Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús A: Comentarios de Sabios y Santos - con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa de la Solemnidad
Recursos adicionales para la preparación
A su servicio
Exégesis: W. Trilling - Se revela la salvación (Mt.11,25-27)
Comentario Teológico: Reginald Garrigou - Lagrange - La Cena y el corazón
eucarístico de Jesús
Santos
Padres: San Agustín - La humildad (Mt 11,28-30).
Aplicación: Benedicto XVI - Las promesas del Sagrado Corazón
Aplicación: San Juan Pablo II - Devoción al Sagrado Corazón
Aplicación: P. Miguel A. Fuentes, I.V.E. - El que supo amar
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón Mt 11, 25-30
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. ‘Abrió el costado’ y ‘salió sangre y
agua’
(Jn 19,34)
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas de lA Solemnidad
Exégesis: W. Trilling - Se revela la salvación (Mt.11,25-27)
A continuación siguen tres versículos de gran alcance sobre la gloria de
Dios. El evangelista los hace resaltar con la frase introductoria "en aquel
tiempo". Los dos primeros versículos son una alabanza al gran Dios, que se
ha revelado a los pequeños y a la gente sencilla (Mat 11:25 s). El tercer
versículo da una profunda visión del íntimo misterio de Jesús (Mat 11:27).
25 En aquel tiempo tomó Jesús la palabra y exclamó: Yo te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra; porque has ocultado estas cosas a sabios y
entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. 26 Sí, Padre; así lo has
querido tú.
En el evangelio solamente aquí encontramos el solemne tratamiento: Padre,
Señor del cielo y de la tierra. Antes Jesús hablaba del Padre, de su Padre o
de nuestro Padre, con el íntimo acento familiar que tiene este tratamiento.
Aquí ahora se dice expresamente que el Padre también es el Creador
omnipotente y el Señor del mundo. Es el Dios que "al principio creó" (Gen
1:1) el mundo, el cielo y la tierra, y ahora los conserva en su
subsistencia. Fuera de él no hay otro Dios. Todo lo que todavía existe en el
mundo universo, está subordinado a él, como a Señor supremo. El solemne
tratamiento aquí muy significativo, porque nos hace apreciar en lo justo las
siguientes palabras. En efecto, este Dios grande, que todo lo conserva, ha
ofrecido su revelación a la gente sencilla. Dios no ha elegido la gente
entendida y prudente. Jesús no dice lo que Dios ha dado a conocer, sino
solamente "estas cosas". Por el Evangelio que hemos leído hasta ahora,
sabemos que refiere todo el mensaje de Jesús anunciado con palabras y con
milagros. Jesús ha dedicado la primera bienaventuranza a los pobres en el
espíritu (5,3), ha buscado a los pequeños, a los desechados y despreciados,
sobre todo a los incultos. A éstos ha llamado para ser sus discípulos, éstos
han creído en él y le han rogado que hiciera milagros, como la mujer que
padecía flujo de sangre, o los dos ciegos. Parece casi como una predilección
de Dios, como una debilidad por los que no valen nada en el mundo.
Los sabios y entendidos se marchan vacíos. Ante ellos se oculta el misterio
de Dios, de tal forma que no lo ven ni conocen, no lo oyen ni creen. Como en
el Antiguo Testamento, así también aquí la aceptación o repudio se adjudica
solamente a Dios. él es quien abre el corazón o bien lo endurece, como el
caso del faraón. Pero eso no sucede sin la propia decisión del hombre, sino
que en cierto modo es tan sólo la respuesta de Dios a su alma, ya cerrada,
que se ha vuelto impenetrable para la palabra de Dios. Aunque por razón de
sus dones espirituales, de sus conocimientos y de su inteligencia tendrían
que ser especialmente adecuados para entender el lenguaje de Dios, se
cierran ante este lenguaje, que permanece oculto para ellos. Jesús sobre
todo ha de pensar en los escribas.
Han utilizado su entendimiento para formarse una idea cerrada de Dios y del
mundo, y no están dispuestos a oir y aprender de nuevo. Creen que conocen
bien a Dios y que poseen la verdadera doctrina. Esta es la eterna tentación
del espíritu humano desde el momento en que el tentador insinuó a Eva que se
les abrirían los ojos y serían semejantes a Dios, si comieren del árbol del
conocimiento... Así pues, Dios sólo puede contar con los sencillos que se
descubren y creen con llaneza. ¡Qué singular trastorno del orden! Y sin
embargo Dios elige este camino, porque es el único por el que puede llegar
su mensaje. Este camino corresponde a su voluntad, le es muy agradable.
¡Cuántas cosas se entienden en el mundo, si se tienen en cuenta estas
palabras!
27 Todo me lo ha confiado mi Padre. Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera
revelárselo.
Aquí se habla del conocimiento. No es una ciencia del entendimiento, una
comprensión con sus ideas y consecuencias. Conocer en la Biblia tiene un
significado mucho más extenso. La imagen del "árbol de la ciencia del bien y
del mal" en el paraíso del Edén designaba unos conocimientos amplios, una
inteligencia inmediata de las razones y causas de las cosas. Además el verbo
conocer indica que se está familiarizado con otra cosa, designa la
aceptación juiciosa y la apropiación amante de una cosa. Participan por
igual en la acción de conocer la voluntad, los sentimientos y la
inteligencia. Por eso la Escritura puede designar con el verbo "conocer" el
encuentro más íntimo del hombre y de la mujer en el matrimonio. Si Dios
conoce al hombre, lo penetra por completo con su espíritu y al mismo tiempo
le abraza con amorosa propensión. Conocer y amar son entonces una misma
cosa.
Dice Jesús: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, el mismo Padre, que acaba de
ser ensalzado como Señor del cielo y de la tierra (11,25). El Hijo es el
mismo Jesús, ya que llama a Dios su Padre.
Aquí por primera vez nos enteramos de esta profunda relación entre Dios y
Jesús, que aquí habla como un hombre entre los hombres. Las imágenes Padre e
Hijo, tomadas de nuestra experiencia en el orden natural, soportan el
misterio que hay en Dios. Sólo un ser comprende por completo al Hijo con un
conocimiento amoroso, de tal forma que no quede nada por explorar: el Padre.
Aún es más asombrosa la oración inversa: Y nadie conoce al Padre sino el
Hijo. Jesús hasta ahora siempre había hablado de Dios con reverencia y
humilde devoción, y así también lo continúa haciendo en adelante. También
para él, que aquí habita como un hombre entre los hombres, Dios es el gran
Dios y Padre bondadoso. Pero en la profundidad de su ser Jesús es igual al
Padre, también le conoce plena y totalmente. Más aún, ni hubo ni hay nadie
más en el mundo que tenga tales conocimientos, sino él. Jesús es Dios. Es el
único pasaje en los evangelios sinópticos, en que esté tan claramente
expresada la filiación divina del Mesías. Estas palabras están solitarias y
grandiosas en este pasaje. Como a través de una rendija en las nubes estas
palabras nos dejan dirigir la mirada a las profundidades del misterio de
Dios. Debemos aceptar estas palabras respetuosamente y como "gente
sencilla".
