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Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús A: Comentarios de Sabios y Santos - con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa de la Solemnidad

Recursos adicionales para la preparación



A su servicio
Exégesis: W. Trilling - Se revela la salvación (Mt.11,25-27)

Comentario Teológico: Reginald Garrigou - Lagrange - La Cena y el corazón eucarístico de Jesús

Santos Padres: San Agustín - La humildad (Mt 11,28-30).

Aplicación: Benedicto XVI - Las promesas del Sagrado Corazón

Aplicación: San Juan Pablo II - Devoción al Sagrado Corazón

Aplicación: P. Miguel A. Fuentes, I.V.E. - El que supo amar

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón Mt 11, 25-30

Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. ‘Abrió el costado’ y ‘salió sangre y agua’
(Jn 19,34)


Ejemplos

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentarios a Las Lecturas de lA Solemnidad

Exégesis: W. Trilling - Se revela la salvación (Mt.11,25-27)

A continuación siguen tres versículos de gran alcance sobre la gloria de Dios. El evangelista los hace resaltar con la frase introductoria "en aquel tiempo". Los dos primeros versículos son una alabanza al gran Dios, que se ha revelado a los pequeños y a la gente sencilla (Mat 11:25 s). El tercer versículo da una profunda visión del íntimo misterio de Jesús (Mat 11:27).
25 En aquel tiempo tomó Jesús la palabra y exclamó: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra; porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. 26 Sí, Padre; así lo has querido tú.

En el evangelio solamente aquí encontramos el solemne tratamiento: Padre, Señor del cielo y de la tierra. Antes Jesús hablaba del Padre, de su Padre o de nuestro Padre, con el íntimo acento familiar que tiene este tratamiento. Aquí ahora se dice expresamente que el Padre también es el Creador omnipotente y el Señor del mundo. Es el Dios que "al principio creó" (Gen 1:1) el mundo, el cielo y la tierra, y ahora los conserva en su subsistencia. Fuera de él no hay otro Dios. Todo lo que todavía existe en el mundo universo, está subordinado a él, como a Señor supremo. El solemne tratamiento aquí muy significativo, porque nos hace apreciar en lo justo las siguientes palabras. En efecto, este Dios grande, que todo lo conserva, ha ofrecido su revelación a la gente sencilla. Dios no ha elegido la gente entendida y prudente. Jesús no dice lo que Dios ha dado a conocer, sino solamente "estas cosas". Por el Evangelio que hemos leído hasta ahora, sabemos que refiere todo el mensaje de Jesús anunciado con palabras y con milagros. Jesús ha dedicado la primera bienaventuranza a los pobres en el espíritu (5,3), ha buscado a los pequeños, a los desechados y despreciados, sobre todo a los incultos. A éstos ha llamado para ser sus discípulos, éstos han creído en él y le han rogado que hiciera milagros, como la mujer que padecía flujo de sangre, o los dos ciegos. Parece casi como una predilección de Dios, como una debilidad por los que no valen nada en el mundo.

Los sabios y entendidos se marchan vacíos. Ante ellos se oculta el misterio de Dios, de tal forma que no lo ven ni conocen, no lo oyen ni creen. Como en el Antiguo Testamento, así también aquí la aceptación o repudio se adjudica solamente a Dios. él es quien abre el corazón o bien lo endurece, como el caso del faraón. Pero eso no sucede sin la propia decisión del hombre, sino que en cierto modo es tan sólo la respuesta de Dios a su alma, ya cerrada, que se ha vuelto impenetrable para la palabra de Dios. Aunque por razón de sus dones espirituales, de sus conocimientos y de su inteligencia tendrían que ser especialmente adecuados para entender el lenguaje de Dios, se cierran ante este lenguaje, que permanece oculto para ellos. Jesús sobre todo ha de pensar en los escribas.

Han utilizado su entendimiento para formarse una idea cerrada de Dios y del mundo, y no están dispuestos a oir y aprender de nuevo. Creen que conocen bien a Dios y que poseen la verdadera doctrina. Esta es la eterna tentación del espíritu humano desde el momento en que el tentador insinuó a Eva que se les abrirían los ojos y serían semejantes a Dios, si comieren del árbol del conocimiento... Así pues, Dios sólo puede contar con los sencillos que se descubren y creen con llaneza. ¡Qué singular trastorno del orden! Y sin embargo Dios elige este camino, porque es el único por el que puede llegar su mensaje. Este camino corresponde a su voluntad, le es muy agradable. ¡Cuántas cosas se entienden en el mundo, si se tienen en cuenta estas palabras!

27 Todo me lo ha confiado mi Padre. Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo.
Aquí se habla del conocimiento. No es una ciencia del entendimiento, una comprensión con sus ideas y consecuencias. Conocer en la Biblia tiene un significado mucho más extenso. La imagen del "árbol de la ciencia del bien y del mal" en el paraíso del Edén designaba unos conocimientos amplios, una inteligencia inmediata de las razones y causas de las cosas. Además el verbo conocer indica que se está familiarizado con otra cosa, designa la aceptación juiciosa y la apropiación amante de una cosa. Participan por igual en la acción de conocer la voluntad, los sentimientos y la inteligencia. Por eso la Escritura puede designar con el verbo "conocer" el encuentro más íntimo del hombre y de la mujer en el matrimonio. Si Dios conoce al hombre, lo penetra por completo con su espíritu y al mismo tiempo le abraza con amorosa propensión. Conocer y amar son entonces una misma cosa.

Dice Jesús: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, el mismo Padre, que acaba de ser ensalzado como Señor del cielo y de la tierra (11,25). El Hijo es el mismo Jesús, ya que llama a Dios su Padre.

Aquí por primera vez nos enteramos de esta profunda relación entre Dios y Jesús, que aquí habla como un hombre entre los hombres. Las imágenes Padre e Hijo, tomadas de nuestra experiencia en el orden natural, soportan el misterio que hay en Dios. Sólo un ser comprende por completo al Hijo con un conocimiento amoroso, de tal forma que no quede nada por explorar: el Padre. Aún es más asombrosa la oración inversa: Y nadie conoce al Padre sino el Hijo. Jesús hasta ahora siempre había hablado de Dios con reverencia y humilde devoción, y así también lo continúa haciendo en adelante. También para él, que aquí habita como un hombre entre los hombres, Dios es el gran Dios y Padre bondadoso. Pero en la profundidad de su ser Jesús es igual al Padre, también le conoce plena y totalmente. Más aún, ni hubo ni hay nadie más en el mundo que tenga tales conocimientos, sino él. Jesús es Dios. Es el único pasaje en los evangelios sinópticos, en que esté tan claramente expresada la filiación divina del Mesías. Estas palabras están solitarias y grandiosas en este pasaje. Como a través de una rendija en las nubes estas palabras nos dejan dirigir la mirada a las profundidades del misterio de Dios. Debemos aceptar estas palabras respetuosamente y como "gente sencilla".

