Solemnidad María Madre de Dios - Comentarios de Sabios y
Santos II: Preparemos con ellos la Acogida de
la Palabra de Dios proclamada durante la celebración eucarística del 1er día del
nuevo año (de precepto)
Comentario Teológico: P. Antonio Royo Marín, O.P. - María, Madre de Dios
Santos Padres: San Cirilo de Alejandría - Sobre la encarnación del Verbo
Aplicación: San Juan Pablo II - “Cuando se cumplió el tiempo” (Gal 4,4).
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Mamá
Directorio Homilético - Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Comentario Teológico: P. Antonio Royo Marín, O.P. - María, Madre de
Dios
Doctrina de fe
Vamos a exponer la doctrina dogmática de la maternidad divina de María en
una conclusión sencilla y clara, al alcance de todas las fortunas
intelectuales. Hela aquí:
La Santísima Virgen María es propia, real y verdaderamente Madre de Dios,
puesto que engendró según la carne al Verbo de Dios encarnado. (Dogma de fe
expresamente definido por la Iglesia.)
He aquí las pruebas:
a) LA SAGRADA ESCRITURA.
En la Sagrada Escritura no se emplea explícitamente la fórmula María Madre
de Dios, pero ello se deduce con toda certeza y evidencia de dos verdades
expresamente contenidas en la misma revelación, a saber: que María es la
Madre de Jesús, y que Jesús es Dios.
En efecto: la Sagrada Escritura nos dice repetidas veces que la Virgen María
es la Madre de Jesús (Mt 1,16; 2,11; Lc 2,37-48; Jn 2,1; Act 1,14, etc.).
Jesús es presentado como concebido (Lc 1,31) y nacido (Lc 2,7-12) de la
Virgen. Y que Jesús es Dios, lo dice expresamente San Juan en el prólogo de
su evangelio (Jn 1,1-14) Y consta por el expreso testimonio del mismo Cristo
(cf. Mt 26,63-64), confirmado por sus deslumbradores milagros, hechos en
nombre propio (cf. Lc 7,14; Jn 11,43, etc.), y por la prueba definitiva de
su propia resurrección (Mt 28,5-6, etc.), anunciada por El antes de su
muerte (Mt 17,22-23, etc.).
Ahora bien, del hecho de que María sea la Madre de Jesús y de que Jesús sea
Dios, ¿se sigue necesariamente que María sea propia, real y verdaderamente
Madre de Dios?
Lo negó terminantemente Nestorio, monje de Antioquía y más tarde patriarca
de Constantinopla (+ 451), al afirmar que en Cristo no solamente hay dos
naturalezas (como enseña la fe), sino también dos personas perfectamente
distintas: divina y humana (lo que es herético, como veremos en seguida). La
Virgen, según Nestorio, fue Madre de la persona humana de Cristo
(Cristotokos), pero no Madre de su persona divina (Theotokos). Luego no se
la debe llamar Madre de Dios, sino únicamente Madre de Cristo (en cuanto
persona humana).
La doctrina de Nestorio -dos personas en Cristo- fue expresamente condenada
por la Iglesia como herética. En Cristo -como veremos en seguida al exponer
la doctrina de la Iglesia- no hay más que una sola persona -la persona
divina del Verbo-, aunque haya en él dos naturalezas perfectamente
distintas: divina y humana. Y como María fue Madre de la persona de Jesús
-como todas las madres lo son de la persona de sus hijos- y Jesús es
personalmente el Hijo de Dios, el Verbo divino, síguese con toda lógica que
la Santísima Virgen es propia, real y verdaderamente Madre de Dios, puesto
que engendró según la carne al Verbo de Dios encarnado.
b) LA DOCTRINA DE LA IGLESIA.
La doctrina que hemos recogido en nuestra conclusión fue expresamente
definida por la Iglesia como dogma de fe, contra la herejía de Nestorio. Es
lástima que no podamos detenernos aquí en exponer la historia de las
controversias entre San Cirilo de Alejandría -el gran campeón de la
maternidad divina de María- y el heresiarca Nestorio, que ocasionaron la
reunión del concilio de Éfeso -celebrado el año 431, bajo el pontificado de
San Celestino I-, donde se condenó en bloque la doctrina de Nestorio y se
proclamó la personalidad única y divina de Cristo bajo las dos naturalezas,
y, por consiguiente, la maternidad divina de María. El pueblo cristiano de
Éfeso, que aguardaba fuera del templo el resultado de las deliberaciones de
los obispos reunidos en concilio, al enterarse de la proclamación de la
maternidad divina de María, prorrumpió en grandes vítores y aplausos y
acompañó a los obispos por las calles de la ciudad con antorchas encendidas
en medio de un entusiasmo indescriptible.