Pero el Hijo no posee este conocimiento para sí solo, sino que debe
retransmitirlo. Su misión es revelar el reino de Dios. Lo que se acaba de
decir de Dios, también es la obra del Hijo: Y aquel a quien el Hijo quiera
revelárselo. Se le ha encomendado esta revelación, ya que el Padre se lo ha
confiado todo. En último término parece ser indiferente que se declare algo
del Padre o del Hijo. El Padre se lo ha encomendado todo, toda la
revelación, luego el Hijo puede disponer libremente de ello, y comunicarlo a
quien lo quiera comunicar. Y no obstante sigue siendo siempre la palabra y
la obra del Padre. Porque ellos son un solo ser en su recíproco conocimiento
y amor. Lo que dice Jesús, incluso de sí mismo, es como un obsequio que
viene a nosotros de las profundidades de Dios. No es fácil penetrar en
ellas. Entonces los judíos se escandalizan. Este escándalo también está al
acecho en nosotros. ¿Cómo puede hablar así un hombre? ¿No es el hijo del
carpintero? No se entiende nada, si se procede en este particular con la
comprensión crítica, como ya hicieron los adversarios en el primer tiempo
del cristianismo. Se entiende tan poco como entendió aquella "generación",
que no pudo emprender nada ni con Juan el Bautista ni con Jesús. Aquí sólo
viene a propósito la abierta disposición de la "gente sencilla", no la
arrogante seguridad de un "sabio" y "entendido". "Quien no recibe como un
niño el reino de Dios, no entrará en él" (/Mc/10/15).
El yugo llevadero (Mt 11,28-30)
28 Venid a mí todos los que estáis rendidos y agobiados por el trabajo, que
yo os daré descanso. 29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, porque soy
manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vosotros; 30 porque mi
yugo es llevadero y mi carga ligera.
De nuevo Jesús tiene ante su vista las mismas personas a que estaba dedicado
con todo el amor: los pobres y hambrientos, los ignorantes y la gente
sencilla, los apenados y enfermos. Siempre le han rodeado, le han llevado
sus enfermos, han escuchado sus palabras, y también han procurado tocar
aunque sólo fuera una borla de su vestido. También ha ido a ellos por propio
impulso y ha comido con los desechados. Ahora llama a sí a todos ellos y les
promete aliviarlos. Son como ovejas sin pastor, están abatidos y
desfallecidos (9,36). Están abrumados y gimen bajo el yugo. Esta es la carga
de su vida agobiada y penosa, pero sobre todo la carga de una interpretación
insoportable de la ley. Esta doble carga les cansa y les deja embotados. En
cambio Jesús los quiere aligerar y darles alegría. Los escribas les imponen
como yugo cruel y áspero las prescripciones de la ley, como un campesino
impone el yugo al animal de tiro. Los escribas convierten en una carga
insoportable de centenares de distintas prescripciones la ley que fue dada
para la salvación y la vida (Eze 20:13). Nadie podía cumplir tantas
prescripciones; ni ellos mismos eran capaces de cumplirlas.
Jesús tiene un yugo llevadero. Es un yugo que se adapta bien, se ciñe
ajustado y se amolda fácilmente alrededor de la nuca. Aunque tiene
exigencias duras, y enseña la ley de una forma mucho más radical (sermón de
la montaña), este yugo de Jesús es provechoso al hombre. No le causa heridas
con el roce, y el hombre no se desuella sangrando. "Sus mandamientos no son
pesados" (/1Jn/05/03) porque son sencillos y sólo exigen entrega y amor. No
obstante la voluntad de Dios es un yugo y una carga. Pero se vuelven ligeros
si se hace lo que dice Jesús: Aprended de mí. Jesús también lleva las dos
cosas: su misión para él es yugo y peso: Con todo, él los ha aceptado como
siervo humilde de Dios. Se ha hecho inferior y cumple con toda sumisión lo
que Dios le ha encargado, se hace servidor de todos. Aunque el Padre se lo
ha entregado todo, se ha hecho como el ínfimo esclavo. Si se acepta así el
yugo de la nueva doctrina, entonces se cumple la promesa: y hallaréis
descanso para vosotros.
Este descanso no es la tranquilidad adormecedora del bienestar burgués o la
paz fétida con el mal (Jesús ha hablado de la espada [Eze 10:34]). Jesús
promete el descanso para el lastre abrumador de la vida cotidiana, para el
cumplimiento de la voluntad de Dios en todas las cosas pequeñas. El que vive
entregándose a Dios, y ejercita incesantemente el amor, es levantado
interiormente y se serena. Nuestra fe nunca puede convertirse en carga
agobiante, en el yugo que nos cause heridas con el roce. Entonces se
apreciaría la fe de una forma falsa. Si se procura realmente cumplir los
mandamientos de Dios, entonces el yugo de Jesús nunca es una fuente
menguante de consuelo y de apacible serenidad. En esto tendría que ser
posible conocer al discípulo de Jesús.
(TRILLING, W., en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
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Comentario Teológico: Reginald Garrigou - Lagrange - La Cena y el
corazón eucarístico de Jesús
Al referir lo que fue la última Cena, para completar lo que dicen los tres
primeros Evangelios (cfr. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 15, 20; 1 Cor
11, 23.) San Juan (Jn 13, 1) escribe: Viendo Jesús que llegaba su hora de
pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el fin. Un padre que va a morir quiere dejar a sus
hijos un supremo testimonio de su amor. Con frecuencia, no encuentra la
palabra capaz de expresárselo y a veces guarda un silencio más elocuente que
todos los discursos. En el momento de morir, Jesús no sólo encontró las
palabras, sino que realiza lo que éstas significan, la palabra
transustanciadora. Como testamento nos dio la Eucaristía y en este
sacramento se dejó a sí mismo en persona.
El don de sí mismo, expresión del amor
La mayor manifestación del amor es el perfecto don de sí mismo. La bondad es
esencialmente comunicativa y el bien es naturalmente difusivo de sí mismo.
Santo Tomás incluso dice: El bien no sólo es naturalmente difusivo de sí,
sino que mientras es más perfecto, más se comunica abundante e íntimamente,
y lo que procede de él le queda también más estrechamente unido (III, q. 1,
a. 1; C. Gentes, I. IV, c. 11, initio).
Del mismo modo que el sol esparce la luz y un calor beneficioso, la planta y
el animal adulto dan la vida a otra planta y a otro animal, el gran artista
concibe y produce sus obras maestras, el sabio comunica sus intuiciones, sus
descubrimientos, y da a sus discípulos su espíritu; así, el hombre virtuoso
alcanza la virtud, y el apóstol, que tiene la santa pasión del bien, da a
las almas lo mejor de sí mismo para llevarlas a Dios. La bondad es
esencialmente comunicativa, y mientras más perfecto es el ser, más íntima y
abundantemente se da.
Aquel que es el Bien Soberano, plenitud del ser, se comunica lo más plena e
íntimamente posible por la eterna generación del Verbo y la espiración del
Espíritu de amor, como nos enseña la Revelación. El Padre, engendrando a su
Hijo, no sólo le comunica una participación en su naturaleza, en su
inteligencia y en su amor, sino toda su naturaleza indivisible, sin
multiplicarla de ningún modo; le da el ser Dios de Dios, Luz de Luz,
verdadero Dios de Dios verdadero, y el Padre y el Hijo comunican al Espíritu
de amor, que procede de ellos, esta misma naturaleza divina indivisible y
sus perfecciones infinitas. El bien es naturalmente difusivo de sí y
mientras más perfecto, más plena e íntimamente se da.
