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Domingo 4 de Cuaresma A - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical


A su disposición 
Introducción: Pere Tena - El segundo escrutinio

Introducción. Hans Urs von Balthasar - a las tres lecturas

Comentario teológico: J. Aldazabal - La luz espiritual

Santos Padres: San Agustín - Jn 9,1-41: Todos hemos nacido con la ceguera del corazón

Aplicación: Andre Seve - mirar y ver

Ejemplos

Recrusos adicionales para la preparación

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo


Introducción: Pere Tena - El segundo escrutinio

El domingo IV de Cuaresma es notable, como se sabe, por diversos motivos: es el domingo "Laetare" -según el título clásico- que anuncia la proximidad de la Pascua, pasada ya la mitad de la Cuarentena; es el segundo domingo de escrutinios, segunda etapa de esta gran experiencia de examen interior y renovador que todos estamos llamados a realizar, en solidaridad con los candidatos al bautismo, incluso si éstos no son visibles en nuestra comunidad, pero que existen ciertamente en la Iglesia, es, en fin, sobre todo en el ciclo A, el domingo "luminoso": las lecturas y la eucología ambientan la celebración en un tono pre-pascual. Por eso, en algunas comunidades se prepara hoy el Cirio pascual, como un elemento más de esta alegría precursora de la Noche santa.

-La liturgia de la palabra

El texto fundamental es el evangelio del ciego de nacimiento, la lectura íntegra del cual es del todo necesaria si se quiere entrar plenamente en la viveza de la narración joánica. Pero centrar la homilía sólo en un aspecto de la narración sería contradecir el uso litúrgico, que escucha el evangelio como el anuncio de aquello que el Señor continúa realizando en los sacramentos de la iniciación cristiana.

En esta ocasión, el texto que acompaña directamente al evangelio no es la primera lectura sino la segunda, del Apóstol, con referencias claramente bautismales. La primera lectura sigue este domingo el itinerario propio de las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma: las etapas de la historia salvífica. Al cuarto domingo de Cuaresma corresponde, cada año, una referencia al "reino"; este año, por eso, leemos la narración de la primera unción del rey David: su "elección" por parte de Dios, cuando guardaba los rebaños de su padre. Quizá esta elección de David pueda tener también una referencia catecumenal, en atención a los "elegidos" que se preparan para recibir el bautismo. También el pastoreo de David suscita la imagen del verdadero pastor de Israel, el Señor.

-Síntesis doctrinal

Consideremos aún hoy el prefacio propio de este domingo de escrutinios, y miremos de encontrar el núcleo interpretativo que nos ofrece la liturgia de la Iglesia. El texto se mueve en dos momentos sucesivos, pero íntimamente vinculados: el misterio de Cristo en sí mismo, y la participación sacramental en él. En los dos momentos, el protagonista es "Cristo, Señor nuestro". En los dos momentos, pero la acción de Cristo es vista en función de los hombres.

La primera parte está centrada en el misterio de la encarnación: el Hijo de Dios se ha hecho hombre (No está fuera de lugar recordar que precisamente hoy es el día 25 de marzo, día en que la Iglesia celebra anualmente este misterio, aunque este año, a causa del domingo, se traslade la celebración). La encarnación es vista como una fuerza que conduce hacia la luz, en tanto que la luz-Cristo ha venido a habitar en medio de las tinieblas-linaje humano. El prólogo de san Juan es la referencia de esta idea, y la narración del ciego de nacimiento su verificación. Es interesante notar con qué frecuencia, en la narración, se insiste en hablar de "este hombre" para indicar a Jesús; también es significativa la utilización del barro para dar la vista al ciego, que hace pensar en la narración del Génesis: el hombre "terrenal" es iluminado-recreado por el Enviado, en el bautismo.

Eso nos lleva al segundo momento: el sacramental. Cristo-luz continúa realizando hoy, en la Iglesia, esa iluminación a los hombres, conduciéndolos de las tinieblas a la luz, por medio del baño de regeneración, no como una simple iluminación externa, sino otorgándoles el resplandor de "hijos de adopción": una nueva vida (conviene recordar el tema de la transfiguración). El Hombre nuevo, JC, nos comunica su novedad. El canto litúrgico que san Pablo recoge en la segunda lectura de hoy dice exactamente esto: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz". Los cristianos son luz, como Cristo es luz, viviendo entre los hombres, para iluminarlos. El bautismo es "iluminación".

