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Exégesis: Alois Stöger - La anunciación de Jesús (Lc 1, 26-38)
El relato de la anunciación de Jesús es una obra maestra en la forma, un
«Evangelio áureo» en el contenido. Tres veces habla el ángel, y tres veces
responde María. Tres veces se dice lo que Dios pretende hacer con María, y
tres veces se expresa su actitud ante la oferta de Dios. El ángel entra
donde está María (1,26-29). Anuncia el nacimiento del Mesías (1,30-34) y
revela la concepción virginal (1,35-38).
a) Llena de gracia (1,26-29)
26 En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado de parte de Dios a una
ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen, desposada con un hombre
llamado José, de la casa de David. El nombre de la virgen era María.
La anunciación de Jesús llama la atención hacia la anunciación de Juan. En
el sexto mes... Juan sirve a Jesús. La concepción de la estéril remite a la
concepción virginal de María. Aunque Jesús vendrá más tarde, es, sin
embargo, anterior a él (Jua 1:27).
El mensajero de la anunciación es una vez más Gabriel. Viene de la presencia
de Dios. Se inicia un movimiento del cielo a la Tierra. Gabriel fue enviado
por Dios. No se limita a aparecer, como en la anunciación de Juan, sino que
viene. Lo que ahora comienza es un venir de Dios a los hombres en la
encarnación.
En la anunciación de Juan termina la misión del ángel en el templo de Dios,
en el espacio sagrado, reservado, inaccesible. En la anunciación de Jesús
termina la misión del ángel en una ciudad de Galilea, en la «Galilea de los
gentiles» (Mat 4:15), en la parte de tierra santa que pasaba por ser no
santa, a la que parecía haber descuidado Dios, de la que «no había salido
ningún profeta» (Jua 7:52). En un principio no se menciona el nombre de la
ciudad, como si no quisiera venir a los labios. Finalmente sale a relucir el
nombre: Nazaret. La ciudad no tiene relieve alguno en la historia. La
Sagrada Escritura del Antiguo Testamento no mencionó nunca este nombre, la
historiografía de los judíos (Flavio Josefo) no tiene nada que referir sobre
esta ciudad. Un contemporáneo de Jesús dice: «¿Es que de Nazaret puede salir
algo bueno?» (Jua_1:46). Dios elige lo insignificante, lo bajo, lo
despreciado por los hombres. La ley de la encarnación reza así: «Jesús... se
despojó a sí mismo» (Flp 2:7). La historia de Juan comienza con el sacerdote
Zacarías y su esposa Isabel, que era de la estirpe de Aarón; la historia de
Jesús comienza con una muchacha, quizá de unos 12 ó 13 años. Estaba
desposada, como convenía a una joven de aquella edad. El prometido de María
se llamaba José. Todavía no la había llevado a su casa y todavía no había
comenzado la vida conyugal. La desposada era virgen. José era de la casa de
David. Dios lo dispuso todo de modo que el hijo de María fuera hijo de la
virgen, hijo legal de José, descendiente de la estirpe regia de David. Dios
lo dispone todo en su sabiduría.
El nombre de la virgen era María. Así se llamaba también la hermana de Aarón
(Exo 15:20). No sabemos lo que significa este nombre: ¿Señora? ¿Amada por
Yahveh?... Pero el nombre adquiere consagración y brillo tan luego resuena
por primera vez en la historia de la salud. La misión del ángel que está en
la presencia de Dios termina en María.
28 Y entrando el ángel a donde ella estaba, la saludó: ¡Alégrate, llena de
gracia! El señor está contigo, bendita tú eres entre las mujeres (…)
Para la anunciación de Juan aparece el ángel y está sencillamente ahí, en la
anunciación de Jesús entra el ángel donde está María y la saluda. El
nacimiento de Juan se anuncia en el santuario del templo, el nacimiento de
Jesús en la casa de la Virgen. En el Antiguo Testamento mora Dios en el
templo, en el Nuevo Testamento establece su morada entre los hombres. «La
Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jua 1:14).