Pero el Hijo no posee este conocimiento para sí solo, sino que debe retransmitirlo. Su misión es revelar el reino de Dios. Lo que se acaba de decir de Dios, también es la obra del Hijo: Y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo. Se le ha encomendado esta revelación, ya que el Padre se lo ha confiado todo. En último término parece ser indiferente que se declare algo del Padre o del Hijo. El Padre se lo ha encomendado todo, toda la revelación, luego el Hijo puede disponer libremente de ello, y comunicarlo a quien lo quiera comunicar. Y no obstante sigue siendo siempre la palabra y la obra del Padre. Porque ellos son un solo ser en su recíproco conocimiento y amor. Lo que dice Jesús, incluso de sí mismo, es como un obsequio que viene a nosotros de las profundidades de Dios. No es fácil penetrar en ellas. Entonces los judíos se escandalizan. Este escándalo también está al acecho en nosotros. ¿Cómo puede hablar así un hombre? ¿No es el hijo del carpintero? No se entiende nada, si se procede en este particular con la comprensión crítica, como ya hicieron los adversarios en el primer tiempo del cristianismo. Se entiende tan poco como entendió aquella "generación", que no pudo emprender nada ni con Juan el Bautista ni con Jesús. Aquí sólo viene a propósito la abierta disposición de la "gente sencilla", no la arrogante seguridad de un "sabio" y "entendido". "Quien no recibe como un niño el reino de Dios, no entrará en él" (/Mc/10/15).

El yugo llevadero (Mt 11,28-30)
28 Venid a mí todos los que estáis rendidos y agobiados por el trabajo, que yo os daré descanso. 29 Cargad con mi yugo y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vosotros; 30 porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

De nuevo Jesús tiene ante su vista las mismas personas a que estaba dedicado con todo el amor: los pobres y hambrientos, los ignorantes y la gente sencilla, los apenados y enfermos. Siempre le han rodeado, le han llevado sus enfermos, han escuchado sus palabras, y también han procurado tocar aunque sólo fuera una borla de su vestido. También ha ido a ellos por propio impulso y ha comido con los desechados. Ahora llama a sí a todos ellos y les promete aliviarlos. Son como ovejas sin pastor, están abatidos y desfallecidos (9,36). Están abrumados y gimen bajo el yugo. Esta es la carga de su vida agobiada y penosa, pero sobre todo la carga de una interpretación insoportable de la ley. Esta doble carga les cansa y les deja embotados. En cambio Jesús los quiere aligerar y darles alegría. Los escribas les imponen como yugo cruel y áspero las prescripciones de la ley, como un campesino impone el yugo al animal de tiro. Los escribas convierten en una carga insoportable de centenares de distintas prescripciones la ley que fue dada para la salvación y la vida (Eze 20:13). Nadie podía cumplir tantas prescripciones; ni ellos mismos eran capaces de cumplirlas.

Jesús tiene un yugo llevadero. Es un yugo que se adapta bien, se ciñe ajustado y se amolda fácilmente alrededor de la nuca. Aunque tiene exigencias duras, y enseña la ley de una forma mucho más radical (sermón de la montaña), este yugo de Jesús es provechoso al hombre. No le causa heridas con el roce, y el hombre no se desuella sangrando. "Sus mandamientos no son pesados" (/1Jn/05/03) porque son sencillos y sólo exigen entrega y amor. No obstante la voluntad de Dios es un yugo y una carga. Pero se vuelven ligeros si se hace lo que dice Jesús: Aprended de mí. Jesús también lleva las dos cosas: su misión para él es yugo y peso: Con todo, él los ha aceptado como siervo humilde de Dios. Se ha hecho inferior y cumple con toda sumisión lo que Dios le ha encargado, se hace servidor de todos. Aunque el Padre se lo ha entregado todo, se ha hecho como el ínfimo esclavo. Si se acepta así el yugo de la nueva doctrina, entonces se cumple la promesa: y hallaréis descanso para vosotros.

Este descanso no es la tranquilidad adormecedora del bienestar burgués o la paz fétida con el mal (Jesús ha hablado de la espada [Eze 10:34]). Jesús promete el descanso para el lastre abrumador de la vida cotidiana, para el cumplimiento de la voluntad de Dios en todas las cosas pequeñas. El que vive entregándose a Dios, y ejercita incesantemente el amor, es levantado interiormente y se serena. Nuestra fe nunca puede convertirse en carga agobiante, en el yugo que nos cause heridas con el roce. Entonces se apreciaría la fe de una forma falsa. Si se procura realmente cumplir los mandamientos de Dios, entonces el yugo de Jesús nunca es una fuente menguante de consuelo y de apacible serenidad. En esto tendría que ser posible conocer al discípulo de Jesús.
(TRILLING, W., en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)

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Comentario Teológico: Reginald Garrigou - Lagrange - La Cena y el corazón eucarístico de Jesús

Al referir lo que fue la última Cena, para completar lo que dicen los tres primeros Evangelios (cfr. Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 15, 20; 1 Cor 11, 23.) San Juan (Jn 13, 1) escribe: Viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Un padre que va a morir quiere dejar a sus hijos un supremo testimonio de su amor. Con frecuencia, no encuentra la palabra capaz de expresárselo y a veces guarda un silencio más elocuente que todos los discursos. En el momento de morir, Jesús no sólo encontró las palabras, sino que realiza lo que éstas significan, la palabra transustanciadora. Como testamento nos dio la Eucaristía y en este sacramento se dejó a sí mismo en persona.

El don de sí mismo, expresión del amor
La mayor manifestación del amor es el perfecto don de sí mismo. La bondad es esencialmente comunicativa y el bien es naturalmente difusivo de sí mismo. Santo Tomás incluso dice: El bien no sólo es naturalmente difusivo de sí, sino que mientras es más perfecto, más se comunica abundante e íntimamente, y lo que procede de él le queda también más estrechamente unido (III, q. 1, a. 1; C. Gentes, I. IV, c. 11, initio).

Del mismo modo que el sol esparce la luz y un calor beneficioso, la planta y el animal adulto dan la vida a otra planta y a otro animal, el gran artista concibe y produce sus obras maestras, el sabio comunica sus intuiciones, sus descubrimientos, y da a sus discípulos su espíritu; así, el hombre virtuoso alcanza la virtud, y el apóstol, que tiene la santa pasión del bien, da a las almas lo mejor de sí mismo para llevarlas a Dios. La bondad es esencialmente comunicativa, y mientras más perfecto es el ser, más íntima y abundantemente se da.

