de Yahveh : "Arrancado de la tierra
de los vivos... por el malhecho de su pueblo" (Es 53,8), "ofrece su vida en
*sacrificio de expiación" y más allá de la muerte "ve una descendencia y
prolonga sus días" (53,10). Subsiste, pues, una fisura en la asociación
fatal pecado/muerte: uno puede morir por sus *pecados y aguardar todavía
algo de la vida, uno puede morir por otra cosa que por sus pecados y hallar
la vida muriendo.
Las persecuciones de Antíoco Epífanes vinieron a confirmar estas visiones
proféticas mostrando que se podía morir para ser *fiel a Dios. Esta muerte
aceptada por Dios no podía separar de él, no podía conducir sino a la vida
por la *resurrección: "Dios les devolverá el espíritu y la vida... Beben de
la vida que no se agota" (2Mac 7,23.36). Del polvo en que duermen
"despertarán... resplandecerán como el esplendor del firmamento", mientras
que sus perseguidores se sumergirán "en el horror eterno" (Dan 12,2s). En el
libro de la Sabiduría esta esperanza se amplía y transforma toda la vida de
los justos: mientras que los impíos, "apenas nacidos dejan de ser" (Sab
5,13), son muertos vivos, los justos están desde ahora "en la mano de Dios"
(3,1) y de ella recibirán "la vida eterna... la corona real de *gloria"
(5,15s).
IV. JESUCRISTO: YO SOY LA VIDA. Con la venida del Salvador las promesas se
convierten en realidad.
1. Jesús anuncia la vida. Para Jesús es la vida cosa preciosa, "más que el
alimento" (Mt 6,25); "salvar una vida" prevalece incluso sobre el *sábado
(Mc 3,4 p), porque "Dios no es un Dios de muertos sino de vivos" (Me 12,27
p). Él mismo cura y devuelve la vida, como si no pudiera tolerar la
presencia de la muerte: si hubiera estado allí, Lázaro no habría muerto (Jn
11,15.21). Este poder de dar la vida es el signo de que tiene poder sobre el
pecado (Mt 9,6) y de que aporta la vida que no muere, la "vida eterna"
(19,16 p; 19, 29 p). Es la verdadera vida, y hasta se puede decir que es "la
vida" a secas (7,14; 18,8s p...). Para entrar en ella y poseerla hay que
seguir el *camino estrecho, sacrificar todas las *riquezas, y hasta los
propios miembros y la vida presente (cf. Mt 16, 25s).
2. En Jesús está la vida. Cristo, Verbo eterno, poseía la vida desde toda la
eternidad (Jn 1,4). Encarnado, es "el Verbo de vida" (lJn 1,1); dispone de
la vida en plena propiedad (Jn 5,26) y la da con superabundancia (10,10) a
todos los que le ha dado su Padre (17,2). Él es "el camino, la verdad y la
vida" (14,6), "la resurrección y la vida" (11,25). "*Luz de la vida" (8,12),
da un *agua viva que en el que la recibe se convierte en "una fuente que
brota en vida eterna" (4,14). "*Pan de vida", al que come su *cuerpo le
otorga vivir por él, como él vive por el Padre (6,27-58). Lo cual supone la
*fe: "el que viva y crea en mí no morirá" (11,25s); de lo contrario "no verá
nunca la vida" (3,36); una fe que recibe sus palabras y las ejecuta, como él
mismo obedece a su Padre, porque "su orden es vida eterna" (12,47-50).
3. Jesucristo, príncipe de la vida. Lo que Jesús pide lo hace él el primero
; lo que anuncia, lo da. Libremente, por amor del Padre y de los suyos, como
el Buen *pastor por sus ovejas, "da su vida" (= "su *alma", Jn 10,11.15.17s;
lJn 3,16). Pero es "para volverla a tomar" (Jn 10,17s) y, después de tomada,
hecho "espíritu vivificante" (lCor 15,45), hacer don de la vida a todos los
que crean en él. Jesucristo, muerto y resucitado, es "el príncipe de la
vida" (Act 3,15), y la Iglesia tiene por misión "anunciar osadamente al
pueblo... esta vida" (Act 5,20): tal es la primera experiencia cristiana.
