Domingo de Resurrección A - Iglesia del Hogar: En familia, como Iglesia doméstica preparamos la acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa festiva
Introducción a las lecturas
Reflexionemos los padres
Reflexionemos con los hijos
Relación con la Santa Misa
Vivencia familiar
Nos habla la Iglesia
Leamos la Biblia con la Iglesia
Oraciones
Recursos adicionales para la prepración
Falta un dedo: Celebrarla
Introducción a las Lecturas del Domingo de
Resurrección
Primera lectura: Hech 10, 34 a. 37-43
Esta
lectura es muy apropiada para recordarnos que nosotros también somos
testigos de la Resurrección de Cristo. Ayuda mucho compartir las
experiencias, buenas y malas, de haber dado testimonio de nuestra fe en
Jesús resucitado. También podemos entrenarnos en familia a dar testimonio
porque es más fácil hacerlo en un ambiente favorable de acogida. Como
consecuencia seremos más firmes aún ante el rechazo o la burla.
San
Pablo nos ofrece unos criterios para que veamos si hemos resucitado no
solamente por estar bautizados, por habernos confesado, por haber comulgado
sino también para averiguar acerca de lo que pensamos. ¿Qué es lo que
realmente estamos buscando en esta vida? Vale la pena de hacer un esfuerzo
porque el premio será grande según la última frase de la lectura.
Nosotros
también en la oscuridad estamos buscando muchas veces al Señor resucitado. Y
nos parece que solamente estamos encontrando un lugar vacío que no nos
ilumina ni nos es una ayuda para crecer en la fe. Después de leer el
Evangelio nosotros podremos también revisar un poco cuales son los signos
que Jesús ha dejado en nuestra vida y que nos ayudan al descubrir que está
resucitado.
Decálogo para la Pascua
1. Vive con alegría tu existencia.
Si Jesús resucitó es porque, precisamente,
quiere traernos una transfusión de vida..
Secretos para ser felices.
2. No dejes que los acontecimientos
ni las dificultades puedan contigo.
Si Jesús pudo con su cruz;
¿por qué no vas a tener tú voluntad para hacerles frente?
3. Bríndate allá donde te encuentres.
No vale quien tiene, sino aquel que sirve.
Jesús se vació para que aprendiésemos una lección:
la grandeza está en ser solidario.
4. Si tienes rencor por algo y con alguien ¡olvídalo!
La Pascua, el paso del Señor,
nos ha dejado un camino limpio y despejado.
Limpiemos también el nuestro.
5. No seas incrédulo.
Asómate en este tiempo pascual a la belleza de la fe.
Si la tienes, no la pierdas. Si, por lo que sea, la tienes débil,
busca motivos y razones para recuperarla.
6. Escucha con atención la Palabra de Dios.
Su lectura te hará vibrar con el mismo ímpetu
con el que se estremecieron los Apóstoles o María.
7. Reza y da gracias a Dios por el fruto
de la Pascua: la Resurrección.
Teniendo tantos resortes para la alegría
y el optimismo, no tenemos derecho al desaliento:
¡Jesús nos acompaña!
8. Busca el lado positivo de tu vida.
No te castigues demasiado.
¡El Señor pagó ya un alto precio por nosotros!
Acéptate como eres y… aceptarás también a los demás.
9. Mira con ilusión al futuro.
No hay camino que no merezca la pena ser recorrido,
ni montaña que no pueda ser escalada.
Con la fe, y la mirada puesta en Dios, podrás conquistar
aquello que sea bueno para ti y para los demás.
10. Da gracias a Dios por lo que tienes e, incluso,
por aquello que –precisamente porque no te conviene– no alcanzas.
No siempre, lo que el paladar apetece,
es saludable para el cuerpo.
P. Javier Leoz
DESPERTAD
Despertad, la vida nos ha tocado
La Vida ha salido a nuestro encuentro
Ascendió a la cruz, débil y fracasada
y, a los tres días, retorna gloriosa y eterna
¡DESPERTAD, LA VIDA NOS HA TOCADO!
