Domingo 1 de Cuaresma A - ' No sólo de pan vive el hombre' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Algunas ideas creativas para la Cuaresma
Algunas ideas raras para Cuaresma que harán que seas más santo
A su
disposición
Exégesis: P. José María Solé - Roma, C. F. M. - Las tres lecturas
Exégesis:
Louis Monloubou - Jesús, Hijo obediente
Comentario Teológico: P. Lic. José A. Marcone, I.V.E. - Las tentaciones en
el desierto -(Mt.4,1-11; Lc.4,1-13; Mc.1,12-13)
Comentario Biblico: Bruno
Maggioni - La vía mesiánica
Comentario Bíblico: Alberto Benito - Las pruebas de Jesús
Santos Padres: San Agustín - La tentación de Cristo es enseñanza para el
cristiano
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - HOMILIA 13 Entonces fue Jesús conducido
por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt 4,1ss).
Aplicación: A.
Iniesta - Jesús en la encrucijada
Aplicación:
Benedicto XVI - ¿Por qué la Cuaresma?
Aplicación: San Juan Pablo II - Misericordia, Señor, hemos pecado
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
coMentarios a Las Lecturas del Domingo
Comentario Bíblico: Bruno Maggioni -
TENTACION/JESUS-ISRAEL
Podemos formular así las tentaciones con que se enfrentó Jesús (no sólo en
el desierto, sino a lo largo de toda su existencia): recorrer el camino
mesiánico indicado por la palabra de Dios (a saber, el camino de la cruz) o
bien aceptar las solicitaciones provenientes de las expectativas mesiánicas
de la época. Tres solicitaciones: la de la revolución y el poder (mesianismo
zelota), la del mesianismo restaurador (político o religioso), la del
mesianismo convincente (acompañado de signos espectaculares). Jesús rechaz��
enérgicamente las tres sugerencias, renunciando a utilizar el procedimiento
del poder, del prestigio o de los milagros a toda costa. Sobre esto no hay
duda; lo recuerda también Juan (6. 6). A la misma conclusión nos llevan
también los numerosas pasajes en los que Jesús se dirige a los discípulos,
recordando que a él y a sus seguidores no les conviene ser servidos, sino
servir (Lc 22. 25-27; Mc 10. 42-45; Mt 20. 25-28). Este rechazo constante
del poder y de cuanto se le parece no es posible minimizarlo ni discutirlo.
Está demasiado subrayado.
-BAUTISMO Y TENTACIÓN. J/BAU/TENTACION:
Los tres sinópticos relacionan estrecha e intencionadamente la tentación con
el bautismo. Es una conexión llena de significado. Primero: en respuesta al
bautismo, Jesús inicia la vuelta al desierto, o sea, a una existencia en la
cual se vive continuamente enfrentado con Satanás y, al mismo tiempo, el
encuentro de la ayuda de Dios. Segundo: colocada al principio del evangelio,
a saber, en la sección que de alguna manera hace de prólogo, la experiencia
del desierto se presenta no sólo como el primer acto público de Jesús, sino
como el marco dentro del cual se desarrollará todo sus ministerio; como la
escena en la cual se representará también el resto del drama. Y tercero: el
Espíritu dado en el bautismo no aparta a Jesús de la historia y de su
ambigüedad; al contrario, le sitúa dentro de la historia y de la lucha que
en ella se libra.
-LAS TENTACIONES DE ISRAEL Las tres citas del Dt, que marcan el ritmo del
relato (8. 3; 6. 16; 6. 13), evocan claramente las tentaciones de Israel en
el desierto. Las tentaciones de Jesús coinciden con las de Israel. La
tentación de concebir la esperanza como bienestar y de establecer
correspondencia entre la esperanza mesiánica y el esplendor del reino de
David. Es una tentación que está siempre al acecho. Luego, la tentación del
mesianismo milagroso y espectacular: Israel ha pretendido demasiadas veces
que Dios intervenga de manera manifiesta y terminante con su poder.
Finalmente la tentación más sutil y más socorrida: la del mesianismo
político, en la línea del dominio (¡por supuesto, para gloria de Dios!), en
lugar del servicio.
Según puede verse, no está en litigio el mesianismo como tal (Israel jamás
renunció a proclamarse pueblo mesiánico), sino la vía mesiánica. Mateo se
muestra muy interesado en esta confrontación entre Jesús e Israel. Quiere
mostrar que Jesús se manifiesta como la persona a la cual está ordenada la
historia entera de Israel. Él es el cumplimiento de Israel.
Padeció sus mismas tentaciones; pero, a diferencia de Israel, las superó.
Jesús es el verdadero y auténtico Israel.
-LAS TENTACIONES DE CRISTO SON ACTUALES Está claro que el relato de Mateo
posee una dimensión eclesial, además de cristológica. Basta recordar a este
respecto cómo se formaron los evangelios. Si el relato de las tentaciones
tuvo un puesto en toda la tradición sinóptica, es porque no sólo servía para
aclarar las ideas sobre Jesús y su mesianismo (por lo demás, manifiesto a
todos después de la crucifixión), sino porque servía también para aclarar
las ideas sobre la Iglesia y su cometido. En la tentación de Cristo
encuentra la Iglesia sus propias tentaciones. La Biblia nos ofrece otros
ejemplos de tentación (o prueba); por ejemplo, en el caso de Abrahán, la
tentación pone a prueba la esperanza en la promesa; en el caso de Job prueba
el desinterés de la fe. En nuestro caso, la tentación pone a prueba la
fidelidad-obediencia de Cristo a su propia misión.
En el caso de Cristo, concretamente, no se trata meramente de sucumbir a la
fascinación y a las solicitaciones del mesianismo político, sino de
continuar por el camino del siervo de Yahvé a pesar del fracaso que parece
llevar consigo. En esta experiencia de fracaso es donde la tentación tiene
su fuerza y la propuesta de Satanás su aparente sensatez.
Las tentaciones no sólo empujan a Jesús a un falso mesianismo, sino también
a la autonomía y hacia la independencia. Son un intento de constituirse en
Dios o, en todo caso, de servirse de Dios como de instrumento de uno mismo.
Más tarde, Jesús multiplicará los panes, pero no para sí mismo. Será
glorioso, pero por el camino de la cruz. Realizará signos, mas no para poner
a Dios a prueba.
Obsérvese, por último, que Jesús no es instigado por Satanás a escoger entre
Dios o el poder, entre Dios o la riqueza. Le insinúa más bien: consigue el
poder y, una vez conseguido, úsalo para gloria de Dios. La tentación, según
puede verse, es sutil, actual e inquietante. Es la tentación de siempre.
(BRUNO MAGGIONI, EL RELATO DE MATEOl, EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 42-45)
Exégesis: P. José María Solé - Roma, C. F. M. - a las tres lecturas
GÉNESIS 2, 7-9; 3, 1-7:
La narración bíblica que describe el "Pecado" del Paraíso suscita un interés
siempre creciente:
- Narración cargada de ingente valor teológico y expresada en una
escenificación de un dramatismo insuperable. Actúan como
protagonistas-antagonistas el Hombre (Adán-Eva) y Satán (Serpiente). Y el
escenario es el Paraíso con sus dos "Arboles" simbólicos: Árbol de la
Ciencia-Árbol de la Vida. El Árbol de la Ciencia significa la Trascendencia
Divina, los Poderes Divinos. El Árbol de la Vida simboliza la Inmortalidad.
Dios hace de ella gracia al hombre a condición de que el hombre viva en
dependencia y amor filial de Dios. El Paraíso simboliza el estado feliz en
que Dios y el hombre viven. Los antropomorfismos quieren indicar las
relaciones de un amor íntimo, filial.
- Se interpone Satanás, enemigo a la vez de Dios y del hombre. La Biblia le
presenta bajo el disfraz de "Serpiente". En Canaán la "Serpiente" era objeto
de culto idolátrico. Simbolizaba la vida, la fecundidad. El Pecado que la
Serpiente insinúa al Hombre (Eva-Adán) es una especie de idolatría. El Autor
Sagrado retrotrae a los principios el pecado más grave que Él conoce: el
culto idolátrico. En Canaán eran la peor tentación para Israel aquellos
cultos naturalistas con que los iniciados pretendían arrancar a sus dioses
poderes divinos sobre la fecundidad y sobre la vida. Jeremías nos, lo dice
con realismo y crudeza: " ¿Ves lo que hace la rebelde Israel? Va a toda alta
montaña bajo todo árbol frondoso; y allí se prostituye o idolatra" (Jer 3,
6). En el Pecado del Paraíso se ve este trasfondo de malicia: un afán de
compartir los poderes de Dios; una autonomía total; una auto-divinización
del hombre frente a Dios. Y el hombre, al emanciparse de Dios, pierde a Dios
y da con el dolor y la muerte.
- La Biblia no es Historia Universal, sino: "Historia de la Salvación", o si
preferimos: "Teología de la historia humana". En estos primeros capítulos
nos enseña: Dios creó al hombre con destino a Vida Inmortal. Lo creó libre.
La "libertad", corona de gloria del hombre, tiene tanto de dignidad como de
riesgo. El hombre puede ir a Dios e ir contra Dios. El hombre con abuso de
su libertad, bajo el influjo de Satanás que le ataca por el punto más
vulnerable, el orgullo, se independiza de Dios. Ahora, frente a esta maldita
cadena: Pecado-Castigo-Dolor-Muerte, Dios Misericordioso inicia la que
llamamos "Historia Salvífica": Promesa-Encarnación-Redención-Salvación. Y si
una solidaridad de pecado nos anega a todos los hombres, también una
solidaridad de gracia nos purifica y nos salva: la solidaridad, por la fe,
con nuestro Redentor Jesucristo.
ROMANOS 5, 12-19:
San Pablo desentraña los riquísimos valores teológicos de la narración del
Génesis:
- Para iluminar cómo Cristo nos libra del "Pecado", pone frente a frente al
primer Adán, cuyo delito nos trae la "Muerte", y a Cristo, cuya "Redención"
nos trae la Vida. Por Adán perdimos el acceso al Árbol de la Vida; por
Cristo recobramos la Vida. El pecado es rompimiento con Dios. Por eso es
muerte. Adán, al abrir la puerta al "Pecado" la abrió a la "Muerte". Por
Adán reinan sobre todos los hombres el "Pecado" y la "Muerte". La Escritura
entiende por "Muerte" no sólo la física o corporal, sino sobre todo la
espiritual y eterna. La muerte física es "signo" y consecuencia de la
espiritual (Sab 2, 24). Dios es Vida. Quien rompe con Dios queda en zona de
muerte. Quien conecta con Dios tiene la Vida de Dios. Cristo, que nos trae
la justificación (= Redención del "Pecado" y recuperación de la Gracia =
Vida de Dios), nos trae también la Resurrección (vv 12-14).
- Nuestra solidaridad con Adán y con Cristo queda iluminada por Pablo en
este ramillete de contrastes: Entre la obra nefasta de Adán que inficiona de
pecado a toda la Humanidad y la obra redentora de Cristo que a todos nos
revitaliza de gracia (16); entre el "Pecado", rey universal por culpa de
Adán, y el Reino de la Gracia = Reino de la Vida, al que por Cristo tenemos
todos libre acceso (17); entre el influjo universal que para condenación
tiene el delito de Adán y el influjo universal que para justificación y
salvación tiene la Redención de Cristo (18).
Por fin, en el v 18 se acentúa el contraste entre la que podríamos llamar
causa formal o esencial que diversifica las dos situaciones contrapuestas:
la "Desobediencia" de Adán contra Dios desata en cadena las calamidades de
la historia humana; historia de dolor y muerte porque lo es de pecado. Y la
"Obediencia" de Cristo, Hijo de Dios Encarnado, nos entra de nuevo a todos
en la órbita de Dios, y trueca todos los dolores y todos los esfuerzos
humanos en Historia de Salvación.
- Ahora basta que con fe y amor nos asociemos al Adán Nuevo: Cristo. "Al que
quede vencedor le daré a comer del Árbol de la Vida que está en el Paraíso
de mi Dios" (Ap 2, 7; 22, 2. 14). En la Eucaristía tenemos ya el pregusto
del Árbol de la Vida. La Liturgia cuaresmal nos llama a conversión y a
vigorizar la gracia bautismal comiendo el Pan de Vida.
MATEO 4, 1-11:
El Evangelio nos narra en estilo catequístico las tentaciones de Satán a
Cristo: Al Adán desobediente se contrapone el Adán Nuevo. Siervo Obediente:
- En la tentación del Paraíso Satanás seduce al hombre. Le excita a gula y
sensualidad, y sobre todo a ambición, autonomía y orgullo. Estas mismas
tentaciones presenta a Cristo.
- Vencidos en Adán, y ya sin moral ni posibilidades de victoria, el linaje
de Adán se hunde todo él en el pecado. Cristo, Adán Nuevo, vence a Satanás.
Los cristianos, vencedores en Cristo, recuperada la moral de la victoria,
vencemos personalmente, con la gracia de Cristo, al Pecado y a Satanás.
- Las tentaciones que Satanás presentará a los cristianos coinciden con las
que presentó a Jesús:
a) Traducir el Reino de Dios en soluciones inmediatas, utilitarias,
tangibles. Debemos purificar este concepto del Reino. Debemos adorar la
presencia y el poder de Dios en la continuidad del dolor, de la pobreza, del
fracaso: de la cruz. El Reino trasciende todos los esquemas terrenos.
b) Otra tentación es el exhibicionismo. Igualmente querer presentar la
credibilidad de la Iglesia, o apoyar nuestra fe en milagrismos; o empeñarse
en racionalizar el Evangelio y presentarlo a gusto del mundo: "Los judíos
piden milagros y los griegos sabiduría; nosotros, empero, predicamos a
Jesús-Mesías Crucificado" (1 Cor. 1, 23).
c) Cierto, no adoramos al demonio, pero nos acechan idolatrías no menos
peligrosas: egolatría, cosmolatría, cronolatría, tecnolatría. Ese
secularismo y desacralización que marginan a Dios. Ese poner el paraíso en
la tierra. Esa autosuficiencia de quienes nunca oran. Esa crítica acre e
inmisericorde de la Iglesia tradicional unida a la autopropaganda de los
métodos propios, o con un eufemismo más disimulado de la adaptación a los
hombres de nuestro tiempo. El Diablo nos envuelve en las redes sutiles de
orgullo, ambición, egoísmo.
Le venceremos con la pobreza y mortificación, la humildad y obediencia, la
fe y esperanza. Nuestro alimento y vigor es la Palabra de Dios (4). Y
nuestro premio, la Vida de Dios (Ap 2, 7).
- Apropiémonos este programa cuaresmal empapado de tensión pascual:
... Quia fidelibus tuis dignanter concedis quotannis pasohalia sacramenta in
gauaio purificatis mentibus expectare: ut, pietatis officia et opera
caritatis propensius exequentes, frequentatione mysteriorum, quibus renati
sunt, ad gratiae filiorum plenitudinem perducantur (Praef.)
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979, pp. 72-76)
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Exégesis: Louis Monloubou - Jesús, Hijo obediente
PALABRA DE DIOS. OBEDIENCIA. ÍDOLOS. AUTONOMÍA. JESÚS. HIJO OBEDIENTE. REINO
DE DIOS. SIGNOS.
La liturgia dominical presenta tres veces el relato de la tentación de
Jesús. Dos veces, con los textos, muy parecidos, de Mateo y de Lucas; y otra
vez, con los rápidos versículos del 2º evangelio, que están marcados con
otra mentalidad. Es preciso diversificar la utilización homilética de estas
tres lecturas. El relato de Marcos de la tentación está construido sobre el
paralelismo Adán-Jesús, mientras que el relato mateano lo está sobre el
paralelismo Jesús-Israel. El lucano, menos claramente orientado, puede
ayudar a reflexionar sobre las "opciones" que Jesús ha tenido que realizar,
y de las que el texto de la Tentación no intenta sino presentar, de forma
dramática, su sentido profundo. (...) A lo largo de todo el evangelio de
Mateo, y no únicamente en el primer versículo de nuestro texto, se presenta
al Espíritu en estrecha relación con Jesús. El Espíritu está presente en el
momento de la concepción virginal de Jesús (1. 18/20); en el momento de su
bautismo (3. 16); durante su permanencia en el desierto (4. 1); a lo largo
de su predicación (12. 18); en el momento en que expulsa a los demonios (12.