El ángel saluda a María; a Zacarías no lo saludó. Saluda a esta muchacha de
Nazaret, aunque en Israel un hombre no saluda a una mujer. El saludo se
expresa con dos fórmulas. Cada una consta de saludo y de interpelación. La
primera es: «¡Alégrate, llena de gracia!» Los que hablan griego saludan así:
¡Alégrate! Los que hablan arameo saludan como saludó Jesús a sus discípulos
después de la resurrección: «¡Paz con vosotros!» (Jua 20:19.26). ¿Cuál es la
idea de Lucas cuando pone en boca del ángel este saludo: «Alégrate»?
En Lucas, la historia de la infancia (1-2) está llena de palabras y de
reminiscencias de la Biblia veterotestamentaria: es una pintura con colores
tomados del Antiguo Testamento. También Mateo emplea para su historia de la
infancia pruebas del Antiguo Testamento. Introduce los textos con fórmulas
solemnes, mientras que Lucas narra con textos tomados del Antiguo
Testamento. No indica sus fuentes, sino que nos deja a nosotros la
satisfacción de descubrirlas y nos invita a reconocer a la luz de la palabra
de Dios los hechos que él ha podido saber por la tradición.
Con esta exclamación: ¡Alégrate!, saluda el profeta Sofonías a la ciudad de
Jerusalén cuando contempla el futuro mesiánico. «¡Canta, hija de Sión! ¡Da
voces jubilosas, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo el corazón, hija de
Jerusalén!» (Sof 3:14). Análogamente Joel: «No temas, tierra, alégrate y
gózate, porque son muy grandes las cosas que hace Yahveh» (J12,21; cf. Zac
:9). «¡Alégrate!» era una fórmula fija, litúrgica y profética, que se
utilizaba a veces cuando el oráculo profético tenía un desenlace favorable.
Ahora saluda el ángel a María con esta fórmula mesiánica.
El ángel la llama llena de gracia. Los padres de Juan son irreprochables,
porque observan la ley de Dios; María goza de la complacencia de Dios porque
está colmada de su gracia. Dios le ha otorgado su favor, su benevolencia, su
gracia. Ella «ha hallado gracia ante Dios». En la interpelación profética,
con cuyas primeras palabras ha saludado el ángel a María, se desarrolla este
favor divino: «El Señor ha descartado a tus adversarios y ha rechazado a tus
enemigos; el Señor está en medio de ti. No verás más el infortunio... No
temas... El Señor, tu Dios, está en medio de ti como poderoso salvador. Se
goza en ti con transportes de alegría, te ama con delirio...» (Sof 3:15-17).
María es la ciudad en medio de la cual (en cuyo seno) habita Dios, el rey,
el poderoso salvador. Ella es el resto de Israel, al que Dios cumple sus
promesas, es el germen del nuevo pueblo de Dios, que tiene Dios en medio de
ella (cf. Mat 18:20; Mat 28:20). El segundo versículo de la salutación
comienza con las palabras: El Señor está contigo. Grandes figuras de la
historia sagrada habían oído estas mismas palabras, que habían de
sostenerlos y animarlos: Moisés, cuando en el desierto fue llamado por Dios
para ser guía y salvador de su pueblo. El ángel del Señor se le apareció en
una llama de fuego, que ardía de una zarza (Exo 3:2). Cuando se creía
incapaz de responder a su vocación, le dijo Dios: «Yo estaré contigo, y ésta
será la señal de que estoy contigo...» (Exo 3:12). Algo parecido sucedió al
juez Gedeón: «Apareciósele el ángel de Yahveh y le dijo: Yahveh está
contigo, valiente héroe... Gedeón le dijo: Si he hallado gracia a tus ojos,
dame una señal de que eres tú quien me habla» (Jue 6:12.15-17). Con este
saludo se sitúa María entre las grandes figuras de salvadores de la historia
sagrada. Dios le ha otorgado su gracia especial y su protección.