-Aplicaciones

Si el diálogo con la samaritana conducía a "escrutar" las disposiciones interiores para acoger la oferta del Don del Espíritu hecha por Cristo, la narración del ciego de nacimiento conduce a "escrutar" las zonas de nuestra vida que se resisten a la "iluminación" bautismal y permanecen más o menos tenebrosas. Las dificultades que rodean al ciego en su experiencia de iluminado son, por otro lado, indicativas de situaciones paralelas en nuestras vidas: el cristiano se encuentra fácilmente con reacciones de admiración, de contradicción, de exclusión, de interrogación, incluso de desconocimiento ("No es él, pero se le parece"). Hace falta toda la convicción de la fe para mantener el testimonio, y únicamente dejándonos iluminar más y más por el Señor conseguiremos llevar una vida luminosa.

Esta luz es frágil, también en nuestros tiempos. La Cuaresma es el tiempo propicio para alimentarla: con la Palabra de Dios, con la contemplación personal, con los sacramentos de la Eucaristía y de Penitencia. Hoy, en el contexto de la proximidad de la Pascua, habría que subrayar el valor de una celebración individual de la reconciliación, que sea la actualización del juicio que Cristo ha venido a realizar en este mundo: llevar la luz en medio de las tinieblas, y hacer que los hombres nos demos cuenta de cómo necesitamos esta luz para salir de nuestros pecados y llevar una vida cada vez más luminosa. La oración postcomunión expresa precisamente esta petición.
(PERE TENA, MISA DOMINICAL 1990/07)

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Introducción. Hans Urs von Balthasar - a las tres lecturas

1. «Para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos». La larga historia (narrada en forma de drama en el evangelio) de la curación del ciego de nacimiento termina con esta alternativa: el que reconoce que debe su vista, su fe, a Cristo, llega, por la pura gracia del Señor, definitivamente a la luz; pero el que cree que ve y que es un buen creyente por sí mismo y sin deber nada a la gracia, ése es ya ciego y lo será siempre. Es lo que Jesús dice al final a los fariseos: «Si estuvierais (completamente) ciegos no tendríais pecado; pero como decís que véis, vuestro pecado persiste». El ciego de nacimiento no pide a Jesús que le conceda la vista, tampoco Jesús le pregunta si quiere ver; es simplemente un objeto de demostración en el que la acción de Dios debe hacerse manifiesta. Y después se transforma lentamente en un perfecto creyente. Primero obedece sin comprender: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé. El ciego fue, se lavó y volvió con vista». Después no sabe quién es realmente el que le ha curado. Pero ante los fariseos se muestra más osado y confiesa que el hombre que le ha curado es un profeta, y como sus padres no se atreven (por miedo a los judíos) a reconocer a Jesús como profeta, el ciego tiene el coraje de desafiar a sus adversarios («¿También vosotros queréis haceros discípulos suyos?») y de dejarse expulsar de la sinagoga. Ahora está ya maduro para encontrarse con Cristo y (cuando Jesús se da a conocer) adorarle como un auténtico creyente. Sale de las tinieblas de la desesperanza para entrar en la más pura luz de la fe; todo ello en virtud de una gracia que él ni siquiera ha pedido, una gracia cuya lógica sigue obedientemente y que crece en él como un grano de mostaza hasta convertirse en el mayor de los árboles.

2. La elección de David (primera lectura) es como una confirmación de que el más pequeño, aquel en el que nadie ha pensado (ni Jesé, ni Samuel), se convierte inopinadamente en el justo, en el elegido de Dios que supera a todos sus hermanos mayores. «La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira a las apariencias, pero el Señor mira al corazón», dice el Señor al profeta que busca al rey que ha de ungir. «En aquel momento», no antes, «el Espíritu del Señor invadió a David y estuvo con él en adelante», el mismo Espíritu que le hace crecer hasta convertirle en símbolo y antepasado de Jesús, en el profeta que, en el trágico destino de su vejez, anticipa algo de la pasión de su descendiente, Cristo. Como el ciego de nacimiento que termina siendo expulsado de la sinagoga.