28). La meditación evangélica de Mateo acaba con las palabras de Jesús
resucitado enviando a sus discípulos a bautizar bajo la invocación de ese
mismo Espíritu (28. 19).
J/MOISES.La duración de la estancia de Jesús en el desierto queda definida
por un número que recuerda la presencia de Israel en el desierto del Éxodo:
cuarenta (años) (Dt 8. 2), y la de Moisés en la montaña: cuarenta días y
cuarenta noches (Ex 24.18), exactamente lo que dice Mateo de Jesús. Esta
última relación es de gran interés: de igual modo que Moisés, al final de su
permanencia solitaria, prolongada, se convierte en el predicador de la Ley
de Dios (Ex 24. 17), también Jesús, al término de un ayuno igualmente largo,
se convierte en el predicador del arrepentimiento y de la venida del Reino
(v.17), antes de serlo de la nueva Ley (cap. 5-7).
De todos modos la prueba del desierto vincula a Jesús sobre todo con Israel.
Porque en el desierto había sido puesto Israel a prueba. Hambriento, había
sentido la pobreza de sus propios medios, su debilidad: había sido
humillado. Empujado por esta "humillación", adoptó un comportamiento que
dejaba ver claramente el fondo de su corazón. Israel no era capaz de
abandonarse totalmente a las promesas de Dios, de confiar en su palabra, de
sufrir el hambre y la pobreza, sin desesperar, sin buscar la salvación en
otro sitio fuera de la palabra de Dios y de la sumisión a esta palabra.
Además, Israel había "tentado a su Dios", le puso a prueba (Dt 6. 16, adonde
remite la cita de Mt 4. 7). En Masá (Ex 17. 1-7; Nm 20. 2-13), Israel
sediento, puso a Yahvé entre la espada y la pared: era preciso que Yahvé les
diese inmediatamente el agua que necesitaban, o de lo contrario, dudarían de
él. Al lanzar semejante desafío, Israel demostraba su desconfianza respecto
a Yahvé, su Dios, cuyos actos salvadores se negaba a entender. La salida de
Egipto, por lo tanto, ya no se veía como un beneficio divino, sino como un
acto insensato del que el pueblo era no el beneficiario sino la víctima.
Israel, en fin, se abandonó a la idolatría. Al "seguir a otros dioses
escogidos entre los dioses de las naciones", ya no había "temido a su Dios
ni le había servido". Había "olvidado a Yahvé, su Dios", sin cuidarse de
Aquél que le había "hecho salir del país de Egipto, de la casa de
servidumbre" (Dt 6.12-14, contexto de la cita de Mt 4. 10).
¿De dónde procedía esta idolatría? De la negativa por otra parte del pueblo
a recibir su felicidad de otro, del Otro; de la negativa a depender de Él;
de la necesidad de ser independiente, de no tener su propia felicidad más
que de sí mismo; del deseo de gloriarse de sus propias obras, de adorarse en
la silueta de los dioses fabricados por sus propias manos.
Jesús experimenta, a su vez, esas mismas tentaciones; pero, contrariamente
al pueblo antiguo, no sucumbe a ellas. Israel, el pueblo-hijo (Os 11. 1,
citado en 2. 15) actuó en otros tiempos como hijo insumiso; Jesús, con su
docilidad perfecta, se muestra realmente hijo de Dios, el Hijo de Dios.
Asaltado por el hambre, no se deja llevar a ninguna murmuración. Confía en
Dios, en su promesa; no intenta plantearle un desafío obligándole a un
milagro tanto menos oportuno cuanto que, además de ser signo de una profunda
desconfianza o indocilidad, sería un gesto torpemente interesado.
Jesús otorga una confianza absoluta a la palabra de Dios. Precisamente esa
palabra promete a todo creyente, y más especialmente al Mesías-hijo de Dios,
salvarle, aunque sea con la milagrosa intervención de los Ángeles desde el
momento en que se encontrara en una situación humanamente desesperada. Así
al menos lo hace entrever el texto poético del Salmo 91 (90) citado por el
Diablo (v. 6). Era verdad; pero buscarse esa situación desesperada por el
solo motivo de hacer que apareciera la salvación de Dios, es, en primer
lugar, considerarse privilegiado de Dios y querer disfrutar de tal imagen; y
es sobre todo negarse a confiar en su palabra.
Porque pretender coaccionar a Dios en orden a que actúe, ¿no es dudar de él?
¿Dudar de Dios? Pero de hecho, ¿quién es Dios? ¿No es, a fin de cuentas, una
idealización del hombre, de su fuerza, de su poder? ¿No es una sublimación
de la gloria que dan al hombre su ciencia o su dinero? ¿No es la silueta
idealizada del mérito que le proporcionan al hombre su pobreza, o su
generosidad, o su entrega social, o su sentido político? ¿No es en todo esto
donde hay que buscar la verdadera y última salvación, el medio eficaz de
"poseer la tierra"? Aquella tierra que Moisés contempló sobre la montaña (Dt
34. 1-4), cuyo esplendor admirara, ¿de quién puede obtenerse sino de esa
omnipotencia del hombre, encontrada de nuevo en los dioses de fabricación
humana, más bien que en un Dios evanescente, jamás alcanzado, y menos aún
asido, acaparado...? Para Jesús, "Dios es Dios"... Está más allá del hombre.
El don que Él hace tiene la gratuidad de una generosidad suprema. Por eso no
existe adoración legítima alguna, sea cual fuere la forma que adopte esa
adoración, hacia manifestación alguna del hombre, sino únicamente hacia
Dios. ¿Abstracción fácil? ¿Teoría gratuita? No, porque tras el escenario de
las antiguas tentaciones de Israel, que Jesús rechaza con valor, más
especialmente tras la última que las resume a todas, se oculta una realidad
permanente que vivieron, a continuación de los padres del Éxodo, el entorno
de Jesús y el propio Jesús, que viven los hombres de siempre y, entre ellos,
en primer lugar, los discípulos de Jesús.
Detengámonos en estos últimos, ya que de ellos es, en definitiva de quien se
trata, según hemos visto más arriba. Rechazando las tentaciones que se le
proponían, Jesús supo vivir como "hijo de Dios", mostrarse "el Hijo de
Dios". A ejemplo suyo, los cristianos, hijos de Dios, deben vivir de una
manera acorde con su nueva naturaleza.
D/CONFIANZA: Como Jesús, los discípulos rechazan por lo tanto, exigir a Dios
actos que no tendrían otra finalidad que la propia satisfacción si no ya la
propia vanagloria. Conscientes de que Dios "sabe lo que necesitan" (6. 8),
confían en su palabra, cuentan con su promesa, negándose a ligar su fe a la
realización de sus deseos espontáneos. Al igual que Jesús, rehúsan poner a
Dios entre la espada y la pared, o a dejarse llevar de un imperioso deseo de
milagros que disimularía mal la propensión humana al espectáculo. Cuando en
la Escritura leen la promesa divina, se niegan a torcer el texto en el
sentido de sus ingenuas impaciencias, dedicándose, por el contrario, a
esperar pacientemente la realización de las auténticas promesas con tanta
gozosa esperanza como sosegada obstinación.
Lo mismo que Jesús, en fin, se niegan a buscar la realización universal del
Reino de Dios, a "poseer la tierra", toda la tierra, a base de medios
"diabólicos", que suponen la adoración de cuanto no es Dios. Medios humanos:
financieros, políticos, sociales... todos pueden servir al Reino, pero
ninguno puede ser el medio supremo íntegramente..., religiosamente aceptado.
En definitiva esa es la opción de Jesús y de los cristianos: entre Dios y lo
que no es Dios. Dios, percibido a través de los signos y siempre más allá de
esos signos, aunque sean los más elocuentes, los más necesarios...
Opción de otros tiempos... de siempre... de hoy.
(LOUIS MONLOUBOU, LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO, EDIT. SAL TERRAE
SANTANDER 1981.Pág. 91)
Comentario Teológico: P. Lic. José A. Marcone, I.V.E. - Las
tentaciones en el desierto -(Mt.4,1-11; Lc.4,1-13; Mc.1,12-13)
Inmediatamente después del Bautismo, es decir, en febrero de 779 U.c.,
Jesucristo es empujado por el Espíritu Santo al desierto de Judea. Entre su
Bautismo y la ida al desierto por cuarenta días hay una estrecha
continuidad, como puede verse por el adverbio que usa San Marcos:
"Inmediatamente (euthùs) el Espíritu lo empuja al desierto" (Mc.1,12).
También Mateo y Lucas señalan con claridad que la acción que sigue al
Bautismo es la de ser empujado por el Espíritu Santo al desierto (cf.
Mt.4,1ss; Lc.4,1ss).
El desierto. El desierto en la Biblia siempre ha sido el lugar donde el
hombre encuentra la soledad y el silencio necesarios para el encuentro con
Dios. Pero al mismo tiempo, por ser el lugar donde no transitan los hombres
y no se oyen las voces humanas, se ha convertido en el lugar donde el diablo
ha sido confinado y donde él ejerce una influencia especial. "Los
evangelistas suelen presentarnos el desierto como el lugar donde reside
Satanás: baste recordar el pasaje de Lucas sobre el "espíritu inmundo" que
"cuando sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de
reposo..." (Lc 11, 24); y en el pasaje que nos narra el episodio del
endemoniado de Gerasa que "era empujado por el demonio al desierto" (Lc 8,
29)". [1]
El desierto, entonces, es lugar de soledad y silencio para buscar a Dios, y
también lugar de la presencia de satanás, que busca evitar que el alma
encuentre y se una a Dios. Por eso es que el desierto, conjugando su
característica de soledad, silencio y encuentro con Dios con la de ser lugar
de habitación del diablo, es el lugar propio del combate espiritual. El
desierto es el lugar donde el alma se esfuerza por apartarse del mundo para
unirse a Dios, y donde el diablo tiene cierto 'derecho' de combatirla. "El
desierto, además de ser lugar de encuentro con Dios, es también lugar de
tentación y de lucha espiritual". [2]
Al ir al desierto después de su Bautismo, Jesús retoma la experiencia de su
pueblo Israel, quien había caminado durante cuarenta años por el desierto,
hasta llegar a la Tierra Prometida. Durante esos cuarenta años el pueblo
hizo la experiencia del desierto, es decir, experimentó la presencia amorosa
de Dios protegiéndolo a través de la nube y la columna de fuego; pero
también experimentó la tentación del mal espíritu que lo empujaba a dudar de
la bondad de Dios, como cuando se hicieron el becerro de oro para adorarlo.
[3]
Además, durante esos 40 días Cristo ayunó. De esa manera, disponía su alma
para la oración y para la unión con Dios. Fue un ayuno real, no ficticio ni
fingido. Dice el P. Castellani: "Cristo no fingió el hambre, ni fingió nada.
Tuvo una verdadera naturaleza humana. Vivió hombre en medio de los hombres,
en su país y en su época. Y como todos los grandes profetas orientales, se
preparó para su misión haciendo ese ayuno de 40 días riguroso y extremo, que
facilita la oración y la manifestación de la voluntad divina".[4]
Jesucristo va al desierto y ayuna durante cuarenta días para prepararse
espiritualmente a la gran misión apostólica que está a punto de empezar, y
para combatir con el diablo. Sin embargo, la razón más profunda de esta ida
al desierto es para recomenzar o recapitular la historia del hombre desde
los inicios. En efecto, Jesucristo va al desierto porque quiere reparar en
su misma raíz la primera caída del hombre tentado por satanás. Así como
Adán, cabeza del género humano, sucumbió a las tentaciones de satanás, así
también ahora el Nuevo Adán, Cabeza de la nueva humanidad, vencerá las
tentaciones de satanás, engendrando una nueva generación de hombres, no
nacidos del pecado.
Las tentaciones. El evangelio de San Marcos trae una clara referencia
textual que nos remite al paraíso: "Estaba entre las fieras salvajes y los
ángeles le servían" (Mc.1,13). Dice el Papa Benedicto XVI: "En su breve
relato de las tentaciones, Marcos (cf. 1,13) pone de relieve un paralelismo
con Adán, con la aceptación sufrida del drama humano como tal: Jesús 'vivía
entre fieras salvajes, y los ángeles le servían'. El desierto -imagen
opuesta al Edén- se convierte en lugar de la reconciliación y de la
salvación; las fieras salvajes, que representan la imagen más concreta de la
amenaza que comporta para los hombres la rebelión de la creación y el poder
de la muerte, se convierten en amigas como en el Paraíso. Se restablece la
paz que Isaías anuncia para los tiempos
del Mesías: 'Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el
cabrito...' (Is.11,6)".[5]
El derecho que satanás había adquirido por su triunfo sobre la cabeza del
género humano (el primer Adán), lo perderá ahora por su derrota ante Aquel
que es la Cabeza por excelencia de todo el género humano, el Nuevo Adán,
Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Por eso dice San Pablo: "Por tanto, así
como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó
él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte,
es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de
por vida sometidos a esclavitud" (Heb.2,14-15).
Es por esto que hay un gran paralelismo entre las tentaciones a las que el
diablo sometió a Adán en el Paraíso y aquellas a las que sometió a Cristo en
el desierto. Santo Tomás de Aquino establece un paralelo perfecto entre las
tentaciones hechas a Adán y Eva y las hechas a Cristo.[6]
Para entender correctamente las tentaciones de Cristo es necesario tener en
claro algunos presupuestos. En primer lugar, el diablo, en las tentaciones
(y siempre), quiere ocupar el lugar de Dios, quiere hacer el papel de Dios.
"El diablo es la mona de Dios, puesto que querer ser como Dios fue su caída
y es su constante manía".[7]
En segundo lugar, el diablo no sabía con certeza que Cristo era Dios. Dice
Santo Tomás de Aquino: "Como escribe Agustín, (...) Cristo se dio a conocer
a los demonios tanto cuanto Él quiso; no por aquellas cosas que son propias
de su vida eterna, sino por ciertos efectos temporales de su virtud, por los
cuales los demonios podían lograr alguna conjetura de que Cristo era el Hijo
de Dios. Pero como, por otra parte, veían en él ciertas señales de flaqueza
humana, no conocían con certeza que era el Hijo de Dios. Y por este motivo
quiso (el diablo) tentarlo. Esto es lo que se da a entender en Mt 4,2-3,
donde se dice que, después que tuvo hambre, se le acercó el tentador,
porque, como comenta Hilario, el diablo no se hubiera atrevido a tentar a
Cristo de no haber descubierto
en él, mediante la flaqueza del hambre, la condición humana".[8]
En tercer lugar, Cristo se deja tentar como hombre y vence las tentaciones
como hombre, no con la autoridad potestativa que tiene en cuanto Dios. Dice
Santo Tomás: "Cristo vino a destruir las obras del diablo, no obrando
potestativamente, sino más bien padeciendo del diablo y de los miembros del
diablo (los judíos), para, de este modo, vencer al diablo con la justicia,
no con el imperio", como explica Agustín (...): El diablo hubo de ser
vencido, no por el poder de Dios, sino por la justicia."[9]
En cuarto lugar, el diablo tienta a Cristo como a varón espiritual, y no
como a hombre cualquiera. Dice Santo Tomás, citando a San Ambrosio: "Cristo
hizo esto misteriosamente, como ejemplo, para manifestarnos que el diablo
tiene envidia de los que tienden a lo más perfecto".[10] También dice Santo
Tomás refiriéndose a Cristo: "El diablo no tienta desde un principio al
hombre espiritual con pecados graves, sino que comienza poco a poco con los
leves, para llevarlo luego a los más graves".[11] De esto concluimos que las
tres tentaciones son tentaciones que miran a objetos espirituales. Respecto
a esto dice Castelllani: "El diablo sabía que Cristo era un varón religioso
-lo había visto prepararse para su misión religiosa con el ayuno de Moisés,
lo había visto arder como una gran fogata en oración continua-; y lo tentó
como a un hombre religioso: en el plano religioso, no en el plano carnal.
