Domingo de Pascua 5 A - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su servicio
Comentario: Hans Urs von Balthasar - sobre las tres lecturas
Comentario teológico: Maertens-Frisque - La casa y el camino
Comentario
teológico: Alberto Benito - Voy al Padre
Santos Padres: San Agustín - Jn 14,1-12: Nadie nos podrá separar del Padre
ni de él (Jesucristo)
Aplicación: Dabar - Tres
preguntas
Aplicación (2a Lectura): Adrien Nocent - Conocer al Padre - Sacerdocio común
y ministerial
Aplicación: Antonio José Pagola - Encontrarse con Cristo, el camino, la
verdad y la vida.
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Comentario: Hans Urs von Balthasar - sobre las tres lecturas
1. Jesús se va con el Padre, pero volverá
Los evangelios comienzan ya a hacer referencia a los acontecimientos de la
Ascensión y Pentecostés. Pero Jesús invita primero a sus discípulos a no
perder la calma: «Creed en mí». Tened la seguridad de que lo que yo hago es
lo mejor para vosotros. Después habla con suma circunspección de su marcha:
me voy a prepararos sitio y volveré para llevaros conmigo, «para que donde
yo estoy estéis también vosotros». Jesús se irá con el Padre. Los discípulos
comprenden que eso está muy lejos y preguntan por el camino a seguir. La
respuesta de Jesús es superabundante: el camino es él mismo, no hay otro.
Pero Jesús es aún más: él es también la meta, porque el Padre, al que lleva
el camino, está en él, directamente visible para el que ve a Jesús como el
que realmente es. El Señor se extraña de que uno de sus discípulos todavía
no se haya dado cuenta de ello después de tanto tiempo de vida en común. En
él, que es la Palabra de Dios, Dios Padre habla al mundo; e incluso el Padre
hace sus obras en él: se alude aquí a los milagros de Jesús, que realmente
deberían llevar a todo hombre a creer que el Padre está en el Hijo y el Hijo
en el Padre. Y sin embargo la figura terrestre de Jesús debe desaparecer
cuando se vaya con el Padre para que nadie confunda esta figura con Dios.
Jesús volverá con una figura que no dará lugar a ningún malentendido: con la
gloria del Padre resplandeciendo en él. Pero en el entretanto no dejará
«desamparados» a los suyos: habitará con el Padre secretamente en ellos, de
una manera que él les revelará a ellos solos (Jn 14,23), y el Espíritu Santo
de Dios les hará comprender «que yo estoy con el Padre, vosotros conmigo y
yo con vosotros» (ibid. 2O). Al final aparece una promesa casi
incomprensible para la Iglesia: ella hará, si cree en Jesús, «las obras que
yo hago, y aun mayores». Ciertamente no se trata de milagros más
espectaculares; lo que Jesús quiere decir es que a la Iglesia le está
reservada una influencia dentro del mundo que el propio Jesús no quería
tener. Su misión era actuar, fracasar y morir; la Iglesia, en el fracaso y
la persecución, derribará todos los obstáculos que se levanten ante ella.
2. La casa espiritual.
Tras la marcha de Jesús al Padre y el envío del Espíritu Santo sobre la
Iglesia, se construye (en la segunda lectura) el templo vivo de Dios en
medio de la humanidad, y los que lo construyen como «piedras vivas» son al
mismo tiempo los sacerdotes que ejercen su ministerio en él y que son
designados incluso como «sacerdocio real». Al igual que el templo de
Jerusalén con sus sacrificios materiales era el centro del culto antiguo,
así también este nuevo templo con sus «sacrificios espirituales» es el
centro de la humanidad redimida; está construido sobre «la piedra viva
escogida por Dios», Jesucristo, y por ello participa también de su destino,
que es ser tanto la piedra angular colocada por Dios como la «piedra de
tropezar» y la «roca de estrellarse» para los hombres. La Iglesia no puede
escapar a este doble destino de estar puesta como «signo de contradicción»,
«para que muchos caigan y se levanten» (Lc 2,34).
3. Servicio espiritual y temporal.
La primera lectura, en la que se narra la elección de los primeros diáconos
para encargarlos de una tarea administrativa, temporal de la Iglesia,
mientras que los apóstoles prefieren dedicarse «a la oración y al servicio
de la palabra», muestra las dimensiones de la casa espiritual construida
sobre Cristo. Del mismo modo que el Hijo era auténticamente hombre en
contacto permanente de oración con el Padre y anunciando su palabra, pero al
mismo tiempo había sido enviado a los hombres del mundo, a enfrentarse a sus
miserias, enfermedades y problemas espirituales, así también se reparten en
la Iglesia los diversos carismas y ministerios sin que por ello se pierda su
unidad. Dicho con palabras del evangelio: Cristo va a reunirse con el Padre
sin dejar de estar con los suyos en el mundo. El sabe «que ellos se quedan
en el mundo» (Jn 17,11) y no lo olvida en su oración; el Espíritu que él les
envía es Espíritu divino y a la vez Espíritu misional que dirige y anima la
misión de la Iglesia.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 65 s.)
