Domingo 2° de Cuaresma A - 'Se transfiguró' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la prepración
A SU DISPOSICIÓN
Introducción:
Pere Tena - Gloria, Cruz, Kenosis
Comentario Teológico: Bruno Maggioni - Transfiguación, progresiva revelación
del misterio de Cristo
Santos Padres: San Agustín - Desciende, Pedro, a trabajar a la tierra, a
servir en la tierra
Aplicación: P. Raniero Cantalamessa - ¡Para enamorarse hay que
frecuentarse!... También con Cristo
Aplicación: Alessandor Pronzato - El camino de Jesús, nuestro camino
Aplicación: Emiliana Löhr - La tentación quiere acortar el camino hacia la
transfiguación
Aplicación:
Caritas - El Tabor de nuestro tiempo
Aplicación:
NBCD - La transfiguración y la oración
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Introducción: Pere Tena - Gloria, Cruz, Kenosis
-Sentido global
El segundo domingo de Cuaresma no es la fiesta de la Transfiguración del
Señor, pero este misterio está íntimamente vinculado en la liturgia romana a
esta etapa del itinerario hacia la Pascua desde la formación de esta
preparación de cuarenta días. El conjunto de las lecturas de este domingo
del ciclo A se puede presentar como explicación de un doble itinerario: el
del hombre hacia Dios y el de Dios hacia el hombre. La iniciativa, no
obstante, en ambos itinerarios, pertenece a Dios: él es quien llama al
hombre -Abrahán (1a lectura) y a nosotros (2a lectura)- con una vocación
santa, hacia una bendición misteriosa. Él es, ahora, quien presenta a los
hombres a JC, su Hijo, el amado, su predilecto, para que le escuchen y le
sigan, y sean así partícipes de su gloria. El salmo es una súplica serena
que contempla ambos aspectos del itinerario: el amor de Dios que acompaña al
hombre en su itinerario de búsqueda, y la acción de Dios hacia el hombre
liberándole de la muerte, fundamento de nuestra esperanza.
En el contexto cuaresmal, el itinerario del hombre subraya la continuidad
con el tema del domingo anterior: estamos en el "tiempo" especialmente
dedicado a rehacer nuestra vida cristiana; el itinerario de Dios hacia el
hombre subraya la condición salvífica del misterio pascual.
-Análisis doctrinal del prefacio
Como en el domingo anterior, escogemos el prefacio como texto sintético. La
interpretación que hace el prefacio de la transfiguración del Señor se
encuentra vinculada estrechamente al nexo pasión-resurrección. En efecto, en
los evangelios, la narración forma unidad con el bloque confesión de
Pedro-anuncio de la pasión-transfiguración. Sería una visión banal
interpretar la transfiguración como una compensación dada por Jesús a los
discípulos ante el anuncio de la pasión. Como quien al leer una narración
angustiosa, pasa directamente a las últimas páginas para ver si "acaba
bien"... O como el seguro de un final feliz para un film de suspense. La
transfiguración de Jesús es algo más profundo y salvífico.
El prefacio subraya dos cuestiones: una la revelación de la gloria de Jesús
como clave de comprensión de su muerte; la otra, el carácter pascual, es
decir, transitivo, del misterio de la salvación. Y ambas, además,
encuadradas en el testimonio del A.T. y destinadas a los discípulos.
J/MU/SV.El hecho de la encarnación tiene su momento de máxima concreción en
la muerte en la cruz. Es la "kénosis: "...actuando como un hombre
cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de
cruz" (/Flp/02/07-08). Contemplando al Crucificado nadie diría que es el
Hijo de Dios. Es este, precisamente, el escarnio que recibe Jesús en la
cruz, anunciado en las tentaciones del desierto: "Si eres Hijo de Dios..." A
esta insidia da respuesta la transfiguración: Sí, "¡éste es mi Hijo!". Es el
anuncio de la respuesta que será la resurrección. A pesar que después de la
transfiguración los discípulos continuaron con "Jesús, solo" pudieron
contemplar, no obstante, algo de la realidad profunda de Jesús: su
"claritas", su gloria. No es simplemente un hombre como los demás, Jesús; es
el Hijo de Dios a quien hay que escuchar, porque el Padre lo ha enviado para
revelarnos que nos ama. Si sólo fuera un hombre, su mensaje acabaría con una
muerte injusta; pero porque es el Hijo, esta muerte es el acto supremo de
fidelidad al Padre, la explosión del amor teándrico (divino-humano) que
salva a los hombres.