En virtud del mismo principio convenía, ya lo hemos visto (cfr. supra, I P.,
c. 6), que Dios no se contentase con crearnos, con darnos la existencia, la
vida, la inteligencia, la gracia santificante, participación en su
naturaleza, sino que se nos diese a sí mismo en persona por la Encarnación
del Verbo (III, q. 1, a. 1: Utrum conveniens fuerit Deum incarnari, es la
cuestión de la posibilidad y de la conveniencia de la Encarnación, antes de
la de su motivo del que se habla en los artículos 2 y 3).
Incluso después de la caída del primer hombre, Dios habría podido querer
levantarnos de otro modo (Cfr. III, q. 1, a. 2.), enviándonos, por ejemplo,
a un profeta que nos hubiese hecho conocer las condiciones del perdón. Pero
ha hecho infinitamente más, ha querido darnos a su propio hijo en persona
como Redentor, Sic Deus dilexit mundum ut Filium suum unigenitum daret. (Jn
3, 16.)
Jesús, Sacerdote por toda la eternidad y Salvador de la humanidad, quiso
también dársenos perfectamente Él mismo a lo largo de su vida terrena, sobre
todo en la Cena, en el Calvario, y no cesa de hacerlo todos los días por la
santa Misa y la santa Comunión. Nada puede mostrarnos mejor las riquezas del
corazón sacerdotal y eucarístico de Nuestro Señor Jesucristo que este don
tan perfecto de sí mismo. Y nada puede motivarnos mejor la acción especial
de gracias debida a Nuestro Señor por la institución de la Eucaristía y del
sacerdocio. (III, q. 79, a. 1)
El efecto que ha producido la Encarnación sobre el mundo entero o sobre la
humanidad en general, la Eucaristía debe producirlo respecto de cada uno de
nosotros a lo largo de las generaciones, pues por ella Jesús se nos da a
cada uno.
El Corazón eucarístico de Jesús y el don de sí mismo en la institución de la
Eucaristía
Tal como Dios Padre da toda su naturaleza en la generación eterna del Verbo
y la espiración del Espíritu Santo, tal como Dios quiso darse en persona en
la Encarnación del Verbo, así Jesús ha querido darse en persona en la
Eucaristía. Y su corazón sacerdotal es llamado eucarístico precisamente
porque nos dio la Eucaristía, como se dice del aire puro, que es sano en
tanto que da la salud.
Nuestro Señor habría podido contentarse con instituir un sacramento, signo
de la gracia, como el bautismo y la confirmación; sin embargo, ha querido
darnos un sacramento que contiene no sólo la gracia, sino al Autor de la
gracia.
La Eucaristía es, así, el más perfecto de los sacramentos, superior incluso
al del orden.(Cfr. S. Tomás, III, q. 65, a. 39 Sacramentum Eucaristiae
est potissimum omnium áliorum. El sacramento de la Eucaristía es el más
perfecto de todos porque no sólo contiene la gracia, sino al mismo Autor de
la gracia. Y el sacramento del Orden debe su grandeza a que está ordenado a
la consagración de la Eucaristía. Cfr. ibidem ad 3um). Y Jesús
instituyó en el mismo instante el sacerdocio con vistas a la consagración
eucarística. La expresión Corazón eucarístico es superior a Corazón
sacerdotal, pues este término está contenido en el anterior, ya que Jesús,
al darnos la Eucaristía, ha instituido el sacerdocio. Además, se puede
llamar corazón sacerdotal al del ministro de Cristo -así se habla, por
ejemplo, del corazón sacerdotal del Cura de Ars-, mientras que el Corazón
eucarístico sólo se puede decir del Corazón que nos ha dado la Eucaristía.
El verdadero y generoso amor por el que se quiere y se hace un bien a los
demás, nos lleva a inclinarnos hacia ellos si son más pequeños que nosotros,
a unirnos a ellos en una perfecta unión de pensamiento, de deseo, de querer,
de consagrarnos a ellos, a sacrificarnos si es preciso, para hacerlos
mejores, para llevarles a superarse a sí mismos y a alcanzar su destino.
En el momento de privarnos de su presencia sensible, Nuestro Señor quiso
dejarse a sí mismo en persona entre nosotros bajo los velos eucarísticos. En
su amor, no podía inclinarse aún más hacia nosotros, hacia los más pequeños,
los más pobres, los más desamparados, unirse y darse aún más a nosotros y a
cada uno en particular.
A veces desearíamos la presencia real de seres muy queridos que han
desaparecido. El Corazón eucarístico del Salvador nos ha dado la presencia
real de su cuerpo, de su sangre, de su alma y de su Divinidad. Por todas
partes, en la tierra, hay una Hostia consagrada en un tabernáculo, hasta en
las misiones más lejanas permanece con nosotros como el dulce compañero de
nuestro exilio. Está en cada tabernáculo esperándonos pacientemente, con
prisa por salvarnos, deseando que se le ruegue. Va incluso a los criminales
arrepentidos que van a subir al cadalso.
El Corazón eucarístico de Jesús nos ha dado la Eucaristía como sacrificio
para perpetuar en substancia el sacrificio de la Cruz en nuestros altares
hasta el fin del mundo y para aplicarnos sus frutos. En la santa Misa,
nuestro Señor, que es el Sacerdote principal, continúa ofreciéndose por
nosotros.
Cristo siempre vive para interceder por nosotros, dice San Pablo (Heb 7,
25). Lo hace sobre todo en la santa Misa en donde, según el Concilio de
Trento, el mismo sacerdote continúa ofreciéndose por sus ministros de modo
incruento después de haberse ofrecido cruentamente en la Cruz. (Cfr. C.
Trid., ses. 22, cap. 2)
Esta oblación interior, siempre viva en el Corazón de Cristo, es como el
alma del santo sacrificio de la Misa y le da su infinito valor. Cristo Jesús
continúa, así, ofreciendo a su Padre nuestras adoraciones, nuestras
súplicas, nuestras reparaciones y nuestras acciones de gracias. Pero, sobre
todo, es siempre la misma Víctima, purísima, la que se ofrece, el mismo
Cuerpo del Salvador que fue crucificado, y su preciosa Sangre está
sacramentalmente extendida en el altar para continuar borrando los pecados
del mundo.
El Corazón eucarístico de Jesús, dándonos la Eucaristía como sacrificio, nos
ha dado también el sacerdocio. Después de haber dicho a sus Apóstoles: Venid
en pos de mí y os haré pescadores de hombres (Mc 1, 17), y: No me habéis
elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros, y os he destinado para
que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca,(Jn 15, 16) les dio en
la Cena el poder de ofrecer el sacrificio eucarístico diciendo: Este es mi
cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía.(Lc 22, 19)
Les dio el poder de la santa consagración que renueva sin cesar el
sacramento de amor.El oficio del Corazón eucarístico indica bien las
diferentes manifestaciones del amor de Cristo por nosotros, manifestaciones
que están íntimamente unidas. En efecto, la Eucaristía, sacramento y
sacrificio, no puede ser perpetuada sin el sacerdocio, y por ello la gracia
del Salvador hace germinar y florecer a lo largo de las generaciones desde
hace cerca de dos mil años vocaciones sacerdotales, y será así hasta el fin
del mundo.