Una nota del Evangelio traducido por Straubinger dice: "la primera fue una
tentación de sensualidad"... Es un error. Las tres fueron tentaciones de
soberbia. El diablo tienta de soberbia, no de sensualidad, a los que hacen
Cuaresmas tan rigurosas como Cristo". [12]
Con estos cuatro presupuestos podemos afrontar ya la explicación de las
tentaciones mismas. En las tentaciones hay que distinguir lo que es
tentación en sí misma, del punto de partida que el diablo toma para tentar.
Las tres tentaciones son espirituales, pero el punto de partida está en
algún afecto debido a la naturaleza humana, necesario a la naturaleza
humana. Dice Santo Tomás: "La tentación que viene del diablo se hace por
modo de sugestión. Pero no sugiere algo del mismo modo a todos, sino que a
cada uno le sugiere algo tomado de aquellas cosas a las cuales está
afectado".[13] Tanto en Cristo como en Adán y Eva no había afectos
desordenados, pero sí afectos ordenados propios de la naturaleza humana.
Tomamos el orden de las tentaciones según el evangelio de San Mateo.
En Cristo, la primera tentación parte del hambre de Cristo, es decir, de
"aquello que apetece todo
hombre espiritual, a saber, la sustentación corporal de la naturaleza por el
alimento".[14] Pero la tentación propiamente dicha es la de hacer un milagro
innecesario para adquirir el alimento. Dice Santo Tomás: "Es desordenado que
alguien, donde puede echar mano a la ayuda humana, sólo por sustentar su
cuerpo quiera milagrosamente procurarse para sí el alimento".[15] Y dice
también Santo Tomás: "El diablo, del apetito de un pecado intentó inducirlo
a otro pecado: del deseo de alimento intentó inducirlo a la vanidad
haciendo, sin causa, un milagro".[16] Concluyendo, podemos decir: "La
primera tentación es ésta: por medio de lo religioso procurarse cosas
materiales -como si dijéramos cambiar milagros por pan- la cual puede llegar
a un extremo que se llama simonía, o venta de lo sagrado".[17] Es por eso
que, esta primera tentación, consiste fundamentalmente en algo espiritual
que es usar de los poderes espirituales y religiosos para procurarse un bien
material en el propio interés.
La segunda tentación parte de aquello que también es natural a todo hombre,
que es el honor y la buena fama debidos. Pero el diablo busca sacarlo de su
quicio, desordenarlos. Por eso trata de seducir a Cristo de que se arroje de
lo más alto del Templo, delante de una multitud, exigiendo a Dios que haga
un milagro espectacular para salvarlo, logrando así un éxito que le dará
mucha fama. Es el gravísimo pecado de tentar a Dios para adquirir el propio
prestigio. Dice Santo Tomás, completando la frase recién citada: "El diablo,
del apetito de un pecado intentó inducirlo a otro pecado: del deseo de
alimento intentó inducirlo a la vanidad haciendo sin causa un milagro. Y del
deseo de gloria intentó llevarlo a tentar a Dios arrojándose del
precipicio".[18] Por eso podemos decir que "la segunda tentación es por
medio de la religión procurarse prestigio, poder, pomposidades y 'la gloria
que dan los hombres'". [19]
La tercera tentación parte de algo que está ínsito en la naturaleza del
hombre: dominar el mundo. Dios dijo al hombre cuando lo creó: "Dominad la
tierra" (Gén.1,28). Pero el pecado que el diablo induce es el máximo pecado:
el rechazo de Dios y la adoración de satanás. Dice Santo Tomás: "Apetecer
las riquezas y los honores es pecado cuando se los desea desordenadamente.
Esto es evidente sobre todo cuando el hombre comete algo deshonesto para
conseguirlos. Y por esto el diablo no se contentó con invitarle a la codicia
de las riquezas y los honores, sino que trató de inducir a Cristo a que, por
el logro de esos bienes, le adorase, lo que es mayor crimen y va contra
Dios. Y no dijo solamente: Si me adoras, sino que añadió: si postrándote (Mt
4,9); porque, como dice Ambrosio, la ambición tiene este peligro unido a
ella: que, para dominar a los demás, antes se somete a servidumbre; y se
doblega obsequiosamente para alcanzar el honor; y, queriendo sublimarse, se
abate aún más."
"La tercera tentación es desembozadamente satánica; postrarse ante el diablo
a fin de dominar al mundo".[20]
También en Adán y Eva se dio este proceso. En primer lugar, en base al
alimento del árbol, el diablo tienta de desconfianza hacia Dios. Dice la
serpiente: ""¿Así que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles
del jardín? (...) De ninguna manera moriréis" (Gén.3,1.4). El diablo inocula
la duda sobre la veracidad de Dios; le sugiere que Dios le está mintiendo y
le hace entrar la desconfianza en Dios; es lo que se conoce como 'la
sospecha contra Dios'. Adán y Eva van a dudar de la sinceridad de la amistad
de Dios y se sienten tentados de desobedecer a Dios, partiendo del fruto que
no se podía comer. Al igual que en la primera tentación de Cristo, aquí
también el diablo trata, a partir del hecho de tomar el alimento, llevarlos
a un pecado espiritual contra Dios.
En segundo lugar, el diablo dice a Eva: "Es que Dios sabe muy bien que el
día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos" (Gén.3,5). "Se abrirán
los ojos" significa la vanagloria, la gloria de este mundo, la fama y el
prestigio delante de los demás. Al igual que en la segunda tentación de
Cristo, aquí el diablo trata de que, para alcanzar prestigio, cometan un
pecado de desobediencia a Dios.
En tercer lugar, la serpiente tienta partiendo del apetito de estar por
encima de todo lo creado, pero llevado hasta el extremo de querer ser Dios:
"Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gén.3,5). Y este es el
máximo pecado y la máxima soberbia. Al igual que en la tercera tentación de
Cristo, aquí el diablo los induce a que ellos mismos se erijan como dioses,
rechazando máximamente a Dios, adorándose a ellos mismos.
Estos tres aspectos de la tentación del diablo a nuestros primeros padres
están resumidos en Gén.3,6: "Y como viese la mujer que el árbol era bueno
para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de
su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió". El ser
'bueno para comer' corresponde al primer aspecto de la tentación de Adán y
Eva, y a la primera tentación de Cristo. El ser 'apetecible para la vista'
corresponde al segundo aspecto de la tentación de Adán y Eva, porque el
querer ver implica el querer poseer, y se quiere poseer para tener más
prestigio y fama delante de los demás; corresponde a la segunda tentación de
Cristo. El ser 'excelente para alcanzar sabiduría' corresponde al tercer
aspecto de la tentación a Adán y Eva, ya que implica una acción
exclusivamente intelectual orientada a la dominación del mundo; corresponde
a la tercera tentación de Cristo.
Jesucristo, venciendo en cuanto hombre y con el poder de las Escrituras
Santas, le hace perder al diablo el derecho que tenía sobre el hombre y
sobre el mundo. A partir de ahora, bastará que el cristiano se adhiera a
Cristo a través de la fe y la gracia santificante, para que el diablo no
tenga ningún derecho sobre él y sobre sus cosas. Por eso dice San Pablo:
"Así como por la desobediencia de un solo hombre (Adán), todos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo (Cristo),
todos serán constituidos justos" (Rm.5,19). Por esta razón dice el Catecismo
de la Iglesia Católica: "Satanás le tienta tres veces tratando de poner a
prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que
recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el
desierto, y el diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc 4,
13). Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento
misterioso. Jesús es el nuevo Adán que
[21] permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación".
Los tres aspectos de la tentación a Adán y Eva y las tres tentaciones de
Cristo según el orden de San [22] Mateo , a los cuales recién hemos hecho
referencia (bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr
sabiduría) tienen su correspondencia exacta con las tres concupiscencias de
las que habla San Juan en su primera carta: "Puesto que todo lo que hay en
el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la
soberbia de la vida - no viene del Padre, sino del mundo" (1Jn.2,16). Las
tres concupiscencias según San Juan, son, entonces, la concupiscencia de la
carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Estas
concupiscencias son hábitos desordenados que han quedado en el alma de todo
ser humano como consecuencia del pecado original, es decir, como
consecuencia del contagio que todo ser humano ha contraído desde el primer
momento de su existencia. Estas concupiscencias son hábitos desordenados
respecto a los tres puntos de partida de los pecados que el diablo quiso
inducir a la primera pareja humana y a Cristo. La concupiscencia de la carne
representa el deseo desordenado de placer. La concupiscencia de los ojos
representa el deseo desordenado de poseer, y, en consecuencia, de tener
prestigio delante de los demás a través de las [23] riquezas. La soberbia de
la vida es el deseo desordenado de la propia excelencia.
Los votos religiosos están directamente orientados a ordenar esas
concupiscencias producto del pecado original. Por eso dicen las
Constituciones de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado: "Con la
profesión de los votos nos esforzamos por desarraigar de nosotros las tres
concupiscencias, incompatibles con la caridad del Padre: concupiscencia de
la carne (desorden en el comer, en el beber, en los bienes sensibles),
concupiscencia de los ojos (afán de ver todo, de poseerlo), soberbia de la
vida (desorden en los honores, ostentación, jactancia, autosuficiencia), que
responden exactamente a aquellas tentaciones con las que el demonio
pretendió seducir a Nuestro Señor: dí que estas piedras se conviertan en
pan...(Mt 4,3), o sea, gula; échate de aquí hacia abajo (Mt 4,6), es decir,
hacer las cosas por ostentación; y todo esto te daré si me adoras (Mt 4,9),
o sea, soberbia. En estas tres tentaciones "se halla la materia de todos los
pecados, porque las causas de las tentaciones son las mismas de la codicia:
el deleite de la carne, la esperanza de la gloria y la ambición del poder".
Es la misma treta que usó el padre de la mentira con Adán y Eva, tentándolos
a comer del fruto prohibido, porque era de buen gusto, agradable a la vista
y apto para alcanzar sabiduría (Gen 3,6)".[24]
Respecto al ayuno de cuarenta días en el desierto y a las tentaciones
sufridas allí, dice el Directorio de Espiritualidad de la Familia Religiosa
del Verbo Encarnado:
"El ayuno
"Es esencial a la vida cristiana, y por tanto debe serlo en nuestra
espiritualidad, la práctica de la penitencia: Si no hiciereis penitencia,
todos igualmente pereceréis (Lc 13,3). Sobre todo la penitencia interna, la
metanoia (cf. Mc.1,15), o sea la íntima y total mudanza y renovación de todo
el hombre de todo su sentir, juzgar y disponer.
(...) "Para nuestra minúscula familia religiosa el santo sacramento de la
Reconciliación o Penitencia ocupa un lugar importantísimo en la vida
espiritual, de tal modo que consideramos recomendable que se lo reciba
semanalmente. Debemos tener devoción a la confesión frecuente, ya que son
muchos los frutos que de ella se siguen: "...aumenta el justo conocimiento
propio, crece la humildad cristiana, se desarraigan las malas costumbres, se
hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia,
se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las
conciencias y aumenta la gracia en la virtud del sacramento".
"Pero, también, hay que tener sumo aprecio por la penitencia exterior:
acerca del comer y del beber, acerca del modo del dormir, "dándole dolor
sensible" a la carne: por medio de cilicios (cf. Lev.16,31), disciplinas,
etc. El carácter preferentemente interior y religioso de la penitencia...no
excluyen ni atenúan en manera alguna la práctica externa de dicha virtud;
más aún, exigen con urgencia especial su necesidad... Las normas que da San
Ignacio deben regular su práctica.
"Debemos privilegiar siempre los tiempos -Adviento y Cuaresma- y los días
penitenciales según el precepto de nuestra Santa Madre Iglesia en los que
hay que dedicarse en manera especial a la oración, a la práctica de la
caridad y de la piedad, a negarse a sí mismo, a cumplir mejor las
obligaciones de estado, etc.
"El ejemplo de Nuestro Señor de retirarse durante cuarenta días nos debe
llevar a valorar en sumo grado la práctica de los ejercicios espirituales,
en especial, según San Ignacio de Loyola y los típicos de treinta días hacia
el término del noviciado y cada diez años. Asimismo, es de todo alabar el
hacer ejercicios anuales de ocho días. También creemos que es muy importante
el retiro mensual.
(...)
"Las tentaciones
"El ejemplo del Señor al sufrir los embates del demonio en el desierto será
siempre fuente inexhausta de aliento para los religiosos. Porque quiso
darnos fuerza contra las tentaciones: venció "nuestras tentaciones con las
suyas"; para que nadie, por muy santo que sea, se tenga por libre de ser
tentado: Hijo mío, si te das al servicio de Dios, prepara tu ánimo a la
tentación (Qoh 2,1); para enseñarnos con qué prontitud y firmeza, y con qué
justicia, hay que vencer las tentaciones del demonio: "el Diablo no ha de
ser vencido con la fuerza, sino con la justicia"; para que confiemos más en
su misericordia: No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de
nuestras flaquezas, antes fue tentado en todo a semejanza nuestra, fuera del
pecado (Heb 4,15). Sobre todo, porque como en las tres tentaciones se halla
"la materia de todos los pecados", los religiosos se oponen por los tres
votos, en forma diametral, a todos los pecados y a todas las tentaciones que
empujan al pecado y que, de alguna manera, se pueden reducir a las tres que
tuvo Nuestro Señor. Y por el cuarto voto, nos oponemos al pecado por otro
título ya que al ser esclavos de la Virgen, tomamos claro partido en aquella
enemistad creada por Dios: Pongo perpetua enemistad entre ti (el demonio) y
la mujer, y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza... (Gen
3,15).
"No es buena señal el asustarse de tener grandes y graves tentaciones, y
darles importancia desmedida, por dos razones: 1ª, "El Cristo Total era
tentado por el diablo ya que en El eras tú tentado...Reconócete a tí mismo
tentado en El y reconócete también a tí mismo victorioso en El...nuestro
progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí
mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede
vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de
tentaciones" (San Agustín); 2ª, No os ha sobrevenido tentación que no fuera
humana, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras
fuerzas; antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis
resistirla (1 Cor 10,13)".[25]
(P. Lic. José A. Marcone, I.V.E. - Las tentaciones en el desierto
-(Mt.4,1-11; Lc.4,1-13; Mc.1,12-13))
[1] B. JUAN PABLo II, El Espíritu Santo en la
experiencia del desierto, Audiencia General del miércoles 21 de julio de
1990, nº 1.
[2] B. JUAN PABLo II, ibídem, nº 2.
[3] Dice Benedicto XVI: La ida de Jesús al
desierto para ayunar durante cuarenta días "nos recuerda los cuarenta años
que el
pueblo de Israel pasó en el desierto, que fueron
tanto los años de su tentación como los años de una especial cercanía de
Dios" (BENEDIcTo XVI, Jesús de Nazareth (I)..., p. 53).
[4] CASTELLANI, L., El Evangelio..., p. 161.
[5] BENEDICTo XVI, Jesús de Nazareth (I)..., p.
51.
[6] Cf. s. ToMÁs DE AQuINo, Suma Teológica, III,
q. 41, a.4 c.
[7] CASTELLANI, L., El Evangelio..., p. 166.
[8] S. ToMÁs DE AQuINo, Suma Teológica, III, q.
41, a. 1, ad 1. Respecto a esto dice el P. Castellani: "El espíritu maligno
no sabía seguro si Cristo era el Mesías, ni mucho menos si era Dios o no.
Parece increíble, con el talento que tiene el diablo, y conociendo las
profecías mesiánicas mejor que cualquier rabino, que no sacara la conclusión
que tantos hombres sacaron. Pero es así, basta leer los Evangelios; además
San Pablo dice expresamente que el diablo no hubiera crucificado -por medio
de los judíos- a Cristo, si hubiese sabido que era el Hijo de Dios (I Cor
II, 8).
"Que un Dios se haga hombre es un Misterio
Absoluto; es como si dijéramos un Absurdo: no cabe en ninguna cabeza creada.
Eso no se puede conocer y saber si no es mediante un acto de fe
sobrenatural, un acto que es imposible sin la gracia de Dios; la cual el
diablo no tiene. La ciencia no basta para alcanzar la fe; es necesaria
también la buena voluntad, de que el diablo carece.