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Comentario teológico: Maertens-Frisque - La casa y el camino
Los Evangelios de este día y de los domingos siguientes proponen extractos
del discurso pronunciado por Jesús después de la cena. Se trata de tres
textos sucesivos. El primero (Jn 13, 33-14, 31) es un discurso de despedida,
al final del cual los apóstoles y Cristo "se levantan" (Jn 14, 31); ha
terminado la reunión. El segundo (Jn 15-16) es un doblete del primero, cuyos
temas principales desarrolla. El tercero (Jn 17) reproduce la oración
"sacerdotal" de Cristo a su Padre. El Evangelio de este primer ciclo
pertenece al primer discurso.
Los apóstoles manifiestan su inquietud y su tristeza ante el abandono de
Cristo. Jesús les anuncia que todos se reunirán en torno al Padre (Jn 14,
1-3, 19, 28), y les garantiza su presencia entre ellos por el amor (Jn 13,
33-35; 14, 21) y el conocimiento que de El tendrán (Jn 14, 4-10). Este
pasaje evoca dos temas bíblicos importantes: el de la casa y el de la ruta.
a) La casa de Dios designa el Templo de Jerusalén. Pero Jesús ha dejado bien
patente que la verdadera morada del Padre no podía confundirse con esta casa
de comercio y de contratación (Jn 2, 17-20). Dio a entender, asimismo, que
El mismo era esta casa de Dios (Jn 2, 20-22), ya que su fidelidad al Padre
constituye el sacrificio definitivo y, en El, serán acogidos todos los
hombres con mayor hospitalidad que en el templo de Sión. En esta primera
parte de su discurso hace ver que la casa del Padre es la gloria en la que
El entrará pronto y adonde no pueden seguirle los que aún no hayan vencido
la muerte y el pecado (vv.1-3; cf. 2 Cor 5, 1). La casa llega a ser, según
esto, una experiencia más: la de "vivir" con el Señor y el Padre (v. 3); no
es tanto un lugar como una manera de existir sumergido en la vida divina y
en la comunión con el Padre.
b) La imagen de la casa evoca sin esfuerzo alguno la de los caminos que a
ella conducen: éxodo que lleva a la Tierra Prometida, peregrinaje que nos
pone en el Templo, camino de regreso del destierro. Este tema del camino
introduce la idea de la mediación de Cristo. Lo mismo que la estancia del
Padre excluye un lugar físico, material, siendo más bien experiencia interna
de comunión con El, de igual modo el camino que lleva a esa unión cae fuera
de toda localización física, pues es una vivencia íntima en que se confunden
autor y receptor de la misma, comunicada por Dios a los hombres (v. 10)
mediante la enseñanza de su "verdad" y la comunicación de su "vida" (v. 6).
Jesús es verdad porque es la revelación exacta del Padre, inabordable en
todos los aspectos. Es vida porque, a partir de El, puede el hombre
participar de la comunión con Dios vivo (Jn 3, 36; 5, 24; 6, 47); y es,
sobre todo, camino, porque sus funciones de verdad y vida tienen su
realización definitiva dentro de un contexto escatológico cuyo cumplimiento
está próximo.
Si tomamos las expresiones del v. 6 desde otro punto de vista, podría
decirse que son, al mismo tiempo "descendentes" (verdad y vida) y
"ascendentes" (camino); se completan entre sí para evocar la mediación
exclusiva del Hombre-Dios. Cristo es el camino por el hecho de haber vivido
en Sí mismo la transfiguración, bajo el influjo de la gloria de Dios, de la
humanidad fiel, y por haber comunicado esta experiencia a sus hermanos. Es
morada de Dios, porque en El y con El la humanidad encuentra al Padre y
participa de su vida.
Los temas casa y camino son particularmente esclarecedores en eclesiología.
Nos hacen caer en la cuenta de que la Iglesia no es aún la mansión de Dios,
pero toma ya parte en el camino que conduce a ella. Aún no conoce realmente
a Dios, pero el conocimiento que de El tiene es, sin embargo, verdadero.
Ambos temas se completan y se corrigen mutuamente. A los cristianos
sensibles a las ideas de estabilidad y perfección, el tema del camino
recuerda que la Iglesia es susceptible de continua reforma y está obligada a
hacer frecuentes altos en el camino; les recuerda también a los cristianos
este tema que la Iglesia no puede -ni debe- conceder un valor absoluto a las
culturas y ritos de que se vale para su misión; que no puede dar valor
eterno a lo que, en ella, no es más que servicio a los demás y renuncia de
sí. Por el contrario, el tema de la mansión recuerda, a los cristianos
sensibles a los cambios y agitaciones violentas, que la Iglesia está avocada
a la estabilidad y que en el propio seno de las revoluciones late un solo
corazón y un alma idéntica a ella misma que le garantiza la presencia de su
único e idéntico Señor.
