Solemnidad de la Ascensión del Señor (Ciclo A) - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa
Recursos adicionales para la preparación
A su servicio
Exégesis: P. José María Solé – Roma, C. F. M. - Ascensión del Señor
Comentario Teológico: Gran Enciclopedia Rialp - La Ascensión
Santos
Padres: San Agustín - La ascensión del Señor.
Aplicación: P. Dr. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E. - Subió a los cielos
Aplicación: Mons. Fulton Sheen - La Ascensión del Señor
Aplicación:
San Juan Pablo II - Ascensión del Señor
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Las Lecturas del Domingo
Exégesis P. José María Solé – Roma, C. F. M. - Ascensión del Señor
HECHOS 1. 1-11: San Lucas nos ha dejado dos relatos de la Ascensión del
Señor. Tanto en su Evangelio como en los Hechos, la Ascensión es la
culminación, la meta en la carrera del Mesías-Salvador. El intermedio de
cuarenta días que corren entre la Resurrección y la Ascensión gloriosa es
sumamente provechoso para la Iglesia:— a) El Resucitado, con reiteradas
apariciones, deja a los discípulos convencidos de que ha vencido a la
muerte(3a). b) A la vez completa con sus instrucciones e instituciones el
«Reino» = la Iglesia (3b). e) Les promete el inmediato Bautismo de Espíritu
Santo para el que deben disponerse.— Todavía los Apóstoles sueñan en su
«Reino Mesiánico» terreno y político (6). Jesús insiste en orientarlos
haciael Espíritu Santo. Van a recibir el «Bautismo» del Espíritu Santo; y
con él: Luz para comprender el sentidoespiritual del «Reino»; humildad para
ser instrumentos dóciles al Padre (7); vigor y audacia para ser los
Testigos del Resucitado en Palestina y hasta en los confines del orbe (8).
— La «Nube» (9) es el signo tradicional en la Escritura que vela y revela la
presencia divina (Ex 33, 20; Núm 9,15). En adelante le veremos velado: en fe
y en signos sacramentales. Esta partida no deja tristes a los
Apóstoles.Saben que el Resucitado-Glorificado queda con ellos con una
presencia invisible pero íntima, personal,espiritual. La Ascensión más bien
los inunda de gozo: «Se volvieron a Jerusalén con grande gozo» (Lc 24,
52).Con gozo y con esperanza de su retorno: «Volverá» (11). San Pablo
traduce la fe eclesial de esta esperanza, que será el retorno glorioso del
Señor y nuestra «Ascensión» gloriosa a una con Él: «El Señor descenderá del
cielo...Y resucitarán los muertos en el Señor... Y seremos arrebatados sobre
las nubes hacia el encuentro del Señor. Y ya por siempre estaremos con el
Señor» (I Tes 4, 17).
Pero entre tanto nos toca ser Testigos del Resucitado y constructores de su
«Reino» (11), en una duración y en unas vicisitudes que son un secreto del
Padre. Fiemos del que ha subido al. Padre: Non ut a
nostra humilitate discederet, sed ut illuc confideremus, sua membra, nos
subsequi, quo ipso, caput nostrum principiumque, praecessit. (Praef.)
EFESIOS
1, 17-23: Sobre la base del hecho histórico de la Ascensión nos da San Pablo
una rica teología del mismo:
— Para entender la Gloria con la que el Padre de
la Gloria ha glorificado a Cristo y de la que vamos a ser partícipes (1813),
es necesario tener los ojos del corazón iluminados por la luz del Espíritu
Santo (18 a). Luz que nos hace conocer al Padre (17) y nos orienta a la
Patria (18).
— A esta luz sabemos que Cristo Resucitado está a la diestra del
Padre; es decir, comparte con el Padre honor ygloria, poder y dominio
universal (20-23). Es la plenitud cósmica; premio que el Padre otorga al
Hijo que se encarnó y se humilló hasta la muerte a gloria del Padre (Fip 2,
11).
— Y sobre todo, a esta luz sabemos de otra plenitud y soberanía que
ejerce Cristo a la diestra del Padre: es la Capitalidad de Cristo, su acción
salvadora y santificadora que ejerce sobre todos los redimidos. Cristo, que
es la «Plenitud de Dios» (Col 1. 19), hinche de su vida divina la Iglesia. Y
con ello, ésta, colmada de vida y de gracia por Cristo, que es su Cabeza,
puede ser a su vez digno Cuerpo y Plenitud de Cristo. Cristo, en quien
reside la gracia salvífica y divinizadora (Plenitud de Dios), la diluvia
sobre su Iglesia (su Cuerpo-su Esposa).
Y mediante la Iglesia (Sacramento de Cristo), la gracia de Cristo llega a
todas las almas. Con esto la Iglesia se convierte en Plenitud y Complemento
(Pleroma) de Cristo. Cristo es, pues, Plenitud de la Iglesia, es su Cabeza y
Jefe; es su Piedra fundamental, su clave de arco; es su Esposo y Salvador. Y
la Iglesia es Plenitud de Cristo es su Cuerpo y su Pueblo; su Edificio y su
Templo; es la Esposa que Él se elige y hermosea para que sea su gozo y su
gloria. La Eucaristía es el abrazo cada día más íntimo, más vital, más
unificante y santificante del Esposo a la Esposa.
MATEO 28, lb-20: San Mateo
centra la atención en las apariciones del Resucitado en Galilea. Tienen un
valor trascendental por las riquezas eclesiales que entrañan y que Mateo
acentúa:
— A la vez que la escena que narra Mateo es testamento y despedida
del Maestro, es también el acto y certificación de la institución del Nuevo
Reino de Dios. Cesa la vieja Alianza; y el Rey Mesiánico, cuya Resurrección
acaba de probar la plenitud de sus poderes divinos (18), instituye la
Alianza Nueva, la Iglesia, yotorga a sus Apóstoles misión y poderes para
llevar la salvación a todos los confines de la tierra (19).
— Bien que la llamamos «Nueva» Alianza no rompe la continuidad con la
Antigua. A lo largo de todo el Evangelio Mateo ha subrayado cómo en Cristo se
cumplían y llegaban a plenitud todas las profecías, promesas y esperanzas de
Israel. Todas las figuras, sombras y prenuncios adquirirían en Jesús-Mesías
realidad, verdad, plenitud. Hay continuidad en el plan salvífico de Dios. En
virtud de esta continuidad nace la Iglesia. Como toda la Antigua Alianza se
orienta a Cristo y en Él converge, toda la Nueva Alianza de Él trae su
origen y su vigor. No se puede estudiar la Eclesiología sino en la
Cristología.