He aquí el texto principal de la carta segunda de San Cirilo a Nestorio, que
fue leída y aprobada en la sesión primera del concilio de Éfeso:
'No decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; ni
tampoco que se transmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo;
afirmamos, más bien, que el Verbo, habiendo unido consigo, según hipóstasis
o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo
inefable e incomprensible y fue llamado Hijo del hombre, no por sola
voluntad o por la sola asunción de la persona. Y aunque las naturalezas sean
diversas, juntándose en verdadera unión, hicieron un solo Cristo e Hijo; no
porque la diferencia de naturalezas fuese suprimida por la unión, sino
porque la divinidad y la humanidad, por misteriosa e inefable unión en una
sola persona, constituyeron un solo Jesucristo e Hijo.
Porque no nació primeramente un hombre cualquiera de la Virgen María, sobre
el cual descendiera después el Verbo, sino que, unido a la carne en el mismo
seno materno, se dice engendrado según la carne, en cuanto que vindicó para
si como propia la generación de su carne. Por eso (los Santos Padres) no
dudaron en llamar Madre de Dios a la Santísima Virgen' (D IIIª).
En el año 451, o sea veinte años más tarde del concilio de Éfeso, se celebró
bajo el pontificado de San León Magno el concilio de Calcedonia, donde se
condenó como herética la doctrina de Eutiques, que afirmaba -por error
extremo contrario al de Nestorio- que en Cristo no había más que una sola
naturaleza, la divina (monofisismo). El concilio definió solemnemente que en
Cristo hay dos naturalezas -divina y humana- en una sola persona o
hipóstasis: la persona divina del Verbo (cf. D 148).
Un siglo más tarde, el concilio II de Constantinopla (quinto de los
ecuménicos), celebrado el año 553 bajo el pontificado del papa Vigilio,
alabó e hizo suyos en fórmula dogmática los doce anatematismos de San Cirilo
contra la doctrina de Nestorio, considerándolos como parte de las actas del
concilio de Éfeso (cf. D 113-124 226-227). He aquí los principales
anatematismos de San Cirilo relativos a la cuestión que nos ocupa:
'Si alguno no confiesa que Dios es verdaderamente el Emmanuel y que por eso
la santa Virgen es Madre de Dios, pues dio a luz según la carne al Verbo de
Dios hecho carne, sea anaterna' (D 1 13).
'Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según
hipóstasis y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que es Dios y
hombre al mismo tiempo, sea anaterna' (D 114).
'Si alguno distribuye entre dos personas o hipóstasis las expresiones
contenidas en los escritos apostólicos o evangélicos, o dichas sobre Cristo
por los santos, o por el propio Cristo hablando de sí mismo; y unas las
acomoda al hombre, entendiéndolo aparte del Verbo de Dios, y otras, como
dignas de Dios, las atribuye al solo Verbo de Dios Padre, sea anatema' (D
116).
'Si alguno se atreve a decir que Cristo es hombre teóforo o portador de
Dios, y no, más bien, Dios verdadero, como Hijo único y natural, por cuanto
el Verbo se hizo carne y participó de modo semejante a nosotros en la carne
y en la sangre (Heb 2,14, sea anatema)' (D 117).
Son, pues, dogmas de fe expresamente definidos por la Iglesia que en Cristo
hay dos naturalezas -divina y humana-, pero una sola persona, la persona
divina del Verbo. Y como María fue Madre de la persona de Jesús, hay que
llamarla y es en realidad propia, real y verdaderamente Madre de Dios.
c) EXPLICACIÓN TEOLÓGICA.
Todo el quid de la cuestión está en este sencillo razonamiento. Las madres
son madres de la persona de sus hijos (compuesta de alma y cuerpo) aunque
ellas proporcionen únicamente la materia del cuerpo, al cual infunde Dios el
alma humana, convirtiéndola entonces en persona humana. Pero Cristo no es
persona humana, sino divina, aunque tenga una naturaleza humana desprovista
de personalidad humana, que fue sustituida por la personalidad divina del
Verbo en el mismísimo instante de la concepción de la carne de Jesús. Luego
María concibió realmente y dio a luz según la carne a la persona divina de
Cristo (única persona que hay en El), y, por consiguiente, es y debe ser
llamada con toda propiedad Madre de Dios. No importa que María no haya
concebido la naturaleza divina en cuanto tal (tampoco las demás madres
conciben el alma de sus hijos), ya que esa naturaleza divina subsiste en el
Verbo eternamente y es, por consiguiente, anterior a la existencia de María.
Pero María concibió una persona -como todas las demás madres-, y como esa
persona, Jesús, no era humana, sino divina, síguese lógicamente que María
concibió según la carne a la persona divina de Cristo y es, por
consiguiente, real y verdaderamente Madre de Dios.
Escuchemos a Santo Tomás exponiendo admirablemente esta doctrina.