3. La segunda lectura nos exhorta simplemente a comportarnos como «hijos de la luz». Todos nosotros hemos seguido el mismo camino que el ciego de nacimiento: «En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor»; es decir: habéis sido introducidos por el Señor, que es la luz del mundo, en su luz; por eso: «Caminad como hijos de la luz». Y como hijos de la luz debemos, al igual que el ciego de nacimiento, sacar las tinieblas a la luz, transformarlas para que se vea cómo están iluminadas por la luz y, en el caso de que se dejen transformar, ellas mismas se convierten en luz. Aquí, como en el gran relato del evangelio, queda claro que la luz de Jesús no sólo ilumina, sino que transforma todo lo que ilumina en luz que brilla y actúa junto con la de Jesús.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 49 s.)

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Comentario teológico: J. Aldazabal - La luz espiritual

-Situación.

-El evangelio de hoy es el segundo de los "bautismales", con los que Juan presenta simbólicamente a Cristo, esta vez en clave de "luz".

La curación de la vista corporal le sirve para construir toda una catequesis de la luz espiritual, con la que Cristo nos ilumina a nosotros y nosotros le reconocemos a Él como el Enviado. Esta clave es la central de la Palabra de hoy, y convendrá ponerla en relación con la Pascua que preparamos (también la celebraremos con el simbolismo de la Luz), con el Bautismo que recordamos y renovamos (el simbolismo del Cirio y los cirios también es propio de este sacramento), con la vida pascual que queremos vivir...

Convendrá leer íntegro el evangelio, aunque sea largo. Vale la pena. Es una catequesis dramática, progresiva, de la persona de Cristo como Luz (el domingo pasado, como Agua verdadera, y el próximo como la Resurrección y la Vida).

A la hora de la homilía convendrá que renunciemos a tantos matices y comentarios que se nos ocurren, al leer el evangelio (la vivacidad del relato, las diversas reacciones de las personas, la pedagogía progresiva que conduce al ciego a la fe, el contraste con la ceguera también creciente de los fariseos...) y nos centremos en el tema principal: Cristo como Luz y el programa de Luz bautismal y pascual que se nos ofrece a nosotros.

-Los caminos de Dios, distintos.

-La primera lectura no sigue la temática de los evangelios, sino, como ya indicamos al principio de la Cuaresma, la dinámica de la Historia de la Salvación. Hoy leemos un gran regalo de Dios a su pueblo: un rey según su corazón, David, que dio a Israel su unidad política y su prestigio, además de su fervor religioso. No es cuestión que a toda costa relacionemos este pasaje con el evangelio. Pero sí con la Pascua que preparamos. Es una lección de Dios a su pueblo: además de tomar Él la iniciativa, sorprende a todos, no eligiendo al hijo mayor, al más alto y fuerte, sino a un muchacho débil, en quien nadie había pensado. Los instrumentos más débiles son los que parece elegir Dios a lo largo de la historia. Es un modo desconcertante de actuar. También ahora, cara a la Pascua, vemos a un hombre de pueblo, hijo de un obrero, pobre, que no pertenece a la nobleza ni a las clases sacerdotales: pero Él es el Enviado de Dios, y el que con su muerte (aparentemente un fracaso trágico) salva a la humanidad. Los planes de Dios son distintos de los nuestros, ciertamente. El Salmo nos invita a cantar a Dios como nuestro Pastor y mostrar nuestra confianza en Él.

J/LUZ-MUNDO.-Cristo, Luz para nuestro mundo.

