Meditación sobre los Pasajes
Bíblicos del Domingo CUARTO DOMINGO DE PASCUA A Hch 2,14a.36-41 1Pe 2,20-25 Jn 10,1-10 La
primera lectura (Hch
2,14a.36-41) es la conclusión del discurso de Pedro el día de Pentecostés, del
cual hemos escuchado ya una parte el domingo pasado, y que ahora en su parte
final se transforma casi en un diálogo con el auditorio. Pedro se dirige a
"toda la casa de Israel" e inicia con una solemne afirmación de fe
sobre Cristo glorificado, en la que otra vez se vuelve a presentar la oposición
entre la acción de Dios y la de los hombres: "Dios ha constituido Señor y
Mesías a este Jesús, a quien ustedes crucificaron" (v. 36; cf. Hch 2,23). Es
decir, Dios ha exaltado a Jesús dándole todo poder en el cielo y en la tierra y
concediendo la salvación a todos los hombres en su Nombre. Para Lucas, Jesús es
Señor y Mesías desde su nacimiento (cf. Lc 2,11; 4,18). La novedad pascual
consiste en el hecho de que Dios públicamente confirma el señorío y el
mesianismo de Jesús de Nazaret. A partir de la pascua las antiguas escrituras
que se referían al mesías han encontrado en Cristo Resucitado su plena
realización. "Estas palabras —comenta Lucas— les traspasaron el
corazón" (v. 37). La reacción del auditorio es significativa. No se trata
solamente de un sentimiento. A partir del sentido bíblico del
"corazón" hay que interpretarla como una verdadera toma de conciencia
de la propia responsabilidad y de la urgente decisión de cambiar desde lo más
íntimo. En la Biblia las decisiones se toman con el corazón. Delante de la
acción de Dios que ha resucitado a Jesús nadie puede permanecer neutral e
indiferente ya que la pascua de Cristo es el inicio y el fundamento de un mundo
nuevo. Por tanto, la reacción de los presentes —nacida desde "el
corazón"— llega a madurar en la decisión de adoptar un comportamiento
concreto, una forma de vida diversa. Por eso preguntan a Pedro y a los demás
apóstoles: "¿Qué tenemos que hacer hermanos?" (v. 37). Algunos
autores incluso piensan que este diálogo refleje algún tipo de rito practicado
por los catecúmenos durante la admisión al bautismo en la iglesia primitiva. La
respuesta de Pedro es una auténtica síntesis de las condiciones y de los
efectos del bautismo por el que se inicia el camino cristiano en la comunidad. Se
pueden identificar cuatro aspectos o momentos fundamentales, que podrían haber
correspondido a momentos fuertes de la celebración bautismal en la iglesia
primitiva y que, en todo caso, son un verdadero programa de conversión para los
cristianos de todos los tiempos: (a) La conversión (metanoia) es el primer
momento. Es la experiencia fundamental e indispensable que transforma toda la
perspectiva del creyente. Implica una ruptura con la forma antigua de vivir,
ligada al pecado y a la idolatría, y exige una nueva orientación de toda la
existencia según los valores del evangelio. (b) El bautismo en el nombre de
Jesús no es un simple rito de purificación simbólica, sino una verdadera
comunión con la vida y la fuerza del Señor Resucitado. Pablo la ha explicado
como experiencia personal de lo acontecido a Cristo en su muerte y su
resurrección (cf. Rom 6,4-5). (c) El perdón de los pecados es el primer efecto
del bautismo cristiano. Aunque supone la previa conversión de la persona, el
perdón de los pecados como ruptura con el hombre viejo no es un solamente fruto