Y, nuestra fe, se hace firme en esa misma vida
resucitada y resucitadora, alentadora y futura
resucitada y resucitadora, alentadora y futura
divina y esplendorosa.
Hoy, más que nunca, sentimos que todo cambia
Que la noche ya no es oscura ni definitiva
Que, al final del todo, una luz potente y luminosa
se abre para todo el que no desespera y aguarda
¡DESPERTAD, LA VIDA NOS HA TOCADO!
Cristo, el Hijo de Dios y de María,
ha bajado al abismo y traspasándolo
ha hundido todo su ser en lo que era temblor: la muerte
Cristo, el anunciado y esperado por profetas y reyes,
ha dinamitado con el poder de Dios
lo que era amenaza y cárcel segura para el hombre
¡DESPERTAD, LA VIDA NOS HA TOCADO!
Cantad y festejad, vitoread y saltad
porque, nuestra puerta de salida de este mundo
ya no está en la muerte ni tampoco en el absurdo.
Hoy, Cristo, ha resucitado y con su resurrección
nos trae vida, y de sobra, para todos los creyentes.
Despertad, hermanos, y anunciemos esta gran noticia
a todos aquellos que, aún conociéndola,
hace tiempo que la olvidaron o la dejaron adormecida.
Despertad, hermanos, y acerquemos
esta explosión de alegría y júbilo
a aquellos hombres y mujeres que necesitan
un poco de consuelo, de optimismo y de futuro.
¡DESPERTEMOS, CRISTO HA RESUCITADO!
El Señor
Jesús resucitado se hace presente de manera especial cada vez cuando,
durante la celebración eucarística, se proclama la Palabra de Dios y se
convierte el pan en Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre.
Durante
la octava de Pascua adoptamos la costumbre de los creyentes rusos. En lugar
de saludarnos diciendo “hola”o “buenos días” decimos: “Cristo ha
resucitado”, y el otro contesta diciendo: “Verdaderamente ha resucitado”.
MENSAJE
URBI ET ORBI DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Domingo
de Pascua, 2012
Queridos
hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero
«Surrexit Christus, spes mea» – «Resucitó Cristo, mi esperanza» (Secuencia
pascual).
Llegue a
todos vosotros la voz exultante de la Iglesia, con las palabras que el
antiguo himno pone en labios de María Magdalena, la primera en encontrar en
la mañana de Pascua a Jesús resucitado. Ella corrió hacia los otros
discípulos y, con el corazón sobrecogido, les anunció: «He visto al Señor»
(Jn 20,18). También nosotros, que hemos atravesado el desierto de la
Cuaresma y los días dolorosos de la Pasión, hoy abrimos las puertas al grito
de victoria: «¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado verdaderamente!».
Todo
cristiano revive la experiencia de María Magdalena. Es un encuentro que
cambia la vida: el encuentro con un hombre único, que nos hace sentir toda
la bondad y la verdad de Dios, que nos libra del mal, no de un modo
superficial, momentáneo, sino que nos libra de él radicalmente, nos cura
completamente y nos devuelve nuestra dignidad. He aquí por qué la Magdalena
llama a Jesús «mi esperanza»: porque ha sido Él quien la ha hecho renacer,
le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal. «Cristo, mi
esperanza», significa que cada deseo mío de bien encuentra en Él una
posibilidad real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena,
eterna, porque es Dios mismo que se ha hecho cercano hasta entrar en nuestra
humanidad.