— Por esto en el desarrollo y contingencias de la Iglesia Cristo
no es ajeno ni ausente. «Estoy con vosotros hastael final de los tiempos»
(20). Presencia personal de Cristo en la Iglesia y presencia personal en
cada cristiano. Presencia mística y oculta, pero real, gozosa, dinámica.
Cristo es Señor: De cielo y tierra; de los hombres y de lahistoria.
— La
Iglesia, continuadora de la Obra de Jesús, recibe de Él, los poderes y el
mandato, el derecho y el deber de proclamar el Evangelio al mundo entero; de
«hacer discípulos» y bautizar a todos los hombres que acepten el Evangelio
(vv 19.20). (SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder,
Barcelona, 1979, pp. 129-132)
Comentario Teológico Gran Enciclopedia Rialp La Ascención
1. El hecho.
La Iglesia católica confiesa como dogma de fe que Jesucristo subió a los
cielos con el alma y la carne y está sentado a la diestra del Padre con su
carne según el modo natural de existir (cfr. Denz.Sch. 12 ss.;44; 72; 125;
150; 167; 189; 502; 681; 791; 801; 852; 1338 y 1636). Esta confesión de la
Iglesia se basa en la S. E., según la cual Jesús, 40 días después de Pascua,
y tras haberse aparecido a los discípulos en diversas ocasiones ycomido con
ellos, "los llevó hasta cerca de Betania y levantando sus manos les bendijo,
y mientras los bendecía se alejaba de ellos y era llevado al cielo" (Lc 24,
50-51) "y una nube le sustrajo a sus ojos. Mientras estaban mirando al cielo,
fija la vista en Él, que se iba, dos varones con hábitos blancos se les
pusieron delante y les dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al
cielo? Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros a las alturas,
vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Act 1, 9-11).
2. Los testimonios del Nuevo Testamento.
Pueden clasificarse en tres grupos:
a) Textos que describen el hecho visible
e histórico: En este grupo se incluyen los tres textos clásicos de Mc 16,
19; Lc 24, 50-52, y Act 1, 1-14, de los que nos ocuparemos más adelante;
b)
Textos que contienen un enunciado genérico sobre la A.: Afirman
explícitamente que Jesús ha ascendido al cielo pero sin precisar el hecho
visible ni las circunstancias.Entre ellos pueden incluirse Eph 4, 10; 1 Tim
3, 16; Heb 8; Act 2, 33; 5, 30; 1 Pet 3, 22;
c) Textos que nomencionan
explícitamente la A., pero se refieren a ella implícitamente: He aquí una
lista lo más completa posible. De S. Pablo: 1 Thes 1, 10; 4, 16; 2 Thes 1, 7;
1 Cor 4, 5; 2 Cor 4, 14; 5, 110; Rom 8, 34; Philp 2, 911; 3, 2021Col 1,
1820; 2, 1015; 3, 14; Eph 1, 3.10.20; 2, 6; 6, 9; 1 Tim 1, 4; 2 Tim 2, 812;
4, 1.8.18; Tit 2, 13. De las epístolas católicas: 1 Pet 1, 3; 1, 21; 4, 13;
5, 1.4; Iac 5, 7; 1 lo 2, 1.28; 3, 2. De los Hechos de los Apóstoles: Act
7,55; 3, 20; 9, 3.17. De S. Juan: lo 3, 13; 6, 63; 7, 39; 12, 23; 12, 3233;
13, 1; 16, 14; 17, 5.
3. Dos aspectos del misterio.
Según el relato de S. Lucas, Cristo subió a los cielos 40 días después de
Pascua, mientras que de los textos de S. Juan y S. Pablo parecería
desprenderse que subió junto al Padre el mismo día de la Resurrección (v.).
En realidad no hay contradicción, pues, como dice P. Benoit (v. bibl.),
"estos dos hechos conciernen ciertamente al mismo y único misterio de la
exaltación gloriosa del Señor, pero considerándolo desde dos puntos de vista
diferentes y complementarios". Es decir, en el misterio de la exaltación de
Cristo podemos distinguir dos aspectos: el hecho histórico, ocurrido en el
tiempo y en el espacio (la A. visible a los cielos 40 días después de
Pascua), que es expresión de otro acontecimiento que tuvo lugar desde el
momento de la Resurrección. Pablo y Juan insisten en esta realidad básica,
mientras que Lucas nos habla del hecho histórico en que culmina. En suma cabe
"distinguir dos momentos y dos modos en el misterio de la A.: a)
una exaltación celeste, invisible pero real, por la que Cristo resucitado
subió junto a su Padre, desde el día de la Resurrección; b) una manifestación
visible que Él se dignó dar de tal exaltación y que acompañó a su
última partida en el monte de los Olivos" (Benoit).
4. La Ascensión como hecho visible.
A lo largo de los siglos no han faltado, sin embargo, autores que
han pretendido negar el hecho de la A. como hecho visible realmente ocurrido,
bien negándolo en absoluto, bien interpretándolo como mera expresión
simbólica de una realidad exclusivamente espiritual (es decir, se habría dado
una exaltación de Cristo, pero los Apóstoles no habrían presenciado ninguna
A. sino que habrían compuesto esos relatos para expresar o simbolizar la
exaltación espiritual, única según estos autores realmenteocurrida). Como
decíamos, la fe católica afirma ambas realidades, que están íntimamente
ligadas. Cristo podría, ciertamente, no habernos dado el testimonio visible
de su A., pero de hecho quiso hacerlo, de forma que nos constara más
claramente la historicidad de su Resurrección y exaltación. Vamos a
continuación a trazar unabreve historia de las negaciones de la A., para
responder luego a sus argumentos, mostrando como los textos dela S. E.
afirman el hecho histórico de la A. visible de una manera que no deja lugar
a dudas.
a.) Historia de las negaciones críticas.