Finalmente, el Corazón eucarístico de Jesús se nos da en la santa Comunión.
El Salvador se nos da en alimento no para que lo asimilemos, sino para que
seamos cada vez más parecidos a Él, cada vez más vivificados, santificados
por Él, incorporados a Él. A Santa Catalina de Siena le dijo un día: Tomo tu
corazón y te doy el mío; era el símbolo sensible de lo que ocurre
espiritualmente en una ferviente comunión en la que nuestro corazón muere a
su estrechez, a su egoísmo, a su amor propio, para dilatarse y hacerse
parecido al Corazón de Cristo por la pureza, la fuerza, la generosidad.
En otra ocasión el Salvador concedió a la misma santa la gracia de beber de
la llaga de su Corazón: otro símbolo de una comunión ferviente, en donde el
alma bebe espiritualmente, por así decirlo, del Corazón de Jesús, hogar de
nuevas gracias, dulce refugio de la vida oculta, señor de los secretos de la
unión divina, corazón de aquel que duerme, pero que vela siempre.
San Pablo había dicho: El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la
comunión de la sangre de Cristo?, y el pan que partimos, ¿no es la comunión
del cuerpo de Cristo? (1 Cor 10, 16) Y tal como lo señala Santo Tomás, en la
santa Misa, cuando el sacerdote comulga con la preciosa Sangre, comulga por
él y por los fieles.(Cfr. S. Tomás, III, q. .80, a. 12, ad 3)
El Corazón encáustico de Jesús y el don cotidiano e incesante de sí mismo
Finalmente, Jesús vuelve a darnos todos los días la Eucaristía como
sacramento y como sacrificio. Habría podido querer que la Misa sólo fuese
celebrada una o dos veces por año, en ciertos santuarios a los que se
llegaría desde muy lejos. Por el contrario, incesantemente, en cada minuto
del día se celebran numerosas misas en la superficie de la tierra, por
doquiera que salga el sol. Es la incesante manifestación del Amor
misericordioso de Cristo respondiendo a las necesidades espirituales de cada
época y de cada alma. Cristo amó a la Iglesia, dice San Pablo (Ef. 5, 26.),
y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el lavado
del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o
arruga o cosa semejante, sino santa e intachable.
Así, le concede, sobre todo por la santa Misa y la Comunión, las gracias que
necesita en los diversos momentos de su historia. La Misa ha sido un foco de
gracias siempre nuevas en las catacumbas, más tarde durante las grandes
invasiones de los bárbaros, en las diversas épocas de la Edad Media, y lo es
siempre hoy en día para darnos la fuerza de resistir a los grandes peligros
que nos amenazan, a las ligas ateas que el bolchevismo propaga en el mundo
para destruir toda religión. Pese a las tristezas de la hora presente, la
vida interior de la Iglesia de nuestro tiempo, en lo que tiene de más
excelso, es, ciertamente, bellísima, vista desde lo alto, como la ven Dios y
los ángeles.
Todas las gracias nos vienen del Corazón eucarístico de Jesús, que nos ha
dado la santa Misa y la Comunión, que nos da siempre su Sangre
sacramentalmente derramada sobre el altar.
Esto lo comprendió profundamente hace algunos años Charles de Foucauld, al
rezar y morir por la conversión del Islam o de los países musulmanes. Lo
comprenden las almas que rezan hoy de todo corazón y hacen celebrar Misas
por los países asolados por el materialismo y el comunismo. Una sola gota de
la preciosa Sangre del Salvador puede regenerar millares de almas que se
pierden y que arrastran a las otras en su perdición. Es lo que dice Santo
Tomás en el Adoro te devote: Me immundum mundo, tuo sanguine, cujus una
stilla salvum faceré Totum mundum quit ab omni scelere.
Ciertamente, no pensamos en esto suficientemente. El culto de la preciosa
Sangre del Salvador y el sufrimiento profundo de verla manar en vano sobre
las almas rebeldes puede contribuir mucho a inclinar el Corazón eucarístico
de Jesús hacia sus pobres pecadores; sí, hacia sus pobres pecadores. Son los
suyos, y apóstoles como San Pablo, San Francisco, Santo Domingo, Santa
Catalina de Siena y tantos otros, aman lo suficiente al Salvador para bregar
con Él por la salvación de esas almas.
Cuando se piensa en el amor de Cristo por nosotros, deberíamos agonizar al
ver a las almas alejarse de su corazón, de la fuente de su preciosa sangre.
La derramó por ellas, por todas, por muy alejadas que estén, por el
comunista que blasfema y que quiere borrar su nombre de todas partes.
Dígnese el Señor, que no desea la muerte del pecador, conceder, por la santa
Misa, como una nueva efusión de la sangre de su Corazón y de todas sus
santas llagas.
Algunos santos han visto a veces, al asistir a Misa, en el momento de la
elevación del cáliz, desbordarse la preciosa Sangre, derramarse por los
brazos del sacerdote, como si fuera a correr por el santuario y a los
ángeles venir a recogerla en copas de oro para llevarla a distintos países
del mundo, sobre todo a aquellos donde el Evangelio es poco conocido. Era el
símbolo de las gracias que se derraman del Corazón de Cristo sobre las almas
de los pobres infieles; puesto que también por ellos murió Cristo en la
Cruz.
De aquí se sigue, prácticamente, que el Corazón eucarístico de Jesús, lejos
de ser objeto de una mínima devoción, es el ejemplo eminente del don
perfecto de sí mismo, don que debería ser en
Purifica mis manchas con tu sangre, pues una gota sola basta para quitar
todos los pecados del mundo. Hace nuestra vida más generoso cada día. En la
Misa y para el sacerdote, cada consagración debería marcar un aumento en el
espíritu de fe, de confianza, de amor de Dios y de las almas. Y para los
fieles, cada Comunión debería ser, en substancia, más ferviente que la
anterior, puesto que cada una debe aumentarnos la caridad, hacer que nuestro
corazón sea más parecido al de Nuestro Señor y, como consecuencia,
disponernos a recibirle mejor al día siguiente. De la misma manera que la
piedra cae tanto más de prisa cuanto más se acerca a la tierra que la atrae,
las almas deben ir hacia Dios tanto más de prisa cuanto más se acercan a Él
y Él más las atrae.
El Corazón eucarístico de Jesús quiere atraer nuestras almas. A menudo es
humillado, abandonado, olvidado, despreciado, ultrajado, y sin embargo, es
el Corazón que ama nuestros corazones, el Corazón silencioso que quiere
hablar a las almas para mostrarles el precio de la vida escondida y el
precio del don de sí mismo más generoso cada día.