Al saludo sigue de nuevo la alocución: Bendita tú entre las mujeres. También
estas palabras son venerandas y están santificadas por una antigua tradición
bíblica. La heroína Jael, que aniquiló al enemigo de su pueblo, es elogiada
con estas mismas palabras: «Bendita Jael entre las mujeres» (Jue 5:24). A
Judit, que terminó con el opresor de su ciudad natal, dice el príncipe del
pueblo Ozías: «Bendita tú, hija, sobre todas las mujeres de la tierra por el
Señor, el Dios Altísimo... Hoy ha glorificado tu nombre, de modo que tus
alabanzas estarán siempre en la boca de cuantos tengan memoria del poder de
Dios» (Jdt 13:18s). María cuenta entre las grandes heroínas de su pueblo;
ella ha traído al Salvador que nos librará de todos los enemigos (cf. Luc
1:71).
29 Al oír estas palabras, ella se turbó, preguntándose qué querría
significar este saludo.
El saludo había terminado. María se turbó por la palabra del ángel. Zacarías
se turbó por la aparición del ángel, María se turba por su palabra. La
humilde muchacha se turba por la grandeza del saludo.
Se preguntaba qué podía significar aquel insólito saludo. Dado que oraba y
vivía entre los pensamientos de la Sagrada Escritura, tenía que surgir en
ella un barrunto de la grandeza que se le anunciaba con aquellas palabras.
b) Promesa llena de gracia (1,30-34)
30 Entonces el ángel le dijo: No temas, María; porque has hallado gracia
ante Dios. 31 Mira: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien
pondrás por nombre Jesús.
Moisés (Exo 3:11s) y Gedeón (Jue 6:15s) y Sión (Sof 3:16s) e Israel tenían
necesidad de ser alentados así: Dios quiere salvar. «No temas, pues yo estoy
contigo» (Isa 43:5). Todos ellos temían el encargo de Dios, porque se daban
cuenta de su flaqueza. No de otra manera María. La gracia de Dios la
asistirá. Por medio de María toma Dios la iniciativa de llevar a término la
historia de la salud. Has hallado gracia ante Dios. Dios es quien hace lo
grande precisamente en los pequeños. «Cuando me siento débil, entonces soy
fuerte» (2Co 12:10).
El poder de la gracia hará cosas asombrosas: Mira. El ángel anuncia para qué
ha elegido Dios a María. Las palabras de la anunciación evocan la profecía
con que el profeta Isaías anunció al Emmanuel («Dios con nosotros»): «Mira:
la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel»
(Isa 7:14; cf. Mat 1:23).
Las palabras de la anunciación que se referían a Juan, fueron dirigidas a
Zacarías y hacían referencia a la mujer. En la anunciación de Jesús se
dirige el ángel solamente a María: ésta concebirá, dará a luz e impondrá el
nombre. No se menciona ningún hombre, ni ningún padre. Se prepara el
misterio de la concepción virginal.
Tú concebirás en el seno. ¿Por qué decir esto? Tampoco la Sagrada Escritura
habla así. Sin embargo, el profeta Sofonías había dicho dos veces: El Señor
en medio de ti. Esto se realizará de una manera nunca oída. Dios morará en
el interior, en el seno de la virgen. Estará con ella (Emmanuel). María será
el nuevo templo, la nueva ciudad santa, el pueblo de Dios, en medio del cual
mora él.
El niño ha de llamarse Jesús. Dios fija este nombre, María lo impondrá. No
se da explicación del nombre, como tampoco se explicó el nombre de Juan.
Todo lo que se dice de ellos explica sus nombres. Dios quiere ser salvador
por medio de Jesús: «El Señor, tu Dios, está en medio de ti como poderoso
salvador» (Sof 3:17).
32 Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le
dará el trono de David, su padre, 33 reinará por los siglos en la casa de
Jacob y su reinado no tendrá fin.
Juan será agrande a los ojos del Señor». Jesús es grande sin restricción y
sin medida. Será llamado y será Hijo del Altísimo. El nombre reproduce el
ser. El Altísimo es Dios. El poder del Altísimo envolverá a María en su
sombra, por esto, su hijo se llamará Hijo de Dios.