Aquí encontramos igualmente el carácter pascual. La resurrección no es un
premio por una "buena conducta" realizada por JC, hasta la muerte. Es la
otra cara de la muerte en la cruz. "Se rebajó... por eso Dios lo levantó
sobre todo...". Cuando el Hijo de Dios hecho hombre muere, la filiación
divina resplandece en la humanidad asumida, y se convierte en comunicativa
para todos los que creen en Él, y se incorporan a su tránsito: les concede
"poder ser hijos de Dios".
-Aplicaciones
Una primera aplicación puede consistir en la comprensión misma de la persona
de Cristo. La transfiguración nos indica el camino para hablar de Jesús:
este camino nunca es perfecto mientras no llegue el anuncio de la condición
de Jesús como Hijo de Dios. Una presentación de Jesús que quede centrada en
su predicación, en el tiempo de su ministerio terreno, que no llegue a
levantar el velo de la visibilidad para contemplarlo en su gloria, no sigue
la pedagogía querida por el mismo Jesús en la transfiguración. Una
predicación que se acaba al pie de la cruz de Jesús de Nazaret, no es
plenamente cristiana.
Una segunda aplicación, útil para iluminar nuestro camino de renovación
cristiana: ¿qué sentido tiene la penitencia cristiana si no es el de hacer
crecer en nosotros, por la acción de Dios, nuestra condición de hijos de
Dios que es la "gloria" que llevamos "escondida" en nuestra vida mortal? ¿Y
cómo hacer crecer esta condición, si no es potenciando nuestra comunión con
el Hijo, por la Palabra y los sacramentos? Véase la oración colecta y la
postcomunión, y el prefacio I de Cuaresma.
-Introducción a la Eucaristía La oración postcomunión, en el texto latino,
habla de "gloriosa mysteria" refiriéndose a la eucaristía. La celebración
eucarística de este domingo constituye una oportunidad para entrar a fondo
en todo lo que significa la transfiguración en el camino cuaresmal de
renovación cristiana: lugar privilegiado para escuchar al Hijo, toma de
conciencia en la fe de nuestra condición de hijos de Dios por vocación
santa, entrada real en la participación de la resurrección de Cristo por la
participación de su Cuerpo glorioso...
(PERE TENA, MISA DOMINICAL 1990/06)
Comentario Teológico: Bruno Maggioni - Transfiguación, progresiva
revelación del misterio de Cristo
El relato de la transfiguración habría que leerlo junto con la página
precedente (16. 13-28); efectivamente es la otra cara del misterio de
Cristo: la cruz y la gloria. Leyendo las dos páginas juntas nos damos cuenta
de que se convoca en torno al misterio de Jesús que se va precisando a todos
los principales personajes en orden creciente: la multitud (16. 13), los
discípulos (16. 16), Jesús (16. 21) y la voz celestial (17. 5). Y cada uno
expresa su opinión: un profeta, el Hijo de Dios vivo, el Hijo del hombre que
debe sufrir mucho, el Hijo amado.
Como en Marcos, también para Mateo la transfiguración cumple una función
bien precisa en la progresiva revelación del misterio de Cristo y en el
itinerario de fe del discípulo. Los discípulos ya han comprendido que Jesús
es el Mesías y están persuadidos de que su camino conduce a la cruz. Mas
todavía no consiguen comprender que su cruz (y la de ellos) pueda encubrir
la gloria. Por eso Dios les concede por un instante anticipar la Pascua.
Pero se trata de un anticipo fugaz y provisional; el camino que hay que
recorrer sigue siendo el de la cruz. De hecho, los tres discípulos
predilectos (Pedro, Santiago y Juan), llamados a ver por anticipado la
gloria de Cristo son los mismos que dentro de poco, en Getsemaní, serán
llamados a ver su debilidad. Todo esto es muy importante; sin embargo
tenemos la impresión de que no es todavía el punto central, que se
encuentra, en cambio, en las palabras de la voz ("Este es mi Hijo amado") y
en el mandato: "Escuchadle". Todo el resto sirve de algún modo de marco. De
hecho la escucha es lo que define al discípulo.