-Juan nos retrata hoy a Jesús como Luz verdadera, en una revelación progresiva, muy típica de este evangelio, que culmina en el "yo soy" en boca de Cristo (cap. 9, "yo soy la Luz"; cap. 10, "yo-soy el Pastor... la Puerta"; cap. 11, "yo soy la Vida"...). El hombre de hoy está falto de luz. Quién más quién menos, todos estamos en una situación de penumbra o de tiniebla: dudas, soledad, desorientación, búsqueda, confusión de ideas. La respuesta de Dios es su Hijo, Jesús, la Luz que disipa toda tiniebla, vence a la muerte, orienta y dirige, comunica la verdad, conduce a la salvación y la alegría. Esto es lo que celebramos en Pascua. La verdadera Luz está en Dios mismo, "luz sobre toda luz", como decimos en la Plegaria IV. Pero Cristo es el reflejo de esa Luz inaccesible: "oh Luz gozosa de la santa gloria del Padre...". Él es "el Sol que nace de lo alto". Pero en el evangelio vemos que no sólo es Luz, sino también "juicio", o signo de contradicción. El ciego, que es tenido por pecador, llega gradualmente a la luz y cree en Cristo. Los fariseos, los que eran tenidos por "los justos", se van encerrando en sí mismos y en su oscuridad, en su pecado, y no aceptan a Cristo. Ahí está el "juicio" y la división: los que no ven, llegan a ver; los que creen ver, se quedan ciegos. La Pascua próxima nos pondrá también a nosotros en la encrucijada de una opción: luz o tiniebla.

CR/LUZ.-Nosotros, hijos de la luz.-

Pablo, en la segunda lectura, nos ayuda a aplicar a nuestra existencia el simbolismo de la luz. Lo del ciego que recobra la vista y camina en la luz, es una pauta para entender que nosotros -todos un poco ciegos- vamos a ser iluminados por Cristo en esta Pascua. Y eso nos compromete a vivir como "hijos de la luz", a dejar la tiniebla y dejarnos llevar por la Luz.

BAU/ILUMINACION: Y el Bautismo fue nuestra primera "iluminación" ("iluminados" fue durante siglos sinónimo de "bautizados"). Cada Pascua, recordándonos el Bautismo y haciéndonos sintonizar con la nueva Vida en Cristo, nos invita y urge a que en nuestra vida se noten los "frutos de la luz" (Pablo enumera la bondad, la justicia, la verdad), abandonando las "obras de las tinieblas".

También nosotros, los cristianos, tenemos el peligro de rechazar en la práctica la Luz de Cristo. Todo el evangelio de Juan está como impregnado de aquella afirmación primera: "los suyos no le recibieron" (1. 14), a pesar de que el Enviado era la Luz que ilumina a todos. Seguramente no le rechazaremos en teoría, pero sí en la práctica, no obrando como "hijos de la luz". Vida Pascual es sinónimo de vida en la Luz. Y esa es la meta de toda la Cuaresma.

Todavía hay otros aspectos: los que somos "iluminados" por la Luz de Cristo (en el Bautismo, en esta Pascua), debemos ser por nuestra parte "iluminadores" de los demás. Como el ciego, que dio testimonio de su fe en Cristo, a pesar de que le costó la expulsión de la sinagoga.
(J. ALDAZABAL, MISA DOMINICAL 1987/07)

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Santos Padres: San Agustín - Jn 9,1-41: Todos hemos nacido con la ceguera del corazón

Hemos escuchado la lectura acostumbrada del santo evangelio; pero bueno será recordarla y preservar la memoria del sopor del olvido. Esta lectura, además, aunque la conocemos desde hace mucho, nos ha producido el mismo deleite que si la hubiéramos oído por primera vez. Cristo devolvió la vista a un ciego de nacimiento; ¿qué hay en ello de maravilla? Cristo es el médico por excelencia, y con esta merced le dio lo que le había hecho de menos en el seno materno. ¿Fue distracción o inhabilidad éste dejarle sin vista? No ciertamente; lo hizo para dársela milagrosamente más tarde.