'Como en el instante mismo de la concepción de, Cristo la naturaleza humana
se unió a la persona divina del Verbo, síguese que pueda decirse con toda
verdad que Dios es concebido y nacido de la Virgen. Se dice -en efecto- que
una mujer es madre de una persona porque ésta ha sido concebida y ha nacido
de ella. Luego se seguirá de aquí que la bienaventurada Virgen pueda decirse
verdaderamente Madre de Dios. Sólo se podría negar que la bienaventurada
Virgen sea Madre de Dios en estas dos hipótesis: o que la humanidad de
Cristo hubiese sido concebida y dada a luz antes de que se hubiera unido a
ella el Verbo de Dios (como afirmó el hereje Fotino), o que la humanidad de
Cristo no hubiese sido tomada por el Verbo de Dios en unidad de persona o
hipóstasis (como enseñó Nestorio). Pero ambas hipótesis son erróneas; luego
es herético negar que la bienaventurada Virgen sea Madre de Dios'.
Y al solucionar la objeción de que Cristo se llama y es Dios por su
naturaleza divina y ésta no comenzó a existir cuando se encarnó en María,
sino que ya existía desde toda la eternidad, y, por lo mismo, no debe
llamarse Madre de Dios a la Virgen, responde el Doctor Angélico
magistralmente:
'Se dice que la bienaventurada Virgen es Madre de Dios no porque sea madre
de la divinidad (o sea, de la naturaleza divina, que es eternamente anterior
a Ella), sino porque es Madre según la humanidad de una Persona que tiene
divinidad y humanidad'.
Aunque lo dicho hasta aquí es muy suficiente para dejar en claro la
maternidad divina de María, vamos a recoger -para mayor abundamiento- la
clarísima exposición de un mariólogo contemporáneo:
'Sabemos por la Sagrada Escritura y por la tradición que Jesús, el Hijo de
María, es el Unigénito Hijo de Dios. Tiene naturaleza humana, que recibió de
su Madre, y es, por consiguiente, hombre como nosotros. Pero no es persona
humana; es persona divina y hombre a la vez, que subsiste no sólo en la
naturaleza divina, que recibe por toda la eternidad de su Padre Eterno, sino
también en la naturaleza humana, que ha recibido, en el tiempo, de su Madre
humana. María, al engendrar a su Hijo, no engendró una. persona humana. Mas
el hecho de dar una naturaleza humana a la segunda persona de la Santísima
Trinidad nos dará derecho a decir que María engendró a la persona divina y
que es Madre de Dios.
Ya hemos visto que el objeto de la generación, el ser que es engendrado, no
es una parte del hijo, sino todo el ser que existe, completo en sí al
completarse la generación. Si el producto tiene naturaleza intelectual, como
es el caso en toda generación humana, entonces es una persona. De aquí que
la maternidad de una mujer se refiere siempre a la persona de su hijo; el
objeto de su maternidad, lo que ella engendra o concibe, es una persona.
La misma manera de hablar que empleamos aclara esta verdad: por ejemplo,
decimos que Santa Mónica fue madre de San Agustín. San Agustín es una
persona, y preguntamos: '¿Quién es su madre?', o '¿De quién es madre?' Quién
y de quién solamente se refieren a personas. Así, pues, vemos que nuestra
manera ordinaria de hablar acerca de una madre y su hijo indica que la
relación de madre a hijo es relación de persona a persona. Dicho de otro
modo: el ser concebido por una mujer es una persona.
Sin embargo, es verdad que una madre no es la causa del alma o de la
personalidad de su hijo sino en tanto en cuanto proporciona la materia, de
tal manera dispuesta que exija la creación del alma de su hijo
inmediatamente por Dios. Más: aunque la madre no sea la causa total de su
hijo, aun cuando lo que le de por su propia adecuada actividad no es el alma
ni la personalidad del hijo, sino la carne de su naturaleza humana, no
obstante es verdaderamente su madre, la madre de la persona de su hijo. Aun
cuando lo que ella da es sólo parte del hijo, ella es la madre del hijo
entero.
Si María hizo por Jesús tanto como cualquier madre humana hace por su hijo,
entonces María es tan madre de la persona de Jesús como cualquier mujer es
madre de su hijo. El hecho de que Jesús no tuviera padre humano no hace a
María menos madre. La diferencia esencial entre maternidad puramente humana
y maternidad divina no es que Maria hizo algo más o algo diferente en la
concepción de su Hijo. Es simplemente esto: que el Hijo de María es una
persona divina, mientras que el hijo de una mujer ordinaria es una persona
humana.
Sabemos que sólo Dios puede crear el alma de un niño y hacer al alma y al
cuerpo existir como una naturaleza humana completa en sí misma; en otras
palabras: sólo Dios hace a la naturaleza humana existir en la persona
humana. La personalidad es el término de la generación humana, como don de
Dios más bien que producida en virtud de dicha generación. De aquí que la
maternidad humana no queda lesionada ni comprometida si Dios crea al alma en
la carne proporcionada por la actividad materna, de tal manera que la
naturaleza humana resultante no exista completamente en sí como tal persona
humana, sino asumida por una persona divina. Si, en lugar de dar una
personalidad humana como término de la actividad materna, Dios da la persona
divina de su propio Hijo para ser envuelta en la carne de una mujer,
entonces, lejos de lesionar su maternidad, este acto de Dios eleva esa
maternidad a una 'dignidad casi infinita', porque tal madre lleva en su seno
al Hijo más perfecto que pudiera nacer.