De la negación por parte de los judíos deja constancia S. Justino en el
Diálogo con Trifón, 108 (PG 6, 725728). De las objeciones de los. paganos se
encuentran ecos en las obras de S.Justino (la Apología, 21: PG 6, 360361),
Tertuliano (Apologeticum, 21: PL 1, 460), Orígenes (Contra Celso, 3, 22ss.:
PG 11, 943 ss.) y S. Agustín (Sermo 242: PL 38, 1140).
b) La negación moderna de la A., unida a la de la Resurrección, tuvo su
origen a fines del s. xviii en Francia y Alemania. Voltaire (v.) en 1762
publicó el Testamento de J. Meslier, y G. E. Lessing (v.) en 1778 terminó de
publicar los Fragmentos de H. S. Reimarus (v.). Con estas obras se lanzó la
teoría del fraude intencionado de los discípulos, influidos dicen por los
relatos de ascensiones de otras literaturas, tanto paganas como
veterotestamentarias. La teoría del fraude prosperó algo y en ella tienen su
raíz casi todas las teorías posteriores que atacan la autenticidad histórica
de la A. Del fraude intencionado se pasó a la llamada explicación natural
del misterio, de H. E. G. Paulus, que, con ligeras variantes, sostuvo
también F.Schleiermacher (v.). Para estos autores, la A. se redujo a una
simple separación de Jesús y sus discípulos, que éstos interpretaron como a.
espiritual al cielo y las generaciones sucesivas como a. corporal. El paso
siguiente consiste en explicar la A. como un mito creado por la piedad de la
primitiva comunidad (v. MITO II;DESMITOLOGIZACIóN); C. Hase, en 1829, fue el
creador de esta teoría, que D. F. Strauss desarrolló ampliamente y que ha
tenido influencia hasta nuestros días. La han sostenido, entre otros, la
Escuela protestante de Tubinga (v.), E. Renan (v.), M. Goguel y R. Bultmann
(v.). "Ante todo, los apóstoles sólo habrían percibido de modo estrictamente
espiritual el triunfo de Jesús. Lo que resucitaba era su fe, dice Goguel, y
sus experiencias místicas les hicieron concluir que el espíritu del Maestro
muerto había alcanzado el mundo divino... Éste sería, a grandes rasgos, el
origen de la fe en la A. según numerosos críticos, de Strauss a Bultmann"
(A. Brunot, o. c. en bibl., 828). (...)
c) Historicidad de los relatos. La autenticidad de los textos no ofrece
dudas: los argumentos incluso estrictamente científicos son tales, que la
opinión contraria no puede ser sostenida en modo alguno. Ahora bien, aun
siendo auténticos es decir, perteneciendo a los libros sagrados tal y como
fueron compuestos en la época apostólica, ¿lo que nos narran corresponde a lo
realmente ocurrido? Llegamos así al segundo tipo de objeciones, que es, como
veíamos, el que domina en la crítica reciente de tipo racionalista. Esos
autores hablan de una evolución de la tradición (paulina, sinóptica y libro
de los Hechos) en virtud de la cual se habría pasado de la afirmación de una
mera exaltación espiritual a su expresión en un hecho visible. Argumentan
sobre todo diciendo que en Act se habla de 40 días, que, en cambio, no se
mencionan en Lc.
Pero todo ello no sólo se opone a la fe sino que carece de toda base
exegética. Larrañaga (o. c., II, 19283),después de un detenido estudio,
concluye lo siguiente: 1) La primera tradición apostólica, y en especial
la catequesis de Pedro y Pablo, alude con frecuencia al misterio. 2) De los
cuatro evangelistas, dos, y probablemente tres, hablan del misterio (cfr. Le
24, 4453; Act 1, 114; lo 6, 62; 20, 17; Me 16, 14-20). 3) El
estudio comparativo del doble relato de S. Lucas, a través de paralelismos y
variantes de idea y expresión, hace ver que el segundo relato no es más que
una simple variación más desarrollada del primero. 4) Con respecto a
la localización, la fórmula de Le 24, 50: eos pros Bezanían (hacia Betania)
no pone el término del camino precisamente en Betania, sino en aquel punto
del monte de los Olivos donde se toma el camino para ir a ella, y se armoniza
fácilmente con la indicación de Act 1, 12, que pone la A. sobre el Olivete. 5) El periodo mismo de los40 días. está contenido implícitamente en Act 10,
41; 13, 31; 1 Cor 15, 59; y en los relatos de la Resurrección de Mt, Mc y lo;
por otra parte, las fórmulas empleadas en Lv 24, 44, permiten entrever la
yuxtaposición de hechos separados entre sí por el espacio de 40 días. 6) Por
fin, el sentido del número 40 está lejos de ser meramente simbólico en la S.
E.; en el A. T., es perfectamente histórico, aunque alguna vez redondo o
aproximado; en el N.T. se emplea sólo dos veces tratándose de días (el ayuno
de Jesús en el desierto y la A.); el sentido histórico del número 40 parece,
en este caso, preciso y matemático, dado el método de las indicaciones
cronológicas en S.Lucas.
El valor histórico de los relatos evangélicos sobre la A. es, en resumen,
algo que no sólo nos lo garantiza la fe, sino que lo confirma la
investigación exegético-crítica. Cristo resucitado tiene un cuerpo real,
ciertamente glorificado y transformado por el Espíritu, pero verdadero y en
su sustancia última el mismo que nació de laVirgen María, fue clavado en la
Cruz y depositado en el sepulcro. Y es ese cuerpo el que, ante los ojos de
los Apóstoles, se elevó hacia los cielos.
5. La exaltación y glorificación de Cristo.
La elevación contemplada por los Apóstoles es el signo de una exaltación y
glorificación más profundas. Los símbolos de fe al referirse al misterio de
la A. suelen usar la fórmula "subió a los cielos y está sentado a la diestra
de Dios Padre". "Estar sentado -advierte el Catecismo romano- no significa
aquí una situación o figura del cuerpo sino que expresa la posesión firme y
estable de la regia y suprema potestad y gloria que (Cristo) recibió del
Padre" (p. I, c. 7, n. 3). En otras palabras, con una metáfora tomada de los
usos de las cortes antiguas y que en parte continúa en nuestros días se
indica "la incorporación definitiva de la naturaleza humana de Cristo a la
gloria oculta de la vida divina" (Schmaus). La A.,en ese sentido, significa
no sólo la conclusión del tiempo durante el cual Cristo se manifestaba de
manera visible a sus discípulos, retirándose de nuestra vista hasta el día en
que volverá con todo su poder y majestad (v.PARUSÍA), sino, especialmente,
la plena glorificación de Cristo.
La exaltación de Cristo en la A. hay, pues, que verla a la luz de la unidad
del misterio pascual. La A. hace definitiva la victoria de Cristo sobre la
muerte conseguida en la Resurrección (v.), es la plenitud de la Resurrección.