Aquel que es el Bien Soberano, plenitud del ser, se comunica lo más plena e íntimamente posible por la eterna generación del Verbo y la espiración del Espíritu de amor, como nos enseña la Revelación. El Padre, engendrando a su Hijo, no sólo le comunica una participación en su naturaleza, en su inteligencia y en su amor, sino toda su naturaleza indivisible, sin multiplicarla de ningún modo; le da el ser Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de Dios verdadero, y el Padre y el Hijo comunican al Espíritu de amor, que procede de ellos, esta misma naturaleza divina indivisible y sus perfecciones infinitas. El bien es naturalmente difusivo de sí y mientras más perfecto, más plena e íntimamente se da.

En virtud del mismo principio convenía, ya lo hemos visto (cfr. supra, I P., c. 6), que Dios no se contentase con crearnos, con darnos la existencia, la vida, la inteligencia, la gracia santificante, participación en su naturaleza, sino que se nos diese a sí mismo en persona por la Encarnación del Verbo (III, q. 1, a. 1: Utrum conveniens fuerit Deum incarnari, es la cuestión de la posibilidad y de la conveniencia de la Encarnación, antes de la de su motivo del que se habla en los artículos 2 y 3).

Incluso después de la caída del primer hombre, Dios habría podido querer levantarnos de otro modo (Cfr. III, q. 1, a. 2.), enviándonos, por ejemplo, a un profeta que nos hubiese hecho conocer las condiciones del perdón. Pero ha hecho infinitamente más, ha querido darnos a su propio hijo en persona como Redentor, Sic Deus dilexit mundum ut Filium suum unigenitum daret. (Jn 3, 16.)

Jesús, Sacerdote por toda la eternidad y Salvador de la humanidad, quiso también dársenos perfectamente Él mismo a lo largo de su vida terrena, sobre todo en la Cena, en el Calvario, y no cesa de hacerlo todos los días por la santa Misa y la santa Comunión. Nada puede mostrarnos mejor las riquezas del corazón sacerdotal y eucarístico de Nuestro Señor Jesucristo que este don tan perfecto de sí mismo. Y nada puede motivarnos mejor la acción especial de gracias debida a Nuestro Señor por la institución de la Eucaristía y del sacerdocio. (III, q. 79, a. 1)

El efecto que ha producido la Encarnación sobre el mundo entero o sobre la humanidad en general, la Eucaristía debe producirlo respecto de cada uno de nosotros a lo largo de las generaciones, pues por ella Jesús se nos da a cada uno.

El Corazón eucarístico de Jesús y el don de sí mismo en la institución de la Eucaristía
Tal como Dios Padre da toda su naturaleza en la generación eterna del Verbo y la espiración del Espíritu Santo, tal como Dios quiso darse en persona en la Encarnación del Verbo, así Jesús ha querido darse en persona en la Eucaristía. Y su corazón sacerdotal es llamado eucarístico precisamente porque nos dio la Eucaristía, como se dice del aire puro, que es sano en tanto que da la salud.

Nuestro Señor habría podido contentarse con instituir un sacramento, signo de la gracia, como el bautismo y la confirmación; sin embargo, ha querido darnos un sacramento que contiene no sólo la gracia, sino al Autor de la gracia.

La Eucaristía es, así, el más perfecto de los sacramentos, superior incluso al del orden.(Cfr. S. Tomás, III, q. 65, a. 39  Sacramentum Eucaristiae est potissimum omnium áliorum. El sacramento de la Eucaristía es el más perfecto de todos porque no sólo contiene la gracia, sino al mismo Autor de la gracia. Y el sacramento del Orden debe su grandeza a que está ordenado a la consagración de la Eucaristía. Cfr. ibidem ad 3um).  Y Jesús instituyó en el mismo instante el sacerdocio con vistas a la consagración eucarística. La expresión Corazón eucarístico es superior a Corazón sacerdotal, pues este término está contenido en el anterior, ya que Jesús, al darnos la Eucaristía, ha instituido el sacerdocio. Además, se puede llamar corazón sacerdotal al del ministro de Cristo -así se habla, por ejemplo, del corazón sacerdotal del Cura de Ars-, mientras que el Corazón eucarístico sólo se puede decir del Corazón que nos ha dado la Eucaristía.
 
El verdadero y generoso amor por el que se quiere y se hace un bien a los demás, nos lleva a inclinarnos hacia ellos si son más pequeños que nosotros, a unirnos a ellos en una perfecta unión de pensamiento, de deseo, de querer, de consagrarnos a ellos, a sacrificarnos si es preciso, para hacerlos mejores, para llevarles a superarse a sí mismos y a alcanzar su destino.

En el momento de privarnos de su presencia sensible, Nuestro Señor quiso dejarse a sí mismo en persona entre nosotros bajo los velos eucarísticos. En su amor, no podía inclinarse aún más hacia nosotros, hacia los más pequeños, los más pobres, los más desamparados, unirse y darse aún más a nosotros y a cada uno en particular.

A veces desearíamos la presencia real de seres muy queridos que han desaparecido. El Corazón eucarístico del Salvador nos ha dado la presencia real de su cuerpo, de su sangre, de su alma y de su Divinidad. Por todas partes, en la tierra, hay una Hostia consagrada en un tabernáculo, hasta en las misiones más lejanas permanece con nosotros como el dulce compañero de nuestro exilio. Está en cada tabernáculo esperándonos pacientemente, con prisa por salvarnos, deseando que se le ruegue. Va incluso a los criminales arrepentidos que van a subir al cadalso.

El Corazón eucarístico de Jesús nos ha dado la Eucaristía como sacrificio para perpetuar en substancia el sacrificio de la Cruz en nuestros altares hasta el fin del mundo y para aplicarnos sus frutos. En la santa Misa, nuestro Señor, que es el Sacerdote principal, continúa ofreciéndose por nosotros.

Cristo siempre vive para interceder por nosotros, dice San Pablo (Heb 7, 25). Lo hace sobre todo en la santa Misa en donde, según el Concilio de Trento, el mismo sacerdote continúa ofreciéndose por sus ministros de modo incruento después de haberse ofrecido cruentamente en la Cruz. (Cfr. C. Trid., ses. 22, cap. 2)

Esta oblación interior, siempre viva en el Corazón de Cristo, es como el alma del santo sacrificio de la Misa y le da su infinito valor. Cristo Jesús continúa, así, ofreciendo a su Padre nuestras adoraciones, nuestras súplicas, nuestras reparaciones y nuestras acciones de gracias. Pero, sobre todo, es siempre la misma Víctima, purísima, la que se ofrece, el mismo Cuerpo del Salvador que fue crucificado, y su preciosa Sangre está sacramentalmente extendida en el altar para continuar borrando los pecados del mundo.