La divina maternidad nos lleva directamente al corazón del misterio
cristiano: la insondable verdad de que Jesucristo es a la vez verdadero Dios
y verdadero hombre, en quien la naturaleza humana, recibida de su Madre
humana, y la naturaleza divina, recibida de su Padre Eterno, se unen en la
única persona del Hijo de Dios. Si Jesús no es verdadero hombre, María no
puede ser verdadera madre; si el Niño Jesús, nacido de María, no es persona
divina y Dios mismo, María no puede ser llamada Madre de Dios' (P. Gerald
Van Ackeren).
En resumen: la Santísima Virgen María es real y verdaderamente Madre de Dios
porque concibió en sus virginales entrañas y dio a luz a la persona de
Jesús, que no es persona humana, sino divina.
(Royo Marín, A., La Virgen María, BAC, Madrid, pp. 94-100)
Santos Padres: San Cirilo de Alejandría - Sobre la encarnación del
Verbo
La santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios
Profundo, grande y realmente admirable es el misterio de la religión,
ardientemente deseado incluso por los santos ángeles. Dice, en efecto, en
cierto pasaje uno de los discípulos del Salvador, refiriéndose a lo que los
santos profetas dijeron acerca de Cristo, Salvador de todos nosotros: Y
ahora se os anuncia por medio de predicadores que os han traído el evangelio
con la fuerza del Espíritu enviado desde el cielo. Son cosas que los ángeles
ansían penetrar. Y a la verdad, cuantos inteligentemente se asomaron a este
gran misterio de la religión, al encarnarse Cristo, daban gracias por
nosotros diciendo: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra, paz a los
hombres que Dios ama.
Pues aun siendo por su misma naturaleza verdadero Dios, Verbo que procede de
Dios Padre, consustancial y coeterno con el Padre, resplandeciente con la
excelencia de su propia dignidad, y de la misma condición del que lo había
engendrado, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó
de su rango, y tomó de santa María la condición de esclavo, pasando por uno
de tantos Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Y de este modo quiso
humillarse hasta el anonadamiento el que a todos enriquece con su plenitud.
Se anonadó por nosotros sin ser coaccionado por nadie, sino asumiendo
libremente la condición servil por nosotros, él que era libre por su propia
naturaleza. Se hizo uno de nosotros el que estaba por encima de toda
criatura; se revistió de mortalidad el que a todos vivifica. Él es el pan
vivo para la vida del mundo.
Con nosotros se sometió a la ley quien, como Dios, era superior a la ley y
legislador. Se hizo –insisto– como uno de los nacidos cuya vida tiene un
comienzo, el que existía anterior a todo tiempo y a todos los siglos; más
aún, él que es el Autor y Hacedor de los tiempos.
¿Cómo, entonces, se hizo igual a nosotros? Pues asumiendo un cuerpo en la
santísima Virgen: y no es un cuerpo inanimado, como han creído algunos
herejes, sino un cuerpo informado por un alma racional. De esta forma nació
hombre perfecto de una mujer, pero sin pecado. Nació verdaderamente, y no
sólo en apariencia o fantásticamente. Aunque, eso sí, sin renunciar a la
divinidad ni dejar de ser lo que siempre había sido, es y será: Dios. Y
precisamente por esto afirmamos que la santísima Virgen es Madre de Dios.
Pues como dice el bienaventurado Pablo: Un solo Dios, el Padre, de quien
procede el universo; y un solo Señor, Jesucristo, por quien existe el
universo. Lejos de nosotros dividir en dos hijos al único Dios y Salvador,
al Verbo de Dios humanado y encarnado.
(San Cirilo de Alejandría, Homilía 15 sobre la encarnación del Verbo 1-3: PG
77,1090-1091)
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Aplicación: San Juan Pablo II - “Cuando se cumplió el tiempo” (Gal
4,4).
Saludamos a esta nueva fase del tiempo humano, fijando la mirada en el
misterio que indica la plenitud del tiempo. Este misterio lo anunció el
Apóstol en la Carta a los Gálatas, con las palabras siguientes: “Cuando se
cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer” (Gal 4,4).
El tiempo humano del calendario no tiene una plenitud propia. Significa sólo
el hecho de pasar. Sólo Dios es plenitud, plenitud también del tiempo
humano. Esta se realiza en el momento en que Dios entra en el tiempo del
pasar terreno. ¡Año Nuevo: Te saludamos a la luz del misterio del nacimiento
divino! Este misterio hace que tú, tiempo humano, al pasar, seas partícipe
de lo que no pasa. De lo que tiene por medida la eternidad.