La palabra de Dios se ha hecho manifiesta en las palabras y en la existencia
de este Jesús que va camino de la cruz. No es una palabra que transmita
nociones de cualquier tipo. Cuenta quién es Dios, quiénes somos nosotros y
cuál es el sentido de la historia en la cual vivimos. Por tanto una palabra
que indica lo que debemos hacer, la regla a seguir. Sólo queda escucharla
con el corazón atento, con obediencia y conversión.
Habiendo visto a Elías y a Moisés al lado de Jesús, los discípulos se
preguntan qué puede significar aquello en relación con la concepción popular
de la vuelta de Elías (17. 10). En realidad, los rabinos hablaban,
probablemente basándose en algunos textos del A.T. (cf. Ml 3. 23-24; Si 48.
10-11), de la vuelta de Elías. La respuesta de Jesús llama la atención sobre
dos cosas: la primera es que, ciertamente, Elías debe volver, pero que su
vuelta se ha realizado ya con la venida del Bautista; y la segunda, que el
Bautista fue tratado "como han querido" tratamiento que prefigura la suerte
que a él mismo le espera.
(BRUNO MAGGIONI, EL RELATO DE MATEO, EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 177)
Volver Arriba
Santos Padres: San Agustín - Desciende, Pedro, a trabajar a la
tierra, a servir en la tierra
Ve esto Pedro y, juzgando de lo humano a lo humano, dice: Señor, bueno es
estarnos aquí (Mt 17,4). Sufría el tedio de la turba, había encontrado la
soledad de la montaña. Allí tenía a Cristo, pan del alma. ¿Para qué salir de
aquel lugar hacia las fatigas y los dolores, teniendo los santos amores de
Dios y, por tanto, las buenas costumbres? Quería que le fuera bien, por lo
que añadió: Si quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés
y otra para Elías (ib.). Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió,
no obstante, una respuesta, pues mientras decía esto, vino una nube
refulgente y los cubrió. Él buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo
manifestó que para nosotros es una sola cosa lo que el sentido humano quería
dividir. Cristo es la Palabra de Dios, Palabra de Dios en la ley, Palabra de
Dios en los profetas. ¿Por qué quieres dividir, Pedro? Más te conviene unir.
Busca tres, pero comprende también la unidad.
Al cubrirlos a todos la nube y hacer en cierto modo una sola tienda, sonó
desde ella una voz que decía: Éste es mi Hijo amado (ib., 5). Allí estaba
Moisés, allí estaba Elías. No se dijo: «Éstos son mis amados». Una cosa es,
en efecto, el único, y otra los adoptados. Se recomienda a aquél de donde
procedía la gloria a la ley y a los profetas. Éste es, dice, mi Hijo amado,
en quien me he complacido; escuchadle (ib.), puesto que en los profetas fue
a él a quien escuchasteis y lo mismo en la ley. Y ¿dónde no le oísteis a él?
Oído esto, cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de
Dios. En ella está el Señor, la ley y los profetas; pero el Señor como
Señor; la ley en Moisés, la profecía en Elías, en condición de servidores,
de ministros. Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas
hablaban y escribían, pero cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.
El Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no vieron a
nadie más que a Jesús solo (ib., 8). ¿Qué significa esto? Cuando se leía el
Apóstol, oísteis que ahora vemos en un espejo, en misterio, pero entonces
veremos cara a cara. Hasta las lenguas desaparecerán cuando llegue lo que
ahora esperamos y creemos. En el caer a tierra simbolizaron la mortalidad,
puesto que se dijo a la carne: Tierra eres y a la tierra volverás (Gn 3,19).