En el niño que se anuncia se cumple la profecía que el profeta Natán hizo al
rey David de parte de Dios, y que como estrella luminosa acompañó a Israel
en su historia: «Cuando se cumplan tus días y te duermas con tus padres,
suscitaré a tu linaje, después de ti, el que saldrá de tus entrañas, y
afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo estableceré su trono
para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo...
Permanente será tu casa y tu reino para siempre ante mi rostro, y tu trono
estable por la eternidad» (2Sa 7:12-16). Jesús será soberano de la casa de
David y a la vez Hijo de Dios. Su reinado permanecerá para siempre.
Reinará por los siglos en la casa de Jacob. En él se cumplirá lo que se dijo
del siervo de Yahveh: «Poco es para mí que seas tú mi siervo para
restablecer las tribus de Jacob y reconducir a los supervivientes de Israel.
Yo haré de ti luz de las naciones para llevar mi salvación hasta los
confines de la tierra» (Isa 49:6). Jesús reunirá al pueblo de Dios, e
incluso los gentiles; se le incorporarán. Fundará un reino que abarque el
mundo, los pueblos y los tiempos.
34 Pero María preguntó al ángel: ¿Cómo va a ser esto, puesto que yo no
conozco varón?
La respuesta al mensaje de Dios es una pregunta. Zacarías pregunta (Isa
1:18), y también María. Zacarías pregunta por un signo que le convenza de la
verdad del mensaje; María cree en el mensaje sin preguntar por un signo.
Zacarías creerá cuando vea resuelta su pregunta; María cree y sólo después
busca solución a la pregunta que se le ofrece. La pregunta de María hace
caer en la cuenta de la imposibilidad humana de conciliar maternidad y
virginidad. María ha de ser madre, como lo ha comprendido por el mensaje del
ángel: Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo. Pero al mismo tiempo es
virgen: No conozco varón, no tengo relaciones conyugales. La pregunta de
María sirve a la vez también de introducción a la explicación divina que ha
de hallar este misterio (Isa 1:35). (…)
c) Concepción por gracia (Isa 1:35-38)
35 Y el ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del
Altísimo te envolverá en su sombra; por eso, el que nacerá será santo, será
llamado Hijo de Dios.
La acción de Dios es increíblemente nueva. Hasta aquí se trataba de personas
ancianas y estériles, a las que se otorgó de manera maravillosa lo que la
naturaleza sola no había sido capaz de lograr. Ahora se trata de una virgen
que ha de ser madre sin ninguna cooperación humana. Jesús ha de recibir la
vida «no de sangre (de varón y de mujer) ni de voluntad humana (de los
instintos), ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Jua 1:13),1 de la
virgen. En esta concepción y en esta acción de Dios se supera todo lo que
hasta ahora había sucedido a los grandes de la historia sagrada: a Isaac,
Sansón, Samuel, Juan Bautista. ¿Quién es Jesús?
El Espíritu Santo vendrá sobre ti. Fuerza divina, no fuerza humana, será la
que active el seno materno de María. El Espíritu Santo es una fuerza que
vivifica y ordena. «La tierra estaba confusa y vacía..., pero el espíritu de
Dios se cernía sobre la superficie de las aguas» (Gen 1:2). «Si mandas tu
hálito (tu espíritu) son creados (los vivientes)» (Sal 104:30). El milagro
de la concepción virginal y sin padre, de Cristo, es la suprema revelación
de la libertad creadora de Dios. Un nuevo patriarca surge por la libre
acción creadora de Dios, pero con la cooperación de la vieja humanidad, por
María. Jesús es Hijo de Dios como ningún otro (Sal 3:38).
El poder del Altísimo te envolverá en su sombra. La nube que oculta al sol,
envuelve en sombras y es a la vez signo de fertilidad, porque encierra en sí
la lluvia. Del tabernáculo en que se manifestaba Dios en el Antiguo
Testamento se dice: «La nube cubrió el tabernáculo, y la gloria de Yahveh
llenó la morada» (Exo 40:34). Cuando fue consagrado el templo en tiempos de
Salomón, una nube lo envolvió: «Los sacerdotes no podían oficiar por causa
de la nube, pues la gloria de Dios llenaba la casa» (1Re 8:11). La gloria de
Dios es luz radiante y virtud activa. Dios no está inactivo en el templo,
sino que mora en él desplegando su acción. La gloria de Dios, que es fuerza,
llena a María y causa en ella la vida de Jesús. En Jesús se manifiesta la
gloria de Dios mediante la encarnación que se produce de María. María es el
nuevo templo, en el que Dios se manifiesta a su pueblo en Jesús, María es el
tabernáculo de la manifestación en el que habita el Mesías, el signo de la
presencia de Dios entre los hombres.