El Apóstol ha manifestado todo eso en su Carta de una forma quizá más
sintética y penetrante. “Envió Dios a su Hijo..., para que recibiéramos el
ser hijos por adopción” (Gal 4,4-5). Ésta es la primera dimensión del
misterio, que indica la plenitud del tiempo. Y después está la segunda
dimensión, unida orgánicamente a la primera: “Como sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones el espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá! (Padre)” (Gal
4,6).
Precisamente este “Abbá, Padre”, este grito del Hijo, que es consustancial
al Padre, esta invocación dictada por el Espíritu Santo a los corazones de
los hijos y de las hijas de esta tierra, es signo de la plenitud del tiempo.
El reino de Dios se manifiesta ya en este grito, en esta palabra “Abbá,
Padre”, pronunciada desde la profundo del corazón humano en virtud del
Espíritu de Cristo.
Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama:
“Abbá, Padre”. Los que puedan hablar así -los que tengan el mismo Padre-
¿acaso no son una sola familia?
El Creador nos ha levantado desde el “polvo de la tierra” hasta hacernos a
su imagen y semejanza”. Y permanece fiel a este “soplo” que marcó el
“comienzo” del hombre en el cosmos. Y cuando, en virtud del Espíritu de
Cristo, clamamos a Dios “Abbá, Padre”, entonces, en ese grito, en el umbral
del año nuevo, la Iglesia expresa por medio de nosotros también el deseo de
la paz en la tierra. Ella reza así: “El Señor se fija en ti -familia humana
de todos los continentes- y te conceda la paz” (cfr. Num 6,26).
“Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer”. Desde el comienzo de la
historia terrena del hombre, camina la mujer por la tierra. Su primer nombre
es Eva, madre de los vivientes. Su segundo nombre queda unido a la promesa
del Mesías en el Protoevangelio.
El segundo nombre, el de la Mujer eterna, atraviesa los caminos de la
historia espiritual del hombre y es revelado solamente en la plenitud del
tiempo. El nombre es “Myriam”, María de Nazaret. Desposada con un hombre
cuyo nombre era José, de la casa de David. María, ¡Esposa mística del
Espíritu Santo!
En efecto, su maternidad no proviene “ni de amor carnal ni de amor humano”
(cfr Jn 1,13) sino del Espíritu Santo. La maternidad de María es la
Maternidad divina, que celebramos durante toda la octava de Navidad, pero de
modo particular hoy, día 1 de enero. Vemos esta maternidad de María a través
del “Niño acostado en el pesebre” (Lc 2,16), en Belén, durante la visita de
los pastores: los primeros que fueron llamados a acercarse al misterio que
marca la plenitud del tiempo.
El Niño de pecho que está acostado en el pesebre había de recibir el nombre
de “Jesús”. Con este nombre lo llamó el Ángel en la Anunciación “antes de su
concepción” (Lc 2,21). Y con este nombre es llamado hoy, el octavo día
después del nacimiento, el día prescrito por la ley de Israel. Pues el Hijo
de Dios “ha nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la
ley”. Así escribe el Apóstol (cfr Gal 4,4-5).
Esa sumisión a la ley -herencia de la Antigua Alianza- debía abrir el camino
a la Redención por medio de la sangre de Cristo, abrir el camino a la
herencia de la Nueva Alianza. María está en el centro de estos
acontecimientos. Permanece en el corazón del misterio divino. Unida más de
cerca a esa plenitud del tiempo, que se une a su maternidad. Ella permanece
al mismo tiempo como el signo de todo lo que es humano.
¿Quién es signo de lo humano más que la mujer? En ella es concebido, y por
ella viene al mundo el hombre. Ella, la mujer, en todas las generaciones
humanas lleva en sí la memoria de cada hombre. Porque cada uno ha pasado por
su seno materno. Sí. La mujer es la memoria del mundo humano. Del tiempo
humano, que es tiempo de nacer y de morir. El tiempo del pasar.
Y María también es memoria. Escribe el Evangelista: “Y María conservaba
todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). Ella es la memoria
originaria de esos problemas que vive la familia humana en la plenitud de
los tiempos. Ella es la memoria de la Iglesia. Y la Iglesia asume por Ella
las primicias de lo que incesantemente conserva en su memoria y hace
presente. La Iglesia aprende de la Madre de Dios la memoria “de las grandes
obras de Dios” hechas en la historia del hombre. Sí. La Iglesia aprende de
María a ser Madre: “Mater Ecclesiae!”.
Ahora el día de su Maternidad, nos dirigimos a Ella, a la Madre de Dios,
para que “conserve y medite en su corazón” “todos los problemas” de estos
pueblos.
Dios mandó a su Hijo “nacido de mujer”. Mediante el nacimiento de Dios en la
tierra participamos en la plenitud del tiempo.
