Domingo 4 de Cuaresma A - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
A su disposición
Introducción: Pere Tena - El segundo escrutinio
Introducción. Hans Urs von Balthasar - a las tres lecturas
Comentario teológico: J. Aldazabal - La luz espiritual
Santos Padres: San Agustín - Jn 9,1-41: Todos hemos nacido con la ceguera
del corazón
Aplicación: Andre Seve -
mirar y ver
Ejemplos
Recrusos adicionales para la preparación
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Introducción: Pere Tena - El segundo escrutinio
El domingo IV de Cuaresma es notable, como se sabe, por diversos motivos: es
el domingo "Laetare" -según el título clásico- que anuncia la proximidad de
la Pascua, pasada ya la mitad de la Cuarentena; es el segundo domingo de
escrutinios, segunda etapa de esta gran experiencia de examen interior y
renovador que todos estamos llamados a realizar, en solidaridad con los
candidatos al bautismo, incluso si éstos no son visibles en nuestra
comunidad, pero que existen ciertamente en la Iglesia, es, en fin, sobre
todo en el ciclo A, el domingo "luminoso": las lecturas y la eucología
ambientan la celebración en un tono pre-pascual. Por eso, en algunas
comunidades se prepara hoy el Cirio pascual, como un elemento más de esta
alegría precursora de la Noche santa.
-La liturgia de la palabra
El texto fundamental es el evangelio del ciego de nacimiento, la lectura
íntegra del cual es del todo necesaria si se quiere entrar plenamente en la
viveza de la narración joánica. Pero centrar la homilía sólo en un aspecto
de la narración sería contradecir el uso litúrgico, que escucha el evangelio
como el anuncio de aquello que el Señor continúa realizando en los
sacramentos de la iniciación cristiana.
En esta ocasión, el texto que acompaña directamente al evangelio no es la
primera lectura sino la segunda, del Apóstol, con referencias claramente
bautismales. La primera lectura sigue este domingo el itinerario propio de
las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma: las etapas de la historia
salvífica. Al cuarto domingo de Cuaresma corresponde, cada año, una
referencia al "reino"; este año, por eso, leemos la narración de la primera
unción del rey David: su "elección" por parte de Dios, cuando guardaba los
rebaños de su padre. Quizá esta elección de David pueda tener también una
referencia catecumenal, en atención a los "elegidos" que se preparan para
recibir el bautismo. También el pastoreo de David suscita la imagen del
verdadero pastor de Israel, el Señor.
-Síntesis doctrinal
Consideremos aún hoy el prefacio propio de este domingo de escrutinios, y
miremos de encontrar el núcleo interpretativo que nos ofrece la liturgia de
la Iglesia. El texto se mueve en dos momentos sucesivos, pero íntimamente
vinculados: el misterio de Cristo en sí mismo, y la participación
sacramental en él. En los dos momentos, el protagonista es "Cristo, Señor
nuestro". En los dos momentos, pero la acción de Cristo es vista en función
de los hombres.
La primera parte está centrada en el misterio de la encarnación: el Hijo de
Dios se ha hecho hombre (No está fuera de lugar recordar que precisamente
hoy es el día 25 de marzo, día en que la Iglesia celebra anualmente este
misterio, aunque este año, a causa del domingo, se traslade la celebración).
La encarnación es vista como una fuerza que conduce hacia la luz, en tanto
que la luz-Cristo ha venido a habitar en medio de las tinieblas-linaje
humano. El prólogo de san Juan es la referencia de esta idea, y la narración
del ciego de nacimiento su verificación. Es interesante notar con qué
frecuencia, en la narración, se insiste en hablar de "este hombre" para
indicar a Jesús; también es significativa la utilización del barro para dar
la vista al ciego, que hace pensar en la narración del Génesis: el hombre
"terrenal" es iluminado-recreado por el Enviado, en el bautismo.
Eso nos lleva al segundo momento: el sacramental. Cristo-luz continúa
realizando hoy, en la Iglesia, esa iluminación a los hombres, conduciéndolos
de las tinieblas a la luz, por medio del baño de regeneración, no como una
simple iluminación externa, sino otorgándoles el resplandor de "hijos de
adopción": una nueva vida (conviene recordar el tema de la transfiguración).