El Verbo encarnado vino a los suyos y los suyos no le recibieron.(Jn 1, 11)
Bienaventurados los que reciben todo lo que su Amor misericordioso quiere
darles y no se resisten a las gracias que, por medio de ellos, deberían
brillar sobre otros menos favorecidos. Bienaventurados los que, después de
haber recibido, y a ejemplo de Nuestro Señor, se dan siempre con más
generosidad por Él, con Él y en Él.
Si incluso entre los infieles más alejados de la fe hay una sola alma en
estado de gracia, verdaderamente fervorosa y sacrificada, como fue la de
Charles de Foucauld, un alma que recibe todo lo que el Corazón eucarístico
de Cristo quiere darle, antes o después el resplandor de esa alma
transmitirá a los extraviados algo de lo que ha recibido. Es imposible que
la preciosa Sangre no se desborde del cáliz en la santa Misa, para purificar
un día u otro, por lo menos en el momento de la muerte, a los extraviados
que no se resisten a las prevenciones divinas, a las gracias actuales que
les impulsan a convertirse. Pensemos algunas veces en la muerte del
musulmán, en la muerte del budista o, más cercano a nosotros, en la muerte
del anarquista que, quizá, fue bautizado en su infancia. Todos tienen un
alma inmortal por la que el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo dio toda su
Sangre.
(R. Garrigou-Lagrange, El Salvador y su amor por nosotros, Ediciones RIALP,
Madrid 1977 pp. 379-
391)
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SANTOS PADRES: San Agustin - La humildad (Mt 11,28-30).
1. La lengua del Señor, trompeta de justicia y verdad, elevándose como en un
concurso del género humano, llama y dice: Venid a mí todos los que os
fatigáis y estáis cargados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso
para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera. Quien no
esté fatigado, no escuche; quien, en cambio, esté fatigado del trabajo,
escuche: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis cargados. Quien no
vaya cargado, no escuche; pero quien va cargado, escuche: Venid a mí todos
los que trabajáis y vais cargados. ¿Para qué? Y yo os aliviaré. Todo el que
trabaja y va cargado, busca alivio, desea el descanso. ¿Y quién no se fatiga
en este siglo? Que me digan quién no trabaja, ya de obra, ya de pensamiento.
Trabaja de obra el pobre y trabaja de pensamiento el rico; el pobre quiere
tener lo que no tiene, y trabaja; el rico teme perder lo que tiene, y
queriendo aumentarlo que tiene, trabaja más. Además, todos llevan sus
cargas, todos sus pecados, que gravitan sobre la cerviz soberbia. Con todo,
la soberbia se yergue bajo tan gran mole y aun abrumada de pecados se infla.
Por eso, ¿qué dijo el Señor? Yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y
aprended de mí. ¿Qué, Señor, qué aprendemos de Ti?
Sabemos que eres Verbo en el principio, Verbo en Dios y Dios Verbo. Sabemos
que fueron creadas por Ti todas las cosas, visibles e invisibles. ¿Qué
aprendemos de Ti? ¿A suspender el cielo, a consolidar la tierra, a extender
el mar, a difundir el aire, a distribuir todos los elementos apropiados a
los animales, a ordenar los siglos, a gobernarlos tiempos? ¿Qué aprendemos
de Ti? ¿Acaso quieres que aprendamos esas mismas cosas que hiciste en la
tierra?¿Quieres enseñarnos eso? ¿Aprendemos de Ti a curar a los leprosos, a
arrojar los demonios, a cortar la fiebre, a mandar en el mar y en las olas,
a resucitar muertos? No es eso, dice. Entonces, ¿qué? Que soy manso y
humilde de corazón. ¡Avergüénzate ante Dios, soberbia humana! El Verbo de
Dios dice, lo dice Dios, lo dice el Unigénito, lo dice el Altísimo: Aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón. Tan gran excelsitud descendió a
la humildad, y ¿el hombre se yergue? Recógete, refrénate, hombre, conforme
al humilde Cristo, no sea que, al estirarte, te rompas.
2. Poco ha se cantaba un salmo, se cantaba el aleluya:¿Quién como el Señor
Dios nuestro, que habita en las alturas y contempla las cosas humildes? Que,
al mirarte, te halle humilde, para que no te condene. Él lo dijo, él lo
proclamó, él llamó al género humano a esta salvación: Aprended de mí, dijo,
no a crear el mundo, aprended que soy manso y humilde de corazón. Existía en
el principio; ¿hay algo más excelso? El Verbo se hizo carne; ¿hay algo más
humilde? Manda en el mundo;¿hay algo superior? Cuelga de un madero; ¿hay
algo más humilde? Si él sufre por ti estas cosas, ¿por qué tú te yergues, te
hinchas, fuelle inflado? Dios es humilde, y ¿tú eres soberbio? Quizá, ya que
dijo Excelso es el Señor y mira las cosas humildes, dirás tú: a mí no me
mira. ¿Habría mayor desgracia, si no te mira, sino que te desprecia? La
mirada implica compasión, el desprecio desdén. O quizá, como el Señor mira
las cosas humildes, piensas que pasas inadvertido, pues no eres humilde,
eres grande, eres soberbio. Pero no te escondes a los ojos de Dios. Mira lo
que dice allí: Excelso es el Señor. Sin duda es excelso. ¿Buscas escaleras
para subir hasta El? Busca el madero de la humildad y ya llegaste. Excelso
es el Señor y mira las cosas humildes.
Y para que no pienses que pasas inadvertido porque eres soberbio, añade: y
conoce desde lejos las cosas excelsas. Las conoce, pero de lejos. Lejos de
los pecadores está la salvación. ¿Cómo conoce las humildes? De cerca.
¡Maravillosa industria del Omnipotente! Es excelso y mira las cosas humildes
de cerca; los soberbios están altos y, sin embargo, el Excelso los conoce de
lejos. Cerca está el Señor de aquellos que afligieron su corazón, y dará la
salvación a los humildes de espíritu. Por lo tanto, hermanos, que la
soberbia no quede en vosotros hinchada, sino podada. Sentid horror de ella y
desterradla. Cristo busca al cristiano humilde. Cristo está en el cielo,
está con nosotros, está en los infiernos, no aherrojado, sino liberador. Ese
capitán tenemos. Está sentado a la diestra del Padre, pero nos recoge de la
tierra, a uno de un modo y a otro de otro; al uno con una dádiva, al otro
con un castigo; al uno con la alegría, al otro con la tribulación. Recoja el
que recoge. Recoja, para que no perezcamos. Recójanos allá donde ya no hay
perdición, en aquella región de los vivos en la que los méritos son
reconocidos y la justicia es coronada.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón
70A, 1-2, BAC Madrid 1983, 302-05)
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APLICACIÓN: Benedicto XVI - Las promesas del Sagrado Corazón
Promesas principales hechas por el Sagrado Corazón de Jesús a Santa
Margarita de Alacoque:
1. A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias
para su estado.
2. Daré la paz a las familias.
3. Las consolaré en todas sus aflicciones.
4. Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la
hora de la muerte
5. Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas
6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la
misericordia
7. Las almas tibias se harán fervorosas
8. Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección
9. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta
y sea honrada.
10. Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos
11. Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en
mi Corazón y jamás será borrado de él.
12. A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el
amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia
final.