Y esta plenitud la lleva a cabo en nuestros corazones el Espíritu del Hijo,
que confirma en nosotros la certeza de la adopción como hijos. Y así, desde
la profundidad de esta certeza desde la profundidad de la humanidad renovada
con la “deificación”, como proclama y profesa la rica tradición de la
Iglesia Oriental, desde esta profundidad clamamos, bajo el ejemplo de
Cristo: “Abbá, Padre”. Y al clamar así, cada uno de nosotros se da cuenta de
que “ya no es esclavo sino hijo”. “Y si eres hijo, eres también heredero por
voluntad de Dios” (Gal 4,7).
¿Sabes tú, familia humana, lo sabes, hombre de todos los países y
continentes, de todas las lenguas naciones y razas..., sabes tú de esta
herencia? ¿Sabes que está en la base de la humanidad? ¿Y de la herencia de
la libertad filial?
¡Cristo Jesús! ¡Hijo del Eterno Padre, Hijo de la Mujer, Hijo de María, no
nos dejes a merced de nuestra debilidad y de nuestra soberbia!
¡Plenitud encarnada! ¡Permanece en el hombre, en cada una de las fases de su
tiempo terreno! ¡Sé Tú nuestro Pastor! ¡Sé nuestra paz!
(1 de Enero de 1988)
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Aplicación:
P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Mamá
Jesús confesó públicamente la Maternidad Divina cuando dijo su primera
palabra: ¡mamá!
Muchos años después la Iglesia definió esta verdad para ser creída y
confesada por toda la Iglesia, fue en el Concilio de Éfeso, del año 431,
siendo Papa San Celestino I (422-432): “Si alguno no confesare que el
Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, la Santísima
Virgen es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho
carne, sea anatema”.
Muchos Concilios repitieron y confirmaron esta doctrina:
Concilio de Calcedonia.
Concilio II de Constantinopla.
Concilio III de Constantinopla.
María da a luz a Cristo según la naturaleza humana, pero quien de ella nace,
es decir, el sujeto nacido, no es una naturaleza humana, sino el supuesto
divino que la sustenta, o sea, el Verbo.
De ahí que el Hijo de María es propiamente el Verbo que subsiste en la
naturaleza humana, María es verdadera Madre de Dios, puesto que el Verbo es
Dios.
“He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel”.
“Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús […] El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será
llamado Hijo de Dios”.
“Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer, nacido bajo la ley”.
“De los cuales (los israelitas) también procede Cristo según la carne, el
cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén”.
San Pablo nos dice en su carta a los Gálatas que “al llegar la plenitud de
los tiempos” determinado por Dios para la salvación del género humano, envió
Dios a su Hijo que nació en el tiempo de una mujer, como cualquier hombre,
para rescatar a los hombres de la esclavitud del pecado. Este hombre-Dios,
Jesucristo, nacido de María en Belén es el mediador, el pontífice perfecto
entre Dios y los hombres. Resalta San Pablo que el Hijo de Dios nació de una
mujer.
En el relato de la visita de los pastores a Belén dice el Evangelio que van
a buscar un niño recién nacido y envuelto en pañales, a quien acompañan su
mamá y su papá. Los pastores dan a conocer la Buena Nueva recibida de los
ángeles “os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el
Cristo Señor”. Ha nacido, ¿quién? Jesús (el Salvador), el Cristo, el Mesías,
el Ungido profetizado, que es Señor, es decir, Dios.
Jesús ha nacido de María pero no ha nacido como fruto de una concepción
corriente. Su concepción es obra del Espíritu Santo que unió la naturaleza
humana, un cuerpo y un alma racional, al Verbo de Dios en el mismo instante
que María pronunciaba su “hágase”. Su nacimiento también es milagroso, pues
María concibió y dio a luz permaneciendo virgen para que se cumpliese el
oráculo del profeta Isaías.
Y ¿a quién da a luz? A Jesús. Y ¿quién es Jesús? Jesús es el Hijo de Dios
hecho hombre. Luego, María dio a luz al Hijo de Dios, que es Dios como el
Padre y el Espíritu Santo. María es Madre de Dios porque dio a luz al Hijo
de Dios según su naturaleza humana. Le dio de su cuerpo y de su sangre a
aquel que no tenía cuerpo para que fuera nuestro Jesús, nuestro Salvador,
como lo llamó en la circuncisión.
María por ser Madre de Dios, que es el título más sublime y más importante
que posee, nos consiguió en la actual economía de la salvación el poder ser
hijos de Dios. Por eso San Pablo dice que el Hijo de Dios por haber nacido
de mujer nos rescató y nos hizo hijos adoptivos de Dios y herederos de la
gloria.
La maternidad divina de María es una maternidad gloriosa y sin dolor. María
da a luz la cabeza del Cristo total. La maternidad de María llega a su
perfección cuando da a luz el cuerpo místico de la Iglesia, los miembros del
Cristo total al pie de la cruz, maternidad de humillación y dolor, dándonos
a luz a nosotros y recibiéndonos por hijos en el apóstol Juan. Maternidad
divina y maternidad espiritual de los hombres se unen para que recibamos la
dignidad sublime de ser hijos de Dios.