4. Vivir en Cristo. Este paso de la muerte a la vida se repite en quien cree
en Cristo (Jn 5,24) y, "*bautizado en su muerte" (Rom 6,3), "retornado de la
muerte" (6,13), "vive en adelante para Dios en Cristo Jesús" (6,10s). Ahora
*conoce con un conocimiento vivo al Padre y al Hijo al que el Padre ha
enviado, lo cual es la vida eterna (Jn 17,3; cf. 10,14). Su "vida está
escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3), el Dios vivo cuyo templo es (2Cor
6,16). Así participa de la vida de Dios, a la que en otro tiempo era extraño
(*extranjero) (cf. Ef 4,18), y por tanto de su naturaleza (2Pe 1,4).
Habiendo recibido de Cristo el Espíritu de Dios, su propio espíritu es vida
(Rom 8,10). No está ya sometido a la sujeción de la carne; puede atravesar
indemne la muerte y vivir para siempre (cf. 8, 11.38), no ya para sí mismo,
"sino para aquél que ha muerto y resucitado" por él (2Cor 5,15); para él "la
vida es Cristo" (Flp 1,21).
5. La muerte absorbida por la vida. Ya en esta tierra, cuanto mayor
participación tiene el cristiano en la *muerte de Cristo y cuanto más lleva
en sí sus *sufrimientos, tanto más manifiesta su vida aun en su *cuerpo
(2Cor 4,10). Es necesario, en efecto, que la muerte sea absorbida por la
vida (2Cor 5,4); lo que es corruptible debe revestirse de la inmortalidad,
cambio que casi para todos supone la muerte corporal (cf. lCor 15,35-55).
Ésta, lejos de significar un fracaso en la vida, la fija y la dilata en
Dios, absorbiendo a la muerte en su *victoria (15,54s).
El Apocalipsis ve ya a las almas de los mártires en el cielo (Ap 6,9) y
Pablo desea morir para "estar con Cristo" (Flp 1,23; cf. 2Cor 5,8). La vida
con Cristo, esperada de la *resurrección (cf. lTes 5,10), es, pues, posible
inmediatamente después de la muerte. Entonces puede uno ser semejante a Dios
y *verle tal como es (1Jn 3,2), cara a cara (*rostro) (lCor 13,12), lo cual
es la esencia de la vida eterna.
Esta vida no tendrá, sin embargo, toda su perfección sino el día en que
también el cuerpo, resucitado y glorioso, tenga participación en ella,
cuando se manifieste "nuestra vida, Cristo" (Col 3,4), en la Jerusalén
celeste, "morada de Dios con los hombres" (Ap 21,3), donde brotará el río de
vida, donde crecerá el *árbol de vida (22.1s; 22,14.19). Entonces ya no
habrá muerte (21,4), será "arrojada al estanque de fuego" (20, 14). Todo
quedará plenamente sometido a Dios, que "será todo en todos" (lCor . 15,28).
Será un nuevo *paraíso, donde los santos *gustarán para siempre la vida
misma de Dios en Cristo Jesús.
(LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona,
2001)
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Santos Padres: San Agustín - La resurrección de Lázaro (Jn 11,
1-44).
Este relato del evangelio se ha hecho tan célebre por ser tan grande
milagro, que ni aun infiel hay que no haya oído hablar de la resurrección de
Lázaro; ¿cuánto más conocido no será de los fieles, cuando ni los infieles
han podido ignorarlo? Y, sin embargo, cuando se lee, el alma parece como que
asiste a una escena siempre nueva. No está fuera de lo razonable que
repitamos nosotros lo que solemos decir sobre la resurrección esta; ni debe
daros fastidio, me parece, lo que yo diga; al fin, más veces oís leerlo que
comentarlo; porque, si acontece leerlo fuera de un sábado o de un domingo,
no se predica. Lo digo para que no torzáis el rostro ahora que vamos a decir
algo, ni salga nadie con un "Ya otras veces dijo eso"; también lo ha leído
el diácono más veces, y lo habéis oído con gusto. Atención, pues.
2. Enséñanos el santo evangelio haber Jesucristo resucitado tres muertos: a
la hija del príncipe de la sinagoga, pues, habiéndosele dicho que se hallaba
enferma de gravedad, fue a su casa, donde la encontró muerta; le dijo:
Muchacha, levántate; yo te lo mando, y se levantó.
Otro es un joven llevado ya fuera de las puertas de la ciudad y amargamente
llorado por su madre viuda; él lo vio, mandó que se detuviesen los que le
llevaban y dijo: Joven, levántate; yo te lo mando; y el muerto se sentó y
comenzó a hablar, y se le devolvió a su madre.