Y cuando el Señor los levantó, indicaba la resurrección. Después de ésta,
¿para qué la ley, para qué la profecía? Por esto no aparecen ya ni Elías ni
Moisés. Te queda sólo: En el principio existía la Palabra y la Palabra
estaba junto a Dios y la Palabra era Dios (Jn 1 ,1). Te queda el que Dios es
todo en todo. Allí estará Moisés, pero no ya la ley. Veremos allí a Elías,
pero no ya al profeta. La ley y los profetas dieron testimonio de Cristo, de
que convenía que padeciese, resucitase al tercer día de entre los muertos y
entrase en su gloria. Así se cumple lo que Dios prometió a los que lo aman:
El que me ama será amado por mi Padre y yo también lo amaré. Y como si le
preguntase: «Dado que le amas, ¿qué le vas a dar?». Y me mostraré a él (Jn
14,21). ¡Gran don y gran promesa! El premio que Dios te reserva no es algo
suyo, sino él mismo. ¿Por qué no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo
prometió? Te crees rico, pero si no tienes a Dios ¿qué tienes? Otro puede
ser pobre, pero si tiene a Dios, ¿qué no tiene?
Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica
la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con
toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para
poseer en la caridad, por el candor y la belleza de las buenas obras, lo
simbolizado en las blancas vestiduras del Señor. Cuando se lee al Apóstol,
oímos que dice en elogio de la caridad: No busca lo propio (I Cor 13,5). No
busca lo propio, porque entrega lo que tiene. Y en otro lugar dijo algo, que
si no lo entiendes bien, puede ser peligroso; siempre con referencia a la
caridad, el Apóstol ordena a los miembros fieles de Cristo: Nadie busque lo
suyo, sino lo ajeno (1 Cor 10,24). Oído esto, la avaricia, como buscando lo
ajeno a modo de negocio, maquina fraudes para embaucar a alguien y
conseguir, no lo propio, sino lo ajeno. Reprímase la avaricia y salga
adelante la justicia.
Escuchemos y comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie busque lo propio,
sino lo ajeno. Pero a ti, avaro, que ofreces resistencia y te amparas en
este precepto para desear lo ajeno, hay que decirte: «Pierde lo tuyo». En la
medida en que te conozco, quieres poseer lo tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes
para poseer lo ajeno; sufre un robo que te haga perder lo tuyo, tú que no
quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo ajeno. Si haces esto, no obras
bien. Oye, avaro; escucha. En otro lugar te expone el Apóstol con más
claridad estas palabras: Nadie busque lo suyo, sino lo ajeno. Dice de sí
mismo: Pues no busco mi utilidad, sino la de muchos, para que se salven
(ib., 33). Pedro aún no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en el
monte. Esto, ¡oh Pedro!, te lo reservaba para después de su muerte. Ahora,
no obstante, dice: «Desciende a trabajar a la tierra, a servir en la tierra,
a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra. Descendió la Vida para
encontrar la muerte; bajó el Pan para sentir hambre; bajó el Camino para
cansarse en el camino; descendió el Manantial para sentir sed, y ¿rehúsas
trabajar tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces
llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad».
(San Agustín, Sermón 78,3-6)
Volver Arriba
Aplicación: P. Raniero Cantalamessa - ¡Para enamorarse hay que
frecuentarse!... También con Cristo
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano
Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de
ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron
blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que
conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: "Señor, bueno es
estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías". Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa
los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: "Este es mi
Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle".
¿Por qué la fe, las prácticas religiosas están en declive y no parecen
constituir, al menos para la mayoría, el punto de fuerza en la vida? ¿Por
qué el tedio, el cansancio, la molestia al cumplir los propios deberes de
creyentes? ¿Por qué los jóvenes no se sienten atraídos? ¿Por qué, en
resumen, este abatimiento y esta falta de gozo entre los creyentes en
Cristo? El episodio de la transfiguración nos ayuda a dar una respuesta a
estos interrogantes.
¿Qué significó la transfiguración para los tres discípulos que la
presenciaron? Hasta entonces habían conocido a Jesús en su apariencia
externa, un hombre no distinto a los demás, de quien conocían la
procedencia, las costumbres, el tono de voz... Ahora conocen a otro Jesús,
al verdadero, que no se consigue ver con los ojos de todos los días, a la
luz normal del sol, sino que es fruto de una revelación imprevista, de un
cambio, de un don. Para que las cosas cambien también para nosotros, como
para aquellos tres discípulos en el Tabor, es necesario que suceda en
nuestra vida algo semejante a lo que ocurre a un joven o a una muchacha
cuando se enamoran. En el enamoramiento el otro, que antes era uno de
tantos, o tal vez un desconocido, de golpe se hace único, el único que
interesa en el mundo. Todo lo demás retrocede y se sitúa en un fondo neutro.