Por eso con toda propiedad podemos decir que no tiene a Dios por Padre quien
no tiene a María por Madre. Si rechazamos su maternidad espiritual,
rechazamos su maternidad divina y si rechazamos su maternidad divina
rechazamos la divinidad de Jesús y si rechazamos la divinidad de Jesús
seguimos siendo esclavos y no hijos porque no hemos sido redimidos.
La maternidad divina de María honra a María pero también nos honra a
nosotros porque una representante de la naturaleza humana dio a luz a Aquel
que quiso asumir una naturaleza como la nuestra. Dios quiere nacer de una
mujer para vencer a aquel que había vencido por medio de una mujer. Jesús
con la cooperación de una mujer quiso darnos el remedio a la enfermedad que
Adán y Eva nos dieron en herencia. Vencieron junto a un árbol al demonio que
había vencido junto a un árbol a nuestros primeros padres. Herencia de
muerte que recibimos de un hombre y una mujer; herencia de vida que
recibimos de un Dios que es hijo de mujer y de una mujer que es Madre de
Dios.
Somos hijos de una mujer que es Madre de Dios y somos hijos de Dios por un
Dios que ha nacido de mujer.
“María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su
corazón”.
El corazón de María es un cofre que guarda los acontecimientos de la vida de
cada uno de sus hijos. No es extraño a María lo que nos sucede a cada uno de
nosotros como no fue extraño los sucesos de la vida de Jesús, aunque algunos
no entendió en su momento.
El Evangelio de la infancia narrado por Lucas ha tomado como fuente
principal los recuerdos que María guardaba en su corazón.
El corazón de María fue fiel al anuncio del ángel y luego se lleno de gozo
al contemplar el cumplimiento de lo anunciado. El corazón de María guardaba
las maravillas que se decían de su Hijo y también las profecías dolorosas.
El corazón de María guardaba también la vida pública del Señor, su
intercesión en Caná que adelantó la hora de su Hijo, su compañía sirviéndolo
y a los apóstoles, su pasión y muerte, su resurrección, su ascensión y el
envío del Paráclito prometido, el nacimiento de la Iglesia y su propagación.
Pero María desde la cruz conserva también los sucesos vitales de cada uno de
sus hijos porque “desde aquella hora” fue madre nuestra.
María conoce cuando obramos bien y se congratula con nosotros porque por
ella pasan las gracias que nos santifican. María cuando obramos mal ve
brillar una gota de sangre en su corazón traspasado y aunque no llora ni se
entristece porque está en el cielo, y ya lloró y sufrió todo con su Hijo
corredimiéndonos, intercede como ella sola lo puede hacer para que nos
volvamos a su Hijo.
Como ella sola puede interceder, porque es la Madre de Dios y esto le ha
valido el título de omnipotencia suplicante. María todo lo puede ante Jesús
y esto debe motivar en nosotros una confianza sin límites.
María nos ha traído a Jesús, nos ha traído la salvación y nos traerá todos
los medios necesarios para llegar a la salvación eterna. María nos trae en
su corazón como a Jesús y nos trae presentes en acto. María esta
intercediendo ante su Hijo para que yo escriba de ella ahora. María esta
moviendo vuestros corazones ahora para que entiendan cuanto los ama y cuanto
desea llevarlos a la salvación, a Jesús.
Por eso María debe hacerse cada día más cercana en nuestra vida. Debemos
tenerla presente a toda hora en nuestro corazón como ella nos tiene presente
a toda hora. Debemos vivir “en María”, “con María”, “por María” y “para
María”.
Madre de Dios, cercanísima, la más cercana a Dios porque lo dio a luz en
Belén y por tanto omnipotencia suplicante. Madre de los hombres,
cercanísima, la más cercana a los hombres porque nos dio a luz en el
Calvario.
María guarda a Jesús en su corazón como una joya preciosa y nos guarda a
nosotros como una joya preciosa también en su corazón. El corazón de María
es el lugar del encuentro íntimo entre sus hijos. María en su corazón nos
une a su Hijo y nos modela de acuerdo al modelo de hombre Cristo Jesús. Por
el corazón de María han pasado todos los santos y pasarán todos los que
serán santos, su corazón es el paso obligado de todos los predestinados.
“María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su
corazón” ¿Qué cosas? Tus problemas y los míos, tus ansiedades y las mías,
tus miedos, tus metas, tus deseos, tus dolores, tus soledades, tus amores,
tus esperanzas…todo… tu ser y tu poseer, porque nada le es extraño a la
Madre de sus hijos, y todo ese cúmulo de vicisitudes los quiere transformar
en amor a Jesús y en unión con El porque esto es el cielo, que se encuentra
en el corazón de María.