El tercero es este Lázaro al que acabamos de ver con los ojos de la fe
muriendo y resucitando en virtud de un prodigio mucho mayor que los
anteriores y blanco de una gracia extraordinaria, pues llevaba cuatro días
muerto y ya hedía; con todo, fue resucitado. ¿Qué significan estos tres
muertos? Algo, sin duda; los milagros del Señor son palabras de sentido
misterioso. Tres géneros de muerte hallamos en los pecados de los hombres.
Traed a la memoria estos tres muertos. Había primeramente muerto aquella
doncella en su casa; aún no había sido alzado su cadáver; al joven le habían
sacado fuera de las puertas de la ciudad; Lázaro ya estaba sepultado y
oprimido bajo la mole de piedra. ¿Cuáles son, pues, los tres géneros de
muerte que hay en los pecados? Digo: si uno consintió en su corazón el mal
deseo, resolviendo ceder a la suavidad de sus halagos, está ya muerto. Nadie
lo sabe, aún no fue sacado fuera; es muerte secreta, en su casa, en su
cuarto; pero muerte. Nadie diga que no cometió adulterio si determinó
cometerle; si ha consentido a la delectación que le impulsaba blandamente a
cometerlo, ya lo cometió; él es adúltero, ella casta. Preguntad a Dios, y él
os responderá sobre esta muerte doméstica, interior, de la muerte en el
lecho, lechos de los que leemos: Compungíos en el silencio de vuestros
lechos de las cosas que andáis meditando en vuestros corazones. Oye la
sentencia del resucitador en punto a este morir: Quien a una mujer casada
mira para desearla, adulteró ya con ella en su corazón, si bien no llevó aún
a efecto la fornicación corporal. Más a las veces le mira el Señor, y se
arrepiente de haber determinado hacerlo, de haber consentido; en su lecho ha
muerto y en su lecho resucita.
Pero, si ejecuta lo pensado, ya la muerte se puso en marcha, ya salió fuera;
mas por el arrepentimiento se le da fin, y el muerto llevado a enterrar es
devuelto a la vida. Pero si a la consumación de la obra se allega la
costumbre, ya hiede y tiene encima de sí la losa de la mala costumbre; mas
ni aun a éste le abandona Cristo;
poderoso es para resucitarle también, aunque llora. Hemos oído, cuando se
leía el evangelio, haber Cristo llorado a Lázaro. Los oprimidos por la
costumbre están aprisionados, y Cristo brama para resucitarlos. Mucho, en
efecto, los increpa la palabra divina, mucho les grita la Escritura, y
también es mucho lo que yo grito para ser oído y felicitarme de la
resurrección de este Lázaro.
Quitad, dice, la piedra, pues ¿cómo puede resucitar el consuetudinario si no
se le quita el peso de la costumbre? Clamad, ligadle, acusadle, removed la
piedra; cuando veáis a uno de ésos, no queráis daros tregua; es cosa
trabajosa, más el trabajo ese remueve la piedra. Aquel cuya voz traspasa los
corazones sea el que grite: Lázaro, sal fuera; esto es, vive, sal del
sepulcro, muda la vida, da fin a la muerte. Y el muerto salió atado con las
vendas; porque, si bien el consuetudinario cesa de pecar, todavía es reo de
lo pasado, y necesario es que ruegue y haga penitencia por lo hecho, no por
lo que hace, pues ya no lo hace; está vivo, no lo hace, pero aún está ligado
por las cosas que hizo. Luego es a los ministros de la Iglesia, por medio de
los cuales se imponen las manos a los penitentes, a los que dice Cristo:
Desatadle y dejadle ir. Dejadle, desatadle: Lo que desatéis en la tierra,
desatado quedará en el cielo. (Quien me hubiese oído ya esto que ahora dije
y lo recordaba, imagínese estar leyendo lo que entonces escribió; y quien no
lo había oído, escríbalo ahora en su corazón para leerlo cuando guste.)
(SAN AGUSTÍN, Sermones (3º), t. XXIII, Sermón 139A, 1-2, BAC Madrid 1983,
pág. 270-73)
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Aplicación: Benedicto XVI - La verdadera vida
El evangelio de este día, dedicado a un tema importante y fundamental: ¿qué
es la vida?, ¿qué es la muerte?, ¿cómo vivir?, ¿cómo morir?
Con el fin de ayudarnos a comprender mejor este misterio de la vida y la
respuesta de Jesús, san Juan usa para esta única realidad de la vida dos
palabras diferentes, indicando las diversas dimensiones de la realidad
llamada "vida": la palabra bíos y la palabra zoé. Bíos, como se comprende
fácilmente, significa este gran biocosmos, esta biosfera, que va desde las
células primitivas hasta los organismos más organizados, más desarrollados,
este gran árbol de la vida, en el que se han desarrollado todas las
posibilidades de la realidad bíos.