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Aplicación: San Juan Pablo II - Devoción al Sagrado Corazón
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. El mes de junio se caracteriza, de modo particular, por la devoción al
Sagrado Corazón de Jesús. Celebrar el Corazón de Cristo significa dirigirse
hacia el centro íntimo de la persona del Salvador, el centro que la Biblia
identifica precisamente con su corazón, sede del amor que ha redimido el
mundo.
Si ya el corazón humano representa un misterio insondable que sólo Dios
conoce, ¡cuánto más sublime es el Corazón de Jesús, en el que late la vida
misma del Verbo! En él, como sugieren las hermosas letanías del Sagrado
Corazón, haciéndose eco de las Escrituras, se encuentran todos los tesoros
de la sabiduría y de la ciencia, y toda la plenitud de la divinidad.
Para salvar al hombre, víctima de su misma desobediencia, Dios quiso darle
un "corazón nuevo", fiel a su voluntad de amor (cf. Jr 31, 33; Ez 36, 26;
Sal 50, 12). Este corazón es el Corazón de Cristo, la obra maestra del
Espíritu Santo, que comenzó a latir en el seno virginal de María y fue
traspasado por la lanza en la cruz, convirtiéndose de este modo, y para
todos, en manantial inagotable de vida eterna. Ese Corazón es ahora prenda
de esperanza para todo hombre.
2. ¡Cuán necesario es para la humanidad contemporánea el mensaje que brota
de la contemplación del Corazón de Cristo! En efecto, ¿de dónde, si no es de
esa fuente, podrá sacar las reservas de mansedumbre y de perdón necesarias
para resolver los duros conflictos que la ensangrientan?
Al Corazón misericordioso de Jesús quisiera encomendarle hoy de modo
especial a cuantos viven en Tierra Santa: judíos, cristianos y musulmanes.
Ese Corazón que, colmado de afrentas, no albergó jamás sentimientos de odio
y venganza, sino que pidió el perdón para sus asesinos, nos señala el único
camino para salir de la espiral de la violencia: el de la pacificación de los
ánimos, de la comprensión recíproca y de la reconciliación.
3. Junto con el Corazón misericordioso de Cristo veneramos el Corazón
inmaculado de María santísima, mediadora de gracia y de salvación.
A ella nos dirigimos con confianza ahora para implorar misericordia y paz
para la Iglesia y para el mundo entero.
(Ángelus del San Juan Pablo II el domingo 23 de junio de 2002)
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Aplicación: P. Miguel A. Fuentes, I.V.E. - El que supo amar
Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin (Jn 13,1). Sólo el amor de
Jesús (de un modo absolutamente exclusivo) tiene los rasgos que aquí
describe San Juan.
1. Fue un amor preveniens, anticipado
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en
que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados
(1 Jn 4,10). "Como hubiera amado a los suyos", es decir, los amó "desde
antes"; ¿desde antes de qué? Amó a los suyos -a nosotros, por tanto- desde
antes de crearlos (Sab 11,25: Amas todo cuanto existe y no odiaste nada de
cuanto hiciste); antes de llamarlos (Jer 31,3: Con amor eterno te amé, por
eso te atraje con misericordia); antes de redimirlos (Jn 15,13: Nadie tiene
mayor amor que el que da su vida por sus amigos).
2. Fue un amor ordenado
Por eso dice que amó "a los suyos". Hay diversos modos de ser "suyos", y
según esto también hay diversos modos de ser amados por Él.
Algunos son suyos sólo por creación, y a éstos los ama conservándolos en su
ser natural. A estos suyos se refiere la amarga expresión del prólogo
joánico: Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron (Jn 1,11).
Otros son suyos también por dedicación, es decir, en cuanto le han sido
dados por el Padre mediante la fe. Eran tuyos y tú me los diste -dice el
mismo Señor en su oración sacerdotal- y guardaron tu palabra (Jn 17,6). A
estos los ama conservándolos en el ser de la gracia.
Hay otros que son suyos por una especial devoción. De ellos se puede decir
lo que el pueblo dijo a David: Mira, tú eres hueso de nuestro hueso y carne
de nuestra carne (1 Cro 11,1). A estos los ama de modo singular
consolándolos.
3. Fue un amor necesario
Amó a los suyos "que estaban en el mundo". Precisamente los amó de modo
especial porque estaban en el mundo. Algunos que son suyos estaban ya en la
gloria del Padre, como los antiguos patriarcas que esperaban ser librados
por sus manos. Estos no necesitaban tanto su dilección como quienes estaban
en el mundo. Los que están en el mundo con sus cuerpos, pero no con sus
almas, necesitan del amor protector para que el mundo, que los aborrece, no
triunfe sobre ellos.
4. Fue un amor perfecto
Los amó "hasta el fin". ¿Cómo entender esta expresión tan densa?
Podemos entender "fin" como aquello a lo que se ordena nuestra intención. El
fin en este sentido es la vida eterna (Rom 6,22: Vuestro fin es la vida
eterna), o bien Cristo mismo (Rom 10,4: El fin de la Ley es Cristo); o bien
ambas cosas, pues la vida eterna es la fruición de la divinidad de Cristo:
Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al
que tú has enviado, Jesucristo (Jn 17,3). Así entendido San Juan quiere
decir: los amó para llevarlos, conducirlos, hacia Sí, hacia la vida eterna.
Pero puede entenderse, también, "fin" como término, como final de una cosa.
Así sería el "ápice", la cima de algo. La frase debería entenderse haciendo
referencia a dos cosas. Ante todo, los amó hasta el punto de morir por ellos
(Gál 2,20: Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo
por mí). En segundo lugar, los amó en ese momento de un modo intensísimo que
lo llevó a darles mayores signos de amor de los que les había demostrado
hasta entonces. Es la expresión de los sentimientos internos con los que
realiza el lavatorio de los pies de sus discípulos, la revelación de sus
misterios más íntimos (Jn 16,5: Esto no os lo dije desde el inicio porque
aún estaba con vosotros), y de la entrega eucarística de su Cuerpo y de su
Sangre. Para imprimir, de este modo, en sus corazones su amor y su recuerdo
ahora que partía de este mundo que es de amantes dar retratos cuando se
están despidiendo (Lope de Vega).
(FUENTES, M., I.N.R.I., Ediciones del Verbo Encarnado, Dushambé - San Rafael
(Mendoza), 1999, p. 199 - 200)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón Mt 11, 25-30
El Señor ha revelado los misterios del Reino a los pequeños.
¿Estamos nosotros entre los pequeños? Claro que sí. Gracias a tener un
corazón simple estamos hoy aquí escuchando la Palabra de Dios.
Sin embargo, para ir penetrando cada vez más en los misterios del Reino
tenemos que ir haciéndonos un corazón más simple, un corazón como el de
Jesús.
Y este acercamiento para conocer los misterios del Reino no se debe a
nuestros méritos sino que es una gracia del Padre: "nadie puede venir a mí
si no se lo concede el Padre"[Jn 6, 65] y es una gracia del Hijo "a aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar".
Démonos cuenta de la gracia inmensa de poder estar hoy aquí escuchando la
Palabra. Estar aquí implica una gracia de Dios y tener un corazón sencillo
también.
