Disfruten de
la Palabra Divina de los Domingos
tomados de la mano de los Padres de la
Iglesia, de los Santos y Sabios de todos los tiempos y del Catecismo de la
Iglesia Católica
(Nota
Bene: Los números consignados entre paréntesis ( ) hacen referencia a los
números del Catecismo).También puede saltar a:
INTRODUCCIÓN AL TIEMPO ORDINARIO B
Comparado con los
llamados “tiempos fuertes”, puede ser tenido como menor, pero sin él el ciclo
litúrgico quedaría incompleto y el recuerdo que la Iglesia hace de los
acontecimientos de salvación, privado
de momentos claves.
El tiempo
ordinario desarrolla el misterio pascual con una gran claridad. La temática tan
concreta propia de los tiempos especiales, es más abierta en el tiempo
ordinario, esto permite a los pastores ahondar en la presentación y ampliación del
misterio de Jesucristo, y a los fieles
profundizar en su fe, especialmente en aquellos aspectos que más afectan a su
vida concreta.
Tiempo Ordinario
A partir del Bautismo del Señor, el tiempo ordinario tiene una continuidad,
aunque interrumpida porque se desarrolla en dos fases; la primera, que llega
hasta Cuaresma, y la segunda que
arranca pasada la Solemnidad del Corpus. La escasa unidad entre las tres
lecturas (especialmente autónoma es la segunda), y, pese a que se lee el texto
de un evangelista cada ciclo, hace que cada domingo tenga entidad propia. Se
dice que, precisamente por no celebrarse ningún misterio concreto de Cristo en
el tiempo ordinario, se celebra en él todo el misterio cristiano. Al comenzar
inmediatamente después del Bautismo del Señor, permite iniciar el ministerio de
la vida pública desde el comienzo, siguiendo la narración evangélica mostrando
la vida de Jesús en todo su dinamismo y la presentación de su persona y de su
imagen con los mismos métodos catequéticos que usó la primitiva comunidad.
Si observamos
detenidamente las lecturas del Antiguo Testamento, notaremos que en ellas se
presentan profecías y acontecimientos futuros que en Cristo han encontrado su
cumplimiento. La segunda sería, a modo de complemento, la experiencia de una
Iglesia que ha encontrado en sí misma y en la vida de los fieles, esa misma
salvación. El Catecismo de la Iglesia Católica cita aquellas palabras de san
Agustín: “El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el
Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo” (129).
Este ciclo B del
Tiempo Ordinario incluye la lectura continuada de san Marcos, con la
intercalación del capítulo 6 de san Juan (discurso del Pan de Vida), aunque
hay lógica en esta inclusión, ya que
viene después de la multiplicación de los panes.
Para descubrir
verdaderamente a san Marcos y hacer de la predicación de este ciclo B una
verdadera catequesis, sobre todo
teniendo en cuenta que todo este Evangelio está profusamente citado en el
Catecismo de la Iglesia Católica (más de 160 citas), es preciso que lo
estudiemos como un todo, descubriendo a la vez su estructura interior. Nos
encontraremos con que, recibidos los materiales de la primitiva comunidad, el
evangelista piensa catequética y pastoralmente, y que, por tanto, nos ayuda,
porque son esas precisamente nuestras preocupaciones.
Sabido es que san
Marcos escribe para cristianos que vivían en tensión casi constante por el
clima de persecución. Hoy, aunque muchas comunidades cristianas en el mundo
padezcan por la fe, ese clima en gran medida está superado; pero no los
objetivos que el evangelista se proponía, porque él tenía desde luego una
perspectiva mucho más amplia.
Su Evangelio es
un llamamiento para que estemos siempre replanteándonos nuestro conocimiento de
Jesucristo y la conducta que deriva del mismo. Hoy la oposición (persecución)
viene de nosotros mismos, de nuestra cómoda instalación en lo sabido y vivido,
sin avanzar demasiado. O acaso también en la interpretación que hacemos de
Cristo Crucificado, cuando tal vez identifiquemos, sin más, el progreso del
mundo y los avances de la humanidad con
el Reino de Dios en la tierra. ¿No nos viene bien nuevamente redescubrir al
Crucificado y Resucitado mediante el “secreto mesiánico” tan querido para san
Marcos y tan beneficioso para nosotros?
Las gentes que se
quedaban admiradas de lo que Jesús hacía, inmediatamente pensaban que
“aquéllas” eran las señales definitivas del Reino de Dios. Y lo eran
verdaderamente. Pero también otras, que no dejan atónito a casi nadie eran más
importantes que las que asombraban a muchos: el perdón de los pecados, la
interioridad de la adhesión a Dios, el descubrimiento del nuevo rostro del
Padre, etc, todo eso es señal de la llegada del Mesías verdadero. Cristo quiere
que hoy como ayer, pongamos las etiquetas de la llegada del Reino, no sólo en
lo que nos agrada sino en todo lo que, viniendo del Evangelio, cambia y salva
al hombre.
San Marcos no
repara en medios para presentar la indisoluble vinculación entre el
descubrimiento de Jesucristo y su Pasión y Resurrección. Quien crea en
Jesucristo ha de aceptar todo lo que Cristo protagoniza y todo lo que Él
propone. El Evangelio “a la carta” no existe.
San Marcos
comienza afirmando que “ha llegado el Reino de Dios” y, a partir de esa
afirmación, construye su edificio desde la fe. La Resurrección sólo se
comprenderá desde la perspectiva del Jesús prepascual, y la Resurrección será
el apoyo de la afirmación del Jesús prepascual. El Misterio pascual por ser el
origen de la salvación del hombre supone para él un sentido nuevo de la
vida, ya está presente en todo el
misterio de la vida de Cristo.
Conviene no
olvidar las solemnidades dentro del tiempo ordinario, porque son muy
importantes las que coinciden con este ciclo. Hay que comprenderlas y
presentarlas dentro del momento del año. Aunque en las páginas correspondientes
se insiste en los aspectos más fundamentales y en los números correspondientes
del Catecismo de la Iglesia Católica, es oportuno resaltar su papel. La
Santísima Trinidad supone el coronamiento de la cincuentena pascual, porque ha
sido en ese tiempo donde ha mostrado el amor del Padre en la obra del Hijo y la
donación del Espíritu Santo. Si miramos todo el misterio de Cristo, lo
hallaremos celebrado y comprendido en plenitud en la Eucaristía, que alcanza
singular relieve en la celebración del Corpus Christi.
Los Santos
Apóstoles y el recuerdo y actualización de su misión en la Iglesia, encuentran
motivo de celebración en San Pedro y San Pablo, y Santiago. La fidelidad de la
Virgen María a la palabra divina, tema muy recordado en Adviento y Navidad,
vuelve a reverdecer en Agosto con la Asunción de la Virgen, animando a la vez a
la Iglesia a vivir esa fidelidad en esperanza de alcanzar un día el esplendor
que esta fiesta nos promete. La última etapa de la historia de la salvación,
con la manifestación del que ha de venir, la renovamos el día de Cristo Rey,
último domingo del tiempo ordinario que, precisamente con esta memoria
escatológica, enlaza con el Adviento. Y ya, finalmente, Todos los Santos nos
traerán de nuevo la actualidad de la eterna bienaventuranza de los mejores
hijos de la Iglesia, fieles al seguimiento de Jesucristo.
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