Domingo 3 de Cuaresma A - 'Dame de beber' - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa Dominical
1. INTRODUCCIÓN A LA PALABRA DE
DIOS
1.1 Primera lectura Éxodo 17,3-7
1.2 Segunda Lectura: Romanos 5,1-2.5-8
2.2 Reflexionemos CON LOS HIJOS
6. LEAMOS LA BIBLIA CON LA
IGLESIA
7.2 Anáfora Hispana medieval de penitencia
Recursos adicionales para la preparación
Falta un dedo: Celebrarla
1.
INTRODUCCIÓN
A LA PALABRA DE DIOS
1.1 Primera lectura Éxodo 17,3-7
Es fácil fiarse de Dios cuando la
vida fluye sin mayores problemas en su
cauce acostumbrado. En cambio,
es muy difícil cuando estamos quizás ante una situación extrema.
Personalmente lo
he experimentado una vez cuando, habiendo viajado con mis padres a Tierra Santa, ambos de repente se
me pusieron enfermos. Antes había creído que me fiaba de Dios. Hasta aceptaba
enfermedad, problemas y sufrimientos y era capaz de alabarlo por todo ello.
Pero cuando tocó a mis padres, la confianza se había desvanecida. Ya no podía
alabar a Dios. Hasta cierto punto, creo que me rebelé y le cuestionaba al Señor
por qué permitía eso. Más tarde me daba cuenta que era como si en este momento
no creía que Dios me amaba. Esto es pecado: dudar de la providencia de Dios, dudar
del amor de Dios.
Si es
cierto que uno para cometer un pecado grave debe haber cometido muchos pecados
leves, entonces para poder confiar en el amor de Dios en momentos difíciles uno
debe haber confiado muchas veces en los momentos de poca importancia. Así los
problemas graves nos denuncian. Nos acusan también de pecado en las cosas pequeñas.
La lectura
de ahora es una oportunidad para darme cuenta que estas "historias"
de la Biblia son mi historia. Puedo entrar a la Palabra porque la Palabra de
Dios se pronuncia también sobre mi historia. Recuerda los momentos difíciles de
tu vida. Con sinceridad recuerda también cómo has murmurado ante la voluntad de
Dios y luego aprende que Dios es fiel, que nunca abandona a su pueblo. Estas
deberían ser un poco tus reacciones cuando lees esta lectura.
1.2 Segunda
Lectura: Romanos 5,1-2.5-8
Hace poco
estábamos reflexionando en grupo y surgió la pregunta: ¿Cómo sabes que
existe Dios? Varios daban sus razones:
las maravillas de la creación, la Palabra de Dios, la Fe. Pero nos impresionó a
todos lo que dijo un señor: "Yo sé
que existe Dios porque me han perdonado. He hecho daño a una persona y ella,
siendo mi enemigo y con todo el derecho de odiarme, me ha perdonado y hasta me
ayudó cuando estuve en problemas". Este señor sabía que existía Dios
no de
manera teórica o porque
le habían dado algunos argumentos convincentes. Él sabía que Dios existía
porque lo había experimentado. De repente alguien le había dado la vida, le
había perdonado.
¿Cómo sabes tú que existe Dios?
Deberías saberlo por haberlo experimentado. Este conocimiento no viene de
afuera sino desde adentro. Los cristianos que hemos sido bautizados, hemos
recibido el Espíritu Santo y Él es nuestra seguridad. Por medio de Él
deberíamos haber experimentado que tenemos vida eterna. Cristo mismo, la roca
nuestra, traspasado su corazón en la cruz, nos ha regalado esta agua que es el Espíritu
de Dios. De ahí fluye para nosotros el
agua de vida eterna. Lea con calma este pasaje muy importante de la carta a los
Romanos y entérate por qué sabemos que Dios nos ama a todos.
Cuando Moisés
pregunta a Dios que le está hablando desde en la zarza ardiente, cuál es su nombre,
Dios le contesta: "Yo soy". Los que saben hebreo dicen que la
expresión es más rica que su traducción, ya que encierra también los siguientes
sentidos: "Yo soy el que viene", "Yo soy el que está en camino",
"Yo me muevo hacia vosotros". Así es Dios. Dios no sólo existe, está
en camino, viene, está desde toda la eternidad acercándose al hombre.
El
evangelio culmina con una profesión de fe de que el salvador ha venido. Si, el
Señor está en camino hacia ti, viene a tu vida, te busca desde siempre. Así
como convierte a la samaritana así quiere convertirte a ti aunque no tengas 5
maridos o algo parecido. Pero todos tenemos guardado tantas cosas que no son de
Dios y el Señor sabe de ello. Y a lo mejor tus cinco maridos son tus ídolos a los
que antepones a la voluntad de Dios.