de una decisión personal, ni una simple sanación psicológica o un cambio de
vida a nivel social, sino que es ante todo una acción gratuita y amorosa de
Dios que transforma radicalmente al hombre y cuyo signo externo es el
sacramento bautismal. (d) El don del Espíritu Santo es el sello y la garantía
de lo acontecido en el bautismo. En algunos casos Lucas lo pone en relación con
el gesto de "la imposición de las manos" (Hch 8,16; 9,17; 19,5-6),
que probablemente formaba parte del rito bautismal (cf. Hch 19,5-6). La
expresión "recibirán el don del Espíritu Santo" (v. 38) no se refiere
a algún don o carisma especial del Espíritu, sino al Espíritu mismo. El
creyente penetrado y animado por el Espíritu, que en la Biblia es siempre
asociado a la vida y a la fuerza divina, es una verdadera nueva criatura,
animada desde dentro por un principio divino vital que asegura la permanente
comunión con la novedad del Resucitado. Pedro
concluye afirmando que la promesa no se limita a los presentes, sino que se
extiende a los israelitas de todas las generaciones (v. 39: "para ustedes
y para sus hijos"). De esta historia cualitativamente nueva que se abre
con la resurrección, Israel no puede y no podrá nunca ser excluido. Pero el
horizonte es todavía más amplio cuando la perspectiva se vuelve universal:
"e incluso para todos los extranjeros a quienes llame el Señor nuestro
Dios" (v. 39). El verdadero Israel es constituido por todos aquellos que
acogiendo la Palabra y recibiendo el bautismo (cf. v. 41) han recibido el
perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo. La
segunda lectura (1 Pe 2,20-25),
que probablemente fue un antiguo himno cristiano, constituye otra rica
catequesis pascual que invita a una existencia cristiana a imagen de Cristo
paciente y glorioso. El autor de la carta hace referencia a los sufrimientos a
los que cotidianamente se ve sometido el creyente y lo exhorta a imitar a
Cristo que "sufrió por ustedes, dejándoles un ejemplo para que sigan sus
huellas" (v. 21). No es una invitación a la resignación ni una exaltación
del dolor, sino la presentación de una nueva perspectiva y de un nuevo sentido
para el sufrimiento inevitable, a la luz de la pasión de Cristo, presentado
como cordero pascual y siervo sufriente. Jesús nos ha enseñado el valor del
dolor salvador y solidario. Contemplando a Cristo insultado y maltratado, que
no devuelve las amenazas ni actúa con violencia, el mal sufrido no será ya una
simple maldición que hay que soportar. Si seguimos su camino de donación y de
amor, también nosotros podremos hacer de nuestra vida una existencia redentora
y pacífica, cercana y comprometida con los excluidos y sufrientes del mundo. El
evangelio (Jn 10,1-10) nos
introduce hoy en el rico tema bíblico del "pastor", imagen que evoca
al Dios del éxodo que acompaña a su pueblo, al Dios providente y cercano del
Salmo 23, al Mesías como verdadero pastor de su pueblo en contraposición con
los jefes corruputos de Israel, etc. El texto de Juan indudablemente se inspira
en esta rica tradición bíblica para presentar a Jesús como "el Buen
Pastor", o mejor como se lee en el texto griego original: "o poimén o
kalós", "el Pastor, el Bueno". Es decir, el único y verdadero
pastor. En efecto, el adjetivo kalós, "bueno", en griego indica la
cualidad de una cosa o de una persona que responde plenamente a su misión (cf.