(MAERTENS-FRISQUE, NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV, MAROVA MADRID
1969.Pág. 158)
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Comentario teológico: Alberto Benito - Voy al Padres
Texto. Se halla en las antípodas del texto del domingo pasado. Los
interlocutores de Jesús son sus discípulos; la forma no es la discusión sino
la conversación: el ambiente no es de enfrentamiento, sino de enseñanza y de
aprendizaje; el contexto es la amplia conversación de la cena previa a dejar
Jesús este mundo para ir al Padre.
JESUS/PADRE: La palabra Padre es precisamente la palabra más repetida en el
texto; doce veces, además de dos referencias y de una mención de Dios. El
texto es, pues una conversación sobre el Padre, con quien Jesús va a
reunirse pronto. El verbo ir, teniendo al Padre como destino, se menciona
cinco veces. La conversación sobre el Padre es más concretamente una
conversación sobre el camino para ir al Padre. La palabra camino se repite
tres veces. Este camino es Jesús. Yo soy el camino... Nadie va al Padre si
no es a través de mí. La frase es una reformulación de la frase del domingo
pasado "Yo soy la puerta" y, consiguientemente, una descalificación de la
Ley como camino para ir al Padre. Si Jesús es el camino que lleva al Padre,
conocer o ver a Jesús equivale a conocer o ver al Padre. Los verbos conocer
y ver son otros de los términos importantes del texto: cuatro y tres
menciones respectivamente. En este texto ambos verbos vienen a ser sinónimos
y no se mueven en el nivel empírico que tenía el verbo ver en el texto del
sepulcro del día de Pascua o en el de Tomás del segundo domingo de Pascua.
En esta ocasión conocer y ver se refieren al nivel hondo y total; es un
conocer y un ver a Jesús en profundidad. Resultado de este conocimiento y de
esta visión es la fe en Dios y en Jesús, que aparece enunciada al principio
como invitación y programa de vida para el discípulo de Jesús: Creed en Dios
y creed también en mí. La expresión creer en Jesús vuelve a repetirse en el
último versículo, esta vez introducida por la fórmula enfática Os lo
aseguro, realzando así la importancia de lo que se dice en el versículo: El
que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores.
Reaparece el término obra, que nos es familiar desde los domingos de
Cuaresma. Se trata de un término del mundo laboral, que designa el trabajo,
el esfuerzo de ayudar a las gentes a salir de los sistemas religiosos en la
medida en que éstos velen el rostro de Dios y produzcan personas heterónomas
e infantiles. Estas son las obras que está llamado a realizar el discípulo
de Jesús. Resulta emocionante saber que estas obras pueden exceder en
importancia de las del propio Jesús. A modo de resumen para la reflexión:
Jesús es el camino para ir al Padre; conocer a Jesús es conocer al Padre;
conocerlos es creer en ellos; creer en ellos es realizar las obras que ellos
hacen.
Comentario. Creo que fue Goethe quien escribió lo siguiente: Si buscas al
infinito, anda tras lo finito en todas direcciones. La invitación tiene un
antecedente en este texto de Juan. Si buscas a Dios, anda tras Jesús. El es
lo finito de Dios, a la medida de las posibilidades humanas. El, es decir,
una persona, no un sistema ni una ley, por muy sacrosantos que sean, y con
los que jamás hay posibilidad de encuentro, de diálogo, de conversación, de
enriquecimiento personal.
¡Qué hermoso sería, si Dios existiera! La frase se la oía ayer a un joven. Y
como yo andaba a vueltas con este texto de Juan, me acordé de esta frase: El
que me ve a mí, ve al Padre. Y sentí que Dios existe y es real.
Fue Sócrates quien en la Apología de Platón dice a sus jueces: Voy a
aportaros pruebas, que no van a consistir en palabras, sino en algo que
vosotros tenéis en mayor estima: obras. El testimonio tiene un seguidor en
este texto de Juan: Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no,
creed a las obras. ¡Cuántas palabras, y grandes palabras en lo que llevamos
de siglo! El resultado se llama desencanto, repliegue, individualismo. La
salida de la crisis pasa sólo ya por las obras. ¡Qué pena que la palabra se
haya degradado tanto!
(ALBERTO BENITO, DABAR 1990/28)
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Santos Padres: San Agustín - Jn 14,1-12: Nadie nos podrá separar del
Padre ni de él (Jesucristo)
Será correcta, hermanos, la comprensión de las palabras del santo evangelio,
si se descubre su concordancia con las anteriores, porque cuando es la
Verdad quien habla deben ir de acuerdo las precedentes con las siguientes.