El Corazón eucarístico de Jesús, dándonos la Eucaristía como sacrificio, nos ha dado también el sacerdocio. Después de haber dicho a sus Apóstoles: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres (Mc 1, 17), y: No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca,(Jn 15, 16) les dio en la Cena el poder de ofrecer el sacrificio eucarístico diciendo: Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria mía.(Lc 22, 19) Les dio el poder de la santa consagración que renueva sin cesar el sacramento de amor.El oficio del Corazón eucarístico indica bien las diferentes manifestaciones del amor de Cristo por nosotros, manifestaciones que están íntimamente unidas. En efecto, la Eucaristía, sacramento y sacrificio, no puede ser perpetuada sin el sacerdocio, y por ello la gracia del Salvador hace germinar y florecer a lo largo de las generaciones desde hace cerca de dos mil años vocaciones sacerdotales, y será así hasta el fin del mundo.

Finalmente, el Corazón eucarístico de Jesús se nos da en la santa Comunión.
El Salvador se nos da en alimento no para que lo asimilemos, sino para que seamos cada vez más parecidos a Él, cada vez más vivificados, santificados por Él, incorporados a Él. A Santa Catalina de Siena le dijo un día: Tomo tu corazón y te doy el mío; era el símbolo sensible de lo que ocurre espiritualmente en una ferviente comunión en la que nuestro corazón muere a su estrechez, a su egoísmo, a su amor propio, para dilatarse y hacerse parecido al Corazón de Cristo por la pureza, la fuerza, la generosidad.

En otra ocasión el Salvador concedió a la misma santa la gracia de beber de la llaga de su Corazón: otro símbolo de una comunión ferviente, en donde el alma bebe espiritualmente, por así decirlo, del Corazón de Jesús, hogar de nuevas gracias, dulce refugio de la vida oculta, señor de los secretos de la unión divina, corazón de aquel que duerme, pero que vela siempre.

San Pablo había dicho: El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?, y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? (1 Cor 10, 16) Y tal como lo señala Santo Tomás, en la santa Misa, cuando el sacerdote comulga con la preciosa Sangre, comulga por él y por los fieles.(Cfr. S. Tomás, III, q. .80, a. 12, ad 3)

El Corazón encáustico de Jesús y el don cotidiano e incesante de sí mismo
Finalmente, Jesús vuelve a darnos todos los días la Eucaristía como sacramento y como sacrificio. Habría podido querer que la Misa sólo fuese celebrada una o dos veces por año, en ciertos santuarios a los que se llegaría desde muy lejos. Por el contrario, incesantemente, en cada minuto del día se celebran numerosas misas en la superficie de la tierra, por doquiera que salga el sol. Es la incesante manifestación del Amor misericordioso de Cristo respondiendo a las necesidades espirituales de cada época y de cada alma. Cristo amó a la Iglesia, dice San Pablo (Ef. 5, 26.), y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable.

Así, le concede, sobre todo por la santa Misa y la Comunión, las gracias que necesita en los diversos momentos de su historia. La Misa ha sido un foco de gracias siempre nuevas en las catacumbas, más tarde durante las grandes invasiones de los bárbaros, en las diversas épocas de la Edad Media, y lo es siempre hoy en día para darnos la fuerza de resistir a los grandes peligros que nos amenazan, a las ligas ateas que el bolchevismo propaga en el mundo para destruir toda religión. Pese a las tristezas de la hora presente, la vida interior de la Iglesia de nuestro tiempo, en lo que tiene de más excelso, es, ciertamente, bellísima, vista desde lo alto, como la ven Dios y los ángeles.

Todas las gracias nos vienen del Corazón eucarístico de Jesús, que nos ha dado la santa Misa y la Comunión, que nos da siempre su Sangre sacramentalmente derramada sobre el altar.

Esto lo comprendió profundamente hace algunos años Charles de Foucauld, al rezar y morir por la conversión del Islam o de los países musulmanes. Lo comprenden las almas que rezan hoy de todo corazón y hacen celebrar Misas por los países asolados por el materialismo y el comunismo. Una sola gota de la preciosa Sangre del Salvador puede regenerar millares de almas que se pierden y que arrastran a las otras en su perdición. Es lo que dice Santo Tomás en el Adoro te devote: Me immundum mundo, tuo sanguine, cujus una stilla salvum faceré Totum mundum quit ab omni scelere.

Ciertamente, no pensamos en esto suficientemente. El culto de la preciosa Sangre del Salvador y el sufrimiento profundo de verla manar en vano sobre las almas rebeldes puede contribuir mucho a inclinar el Corazón eucarístico de Jesús hacia sus pobres pecadores; sí, hacia sus pobres pecadores. Son los suyos, y apóstoles como San Pablo, San Francisco, Santo Domingo, Santa Catalina de Siena y tantos otros, aman lo suficiente al Salvador para bregar con Él por la salvación de esas almas.

Cuando se piensa en el amor de Cristo por nosotros, deberíamos agonizar al ver a las almas alejarse de su corazón, de la fuente de su preciosa sangre. La derramó por ellas, por todas, por muy alejadas que estén, por el comunista que blasfema y que quiere borrar su nombre de todas partes. Dígnese el Señor, que no desea la muerte del pecador, conceder, por la santa Misa, como una nueva efusión de la sangre de su Corazón y de todas sus santas llagas.

Algunos santos han visto a veces, al asistir a Misa, en el momento de la elevación del cáliz, desbordarse la preciosa Sangre, derramarse por los brazos del sacerdote, como si fuera a correr por el santuario y a los ángeles venir a recogerla en copas de oro para llevarla a distintos países del mundo, sobre todo a aquellos donde el Evangelio es poco conocido. Era el símbolo de las gracias que se derraman del Corazón de Cristo sobre las almas de los pobres infieles; puesto que también por ellos murió Cristo en la Cruz.

De aquí se sigue, prácticamente, que el Corazón eucarístico de Jesús, lejos de ser objeto de una mínima devoción, es el ejemplo eminente del don perfecto de sí mismo, don que debería ser en

Purifica mis manchas con tu sangre, pues una gota sola basta para quitar todos los pecados del mundo. Hace nuestra vida más generoso cada día. En la Misa y para el sacerdote, cada consagración debería marcar un aumento en el espíritu de fe, de confianza, de amor de Dios y de las almas. Y para los fieles, cada Comunión debería ser, en substancia, más ferviente que la anterior, puesto que cada una debe aumentarnos la caridad, hacer que nuestro corazón sea más parecido al de Nuestro Señor y, como consecuencia, disponernos a recibirle mejor al día siguiente. De la misma manera que la piedra cae tanto más de prisa cuanto más se acerca a la tierra que la atrae, las almas deben ir hacia Dios tanto más de prisa cuanto más se acercan a Él y Él más las atrae.

El Corazón eucarístico de Jesús quiere atraer nuestras almas. A menudo es humillado, abandonado, olvidado, despreciado, ultrajado, y sin embargo, es el Corazón que ama nuestros corazones, el Corazón silencioso que quiere hablar a las almas para mostrarles el precio de la vida escondida y el precio del don de sí mismo más generoso cada día.