Pero
María Magdalena, como los otros discípulos, han tenido que ver a Jesús
rechazado por los jefes del pueblo, capturado, flagelado, condenado a muerte
y crucificado. Debe haber sido insoportable ver la Bondad en persona
sometida a la maldad humana, la Verdad escarnecida por la mentira, la
Misericordia injuriada por la venganza. Con la muerte de Jesús, parecía
fracasar la esperanza de cuantos confiaron en Él. Pero aquella fe nunca dejó
de faltar completamente: sobre todo en el corazón de la Virgen María, la
madre de Jesús, la llama quedó encendida con viveza también en la oscuridad
de la noche. En este mundo, la esperanza no puede dejar de hacer cuentas con
la dureza del mal. No es solamente el muro de la muerte lo que la
obstaculiza, sino más aún las puntas aguzadas de la envidia y el orgullo, de
la mentira y de la violencia. Jesús ha pasado por esta trama mortal, para
abrirnos el paso hacia el reino de la vida. Hubo un momento en el que Jesús
aparecía derrotado: las tinieblas habían invadido la tierra, el silencio de
Dios era total, la esperanza una palabra que ya parecía vana.
Y he
aquí que, al alba del día después del sábado, se encuentra el sepulcro
vacío. Después, Jesús se manifiesta a la Magdalena, a las otras mujeres, a
los discípulos. La fe renace más viva y más fuerte que nunca, ya invencible,
porque fundada en una experiencia decisiva: «Lucharon vida y muerte / en
singular batalla, / y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta». Las
señales de la resurrección testimonian la victoria de la vida sobre la
muerte, del amor sobre el odio, de la misericordia sobre la venganza: «Mi
Señor glorioso, / la tumba abandonada, / los ángeles testigos, / sudarios y
mortaja».
Queridos
hermanos y hermanas: si Jesús ha resucitado, entonces –y sólo entonces– ha
ocurrido algo realmente nuevo, que cambia la condición del hombre y del
mundo. Entonces Él, Jesús, es alguien del que podemos fiarnos de modo
absoluto, y no solamente confiar en su mensaje, sino precisamente en Él,
porque el resucitado no pertenece al pasado, sino que está presente hoy,
vivo. Cristo es esperanza y consuelo de modo particular para las comunidades
cristianas que más pruebas padecen a causa de la fe, por discriminaciones y
persecuciones. Y está presente como fuerza de esperanza a través de su
Iglesia, cercano a cada situación humana de sufrimiento e injusticia.
Que
Cristo resucitado otorgue esperanza a Oriente Próximo, para que todos los
componentes étnicos, culturales y religiosos de esa Región colaboren en
favor del bien común y el respeto de los derechos humanos. En particular,
que en Siria cese el derramamiento de sangre y se emprenda sin demora la vía
del respeto, del diálogo y de la reconciliación, como auspicia también la
comunidad internacional. Y que los numerosos prófugos provenientes de ese
país y necesitados de asistencia humanitaria, encuentren la acogida y
solidaridad que alivien sus penosos sufrimientos. Que la victoria pascual
aliente al pueblo iraquí a no escatimar ningún esfuerzo para avanzar en el
camino de la estabilidad y del desarrollo. Y, en Tierra Santa, que israelíes
y palestinos reemprendan el proceso de paz.
Que el
Señor, vencedor del mal y de la muerte, sustente a las comunidades
cristianas del Continente africano, las dé esperanza para afrontar las
dificultades y las haga agentes de paz y artífices del desarrollo de las
sociedades a las que pertenecen.
Que
Jesús resucitado reconforte a las poblaciones del Cuerno de África y
favorezca su reconciliación; que ayude a la Región de los Grandes Lagos, a
Sudán y Sudán del Sur, concediendo a sus respectivos habitantes la fuerza
del perdón. Y que a Malí, que atraviesa un momento político delicado, Cristo
glorioso le dé paz y estabilidad. Que a Nigeria, teatro en los últimos
tiempos de sangrientos atentados terroristas, la alegría pascual le infunda
las energías necesarias para recomenzar a construir una sociedad pacífica y
respetuosa de la libertad religiosa de todos sus ciudadanos.
Feliz
Pascua a todos.
Leamos la Biblia con la Iglesia
Lunes:
Hech 2, 14.22-33; Mt 28, 8-15
Martes:
Hech 2, 36-41; Jn 20, 11-18
Miércoles: Hech 3, 1-10; Lc 24, 13-35
Jueves:
Hech 3, 11-26; Lc 24, 35-48
Viernes:
Hech 4, 1-12; Jn 21, 1-14
Sábado:
Hech 4, 13-21; Mc 16, 9-15
1.