Pero tiene su comienzo en la misma Cruz. La glorificación de Cristo comienza
con la muerte de cruz (lo 3, 14 ss.; 12, 2333; Mt 6, 62), ya que en ella, en
la Cruz, se realiza el sacrificio supremo y definitivo y tiene lugar el
triunfo absoluto sobre el pecado y la muerte. La Resurrección, la A., el
envío del Espíritu Santo son fruto de la Cruz. A este respecto es
particularmente revelador el himno de la epístola de S. Pablo a los
Filipenses en el que se muestra la glorificación de Cristo enraizada en su
humillación: "se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a
los hombres; y en la condición de hombre se humilló hecho obediente hasta
lamuerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre
sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto
hay en los cielos, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese
que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (Philp 2, 711).
Conviene precisar, finalmente, que cuando hablamos de los cielos o del cielo
(v.) no nos referimos tanto a un lugar cuanto a un estado: a ese estado de
plenitud de glorificación al que venimos refiriéndonos. Ciertamente Cristo
tiene cuerpo real, pero glorificado y, por tanto, con unas cualidades
diversas de los cuerpos sometidos a nuestra experiencia. Plantear por eso la
cuestión de dónde está el cuerpo de Cristo es plantear una pregunta a la que
no estamos en condiciones de dar una respuesta acabada. Los escolásticos
intentaron poner en relación la verdad de la A. con sus conocimientos
cosmológicos; sus reflexiones tienen a veces un cierto interés, pero se debe
subrayar que este dogma, tal y como es enseñado en la S. E. y la Tradición,
es totalmente independiente de cualquier concepción física del mundo.
Digamos, finalmente, que si bien la A. indica que Cristo ha retirado su
presencia visible, no por ello se ha alejado de nosotros. Más aún la A.
implica que Cristo posee la plenitud del poder santificador. Cristo es el
nuevo Adán (cfr. Rom 5, 18) y todo suceso de su vida modifica la condición de
nuestra propia vida desde lo más profundo de nuestro ser. La Humanidad de
Cristo es causa ejemplar de nuestra salvación (cfr. Eph 2, 46) y, portanto,
la exaltación de la Humanidad de Cristo ha de reflejarse de alguna manera en
la salvación de los hombres. "Os conviene que yo me vaya" (lo 16, 7), dijo el
Señor a sus discípulos refiriéndose al primer fruto salvífico de la A.: la
misión del Espíritu Santo (v.). Pero además de la recepción del Espíritu, la
A. de Jesús nos proporciona otros frutos de orden escatológico: Cristo es el
precursor que nos arrastra al cielo (cfr. Col 3, 34); es más, en Cristo ya
estamos en el cielo (cfr. Eph 2, 6). S. Tomás de Aquino (v.) explica que la
A. es causa de nuestra salvación de dos modos: por parte nuestra, en cuanto
que el hecho sensible, del que concedió a los discípulos ser testigos, nos
despierta la fe, la esperanza y el amor; y por parte de Cristo, en cuanto
que nos prepara el camino del cielo, intercede por nosotros con su sacerdocio
eterno y, sentado a la diestra de Dios, nos envía sus dones y especialmente
el Espíritu Santo (Sum. Th., 3 q57 a6).
6. Conclusión.
La unidad entre los dos aspectos estudiados, histórico y celeste, queda
reflejada de un modo singular en una página del primitivo cristianismo, que
transcribimos a modo de resumen, y que constituye un valioso testimonio de lo
que ha sido siempre el sentir de la Iglesia con respecto al misterio de la
A.: "Durante el tiempo que transcurre entre la Resurrección y la subida a los
cielos cuidó la Providencia divina de los suyos,énseñándoles y revelándose a
su mirada y a su corazón: tenían que saber que nuestro Señor Jesucristo,
hecho verdaderamente hombre, el que padeció y murió, también había
resucitado realmente de entre los muertos. Los bienaventurados Apóstoles y
los discípulos, que estaban consternados por la muerte de Cristo y
que dudaban de su Resurrección, quedaron firmemente fortalecidos al ver la
verdad y se alegraron, en vez de apenarse, cuando Cristo subió a los cielos Y
de hecho los discípulos tenían numerosos motivos para regocijarse al ver que
la naturaleza humana del Señor tomaba posesión de su sitio sobre todas las
criaturas del cielo... su morada estaba junto al Padre eterno y participaba
de la gloria del trono de aquel con cuya esencia estaba unida la naturaleza
humana por medio del Hijo. La A. de Cristo significa a la vez nuestro
encumbramiento; nuestrocuerpo puede esperar ser llamado allí donde la
`gloria de la Cabeza' le ha precedido...
No sólo se nos ha asegurado en este día la posesión del Paraíso, sino que ya
hemos subido con Cristo a las alturas del Cielo. De mucho más valor es lo que
se nos ha concedido por la inefable gracia del Señor que lo que perdimos por
envidia del diablo. Aquella naturaleza que el enemigo expulsó de la felicidad
de su mirada primera ha sido incorporada por el Hijo de Dios a sí y puesta a
la diestra del Padre, con quien vive y reina en la unidad del Espíritu
Santo, Dios por toda la eternidad" (S. León Magno, v., Sermo 73, 4: PL 54,
396). Y el Catecismo romano de S. Pío V dice:"Todos los demás misterios (o
verdades de la fe cristiana) se refieren a la Ascensión como a su fin; y en
ésta se contienen la perfección y el cumplimiento de todas las cosas; porque
así como todos los misterios de nuestra religión tienen su origen en la
encarnación del Señor, así en la Ascensión se concluye el tiempo de su
vida terrena" (p. 1, c. 7, n. 4).
(REVUELTA SOMALO , J., Ascensión, en Gran Enciclopedia Rialp,Ediciones
Rialp, Madrid 1991)
Santos Padres: San Agustín - La ascensión del Señor.
1. La glorificación del Señor llegó a su término con su resurrección y
ascensión. Su resurrección la celebramos el domingo de Pascua; su ascensión,
hoy. Uno y otro son días de fiesta para nosotros, pues resucitó para
dejarnos una prueba de la resurrección, y ascendió para protegernos desde lo
alto. Tenemos, pues, como Señor ySalvador nuestro a Jesucristo, que primero
pendió del madero y ahora está sentado en el cielo. Cuando pendía del madero,
entregó el precio por nosotros; sentado en el cielo, reúne lo que compró.
Una vez que los haya reunido a todos, lo cual acontece en el tiempo, vendrá
al final de los tiempos, según está escrito: Dios vendrá manifiestamente; no
encubierto, como vino la primera vez, sino manifiestamente, según acaba de
decirse. En efecto, convenía que viniese encubierto para ser juzgado; pero
vendrá manifiestamente para juzgar. Si hubiese venido manifiestamente la
primera vez, ¿quién hubiese osado juzgarle mostrando a las claras quién era,
si ya el mismo apóstol Pablo dice: Pues, si lo hubiesen conocido, nunca
hubiesen crucificado al rey de la gloria? Y si a él no lo hubiesen entregado
a la muerte, no hubiese muerto la muerte. El diablo fue vencido en lo que
era su trofeo. Saltó de gozo el diablo cuando por seducción suya arrojó al
primer hombre a la muerte. Seduciéndolo, dio muerte al primer hombre; dando
muerte al último, libró al primero de sus propios lazos.