A este árbol de la vida pertenece el hombre; forma parte de este cosmos de
la vida que comienza con un milagro: en la materia inerte se desarrolla un
centro vital; la realidad que llamamos organismo.
Pero el hombre, aun formando parte de este gran biocosmos, lo trasciende,
porque también forma parte de la realidad que san Juan llama zoé. Es un
nuevo nivel de la vida, en el que el ser se abre al conocimiento.
Ciertamente, el hombre es siempre hombre con toda su dignidad, incluso en
estado de coma o en la fase de embrión, pero si sólo vive biológicamente no
se realizan ni desarrollan todas las potencialidades de su ser. El hombre
está llamado a abrirse a nuevas dimensiones. Es un ser que conoce. Desde
luego, también los animales conocen, pero sólo las cosas que les interesan
para su vida biológica. El conocimiento del hombre va más allá; quiere
conocerlo todo, toda la realidad, la realidad en su totalidad; quiere saber
qué es su ser y qué es el mundo. Tiene sed de conocimiento del infinito;
quiere llegar a la fuente de la vida; quiere beber de esta fuente, encontrar
la vida misma.
Así hemos tocado una segunda dimensión: el hombre no es sólo un ser que
conoce; también vive en relación de amistad, de amor. Además de la dimensión
del conocimiento de la verdad y del ser, existe, inseparable de esta, la
dimensión de la relación, del amor. Y aquí el hombre se acerca más a la
fuente de la vida, de la que quiere beber para tener la vida en abundancia,
para tener la vida misma.
Podríamos decir que toda la ciencia es una gran lucha por la vida; lo es,
sobre todo, la medicina. En definitiva, la medicina es un esfuerzo por
oponerse a la muerte, es búsqueda de inmortalidad. Pero, ¿podemos encontrar
una medicina que nos asegure la inmortalidad? Esta es precisamente la
cuestión del evangelio de hoy. Tratemos de imaginar que la medicina llegue a
encontrar la receta contra la muerte, la receta de la inmortalidad. Incluso
en ese caso, se trataría de una medicina que se situaría dentro de la
biosfera, una medicina ciertamente útil también para nuestra vida espiritual
y humana, pero de por sí una medicina confinada dentro de la biosfera.
Es fácil imaginar lo que sucedería si la vida biológica del hombre no
tuviera fin, si fuera inmortal: nos encontraríamos en un mundo envejecido,
en un mundo lleno de viejos, en un mundo que no dejaría espacio a los
jóvenes, un mundo en el que no se renovaría la vida. Así comprendemos que
este no puede ser el tipo de inmortalidad al que aspiramos; esta no es la
posibilidad de beber en la fuente de la vida, que todos deseamos.
Precisamente en este punto, en el que, por una parte, comprendemos que no
podemos esperar una prolongación infinita de la vida biológica y sin
embargo, por otra, deseamos beber en la fuente de la vida para gozar de una
vida sin fin, precisamente en este punto interviene el Señor y nos habla en
el evangelio diciendo: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí,
aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás" (Jn
11, 25-26). "Yo soy la resurrección": beber en la fuente de la vida es
entrar en comunión con el amor infinito que es la fuente de la vida. Al
encontrar a Cristo, entramos en contacto, más aún, en comunión con la vida
misma y ya hemos cruzado el umbral de la muerte, porque estamos en contacto,
más allá de la vida biológica, con la vida verdadera.
Los Padres de la Iglesia llamaron a la Eucaristía medicina de inmortalidad.
Y lo es, porque en la Eucaristía entramos en contacto, más aún, en comunión
con el cuerpo resucitado de Cristo, entramos en el espacio de la vida ya
resucitada, de la vida eterna. Entramos en comunión con ese cuerpo que está
animado por la vida inmortal y así estamos ya desde ahora y para siempre en
el espacio de la vida misma. Así, este evangelio es también una profunda
interpretación de lo que es la Eucaristía y nos invita a vivir realmente de
la Eucaristía para poder ser transformados en la comunión del amor. Esta es
la verdadera vida.