"Por eso el fin del Tentador fue, como aparece
claramente, no sólo hacer pecar a Cristo sino también sacarse él esa duda;
lo cual no consiguió: "Si eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se
conviertan en pan." Pero hay que reconocerle al diablo que su atrevimiento
es infinito: es un sinvergüenza, porque no tiene ya nada que perder.
¡Sospechando que Cristo era una persona divina, haberlo sin embargo agarrado
y llevado al Campanario! "¡Qué miedo tendría el maldito -dice Santa Teresa-
mientras iba volando!"..." (CASTELLANI, L., El Evangelio..., p. 164).
[9] s. ToMÁs DE AQUINo, Suma Teológica, III, q.
41, a. 1, ad 2.
[10] s. ToMÁs DE AQUINo, Suma Teológica, III, q.
41, a. 2 c.
[11] s. ToMÁs DE AQUINo, Suma Teológica, III, q.
41, a. 4 c
[12] CASTELLANI, L., El Evangelio..., p. 166.
[13] s. ToMÁs DE AQUINo, Suma Teológica, III, q.
41, a. 4 c.
[14] s. ToMÁs DE AQUINo, Suma Teológica, III, q.
41, a. 4 c.
[15] s. ToMÁs DE AQUINo, Suma Teológica, III, q.
41, a. 4 ad 1.
[16] s. ToMÁs DE AQUINo, Suma Teológica, III, q.
41, a. 4 ad 3.
[17] CASTELLANI, L., El Evangelio..., p. 168.
[18] s. TOMÁs DE AQUINo, Suma Teológica, III, q.
41, a. 4 ad 3.
[19] CASTELLANI, L., El Evangelio..., p. 168.
[20] CASTELLANI, L., El Evangelio..., p. 168.
[21] CATECISMo DE LA IGLEsIA cATÓLIcA, nº
538-539.
[22] En Suma Teológica, III, q. 41, a. 4, ad 5 se
responde porqué San Lucas pone otro orden.
[23] San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios
Espirituales, en la "Meditación de dos banderas" (nº 136 ss.), reproduce de
una manera exacta el orden en que el demonio tienta a todo hombre, tal como
lo hizo con nuestros primeros padres y con Jesucristo. En efecto, San
Ignacio hace notar cómo el diablo adoctrina a los suyos para que induzcan a
los hombres primero a codicia de riquezas; de allí, a vano honor del mundo,
y de esto a crecida soberbia; "de manera que el primer escalón sea de
riquezas, el 2º de honor, el 3º de soberbia, y de
estos tres escalones induce a todos los otros vicios" (EE, nº 142).
Asimismo, Jesucristo llama a todos a militar bajo su bandera pero su llamado
es a pobreza, oprobios y menosprecios, y de allí a la humildad; "de manera
que sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el 2º, oprobrio
o menosprecio contra el honor mundano; el 3º, humildad contra la soberbia; y
de estos tres escalones induzcan a todas las otras virtudes" (EE, nº 146).
[24] CONSTITUCIONES DEL INSTITUTo DEL VERBO
ENCARNADo, nº 53.
[25] INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO, Directorio de
Espiritualidad, nº 99 - 104. 106 - 107.
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Comentario Bíblico: Alberto Benito - Las pruebas de Jesús
Con una frase característica de la narración bíblica, Mt nos presenta a
Jesús en una situación de tener que decidir. Se tienta a uno en sentido
bíblico, cuando se le coloca en una situación en que deberá dar buena prueba
de sí o decidirse o al menos manifestarse. El marco y las circunstancias de
la tentación de Jesús recuerdan la pasada historia del pueblo de Israel.
"Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos
cuarenta años por el desierto, para afligirte, para ponerte a prueba y
conocer tus intenciones, si guardas sus preceptos o no" (/Dt/08/02). Es muy
probable que Mateo pensara en este texto al escribir el suyo, poniendo una
vez más de manifiesto la matriz histórica en que Jesús se mueve y a la que
da sentido y plenitud.
Las pruebas de Jesús son tres, todas ellas puntualmente superadas haciendo
suyos sendos pasajes del Dt, el viejo libro que contiene la Constitución del
Pueblo de Israel. Comentario: Considerado globalmente, el texto es un
desafío a Jesús para que elija sus prioridades como libertador prometido por
Dios, como Mesías.
En primer lugar está la tentación de construir la nueva sociedad mediante
medios económicos, convirtiendo las piedras en panes. Había ciertamente
abundancia de personas hambrientas en el mundo que habrían aceptado gustosas
ese pan, viniera de donde viniera. Jesús mismo conoció sin duda las
estrecheces y el hambre. Además, el A.T. había descrito a menudo la nueva
sociedad como una época de gran prosperidad material en la que los
hambrientos serían alimentados y las necesidades de cada uno serían
satisfechas. Había por eso abundantes y buenas razones para que Jesús se
interesase por ello. Una palabra de Dios al pueblo de Israel en un momento
crucial de su pasada historia ayudó a Jesús a vencer la tentación: "no sólo
de pan vive el hombre". No es que Jesús dejase de reconocer que el pueblo
tenía necesidades económicas; más bien reconoció, por una parte, que no era
ésta su más profunda necesidad y, por otra, que no era esto lo que Dios
quería que fuera el objetivo principal de su obra. De hecho, Jesús proveyó
posteriormente de alimento al pueblo hambriento. Pero sabía que ésta no
debía ser la principal finalidad de su obra.
Una segunda tentación fue la de arrojarse abajo, sin hacerse daño, desde la
torre del templo al concurrido atrio. Habría sido cosa fácil demostrar que
era el Mesías obrando milagros, porque lo milagroso e insólito tenía y sigue
teniendo un especial atractivo. También aquí había para esta tentación algo
más que la simple lógica de la situación, pues existía efectivamente una
profecía en el A.T. acerca del Mesías que aparecería de repente y de un modo
dramático en el templo (Ml 3. 1-3). Había también una promesa en el salmo 91
que decía que Dios protegería a aquellos que le pusieran a prueba. ¿Y no era
éste el momento de hacerlo? Si Jesús era realmente el Mesías, podía entonces
con toda seguridad esperar que Dios cumpliera honorablemente sus promesas.
Una idea muy seductora.
La respuesta a ella vino del mismo tiempo crucial de la pasada historia de
Israel: "no pondrás a prueba al Señor tu Dios". El contexto de la promesa de
Dios en el salmo 91 aclara que ésta era válida sólo para aquellos que vivían
en obediencia a la voluntad divina. Y para Jesús hacer la voluntad de Dios
significaba servicio y sufrimiento, y no el uso arbitrario de las promesas
de Dios para sus propios fines personales y egoístas. Por eso rechazó la
tentación de ser reconocido como el salvador prometido por Dios mediante un
despliegue del poder de hacer milagros. Naturalmente que los obró, pero
también dio a entender claramente que los milagros eran signos vivos de su
mensaje: no eran el mensaje mismo.
MESIANISMO-POLITICO La tercera tentación consistía en ser un Mesías
político. No cabe la menor duda de que ésta debió ser la tentación más
fuerte. Después de todo, esto era precisamente lo que los judíos esperaban
del Mesías. También creían comúnmente que ellos gobernarían a todas las
demás naciones en la nueva era que iba a seguir, y Jesús fue tentado para
que aceptase la autoridad de Satanás con el fin de conseguir el poder sobre
el mundo. La idea apareció todavía más viva mediante una visión del
esplendor de los reinos del mundo, pero Jesús se dio cuenta de nuevo de que
esto era muy diferente de la nueva sociedad que tenía que inaugurar. No es
que Jesús no sintiera simpatía por el profundo deseo de libertad que
experimentaba su pueblo. Después de todo, Él mismo vivía bajo la tiranía de
Roma. Había trabajado con sus propias manos para producir lo suficiente para
pagar los impuestos romanos. Conocía muy bien la miserable condición de sus
compatriotas, pero rechazó el mesianismo político por dos razones:
primeramente rechazó las condiciones en que el demonio se lo ofrecía:
compartir soberanía con él. Si Jesús aceptaba que el demonio tenía autoridad
sobre el mundo, entonces se le otorgaría una autoridad política limitada a
cambio. Esto era algo que Jesús no podía aceptar. Su propio compromiso, y el
que exigió a sus seguidores, era exclusivamente con Dios, como soberano y
señor. Reconocer el poder del demonio en cualquier área de la vida habría
sido negar la suprema autoridad de Dios.
VD/IMPONERLA.Pero, además, a Jesús se le ofrecía la posibilidad de gobernar
con la autoridad y la gloria de un imperio semejante al de los romanos. Y él
sabía que ésta no era su misión. Sabía también que la ley de Dios nunca
podía imponerse desde fuera en la vida de los hombres y en la sociedad. Si
había una lección que aprender de la historia de su pueblo era ésta. Poseían
todas las leyes del A.T., pero una y otra vez se habían mostrado totalmente
incapaces de cumplirlas. Jesús veía que lo que los hombres necesitaban era
entregar su voluntad y libre obediencia a Dios, y de este modo recibir la
libertad moral para crear la clase de sociedad nueva que Dios quería que
tuvieran.
Esta tercera tentación fue, ciertamente, la más fuerte y apremiante, y fue
también rechazada del modo más decidido: "¡Apártate, Satanás!" Jesús no
trataba de imponer un nuevo autoritarismo para reemplazar al viejo
autoritarismo de Roma. Su nueva sociedad no iba a ser un gobierno tiránico y
cruel como muchos judíos preveían, sino algo que brotaría de la nueva e
íntima naturaleza de aquellos que formaban parte de ella, puesto que servían
y adoraban a Dios únicamente.
(ALBERTO BENITO, DABAR 1990/17)
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Santos Padres: San Agustín - Mt 4,1-11: La tentación de Cristo
es enseñanza para el cristiano
¿Qué cosa se dijo, hermanos, qué cosa se dijo de nuestra Cabeza? Tú, Señor,
eres mi esperanza; muy alto has colocado tu refugio. El mal no se te
acercará ni el azote se aproximará a tu tienda (Sal 90,2-3). Es lo dicho
hasta ahora. Él ha mandado a tus ángeles que te guarden en todos tus caminos
(Sal 90,1 l). Son las mismas palabras que acabáis de oír cuando se leyó el
evangelio. Prestad atención. Después de haber sido bautizado, el Señor ayunó
(Mt 4,2).¿Por qué quiso ser bautizado? Para que no desdeñásemos serlo
nosotros. En efecto, cuando Juan decía al Señor: ¿Vienes tú a mí para que te
bautice? Soy yo más bien quien debe ser bautizado por ti, el Señor le
respondió: Deja eso ahora; conviene que se cumpla toda justicia (Mt
3,14-15). Quiso ejercitar la humildad, dejándose bautizar él que no tenía
mancha alguna. ¿Con qué fin? Para salir al encuentro de la soberbia de los
venideros. Sucede a veces que un catecúmeno supere a muchos fieles en
ciencia y buenas costumbres. Ve que muchos bautizados son ignorantes; que
muchos otros no viven como él, es decir, con la misma castidad o
continencia; mientras él es capaz de pasar sin la mujer, ve a veces a
bautizados que, si no se entregan a la fornicación, al menos usan de la
propia sin moderación alguna. Este catecúmeno podría engreírse y decir:
«¿Qué necesidad tengo de ser bautizado? Lo más que puedo recibir es lo que
tiene este fiel al que ya supero por mis costumbres y mi ciencia». A tal
soberbio dice el Señor: «¿A quién eres superior? ¿En qué medida eres
superior? ¿Acaso eres tú superior respecto de él como yo respecto de ti? No
es el siervo más que su señor ni el discípulo más que su maestro. Al siervo
le basta ser como su señor y al discípulo como su maestro (Mt 10,24-25).
¡No te engrías hasta el punto de rehusar el bautismo! Busca el bautismo del
Señor, como yo he buscado el del siervo». Ahora bien, el Señor fue
bautizado; después del bautismo fue tentado y, por último, ayunó durante
cuarenta días, para cumplir un misterio del que os he hablado con
frecuencia. No se puede decir todo a la vez, para no emplear un tiempo
precioso. Después de cuarenta días el Señor sintió hambre. Hubiera podido no
sentirla nunca; pero, ¿cómo hubiera podido ser tentado? Y si él no hubiese
vencido al tentador, ¿cómo hubieras aprendido tú a luchar contra él? Sintió
hambre; e inmediatamente se presentó el tentador: Si eres el Hijo de Dios,
di a estas piedras que se conviertan en pan (Mt 4,3). ¿Acaso era gran cosa
para el Señor convertir las piedras en pan? ¿No fue él quien con cinco panes
sació a tantos miles de personas? (Mt 14,17-21). En aquella ocasión creó el
pan de la nada. ¿De dónde salió tan gran cantidad de alimento que bastó para
saciar a tantos miles de personas? Las fuentes del pan estaban en las manos
del Señor. Nada hay de extraño en ello; de hecho, quien de cinco panes sacó
tantos que pudieron saciarse aquellos miles de personas, es el mismo que
cada día trasforma los pocos granos ocultos en la tierra en mieses inmensas.
También aquí nos hallamos ante un milagro del Señor, mas, como acaece cada
día, pierde importancia para nosotros. Entonces, hermanos, ¿era imposible
para el Señor el convertir las piedras en pan? Fue capaz de hacer hombres de
las piedras, como decía el mismo Juan Bautista: Poderoso es Dios para sacar
de estas piedras hijos de Abrahán (Mt 3,9). ¿Por qué entonces, no hizo el
milagro? Para enseñarte cómo debes responder al tentador. Suponte que te
hallas afligido. Se te acerca el tentador y te sugiere: «Si fueras cristiano
y en verdad pertenecieras a Cristo, ¿te abandonaría en este apuro? ¿No te
hubiese enviado su socorro?». Quizá el médico está todavía sajando, y por
eso te abandona; pero no te abandona. De la misma manera Pablo no fue
escuchado porque fue escuchado. En efecto, Pablo dice que no se le escuchó a
propósito del aguijón de su carne, el ángel de Satanás, por quien decía que
era abofeteado: Por lo cual rogué tres veces al Señor que me lo quitase y me
respondió: Te basta mi gracia, pues la fortaleza llega a su plenitud en la
debilidad (2 Cor 12,7-9).
Es como si el enfermo dijera al médico que le aplicó una cataplasma: «Este
emplasto me molesta; te ruego que me lo quites». El médico le respondería:
«No, es necesario que lo tengas aún más tiempo; de otro modo no podrás
curar». El médico no escuchó al enfermo en ese deseo, porque le escuchó en
su ansia de salud. Por tanto, hermanos, sed fuertes. Si alguna vez os veis
tentados por alguna estrechez, es Dios quien os azota para probaros, él que
os ha preparado y os reserva la herencia eterna. No permitáis que el diablo
os diga: «Si fueses justo, ¿acaso no te mandaría Dios el pan por medio de un
cuervo como lo mandó a Elías? (1 Re 17,6) ¿Acaso no has leído las palabras:
Nunca he visto al justo abandonado, ni a su descendencia mendigar el pan?»
(Sal 36,25). Responde el diablo: «Es verdad lo que dice la Escritura: Nunca
he visto a un justo abandonado, ni a su descendencia mendigar el pan; de
hecho, tengo un pan que tú desconoces». ¿Qué pan? Escucha al Señor: No sólo
de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. ¿No
crees que la palabra de Dios es pan? Si no fuese pan la palabra de Dios, no
diría el Señor: Yo soy el pan vivo, yo que he descendido del cielo (Jn
6,41). Así, pues, has aprendido qué responder al tentador cuando te halles
en estrecheces a causa del hambre.
Y ¿qué dirás si el diablo te tienta diciéndote: «Si tú fueses cristiano
harías milagros como muchos cristianos los hicieron». Engañado por esta
perversa sugerencia, serías capaz de tentar al Señor tu Dios diciéndole: «Si
soy cristiano, si lo soy ante tus ojos y me cuentas en el número de los
tuyos, concédeme hacer algo semejante a lo que hicieron tus santos». Has
tentado a Dios, pensando que no eres cristiano si no haces tales cosas...