2. Por tanto, la victoria de nuestro Señor Jesucristo se convirtió en plena
con su resurrección y ascensión al cielo. Entonces se cumplió lo que habéis
oído en la lectura del Apocalipsis: Venció el león de la tribu de Judá. A
él mismo se le llama, a la vez, león y cordero 1: león por su fortaleza, y
cordero por su inocencia; león en cuanto invicto, y cordero en cuanto manso.
Y este cordero degollado venció con su muerte al león que busca a
quien devorar. También al diablo se le llama león por su ferocidad, no por su
valor. Dice, en efecto, el apóstol Pedro que conviene que estemos alerta
contra las tentaciones, porque vuestro adversario el diablo ronda buscando
a quién devorar. E indicó también cómo hace la ronda: Cual león rugiente,
ronda buscando a quién devorar. ¿Quién no iría a parar a los dientes de este
león si no hubiera vencido el león de la tribu de Judá? Un león frente a
otro león y un cordero frente al lobo. Saltó de gozo el diablo cuando murió
Cristo, y en la misma muerte de Cristo fue vencido el diablo; como en una
ratonera, se comió el cebo. Gozaba con la muerte cual si fuera el jefe de
la muerte; se le tendió como trampa lo que constituía su gozo. La trampa del
diablo fue la muerte del Señor; el cebo para capturarle, la muerte del Señor.
Ved que resucitó nuestro Señor Jesucristo. ¿Dónde queda la muerte que pendió
del madero? ¿Dónde quedan los insultos de los judíos? ¿Dónde la hinchazón y
la soberbia de los que ante la cruz agitaban su cabeza y decían: Si es el
Hijo de Dios, que descienda de la cruz? Ved que hizo más de loque le exigían
ellos en chanza; en efecto, más es resucitar del sepulcro que descender del
madero.
3. Y ahora, ¡qué gloria la suya, la de haber ascendido al cielo, la de estar
sentado a la derecha del Padre! Pero esto no lo vemos, como tampoco lo vimos
colgar del madero, ni fuimos testigos de su resurrección del sepulcro.Todo
esto lo creemos, lo vemos con los ojos del corazón. Hemos sido alabados por
haber creído sin haber visto. A Cristo lo vieron también los judíos. Nada
tiene de grande ver a Cristo con los ojos de la carne; lo grandioso es creer
en Cristo con los ojos del corazón. Si se nos presentase ahora Cristo, se
parase ante nosotros, callado, ¿cómo sabríamos quién era? Y además,
permaneciendo callado, ¿de qué nos aprovecharía? ¿No es mejor que,ausente,
hable en el evangelio antes que, presente, esté callado? Y, sin embargo, no
está ausente si se les aferra con el corazón. Cree en él y lo verás; no está
presente a tus ojos y posee tu corazón. En efecto, si estuviese ausente de
nosotros, sería mentira lo que acabamos de oír: He aquí que yo estoy con
vosotros hasta el fin de los siglos.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 263, 1-3, BAC Madrid 1983,
656-59)
Aplicación:
P. Dr. Miguel Ángel Fuentes, I.V.E. - Subió a los cielos
Relata San Ignacio de Loyola que en su peregrinación por los Lugares Santos
veneró entre tantas otras “reliquias” del Señor, la piedra sobre la que dejó
sus huellas sagradas en el momento de ascender a los cielos,desde el Monte
de los Olivos. Hablaba de ellas Eusebio de Cesarea y se sabe que San
Jerónimo y Santa Paula lasbesaron. Muchos otros se hacen eco de esta
tradición, como San Paulino de Nola, San Agustín y Sulpicio Severo a inicios
del siglo V. De las palabras que los ángeles dirigen a los discípulos tomó
título la más alta de las tres cumbrecitas que coronan el Monte de los
Olivos: se la conoce como “Viri Galilei” desde el siglo XIV. Hombres
de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido arrebatado al
cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo(Act 1,11). Según refiere
Eusebio en su “Vita Constantini”, Santa Elena edificó una iglesia en ese
lugar; “a cielo descubierto, dice San Jerónimo refiriéndose probablemente a
ésta, como para que todos pudiesen ver el cielo adonde había subido el
Señor”. La peregrina Eteria, a inicios del siglo V, la menciona con el
nombre deI mbomon, es decir, “Altura”. Destruida por los persas en el 614 fue
nuevamente reedificada por el obispo Modesto, dándole forma de rotonda. Antes
que el sultán Hakim la volviese a destruir a principios del siglo XI,
brillaban en ella, la noche de la fiesta de la Ascensión, infinidad de
luces, de suerte que parecía arder el monte en llamas. El P. Castillo,
predicador del siglo XVII, relata lo que él vio en una de las capillitas
edificadas en el monte, diciendo: “En medio está la piedra sobre la cual
estaba Cristo Señor nuestro cuando subió al cielo, y dejó sus divinas plantas
estampadas en ella. Hoy día no se ve más que una, y es la del pie izquierdo,
porque la del derecho se la llevaron los turcos al templo de Salomón,
habiendo para esto cortado la piedra...” [1] .
Jesucristo fue arrebatado de la mirada de los apóstoles desde la misma cima
en que había empezado la aflicción de su Pasión llorando sobre Jerusalén. Con
este misterio culmina el ciclo de la pasión y exaltación deCristo. “La misma
ascensión de Cristo al cielo, que nos privó de su presencia corporal, nos
fue más útil que lo hubiera sido su presencia corporal”, explica el Angélico
Doctor. Y da las razones:
"Primero, por el aumento de la fe, que tiene por objeto lo que no se ve; por
eso dice el Señor a sus discípulos (Jn 16,8) que el Espíritu Santo, cuando Él
viniere, argüirá al mundo de la justicia, a saber, de los que creen... Por
lo cual añade (v.10): puesto que me voy a mi Padre y no me veréis ya.
Bienaventurados los que no ven y creen. Luego, será vuestra justicia de
la que el mundo será argüido porque habréis creído en mí sin verme.
