INTRODUCCIÓN A LA CUARESMA Y LA PASCUA CICLO A
Decir que la
Pascua ha hecho la Cuaresma no es restar relieve a ésta; es dejar las cosas
en su sitio. La Cuaresma tuvo tiene entidad
desde y para la Pascua. La Cuaresma nace en función de la Pascua.
Cronológicamente fue así porque litúrgica y teológicamente no podía ser de
otro modo.
La Pascua
semanal, dies dominica el domingo, como
memorial de la Resurrección del Señor empieza a celebrarse ya en los
comienzos. Y, dentro de esos domingos, hay uno que va cobrando relieve: el
Domingo, por excelencia, la Pascua de Resurrección. Más tarde se prolongará
con el Triduo Sacro. Pero tan vinculado estaba éste con la Pascua que en
tiempos de San León aún se leía la Pasión en la Vigilia Pascual. Más aún: la
propia liturgia de la noche Pascual no insiste solamente en la Resurrección
del Señor, sino en el “paso”, es decir, en todo el Misterio Pascual: la
Muerte y Resurrección del Señor. Nada tiene por tanto de
extraño que, desde el primer momento, la Iglesia haya vinculado la
celebración y administración de los Sacramentos de la Iniciación Cristiana a
la Pascua, a la Noche Pascual del Sábado Santo.
Porque la
inserción de los cristianos en Cristo muerto y resucitado podía expresarse
mejor esa noche que en ningún otro momento del año litúrgico. Y al hacerlo
delante de toda la comunidad, ésta tenía la oportunidad de renovar también
sus compromisos sacramentales ante los catecúmenos. No por casualidad, el
núcleo central de las lecturas bíblicas preparatorias al rito bautismal
formaron el primer bloque de lecturas cuaresmales. La Cuaresma, como puede
verse, nace desde la Pascua.
De esto a la
institucionalización del tiempo cuaresmal como etapa catecumenal hubo
solamente un paso. Y aparece este tiempo con una serie de momentos
estelares: recepción solemne de catecúmenos, catequesis
bautismales, compromiso de toda la comunidad en la preparación, ritos
de escrutinios, aprendizaje del Credo, etc., hasta la gran noche bautismal.
Y ya estaba “hecha” la Cuaresma.
La segunda “etapa” o momento de prolongación de este tiempo pre-pascual
tiene lugar con la institución del “Ordo Poenitentium”. El primer ceremonial
se describe ya en el “Sacramentarium Gelasianum”, que se remonta al siglo
VII, si bien el uso habitual de sus prescripciones no aparece hasta finales
del IX. Según el “Ordo”, los pecadores habían de comenzar su preparación el
lunes de la semana posterior al miércoles de Ceniza, y permanecer en cierto
modo “fuera de la comunión” de la Iglesia, y dedicados a la oración y a la
penitencia, hasta el Jueves o Viernes Santo en que tenía lugar la “reconciliatio”
ante el obispo, previa e indispensable para participar en el banquete
pascual. Desde el momento de acogida por parte del diácono para que se
presentaran ante el obispo (“Vosotros, que vais a reconciliaros, volved al
seno de vuestra Madre la Iglesia”), hasta la absolución, pasando por varias
oraciones, en todo momento se alude a la conversión y reconciliación. Tanta
repetición no podía obedecer más que al empeño de la Iglesia por destacar la
finalidad de aquel rito.
Se plantea
hoy cómo revitalizar o actualizar todo lo que hay de aprovechable en esta
historia de la Cuaresma. La Liturgia de hoy se ha encargado de
ello. Una Cuaresma-Pascua bien preparada ha de acentuar en
cada momento, cada domingo, cada semana, aquellos aspectos que las propias
lecturas ponen de relieve. Están pensadas desde el sentido “hacia la Pascua”
que se ha señalado.
Puede venir bien una mirada general a los grandes temas propuestos por el Leccionario para el ciclo A.