El Hombre nuevo, JC, nos comunica su novedad. El canto litúrgico que san
Pablo recoge en la segunda lectura de hoy dice exactamente esto: "Despierta
tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz". Los
cristianos son luz, como Cristo es luz, viviendo entre los hombres, para
iluminarlos. El bautismo es "iluminación".
-Aplicaciones
Si el diálogo con la samaritana conducía a "escrutar" las disposiciones
interiores para acoger la oferta del Don del Espíritu hecha por Cristo, la
narración del ciego de nacimiento conduce a "escrutar" las zonas de nuestra
vida que se resisten a la "iluminación" bautismal y permanecen más o menos
tenebrosas. Las dificultades que rodean al ciego en su experiencia de
iluminado son, por otro lado, indicativas de situaciones paralelas en
nuestras vidas: el cristiano se encuentra fácilmente con reacciones de
admiración, de contradicción, de exclusión, de interrogación, incluso de
desconocimiento ("No es él, pero se le parece"). Hace falta toda la
convicción de la fe para mantener el testimonio, y únicamente dejándonos
iluminar más y más por el Señor conseguiremos llevar una vida luminosa.
Esta luz es frágil, también en nuestros tiempos. La Cuaresma es el tiempo
propicio para alimentarla: con la Palabra de Dios, con la contemplación
personal, con los sacramentos de la Eucaristía y de Penitencia. Hoy, en el
contexto de la proximidad de la Pascua, habría que subrayar el valor de una
celebración individual de la reconciliación, que sea la actualización del
juicio que Cristo ha venido a realizar en este mundo: llevar la luz en medio
de las tinieblas, y hacer que los hombres nos demos cuenta de cómo
necesitamos esta luz para salir de nuestros pecados y llevar una vida cada
vez más luminosa. La oración postcomunión expresa precisamente esta
petición.
(PERE TENA, MISA DOMINICAL 1990/07)
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Introducción. Hans Urs von Balthasar - a las tres lecturas
1. «Para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos». La
larga historia (narrada en forma de drama en el evangelio) de la curación
del ciego de nacimiento termina con esta alternativa: el que reconoce que
debe su vista, su fe, a Cristo, llega, por la pura gracia del Señor,
definitivamente a la luz; pero el que cree que ve y que es un buen creyente
por sí mismo y sin deber nada a la gracia, ése es ya ciego y lo será
siempre. Es lo que Jesús dice al final a los fariseos: «Si estuvierais
(completamente) ciegos no tendríais pecado; pero como decís que véis,
vuestro pecado persiste». El ciego de nacimiento no pide a Jesús que le
conceda la vista, tampoco Jesús le pregunta si quiere ver; es simplemente un
objeto de demostración en el que la acción de Dios debe hacerse manifiesta.
Y después se transforma lentamente en un perfecto creyente. Primero obedece
sin comprender: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé. El ciego fue, se lavó y
volvió con vista». Después no sabe quién es realmente el que le ha curado.
Pero ante los fariseos se muestra más osado y confiesa que el hombre que le
ha curado es un profeta, y como sus padres no se atreven (por miedo a los
judíos) a reconocer a Jesús como profeta, el ciego tiene el coraje de
desafiar a sus adversarios («¿También vosotros queréis haceros discípulos
suyos?») y de dejarse expulsar de la sinagoga. Ahora está ya maduro para
encontrarse con Cristo y (cuando Jesús se da a conocer) adorarle como un
auténtico creyente. Sale de las tinieblas de la desesperanza para entrar en
la más pura luz de la fe; todo ello en virtud de una gracia que él ni
siquiera ha pedido, una gracia cuya lógica sigue obedientemente y que crece
en él como un grano de mostaza hasta convertirse en el mayor de los árboles.
2. La elección de David (primera lectura) es como una confirmación de que el
más pequeño, aquel en el que nadie ha pensado (ni Jesé, ni Samuel), se
convierte inopinadamente en el justo, en el elegido de Dios que supera a
todos sus hermanos mayores. «La mirada de Dios no es como la mirada del
hombre, pues el hombre mira a las apariencias, pero el Señor mira al
corazón», dice el Señor al profeta que busca al rey que ha de ungir. «En
aquel momento», no antes, «el Espíritu del Señor invadió a David y estuvo
con él en adelante», el mismo Espíritu que le hace crecer hasta convertirle
en símbolo y antepasado de Jesús, en el profeta que, en el trágico destino
de su vejez, anticipa algo de la pasión de su descendiente, Cristo. Como el
ciego de nacimiento que termina siendo expulsado de la sinagoga.