No se es capaz de pensar en otra cosa. Sucede una verdadera transfiguración.
La persona amada es vista como en un halo luminoso. Todo aparece bello en
ella, hasta los defectos. Si acaso, se siente indigno de ella. El amor
verdadero genera humildad.
Concretamente cambia algo incluso en los hábitos de vida. He conocido chicos
a los que por la mañana no lograban sacar de la cama sus padres para ir al
colegio; si se les encontraba un trabajo, en poco tiempo lo abandonaban; o
bien se descuidaban en los estudios sin licenciarse jamás... Después, cuando
se han enamorado de alguien y se han hecho novios, por la mañana saltan de
la cama, están impacientes por acabar los estudios, si tienen un trabajo lo
cuidan mucho. ¿Qué ha ocurrido? Nada, sencillamente lo que antes hacían por
constricción ahora lo hacen por atracción. Y la atracción es capaz e hacer
cosas que ninguna constricción logra; pone alas a los pies. "Cada uno",
decía el poeta Ovidio, "es atraído por el objeto del propio placer".
Algo por el estilo, decía, debería suceder una vez en la vida para ser
verdaderos cristianos, convencidos, gozosos. "¡Pero la joven o el chico se
ve, se toca!". También Jesús se ve y se toca, pero con otros ojos y con
otras manos: los del corazón, de la fe. Él está resucitado y está vivo. Es
un ser concreto, no una abstracción, para quien tiene esta experiencia y
este conocimiento. Más aún, con Jesús las cosas van aún mejor. En el
enamoramiento humano hay artificio, atribuyendo al amado dotes que tal vez
no tiene y con el tiempo frecuentemente se está obligado a cambiar de
opinión. En el caso de Jesús, cuanto más se le conoce y se está juntos, más
se descubren nuevos motivos para estar orgullosos de Él y confirmados en la
propia elección.
Esto no quiere decir que hay que estar tranquilos y esperar, también con
Cristo, el clásico "flechazo". Si un chico, o una chica, se queda todo el
tiempo encerrado en casa sin ver a nadie, nunca sucederá nada en su vida.
¡Para enamorarse hay que frecuentarse! Si uno está convencido, o
sencillamente comienza a pensar que tal vez conocer a Jesús de este modo
distinto, trasfigurado, es bello y vale la pena, entonces es necesario que
empiece a "frecuentarlo", a leer sus escritos. Sus cartas de amor son el
Evangelio: ahí Él se revela, se "transfigura". Su casa es la Iglesia: ahí se
le encuentra.
Volver Arriba
Aplicación: Alessandor Pronzato - El camino de Jesús, nuestro camino
El episodio de la transfiguración se coloca inmediatamente después del
primer anuncio de la pasión.
El "programa de viaje" en dirección a Jerusalén, en dirección a la cruz, ha
dejado sin aliento a los discípulos. Estos han llegado a descubrir la
identidad de Jesús, a reconocer en él al Mesías, pero encuentran dificultad
extrema para seguir su camino. Quedan como amilanados frente a la
perspectiva del Calvario.
"Enviado por el Padre", está bien. Pero debería ser, según su mentalidad, un
viaje triunfal. Sin embargo, la perspectiva desvelada por las palabras de
Jesús está muy lejos de ser sublime.
En este contexto de miedo, incertidumbre, duda, Jesús introduce una "pausa
luminosa". Para ayudarles a superar el escándalo de la cruz, hace gustar a
tres apóstoles un anticipo de la resurrección. Para animarles a "soportar"
las tinieblas amenazadoras hace brillar ante sus ojos un resplandor
deslumbrador de la luz futura. En una palabra hace atisbar a sus amigos "el
más allá" de la prueba inminente. Intentemos captar, en la riqueza de este
episodio, algunos elementos significativos para nuestra aventura cristiana.