La gente del mundo no está aquí hoy ni en ninguna Misa porque no han
recibido la gracia de Dios y porque en su corazón repiten quizá
inconscientemente "no tengo necesidad de conocer a Dios ni sus misterios".
Es que el Reino de los cielos es de los que son como niños. Es de los de
corazón simple. El corazón simple es el que se abandona en el Padre
celestial.
Cuando Jesús reveló el misterio de la Eucaristía los que no tenían corazón
simple dijeron: "Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?"[Jn 6, 60],
en cambio, los de corazón simple dijeron: "Señor, ¿dónde quién vamos a ir?
Tú tienes palabras de vida eterna"[Jn 6, 68].
Nuestro consuelo, en toda ocasión, está en Jesús. En ocasiones ha venido
alguna persona con un problema grande a buscar consuelo y por más palabras
que le daba no lograba consolarla y entonces le decía: "vaya a Jesús,
expóngale sus penas sinceramente, Él la consolará".
Es lo que dice hoy el Evangelio: "venid a mí todos los que estáis fatigados
y sobrecargados, y yo os daré descanso". Toda pena y toda aflicción está
dispuesto a consolar Jesús sólo tenemos que recurrir a Él.
Todas las vicisitudes de la vida, nuestros cansancios, nuestros dolores,
nuestros sufrimientos son parte del yugo que nos ha dado Jesús, son parte de
su cruz, son la parte de la cruz que yo tengo que cargar porque cargo en mi
lo que falta a la pasión de Cristo en su cuerpo que es la Iglesia y cada uno
de nosotros tiene que completar en sí mismo estos padecimientos que son
parte de la cruz de Cristo.
Y ¿cómo cargarla para que se nos haga llevadera? Con un corazón simple como
el de Jesús: "aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" y así el
yugo, la cruz que debemos llevar en suerte se hará liviana.
Corazón manso y humilde. Un corazón dócil para aceptar la cruz.
La cruz que nos da Jesús la podemos rechazar si somos rebeldes porque para
llevar la cruz en primer lugar hay que aceptarla y para esto es necesaria la
humildad. El humilde obedece y el soberbio rechaza a Cristo y a su cruz. He
aquí lo primero para llevar la cruz, la humildad. También la mansedumbre
para llevar la cruz que Cristo nos da y aceptarla no a regañadientes y con
impaciencia sino con mansedumbre.
Debemos aceptar la cruz de Cristo y estar contentos con ella.
¿Qué significa estar contentos con la cruz de Cristo? Significa aceptarla y
aceptarla es la base de la felicidad. Podemos aceptarla con resignación y
tendremos una pizca de felicidad pero también podemos aceptarla con
agradecimiento y satisfacción y nuestra felicidad será mayor.
El contento que es la aceptación del lugar y situación en que Dios nos ha
puesto nos hace felices. Si no lo aceptamos, es decir, si nuestro corazón se
rebela contra la situación en que Dios nos ha puesto seremos infelices,
llevaremos lo mismo la cruz pero se nos hará insoportable y pesada.
Llegaremos a la desesperación, seremos infelices.
Verdaderamente el yugo de Cristo es suave y su carga ligera. Cristo no nos
dará una carga mayor que la que podamos llevar sino una a la medida nuestra.
Una cruz perfectamente acondicionada a nosotros. Una cruz donada por su
Sabiduría y su Amor infinitos.
Además, Cristo ya ha cargado nuestra cruz. Cristo cargo en su pasión todas
nuestras cruces y las transformó en instrumento de salvación. Ahora nosotros
llevando nuestras cruces cada día nos salvamos por ellas.
Cristo cargó y carga nuestra cruz. Muchas veces no sólo nos ayuda para que
llevemos nuestra cruz consolándonos, dándonos fuerza, sino que también, en
ocasiones y en los momentos más angustiantes nos carga a nosotros con
nuestras cruces Él personalmente como hizo con la oveja descarriada.
Nuestra cruz se reduce al cumplimiento de nuestro deber de estado. No es ni
más ni menos que eso. Lo que cada día nos acontece y tenemos que
sobrellevar. Por ahí aparecerá un dolor más grande o una enfermedad o la de
nuestros seres queridos. Esa es la cruz. No nos fabriquemos cruces inmensas
y fantasiosas. Nuestra cruz es la vida ordinaria vivida cristianamente y esa
cruz llevada con Cristo y como Cristo, con mansedumbre y humildad, es suave
y ligera.
Y hay una cruz, dice San Agustín, que nos es muy difícil de llevar que son
nuestros pecados. Esa cruz también la alivianamos cuando recurrimos a Jesús.
Él, por su gracia, nos la quitará de nuestros hombros aunque sea una cruz
que nosotros libremente nos hemos fabricado.
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. ‘Abrió el costado’ y ‘salió
sangre y agua’ (Jn 19,34)
Introducción
Nosotros conocemos las revelaciones privadas que recibió Santa Margarita
María de Alacoque en el siglo XVII (1673). Recordamos que allí se le reveló
el Sagrado Corazón de Jesús, circundado de una corona de espinas y como un
horno ardiente de amor.
Pero podemos preguntarnos, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, ¿es
bíblica? Ciertamente que sí. ¿Y cuál es el argumento fundamental para decir
que esa devoción es bíblica? El texto de Jn 19,34: “Uno de los soldados le
traspasó el costado con una lanza, y al punto salió sangre y agua”. Tenemos
en este versículo tanto el fundamento de la verdad dogmática del Sagrado
Corazón de Jesús, como el fundamento de la verdadera devoción al Sagrado
Corazón.
La verdad dogmática del Sagrado Corazón y la devoción a ese corazón
responden a dos movimientos que se dan en ese versículo, en donde el orden
teológico es inverso al orden cronológico. El primer movimiento es de
adentro hacia afuera: ‘salió sangre y agua’, y este es el fundamento
dogmático, el fundamento de la teología dogmática del Sagrado Corazón. El
segundo movimiento es de afuera hacia adentro: ‘el soldado traspasó con la
lanza’, que es el fundamento de la devoción o teología espiritual del
Sagrado Corazón.
1. ‘Salió sangre y agua’: el fundamento dogmático *1
Para aferrar el sentido dogmático de Jn 19,34 es necesario compararlo y
ponerlo en paralelo con Jn 19,28 - 30, cuando Jesús entrega a María como
Madre de Juan, es decir, como Madre de la Iglesia. Estos versículos tienen
los siguientes elementos:
a) En María y San Juan Apóstol está presente la Iglesia completa, la Iglesia
creyente a pesar de la prueba máxima. Al entregar María a Juan como Madre, y
a Juan a María como hijo, Jesús está fundando la Iglesia.
b) En el v. 30 se dice que Jesús ‘entregó el espíritu’, señalando con eso su
muerte. Pero también está en la intención del texto indicar que Jesús
‘comunicó el Espíritu’. Con una sola frase y un mismo gesto se expresan dos
cosas: que murió y que entregó el Espíritu Santo a la Iglesia allí presente
en María y Juan.