Segundo, para excitar nuestra esperanza: por lo que dice Él mismo: Cuando yo
me vaya y os haya preparado el lugar, vendré otra vez y os tomaré conmigo,
para que en donde yo estoy, estéis también vosotros (Jn 14,3). Pues por lo
mismo que Cristo colocó en el cielo la naturaleza humana que tomó, nos dio la
esperanza de llegar a Él. Porque donde quiera que estuviese el cuerpo, allí
se congregarán las águilas, como se dice en Mateo (24,28). Por esta razón se
dice en Miqueas: Subirá delante de ellos el que les abrirá el camino (Miq
2,13).
Tercero, para excitar el amor de la caridad a las cosas del cielo.
De donde dice el Apóstol: Buscad las cosas que son de arriba en donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios. Pensad en las cosas de arriba, no en las
de la tierra (Col 3,1). Pues como se dice en el Evangelio: en donde está tu
tesoro, allí está también tu corazón (Mt 6,21). Y puesto que el Espíritu
Santo es el amor que nos arrastra a las cosas celestiales (amor nos in
caelestia rapiens), por eso el Señor dice a sus discípulos: os conviene que
yo me vaya, porque si no me fuese no vendrá a vosotros el Consolador, pero si
me voy os lo enviaré (Jn 16,7). Y explicándolo dice San Agustín: ‘no podéis
recibir el Espíritu Santo en tanto que persistís en conocer a Cristo según
la carne. Pero al apartarse Cristo corporalmente, no solamente el Espíritu
Santo sino también el Padre y el Hijo se hicieron presentes en ellos
espiritualmente’” [2] .
Más adelante volverá el mismo Santo Tomás a preguntarse si este misterio de
la Ascensión es causa de nuestra salvación, añadiendo algunas razones que no
carecen de encanto y piedad. Al ascender se hizo causa de nuestra salvación:
Primero, porque nos preparó el camino para subir al cielo, según lo que Él
mismo dice: voy a prepararos el lugar (Jn 14,2); y sube delante de ellos el
que les abrirá el camino (Miq 2,13). Porque puesto que Él mismo es nuestra
cabeza, es preciso que sus miembros sigan allí donde va la cabeza. Por lo
cual se dice en San Juan: para que donde yo estoy, estéis también vosotros
(14,3). Y en prueba de ello, Él llevó al cielo las almas de los santos que
había sacado del infierno [del limbo], según lo del Salmo 67 citado por San
Pablo: subiendo Cristo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, esto es,
porque los que habían sido retenidos cautivos por el diablo los llevó consigo
al cielo, como a un lugar extraño a la naturaleza humana, habiéndolos
conquistado de la manera más gloriosa por la victoria que reportó sobre el
enemigo (Ef 4,8).
Segundo, puesto que así como el Pontífice del Antiguo
Testamento entraba en el santuario para pedir a Dios por el pueblo, así
también Cristo entró en el cielo para interceder por nosotros, como se dice
(Hb 7,23). Pues la misma representación de sí por la naturaleza humana, que
llevó al cielo, es cierta intercesión por nosotros; puesto que por lo mismo
que Dios exaltó de este modo la naturaleza humana de Cristo, se compadece
también de aquellos por quienes su Hijo asumió esta naturaleza.
Tercero, a
fin de que constituído como Dios y Señor sobre su trono celestial, derramase
desde allí sobre los hombres los dones divinos, según aquello: subió sobre
todos los cielos para llenar todas las cosas (Ef 4,10), esto es, de sus
dones, según la Glosa” [3] .
Sus discípulos lo vieron partir, llenos de consuelo y alegría, pero también
con la desazón de la soledad en el alma. Cristo, sin embargo, antes de
ascender a los cielos, les prometió solemnemente su misteriosa
presencia entre ellos y sus sucesores: Yo estaré con vosotros hasta el fin
del mundo (Mt 28,20). Esta promesa es el fundamento de nuestro consuelo en la
tierra, de nuestra esperanza del cielo, de nuestra fuerza en los combates de
la Iglesia. ¿Por qué se queda Cristo? Se queda para consolarnos en la
ausencia. No nos deja desamparados: No os dejaré huérfanos. Todavía un poco,
y el mundo ya no me ve más; pero vosotros me veréis... (Jn 14,18-19).
Se queda para darnos fortaleza en la empresa que nos encarga: conquistar todo
el mundo para la fe, sufriendo persecuciones, cruces y muerte. Se queda para
que obremos teniendo conciencia de la mirada vigilante del Señor.
Yo estoy con vosotros. Se queda Él mismo. No dice como a Moisés: Yo enviaré
a mi ángel que vaya delante de ti y te guarde (Ex 23,20). Aquí dice “Yo
mismo”. ¿Quién es ese “Yo”? El Dios que todo lo avasalla, en cuyas manos está
todo el universo, a quien nadie puede poner resistencia, el hacedor de Cielo
y tierra, el que todo lo conoce (cf. Ester 13,9-10). Aquél a quien ha sido
dada toda potestad en la tierra y en el cielo (Mt 28,18).
Con vosotros.
Con todos los modos de presencia y de estar con los hombres: con el modo
común con que está con todas las criaturas, dándoles el ser, la vida y el
movimiento; con el modo como está en los justos, por gracia, dándoles la vida
sobrenatural y las virtudes; con el modo particular con que está en sus
elegidos, guiándolos con su providencia, poniendo todas las cosas a su
servicio (todo sucede para el bien de los que Dios ama: Rom 8,28), obrando en
ellos maravillas. Para siempre. Todos los días hasta el fin del mundo. No
algunas veces, ni en circunstancias especiales, sino siempre y en todo
momento; pero está presente especialmente cuando el dolor nos azota y la
tentación nos acrisola.
Santa Catalina, tras las
duras pruebas con las que Dios le hizo saborear la amargura de la
soledad y del abandono, ante la primera aparición de Nuestro Señor le
preguntó con audacia: “¿Dónde estabas Señor, cuando más te necesitaba?” A lo
que Él respondió: “Estaba más cerca de ti de cuanto lo estoy ahora”.
“Una noche tuve un sueño, relata Teresa de
Calcuta. Soñé que caminaba en la playa con el Señor. Y a través del
cielo, pasaban escenas de mi vida. Por cada escena que pasaba percibí que
quedaban dos pares de pisadas en la arena, una era la mía, la otra del
Señor. Cuando la última escena de mi vida pasó delante nuestro, miré hacia
atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino
de mi vida había sólo un par de pisadas en la arena. Noté también que eso
sucedió en los momentos más difíciles y angustiosos de mi vivir. Eso
realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: ‘Señor, cuando decidí
seguirte, tú me dijiste que andarías siempre conmigo todo el camino, pero
noté que durante los peores momentos de mi vivir había, en los caminos de mi
vida, sólo un par de pisadas. No comprendo por qué tú me dejaste en las
horas que más te necesitaba’. El Señor me respondió: ‘Mi querida hija. Yo te
amo y jamás te dejaría en los momentos de tu sufrimiento. Cuando viste en la
arena sólo un par de huellas, fue justamente ahí donde yo te cargué en mis
brazos”.