El Verbo encarnado vino a los suyos y los suyos no le recibieron.(Jn 1, 11)  Bienaventurados los que reciben todo lo que su Amor misericordioso quiere darles y no se resisten a las gracias que, por medio de ellos, deberían brillar sobre otros menos favorecidos. Bienaventurados los que, después de haber recibido, y a ejemplo de Nuestro Señor, se dan siempre con más generosidad por Él, con Él y en Él.

Si incluso entre los infieles más alejados de la fe hay una sola alma en estado de gracia, verdaderamente fervorosa y sacrificada, como fue la de Charles de Foucauld, un alma que recibe todo lo que el Corazón eucarístico de Cristo quiere darle, antes o después el resplandor de esa alma transmitirá a los extraviados algo de lo que ha recibido. Es imposible que la preciosa Sangre no se desborde del cáliz en la santa Misa, para purificar un día u otro, por lo menos en el momento de la muerte, a los extraviados que no se resisten a las prevenciones divinas, a las gracias actuales que les impulsan a convertirse. Pensemos algunas veces en la muerte del musulmán, en la muerte del budista o, más cercano a nosotros, en la muerte del anarquista que, quizá, fue bautizado en su infancia. Todos tienen un alma inmortal por la que el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo dio toda su Sangre.
(R. Garrigou-Lagrange, El Salvador y su amor por nosotros, Ediciones RIALP, Madrid 1977 pp. 379-
391)


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SANTOS PADRES: San Agustin - La humildad (Mt 11,28-30).

1. La lengua del Señor, trompeta de justicia y verdad, elevándose como en un concurso del género humano, llama y dice: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis cargados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera. Quien no esté fatigado, no escuche; quien, en cambio, esté fatigado del trabajo, escuche: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis cargados. Quien no vaya cargado, no escuche; pero quien va cargado, escuche: Venid a mí todos los que trabajáis y vais cargados. ¿Para qué? Y yo os aliviaré. Todo el que trabaja y va cargado, busca alivio, desea el descanso. ¿Y quién no se fatiga en este siglo? Que me digan quién no trabaja, ya de obra, ya de pensamiento. Trabaja de obra el pobre y trabaja de pensamiento el rico; el pobre quiere tener lo que no tiene, y trabaja; el rico teme perder lo que tiene, y queriendo aumentarlo que tiene, trabaja más. Además, todos llevan sus cargas, todos sus pecados, que gravitan sobre la cerviz soberbia. Con todo, la soberbia se yergue bajo tan gran mole y aun abrumada de pecados se infla. Por eso, ¿qué dijo el Señor? Yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí. ¿Qué, Señor, qué aprendemos de Ti?

Sabemos que eres Verbo en el principio, Verbo en Dios y Dios Verbo. Sabemos que fueron creadas por Ti todas las cosas, visibles e invisibles. ¿Qué aprendemos de Ti? ¿A suspender el cielo, a consolidar la tierra, a extender el mar, a difundir el aire, a distribuir todos los elementos apropiados a los animales, a ordenar los siglos, a gobernarlos tiempos? ¿Qué aprendemos de Ti? ¿Acaso quieres que aprendamos esas mismas cosas que hiciste en la tierra?¿Quieres enseñarnos eso? ¿Aprendemos de Ti a curar a los leprosos, a arrojar los demonios, a cortar la fiebre, a mandar en el mar y en las olas, a resucitar muertos? No es eso, dice. Entonces, ¿qué? Que soy manso y humilde de corazón. ¡Avergüénzate ante Dios, soberbia humana! El Verbo de Dios dice, lo dice Dios, lo dice el Unigénito, lo dice el Altísimo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Tan gran excelsitud descendió a la humildad, y ¿el hombre se yergue? Recógete, refrénate, hombre, conforme al humilde Cristo, no sea que, al estirarte, te rompas.

2. Poco ha se cantaba un salmo, se cantaba el aleluya:¿Quién como el Señor Dios nuestro, que habita en las alturas y contempla las cosas humildes? Que, al mirarte, te halle humilde, para que no te condene. Él lo dijo, él lo proclamó, él llamó al género humano a esta salvación: Aprended de mí, dijo, no a crear el mundo, aprended que soy manso y humilde de corazón. Existía en el principio; ¿hay algo más excelso? El Verbo se hizo carne; ¿hay algo más humilde? Manda en el mundo;¿hay algo superior? Cuelga de un madero; ¿hay algo más humilde? Si él sufre por ti estas cosas, ¿por qué tú te yergues, te hinchas, fuelle inflado? Dios es humilde, y ¿tú eres soberbio? Quizá, ya que dijo Excelso es el Señor y mira las cosas humildes, dirás tú: a mí no me mira. ¿Habría mayor desgracia, si no te mira, sino que te desprecia? La mirada implica compasión, el desprecio desdén. O quizá, como el Señor mira las cosas humildes, piensas que pasas inadvertido, pues no eres humilde, eres grande, eres soberbio. Pero no te escondes a los ojos de Dios. Mira lo que dice allí: Excelso es el Señor. Sin duda es excelso. ¿Buscas escaleras para subir hasta El? Busca el madero de la humildad y ya llegaste. Excelso es el Señor y mira las cosas humildes.

Y para que no pienses que pasas inadvertido porque eres soberbio, añade: y conoce desde lejos las cosas excelsas. Las conoce, pero de lejos. Lejos de los pecadores está la salvación. ¿Cómo conoce las humildes? De cerca. ¡Maravillosa industria del Omnipotente! Es excelso y mira las cosas humildes de cerca; los soberbios están altos y, sin embargo, el Excelso los conoce de lejos. Cerca está el Señor de aquellos que afligieron su corazón, y dará la salvación a los humildes de espíritu. Por lo tanto, hermanos, que la soberbia no quede en vosotros hinchada, sino podada. Sentid horror de ella y desterradla. Cristo busca al cristiano humilde. Cristo está en el cielo, está con nosotros, está en los infiernos, no aherrojado, sino liberador. Ese capitán tenemos. Está sentado a la diestra del Padre, pero nos recoge de la tierra, a uno de un modo y a otro de otro; al uno con una dádiva, al otro con un castigo; al uno con la alegría, al otro con la tribulación. Recoja el que recoge. Recoja, para que no perezcamos. Recójanos allá donde ya no hay perdición, en aquella región de los vivos en la que los méritos son reconocidos y la justicia es coronada.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 70A, 1-2, BAC  Madrid 1983, 302-05)


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APLICACIÓN: Benedicto XVI - Las promesas del Sagrado Corazón

Promesas principales hechas por el Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita de Alacoque:
1. A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado.
2. Daré la paz a las familias.
3. Las consolaré en todas sus aflicciones.
4. Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte
5. Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas
6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia
7. Las almas tibias se harán fervorosas
8. Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección
9. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada.
10. Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos
11. Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.
12. A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia final.