Anteriormente había dicho el Señor: Y si yo me fuere y os preparare lugar,
volveré a vosotros para llevaros conmigo a fin de que donde yo estoy, estéis
también vosotros. Después había añadido: Vosotros sabéis adonde voy, y
conocéis también el camino (Jn 14,3-4), palabras con las que no indicó otra
cosa, sino que le conocían a él. Ya expliqué ayer, en la medida de mis
posibilidades, qué es ir por sí mismo a sí mismo, y la facultad que otorga
también a los discípulos de ir a él por él.
Respecto a estas palabras: Para que donde esté yo, estéis también vosotros,
¿dónde habían de estar, sino en él? Por donde se ve que también él está en
sí mismo y que por consiguiente, ellos estarán allí donde está él, esto es,
en él mismo; porque él es la vida eterna, en la que hemos de estar cuando
nos lleve consigo. Y esta vida eterna que es él está en él mismo, a fin de
que donde está él, estemos nosotros también, es decir, en él. Pues así como
el Padre tiene la vida en sí mismo, y la vida que tiene no es otra cosa que
lo que es el que tiene esa vida, así también el Hijo tiene la vida en sí
mismo, siendo él mismo la vida, que tiene en sí mismo.
¿Por ventura seremos nosotros vida, como es él, cuando comencemos a estar en
aquella vida, o sea en él? Ciertamente no, porque él tiene la vida por razón
de su existencia y es lo que tiene; y como la vida está en él mismo, él está
en sí mismo; nosotros, en cambio, no somos la vida misma, sino participantes
de su vida. Y nosotros estaremos allí, no de modo que podamos ser nosotros
lo que es él, sino de modo que sin ser nosotros la vida, tengamos por vida a
él mismo, que tiene vida por sí mismo, por ser él la misma vida. Finalmente
él es inmutable por si mismo y está en el Padre de forma inseparable. Pero
nosotros, por haber querido estar en nosotros mismos, hemos sido víctimas de
una turbación interior, según aquellas palabras: Se ha turbado mi alma
dentro de mí (Sal 41,7), y pasando a peor condición, ni siquiera pudimos
permanecer siendo lo que fuimos. Pero permaneciendo en él, cuando por él
vamos al Padre, según él dice: Nadie viene al Padre, sino por mí, ya nadie
nos podrá separar del Padre, ni de él.
(San Agustín, Comentarios sobre el evangelio de San Juan 70,1)
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Aplicación: Dabar -
Tres preguntas
En el texto del evangelio de Juan que hoy nos presenta la liturgia
encontramos una singular autodefinición de Jesús: "Yo soy el camino, la
verdad y la vida". Estas palabras se han convertido para muchos de nosotros,
por efecto de la repetición de las mismas, en una especie de estribillo que
se repite, normalmente, en ocasiones múltiples, venga o no a colación. Sin
embargo, estas palabras de Jesús no son un estribillo sino, además de una
personalísima y novísima autodefinición de Jesús, una clara expresión de su
originalidad, de su radical diferencia frente a todos los maestros que en
Israel hubo antes que él.
El hombre es, por naturaleza, un ser itinerante, un ser en camino, en
marcha; más aún: el hombre, por su propia naturaleza, se ve forzado a tener
que "andar caminos". J/CAMINO/VERDAD/VIDA: Precisamente porque le son una
necesidad connatural, los caminos se cotizan en la vida del hombre; y porque
se cotizan proliferan; abundan caminos y encrucijadas: ¿qué camino será el
acertado, el que lleve al hombre a su meta? Muchos son los caminos que
reclaman para sí el derecho de ser el válido; pero frente al estatismo de
los caminos objetuales, materiales, aparece un hombre de nuestra raza, Jesús
de Nazaret, que se dice ser el camino (no uno cualquiera sino el camino,
indicando exclusividad), un camino sujetual, personal.
Es un dato de experiencia que no necesita ulterior demostración: todos
buscan tener razón, estar en lo cierto, dar en la diana, acertar..., en
definitiva, dar con la verdad. Todos quieren tenerla y la mayoría creen que
la tienen; pero la verdad es, por naturaleza, única. ¿Cómo conocer esa única
verdad? O, al menos, ¿cómo acercarse a ella, aunque cada uno lo hagamos
desde nuestra óptica, desde nuestro punto de vista, desde nuestra situación
particular? Mejor aún, ¿dónde está esa única verdad, dónde encontrarla?
Jesús responde a estos anhelos del hombre de forma sorprendente, diciendo de
sí que él es la verdad. Frente a formulaciones filosóficas más o menos
frías, teóricas, cerebrales, Jesús plantea una verdad real, personal,
existencial, funcional, una verdad que, por su peculiar naturaleza, puede
responder más eficazmente a las preguntas del hombre al respecto. La
pregunta ¿qué es la verdad? tiene ahora una respuesta decisiva y única: "Yo
soy la verdad". El gran anhelo, la mayor aspiración, el instinto más
arraigado en el hombre es vivir; la lucha por la supervivencia es la lucha
más encarnizada que lleva el hombre a cabo; es, incluso cayendo en el mayor
contrasentido existencial, la razón, el ideal, la causa por la que más
gustosamente da el hombre su vida: por vivir y, por supuesto, de una manera
digna, como hombre, no como animal.