¿Qué debes, pues, responder para no tentar a Dios, si el diablo te tienta
diciéndote: «Haz milagros»? Responde lo mismo que el Señor. El diablo le
dijo: Arrójate al suelo, porque está escrito que él ha mandado a sus ángeles
que se ocupen de ti, que te tomen en sus manos, para que tu pie no tropiece
en la piedra (Mt 4,6). Si te tiras, los ángeles te recogerán. Podía suceder
así, hermanos, de forma que si el Señor se hubiese arrojado, los ángeles
hubiesen recogido devotamente su carne. Pero ¿qué le respondió? Está escrito
también: No tentarás al Señor tu Dios (Mt 4,7). Tú me crees un hombre. Para
esto precisamente se había acercado el diablo, para probar si era o no el
Hijo de Dios. Él veía sólo la carne, pero su majestad la manifestaban sus
obras. Los ángeles habían dado su testimonio. El diablo, pues lo veía mortal
y por eso lo tentó; pero la tentación de Cristo es gran enseñanza para el
cristiano. ¿Qué está escrito, pues? No tentarás al Señor tu Dios. No
tentemos, pues, al Señor diciendo: « Si pertenecemos a ti, concédenos el
hacer milagros».
(San Agustín, Comentario al salmo 90, II 6-7)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - HOMILIA 13 Entonces fue Jesús
conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt
4,1ss).
POR QUÉ PERMITE DIOS QUE SEAMOS TENTADOS
1. Entonces... ¿Cuándo? Después de bajar el Espíritu Santo, después de oírse
aquella voz venida del cielo que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien me
he complacido . Y lo de verdad maravilloso es que le lleva el Espíritu
Santo-así lo afirma expresamente el evangelio-. Y es que, como el Señor todo
lo hacía y sufría para nuestra enseñanza, quiso también ser conducido al
desierto y trabar allí combate contra el diablo, a fin de que los
bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben
por ello, como si fuera cosa que no era de esperar. No, no hay que turbarse,
sino permanecer firme y soportarlo generosamente como la cosa más natural
del mundo. Si tomaste las armas, no fue para estarte ocioso, sino para
combatir.
Y ésa es la razón por que Dios no impide que nos acometan las tentaciones.
Primero, para que te des cuenta que ahora eres ya más fuerte. Luego, para
que te mantengas en moderación y humildad y no te engrías por la grandeza de
los dones recibidos, pues las tentaciones pueden muy bien reprimir tu
orgullo. Aparte de eso, aquel malvado del diablo, que acaso duda de si
realmente le has abandonado, por la prueba de las tentaciones puede tener
certidumbre plena de que te has apartado de él definitivamente. Cuarto
motivo: las tentaciones te hacen más fuerte que el hierro mejor templado.
Quinto: ellas te dan la mejor prueba de los preciosos tesoros que se te han
confiado. Porque, si no te hubiera visto el diablo que estás ahora
constituido en más alto honor, no te hubiera atacado. Por lo menos al
principio, si acometió a Adán, fue porque le vio gozar de tan grande
dignidad. Y, si salió a campaña contra Job, fue porque le vio coronado y
proclamado por el Dios mismo del universo. - Entonces, ¿por qué dice más
adelante el Señor: Orad para que no entréis en tentación -Por la misma razón
por que el evangelio no te presenta simplemente a Jesús camino del desierto,
sino conducido allí conforme a la razón de la economía divina. Con lo que
nos da a entender que no debemos nosotros adelantarnos a la tentación; más,
si somos a ella arrastrados, mantenernos firmes valerosamente.
LOS BIENES QUE NOS TRAE EL AYUNO
Y mirad a dónde, apoderándose de Él, le conduce al Señor el Espíritu Santo;
no a una ciudad ni a pública plaza, sino al desierto. Y es que, como el
Señor quería atraer al diablo a este combate, le ofrece la ocasión no sólo
por el hambre, sino por la condición misma del lugar. Porque suele el diablo
atacarnos particularmente cuando nos ve solos y concentrados en nosotros
mismos.
Así atacó al principio a la mujer, al sorprenderla sola y hallarla sin la
compañía de su marido. Porque, cuando nos ve con otros y que formamos un
cuerpo, no tiene el diablo tanta audacia ni se atreve a acometernos. Por
esta razón siquiera, por no ser presa fácil del diablo, hemos de procurar
congregarnos con frecuencia. Hallándole, pues, al Señor en el desierto, y
desierto inaccesible-y que así fuera lo declaró Marcos al decir que estaba
con las fieras , mirad con cuánta astucia y malicia se le acerca y qué
momento tan oportuno escoge. Porque no se le acerca cuando ayuna, sino
cuando tiene ya hambre. Por ahí has tú de caer en la cuenta de cuán grande
bien es el ayuno, cómo él constituye nuestra mejor arma contra el diablo, y
cómo, en fin, después del bautismo no hemos de entregarnos al placer, a la
embriaguez y a la gula, sino al ayuno. Porque, si el Señor ayunó, no fue
porque tuviera Él necesidad del ayuno, sino para enseñárnoslo a nosotros.
Nuestra servidumbre del vientre fue la causa de nuestros pecados antes del
bautismo.
Pues bien, como un médico que ha curado a un enfermo le manda que no haga
nada de aquello que le acarreó la enfermedad, así también aquí introdujo el
ayuno después del bautismo. Pues fue así que la intemperancia del vientre
arrojó a Adán del paraíso, y desencadenó el diluvio en tiempo de Noé, e hizo
bajar los rayos del cielo contra los sodomitas. Porque, si bien es cierto
que la culpa de estos últimos fue de fornicación, sin embargo, la raíz de
uno y otro castigo de ahí nació. Que es lo que Ezequiel daba a entender
cuando decía: Sin embargo, ésta fue la iniquidad de Sodoma: que se
entregaron a la molicie en orgullo, en hartazgo de pan y en prosperidades .
De este modo también los judíos cometieron los más grandes pecados, viniendo
a parar, de la embriaguez y de la glotonería, a la iniquidad.
2. Justamente para mostrarnos los remedios de salvación, ayuna el Señor
durante cuarenta días, y si no pasa adelante, es para evitar que, por el
exceso del milagro, viniera a negársele fe a la verdad de la encarnación.
Ahora no podía haber lugar a ello, puesto que ya antes Moisés y Elías,
fortalecidos por la virtud de Dios, habían alcanzado ese mismo término. Si
el Señor hubiera seguido adelante, muchos hubieran tomado de ahí argumento
para no creer que hubiera Él tomado verdadera carne.
LA PRIMERA TENTACIÓN: "'HAZ QUE ESTAS PIEDRAS SE CONVIERTAN EN PAN"
Habiendo, pues, ayunado cuarenta días y cuarenta noches, luego tuvo hambre.
Así da el Señor ocasión al enemigo para que se le acerque, a fin de trabar
con él combate y mostrarnos cómo hemos también nosotros de dominarle y
vencerle. Es lo mismo que hacen los atletas. Éstos, para enseñar a sus
alumnos cómo han de dominar y vencer a sus contrarios, traban
voluntariamente combate con otros y les ofrecen ocasión de ver, en los
cuerpos mismos de los contrarios, cómo han ellos de alcanzar la victoria. Lo
mismo exactamente que hizo el Señor en el desierto. Como quería atraer al
demonio a este encuentro, primero le hizo conocer su hambre, luego le
consintió que se le acercara, y, ya que le tuvo a su lado, le derribó una,
dos y tres veces con la facilidad que decía con Él. Y como de pasar por alto
algunas de esas victorias pudiéramos menospreciar vuestro provecho, vamos a
empezar por el primer ataque y examinar uno por uno todos los otros.
Una vez, pues, que tuvo hambre, dice el evangelio, se le acercó el tentador
y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en
pan. Como el diablo había oído la voz venida del cielo, que decía: Este es
mi Hijo amado; como había también oído a Juan, que tan alto testimonio daba
de Él, y, por otra parte, le veía hambriento ahora, se hallaba perplejo y ni
podía creer fuera puro hombre aquel de quien tales cosas se decían, ni le
cabía tampoco en la cabeza que fuera Hijo de Dios el que veía ahora
hambriento. Como quien está, pues, perplejo, sus palabras son también
ambiguas. Y como a Adán, al principio, se le acerca y compone lo que no es
para saber lo que es; así también, aquí, al no saber claramente el misterio
inefable de la encarnación ni quién era el que tenía allí delante, intenta
tender otros lazos, con los que pensaba saber lo que para él estaba
escondido y oscuro. ¿Y qué dice? Si eres Hijo de Dios, manda que estas
piedras se conviertan en pan. No dijo: "Como tienes hambre", sino: Si eres
Hijo de Dios, pensando captárselo por la alabanza. Calla el astuto lo del
hambre, pues no quiere dar la apariencia de que se lo echa en cara y le
injuria con ello. Y es que, como ignoraba la grandeza de la economía divina,
creía que tener hambre había de ser vergonzoso para Cristo. De ahí que, para
adularle, sólo le recuerda su dignidad de Hijo de Dios.
NO DE SÓLO PAN VIVE EL HOMBRE
¿Qué responde, pues, Cristo? Para reprimir la soberbia del demonio y
demostrar que no era vergonzoso ni indigno de su sabiduría lo que le pasaba,
lo que él para adularle se callaba, eso es lo primero que Él aduce y pone
delante, diciendo: No de solo pan vive el hombre. Por donde se ve que
empieza por la necesidad del vientre. Mas vosotros considerad, os ruego, la
astucia de aquel maligno demonio y cómo inicia sus ataques y no se olvida de
sus viejas mañas. Por los mismos pasos porque había al principio arrojado al
primer hombre del paraíso y le había envuelto en otros males infinitos, por
ahí traza también aquí su embuste, es decir, por la intemperancia del
vientre. Así, también ahora es fácil oír a algunos insensatos contar los
males infinitos que vienen del vientre. Mas Cristo, para mostrar que a un
hombre virtuoso no puede esta tiranía forzarle a cometer acción alguna
inconveniente, sufre Él mismo hambre y no obedece a la sugestión del
demonio, con lo que nos enseña a no hacer en nada caso del mismo.
Como por ahí ofendió a Dios el primer hombre y transgredió la ley, Cristo
nos enseña con creces que, aun cuando lo que nos mandara el demonio no fuera
transgresión, ni aun así hemos de hacerle caso. ¿Y qué digo transgresión?
Aun cuando los demonios-nos dice-os dieran un consejo útil, ni aun así les
prestéis atención. De este modo, por lo menos, los hacía Él enmudecer cuando
le proclamaban por Hijo de Dios . Y Pablo, a su vez, les increpaba, cuando
gritaban eso mismo, no obstante ser útil lo que decían. Pero quería a todo
trance deshonrarlos y alejar toda asechanza contra nosotros; de ahí que, aun
predicando verdades saludables, los perseguía, tapándoles las bocas y
obligándoles a guardar silencio . Por eso tampoco aquí accedió Cristo a su
sugestión; mas ¿qué dice? No de solo pan vive el hombre. Que es como si
dijera: Dios puede alimentar al hambriento con sola su palabra. Y alega el
testimonio del Antiguo Testamento, enseñándonos que, por más hambre que
tengamos, por más que padezcamos otra cualquiera calamidad, jamás hemos de
apartarnos de nuestro Dueño soberano.
3. Mas, si alguno dijera que debió entonces Cristo haber hecho una
demostración de sí mismo, le preguntaríamos por qué y para qué. El diablo no
le decía aquello por que quisiera creer, sino para argüirle, según él se
imaginaba, a Él mismo de incredulidad. Así había engañado a nuestros
primeros padres, que realmente no demostraron muy grande fe en Dios. Porque,
prometiéndoles el diablo lo contrario de lo que Dios les dijera y
habiéndolos hinchado de vanas esperanzas, los empujó a la incredulidad, y
así los despojó de todos los bienes que poseían. Pero Cristo se muestra como
quien es al no acceder entonces al demonio ni más tarde a los judíos, que,
inspirados de los mismos pensamientos que ahora el demonio, le pedían
milagros. Y en uno y otro caso nos enseña que, aun cuando esté en nuestra
mano hacer algo, jamás lo hagamos sin razón y motivo; al diablo, empero, ni
en extrema necesidad le obedezcamos.
LA SEGUNDA TENTACIÓN: "ARRÓJATE ABAJO"
¿Qué hace, pues, aquel maldito después de su derrota? Como, no obstante el
hambre del Señor, no había podido persuadirle a hacer lo que le mandaba,
pasa a tenderle otro lazo, diciéndole: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo.
Porque escrito está: A sus ángeles mandará sobre ti y en sus palmas te
levantarán . ¿Cómo es que el diablo inicia cada tentación con las palabras
Si eres Hijo de Dios? Lo que hizo con nuestros primeros padres, eso mismo
hace aquí. Allí calumnió a Dios, diciéndoles: No, el día mismo en que
comiereis, se os abrirán los ojos . Con lo que les quería dar a entender que
habían sido engañados y estaban ilusos, y que no le debían beneficio
ninguno.
Aquí también viene a significar lo mismo, como si le dijera al Señor:
"Vanamente te ha dado Dios nombre de Hijo, y te ha burlado con semejante
don. Y, si esto no es así, dame la prueba de que tú tienes el poder que
corresponde al Hijo de Dios". Luego, como le había antes contestado Cristo
con un texto de las Escrituras, también él alega ahora el testimonio del
profeta. ¿Cómo, pues, no se irritó ni se indignó Cristo, sino que
nuevamente, con modestia, le contesta por otro texto de las Escrituras,
diciendo: No tentarás al Señor, Dios tuyo Es que quería enseñarnos que al
diablo hay que vencerle no por medio de milagros, sino por la paciencia y la
longanimidad, y que, por otra parte, nada absolutamente debemos hacer por
ostentación y ambición de gloria. Más considerad también la insensatez del
diablo por el texto mismo que alega. Los testimonios de la Escritura
presentados por el Señor fueron, uno y otro, dichos perfectamente a
propósito; pero los del tentador fueron traídos al azar y vengan como
vinieren. Y, naturalmente, no vinieron a propósito.
Efectivamente, que esté escrito: A sus ángeles mandará acerca de ti, no es
exhortar a que nos arrojemos por un precipicio. Y, por lo demás, el texto no
fue dicho primeramente sobre el Señor. Sin embargo, por entonces no le
arguye de eso el Señor, no obstante servirse de modo tan insolente de la
palabra divina y hasta con sentido contrario. Porque nadie pide semejante
cosa del Hijo de Dios. Arrojarse precipicio abajo, propio es del diablo y de
sus compañeros; de Dios, levantar aun a los caídos. Y, si Cristo había de
mostrar su poder, no sería precipitándose y despeñándose a sí mismo sin
razón ni motivo, sino salvando a los demás. Despeñarse a sí mismo por
barrancos y precipicios, propio es de la falange del demonio. Por lo menos,
eso es lo que hace su principal impostor. Cristo, empero, no obstante todas
estas sugestiones, no se descubre por entonces a sí mismo, sino que habla
con el diablo como simple hombre. Sus palabras en efecto: No de solo pan
vive el hombre, y las de: No tentarás al Señor, Dios tuyo, no son de quien
se revela demasiado a sí mismo, sino de quien se muestra como uno de tantos.
"AL SEÑOR DIOS TUYO ADORARÁS"
Y no os maravilléis de que hablando con Cristo, se vuelva y revuelva muchas
veces el demonio. Es como en una lucha de pugilato. Cuando un luchador ha
recibido unos golpes certeros, anda dando vueltas, bañado por todas partes
en sangre y presa de vértigo. Así aquí: presa el diablo de vértigo por el
primero y segundo golpes, habla ya al azar y lo que le viene a la boca, y
pasa a su tercera arremetida: Y, llevándole a un monte elevado, le mostró
todos los reinos de la tierra y le dijo: Todo esto te daré si, postrado en
tierra, me adorares. Entonces le dice: ¡Atrás, Satanás! Porque está escrito:
Al Señor Dios tuyo adorarás y a él solo servirás. El pecado era ya contra el
Padre, pues el diablo se arroga todo lo que pertenece a Dios y pretende
declararse a sí mismo Dios, como si fuera creador del universo. De ahí que
ahora Cristo le increpa: ¡Atrás, Satanás! Y todavía no lo hace con mucha
vehemencia, pues le dice simplemente: ¡Atrás, Satanás! Lo cual más suena a
mandato que a increpación. Como quiera, apenas le dijo: ¡Atrás!, le hizo
huir y ya no se nos habla de nuevas tentaciones.