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Aplicación: San Juan Pablo II - Devoción al Sagrado Corazón

Amadísimos hermanos y hermanas:
1. El mes de junio se caracteriza, de modo particular, por la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Celebrar el Corazón de Cristo significa dirigirse hacia el centro íntimo de la persona del Salvador, el centro que la Biblia identifica precisamente con su corazón, sede del amor que ha redimido el mundo.

Si ya el corazón humano representa un misterio insondable que sólo Dios conoce, ¡cuánto más sublime es el Corazón de Jesús, en el que late la vida misma del Verbo! En él, como sugieren las hermosas letanías del Sagrado Corazón, haciéndose eco de las Escrituras, se encuentran todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, y toda la plenitud de la divinidad.

Para salvar al hombre, víctima de su misma desobediencia, Dios quiso darle un "corazón nuevo", fiel a su voluntad de amor (cf. Jr 31, 33; Ez 36, 26; Sal 50, 12). Este corazón es el Corazón de Cristo, la obra maestra del Espíritu Santo, que comenzó a latir en el seno virginal de María y fue traspasado por la lanza en la cruz, convirtiéndose de este modo, y para todos, en manantial inagotable de vida eterna. Ese Corazón es ahora prenda de esperanza para todo hombre.

2. ¡Cuán necesario es para la humanidad contemporánea el mensaje que brota de la contemplación del Corazón de Cristo! En efecto, ¿de dónde, si no es de esa fuente, podrá sacar las reservas de mansedumbre y de perdón necesarias para resolver los duros conflictos que la ensangrientan?

Al Corazón misericordioso de Jesús quisiera encomendarle hoy de modo especial a cuantos viven en Tierra Santa: judíos, cristianos y musulmanes. Ese Corazón que, colmado de afrentas, no albergó jamás sentimientos de odio y venganza, sino que pidió el perdón para sus asesinos, nos señala el único camino para salir de la espiral de la violencia: el de la pacificación de los ánimos, de la comprensión recíproca y de la reconciliación.

3. Junto con el Corazón misericordioso de Cristo veneramos el Corazón inmaculado de María santísima, mediadora de gracia y de salvación.
A ella nos dirigimos con confianza ahora para implorar misericordia y paz para la Iglesia y para el mundo entero.
(Ángelus del San Juan Pablo II el domingo 23 de junio de 2002)

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Aplicación: P. Miguel A. Fuentes, I.V.E. - El que supo amar

Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin (Jn 13,1). Sólo el amor de Jesús (de un modo absolutamente exclusivo) tiene los rasgos que aquí describe San Juan.

1. Fue un amor preveniens, anticipado
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4,10). "Como hubiera amado a los suyos", es decir, los amó "desde antes"; ¿desde antes de qué? Amó a los suyos -a nosotros, por tanto- desde antes de crearlos (Sab 11,25: Amas todo cuanto existe y no odiaste nada de cuanto hiciste); antes de llamarlos (Jer 31,3: Con amor eterno te amé, por eso te atraje con misericordia); antes de redimirlos (Jn 15,13: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos).

2. Fue un amor ordenado
Por eso dice que amó "a los suyos". Hay diversos modos de ser "suyos", y según esto también hay diversos modos de ser amados por Él.
Algunos son suyos sólo por creación, y a éstos los ama conservándolos en su ser natural. A estos suyos se refiere la amarga expresión del prólogo joánico: Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron (Jn 1,11).

Otros son suyos también por dedicación, es decir, en cuanto le han sido dados por el Padre mediante la fe. Eran tuyos y tú me los diste -dice el mismo Señor en su oración sacerdotal- y guardaron tu palabra (Jn 17,6). A estos los ama conservándolos en el ser de la gracia.

Hay otros que son suyos por una especial devoción. De ellos se puede decir lo que el pueblo dijo a David: Mira, tú eres hueso de nuestro hueso y carne de nuestra carne (1 Cro 11,1). A estos los ama de modo singular consolándolos.

3. Fue un amor necesario
Amó a los suyos "que estaban en el mundo". Precisamente los amó de modo especial porque estaban en el mundo. Algunos que son suyos estaban ya en la gloria del Padre, como los antiguos patriarcas que esperaban ser librados por sus manos. Estos no necesitaban tanto su dilección como quienes estaban en el mundo. Los que están en el mundo con sus cuerpos, pero no con sus almas, necesitan del amor protector para que el mundo, que los aborrece, no triunfe sobre ellos.

4. Fue un amor perfecto
Los amó "hasta el fin". ¿Cómo entender esta expresión tan densa?
Podemos entender "fin" como aquello a lo que se ordena nuestra intención. El fin en este sentido es la vida eterna (Rom 6,22: Vuestro fin es la vida eterna), o bien Cristo mismo (Rom 10,4: El fin de la Ley es Cristo); o bien ambas cosas, pues la vida eterna es la fruición de la divinidad de Cristo: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo (Jn 17,3). Así entendido San Juan quiere decir: los amó para llevarlos, conducirlos, hacia Sí, hacia la vida eterna.

Pero puede entenderse, también, "fin" como término, como final de una cosa. Así sería el "ápice", la cima de algo. La frase debería entenderse haciendo referencia a dos cosas. Ante todo, los amó hasta el punto de morir por ellos (Gál 2,20: Vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí). En segundo lugar, los amó en ese momento de un modo intensísimo que lo llevó a darles mayores signos de amor de los que les había demostrado hasta entonces. Es la expresión de los sentimientos internos con los que realiza el lavatorio de los pies de sus discípulos, la revelación de sus misterios más íntimos (Jn 16,5: Esto no os lo dije desde el inicio porque aún estaba con vosotros), y de la entrega eucarística de su Cuerpo y de su Sangre. Para imprimir, de este modo, en sus corazones su amor y su recuerdo ahora que partía de este mundo que es de amantes dar retratos cuando se están despidiendo (Lope de Vega).
(FUENTES, M., I.N.R.I., Ediciones del Verbo Encarnado, Dushambé - San Rafael (Mendoza), 1999, p. 199 - 200)

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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón Mt 11, 25-30

El Señor ha revelado los misterios del Reino a los pequeños.
¿Estamos nosotros entre los pequeños? Claro que sí. Gracias a tener un corazón simple estamos hoy aquí escuchando la Palabra de Dios.

Sin embargo, para ir penetrando cada vez más en los misterios del Reino tenemos que ir haciéndonos un corazón más simple, un corazón como el de Jesús.

Y este acercamiento para conocer los misterios del Reino no se debe a nuestros méritos sino que es una gracia del Padre: "nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre"[Jn 6, 65] y es una gracia del Hijo "a aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".

Démonos cuenta de la gracia inmensa de poder estar hoy aquí escuchando la Palabra. Estar aquí implica una gracia de Dios y tener un corazón sencillo también.