En el evangelio de san Juan el Señor dice: "Yo he venido para que tengan
vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Vida en abundancia no es, como
algunos piensan, consumir todo, tener todo, poder hacer todo lo que se
quiera. En ese caso viviríamos para las cosas muertas, viviríamos para la
muerte. Vida en abundancia es estar en comunión con la verdadera vida, con
el amor infinito. Así entramos realmente en la abundancia de la vida y nos
convertimos en portadores de la vida también para los demás.
Los prisioneros de guerra que estuvieron en Rusia durante diez años o más,
expuestos al frío y al hambre, después de volver dijeron: "Pude sobrevivir
porque sabía que me esperaban. Sabía que había personas que me esperaban,
sabía que yo era necesario y esperado". Este amor que los esperaba fue la
medicina eficaz de la vida contra todos los males.
En realidad, hay alguien que nos espera a todos. El Señor nos espera; y no
sólo nos espera: está presente y nos tiende la mano. Aceptemos la mano del
Señor y pidámosle que nos conceda vivir realmente, vivir la abundancia de la
vida, para poder así comunicar también a nuestros contemporáneos la
verdadera vida, la vida en abundancia. Amén.
(Homilía del Papa Benedicto XVI en la Iglesia de San Lorenzo in Piscibus,
Roma el domingo 9 de marzo de 2008)
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Aplicación: San Juan Pablo II - Corazón de Jesús, Vida y
Resurrección nuestra, ten misericordia de nosotros
¡Queridos Hermanos y Hermanas!
1.Esta invocación de las letanías del Sagrado Corazón encierra en una frase
todo el misterio de Cristo Redentor; nos recuerda las palabras dirigidas por
Jesús a Marta, afligida por la muerte de su hermano Lázaro: "Yo soy la
resurrección y la vida. El que cree en Mi, aunque muera, vivirá" (Jn 11,25).
Jesús es la vida que brota eternamente de la divina fuente del Padre: "En el principio existía la
Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios .. En ella
estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (Jn1,1.4).
Jesús es vida en Sí mismo: "Como el Padre tiene vida en Sí mismo, así
también le ha dado al Hijo tener vida en Si mismo" (Jn 5,26). En Su Corazón
la vida divina y la vida humana se unen armónicamente, en plena e
inseparable unidad.
Pero Jesús es también vida para nosotros. "Dar la vida" es el objetivo de la
misión que Él, Buen Pastor, recibió del Padre: "Yo he venido para que tengan
vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).
2.Jesús es también la resurrección. Nada es tan radicalmente contrario a la
santidad de Cristo -el Santo del Señor (Lc. 1,35; Me 1,24)- como el pecado;
nada es tan opuesto a Él, fuente de vida, como la muerte.
Un vinculo misterioso une pecado y muerte (Sb 2,24; Rm 5,12; 6,23; etc):
ambas son realidades esencialmente contrarias al proyecto de Dios sobre el
hombre, que no fue hecho para la muerte, sino para la vida. Ante toda
expresión de muerte, el Corazón de Cristo se conmovió profundamente, y por
Amor al Padre y a los hombres, sus hermanos, hizo de su vida un "prodigioso
duelo" contra la muerte (Misal Romano, Secuencia de Pascua): con una palabra
restituyó la vida física a Lázaro, al hijo de la viuda de Naín, a la hijo de
Jairo; con la fuerza de Su Amor Misericordioso devolvió la vida espiritual a
Zaqueo, a María Magdalena, a la adúltera y a cuantos supieron reconocer su
presencia salvadora.
3.Nadie como María Santísima ha experimentado que el "Corazón de Jesús es
Vida y Resurrección".
Del Corazón de Jesús, María Santísima recibió la vida de la gracia original
y, en la escucha de su palabra y en la observación atenta de sus gestos
salvíficos, pudo custodiarla y nutrirla.
Por el Corazón de Jesús, María Santísima fue asociada de modo singular a la
victoria sobre la muerte: el misterio de Su Asunción en cuerpo y alma al
cielo es el consolador documento de que la victoria de Cristo sobre el
pecado y sobre la muerte se prolonga en los miembros de Su Cuerpo Místico,
y, como primero entre todos, en María, "miembro excelentísimo" de la Iglesia
(Lumen Gentiurn, 53).
Glorificada en el Cielo, la Virgen está, con Su Corazón de Madre, al
servició de la redención obrada por Cristo. La "Madre de la Vida"está cerca
de toda mujer que da a luz un hijo, está al lado de toda fuente bautismal
donde, por el agua y por el Espíritu (Jn 3,5) nacen los miembros de Cristo.