Entre las diversas opciones, entre los diversos estilos de vida, entre las
diversas maneras que los hombres tienen de vivir real, digna e intensamente
puesto que hay opciones tan contrarias, tan opuestas, tan dispares ¿cómo dar
con la forma más real, digna e intensa de vivir? Jesús responde también a
este interrogante y, como siempre, lo hace de forma existencial, personal;
Jesús no se va a "perder" en dictar una filosofía del bien vivir, ni va a
poner una moral que indique al hombre las pistas a seguir para que viva como
tal; Jesús responde diciendo que él es la vida.
En muchas ocasiones ha dejado de ser realidad, incluso para los mismos
bautizados, que Jesús sea el camino, la verdad y la vida, porque los hombres
no han aceptado tal camino, tal verdad y tal vida; han preferido seguir
otros caminos, otras verdades, otras vidas; ciertamente que a estos otros
caminos, verdades y vidas no podemos clasificarlos de totalmente erróneos,
pues, en muchas ocasiones, han participado de ese ser Camino, Verdad y Vida.
Pero bien es cierto que, al absolutizar esas otras respuestas a las tres
preguntas del hombre de que hemos hablado, ha convertido tales respuestas en
ídolos. Y un ídolo, ciertamente, nunca puede ser un buen camino, ni una
buena verdad, ni una buena vida, sino una alienación.
Es por todo esto que se impone que el cristiano recupere a este Jesús del
evangelio de hoy y lo convierta en su camino, en su verdad, en su vida, Y
que, además, dé testimonio de ello ante el mundo, desenmascarando así
caminos, verdades y vidas erróneos y parciales que, por más que se acerquen
al modelo Jesús, nunca podrán satisfacer totalmente al hombre, nunca podrán
contestar de forma definitiva esos interrogantes que el hombre se plantea.
(DABAR 1978/27)
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Aplicación (2a Lectura): Adrien Nocent - Conocer al Padre y
Sacerdocio común y ministerial
La joven Iglesia debe saberlo: nadie puede llegar al Padre sin pasar por el
Hijo; éste es uno de los temas del evangelio de este 5.° domingo. Para
Cristo, al responder a la pregunta bastante mezquina de Felipe, "Muéstranos
el Padre", es el momento de recalcar con una frase su unidad con el Padre:
él está en el Padre y el Padre está en él. La fe en esta realidad es
indispensable, y si se quiere realizar grandes obras, es necesario creer en
la persona de Cristo. Toda la actividad de la Iglesia sería infructuosa si
no se creyera de manera absoluta en la persona de Cristo y en su unión
íntima con el Padre. Durante su vida, Cristo quiso dar con sus obras la
señal de esta unidad entre él y su Padre. Y Jesús anuncia ya su marcha. En
el momento en que va a dejar en la tierra a sus discípulos, se preocupa por
la hondura y el objeto exacto de su fe. Porque es tan fundamental esa
actitud para la joven Iglesia, que condiciona su propia existencia. Cristo
es verdaderamente el instrumento del encuentro con Dios, y en este sentido,
la Iglesia ha de ser continuadora de Cristo e indicadora del camino para
llegar al Padre.
CON/HEBREO-GRIEGO: Indudablemente no existe identidad entre Cristo y la
Iglesia, pero es voluntad de Cristo que su Iglesia sea signo; ella, en la
humildad de su condición, va detrás de su Cabeza y guiada siempre por su
Espíritu: camino, verdad y vida. Volvemos a encontrar aquí en boca de Jesús
el término "conocer". "Conocer" al Padre, "conocer" a Cristo. El evangelio
de este día da bastante idea de la diferente manera que tienen de entender
lo que es conocimiento un filósofo griego y uno hebreo. Para un griego,
conocer sería más bien abstraer, o también contemplar desde afuera un objeto
que sigue siendo lo que es de una manera definitiva, hasta el punto de poder
formarnos de él un concepto. De este modo está Dios fuera de nosotros, y le
contemplamos en sí mismo como a alguien a quien intentamos alcanzar al ir
formulando progresivamente el concepto de Dios. Lo esencial consiste en
captar las cualidades esenciales de ese Dios que contemplamos y que se
mantiene exterior a nosotros.