Está siempre con los suyos; y acabado el mundo estará junto a ellos más
íntimamente aún; tanto que no puede imaginarlo la mente humana. A pesar de
todo, el alma que ve alejarse a Cristo entre las nubes de cielo, no puede
menos que gemir, diciendo como fray Luis de León: ¿Y dejas, Pastor santo, tu
grey en este valle hondo, obscuro, con soledad y llanto; y tú, rompiendo el
puro aire, te vas al inmortal seguro? Los antes bienhadados y los ahora
tristes y afligidos, a tus pechos criados, de ti desposeídos, ¿adó
convertirán ya sus sentidos? ¿Qué mirarán los ojos que vieron de tu rostro
la hermosura, que no les sea enojos? Quien oyó tu dulzura, ¿qué no tendrá
por sordo y desventura? A aqueste mar turbado, ¿quién le pondrá ya freno?
¿Quién concierto al viento fiero, airado, estando tú encubierto? ¿Qué norte
guiará la nave al puerto? Dulce Señor y amigo, dulce padre y hermano, dulce
esposo, en pos de ti yo sigo: o puesto en tenebroso o puesto en lugar claro
y glorioso. “¡Oh galileos, oh viajeros! –exclama Santo Tomás de Villanueva–.
Delante de vosotros está libre el camino de los cielos, la puerta del paraíso
está ya abierta... ¿por qué os quedáis quietos? Magnífica es la gloria que os
espera, ¿y no camináis? Abundante es la recompensa que se os ofrece, ¿y aún
dudáis? Brillante es la corona que se os promete, ¿y combatís con pereza?
¿Qué os diré, cobardes, perezosos e insensatos? Por un trabajo fácil, una
alegría inmensa; por un combate rápido, una corona eterna; por una marcha
corta, un descanso sin fin. ¡Oh viajeros!, ¿a qué viene esa inmovilidad?
Siglos eternos dependen de estos momentos de vuestra vida, y aún no andáis...
Y todavía hay algo más triste: estáis quietos, mirando al cielo... Miráis al
cielo y permanecéis indiferentes, le veis y os dejáis por la indolencia...
¡oh galileos, oh cristianos!, ¿seguís inmóviles?” [4] .
(FUENTES , M., I.N.R.I., Ediciones del Verbo Encarnado, Dushambé – San
Rafael (Mendoza), 1999, p. 155 – 160)
[1] Castillo, El devoto peregrino, Madrid,
Imprenta Real 1656, p. 195ss.
[2] Santo Tomás, Suma Teológica, III,57,1 ad 3.
[3] Ibid., III, 57,6.
[4] Santo Tomás de Villanueva, Sermón 1º sobre la Ascensión
Aplicación: Mons. Fulton Sheen - La Ascensión del Señor
Durante aquellos cuarenta días después de su resurrección, Nuestro Salvador
estuvo preparando a sus apóstoles a sobrellevar la ausencia de Él mediante el
Consolador que había de enviarles.Por espacio de cuarenta días fue visto por
ellos y les habló de las cosas concernientes al reino de Dios (Hechos
1,3).No fue éste un período en el que Jesús dispensara dones, sino más bien
durante el cual les dio leyes y preparó laestructura de su cuerpo místico,
la Iglesia. Moisés había ayunado unos días antes de promulgar la ley;
Elías ayunó cuarenta días antes de la restauración de la ley; y ahora, al
cabo de cuarenta días de haber resucitado, el Señor dejó asentados los
pilares de su Iglesia y estableció la nueva ley del evangelio. Pero los
cuarenta días tocaban a su fin, y Jesús les invita a que esperaran el día
cincuenta o Pentecostés, el día del jubileo. Cristo los condujo hasta
Betania, que era donde había de desarrollarse la escena de la despedida; no
en Galilea,sino en Jerusalén, donde había sufrido, tendría efecto su
ascensión a la morada del Padre celestial. Terminado su sacrificio, en el
momento en que se disponía a subir a su trono celestial, levantó las manos,
que ostentaban la marca de los clavos. Aquel ademán sería uno de los últimos
recuerdos que del Maestro conservarían los apóstoles. Las manos se elevaron
primero hacia el cielo y bajaron luego hacia la tierra como si quisiera
hacer descender bendiciones sobre los hombres. Las manos horadadas
distribuyen mejor las bendiciones.
En el libro Levítico, después de la lectura de la profética promesa del
Mesías, venía la bendición del sumo sacerdote; así también, tras mostrar que
todas las profecías habíanse cumplido en Él, Jesús se dispuso a entrar en el
santuario celestial. Las manos que sostenían el cetro de autoridad en el
cielo y sobre la tierra dieron ahora la bendición final: Mientras los
bendecía, separóse de ellos, y fue llevado arriba al cielo... (Lc 24, 51).Y
se sentó a la diestra de Dios (Mc 16, 9).Y ellos, habiéndole adorado,
volviéronse a Jerusalén con gran gozo; y estaban de continuo en el
templo, alabando y bendiciendo a Dios (Lc 24, 52-53). Si Cristo hubiera
permanecido en la tierra, la vista habría sustituido a la fe. En el cielo ya
no habrá fe, porque sus seguidores verán; no habrá esperanza, porque
poseerán; pero habrá caridad o amor, porque el amor dura eternamente. Su
despedida de este mundo combinó la cruz y la corona, como sucedía en cada
detalle, por pequeño que fuera, de su vida. La ascensión se realizó en el
monte Olivos, a cuyo pie se encuentra Betania. Llevó a sus apóstoles a través
de Betania, lo que quiere decir que tuvieron que pasar por Getsemaní y por
el mismo sitio en que Jesús había llorado sobre Jerusalén. No desde un trono,
sino desde un monte situado por encima del huerto de retorcidos olivos
teñidos con su sangre, Jesucristo realizó la última manifestación de
su divino poder. Su corazón no estaba amargado por la cruz, puesto que la
ascensión era el fruto de aquella crucifixión. Como Él mismo había declarado,
era necesario que padeciera para poder entrar en su gloria.