3. La segunda lectura nos exhorta simplemente a comportarnos como «hijos de
la luz». Todos nosotros hemos seguido el mismo camino que el ciego de
nacimiento: «En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor»; es
decir: habéis sido introducidos por el Señor, que es la luz del mundo, en su
luz; por eso: «Caminad como hijos de la luz». Y como hijos de la luz
debemos, al igual que el ciego de nacimiento, sacar las tinieblas a la luz,
transformarlas para que se vea cómo están iluminadas por la luz y, en el
caso de que se dejen transformar, ellas mismas se convierten en luz. Aquí,
como en el gran relato del evangelio, queda claro que la luz de Jesús no
sólo ilumina, sino que transforma todo lo que ilumina en luz que brilla y
actúa junto con la de Jesús.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 49 s.)
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Comentario teológico: J. Aldazabal - La luz espiritual
-Situación.
-El evangelio de hoy es el segundo de los "bautismales", con los que Juan
presenta simbólicamente a Cristo, esta vez en clave de "luz".
La curación de la vista corporal le sirve para construir toda una catequesis
de la luz espiritual, con la que Cristo nos ilumina a nosotros y nosotros le
reconocemos a Él como el Enviado. Esta clave es la central de la Palabra de
hoy, y convendrá ponerla en relación con la Pascua que preparamos (también
la celebraremos con el simbolismo de la Luz), con el Bautismo que recordamos
y renovamos (el simbolismo del Cirio y los cirios también es propio de este
sacramento), con la vida pascual que queremos vivir...
Convendrá leer íntegro el evangelio, aunque sea largo. Vale la pena. Es una
catequesis dramática, progresiva, de la persona de Cristo como Luz (el
domingo pasado, como Agua verdadera, y el próximo como la Resurrección y la
Vida).
A la hora de la homilía convendrá que renunciemos a tantos matices y
comentarios que se nos ocurren, al leer el evangelio (la vivacidad del
relato, las diversas reacciones de las personas, la pedagogía progresiva que
conduce al ciego a la fe, el contraste con la ceguera también creciente de
los fariseos...) y nos centremos en el tema principal: Cristo como Luz y el
programa de Luz bautismal y pascual que se nos ofrece a nosotros.
-Los caminos de Dios, distintos.
-La primera lectura no sigue la temática de los evangelios, sino, como ya
indicamos al principio de la Cuaresma, la dinámica de la Historia de la
Salvación. Hoy leemos un gran regalo de Dios a su pueblo: un rey según su
corazón, David, que dio a Israel su unidad política y su prestigio, además
de su fervor religioso. No es cuestión que a toda costa relacionemos este
pasaje con el evangelio. Pero sí con la Pascua que preparamos. Es una
lección de Dios a su pueblo: además de tomar Él la iniciativa, sorprende a
todos, no eligiendo al hijo mayor, al más alto y fuerte, sino a un muchacho
débil, en quien nadie había pensado. Los instrumentos más débiles son los
que parece elegir Dios a lo largo de la historia. Es un modo desconcertante
de actuar. También ahora, cara a la Pascua, vemos a un hombre de pueblo,
hijo de un obrero, pobre, que no pertenece a la nobleza ni a las clases
sacerdotales: pero Él es el Enviado de Dios, y el que con su muerte
(aparentemente un fracaso trágico) salva a la humanidad. Los planes de Dios
son distintos de los nuestros, ciertamente. El Salmo nos invita a cantar a
Dios como nuestro Pastor y mostrar nuestra confianza en Él.
J/LUZ-MUNDO.-Cristo, Luz para nuestro mundo.
-Juan nos retrata hoy a Jesús como Luz verdadera, en una revelación
progresiva, muy típica de este evangelio, que culmina en el "yo soy" en boca
de Cristo (cap. 9, "yo soy la Luz"; cap. 10, "yo-soy el Pastor... la
Puerta"; cap. 11, "yo soy la Vida"...). El hombre de hoy está falto de luz.