Para un hebreo, conocer significa experimentar el objeto del conocimiento,
entrar en estrecha relación con él. Si para un griego se trata de contemplar
a un Dios que permanece fuera de nosotros en su inmutabilidad, para el
hebreo se trata de experimentar las relaciones de Dios con los hombres; se
le conoce por sus obras. El evangelio de Juan ha de leerse en su contexto
cultural. Aunque su contexto es hebreo, sin embargo deben reconocerse en él
ciertos elementos griegos; así pues, para entender ciertos términos de este
evangelio, como el de "conocer", no deberían aplicarse distinciones
demasiado tajantes entre "griego" y "hebreo". Sin embargo, el mismo Cristo
indica lo que entiende él por "conocer": es una experiencia concreta que
puede alcanzarse considerando las obras realizadas por él mismo. En ese
momento se le podrá conocer partiendo de lo concreto de la experiencia.
Después de haber vuelto Cristo al Padre, habrá que conocer a éste y tener
experiencia de él a través de los signos de Cristo.
-El Espíritu y la imposición de las manos
Continuar los "signos" de Cristo para permitir la experiencia de Dios y
poder hacer que se le vea -"conociendo a Dios visiblemente", como dice uno
de los prefacios de Navidad- es la preocupación de la Iglesia.
Consiguientemente, ésta ha de poder disponer de hombres que aseguren en ella
el ministerio de la Palabra, pero también los servicios más humildes que
aseguren la vida, incluso material, de los fieles. Quien elige en realidad
esos hombres y les comunica un carisma particular para cumplir su misión, es
el Espíritu. Siete hombres reciben así la imposición de las manos de los
Apóstoles, previa oración. Lucas señala que la comunidad seguía aumentando
hasta el punto de que el número de los discípulos "crecía mucho", escribe el
propio Lucas, y se complace en precisar que aceptaban la fe incluso
numerosos sacerdotes judíos.
-Raza elegida, sacerdocio real
Pero, en realidad, la Iglesia entera es ya un signo que permite el acceso al
Padre. En la construcción progresiva de la Iglesia, cada cristiano es una
piedra viva. Para serlo necesita poseer una fe viva en la persona de Jesús
resucitado.
SCDO-COMUN-Y-MIRIAL: Sobre la base de este texto de Pedro se ha construido a
veces una teología un tanto subjetiva, que ha podido contradecir a una
teología de los ministerios, ya no tan sencilla de establecer. Se ha podido
exagerar o, por el contrario, restringir el pensamiento de quien habló del
"sacerdocio de los fieles". En este sacerdocio de los fieles se ha visto,
por un lado, una simple analogía: el bautismo y la confirmación conferirían
un sacerdocio analógico. O, por el contrario, en este texto se ha querido
encontrar una especie de proclamación sacerdotal, la carta del sacerdocio de
todos los fieles, siendo verdaderamente sacerdote todo bautizado y por tanto
la negación de toda jerarquía en el orden sacerdotal. En el momento del
Concilio de Trento, uno de los caballos de batalla de la Reforma fue éste:
todos sacerdotes. La interpretación de esta frase de la carta de Pedro la ha
dado con bastante claridad, parece, la constitución dogmática Lumen Gentium,
sobre la Iglesia, en la que se considera el sacerdocio (Lumen Gentium 3, 9,
10, 31, 32). Parece preferible recoger el texto de la Constitución tal y
como es: Cristo, Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (Heb 5, 1-5),
a su nuevo pueblo "lo hizo reino y sacerdotes para Dios, su Padre" (cf. Apoc
1, 6; 5, 9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y
sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo,
para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan
sacrificios y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a
la luz admirable (cf. I Pe 2, 4-lO).
Hasta aquí, pudiera creerse que el texto habla de un sacerdocio analógico
por el que nos ofrecemos sólo espiritualmente. Pero la Constitución
puntualiza: El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o
jerárquico se ordenan el uno para el otro, aunque cada cual participa de
forma peculiar del único sacerdocio de Cristo...