DIFICULTAD EXEGÉTICA SOBRE SAN LUCAS. LAS TENTACIONES CAPITALES
4. ¿Y cómo dice Lucas que consumó el diablo toda tentación? A mi parecer,
porque, habiendo hablado de las principales tentaciones, a éstas dio nombre
de todas, como quiera que las demás están incluidas en ellas. A la verdad,
ser esclavo del vientre, obrar por vanagloria y sufrir la locura del dinero,
son cosas que comprenden en sí infinitos males. Muy bien se lo sabía aquel
maldito, y por eso pone al fin la pasión más fuerte de todas: la codicia de
tener cada vez más. De muy arriba, desde el principio, sentía él como dolor
de parto por llegar ahí, pero lo guardaba para lo último, como el más fuerte
golpe que le pensaba asestar al Señor. Es ésta vieja ley suya de lucha:
dejar para lo postrero lo que mejor puede derribar a su víctima. Así lo hizo
con Job. Y así también aquí: empezando por lo que parecía más despreciable y
débil, fue avanzando hacia lo más fuerte.
¿Cómo hay, pues, que vencerlo? Del modo que Cristo nos ha enseñado:
refugiándonos en Dios, sin abatirnos por el hambre, pues tenemos fe en el
que puede alimentarnos con sola su palabra, y sin tentar, en los bienes
mismos que hemos recibido, al mismo que nos los ha dado. Contentémonos con
la gloria del cielo y no hagamos caso alguno de la humana. Despreciemos en
todo momento lo superfluo a nuestra necesidad. Nada, en efecto, nos somete
tanto al diablo como el ansia de poseer siempre más y más; nada tanto como
la pasión de la avaricia. Fácil es verlo por lo que ahora mismo está
sucediendo. Porque también ahora hay quienes dicen: "Todo esto te daremos
si, postrado en tierra, nos adoras". Cierto que éstos son hombres por
naturaleza, pero se han convertido en instrumentos del demonio. Porque
tampoco a Cristo en su vida mortal le atacó sólo por sí mismo, sino también
por medio de ministros suyos. Es lo que declaró Lucas cuando dijo que se
retiró de Él hasta otra ocasión , dando a entender que, después de esto, le
atacó también por medio de instrumentos suyos.
IMITEMOS A JESÚS EN NUESTRA LUCHA CONTRA EL DIABLO
Y he aquí que ángeles se le acercaron y le servían. Mientras duró la
batalla, no dejó que aparecieran los ángeles, con el fin de no espantar la
caza; mas, una vez que confundió en todo al enemigo y le obligó a emprender
la fuga, entonces aparecieron aquéllos. Aprended de ahí que también a
vosotros, después que hayáis vencido al diablo, os recibirán los ángeles
entre aplausos y os acompañarán por dondequiera como una guardia de honor.
De este modo, en efecto, se llevaron los ángeles a Lázaro, salido que hubo
de aquel horno ardiente de la pobreza, del hambre y de la estrechez más
extrema. Ya os lo he dicho antes: muchas son las cosas que aquí muestra
Cristo de que hemos de aprovecharnos nosotros. Como quiera, pues, que todo
esto ha sucedido por nosotros, emulemos e imitemos también su victoria. Si
se nos acerca uno de esos servidores que tiene el demonio, y que piensan
como él, para provocarnos y decirnos: "Si eres hombre admirable y grande,
traslada de sitio esta montaña", no nos turbemos ni escandalicemos.
Respondamos con moderación y con las mismas palabras que oímos pronunciar al
Señor: No tentarás al Señor, Dios tuyo. Si nos pone delante la gloria y el
poder, si nos ofrece muchedumbre sin término de riqueza a condición de que
le adoremos, mantengámonos firmes valerosamente. Porque no se contentó el
diablo con tentar al común Señor nuestro.
Cada día emplea sus mismas artes con cada uno de sus siervos, no sólo en los
montes y soledades, sino también en las ciudades, en las públicas plazas, en
los tribunales; y no sólo nos ataca por sí mismo, sino valiéndose también de
hombres de nuestro mismo linaje. ¿Qué tenemos, pues, qué hacer? Negarle
absolutamente fe, taparnos los oídos, aborrecer sus adulaciones y volverle
tanto más resueltamente las espaldas cuanto mayores promesas nos haga. A
Eva, cuanto más la levantó con locas esperanzas, más profundamente la
derribó y mayores males le acarreó. Es enemigo implacable y nos tiene
declarada guerra sin tregua. No es tanto el empeño que nosotros tenemos por
nuestra salvación, como el que pone él por nuestra perdición. Rechacémosle,
pues, no sólo con palabras, sino también con obras; no sólo con la
intención, sino también con la acción. No hagamos nada de lo que el diablo
quiere, y así haremos todo lo que quiere Dios. Mucho, en efecto, nos
promete; pero no para dar, sino para quitar. Promete del robo para
arrebatarnos el reino de los cielos y su justicia. Promete en la tierra
tesoros, como lazos y redes, a fin de privarnos de esos y de los cielos.
Quiere que seamos ricos aquí, para que no lo seamos después.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía
13, 1-4, BAC Madrid 1955, 233- 46)
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Aplicación: San Luis Beltrán - La necesidad de la penitencia
"Entonces, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado
por el diablo. Ayunó cuarenta días y cuarenta noches, y después sintió
hambre" Mateo 4,1-2
1.- Este santo tiempo, que tenemos entre manos, [lo] tiene dedicado la santa
Iglesia, regida por el Espíritu Santo, para que entiendan los cristianos de
hacer en él penitencia de los pecados hechos [durante] el año. [Y es] cosa
tan importante y necesaria, que nos va en ello la vida, no digo la del
cuerpo, la cual, queramos o no, se nos ha de acabar; pero vanos la vida del
alma, que importa más, la vida eterna que siempre ha de durar. [Dice San
Lucas]: Si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente (Lc 13,5). Los
que después de bautizados habéis ensuciado con algún pecado vuestra alma, si
no la limpiáredes con la medicina de la penitencia, todos, sin que nadie se
exceptúe, pereceréis; todos perderéis la vida eterna, y padeceréis la muerte
eterna y perpetua en el infierno.
No tiene Dios dejado otro remedio para que se salven los pecadores, sino el
sacramento de la penitencia. ¿Queréislo ver? Jamás se perdonó pecado, sino
por virtud de la Pasión de Cristo, porque si otra cosa fuera parte para
esto, o de otra parte nos viniera el remedio de nuestros pecados, bien
pudiéramos decir con San Pablo: Luego en balde Cristo murió (Ga 2,21). De
aquí es que, Cristo -dice San Juan- es el Cordero sacrificado desde el
principio del mundo (Ap 13,8). Y en los Hechos de los Apóstoles [se dice]:
No se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual
debamos salvarnos (Hch 4,12). Porque cuantos se salvan, se salvan por virtud
de su Pasión.
Pues, ¿cómo podía tener eficacia en los primeros justos, cómo se les podía
aplicar [esa virtud], si aún no había realmente sido? Por la fe había de
ser; porque creían que había de padecer, la cual fe protestaban en todos sus
sacrificios. ¿Vos no tomáis una purga movido por la salud que deseáis? ¿Esta
salud tiene aún ser? No, pero porque creo que ha de ser, por eso hago lo que
hago. Así a los justos [del Antiguo Testamento] la Pasión de Cristo los
justificaba, no porque fuese, sino porque creían que había de ser.
Esta misma Pasión, o su virtud, aplícase a nosotros por los sacramentos. A
los que pecaron antes del bautismo, por el bautismo; y a los que después,
por la penitencia. De lo cual trata latamente [ampliamente] Santo Tomás de
Aquino . De aquí es que San Jerónimo dice: La segunda tabla después del
naufragio es la penitencia . Y lo mismo Tertuliano , San Ambrosio y otros.
La penitencia es la segunda tabla después de haber dado la nave al través y
haberse roto. La nave era el estado de la inocencia, en la cual seguros
podíamos ir al cielo. [Pero] dio esta nave al través por culpa del piloto,
que fue nuestro primer padre Adán, [y sólo] resta que echemos mano de alguna
tabla [para salvarnos]. La primera es el bautismo, la segunda es la
penitencia. Si ésta nos falta, ¡ay de nosotros!, no podemos dejar de
anegarnos.
Tenemos para confirmación de esto las palabras que dijo Cristo [a San Pedro]
por San Mateo: Te daré las llaves del Reino de los cielos. Y cualquier cosa
que ates en la tierra, será atada en los cielos. Y cualquier cosa que
desates en la tierra, será desatada en los cielos (Mt 16,19).
Si él no abre, cerrada está la puerta del Reino de los cielos. Por San Juan
también se dice: A quienes perdonárais los pecados, les serán perdonados. A
quienes los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20,23). Luego para que yo
alcance perdón de mis pecados, necesario es que el sacerdote me absuelva; y
si él no me absuelve, no hay otro remedio para que pueda ser libre del
pecado. Es tan grande verdad ésta que, si no fuera por la obstinación de los
herejes de nuestros tiempos, poca necesidad tendríamos de probarla. Con [la]
razón y autoridad de la Escritura lo tengo probado hasta aquí. [Pero] oíd lo
que acerca de esto tiene la Iglesia determinado de muchos años a esta parte:
La multiforme misericordia de Dios de tal forma acudió a ayudar al hombre a
levantarse de sus caídas, que no sólo por la gracia del bautismo, sino
también por la medicina de la penitencia lo restablece en la esperanza de la
vida eterna; y a quienes violaron el don de la regeneración, condenándose
por su propia voluntad, les ofrece la ocasión de alcanzar la remisión de sus
crímenes, si, sometiéndose a lo ordenado por su divina bondad, acuden a las
súplicas de los sacerdotes para que les obtengan la indulgencia divina . Y
por último concluye así: Es necesario que el delito cometido por los pecados
sea absuelto por las súplicas sacerdotales antes del día del Juicio .
2. Si esto es verdad, podría me decir alguno: luego al que le toma la muerte
a tiempo que no se puede confesar, ni recibir este sacramento, ¿no se
salvará?... Mira, este sacramento de la misma manera es necesario para los
que han pecado después de haber sido bautizados, que el bautismo a los que
no están bautizados. Para que uno se salve menester es que le bauticen, o
que tenga deseo y propósito determinado de bautizarse, si en tal aprieto se
viere . Por eso dijo el Señor: Quien no creyere, se condenará (Mc 16,16); y
no, quien no fuere bautizado. El que no creyere que por el bautismo, dado en
nombre de la Trinidad, se perdonan los pecados, condenarse ha. Ni más ni
menos es menester el deseo de la penitencia y el propósito explícito de
recibirla. Porque ésta es la diferencia entre lo necesario para la
salvación, porque así está mandado; y lo que es necesario por ser medio
imprescindible. Que aquello pide [un deseo o] voto implícito; éste,
explícito.
3. De aquí saca que ninguna de cuantas [obras] se señalan en la Sagrada
Escritura por buenas para la remisión de los pecados presta [efecto] sin la
penitencia. Ni la caridad, por más que diga [San Pedro]: La caridad cubre la
muchedumbre de los pecados (1 P 4,8).
Ni la fe, por más que se diga [en los Hechos]: La fe purifica sus corazones
(Hch 19,9). Ni las obras de misericordia, aunque diésedes toda vuestra
hacienda a los pobres, por más que se diga [en los Proverbios]: Mediante las
obras de misericordia y la fe se purgan los pecados (Pr 15,27). Todo esto
concurre en la penitencia. La caridad, en el dolor de la ofensa y en el
propósito de satisfacer a tan buen amigo como es Dios, a quien por el pecado
tenemos ofendido. Requiérese también fe, que busque el hombre el remedio de
sus pecados, que la fe le señala, y que es el sacramento de la penitencia.
Requiérese también misericordia, con la cual el hombre provea a su miseria,
entendiendo que no hay cosa más miserable que el alma del pecador. Esta
caridad, esta fe y misericordia prestan para la remisión de los pecados;
pero ya veis que acompañadas por la penitencia, porque sin ella no hay
salvación, sin ella no se perdonan los pecados. Y aunque de Cristo sepamos
que perdonó pecados sin este sacramento, no es de maravillar, porque él
tenía potestad de excelencia, según la cual daba el efecto del sacramento,
sin el sacramento.
Pero no lo daba sin la penitencia interior, como dice Santo Tomás: Cristo,
por la potestad de excelencia, que él solo tuvo, confirió a la mujer
adúltera el efecto del sacramento de la penitencia, esto es, el perdón de
los pecados, sin necesidad de administrarle el sacramento, aunque, claro
está, no sin antes producir en ella un estado de penitencia interior
mediante la gracia .
Siendo, pues, el sacramento de la penitencia [el] único remedio para curar
nuestros pecados, y [estando] dedicado este santo tiempo [de cuaresma] para
la cura de ellos, y habiéndome Dios enviado a este pueblo para [avisaros de]
có mo os habéis de curar, me ha parecido que debía platicar [de] este
remedio, y que no podía tratar otra cosa más necesaria, ni que más os
cumpliese. Procuraré, con el favor del Espíritu Santo tratar de esta
medicina en estos domingos, conformándome siempre con el santo Evangelio.
4. [En] el Evangelio que hoy tenemos, escribe San Mateo la historia de lo
que pasó después de ser el Señor bautizado por San Juan: Entonces, Jesús fue
conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo . ¿Y
por qué más entonces, que no en otro tiempo, se fue el Señor a morar tan de
propósito en el desierto? ¿Por qué entonces, más que en otro tiempo, llegó
el demonio a tentarle?
Después de ser bautizado, vase el Señor al desierto, para enseñaros a vos
que, después que una vez sois cristiano por la gracia y misericordia de
Dios, tenéis obligación de iros al desierto, [esto es,] de morar en este
mundo como si fuese un desierto, porque las cosas de este mundo no se
prometen a los cristianos, sino los bienes del cielo. El cristiano no ha de
tener en este mundo, ni ha de hacer en él su asiento, antes ha de vivir en
él como de paso, como quien va a una ciudad y pasa por un desierto. Mira lo
que dice el Apóstol: No tenemos aquí ciudad fija, sino que vamos en busca de
la que está por venir (Hb 13,14).
Echen raíces en este mundo los infieles, que no esperan otra vida. Gocen del
mundo y entréguense a los pasatiempos, a las pompas, a las vanidades, a los
deleites de él, los que no han de gozar los bienes del cielo. Pero, no
nosotros, que somos cristianos; nosotros, que esperamos otro mundo;
nosotros, cuyo capitán menospreció todas las cosas de este mundo para
enseñarnos a nosotros a que las menospreciásemos, siendo él, justamente,
Señor único del mundo. Y así no hizo caso de hacienda alguna, porque fue
pobre; [ni] de regalos, porque siendo él de quien procede todo cuanto hay
bueno y deleitoso en las criaturas, vivió con grandísimos trabajos. No [hizo
caso] de la honra, porque escogió la muerte más afrentosa y de mayor
ignominia que entonces se daba a los malhechores en el mundo, siendo a quien
en el cielo hacen reverencia los ángeles, y en la tierra nosotros.
Dice el Apóstol: En este mundo moramos como si fuese un desierto, no como en
ciudad de reposo y con regalos; no buscamos honras, antes nos tenemos por
dichosos de ser afrentados por amor a Jesucristo; trabajamos día y noche, no
[por] bienes temporales, porque teniendo qué comer y con qué cubrirnos,
contentémonos con eso (1 Tm 6,8). Los deleites y descansos esperámoslos para
cuando estuviéremos en la ciudad [verdadera], en aquella ciudad tan rica, en
aquella ciudad tan noble y de tantos deleites y regalos, [de la] que [dice
el Salmista]: Dichosos los que moran en tu casa, Señor (Sal 83,5).
5. El hombre que de tal manera busca contentamiento en este mundo, que anda
tras de los bienes de él de tal manera, que por cuanto hay debajo del cielo
se atreve de hacer un pecado mortal, por el cual pierde lo que está sobre el
cielo, [ése] no se tenga por cristiano.