-El misterio de Cristo
Es un misterio que tiene, por decirlo de alguna manera, dos caras, una
luminosa y otra oscura: cruz y gloria, abajamiento y exaltación, debilidad y
poder, fracaso y triunfo. Toda la pedagogía de Jesús frente a sus discípulos
ha consistido en hacerles aceptar el "paso" obligado. A la gloria a través
de la cruz, a la luz de la pascua a través de las tinieblas del viernes
santo, a la exaltación a través de la derrota y de la humillación. También
para nosotros, hay que admitirlo honestamente, es difícil aceptar este
"paso". Estamos de acuerdo respecto al punto final, pero tenemos mucho que
decir respecto al camino elegido por Jesús para llegar hasta allí.
Tendríamos mejores cosas que proponer... (...). El cristiano sabe reconocer
tanto en el "transfigurado" como en el "desfigurado" al Hijo de Dios que
pide que nos fiemos de él, que no dudemos recorrer su camino, afrontando
también los "pasos" menos agradables.
-La montaña:MONTE/REVELACION
Es el símbolo por excelencia de la cercanía de Dios. Es el lugar habitual de
las revelaciones divinas (...). La montaña para nosotros significa la
necesidad de distanciarnos -una distancia interior- de nuestro universo
cotidiano, de nuestros afanes, de nuestra agitación. (...) "Escuchadle". Es
importante este precepto. El discípulo no es el hombre de las visiones, sino
de la escucha. No se trata de ver, de tocar al Señor. Es esencial escuchar
su voz, tomar en serio su mensaje, dejarse poner en discusión por sus
palabras. Escuchar, no para saber más de él, para satisfacer la curiosidad,
sino para obedecer, tomar conciencia de las obligaciones que se nos asignan,
realizar el proyecto de Dios sobre nosotros y sobre el mundo. Cuando se
escucha, no se ensancha el campo de nuestros conocimientos teóricos. Se
ensancha el campo de nuestro compromiso. (...)
-Las chozas "Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres haré tres
chozas..." La propuesta de Pedro expresa un doble equívoco. Es el torpe
intento de acaparar a Cristo, doblegarlo a las propias exigencias y
comodidades, limitarlo en su misión; apropiárselo de una manera egoísta,
bloquearlo en su movimiento hacia el cumplimiento del proyecto del Padre
para ventaja de todos los hombres. Por otra parte, Pedro confunde la pausa
con el final. Quisiera prolongar indefinidamente ese instante que, por el
contrario debería servir para ponerse en camino. También nosotros, como
Pedro, quisiéramos "eternizar" el reposo, la contemplación. Es hermoso
permanecer sumergidos en la luz. Es bonito permanecer ausentes de la lucha
que se libra allá abajo... Sin embargo, es necesario bajar de nuevo. La
montaña es bella. Pero el lugar de nuestro vivir cotidiano es el asfalto,
con su aburrimiento, banalidad, fatiga, contradicciones, el peso fastidioso
de ciertos encuentros.
FE/LUCHA:La fe está amasada de luz y de oscuridad. De certezas y de dudas.
De seguridades e incertidumbres. De consuelos y tormentos. De paz y de
asperezas. El cristiano es alguien que tiene necesidad de ausentarse, de
subir a la montaña. Pero es alguien que tiene, sobre todo, el coraje de
ganar de nuevo la llanura, de afrontar nuevamente el asfalto.
(ALESSANDRO PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO A, EDIT. SIGUEME SALAMANCA
1986.Pág. 56)
Volver Arriba
Aplicación: Emiliana Löhr - La tentación quiere acortar el camino
hacia la transfiguación
El domingo de la transfiguración sigue al de la tentación. Esto es muy
significativo... La tentación viene a colocarse al comienzo del camino del
sufrimiento y acecha todo a lo largo de él. Trata de desviar al alma del
camino de sus sufrimientos saludables. Si el alma logra superarla, consigue
la salvación, que no es otra cosa que la contemplación del Señor
transfigurado y la propia divinización unida a El. La tentación pretende
esencialmente acortar el camino, alcanzar una transfiguración prematura
apoyándose en las propias fuerzas; quiere pasar por encima de las etapas
fijadas en dicho camino, quiere rehuir la cruz. Si cede a todo esto, viene
la muerte y el abismo. En último término, la caída de nuestros primeros
padres no fue otra cosa, y la misma tentación de Cristo no apuntaba sino a
que manifestase prematuramente y de modo arbitrario la gloria divina que en
El residía.