Mc 4,20: "tierra buena"; Mt 7,17: "árbol bueno que da frutos buenos";
Jn 2,10: "vino bueno"; etc.). La construcción del texto joánico se
basa, como en otros casos, en tres momentos: "revelación — incomprensión
del auditorio de Jesús — nueva revelación". — La
primera revelación (vv. 1-5) presenta el contraste entre la figura del pastor y
la del ladrón, bandido o mercenario. No se dice quiénes son estas figuras
negativa (¿los jefes judíos?, ¿los fariseos?, ¿los falsos mesías?). Probablemente
sea una representación simbólica de todo aquel que se presente y actúe como enemigo
de las ovejas. Todo el texto está centrado en la figura del pastor que
"entra por la puerta al redil (griego: aulé) de las ovejas". Se trata
de una clara alusión a Jesús que se ha presentado en el patio (aulé) del Templo
de Jerusalén durante la fiesta de los Tabernáculos (Jn 7,14) como verdadero
pastor de Israel, siendo rechazado por los dirigentes judíos. El texto de Juan
subraya sobre todo la relación que se crea entre Jesús Pastor y las ovejas que
le pertenecen. Jesús "llama" a los suyos personalmente ("a cada
uno por su nombre") (v. 3). Llamar por el nombre en la Biblia equivale a
tomar posesión de alguien. Las ovejas son suyas y por eso "escuchan"
su voz (v. 3) y lo "siguen" (v. 4). El verbo "seguir"
expresa la docilidad, característica fundamental del discípulo frente a su
maestro (cf. 1,37.38.41; 8,12; 12,16; 21,19.22; etc.). El seguimiento de Cristo
es descrito como vocación y llamada de parte del pastor; y como escucha,
docilidad y adhesión de fe de parte del creyente. Jesús
Pastor "saca" a las ovejas del redil, espacio que evoca la
institución judía del Templo, y las "conduce fuera" (v. 3). Después
se pone "delante de ellas" (v. 4). La expresión recuerda Dt 1,30:
"Yahvéh vuestro Dios, que marcha delante de vosotros, combatirá por
vosotros" (cf. Dt 1,32-33; Num 10,33) y la exclamación del Sal 68,8:
"Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo!". Las ovejas
"conocen su voz" (v. 5) y lo siguen. No se dice hacia dónde conduce a
las ovejas, solamente que "va (poréuomai) delante de ellas" (v. 4). El
verbo "ir" (poréuoomai ) es el mismo que Juan utiliza para hablar del
retorno de Jesús al Padre (Jn 14,2.3.12.28; 16,7.28), por lo que se puede
interpretar la expresión en sentido escatológico. Jesús Pastor es el nuevo guía
del pueblo de Dios hacia la vida eterna, hacia la vida plena y verdadera. El
seguimiento de Jesús Pastor no es, por tanto, ni humillante ni
despersonalizador. Seguir a Jesús Pastor y Mesías es encontrar la vida. — La
segunda revelación (vv. 7-10) inicia después de la incomprensión del auditorio
(v. 6). Ahora Jesús utiliza otra imagen y afirma de sí mismo: "Yo soy la
puerta de las ovejas" (v. 7). Es decir, sólo Jesús es el ingreso hacia un
nuevo ambiente de vida y de libertad para las ovejas que le siguen. Es la
puerta para entrar en la vida y alcanzar la salvación. En el Antiguo Testamento
se mencionan a menudo las puertas del templo: "Abridme las puertas del
triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor, los
vencedores entrarán por ella" (Sal 118,19-20). Las puertas del templo o de
la ciudad designaban por metonimia (tropo literario por el que se designa a
través de una parte la totalidad) el conjunto de la ciudad o del templo (Sal
122,2: "ya están pisando nuestros pies tus puertas Jerusalén"; cf.
Sal 87,1-2; 118,21; etc.). Pasar por la puerta era entrar ya en el recinto. La
imagen de la puerta aplicada a Jesús indica no solamente que a través de él se
llega a la salvación y a la vida, sino que en él se encuentra la salvación. Es
decir, no es solamente la puerta, la vía de acceso, sino también el nuevo
recinto sagrado, el nuevo templo de Dios (cf. Jn 2,19.21: "Destruyan este
templo y en tres días yo lo levantaré de nuevo… el templo del que hablaba Jesús
era su propio cuerpo"). El es el templo definitivo y perfecto de Dios. "Todo
el que entre por mí estará a salvo" (v. 9), es decir, participará
plenamente de la vida de Dios y de la salvación definitiva. Además
"entrará y saldrá y encontrará pastos" (v. 9). "Entrar y
salir", es una forma semítica de indicar los dos polos extremos de la
existencia humana que es un "salir" del vientre materno y
"entrar" en el mundo, y un "salir" del mundo y
"entrar" en la vida verdadera. Los dos verbos indican la entera
existencia del creyente. Los "pastos" son símbolos de la plenitud de
la vida y de todos los bienes mesiánicos que el hombre alcanza en Cristo. El
texto concluye, en efecto, con una solemne afirmación que contrapone la obra de
Jesús a la figura del "ladrón": "Yo he venido para que tengan
vida y vida en plenitud" (v. 10). |