Tal vez me diréis: «¿Cómo lo sabes tú?». Se lo he oído a él mismo; lo dijo hace un momento, juntos lo hemos escuchado. Sus discípulos le preguntaron: Señor, el haber nacido este ciego, fue culpa suya o de sus padres? Él les respondió lo que acabáis de oír conmigo: Ni pecó él ni sus padres; nació ciego, para que se manifestaran las obras de Dios en él (Jn 9,2-3). Ya veis por qué difirió el darle, lo que no le dio entonces. No hizo entonces lo que había de hacer más tarde; no hizo lo que sabía que haría cuando convenía. No penséis, hermanos, que sus padres no tuvieron pecado alguno, ni que no hubiese contraído él la culpa original al nacer, para cuya remisión se administra el bautismo a los niños, bautismo que tiene por finalidad el borrar los pecados. Mas aquella ceguera no se debió a la culpa de sus padres ni a culpa personal, sino que existió para que se manifestaran las obras de Dios en él. Porque, aunque todos hemos contraído el pecado original al nacer, no por eso hemos nacido ciegos; aunque bien mirado, también nosotros nacimos ciegos. ¿Quién no ha nacido ciego, en verdad? Ciego de corazón. El Señor que había hecho ambas cosas, los ojos y el corazón, curó igualmente las dos.

Habéis visto al ciego con los ojos de la fe; le visteis pasar de la ceguera a la visión y le oísteis errar. ¿En qué erraba este ciego? Lo diré: Lo primero, en juzgar que Cristo era un simple profeta, ignorando que era el Hijo de Dios; además hemos oído una respuesta suya totalmente falsa. Dijo, en efecto: Sabemos que Dios no oye a los pecadores (Jn 9,31). Si Dios no oye a los pecadores, ¿qué esperanza nos queda a nosotros? Si Dios no oye a los pecadores, ¿para qué oramos y damos golpes de pecho, testimonio de nuestro pecado? Pecador era ciertamente aquel publicano que subió junto con un fariseo al templo, y mientras éste alardeaba y aireaba sus méritos, él, de pie allá lejos, con la vista en el suelo y golpeándose el pecho, confesaba sus pecados. Y salió justificado del templo el que confesaba sus pecados, y no el fariseo.

No existe duda alguna: Dios oye a los pecadores. Mas quien afirmaba esto aún no había lavado su rostro en Siloé. Se le había aplicado a sus ojos el gesto misterioso, pero aún no había actuado en su corazón el beneficio de la gracia. ¿Cuándo lavó este ciego el rostro de su corazón? Cuando, echado de la sinagoga por los judíos, el Señor le abrió los ojos del alma; pues, habiéndole encontrado, le dijo, según hemos oído: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? ¿Quién es, Señor, respondió, para que crea en él? (Jn 9,35-36). Ya le veía con los ojos, pero aún no con el corazón. Esperad; ahora le verá. Jesús le respondió: Soy yo, el que habla contigo (Jn 9,37). ¿Acaso lo dudó? Inmediatamente lavó su rostro. En efecto, estaba hablando con aquel Siloé que significa enviado. Luego él era Siloé. El ciego de corazón se le acercó, lo escuchó, lo creyó, lo adoró; lavó su rostro y vio.

Quienes lo arrojaron de la sinagoga continuaron en su ceguera, como se vio en el reproche que dirigieron al Señor de haber violado el sábado por hacer lodo con su saliva y untar los ojos al ciego. Digo en su ceguera, porque reprocharle al Señor las curaciones obradas con su sola palabra no era ceguera, sino calumnia manifiesta. ¿Hacía en efecto algo en sábado, cuando curaba con la palabra? Calumnia manifiesta, porque se le acusaba de mandar, se le acusaba de hablar, como si ellos no hablaran el sábado. Sin embargo, bien puedo decir que no hablaban ni en sábado ni en ningún otro día, porque habían dejado de alabar al verdadero Dios.