(EMILIANA LÖHR, EL AÑO DEL SEÑOR, EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO
I EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 265)
Volver Arriba
Aplicación: Caritas - El Tabor de nuestro tiempo
Pero, ¿dónde, en qué país de la tierra se encuentra hoy este monte bendito?
No es ya un lugar geográfico. Es un lugar humano. Donde quiera se reúne la
comunidad creyente, hay un Tabor. La Iglesia es el Tabor de nuestro tiempo.
En la Iglesia, en la comunidad puedes encontrar a Jesús y escuchar su
palabra; puedes relacionarte con los profetas y los santos; puedes dejarte
envolver y transfigurar por la nube del Espíritu y puedes encontrar energía
para transformarlo todo.
No se trata sólo de remotas posibilidades. Son experiencias que se dan
constantemente. Vemos cada día cuántos se convierten y transfiguran en el
Señor. Encontraron la fuerza para dejar sus viejas costumbres y llegar a ser
hombres nuevos. Encontraron multitud de hermanos. Encontraron la paz que
buscaban y la fuerza para ser testigos de esta luz santa, «hasta que
despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana»
(2P 1,19).
«Nuevos Tabores»
Hay también otra clase de montes santos. Son los miembros dolientes de la
humanidad, los pobres y pequeños, en quienes Cristo te espera para
transformarte y para transfigurarlos. Y con los grupos humanos que luchan
por la paz y la justicia. La Escritura Santa
Y monte santo son también las Sagradas Escrituras. Hasta ellos has de
acércate si quieres alcanzar la transfiguración.
(CARITAS, PASTOR DE TU HERMANO, CUARESMA 1986.Págs. 35 s.)
Volver Arriba
Aplicación: NBCD - La transfiguración y la oración
Al leer este texto del evangelio, siento la impresión de estar ante un
paradigma de oración. La primera es llevárselos aparte. Este retirarse de la
actividad ordinaria lo hace Jesús en el Evangelio varias veces. Parece la
clave de su transparentar a Dios. Si miramos a Jesús hombre como nosotros,
nos daremos cuenta de la necesidad del tiempo y espacio de oración. En el
momento de encontrar a Dios en gratuidad. Otros serán los tiempos de
encontrarlo activamente.
Y se los llevó a una montaña alta. Subir es el proceso simbólico de
acercamiento a Dios. En la montada surgen las Teofanías. Subir el monte
Carmelo, nos decia Juan de la Cruz. Y subir es costoso, hace falta ascesis,
dejar la impedimenta. Pedro, Santiago y Juan suben con Jesús. En esta
soledad amigable, Jesús se transfigura. El que ora descubre quién es de
verdad Jesús. El ámbito de la divinidad -lo blanco, la luz- inunda al
hombre. Descubre cómo culmina la ley y los profetas en Él. El gozo del
Espíritu trastorna a Pedro -al orante-. ¡Qué hermoso! A uno le gustaría
estar siempre así. La tentación de evadirse del mundo acecha.
EI momento crucial de la oración esta en el escuchar a Dios. Él ya sabe qué
nos apremia. No intentemos marearle con nuestras voces. Más bien es para
escucharle, para afinar nuestro oído. Elías lo oyó en la brisa que apenas
movía las hojas. En la oración vamos percibiendo la voluntad de Dios,
crecemos en ganas de construir el Reino, logramos dar pa so a los gritos de
los pobres, como Moisés.
Menos mal que Jesús se acercó, y tocándolos les dijo: Levantaos, no temáis.
Las palabras de ánimo en el coloquio final son necesarias en toda nuestra
vida. Ten confianza, no temas.
Si el movimiento primero fue subir, el que cierra el tiempo de oración es
bajar del monte. Bajar a la vida a encontrarnos con el epiléptico, con el
enfermo, el necesitado, el compañero que sufre de soledad o que, sin más,
quiere pasar un rato charlando con alguien.
(NBCD)
MIRANDO POR EL OJO DE LA CERRADURA