Quién más quién menos, todos estamos en una situación de penumbra o de
tiniebla: dudas, soledad, desorientación, búsqueda, confusión de ideas. La
respuesta de Dios es su Hijo, Jesús, la Luz que disipa toda tiniebla, vence
a la muerte, orienta y dirige, comunica la verdad, conduce a la salvación y
la alegría. Esto es lo que celebramos en Pascua. La verdadera Luz está en
Dios mismo, "luz sobre toda luz", como decimos en la Plegaria IV. Pero
Cristo es el reflejo de esa Luz inaccesible: "oh Luz gozosa de la santa
gloria del Padre...". Él es "el Sol que nace de lo alto". Pero en el
evangelio vemos que no sólo es Luz, sino también "juicio", o signo de
contradicción. El ciego, que es tenido por pecador, llega gradualmente a la
luz y cree en Cristo. Los fariseos, los que eran tenidos por "los justos",
se van encerrando en sí mismos y en su oscuridad, en su pecado, y no aceptan
a Cristo. Ahí está el "juicio" y la división: los que no ven, llegan a ver;
los que creen ver, se quedan ciegos. La Pascua próxima nos pondrá también a
nosotros en la encrucijada de una opción: luz o tiniebla.
CR/LUZ.-Nosotros, hijos de la luz.-
Pablo, en la segunda lectura, nos ayuda a aplicar a nuestra existencia el
simbolismo de la luz. Lo del ciego que recobra la vista y camina en la luz,
es una pauta para entender que nosotros -todos un poco ciegos- vamos a ser
iluminados por Cristo en esta Pascua. Y eso nos compromete a vivir como
"hijos de la luz", a dejar la tiniebla y dejarnos llevar por la Luz.
BAU/ILUMINACION: Y el Bautismo fue nuestra primera "iluminación"
("iluminados" fue durante siglos sinónimo de "bautizados"). Cada Pascua,
recordándonos el Bautismo y haciéndonos sintonizar con la nueva Vida en
Cristo, nos invita y urge a que en nuestra vida se noten los "frutos de la
luz" (Pablo enumera la bondad, la justicia, la verdad), abandonando las
"obras de las tinieblas".
También nosotros, los cristianos, tenemos el peligro de rechazar en la
práctica la Luz de Cristo. Todo el evangelio de Juan está como impregnado de
aquella afirmación primera: "los suyos no le recibieron" (1. 14), a pesar de
que el Enviado era la Luz que ilumina a todos. Seguramente no le
rechazaremos en teoría, pero sí en la práctica, no obrando como "hijos de la
luz". Vida Pascual es sinónimo de vida en la Luz. Y esa es la meta de toda
la Cuaresma.
Todavía hay otros aspectos: los que somos "iluminados" por la Luz de Cristo
(en el Bautismo, en esta Pascua), debemos ser por nuestra parte
"iluminadores" de los demás. Como el ciego, que dio testimonio de su fe en
Cristo, a pesar de que le costó la expulsión de la sinagoga.
(J. ALDAZABAL, MISA DOMINICAL 1987/07)
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Santos Padres: San Agustín - Jn 9,1-41: Todos hemos nacido con la
ceguera del corazón
Hemos escuchado la lectura acostumbrada del santo evangelio; pero bueno será
recordarla y preservar la memoria del sopor del olvido. Esta lectura,
además, aunque la conocemos desde hace mucho, nos ha producido el mismo
deleite que si la hubiéramos oído por primera vez. Cristo devolvió la vista
a un ciego de nacimiento; ¿qué hay en ello de maravilla? Cristo es el médico
por excelencia, y con esta merced le dio lo que le había hecho de menos en
el seno materno. ¿Fue distracción o inhabilidad éste dejarle sin vista? No
ciertamente; lo hizo para dársela milagrosamente más tarde.
Tal vez me diréis: «¿Cómo lo sabes tú?». Se lo he oído a él mismo; lo dijo
hace un momento, juntos lo hemos escuchado. Sus discípulos le preguntaron:
Señor, el haber nacido este ciego, fue culpa suya o de sus padres? Él les
respondió lo que acabáis de oír conmigo: Ni pecó él ni sus padres; nació
ciego, para que se manifestaran las obras de Dios en él (Jn 9,2-3). Ya veis
por qué difirió el darle, lo que no le dio entonces. No hizo entonces lo que
había de hacer más tarde; no hizo lo que sabía que haría cuando convenía. No
penséis, hermanos, que sus padres no tuvieron pecado alguno, ni que no
hubiese contraído él la culpa original al nacer, para cuya remisión se
administra el bautismo a los niños, bautismo que tiene por finalidad el
borrar los pecados. Mas aquella ceguera no se debió a la culpa de sus padres
ni a culpa personal, sino que existió para que se manifestaran las obras de
Dios en él. Porque, aunque todos hemos contraído el pecado original al
nacer, no por eso hemos nacido ciegos; aunque bien mirado, también nosotros
nacimos ciegos. ¿Quién no ha nacido ciego, en verdad? Ciego de corazón. El
Señor que había hecho ambas cosas, los ojos y el corazón, curó igualmente
las dos.