La misma secuencia se da en Jn 19,34:
a) La mención de la sangre y el agua saliendo del costado de Cristo,
corresponde al nacimiento de la Iglesia. El agua representa el Bautismo, y
la sangre la Eucaristía que son los dos sacramentos fundamentales de los que
nace y sobre los que se asienta la Iglesia. La Iglesia es la nueva Eva que
sale del costado del Nuevo Adán.
b) Además, la sangre representa el sacrificio y la muerte de Cristo,
mientras que el agua representa al Espíritu Santo*2. Por esta razón expresa
la misma verdad que en el v. 19,30: por su muerte y su sacrificio entrega el
Espíritu Santo a la Iglesia naciente.
¿De dónde surge la sangre que salió del costado de Cristo muerto? De su
corazón. No queda ninguna duda que el texto evangélico quiere hacer mención
que la sangre viene del corazón, porque la lanzada del soldado
necesariamente tocó el corazón. Por eso, en este texto de Jn 19,34 sangre y
corazón son una sola cosa. Por lo tanto, es del Corazón de Jesús de donde
sale el Espíritu Santo, la Iglesia, el Bautismo y la Eucaristía, porque es
el Corazón de Jesús el que ha sido sacrificado y ha dado hasta la última
gota de sangre.
Y así vemos cómo aquella frase del Cura de Ars, “El sacerdocio es el amor
del Corazón de Jesús”*3, no es una mera frase piadosa sino que tiene su
fundamento en el mismo texto del Evangelio.
2. ‘Traspasó’: el fundamento espiritual
Así como este versículo nos habla de la intención del Espíritu Santo de
referirse al Corazón de Jesús, así también nos da indicaciones acerca de
cómo debe ser nuestra devoción hacia Él, cuál es al camino que hay que
recorrer para alcanzar esa fuente de donde brotó la Iglesia, la Eucaristía,
el Bautismo y el mismo Espíritu Santo.
La palabra que usa el texto griego original para expresar la acción del
soldado con su lanza es ényxen. Ényxen es un aoristo del verbo nysso. El
verbo nysso primariamente significa ‘perforar’, ‘abrir’*4. También significa
‘traspasar’, ‘infringir heridas severas o mortales’*5. También puede
significar ‘herir con un puñal’*6. Como vemos, lo que quiere indicar el
verbo es que se golpeó con cierta violencia y se abrió una herida. De hecho,
la Vulgata de San Jerónimo traduce aperuit, es decir, ‘abrió’.
Atento a este significado del verbo, San Agustín fue el primero en hacer
notar que el hecho de que el texto evangélico diga ‘abrió’ indica una
invitación a ‘entrar’. San Agustín fue el primero que habló de la herida del
costado como una puerta que se abre invitando a entrar por ella para llegar
hasta el corazón de Cristo. Y así da comienzo a la devoción de la llaga del
costado de Cristo, que solamente tiene sentido si esa herida hace referencia
al Corazón de Cristo. La teología de la herida del costado alcanzará su
punto más alto en la Edad Media. Guillermo de Saint – Thierry, por ejemplo,
dice: “Vuestro costado ha sido abierto para que a través de la puerta
abierta, nosotros entremos todos enteros hasta vuestro Corazón, o Jesús, …
hasta vuestra alma santa… Abrid, Señor, la puerta lateral de vuestra arca,
para que entren allí todos aquellos que deben ser salvados…, abridnos el
costado de vuestro cuerpo, para que entren aquellos que desean ver los
secretos del Hijo, aquellos que desean recibir los sacramentos que brotan de
allí y el precio de su redención”*7.
Y Santa Gertrudis, en 1285, ve el Corazón de Jesús del cual caían gotas de
sangre. Santa Gertrudis comprendió que la sangre significaba al Espíritu
Santo. Y dice: “Recibí el consejo de honrar con una devoción constante el
amor de tu Corazón, cuando estabas suspendido sobre la Cruz, y de beber de
esta vertiente de caridad que hace nacer en mi alma, bajo el impulso de un
amor inefable, el agua de la verdadera piedad”*8. En esta frase de Santa
Gertrudis brillan los dos aspectos del versículo de Jn 19,34, el dogmático y
el espiritual. El dogmático porque ve el Corazón goteando sangre y comprende
que esa sangre es símbolo del Espíritu Santo que se dona. El espiritual
porque es invitada a honrar el amor del Corazón y hacer nacer en ella la
verdadera piedad hacia el Corazón de Jesús.
Conclusión
La devoción al Corazón de Jesús es devoción al Amor de Jesús. Así como en la
Iglesia hay una constelación de devociones legítimas y fructuosas (devoción
a la Misericordia, devoción a las llagas de Cristo, etc.) así también la
solemnidad de hoy nos invita, a través de Santa Gertrudis, a “honrar con
devoción constante el Amor del Corazón de Jesús”, manifestado en su
sacrificio.
Al honrar el Amor de Jesús manifestado en su sacrificio hasta la última gota
de sangre, estaremos honrando a la fuente de la Iglesia, la fuente de la
Eucaristía y la fuente de todas nuestras devociones.
*1- Seguimos libremente a De la Potterie, I., Il
Mistero del Cuore Trafitto, Edizione Dehoniane Bologna, Bologna, 1988, p.
89-120).
*2- Baste recordar Jn.7,37-39: “El último día, el
más solemne de la fiesta, Jesús en pie y en voz alta dijo: "El que tenga
sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. Lo dice la Escritura: De
sus entrañas brotarán ríos de agua viva". Eso lo dijo refiriéndose al
Espíritu que habrían de recibir los que creyeran en él. Pues aún no había
Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”.
*3- Citado por Benedicto XVI, Homilía en la
celebración de las Vísperas de la Solemnidad del Sacratísimo Corazón de
Jesús, 19 de junio de 2009.
*4- Strong, y Swanson en Multiléxico, nº 3572.
*5- Vine, en Multiléxico, nº 3572.
*6- Swanson en Multiléxico, nº 3572.
*7- Meditativae orationes, 6: PL 180,225D-226A,
citado en De La Poterie, I., Il mistero del cuore trafitto, Edizioni
Dehoniane Bolgne, 1988, p. 91 nota 4.
*8- Santa Gertrudis, citado en De La Poterie, I.,
Il mistero del cuore trafitto, Edizioni Dehoniane Bolgne, 1988, p. 92;
cursiva nuestra.
Con todo el corazón de Jesús
Le preguntó el cura párroco a Juanito: "Juanito ¿amas a Dios nuestro Señor?
¡Oh sí, padre. ¿Y lo amas con todo tu corazón? Y Juanito se quedó pensativo.
Pero de pronto se iluminó y dio esta respuesta: "No, padre, Mi corazón es
demasiado pequeño para amar a Dios. Yo amo a Dios con todo el corazón de
Jesús".
¡Estupenda respuesta! En realidad sólo podemos amar a Dios y a nuestros
hermanos con el "Amor" que Dios Padre nos infundió enviándonos el Espíritu
Santo. Es el Espíritu Santo que nos hace llamar a Dios 'Abbà,' es decir,
'papá' y que nos da también la posibilidad de amar a nuestros hermanos como
hijos del mismo padre: Dios. Todo el amor que hay en el mundo proviene del
amor del Padre. Por eso, la expresión tradicional, amar al prójimo por amor
de Dios, mejor se podría expresar así: amar a Dios CON el amor que Dios nos
da.
(Cortesía: iveargentina.org y otros)