En la ascensión el Salvador no abandonó el ropaje de carne con que había
sido revestido; porque su naturaleza humana sería el patrón de la gloria
futura de las otras naturalezas humanas que le serían incorporadas por medio
de la participación de su vida. Era intrínseca y profunda la relación
existente entre su encarnación y su ascensión. La encarnación o el asumir una
naturaleza humana hizo posible que Él sufriera y redimiera. La ascensión
ensalzó hasta la gloria a aquella misma naturaleza humana que había sido
humillada hasta la muerte. Si hubiera sido coronado sobre la tierra en vez de
ascender a los cielos, los pensamientos que los hombres habrían concebido
sobre Él habrían quedado confinados a la tierra. Pero la ascensión haría que
las mentes y los corazones de los hombres se elevaran por encima de lo
terreno.
Con relación a Él mismo, era justo que la naturaleza humana que Él había
usado como instrumento para enseñar y gobernar y santificar participara de
la gloria, de la misma manera que había participado de su oprobio. Resultaba
muy difícil de creer que Él, el Varón de dolores, familiarizado con la
angustia, fuese el amado Hijo en quien el Padre se complacía. Era difícil de
creer que Él, que no había bajado de una cruz, pudiera subir ahora al cielo,
o que la gloria momentánea que irradió su cuerpo en el monte de la
Transfiguración fuera ahora una peculiaridad suya permanente.La ascensión
disipaba ahora todas estas dudas al introducir su naturaleza humana en una
comunión íntima y eterna con Dios.Habíanse mofado de aquella naturaleza
humana que había asumido al nacer, cuando los soldados le vendaron los ojos y
le pedían que adivinara quién le golpeaba. Burláronse de Él en cuanto
profeta. Mofáronse de Él como rey al ponerle un vestido real y por cetro una
caña. Finalmente se burlaron de Él como sacerdote al desafiarle, a Él, que se
estaba ofreciendo como víctima, a que bajase de la cruz. Con la ascensión se
vindicaba su triple ministerio de Maestro, rey y sacerdote. Pero la
vindicación sería completa cuando viniera en su justicia, como juez de los
hombres, en la misma naturaleza humana que de los hombres había tomado.
Ninguno de los que serían juzgados podría quejarse de que Dios ignora las
pruebas a que están sometidos los humanos.
Su misma aparición como el Hijo del hombre demostraría que Él había librado
las mismas batallas que los hombres y sufrido las mismas tentaciones que los
que comparecían ante el tribunal de la justicia divina. La sentencia
que dictara Jesús hallaría inmediatamente eco en los corazones. Otro motivo de
la ascensión era que Jesús pudiera abogar en el cielo ante su Padre con una
naturaleza humana común al resto de los hombres. Ahora podía, por así
decirlo, mostrar las llagas de su gloria no sólo como trofeosde victoria,
sino también como insignias de intercesión. La noche en que fue al huerto de
los Olivos oró como si ya estuviera en la mansión celestial, a la diestra de
su Padre; la plegaria que dirigió al cielo era menos la de un moribundo que
la de un Redentor ya ensalzado a la gloria. Para que el amor con que me has
amado esté en ellos, y yo en ellos (Jn 17,26). En el cielo sería no solamente
un abogado de los hombres delante del Padre, sino que también enviaría al
Espíritu Santo como abogado del hombre delante de Él. Cristo, a la diestra
del Padre, representaría a la humanidad ante el trono del Padre; el Espíritu
Santo, habitando con los fieles, representaría en ellos al Cristo que fue al
Padre.
En la ascensión Cristo elevó al Padre nuestras necesidades; merced al
Espíritu, Cristo el Redentor sería llevado a los corazones de todos aquellos
que quisieran poner fe en Él. La ascensión daría a Cristo el derecho de
interceder poderosamente por los mortales: Teniendo, pues, un gran sumo
sacerdote, que ha pasado a través de los cielos, Jesús, el Hijo de
Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que
sea incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido
tentado en todo según nuestra semejanza, mas sin pecado (Hebr. 4,14ss).
(FultonSheen,Vida de Cristo, Editorial Herder pp. 491-494 – Cap 61. La
Ascensión)
Aplicación: San Juan Pablo II Ascensión del Señor
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. En muchos países, como en Italia, la solemnidad de la Ascensión de Cristo
se ha trasladado a hoy. Con esta fiesta recordamos que Jesús, después de su
resurrección, se apareció a los discípulos durante cuarenta días (cf.Hch 1,
3), al cabo de los cuales, habiéndolos conducido al monte de los Olivos, "lo
vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista" (Hch 1, 9). El
Redentor, resucitado y elevado al cielo, constituye para los creyentes el
ancla de salvación y de consuelo en el compromiso diario al servicio de la
verdad y de la paz, de la justicia y de la libertad. Al subir al cielo, nos
vuelve a abrir el camino hacia la patria celestial, pero no para evadirnos de
la historia, sino para infundir esperanza en nuestro camino.
2. En efecto, debemos afrontar cada día las realidades de este mundo. Nos lo recuerda también la Jornada mundial de las comunicaciones sociales, que celebramos hoy. Los progresos más recientes en las comunicaciones y en las informaciones han ofrecido a la Iglesia nuevas posibilidades de evangelización. Por eso, he pensado proponer este año un tema de gran actualidad: “Internet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio". Debemos entrar con realismo y confianza en esta moderna y cada vez más densa red de comunicación, convencidos de que, si se utiliza con competencia y consciente responsabilidad, puede brindar oportunidades valiosas para la difusión del mensaje evangélico. Por tanto, no hay que tener miedo de "remar mar adentro" en el vasto océano informático. También a través de él la buena nueva puede llegar al corazón de los hombres y de las mujeres del nuevo milenio.
3. Sin embargo, no conviene olvidar jamás que el secreto de toda acción
apostólica es, ante todo, la oración. Precisamente en intensa oración,
después de la Ascensión, los discípulos vivieron en el cenáculo, esperando
al Espíritu Santo prometido por Cristo. En medio de ellos estaba también
María, la Madre de Jesús (Hch 1, 14). Mientras nos preparamos para celebrar,
el domingo próximo, la solemne fiesta de Pentecostés, invoquemoscon María al
Espíritu Santo, para que infunda en los cristianos un nuevo impulso
misionero y guíe los pasos dela humanidad por la vía de la solidaridad y la
paz.
(Regina Coeli Juan Pablo II Domingo 12 de mayo de 2002)
María es maestra en toda su vida.
Ahora bien, el tiempo que va desde
Y yo, ¿dónde tengo mi corazón?.