Con todo, hermanos, eso era, como dije, calumnia palpable. Decía el Señor a un hombre: Extiende tu mano; él quedaba sano, y ellos le acusaban de curar en día de sábado. ¿Qué hizo? ¿Qué labor ejecutó? ¿Qué peso llevó a cuestas? Pero ahora escupir en el suelo, hacer lodo y untarle al hombre los ojos ya es hacer algo. Nadie lo dude; aquello era obrar. El Señor violaba el sábado, mas no por eso era culpable. ¿Qué significa este decir que violaba el sábado? Él era la luz y disipaba las tinieblas. Porque, si bien el sábado había sido preceptuado por el Señor Dios, fue preceptuado también por el mismo Cristo, dador de la ley en cuanto Dios, aunque preceptuado como vislumbre de lo por venir: Que nadie os juzgue en cuanto al comer y al beber, o en materia de fiestas y novilunios, o sábados, que no eran sino sombra de las cosas que habían de venir (Col 2,16-17). Había llegado ya aquel a quien anunciaban. ¿Qué placer hay en andar a oscuras? Abrid, pues, los ojos, ¡oh judíos!; el sol está presente. -Nosotros sabemos... -¿Qué sabéis, corazones ciegos? ¿Qué sabéis? -Que no viene de Dios este hombre que así viola el sábado (Jn 9,24.16). -¡Desgraciados; pero si el sábado lo ha establecido Cristo de quien decís que no viene de Dios! Observáis tan carnalmente el sábado que no tenéis la saliva de Cristo. Mirad la tierra del sábado a la luz de la saliva de Cristo, y veréis en el sábado un anuncio del Mesías. Mas porque no tenéis sobre vuestros ojos la saliva de Cristo en la tierra, por eso no fuisteis a Siloé, ni lavasteis el rostro y habéis permanecido ciegos. Así se hizo para bien de este ciego, aunque ya no es ciego ni en el cuerpo ni en el corazón. Recibió el lodo hecho con saliva, se le untaron los ojos, fue a Siloé, lavó allí su rostro, creyó en Cristo, lo vio y escapó de aquel terrible juicio: Yo he venido al mundo para un juicio: para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos (Jn 9,39).
(San Agustín, Sermón 136,1-3)

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Aplicación: Andre Seve - mirar y ver

¿El relato de un milagro? No, Juan despacha el milagro es un par de versículos de los 41 del relato. Narra despacio el proceso de la fe. Al principio, todos ciegos. Al final, uno curado y muchos ciegos. (...) El ciego sale de la noche: "¡Creo en ti Señor!". Los judíos se sumergen en la noche: "Ese Jesús es un pecador".

¡Un ciego maravilloso! Patrono de los que buscan la luz. Sube obstinadamente hacia el misterio de Jesús, sin dejarse asustar por los que "saben", y bromeando con ellos cuando los demás tiemblan. Juan escribe aquí su página más viva, salpicada de preguntas y sobresaltos: ¿Quién es ése? ¿Qué ha hecho? ¿Dónde está? ¿Quién es? Y tú, ¿qué dices de él? ¡Ese hombre no viene de Dios! Pero, ¿cómo puede hacer signos semejantes? ¿Eres tú discípulo de ese hombre? ¡Desde el nacimiento eres pecador! Ellos dicen "nosotros sabemos", y se ciegan a sí mismos. Él responde: "Yo no sé nada", y ve surgir poco a poco la luz; dice: "el hombre"; luego: "viene de Dios"; y finalmente: "¡Señor!". Puede leerse una y mil veces el evangelio sin ver a Jesús.

Desde el comienzo, Juan no deja de repetirlo: "La luz brilla en la noche, pero la noche no capta la luz" (Jn 1. 5). Ante el ciego que lo "ve" y los fariseos que lo miran sin verlo, Jesús se siente obligado a constatar lo que ocurre cuando él aparece: "Los ciegos ven y los que ven se hacen ciegos".

¡Pero yo sé! ¡Yo veo! No; "intentamos" ver. En cada página, día tras día. Somos ese ciego a quien Jesús da ojos dos veces: primero, para mirarlo, y luego para verlo. Hasta el último momento de nuestra vida, no dejemos de repetir la misma oración: "Jesús, dame ojos para verte".
(ANDRE SEVE, EL EVANG. DE LOS DOMINGOS, EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 202)


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EJEMPLOS

La puerta del corazón
Un hombre había pintado un bonito cuadro. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, reconocido artista. Llegado el momento, se tiró el paño que revelaba el cuadro. Hubo un caluroso aplauso. Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si dentro de la casa alguien le respondía. Hubo discursos y elogios. Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso, encontró un fallo en el cuadro. La puerta no tenía cerradura. Y fue a preguntar al artista: "Su puerta no tiene cerradura. ¿Cómo se hace para abrirla?". El pintor respondió: "No tiene cerradura porque esa es la puerta del corazón del hombre. Sólo se abre por el lado de adentro".
(Tomado de www.encuentra.com)



(cortesía de NBCD)

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