Así pues, en realidad no hay más que un solo sacerdocio, el de Cristo,
participado de dos maneras esencialmente distintas: el sacerdocio de los
bautizados y el de los ministros ordenados. Sin embargo, la Constitución no
hace precisiones netas sobre este sacerdocio real de los fieles. Se habla de
los sacrificios espirituales que deben ofrecer; en tanto que, al tratarse de
la eucaristía, se relaciona con ella al sacerdocio ministerial. Pudiera
concebirse, por lo tanto, una doble manera de entender el ofrecimiento del
sacrificio: una, espiritual, y ése sería el papel del sacerdocio de los
fieles, un ofrecimiento puramente interior; y otra visible, ritual,
exterior, de ofrecer el sacrificio verdadero, que sería el papel del
sacerdocio ministerial o de orden. De donde podría deducirse que el único
sacrificio verdadero es el ritual y exterior, y por lo tanto, únicamente el
ofrecido por la jerarquía sacerdotal. De ser exacta esta distinción, tendría
importantes consecuencias en cuanto a la participación de los fieles en la
liturgia. En efecto, la liturgia se sintetiza en el sacrificio eucarístico y
gira en torno a él. Si este sacrificio puede ser solamente ofrecido de
manera visible por el sacerdocio jerárquico y sólo espiritualmente por los
fieles con su sacerdocio de bautizados, el sacerdocio de éstos sería en
realidad meramente analógico, y una especie de paso nominal de las
prerrogativas del sacerdocio ministerial al de los fieles. En consecuencia,
¿cómo hablar de una liturgia del cuerpo de la Iglesia, a no ser de una
manera analógica y metafórica? En realidad, habría que reservar, por lo
tanto, la liturgia verdadera y propiamente dicha exclusivamente a los
ministros ordenados de la Iglesia. Y sin embargo, hay que reconocerlo: en
ninguna parte encontramos en la tradición esta distinción que desdoblaría el
sacrificio distinguiendo un sacrificio exterior, visible, ritual y un
sacrificio espiritual. Al contrario, a partir de la enseñanza de los
profetas y de Cristo, encontramos un solo sacrificio, el sacrificio
espiritual consistente en cumplir la voluntad de Dios (Jer 7, 22; Am 5,
21-25, Mt 9, 13; 12, 7; Mc 12, 33-34; Jn 4, 23-24, especialmente Jn 2,
14-17; Mt 26.61; Mc 14, 58). Además, la muerte de Cristo es un sacrificio
espiritual, el único que el Padre puede aceptar. También los cristianos
ofrecen un sacrificio espiritual. Si la celebración sacramental, y
especialmente la de la eucaristía, es un acto ritual y por lo tanto
exterior, el sacrificio de Cristo es un sacrificio espiritual, el único que
el Padre puede aceptar. También los cristianos ofrecen un sacrificio
espiritual. Si la celebración sacramental, y especialmente la de la
eucaristía, es un acto ritual y por lo tanto exterior, el sacrificio de
Cristo, así actualizado en este rito, no es un sacrificio exterior y hay que
afirmar que este sacrificio espiritual de Cristo convertido en actual bajo
el rito sacramental, permite a los fieles unirse enteramente a este único
sacrificio espiritual de Cristo; de este modo están los fieles íntimamente
unidos a la sumisión de Cristo que viene a cumplir la voluntad de su Padre.
De manera que la voluntad de obedecer al Padre aportada por los fieles, es
decir, su sacrificio espiritual, es también materia de la oblación
propiciatoria de Cristo a su Padre, de Cristo que une esta ofrenda de los
fieles a la suya como Jefe de la Iglesia; él, Cabeza del Cuerpo, ofrece un
sacrificio espiritual de obediencia a la voluntad del Padre, uniéndosele
toda su Iglesia.
Si no hay que exagerar el texto de Pedro haciendo sacerdotes a todos los
fieles según el mismo modo esencial, sin embargo no hay que oponer el
sacrificio ofrecido por el sacerdocio de los que han sido ordenados,
sacrificio que sería exterior, visible único sacrificio verdadero, a la
ofrenda del sacerdocio de los bautizados, que consistiría en ofrecer
interior y espiritualmente. Creo que se debe volver a lo que escribimos a
propósito de los sacramentos de la iniciación cristiana en este mismo
volumen. El plan de salvación de Dios consiste en crear de nuevo al mundo en
la unidad consigo mismo y con su Dios para glorificarle. Esto sólo puede
realizarse mediante el cumplimiento de la voluntad del Padre. El Verbo
encarnado puede realizar esta reconstrucción ofreciendo su vida, signo del
don espiritual e íntegro de su voluntad de acuerdo con lo que el Padre
quiere; eso es lo que le merece ser el Hijo amado, como la voz del Padre lo
proclama en el bautismo de Cristo en el Jordán y en la Transfiguración. Por
nuestro bautismo, bajo la acción del Espíritu nos hacemos hijos adoptivos, y
por la confirmación recibimos nuestro encargo oficial de ser participantes
en la obra de Cristo. Para realizar esto es preciso que el sacrificio de
Cristo, ese sacrificio espiritual significado por su muerte y por su sangre,
se actualice para nosotros. El sacerdocio ministerial es el que podrá rendir
este servicio al mundo de los bautizados y de los confirmados, al recibir
del Espíritu la facultad de actualizar el sacrificio del Calvario. Lo
ofrecerá con Cristo, Jefe de la Iglesia, con quien comparte el sacerdocio
como sacerdocio de la Cabeza de la Iglesia. Los bautizados y confirmados
ofrecen este sacrificio, convertido en presente, con su sacerdocio de
miembros de la Iglesia, asumiendo Cristo todas las buenas voluntades, toda
búsqueda de mejorar la vida y todos los sufrimientos de cada uno de
nosotros, al ofrecer al Padre el sacrificio espiritual de alabanza cuyo
signo es el sacrificio de la Cruz, actualizado aquí de forma incruenta.