La gente del mundo no está aquí hoy ni en ninguna Misa porque no han recibido la gracia de Dios y porque en su corazón repiten quizá inconscientemente "no tengo necesidad de conocer a Dios ni sus misterios".

Es que el Reino de los cielos es de los que son como niños. Es de los de corazón simple. El corazón simple es el que se abandona en el Padre celestial.

Cuando Jesús reveló el misterio de la Eucaristía los que no tenían corazón simple dijeron: "Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?"[Jn 6, 60], en cambio, los de corazón simple dijeron: "Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna"[Jn 6, 68].

Nuestro consuelo, en toda ocasión, está en Jesús. En ocasiones ha venido alguna persona con un problema grande a buscar consuelo y por más palabras que le daba no lograba consolarla y entonces le decía: "vaya a Jesús, expóngale sus penas sinceramente, Él la consolará".

Es lo que dice hoy el Evangelio: "venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso". Toda pena y toda aflicción está dispuesto a consolar Jesús sólo tenemos que recurrir a Él.

Todas las vicisitudes de la vida, nuestros cansancios, nuestros dolores, nuestros sufrimientos son parte del yugo que nos ha dado Jesús, son parte de su cruz, son la parte de la cruz que yo tengo que cargar porque cargo en mi lo que falta a la pasión de Cristo en su cuerpo que es la Iglesia y cada uno de nosotros tiene que completar en sí mismo estos padecimientos que son parte de la cruz de Cristo.

Y ¿cómo cargarla para que se nos haga llevadera? Con un corazón simple como el de Jesús: "aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" y así el yugo, la cruz que debemos llevar en suerte se hará liviana.

Corazón manso y humilde. Un corazón dócil para aceptar la cruz.
La cruz que nos da Jesús la podemos rechazar si somos rebeldes porque para llevar la cruz en primer lugar hay que aceptarla y para esto es necesaria la humildad. El humilde obedece y el soberbio rechaza a Cristo y a su cruz. He aquí lo primero para llevar la cruz, la humildad. También la mansedumbre para llevar la cruz que Cristo nos da y aceptarla no a regañadientes y con impaciencia sino con mansedumbre.

Debemos aceptar la cruz de Cristo y estar contentos con ella.
¿Qué significa estar contentos con la cruz de Cristo? Significa aceptarla y aceptarla es la base de la felicidad. Podemos aceptarla con resignación y tendremos una pizca de felicidad pero también podemos aceptarla con agradecimiento y satisfacción y nuestra felicidad será mayor.
El contento que es la aceptación del lugar y situación en que Dios nos ha puesto nos hace felices. Si no lo aceptamos, es decir, si nuestro corazón se rebela contra la situación en que Dios nos ha puesto seremos infelices, llevaremos lo mismo la cruz pero se nos hará insoportable y pesada. Llegaremos a la desesperación, seremos infelices.

Verdaderamente el yugo de Cristo es suave y su carga ligera. Cristo no nos dará una carga mayor que la que podamos llevar sino una a la medida nuestra. Una cruz perfectamente acondicionada a nosotros. Una cruz donada por su Sabiduría y su Amor infinitos.

Además, Cristo ya ha cargado nuestra cruz. Cristo cargo en su pasión todas nuestras cruces y las transformó en instrumento de salvación. Ahora nosotros llevando nuestras cruces cada día nos salvamos por ellas.

Cristo cargó y carga nuestra cruz. Muchas veces no sólo nos ayuda para que llevemos nuestra cruz consolándonos, dándonos fuerza, sino que también, en ocasiones y en los momentos más angustiantes nos carga a nosotros con nuestras cruces Él personalmente como hizo con la oveja descarriada.

Nuestra cruz se reduce al cumplimiento de nuestro deber de estado. No es ni más ni menos que eso. Lo que cada día nos acontece y tenemos que sobrellevar. Por ahí aparecerá un dolor más grande o una enfermedad o la de nuestros seres queridos. Esa es la cruz. No nos fabriquemos cruces inmensas y fantasiosas. Nuestra cruz es la vida ordinaria vivida cristianamente y esa cruz llevada con Cristo y como Cristo, con mansedumbre y humildad, es suave y ligera.
Y hay una cruz, dice San Agustín, que nos es muy difícil de llevar que son nuestros pecados. Esa cruz también la alivianamos cuando recurrimos a Jesús. Él, por su gracia, nos la quitará de nuestros hombros aunque sea una cruz que nosotros libremente nos hemos fabricado.


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Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. ‘Abrió el costado’ y ‘salió sangre y agua’ (Jn 19,34)


Introducción

Nosotros conocemos las revelaciones privadas que recibió Santa Margarita María de Alacoque en el siglo XVII (1673). Recordamos que allí se le reveló el Sagrado Corazón de Jesús, circundado de una corona de espinas y como un horno ardiente de amor.

Pero podemos preguntarnos, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, ¿es bíblica? Ciertamente que sí. ¿Y cuál es el argumento fundamental para decir que esa devoción es bíblica? El texto de Jn 19,34: “Uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y al punto salió sangre y agua”. Tenemos en este versículo tanto el fundamento de la verdad dogmática del Sagrado Corazón de Jesús, como el fundamento de la verdadera devoción al Sagrado Corazón.

La verdad dogmática del Sagrado Corazón y la devoción a ese corazón responden a dos movimientos que se dan en ese versículo, en donde el orden teológico es inverso al orden cronológico. El primer movimiento es de adentro hacia afuera: ‘salió sangre y agua’, y este es el fundamento dogmático, el fundamento de la teología dogmática del Sagrado Corazón. El segundo movimiento es de afuera hacia adentro: ‘el soldado traspasó con la lanza’, que es el fundamento de la devoción o teología espiritual del Sagrado Corazón.

1. ‘Salió sangre y agua’: el fundamento dogmático *1

Para aferrar el sentido dogmático de Jn 19,34 es necesario compararlo y ponerlo en paralelo con Jn 19,28 - 30, cuando Jesús entrega a María como Madre de Juan, es decir, como Madre de la Iglesia. Estos versículos tienen los siguientes elementos:

a) En María y San Juan Apóstol está presente la Iglesia completa, la Iglesia creyente a pesar de la prueba máxima. Al entregar María a Juan como Madre, y a Juan a María como hijo, Jesús está fundando la Iglesia.

b) En el v. 30 se dice que Jesús ‘entregó el espíritu’, señalando con eso su muerte. Pero también está en la intención del texto indicar que Jesús ‘comunicó el Espíritu’. Con una sola frase y un mismo gesto se expresan dos cosas: que murió y que entregó el Espíritu Santo a la Iglesia allí presente en María y Juan.