Sentémonos
en familia, tranquilos como quienes tienen tiempo. Que lea el que mejor sabe
hacerlo, con calma, con serenidad. Los demás cerramos los ojos para estar
totalmente atentos al Señor que entra también en diálogo con cada uno de
nosotros. Escuchemos este evangelio encantador. Luego pídele que también de ti
brote el agua de vida eterna.
Quiero
compartir con ustedes un texto de Maettens "Cristo dispensador de agua
viva"
"En
el Nuevo Testamento adquiere su máxima intensidad el vínculo entre el tema del
agua y la llegada de la salvación. Y eso porque, en el hombre-Dios, la fidelidad
del hombre a Dios coincide con la iniciativa providente de Dios respecto al
hombre. Cristo realiza
en Sí las esperanzas mesiánicas. Es
la Roca (vea la primera lectura) que deja correr de su costado el agua que quita
la sed; es el Templo de donde brota el río que fecunda la nueva Jerusalén; es
el agua viva que quita la sed por toda la eternidad. Y el agua que nos
proporciona Cristo no es otra que el Espíritu.
Asociada al acontecimiento Jesucristo el agua descubre su dignidad sacramental.
En sí no es una cosa sagrada. Es un elemento fundamental de nuestro universo
que, en Jesucristo, se encuentre ya correctamente envuelto en el gran retorno a
Dios de toda la creación.
En su
diálogo con la samaritana, Jesús hace un llamamiento progresivo a la fe. Pero
las primeras expresiones sobre el agua del pozo de Jacob no son un simple trampolín
pedagógico
para llevar a su interlocutora a otro plano. Al ir abriendo poco a poco a esta
mujer pecadora las perspectivas definitivas de la adoración del Padre en
espíritu y en verdad, Jesús la ayuda a mirarlo todo, incluso el agua del pozo
que ella había venido a sacar, con la mirada del Hijo de Dios. El hombre
necesita el agua para vivir, pero el don de Dios colma al hombre y le afecta a un nivel mucho más
profundo. El hombre corresponde a ese don con la fe; su jerarquía de valores se
transforma entonces radicalmente. Su sed se convierte entonces en la sed del
Reino de Dios, y sabe que el resto se le dará por añadidura. Después de haber reconocido al Mesías,
la samaritana deja allí el cántaro y corre a la ciudad para comunicar a las
gentes lo que Cristo le había dicho.
Si la lectura del evangelio te anima
a anunciar a Cristo a los demás, has entrado en la Palabra porque habrás descubierto
que Cristo está en camino hacia ti y los demás.
2.2. Reflexionemos CON LOS HIJOS
El Amor a Dios
El apóstol San Juan escribe:
"El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió a su Hijo unigénito
al mundo, para que nosotros vivamos por Él. Dios es amor, y el que permanece en
el amor, permanece en Dios y Dios en él". (1 Jn 4,9 y 10). Dios ya nos ha
amado antes de que nosotros pudiéramos amarle a Él.
Por amor, el Padre nos ha creado y
nos ha destinado a ser eternamente bienaventurados en su reino; por amor ha entregado
a su Hijo por nosotros, para redimirnos de nuestros pecados; por amor nos ha
enviado el Espíriritu Santo y nos ha hecho hijos suyos. Sin cesar derrama sobre
nosotros sus gracias y beneficios. Dios
es infinitamente bueno y santo;
merece nuestro amor más que todos los hombres y todos los bienes de la tierra.
Por eso hemos de estimarle por encima de todo lo de este mundo, e incluso por
encima de nuestros padres; debemos estar dispuestos a perderlo todo antes que apartarnos
de Él por un pecado mortal. Queremos amar a Dios sobre todas las cosas.
El amor y
la bondad de Dios se nos ha revelado principalmente en Jesucristo. Por amor,
se
compadeció
Jesús de los pecadores; por amor a nosotros, murió en la cruz; Él es nuestro
hermano y nuestro mejor amigo. Por eso, amamos también a Jesús sobre todas las cosas.
Para que
podamos amar a Dios como hijos suyos, nos concedió en el bautismo el don del
amor o caridad por medio del Espíritu Santo."La caridad de Dios se ha derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado"(Rom 5,5).
El amor
que tenemos a Dios se manifiesta pensando frecuentemente en Él, hablando
gustosos con Él y haciendo en todo su voluntad. "En esto consiste el amor
a Dios, en que cumplimos sus mandamientos"( 1 Jn 5,3). El amor a Dios se manifiesta
principalmente en el amor al prójimo: quien no ama al prójimo tampoco ama
verdaderamente a Dios.
Puesto que
Dios es tan bueno y nos ama tanto, es pecado ser indiferente con Él, sentirle
aversión y odiarle. El odio a Dios es el pecado más grave de cuantos existen.