Así pues, este domingo no necesitamos considerar a la Iglesia como compuesta
única y exclusivamente de ministros ordenados para estructurarla, sino que
se nos invita a considerar nuestro propio sacerdocio según su rango, pero
también como complementario del sacerdocio de orden, o ministerial.
Sacerdotes, bautizados, sin duda con grados esencialmente distintos -y hemos
visto por qué- tenemos que ofrecer con toda realidad el único y sin par
verdadero sacrificio espiritual.
(ADRIEN NOCENT, EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4, SEMANA SANTA Y TIEMPO
PASCUAL, SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 206-212)
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Aplicación: Antonio José Pagola - Encontrarse con Cristo, el camino,
la verdad y la vida.
Hay en la vida momentos de verdadera sinceridad en que, de pronto, surgen de
nuestro interior con lucidez y claridad desacostumbradas, las preguntas más
decisivas: En definitiva, ¿yo en qué creo? ¿qué es lo que espero? ¿en quién
apoyo mi existencia? Ser cristiano es, antes que nada, creerle a Cristo.
Tener la suerte de habernos encontrado con él. Por encima de toda creencia,
fórmula, rito, ideologización o interpretación, lo verdaderamente decisivo
en la experiencia cristiana es el encuentro con Cristo.
Ir descubriendo por experiencia personal, sin que nadie nos lo tenga que
decir desde fuera, toda la fuerza, la luz, la alegría, la vida que podemos
ir recibiendo de Cristo. Poder decir desde la propia experiencia que Jesús
es "camino, verdad y vida".
En primer lugar, descubrirlo como camino. Escuchar en él la invitación a
andar, a cambiar, avanzar siempre, no establecernos nunca, renovarnos
constantemente, sacudirnos de perezas y seguridades, crecer como hombres,
ahondar en la vida, construir siempre, hacer historia más evangélica.
Apoyarnos en Cristo para andar día a día el camino doloroso y al mismo
tiempo gozoso que va desde la incredulidad a la fe.
En segundo lugar, encontrar en Cristo la verdad. Descubrir desde él a Dios
en la raíz y en el término del amor que los hombres damos y acogemos. Darnos
cuenta, por fin, que el hombre sólo es hombre en el amor. Descubrir que la
única verdad es el amor. Y descubrirlo acercándonos al hombre concreto que
sufre y es olvidado.
En tercer lugar, encontrar en Cristo la vida. En realidad, los hombres
creemos a aquel que nos da vida. Ser cristiano no es admirar a un líder ni
formular una confesión sobre Cristo. Es encontrarse con un Cristo vivo y
capaz de hacernos vivir.
A Jesús siempre lo empequeñecemos y desfiguramos al vivirlo. Sólo lo
reconocemos al amar, al rezar, al compartir, al ofrecer amistad, al
perdonar, al crear fraternidad.
A Jesús no lo poseemos. A Jesús lo encontramos cuando nos dejamos cambiar
por él, cuando nos atrevemos a amar como él, cuando crecemos como hombres y
hacemos crecer la humanidad.
Jesús es «camino, verdad y vida». Es otro modo de caminar por la vida. Otro
modo de ver y sentir la existencia. Otra dimensión más honda. Otra lucidez y
otra generosidad. Otro horizonte y otra comprensión. Otra luz. Otra energía.
Otro modo de ser. Otra libertad. Otra esperanza. Otro vivir y otro morir.
(JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS, NAVARRA 1985.Pág. 55 s.)
Amenazados de resurrección
"Me
dicen que estoy amenazado de muerte, escribía un periodista. De muerte
corporal, a la que amó Francisco de Asís. ¿Quién no está amenazado de
muerte? Lo estamos todos desde que nacemos. Amenazados de muerte. ¿Y qué? A
todos los perdono anticipadamente. Y a todos los sigo amando desde mi cruz".
¿Amenazado de muerte? Hay en ello un error. Ni yo ni nadie estamos
amenazados de muerte. Estamos amenazados de amor. Los cristianos no estamos
amenazados de muerte. Estamos amenazados de resurrección. Porque, además del
Camino y
Camino al cielo
El obispo norteamericano Fulton Sheen viajaba
a cierta ciudad para dar una charla. Al salir de la estación preguntó
a un muchacho el camino
al municipio. El chico ofreció acompañarlo. Caminando el muchacho le
preguntó: "?Cuál es su nombre?" "Fulton Sheen." "¿Por
qué vas al municipio?" "Voy a
hablar a un grupo de gente." "¿De
qué les vas a hablar?” “Cómo llegar al cielo". "Ándale,
¿cómo
les vas a enseñar eso si ni
siquiera sabes el camino al municipio?"
FUE COMPRÓ
Y CREYÓ
Un hindú cristiano (Sundar Singh + 1927) cuenta: "Estábamos
predicando e invitamos a los oyentes a leer ellos mismos