La misma secuencia se da en Jn 19,34:

a) La mención de la sangre y el agua saliendo del costado de Cristo, corresponde al nacimiento de la Iglesia. El agua representa el Bautismo, y la sangre la Eucaristía que son los dos sacramentos fundamentales de los que nace y sobre los que se asienta la Iglesia. La Iglesia es la nueva Eva que sale del costado del Nuevo Adán.

b) Además, la sangre representa el sacrificio y la muerte de Cristo, mientras que el agua representa al Espíritu Santo*2. Por esta razón expresa la misma verdad que en el v. 19,30: por su muerte y su sacrificio entrega el Espíritu Santo a la Iglesia naciente.

¿De dónde surge la sangre que salió del costado de Cristo muerto? De su corazón. No queda ninguna duda que el texto evangélico quiere hacer mención que la sangre viene del corazón, porque la lanzada del soldado necesariamente tocó el corazón. Por eso, en este texto de Jn 19,34 sangre y corazón son una sola cosa. Por lo tanto, es del Corazón de Jesús de donde sale el Espíritu Santo, la Iglesia, el Bautismo y la Eucaristía, porque es el Corazón de Jesús el que ha sido sacrificado y ha dado hasta la última gota de sangre.

Y así vemos cómo aquella frase del Cura de Ars, “El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús”*3, no es una mera frase piadosa sino que tiene su fundamento en el mismo texto del Evangelio.

2. ‘Traspasó’: el fundamento espiritual

Así como este versículo nos habla de la intención del Espíritu Santo de referirse al Corazón de Jesús, así también nos da indicaciones acerca de cómo debe ser nuestra devoción hacia Él, cuál es al camino que hay que recorrer para alcanzar esa fuente de donde brotó la Iglesia, la Eucaristía, el Bautismo y el mismo Espíritu Santo.

La palabra que usa el texto griego original para expresar la acción del soldado con su lanza es ényxen. Ényxen es un aoristo del verbo nysso. El verbo nysso primariamente significa ‘perforar’, ‘abrir’*4. También significa ‘traspasar’, ‘infringir heridas severas o mortales’*5. También puede significar ‘herir con un puñal’*6. Como vemos, lo que quiere indicar el verbo es que se golpeó con cierta violencia y se abrió una herida. De hecho, la Vulgata de San Jerónimo traduce aperuit, es decir, ‘abrió’.

Atento a este significado del verbo, San Agustín fue el primero en hacer notar que el hecho de que el texto evangélico diga ‘abrió’ indica una invitación a ‘entrar’. San Agustín fue el primero que habló de la herida del costado como una puerta que se abre invitando a entrar por ella para llegar hasta el corazón de Cristo. Y así da comienzo a la devoción de la llaga del costado de Cristo, que solamente tiene sentido si esa herida hace referencia al Corazón de Cristo. La teología de la herida del costado alcanzará su punto más alto en la Edad Media. Guillermo de Saint – Thierry, por ejemplo, dice: “Vuestro costado ha sido abierto para que a través de la puerta abierta, nosotros entremos todos enteros hasta vuestro Corazón, o Jesús, … hasta vuestra alma santa… Abrid, Señor, la puerta lateral de vuestra arca, para que entren allí todos aquellos que deben ser salvados…, abridnos el costado de vuestro cuerpo, para que entren aquellos que desean ver los secretos del Hijo, aquellos que desean recibir los sacramentos que brotan de allí y el precio de su redención”*7.

Y Santa Gertrudis, en 1285, ve el Corazón de Jesús del cual caían gotas de sangre. Santa Gertrudis comprendió que la sangre significaba al Espíritu Santo. Y dice: “Recibí el consejo de honrar con una devoción constante el amor de tu Corazón, cuando estabas suspendido sobre la Cruz, y de beber de esta vertiente de caridad que hace nacer en mi alma, bajo el impulso de un amor inefable, el agua de la verdadera piedad”*8. En esta frase de Santa Gertrudis brillan los dos aspectos del versículo de Jn 19,34, el dogmático y el espiritual. El dogmático porque ve el Corazón goteando sangre y comprende que esa sangre es símbolo del Espíritu Santo que se dona. El espiritual porque es invitada a honrar el amor del Corazón y hacer nacer en ella la verdadera piedad hacia el Corazón de Jesús.

Conclusión

La devoción al Corazón de Jesús es devoción al Amor de Jesús. Así como en la Iglesia hay una constelación de devociones legítimas y fructuosas (devoción a la Misericordia, devoción a las llagas de Cristo, etc.) así también la solemnidad de hoy nos invita, a través de Santa Gertrudis, a “honrar con devoción constante el Amor del Corazón de Jesús”, manifestado en su sacrificio.

Al honrar el Amor de Jesús manifestado en su sacrificio hasta la última gota de sangre, estaremos honrando a la fuente de la Iglesia, la fuente de la Eucaristía y la fuente de todas nuestras devociones.


*1- Seguimos libremente a De la Potterie, I., Il Mistero del Cuore Trafitto, Edizione Dehoniane Bologna, Bologna, 1988, p. 89-120).
*2- Baste recordar Jn.7,37-39: “El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús en pie y en voz alta dijo: "El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. Lo dice la Escritura: De sus entrañas brotarán ríos de agua viva". Eso lo dijo refiriéndose al Espíritu que habrían de recibir los que creyeran en él. Pues aún no había Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”.
*3- Citado por Benedicto XVI, Homilía en la celebración de las Vísperas de la Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús, 19 de junio de 2009.
*4- Strong, y Swanson en Multiléxico, nº 3572.
*5- Vine, en Multiléxico, nº 3572.
*6- Swanson en Multiléxico, nº 3572.
*7- Meditativae orationes, 6: PL 180,225D-226A, citado en De La Poterie, I., Il mistero del cuore trafitto, Edizioni Dehoniane Bolgne, 1988, p. 91 nota 4.
*8- Santa Gertrudis, citado en De La Poterie, I., Il mistero del cuore trafitto, Edizioni Dehoniane Bolgne, 1988, p. 92; cursiva nuestra.

 

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EJEMPLOS

Con todo el corazón de Jesús

Le preguntó el cura párroco a Juanito: "Juanito ¿amas a Dios nuestro Señor? ¡Oh sí, padre. ¿Y lo amas con todo tu corazón? Y Juanito se quedó pensativo. Pero de pronto se iluminó y dio esta respuesta: "No, padre, Mi corazón es demasiado pequeño para amar a Dios. Yo amo a Dios con todo el corazón de Jesús".

¡Estupenda respuesta! En realidad sólo podemos amar a Dios y a nuestros hermanos con el "Amor" que Dios Padre nos infundió enviándonos el Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo que nos hace llamar a Dios 'Abbà,' es decir, 'papá' y que nos da también la posibilidad de amar a nuestros hermanos como hijos del mismo padre: Dios. Todo el amor que hay en el mundo proviene del amor del Padre. Por eso, la expresión tradicional, amar al prójimo por amor de Dios, mejor se podría expresar así: amar a Dios CON el amor que Dios nos da.

 

(Cortesía: iveargentina.org y otros)

 

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