Ella que es "Salud de los enfermos", está donde la vida se consume afectada
por el dolor y la enfermedad. Ella que es "Madre de Misericordia" llama a
quien ha caído bajo el peso de la culpa para que vuelva a las fuentes de la
vida. Ella que es "Refugio de pecadores" señala, a quienes se habían alejado
de Él, el camino que conduce a Cristo. Ella que es "Virgen dolorosa" está
donde la vida se apaga.
Invoquémosla con la Iglesia: "Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
(Juan Pablo II, Ángelus, 23 de julio de 1989)
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Aplicación:
Benedicto XVI - La Resurrección
Queridos hermanos y hermanas:
Ya sólo faltan dos semanas para la Pascua y todas las lecturas bíblicas de
este domingo hablan de la resurrección. Pero no de la resurrección de Jesús,
que irrumpirá como una novedad absoluta, sino de nuestra resurrección, a la
que aspiramos y que precisamente Cristo nos ha donado, al resucitar de entre
los muertos. En efecto, la muerte representa para nosotros como un muro que
nos impide ver más allá; y sin embargo nuestro corazón se proyecta más allá
de este muro y, aunque no podemos conocer lo que oculta, sin embargo, lo
pensamos, lo imaginamos, expresando con símbolos nuestro deseo de eternidad.
El profeta Ezequiel anuncia al pueblo judío, en el destierro, lejos de la
tierra de Israel, que Dios abrirá los sepulcros de los deportados y los hará
regresar a su tierra, para descansar en paz en ella (cf. Ez 37, 12-14). Esta
aspiración ancestral del hombre a ser sepultado junto a sus padres es anhelo
de una "patria" que lo acoja al final de sus fatigas terrenas. Esta
concepción no implica aún la idea de una resurrección personal de la muerte,
pues esta sólo aparece hacia el final del Antiguo Testamento, y en tiempos
de Jesús aún no la compartían todos los judíos. Por lo demás, incluso entre
los cristianos, la fe en la resurrección y en la vida eterna con frecuencia
va acompañada de muchas dudas y mucha confusión, porque se trata de una
realidad que rebasa los límites de nuestra razón y exige un acto de fe. En
el Evangelio de hoy -la resurrección de Lázaro-, escuchamos la voz de la fe
de labios de Marta, la hermana de Lázaro. A Jesús, que le dice: "Tu hermano
resucitará", ella responde: "Sé que resucitará en la resurrección en el
último día" (Jn 11, 23-24). Y Jesús replica: "Yo soy la resurrección y la
vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá" (Jn 11, 25). Esta es la
verdadera novedad, que irrumpe y supera toda barrera. Cristo derrumba el
muro de la muerte; en él habita toda la plenitud de Dios, que es vida, vida
eterna. Por esto la muerte no tuvo poder sobre él; y la resurrección de
Lázaro es signo de su dominio total sobre la muerte física, que ante Dios es
como un sueño (cf. Jn 11, 11).
Pero hay otra muerte, que costó a Cristo la lucha más dura, incluso el
precio de la cruz: se trata de la muerte espiritual, el pecado, que amenaza
con arruinar la existencia del hombre. Cristo murió para vencer esta muerte,
y su resurrección no es el regreso a la vida precedente, sino la apertura de
una nueva realidad, una "nueva tierra", finalmente unida de nuevo con el
cielo de Dios. Por este motivo, san Pablo escribe: "Si el Espíritu del que
resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de
entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos
mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros" (Rm 8, 11).
Queridos hermanos, encomendémonos a la Virgen María, que ya participa de
esta Resurrección, para que nos ayude a decir con fe: "Sí, Señor: yo creo
que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios" (Jn 11, 27), a descubrir que él es
verdaderamente nuestra salvación.
(Ángelus del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el domingo 10 de
abril de 2011)
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Ejemplos Predicables
Amenazados de resurrección
Me dicen que estoy amenazado de muerte, escribía un periodista. De muerte
corporal, a la que amó Francisco de Asís. ¿Quién no está amenazado de
muerte? Lo estamos todos desde que nacemos. Amenazados de muerte. ¿Y qué?
Dice Jesús:
A todos les
perdono anticipadamente. Y a todos los sigo amando desde mi cruz.
¿Amenazado de muerte? Hay en ello un error. Ni yo ni nadie estamos
amenazados de muerte. Estamos amenazados de amor. Los cristianos no estamos
amenazados de muerte. Estamos amenazados de resurrección. Porque, además del
Camino y
(Cortesía: iveargentina.org y otros)