Habéis visto al ciego con los ojos de la fe; le visteis pasar de la ceguera
a la visión y le oísteis errar. ¿En qué erraba este ciego? Lo diré: Lo
primero, en juzgar que Cristo era un simple profeta, ignorando que era el
Hijo de Dios; además hemos oído una respuesta suya totalmente falsa. Dijo,
en efecto: Sabemos que Dios no oye a los pecadores (Jn 9,31). Si Dios no oye
a los pecadores, ¿qué esperanza nos queda a nosotros? Si Dios no oye a los
pecadores, ¿para qué oramos y damos golpes de pecho, testimonio de nuestro
pecado? Pecador era ciertamente aquel publicano que subió junto con un
fariseo al templo, y mientras éste alardeaba y aireaba sus méritos, él, de
pie allá lejos, con la vista en el suelo y golpeándose el pecho, confesaba
sus pecados. Y salió justificado del templo el que confesaba sus pecados, y
no el fariseo.
No existe duda alguna: Dios oye a los pecadores. Mas quien afirmaba esto aún
no había lavado su rostro en Siloé. Se le había aplicado a sus ojos el gesto
misterioso, pero aún no había actuado en su corazón el beneficio de la
gracia. ¿Cuándo lavó este ciego el rostro de su corazón? Cuando, echado de
la sinagoga por los judíos, el Señor le abrió los ojos del alma; pues,
habiéndole encontrado, le dijo, según hemos oído: ¿Crees tú en el Hijo de
Dios? ¿Quién es, Señor, respondió, para que crea en él? (Jn 9,35-36). Ya le
veía con los ojos, pero aún no con el corazón. Esperad; ahora le verá. Jesús
le respondió: Soy yo, el que habla contigo (Jn 9,37). ¿Acaso lo dudó?
Inmediatamente lavó su rostro. En efecto, estaba hablando con aquel Siloé
que significa enviado. Luego él era Siloé. El ciego de corazón se le acercó,
lo escuchó, lo creyó, lo adoró; lavó su rostro y vio.
Quienes lo arrojaron de la sinagoga continuaron en su ceguera, como se vio
en el reproche que dirigieron al Señor de haber violado el sábado por hacer
lodo con su saliva y untar los ojos al ciego. Digo en su ceguera, porque
reprocharle al Señor las curaciones obradas con su sola palabra no era
ceguera, sino calumnia manifiesta. ¿Hacía en efecto algo en sábado, cuando
curaba con la palabra? Calumnia manifiesta, porque se le acusaba de mandar,
se le acusaba de hablar, como si ellos no hablaran el sábado. Sin embargo,
bien puedo decir que no hablaban ni en sábado ni en ningún otro día, porque
habían dejado de alabar al verdadero Dios.
Con todo, hermanos, eso era, como dije, calumnia palpable. Decía el Señor a
un hombre: Extiende tu mano; él quedaba sano, y ellos le acusaban de curar
en día de sábado. ¿Qué hizo? ¿Qué labor ejecutó? ¿Qué peso llevó a cuestas?