La caridad
es la mayor de las virtudes. Lo que ahora creemos lo contemplaremos algún día;
lo que ahora esperamos, un día lo poseeremos. Pero la caridad permanecerá eternamente.
Por ello hemos de preocuparnos, sobre todo, en amar a Dios.
Idealmente,
al entrar o al salir de una iglesia, el cristiano debería experimentar la tensión
fundamental que vincula a la creación ya transfigurada a la salvación que se espera
acá abajo con dolores de parto. La encarnación, la humanidad de Cristo,
consagra todo lo creado y en los cristianos encontrará su perfección ya que
como Iglesia continuamos la misión de Cristo. El bautismo nos inserta al Señor
y nos proyecta hacia la salvación del mundo.
Por eso al
entrar al templo nos santiguamos con agua bendita. Recordamos nuestro bautismo,
pero también somos conscientes que todo lo que existe está inexorablemente
unido a nosotros porque forma parte de la creación redimida.
El agua es
signo de vida, pureza. El agua es signo de nuestro bautismo. El agua es signo
del Espíritu Santo. Los signos significan y producen lo que significan. En los
sacramentos de manera segura porque andan anexos a una promesa del Señor. En
los sacramentales la eficacia depende de nuestra fe.
Descubramos
de nuevo esta costumbre cristiana de bendecirnos con agua bendita. Los padres a
los hijos cuando estos se acuestan y cuando se van de la casa. Consigamos una
pila de agua bendita para que sea recuerdo y estimulo.
El
carácter didáctico y pastoral de la liturgia
Aunque la
sagrada liturgia sea principalmente culto de la Divina Majestad, contiene
también una gran instrucción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia
Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo
responde a Dios con el canto y la oración.
Más aún,
las oraciones que dirige a Dios el sacerdote - que preside la asamblea representando
a Cristo - se dicen en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Los mismos signos visibles que
usa la sagrada liturgia han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia apara
significar realidades divinas invisibles. Por tanto, no sólo cuando se lee lo
que se ha escrito para nuestra enseñanza (Rm 15,4), sino también cuando la
Iglesia ora, canta o actúa, la fe de los asistentes se alimenta y sus almas se
elevan hacia Dios a fin de tributarle un culto racional y recibir su gracia con
mayor abundancia.
Los sacramentos
están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo
de Cristo, y en definitiva, a dar culto a Dios; pero en cuanto signos, tambiien
tienen un fin pedagogidco. No solo suponen al fe, sino que a la vez la
alimentan, la robustecen
y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de
la fe. Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente
a los fieles para recibir con fruto la misma gracia, rendir culto a Dios y
practicar la caridad.
Por consiguiente,
es de suma importancia que los fieles comprendan fácilmente los signos sacramentales
y reciban con la mayor frecuencia posible aquellos sacramentos que han sido
instituidos para alimentar la vida
cristiana.
La santa
madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados
creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan
efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la
Iglesia. Por ellos los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los
sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida.
Valor pastoral
de la liturgia y su relación con el misterio pascual
Por tanto,
la liturgia de los sacramentos, y de los sacramentales hace que, en los fieles bien
dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia
divina que emana del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de
Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder, y hace
también que el uso honesto de las cosas materiales pueda ordenarse a la santificación
del hombre y a la alabanza de Dios.
(Vat. II
Constitución sobre la Liturgia nos. 33,59-61)
6.
LEAMOS
LA BIBLIA CON LA IGLESIA
Lunes 2 Re 5,1-15a Lc 4,24-30
Martes Dan
3,25.34-43 Mt 18,21-35
Miércoles Dt
4,1.5-9 Mt 5,17-19
Jueves Jr 7,23-28 Lc 11,14-23
Viernes Os
14,2-10 Mc 12,28b-34
Sábado Os
6,1-6 Lc 18,9-14
Señor, tú
eres un Dios infinitamente bueno. Todo lo amas ya que lo has creado, especialmente
al hombre. Mira la miseria de nuestro mundo. ¿ Puede ser esto
el mundo que tú has creado, tan
repleto de sufrimiento y dolores? ¡Cuántos
castigos sufre esta tierra: hambre, enfermedes, pestes, guerras, fuegos,
destruccion, asesinatos y crímnenes,
injusticia, opresión y esclavitud!
¡Cuánto
sufrimos los hombres: temores, enfermedades, disminuciones físicas y
espirituales, exilios, huidas, cuantas
muertes de mujeres y niños!. ¿Quién de los hijos de Adán puede vivir su vida
hasta la muerte sin sufrimientos, desde la cuna al sepulcro? ¿ Por qué todo
esto, Señor? ¿Acaso has cambiado? ¿Cómo puede ser tan malo el mundo y tan lleno
de sufrimiento?