Porque por el mismo caso que uno es cristiano ha de poner debajo de los pies
todo cuanto bien hay en el mundo, [y] por el mismo caso ha de vivir en el
mundo como si fuese [un] desierto, pues sabe que todo lo de acá es lodo en
comparación de lo que Dios le promete en el cielo. Pues sabe que los
descansos del cielo se mercan con el menosprecio de lo que aquí hay en el
mundo. [Dice Cristo]: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de
ellos es el Reino de los cielos (Mt 5,3). [Esto es]: ¿Queréis ser rico? Sed
pobre. ¿Queréis estar alegre? Llorad, primero. ¿Queréis vivir? Morid,
primero. Dice San Agustín: Con la pobreza se compra el reino, con el trabajo
el descanso, y con la muerte la vida. Por eso [dice] San Pablo: Lo que
importa es que los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen; los que
se huelgan, como si no se holgasen; los que hacen compras, como si nada
poseyesen; y los que gozan del mundo, como si no gozasen de él, pues la
escena de este mundo pasa (1 Co 7,29-31). ¡Cuántos son los que se
[consuelan] por una nonada, por el interés de un real, y despreciaron la
tierra deseable del cielo! (Sal 105,24).
6. Mas en estar el Señor en el desierto, le viene a tentar el diablo, para
que entendáis que, cuanto mejor fuéredes, tanto mayores tentaciones habéis
de tener [y] mayores impedimentos se os han de ofrecer; pero consolaos, que
el mismo que dice que habéis de tener trabajos y tentaciones, éste mismo os
promete de estaros al lado, y ayudaros en la batalla, y coronaros después de
la victoria: Con él estaré en la tribulación, lo libraré y lo honraré (Sal
90,15).
Desde el principio del mundo acá, entiende el demonio en estorbar a los
buenos y desencaminarlos, [bien] por sí mismo, [bien] por sus miembros, que
son los malos, [los cuales] siempre persiguen a los buenos. Allá en el
paraíso, ¿la serpiente no vino a tentar a nuestros primeros padres? Y no
solamente los tentó, pero aún los derribó. ¿Caín no mató a su hermano porque
era bueno y agradaba a Dios? ¿Esaú no perseguía a Jacob? ¿José no fue
vendido por sus hermanos? ¿Saúl no persiguió a David? ¿El demonio no dijo a
San Martín: "Adonde vayas, el diablo te perseguirá"? ¿Y Cristo no desengañó
a sus discípulos que en el mundo tendrían tribulaciones? (Jn 16,33). Mas
Confiad yo tengo vencido al mundo. [Como si les dijera]: "Confiad, que yo
estaré [a vuestro] lado, y con tan buena ayuda no desmayéis, que ya nos
hemos probado el mundo y yo, pero yo le he vencido".
Pero quisiera yo saber [cuál] es la causa de que Dios permite esta guerra
entre los buenos y el mundo, y el demonio. ¿No valiera más caminar
seguramente por el camino de la virtud? No, que por ser esto lo que más nos
cumple, por eso lo permite Dios.
Primeramente, porque no estuviésemos descuidados, ni fuésemos negligentes.
El que sabe que tiene enemigos está sobre aviso, no se descuida un punto de
lo que le cumple; [en cambio], el que no les tiene, vive descuidadamente. Y
después, para que, peleando varonilmente, merezcamos recibir de mano de Dios
la corona de la victoria. [Santiago]:
Bienaventurado aquel hombre que sufre la tentación, porque después que fuere
probado, recibirá la corona de la vida, que Dios ha prometido a los que le
aman (St 1,12). Y San Pablo: No será coronado el que legítimamente no lucha
(2 Tm 2,5). Y Tobías: Lo que tiene por cierto cualquiera que te adora y te
sirve es que si su vida saliere aprobada del combate será coronada (Tb
3,21). Advierte [la frase]: cualquiera que te adora. Porque las tentaciones
que acometen a los malos, y las tribulaciones que experimentan, son indicio
de las penas que se les esperan. Aquí tienes campo para hablar del provecho
de las tentaciones y tribulaciones. De lo cual se puede ver la Suma de las
virtudes y de los vicios de Guillermo Peraldo .
7. En cuanto Jesús, llegado al desierto, ayunó cuarenta días y cuarenta
noches, después sintió hambre (Mt 4,2). Puesto el Señor en el desierto,
entonces el tentador se acercó a tentarle, para que en la obra del ayuno se
manifestara no ser inferior a Moisés y Elías, que fueron cabeza de los
profetas. Con el cual ayuno, a toda [clase de] abstinencia excedió [Cristo],
aún a la de San Juan Bautista. [Y] ayuna, habiendo de predicar, para
instruir así a los predicadores.
Una de las mayores ocasiones que tiene el demonio para tentar a una persona
es cuando ve [que] tiene una necesidad. ¿Qué hace quebrarse el cuello a
muchas mujeres? La necesidad. ¿Qué [cosa mueve] a usar de contratos
ilícitos? La necesidad. Saca de ahí dos cosas. La una es la obligación que
tenéis de socorrer a los pobres y gente de necesidad, [para] que su
necesidad no sea parte de que hagan lo que no deben . Que si estáis
obligados a dar limosna al que está en necesidad [hasta el punt o] de perder
la vida del cuerpo, sin comparación estáis más obligados al que está en
necesidad, de perder la [vida] del alma.
8. Lo segundo [que se saca es que], aunque os viéredes en necesidad, que
penséis [que vais a] perder la vida, no hagáis lo que no debéis. Acordaos de
que es consejo del demonio lo contrario, y un enemigo tan capital no os
enseñará cosa que os cumpla. Ya que tenéis perdida la hacienda, o la honra,
no perdáis juntamente a Dios, que teniéndole a él, él os proveerá, que es
fuente de todo bien. Y si no lo hace, entended que esa afrenta en que
estáis, esa pobreza, es lo que más os cumple; porque si una hoja del árbol
no se mueve sin su voluntad, tampoco pasaría eso por un siervo suyo, si él
no lo ordenase. Pensad que si, perdiendo a Dios, alcanzáis todos los bienes
del mundo, [a la postre] no tenéis nada. Vendrá la muerte y hallaros heis
vacío y para siempre burlado.
9. Acercándose el tentador, en apariencia de hombre -porque acercarse es un
movimiento progresivo de aproximación -, le dijo ex abrupto: Si eres Hijo de
Dios, di que estas piedras se conviertan en panes (Mt 4,3). Con palabras
compuestas, alegando la necesidad del pan para el sustento, concluyó: Si
eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Su intención
era saber si era verdadero Hijo de Dios, porque sólo es Dios el que con su
palabra es poderoso para mudar la naturaleza de las cosas.
Di que estas piedras se conviertan en panes. El Salvador, como si no lo
conociera, le respondió: Escrito está: "no sólo de pan vive el hombre, sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). Palabras que también
dijo Moisés al pueblo con ocasión [de] que les había de dar una instrucción,
cuando les dio Dios el maná para comer (cfr. Dt 8,3).
De toda palabra que sale de la boca de Dios, o de la que Dios dice ser
comida del hombre. Con esta respuesta, quedó el demonio confundido, el cual
pidió que las piedras se vuelvan en pan. [Pues] sabed, que aún no se le ha
acabado el hambre al Señor, que aún tiene hambre de nuestra salvación. No
seáis, por reverencia de Dios, como el diablo, que le puso piedras delante.
No seáis duros, no estéis pertinaces; ablandaos a hacer penitencia, y seréis
manjar de Dios. El manjar se convierte en la sustancia del [que lo come].
Así vosotros, si os ablandáis [por] la penitencia, seréis una misma cosa con
Dios. [San Pablo]: Quien está unido con el Señor, es con él un mismo
espíritu (1 Co 6,17).
10. Entonces el diablo lo llevó consigo a la ciudad santa (Mt 4,5). El
Espíritu Santo le llevó al desierto, y el demonio le vuelve a la ciudad;
para que entendáis que el Espíritu Santo es el que os inspira a que huyáis
del mundo, y el espíritu malo el que os tienta para que volváis a él.
Lo llevó consigo. ¿Cómo? ¿Cargóselo a cuesta? No es de creer, aunque, como
dice San Gregorio , no es inconveniente que [Cristo] se dejase tocar por el
demonio, pues se dejó crucificar [por] sus miembros, que fueron los malos.
Tomóle, creo yo, de la ropa, y díjole: "Andad acá, Señor; vámonos a la
ciudad". Y porque es costumbre de los buenos ir luego al Templo, a lo
primero con sintió [Cristo] al demonio. Fueron allá, y subieron al lugar más
alto del Templo. ¿Qué pensáis que no lleva el diablo a muchos a la Iglesia?
[A] los que van por deleitarse en mirar a las mujeres, el diablo los lleva;
[a] los que van allí a hacer sus [negocios] , el diablo los lleva; [a] los
que van al Templo y quieren ser del estado eclesiástico por subir, por valer
y por ser ricos, el diablo los lleva.
11. Cuando le tuvo allí, le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo, porque
escrito está: "El dará orden a sus ángeles para que te custodien" (Mt 4,6).
Éste que es Hijo de Dios, hecho hombre, ¿podrá ser vencido por la
vanagloria? Siempre que el demonio os tentare para que hagáis una ofensa a
Dios, por más provechoso que os parezca lo que os dice, por más gloria que,
os parezca, que de allí se os ha de seguir, pensad que os aconseja que os
echéis de una torre abajo; pensad que os incita a que deis con vos en un
abismo tan hondo, que si la mano de Dios no os saca, nadie os podrá de allí
sacar. Persuade el demonio a Cristo que muestre su gloria delante del
pueblo, pero a costa de echarse del Templo abajo. Tomad de aquí un aviso,
que da San Ambrosio para todas las tentaciones: Descubramos los fraudes del
diablo en esta lectura, o en otras profecías, para que aprendamos a
precavernos de sus malas artes. Es conveniente conocer sus tentaciones, no
para secundarlas, sino para que, como doctos e instruidos, sepamos
evitarlas.
12. También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios" (Mt 4,7). Eso es
tentar a Dios, buscar milagros donde no hay necesidad. "Yo puedo bajar,
[viene a decirle Jesús], por donde habemos subido. ¿Qué necesidad hay, para
bajar, de hacer un nuevo milagro?" [Con] esta respuesta, quedó el demonio en
la misma duda que antes. Y visto que no podía sacar rastro de lo que
buscaba: De nuevo lo lleva consigo a un monte muy alto (Mt 4,8). En decir el
evangelista que de nuevo, otra vez el demonio llevó a Cristo, muestra
claramente que ésta fue la tercera tentación, aunque San Lucas la cuenta
[como] segunda (cfr. Lc 4,5), porque no tuvo respecto sino [de] contar las
tentaciones, y no el orden con que fueron hechas. Y le mostró allí todos los
reinos del mundo (Mt 4,8). Allá está Francia, allá Italia. En tal tierra hay
abundancia de oro, en tal piedras preciosas, etc. Y díjole: Te daré todas
estas cosas si, postrado en tierra, me adoras (Mt 4,9). [El demonio] había
probado por dos vías si [Cristo] era Hijo de Dios, y viendo que su trabajo
había sido en vano, tiéntale [por] el mayor de todos los pecados, que es la
idolatría. No porque piense que lo ha de hacer, siendo un hombre, como él lo
miraba, de muy grande santidad. Bien sabía el demonio que nadie viene de una
vez perfectamente a ser bueno, ni a ser del todo malo, sino que poco a poco
viene un hombre a perfeccionarse, y también poco a poco a endurecerse y a
determinarse a hacer grandes pecados. Por eso hay que tener gran cuidado de
no caer en la costumbre de pecar, porque poco a poco vendréis a no sentir,
ni echar de ver cuando cometiéredes muy grandes pecados. [Proverbios]: De
nada hace ya caso el impío cuando ha caído en el abismo de los pecados (Pr
18,3).
Tienta, pues, el demonio a Cristo de tan gran pecado [el de idolatría], y
dale a entender que es el demonio, para provocarle a que le dijese: "¿Yo
tengo que ser adorado por ti, y tú me dices que te adore a ti?" [Así
llegaría a saber] lo que deseaba. Pero no hay sabiduría, no hay prudencia,
ni consejo contra Dios, del cual dice Job: Dios prende a los sabios con las
mismas redes de ellos, y desvanece los designios de los malvados (Jb 5,13).
[Por eso] responde el Señor de manera, que no pueda [el demonio], de su
respuesta, sacar lo que desea. Retírate, Satanás, le dice, porque escrito
está:"Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás" (Mt 4,10). Hase
descubierto que es el demonio, y [Cristo] no quiere más plática con él.
De aquí tienes doctrina contra los que consultan adivinos. Satanás es
nuestro contrario, que siempre es adverso a nuestra salvación. [Por eso]:
Retírate, Satanás , adonde no puedas oponerte más [a mis propósitos]. Pues
está escrito:"Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás" . Los gulosos
adoran a su vientre, [como] a dios: Cuyo dios es el vientre (Flp 3,19).
[Hermanos,] ayunad en este tiempo todos los de veintiún años arriba, pues
estáis obligados al precepto eclesiástico, si no estáis legítimamente
impedidos. Comeréis una vez al día, y esto no para ahorrar vuestras
haciendas, sino para dar al pobre lo que se había de gastar en la cena y las
colaciones ligeras.
13. Entonces, el diablo le dejó (Mt 4,11), hasta el tiempo de su Pasión.
[Hermanos], estad sobre aviso, que si a Cristo se atrevió el demonio, mucho
más se atreverá contra vosotros, que tantas veces estuvisteis bajo su
dominio.
Y se acercaron los ángeles y le servían (ibíd.). No uno solo, sino muchos.
Pero para que esto quedara oculto al demonio, le servían los ángeles como a
un amigo o siervo de Dios. Y así, [aquél] quedó en su duda. Nota que el
demonio puede estar dudoso en las cosas sobrenaturales, aunque no en las
cosas sujetas a su natural conocimiento. Esta es la letra [del texto].
14. De este Evangelio sólo quiero sacar una cosa en limpio, y es cuán mal
hace un alma que hace un pecado mortal. No es nada perder la hacienda, ni la
salud; no es nada perder los amigos; no es nada perder la honra; no es nada
perder la vida. Todos estos males no son males, si se cotejan y se comparan
con el mal que recibe un hombre cuando hace un pecado mortal. Y porque
entendáis cuán gran verdad es esto que os digo, y [para que] os desengañéis,
si hasta aquí habéis sentido lo contrario, quiero que advirtáis que, dado
que el demonio en sus tentaciones pretendiese certificarse de la duda que
tenía, pero juntamente con esto, [tanto] en las tentaciones de Cristo [como]
en las de los cristianos, [lo que] pretende [es] inducirlos a algún pecado,
por razón del cual sean semejantes a él. Y así, aunque el demonio quite a
uno la salud, y la vida, etc., no tiene nada, no ha hecho nada, si no recaba
con sus tentaciones que haga un pecado mortal; porque todos los otros daños
que a una persona puede causar, le sirven para que éste tal tenga mayor
corona y mayor premio en el cielo. Y así decía David: Sobre mis espaldas
araron los pecadores y trazaron sobre ella largos surcos de iniquidad (Sal
128,3). Pero cuando [el demonio] le derriba en un pecado, entonces le tiene
ganado, entonces le tiene de su parte, entonces se tiene por victorioso. Si
hubiese aquí un hombre muy enemigo de otro, tanto que no hay mal que no le
hiciese, y le viniese a las manos, verdaderamente que el daño que le
procuraría [lo consideraríamos] el mayor. [Pues bien], el mayor enemigo que
tenemos es el demonio, [y] el daño que éste más nos desea y más nos procura
es que estemos en pecado. Más que enfermedades, más que pobreza y más que
deshonra, éste es el mayor mal, ésta es la mayor pobreza, éste es el mayor
daño y ésta es la mayor deshonra que un hombre puede tener.
¡Oh malaventurado pecador! ¿Y cómo te puedes ver alegre? Si estuvieses ciego
de los dos ojos, ¿no estarías triste? ¿Y lo mismo si [estuvieras] privado de
otro cualquier sentido? Pues, ¿cómo te puedes ver alegre estando en pecado
mortal, que es un mal ayor, que si fueses ciego? ¿Por qué, pensáis, que [el
demonio] causó en Job tan grandes [intranquilidades]? . Para hacerle caer en
el pecado. Luego [lo que] más quería [era] verle en pecado, [y] todo lo
ordenaba esto. Sabe el demonio que por ninguna cosa, sino ésta, hacemos asco
a Dios. ¿Sabéis cuánto? Que tras haber muerto por nosotros, si no procuramos
curarnos de este mal, nos echará a lo profundo del infierno.