Dz. 113, Dz. 148, Dz. 218, 256, Dz. 290, Is 7, 14, Lc 1, 31.35, Ga 4, 4l Ro
9, 5, 4, 4l Lc 2, 15-20l l Lc 2, 11, Lc 1, 35, Lc 1, 38, Lc 1, 31, 7, 14, Mt
1, 25; 2, 1; Lc 2, 7, Lc 2, 21, Ga 4, 5, Cf. Gn 3, 15, Lc 2, 19; Cf. 2, 51,
Lc 2, 50, Lc 1, 1-4 ,Lc 1, 45, Lc 1, 31-34.68-75; 2, 17.29-32.46-48, Lc 2,
34-35; 49-50, Jn 2, 1-12, Jn 19, 27, V. D. nº 257-65, Lc 2, 7, Jn 19, 27
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Directorio Homilético - Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
CEC 464-469: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre
CEC 495, 2677: María es la Madre de Dios
CEC 1, 52, 270, 294, 422, 654, 1709, 2009: nuestra adopción como hijos de
Dios
CEC 527, 577-582: Jesús observa la Ley y la perfecciona
CEC 580, 1972: la Ley nueva nos libra da las restricciones de la Ley antigua
CEC 683, 689, 1695, 2766, 2777-2778: por medio del Espíritu Santo podemos
llamar a Dios
“Abba”
CEC 430-435, 2666-2668, 2812: el nombre de Jesús
III VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE
464 El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo
de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni
que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. El
se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios.
Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y
aclarar esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías
que la falseaban.
465 Las primeras herejías negaron menos la divinidad de Jesucristo que su
humanidad verdadera (docetismo gnóstico). Desde la época apostólica la fe
cristiana insistió en la verdadera encarnación del Hijo de Dios, "venido en
la carne" (cf. 1 Jn 4, 2-3; 2 Jn 7). Pero desde el siglo III, la Iglesia
tuvo que afirmar frente a Pablo de Samosata, en un concilio reunido en
Antioquía, que Jesucristo es hijo de Dios por naturaleza y no por adopción.
El primer concilio ecuménico de Nicea, en el año 325, confesó en su Credo
que el Hijo de Dios es "engendrado, no creado, de la misma substancia
['homoousios'] que el Padre" y condenó a Arrio que afirmaba que "el Hijo de
Dios salió de la nada" (DS 130) y que sería "de una substancia distinta de
la del Padre" (DS 126).
466 La herejía nestoriana veía en Cristo una persona humana junto a la
persona divina del Hijo de Dios. Frente a ella S. Cirilo de Alejandría y el
tercer concilio ecuménico reunido en Efeso, en el año 431, confesaron que
"el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional,
se hizo hombre" (DS 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la
persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su
concepción. Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María
llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del
Hijo de Dios en su seno: "Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya
tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene
el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la persona del Verbo,
de quien se dice que el Verbo nació según la carne" (DS 251).
467 Los monofisitas afirmaban que la naturaleza humana había dejado de
existir como tal en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de
Dios. Enfrentado a esta herejía, el cuarto concilio ecuménico, en
Calcedonia, confesó en el año 451:
Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que
confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la
divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente
hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según
la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, `en todo
semejante a nosotros, excepto en el pecado' (Hb 4, 15); nacido del Padre
antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra
salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de
Dios, según la humanidad. Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor,
Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin
separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por
su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las
naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona (DS
301-302).
468 Después del concilio de Calcedonia, algunos concibieron la naturaleza
humana de Cristo como una especie de sujeto personal. Contra éstos, el
quinto concilio ecuménico, en Constantinopla el año 553 confesó a propósito
de Cristo: "No hay más que una sola hipóstasis [o persona], que es nuestro
Señor Jesucristo, uno de la Trinidad" (DS 424). Por tanto, todo en la
humanidad de Jesucristo debe ser atribuído a su persona divina como a su
propio sujeto (cf. ya Cc. Efeso: DS 255), no solamente los milagros sino
también los sufrimientos (cf. DS 424) y la misma muerte: "El que ha sido
crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor
de la gloria y uno de la santísima Trinidad" (DS 432).
469 La Iglesia confiesa así que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y
verdadero hombre. El es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho
hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor:
"Id quod fuit remansit et quod non fuit assumpsit" ("Permaneció en lo que
era y asumió lo que no era"), canta la liturgia romana (LH, antífona de
laudes del primero de enero; cf. S. León Magno, serm. 21, 2-3). Y la
liturgia de S. Juan Crisóstomo proclama y canta: "Oh Hijo Unico y Verbo de
Dios, siendo inmortal te has dignado por nuestra salvación encarnarte en la
santa Madre de Dios, y siempre Virgen María, sin mutación te has hecho
hombre, y has sido crucificado. Oh Cristo Dios, que por tu muerte has
aplastado la muerte, que eres Uno de la Santa Trinidad, glorificado con el
Padre y el Santo Espíritu, sálvanos! (Tropario "O monoghenis").
La maternidad divina de María
495 Llamada en los Evangelios "la Madre de Jesús"(Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt
13, 55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre
de mi Señor" desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto,
aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se
ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo
eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia
confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios ["Theotokos"] (cf. DS
251).
(cortesía: iveargentina)