Pero ahora escupir en el suelo, hacer lodo y untarle al hombre los ojos ya
es hacer algo. Nadie lo dude; aquello era obrar. El Señor violaba el sábado,
mas no por eso era culpable. ¿Qué significa este decir que violaba el
sábado? Él era la luz y disipaba las tinieblas. Porque, si bien el sábado
había sido preceptuado por el Señor Dios, fue preceptuado también por el
mismo Cristo, dador de la ley en cuanto Dios, aunque preceptuado como
vislumbre de lo por venir: Que nadie os juzgue en cuanto al comer y al
beber, o en materia de fiestas y novilunios, o sábados, que no eran sino
sombra de las cosas que habían de venir (Col 2,16-17). Había llegado ya
aquel a quien anunciaban. ¿Qué placer hay en andar a oscuras? Abrid, pues,
los ojos, ¡oh judíos!; el sol está presente. -Nosotros sabemos... -¿Qué
sabéis, corazones ciegos? ¿Qué sabéis? -Que no viene de Dios este hombre que
así viola el sábado (Jn 9,24.16). -¡Desgraciados; pero si el sábado lo ha
establecido Cristo de quien decís que no viene de Dios! Observáis tan
carnalmente el sábado que no tenéis la saliva de Cristo. Mirad la tierra del
sábado a la luz de la saliva de Cristo, y veréis en el sábado un anuncio del
Mesías. Mas porque no tenéis sobre vuestros ojos la saliva de Cristo en la
tierra, por eso no fuisteis a Siloé, ni lavasteis el rostro y habéis
permanecido ciegos. Así se hizo para bien de este ciego, aunque ya no es
ciego ni en el cuerpo ni en el corazón. Recibió el lodo hecho con saliva, se
le untaron los ojos, fue a Siloé, lavó allí su rostro, creyó en Cristo, lo
vio y escapó de aquel terrible juicio: Yo he venido al mundo para un juicio:
para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos (Jn 9,39).
(San Agustín, Sermón 136,1-3)
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Aplicación: Andre
Seve - mirar y ver
¿El relato de un milagro? No, Juan despacha el milagro es un par de
versículos de los 41 del relato. Narra despacio el proceso de la fe. Al
principio, todos ciegos. Al final, uno curado y muchos ciegos. (...) El
ciego sale de la noche: "¡Creo en ti Señor!". Los judíos se sumergen en la
noche: "Ese Jesús es un pecador".
¡Un ciego maravilloso! Patrono de los que buscan la luz. Sube obstinadamente
hacia el misterio de Jesús, sin dejarse asustar por los que "saben", y
bromeando con ellos cuando los demás tiemblan. Juan escribe aquí su página
más viva, salpicada de preguntas y sobresaltos: ¿Quién es ése? ¿Qué ha
hecho? ¿Dónde está? ¿Quién es? Y tú, ¿qué dices de él? ¡Ese hombre no viene
de Dios! Pero, ¿cómo puede hacer signos semejantes? ¿Eres tú discípulo de
ese hombre? ¡Desde el nacimiento eres pecador! Ellos dicen "nosotros
sabemos", y se ciegan a sí mismos. Él responde: "Yo no sé nada", y ve surgir
poco a poco la luz; dice: "el hombre"; luego: "viene de Dios"; y finalmente:
"¡Señor!". Puede leerse una y mil veces el evangelio sin ver a Jesús.
Desde el comienzo, Juan no deja de repetirlo: "La luz brilla en la noche,
pero la noche no capta la luz" (Jn 1. 5). Ante el ciego que lo "ve" y los
fariseos que lo miran sin verlo, Jesús se siente obligado a constatar lo que
ocurre cuando él aparece: "Los ciegos ven y los que ven se hacen ciegos".
¡Pero yo sé! ¡Yo veo! No; "intentamos" ver. En cada página, día tras día.
Somos ese ciego a quien Jesús da ojos dos veces: primero, para mirarlo, y
luego para verlo. Hasta el último momento de nuestra vida, no dejemos de
repetir la misma oración: "Jesús, dame ojos para verte".
(ANDRE SEVE, EL EVANG. DE LOS DOMINGOS, EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág.
202)
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EJEMPLOS
La puerta del corazón
Un hombre había pintado un bonito cuadro. El día de la presentación
al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y
mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, reconocido artista.
Llegado el momento, se tiró el paño que revelaba el cuadro. Hubo un caluroso
aplauso. Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta
de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía
querer oír si dentro de la casa alguien le respondía. Hubo discursos y
elogios. Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy
curioso, encontró un fallo en el cuadro. La puerta no tenía cerradura. Y fue
a preguntar al artista: "Su puerta no tiene cerradura. ¿Cómo se hace para
abrirla?". El pintor respondió: "No tiene cerradura porque esa es la puerta
del corazón del hombre. Sólo se abre por el lado de adentro".
(Tomado de www.encuentra.com)
(cortesía de NBCD)