Oración pascual I de San Antonio de Padua
¡Ea,
pues, hermanos queridísimos! Ustedes están aquí reunidos para celebrar la
Pascua de la Resurrección; y por eso les suplico que, con el dinero de la
buena voluntad, junto con las piadosas mujeres, compren los aromas de las
virtudes. Con esos aromas ustedes pueden ungir los miembros de Cristo con la
amabilidad de la palabra y el perfume del buen ejemplo. También les suplico
que, pensando en su muerte, vengan y entren en el sepulcro de la
contemplación celestial, en la que contemplarán al ángel del Eterno Consejo,
el Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre.
En la
resurrección final, cuando venga a juzgar al mundo a través del fuego, se
les aparecerá en su gloria, no diría diez veces, sino para siempre.
Eternamente y por los siglos de los siglos, ustedes lo contemplarán como es,
con El gozarán y con El reinarán.
Se digne
concedernos esta gracia aquel Jesús, que resucitó de los muertos. A El sean
el honor y la gloria, el imperio y el poder, en el cielo y en la tierra, por
los siglos eternos.
Y todo
fiel, en este día de júbilo pascual, diga: "¡Amén! ¡Aleluya!".
(Domingo
de Pascua)
2.
Oración pascual II de San Antonio de Padua
¡Dichoso, en cambio, aquel que arranca de si el corazón de piedra y toma un
corazón de carne! (Ez 11, 19) - Afectado por las miserias de los pobres, él
sufre con ellos y desea que su compasión llegue a ser el alivio de ellos y
el alivio de ellos señale la destrucción de su avaricia. Si alguno tuviere
en su huerta una planta estéril, sin duda la erradicaría desde la raíz y en
su lugar plantaría otra que diera fruto. ¡La avaricia es el árbol estéril
"¿Para qué ocupa la tierra? ¡Córtala!" (Lc 13, 7), desarráigala, y en su
lugar planta la limosna, que te dará frutos de vida eterna.
Nos la
conceda aquel, que es el Dios bendito por los siglos. ¡Amén! ¡As! sea!
(La
Resurrección del Señor II)
3.
Padre
resucitado, que sienta la paz que me muestras,
Que no
se cierren mis “puertas” por el miedo,
Que me
aferre al Espíritu que me regalas,
Para
vivir intensamente el compromiso de sentirme enviado…
Señor
mío y Dios mío, perdona mis debilidades, mis dudas, mis temores…
Porque
aun siendo a veces como Tomás, deseo buscarte, estar contigo…
Porque
aunque me encierre en mis silencios o en mis ruidos, en mis comodidades o en
mis ocupaciones…
Tú sabes
cómo entrar en mi vida, como hacerla distinta, como insuflar aire en mis
vacíos y oxigenar mi alma endurecida.
Que el
Espíritu renovado de la resurrección,
Nacido
de la victoria sobre la muerte y alimentado por el Amor más generoso…
Impulse
mi fe, mi permanencia en Ti, y aliente el ánimo modesto de quien quiere
quererte, seguirte y responderte, Padre…
Tu Amor
es mi paz, mi paz es tu perdón, y tu perdón es mi camino de testimonio al
amparo de tu Fuerza.
AMEN
(Fuente: Boletín de Pastoral Familiar)
4. Oración pascual de los niños
Señor Jesús, hoy estoy
muy contento.Hoy todo el mundo está muy alegre y feliz porque Tú has vencido
a la muerte;Tú has resucitado y has abierto el caminode la vida.¡Gracias
Padre porque has resucitado a tu Hijo Jesús!Gracias, Jesús, porque los que
creemosen ti, también un día resucitaremos contigo y viviremos para
siempre.Nos alegramos con María, tu madre y nuestra madre, Madre de toda la
Iglesia.