Oh Dios
infinitamente bueno. Sabemos muy bien por que existen todos estos males.
Tú no has cambiado. Fue el hombre que ha malogrado la naturaleza. Los hombres
se han vuelto criminales. También nosotros hemos pecado.
De ahí
viene este terrible cambio. Todos los sufrimientos que vemos alrededor nuestro
y que tenemos que sobrellevar nosotros son el fruto del pecado. Son el pago de pecado.
Pero ni el
sufrimiento más horrible es de comparar con el pecado mismo, con lo que produce.
Son solamente una sobra del pecado y nada más.
Dios de
justicia, abre nuestros ojos al mal. Haz que descubramos la maldad del pecado.
Haz que lo rehuyamos como a la enfermedad contagiosa, como a la peste como a la
muerte misma. Haz que tomemos las armas de la luz para luchar el combate de la
vida.
Porque tú
eres el Dios infinitamente santo. Te alabamos y glorificamos, al Padre la Hijo y
al Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. amén
(Según
Newman).
7.2 Anáfora Hispana medieval de penitencia
Es digno el
que los pecadores te den gracias y es justo ofrecerte el sacrificio de un
corazón contrito, a Ti, Dios Padre todopoderoso, que con tu Hijo, nuestro Señor
Jesucristo y el Espíritu Santo, vives en igual, indivisible y única majestad.
Y por eso
los creyentes te confiesan Uno y no solitario, Trino y no tres. Porque Tú, Dios
al crear todo de la nada, por nadie eres limitado, antes bien, todo lo sometes
a tu poder y tu omnipotencia no tiene fin. Y yo, que soy polvo, ¿qué alabanzas
podré ofrecer a la Trinidad santa, sabiéndome reo de tantos pecados?
Este es el
motivo o por el que, consciente de mi maldad, temblando, no me atrevo a mirar
al cielo, sino que me veo forzado a poner en la tierra mis ojos, no sea que,
mientras te ofrezco mi servicio, sea reprobado ante los tuyos.
Pero Tu,
Dios omnipotente, defiéndeme por tu piedad y salva mi alma con tu continua misericordia.
Dios, que
salvaste al hombre en el arca con el poder de tu brazo, sálvame a mí que estoy
en peligro en tu Iglesia.
Tú, que
libraste a José de las zancadillas de sus hermanos, líbrame de las ataduras de
mis pecados.
Ven en mi
ayuda cuando estoy llorando en tu santuario, pues ayudaste a Israel en el paso
del Mar Rojo.
Tú, que
libraste a Daniel tu siervo, de los dientes de los leones, líbrame de las
tentaciones llenas de peligros.
Tú,
que
libraste a Jonás cuando gemía en el vientre de la ballena, escúchame, Dios,
cuando desde lo hondo te grito.
Tú, que
elegiste a Samuel cuando estaba en el templo, escúchame, Señor, porque espero
en tu misericordia, pues escuchaste a David cuando detuviste al ángel exterminador;
e igual que aquel aniquiló la soberbia de su enemigo Goliat, pueda yo también,
por Ti, aniquilar al eterno enemigo con ala victoria de tu cruz.
Aplácate
conmigo y ten piedad de mis miserias.
Ten compasión de mí y líbrame por tu misericordia, oh Dios, que con tu muerte
salvaste al mundo. Compadécete de mí y óyeme porque espero en tu misericordia,
Tú, que perdonaste al ladrón sus crímenes.
Tú, que
resucitaste a Lázaro, muerto ya de cuatro días, compadécete de mí, pobre
pecador.
Tú que te
dignaste llamar a Mateo el publicano y le hiciste propagador eximio de tu Evangelio,
búscame a mí, Dios piadoso, que estoy alejado de tus preceptos. Visita a mi
alma con el manjar celestial, Tú, que visitaste a Cornelio acompañado de
ángeles; como le llenasta a él con la doctrina de tu apóstol Pedro, lléname a
mi tambíen con tu doctrina salvadora.
Pues yo,
Señor, que soy indigno de celebrar el memorial de tus acciones, cuyas grandezas
son mas patentes que por tu benignidad, en vano las juzgaría necesarias par mi
consuelo, si no fuera porque toda criatura te proclama glorioso entre tus santos
y compasivo para con los pecadores. Por tanto socórreme a mi pecador puesto que
puedes, ya que quisiste premiar a tus
justos.
Así pues,
límpiame de toda mancha, Tú que eres piadoso, por intercesión de aquellos cuyas
almas glorificas en tu reino.
Señor misericordioso,
realiza esto: que la muchedumbre de tus ángeles se alelgre de mi
arrepentimiento, que hagan resonar por siempre las continauas alabanzas
cantando sin cesar con voz unánime y con triple clamor:
Santo,
Santo, Santo