Esta cura, señores, consiste en el sacramento de la penitencia; ésta es la
medicina. ¡Oh, cuánto la debes procurar! Si estuviésedes ciego y a cien
leguas de aquí estuviese una hierba con que pudiésedes curar, ¿cómo no la
buscaríades? Pues no es menester ir cien leguas, ni cincuenta. Yo os la
mostraré para que sin salir de vuestro pueblo la halléis.
Plegue a nuestro Señor de darnos [su] gracia para haberla de tomar. Y yo os
aseguro que obrando así obtendréis la gracia en la presente vida y la gloria
en la futura, que a mí y vosotros os deseo, etc.
(Sermón 1º San Luis Beltrán)
Aplicación: Benedicto XVI - ¿Por qué la Cuaresma?
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es el primer domingo de Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días
que constituye en la Iglesia un camino espiritual de preparación para la
Pascua. Se trata, en definitiva, de seguir a Jesús, que se dirige
decididamente hacia la cruz, culmen de su misión de salvación.
Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la cruz? La respuesta, en
términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el pecado, que
según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero esta afirmación
no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma
palabra "pecado", pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y
es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar
de pecado. Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras -la
sombra sólo aparece cuando hay sol-, del mismo modo el eclipse de Dios
conlleva necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del
pecado -que no es lo mismo que el "sentido de culpa", como lo entiende la
psicología -, se alcanza redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el
Salmo Miserere, atribuido al rey David con ocasión de su doble pecado de
adulterio y homicidio: "Contra ti -dice David, dirigiéndose a Dios-, contra
ti sólo pequé" (Sal 51, 6).
Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar
al pecador. Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y
precisamente por esto no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta
y viva. Para salvar a la humanidad, Dios interviene: lo vemos en toda la
historia del pueblo judío, desde la liberación de Egipto. Dios está decidido
a liberar a sus hijos de la esclavitud para conducirlos a la libertad.
Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del pecado. Por
esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los hombres del dominio
de Satanás, "origen y causa de todo pecado". Lo envió a nuestra carne mortal
para que se convirtiera en víctima de expiación, muriendo por nosotros en la
cruz.
Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se ha
opuesto con todas sus fuerzas, como lo demuestra en particular el Evangelio
de las tentaciones de Jesús en el desierto, que se proclama cada año en el
primer domingo de Cuaresma. De hecho, entrar en este tiempo litúrgico
significa ponerse cada vez del lado de Cristo contra el pecado, afrontar
-sea como individuos sea como Iglesia- el combate espiritual contra el
espíritu del mal (Miércoles de Ceniza, oración colecta).
Por eso, invocamos la ayuda maternal de María santísima para el camino
cuaresmal que acaba de comenzar, a fin de que abunde en frutos de
conversión.
(Ángelus del Papa Benedicto XVI en Plaza de San Pedro el domingo 13 de marzo
de 2011)
Aplicación: Beato Juan Pablo II - Misericordia, Señor, hemos pecado
1. "Misericordia, Señor: hemos pecado". La invocación del Salmo
responsorial, que acaba de resonar en nuestra asamblea, expresa de manera
significativa el sentimiento que nos anima en este primer domingo de
Cuaresma. Estamos al comienzo de un singular itinerario de penitencia y
conversión. Nos damos cuenta de que se trata de una ocasión favorable para
reconocer el pecado, que ofusca nuestra relación con Dios y con los
hermanos: "Yo reconozco mi culpa -proclama el salmista-, tengo siempre
presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que
aborreces" (Sal 50, 5-6).
La página del libro del Génesis, que acabamos de escuchar (cf. Gn 3, 1-7),
indica bien qué es el pecado y las consecuencias que produce en la vida del
hombre. Nuestros antepasados cedieron a las lisonjas del tentador,
interrumpiendo bruscamente el diálogo de confianza y de amor que tenían con
Dios. El mal, el sufrimiento y la muerte entran así en el mundo, y habrá que
esperar al Salvador prometido para restablecer, de modo incluso más
admirable, el plan originario del Creador (cf. Gn 3, 8-24).
2. A la acción insidiosa del Maligno tampoco escapa el Mesías, como narra
san Mateo en la página evangélica de hoy: "Jesús fue llevado al desierto por
el Espíritu para ser tentado por el diablo" (Mt 4, 1). En el desierto es
sometido a una triple tentación por parte de Satanás, a la que resiste con
decisión. Jesús reitera con firmeza que no es lícito poner a prueba a Dios;
no está permitido rendir culto a otro dios; nadie puede decidir por sí mismo
su propio destino. La referencia última de todo creyente es la Palabra que
sale de la boca del Señor.
En estas pocas líneas se bosqueja el programa de nuestro camino cuaresmal.
También nosotros estamos llamados a atravesar el desierto de la
cotidianidad, afrontando la tentación recurrente de alejarnos de Dios.
Estamos invitados a imitar la actitud del Señor, que obedece con decisión la
palabra del Padre celestial y, de este modo, restablece la jerarquía de los
valores según el proyecto divino originario.
3. "Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así
por la obediencia de uno todos se convertirán en justos" (Rm 5, 19). Estas
consoladoras palabras del apóstol san Pablo a los Romanos nos confortan en
nuestro camino espiritual. En el mundo, dominado a menudo por el mal y el
pecado, resplandece victoriosa la luz de Cristo. Él, con su pasión y
resurrección, ha derrotado el pecado y la muerte, abriendo a los creyentes
las puertas de la salvación eterna. Este es el mensaje alentador que nos
transmite la liturgia de hoy.
Sin embargo, para participar plenamente en la victoria de Cristo es preciso
comprometerse a cambiar el propio modo de pensar y de actuar, a la luz de la
palabra de Dios.
"Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritfirme"
(Sal 50, 12). Hagamos nuestra esta invocación del salmista. Es una súplica
muy oportuna en el tiempo de Cuaresma.
Señor, ¡crea en nosotros un corazón nuevo! Renuévanos en tu amor. Obtennos
tú, Virgen María, un corazón nuevo y un espíritu firme. Así llegaremos a
celebrar la Pascua, renovados y reconciliados con Dios y con los hermanos.
(Homilía del beato Juan Pablo II el domingo 17 de febrero de 2002, en la
visita pastoral a la Parroquia romana de san Enrique)
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Aplicación: A. Iniesta - Jesús en la encrucijada
En este primer domingo de Cuaresma, la iglesia nos presenta las dos grandes
figuras que centran toda la historia humana; Adán y Jesucristo. Adán, el
primer hombre en el plano del tiempo, incluye en realidad tanto al varón
como a la mujer. Jesús, el hijo de Dios en forma de hombre varón, se asocia
también a su misión una mujer, María de Nazaret, su madre.
-Adán en la encrucijada. En las lecturas de hoy aparecen enfrentados y, a la
vez, relacionados entre sí estos dos "hombres". El primer hombre, Adán, es
tentado, puesto en la encrucijada de dos caminos diferentes y opuestos, que
hoy podríamos denominar como el principio del placer y el principio del
deber. En realidad, significan algo más profundo todavía: si el hombre
conoce y reconoce que no viene de sí mismo, sino que es "donado", agraciado,
que viene de alguien; que es, además, un ser inmaduro, incompleto, en
camino; y finalmente, que ese "alguien" es el que puede completarle, si bien
con su colaboración y su responsabilidad.
De aquí que al hombre se le plantea el interrogante fundamental de su
existencia: ¿Tienes confianza plena y absoluta en los caminos de Dios? ¿Te
dejarás guiar y conducir por El? ¿Te echarás en sus brazos con amorosa
confianza y abandono filial? Pero Adán -el varón y la mujer- no se fían de
Dios; dudan y desconfían de sus proyectos y caminos; deciden por su cuenta.
Perdida la comunión con Dios y abandonados los caminos de Dios, los únicos
por donde podría encontrar la vida, la alegría y la paz, el hombre perdido
sólo encuentra caminos de amargura, de dolor y muerte.
En la segunda lectura, san Pablo constata esta triste experiencia y esta
desgraciada herencia que los primeros padres nos dejaron. Todos hemos caído,
tropezado, cedido ante el principio de placer, ante el orgullo y la
autosuficiencia. Desde que existimos tenemos la tendencia a rebelarnos, a
independizarnos, a alejarnos de Dios y sus caminos.
-Jesús en la encrucijada Pero al otro lado de este díptico que inaugura la
Cuaresma, la misma lectura de san Pablo y el evangelio de san Mateo nos
presentan la figura del hombre nuevo, del nuevo Adán, Jesús de Nazaret. El
es puesto también en la encrucijada entre estos dos caminos. Es el Hijo de
Dios; es el Mesías. ¿No sabría buscarse sus caminos, elegir por su cuenta?
¿Y no tendría derecho en la tierra al éxito, al honor, al poder y a la
riqueza? Y, sin embargo, si el Padre ha permitido que, en el juego de las
circunstancias de la historia, Jesús haya de escoger el camino no sólo de la
humildad, sino de la humillación; no sólo del esfuerzo, sino del dolor; no
sólo de la ambigüedad inevitable de la encarnación, donde lo divino tiene
que expresarse en los límites de lo humano, sino el escándalo evidente del
fracaso; no sólo de la responsabilidad y autonomía de la condición humana,
sino del abandono en los brazos de la muerte, entonces El acepta con
confianza y con amor el designio del Padre, el camino del Padre, desde Belén
hasta el Calvario, y dice siempre al tentador -sea Satanás o sea Pedro-:
"Apártate de mí". Mientras que dice durante toda su vida al Padre, y más
especialmente en momentos cruciales como en las tentaciones del desierto o
de Getsemaní o de la Cruz: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, mi
vida, mi obra, mi esperanza. Quiero que mis caminos sean tus caminos".
-Cuaresma: renovación bautismal.
Gracias a esa entrega de Jesús a los caminos de su Padre Dios, El ha
triunfado de la muerte y nos ha dado la vida, esa vida y ese triunfo que la
Iglesia nos aplica en su predicación, su oración, sus sacramentos, sus
atenciones pastorales. Si al nacer como hijos de los hombres nos injertaron
al viejo Adán, el tronco del pecado y de la muerte, por el bautismo nos
injertaron en el nuevo Adán, para ser hijos en el Hijo: hijos de Dios. La
Iglesia nos invita a prepararnos para renovar nuestro bautismo en la próxima
Pascua, meta principal de la Cuaresma.
Es tiempo de conversión, de renovación y de profundización de nuestra vida
cristiana. Tiempo de intensificar nuestra oración y de revisar nuestros
caminos, para adaptarlos cada vez más a los caminos de Dios, al seguimiento
de Jesús.
En cada Eucaristía, el Señor renueva su Alianza; una alianza eterna y
estable. Jesucristo siempre ha sido fiel, tanto al Padre como a nosotros.
Renovemos también nosotros ahora nuestra entrega al Padre, con Cristo y con
la comunidad. Por medio de la comunión en la Eucaristía, dejémonos penetrar
y llenar de su presencia, para que, con su amor y con su fuerza, con su
sabiduría y con su compañía, podamos caminar por los caminos del Señor.
(A. INIESTA, MISA DOMINICAL 1987/05)
El combate de la Cuaresma y el combate de toda la vida
NO ME VOY A
QUITAR LA CRUZ
Alina Milan cursaba el quinto año de Derecho en
la Universidad estatal de Moscú. Nacida en 1988, disfrutaba de una vida
estudiantil serena... hasta que le detectaron Hidatidosis alveolar hepática,
una enfermedad que consume el hígado, llevando a quien lo padece a una
muerte segura.
Urgida de un trasplante de hígado, Alina y su
madre decidieron buscar soluciones, pues en Rusia no se practica aún ese
tipo de operaciones. Consultando, volaron a Israel en octubre del 2010,
concretamente al The Tel-Aviv Sourasky Medical Center. Ahí, Alina se sometió
a unas pruebas preliminares, que lanzaron su veredicto: o se hacía un
trasplante urgente o le quedaba, cuando mucho, dos semanas de vida.
Madre e hija regresaron a Moscú con un serio
dilema. Ese tipo de cirugías eran muy costosas y la familia no tenía medios
para financiarla. Pero había una oportunidad que podría solucionar todos los
problemas. Si Alina obtenía la ciudadanía israelí la operación se efectuaría
de modo gratuito, pues implicaba el libre acceso a la atención médica
estatal.
En un principio, todo parecía simple, pues Alina
tenía ascendencia judía. Pero, sin embargo, había un "pero". En el
cuestionario de ciudadanía que debía rellenar, una de las preguntas era el
tipo de religión que profesaba. De acuerdo con las leyes vigentes, sólo
quienes profesan el judaísmo o que se consideraban ateos podrían ser
ciudadanos de Israel. Por ello, si Alina ponía "judío" o "ateo", obtendría
la ciudadanía inmediatamente. Pero si ponía cristiano, todas las puertas se
le cerrarían.
Alina decidió preguntar a su director espiritual,
el P. Alejandro Naruszewa, qué debía hacer. Así lo relata el mismo
sacerdote:
"Me llamó por teléfono y me preguntó qué hacer,
pues los médicos le habían dicho que sólo contaba con dos o tres semanas de
vida. Teóricamente, para mí la elección era simple: o la mentira, eligiendo
renunciar a su fe con la esperanza de poder sobrevivir, o la plena confianza
en Dios". Sin embargo, no se sentía quién para decidir en el destino de la
joven "y no sabía qué decir... aunque sí lo sabía en realidad". Con estos
sentimientos encontrados, se fue al hospital para ver a la joven.
Ahí se encontró con la madre de Alina, que lo
esperaba en la antesala de la zona de reanimación: "Incluso antes de entrar,
la madre de la enferma me dijo que ella y su hija habían ya decidido qué
hacer. Y antes de que pudiera decir nada, me cambió el tema de conversación,
porque veía que yo podría tener miedo de escuchar algo que sería horrible
para mí como sacerdote y cristiano".
Por fin, entraron en la sala. Delante de él, el P. Alejandro se topó con
"una joven delgada, de color amarillo, muy poco parecido a lo que la joven
de 22 años debería ser". Sonriente, con ojos claros y serenos, Alina miró al
sacerdote y le dijo sin ningún preámbulo: "Mi madre y yo hemos decidido
tajantemente que no me voy a quitar la cruz. No renunciaré a mi fe. No
existe ningún precio capaz de comprar a Cristo ".
Ante tan grande valentía, el P. Alejandro decidió
buscar dinero por todos los medios posibles. Entre los amigos de la
Universidad juntaron una buena cantidad de dinero, pero no llegaron a los
300,000 dólares que cuesta la operación. Y así, el 14 de marzo del 2011,
Alina dejaba este mundo.
Antes de su muerte, Alina se las arregló para
escribir una carta para sus amigos:
"No muestro ningún heroísmo. En realidad, no
tengo otra opción, pues ya había hecho mi elección hace tiempo: soy
cristiana. Tengo ante mí un documento del Ministerio de Interior de Israel.
Un apartado reza así: "Acepto la ciudadanía / la ley / religión del país". Y
tienes que firmar. ¿Elijo?
"Para mí, lo importante no es lo que queda en el
papel, sino ¿qué pasa con mi alma? La confianza en Dios es más fuerte que
cualquier valor, que cualquier derecho, país, diagnóstico o cualquier tiempo
terrible. Incluso en los días más oscuros no me deja la sensación de que
Dios sostiene mi mano. La única opción que hice por mi fe en Dios hace ya
mucho tiempo no está vinculada a ninguna nacionalidad. Y no me importa qué
venga: yo le daré gracias por aquello que suceda en mi vida".
Al final, da gracias por quienes se preocupan por ella, volviendo a resaltar
que no es un héroe. Aunque el verdadero heroísmo consiste precisamente en
dejar a un lado tus cosas para cuidar a los demás. Y justamente sus últimas
palabras fueron para sus amigos, invitándoles a optar por Dios siempre, sean
cuales sean las dificultades en su vida.
(cortesía iveargentina.org y NBCD)