La concepción virginal por el espíritu y la virtud del Altísimo indica que
Jesús, el que nacerá, será santo, Hijo de Dios. A Jesús se le llama santo
(Hec 2:27), es el Santo de Dios (Hec 4:34). Jesús, en cuanto concebido y
dado a luz gracias al Espíritu, es desde el principio, desde su misma
concepción, poseedor del Espíritu. Juan poseyó el Espíritu desde el seno
materno, los profetas y los «espirituales» son penetrados del Espíritu
durante algún tiempo. Jesús supera a todos los portadores de Espíritu. Por
el hecho de poseer el Espíritu desde el principio, puede también comunicar
el Espíritu (Hec 24:49; Hec 2:33).
Jesús es llamado Hijo de Dios, y lo es. Por haber nacido gracias a la virtud
del Altísimo, por eso es Hijo del Altísimo (Hec 1:32; Hec 8:28), Hijo de
Dios. No es hijo de Dios como Adán es también hijo de Dios (Hec 3:38)
mediante creación por Dios, sino por generación, no como los que aman, que
reciben como gran recompensa ser hijos del Altísimo (Hec 6:35), sino desde
el principio, desde la concepción.
36 Y ahí está tu parienta Isabel: también ella, en su vejez, ha concebido un
hijo; ya está en el sexto mes la que llamaban estéril, 37 porque no hay nada
imposible para Dios.
María, contrariamente a Zacarías, no pidió ningún signo que acreditara su
mensaje, todavía más difícil de creer, sino que creyó sin signo alguno; pero
Dios le otorgó un signo. Dios no exige una fe ciega. Apoya con un signo la
buena voluntad de creer.
Dios da un signo que se acomoda a María. En aquel momento nada podía
afectarle tanto, para nada tenía tanta comprensión como para la maternidad.
También ha concebido Isabel, que era tenida por estéril. Éste es el sexto
mes. Los signos de la maternidad son manifiestos, son signos de la
maravillosa intervención divina.
No hay nada imposible para Dios (literalmente: «La palabra de Dios nunca
carece de fuerza»). Lo que dice el ángel a María, lo dijo ya Dios a Abraham:
«¿Por qué se ha reído Sara, diciéndose: De veras voy a parir, siendo tan
vieja? ¿Hay algo imposible para Yahveh?» (Gen 18:13s). La palabra de Dios
está cargada de fuerza, es eficaz. La fe de María se ve apoyada por el hecho
salvífico efectuado en Isabel, por el testimonio de la Escritura acerca de
Abraham. La entera historia de la salvación y la vida de la Iglesia es
signo.
Desde Abraham e Isaac, pasando por Isabel y Juan, se extiende un arco que
llega a María y Jesús. La fuerza que sostiene la historia de la salud y la
acción salvadora de Dios, que comenzó en Abraham, alcanzó en Juan su cumbre
veterotestamentaria y halló su consumación en Jesús, es siempre la palabra
de Dios, que nunca carece de fuerza. Abraham recibe de Sara un hijo porque
ha hallado gracia a los ojos de Dios (Gen 18:3). María recibe su hijo porque
ha hallado gracia (Gen 1:30). María se reconoce hija de Abraham en la fe y
en la gracia; en su hijo se cumplen todas las promesas, que se habían hecho
a Abraham y a su descendencia (Gal 3:16).
María está emparentada con Isabel. Así también María debe descender de la
tribu de Leví y estar emparentada con el sumo sacerdote Aarón. Jesús
pertenece a la tribu de Leví por su descendencia de María, y por su posición
jurídica es tenido por hijo de José y, por consiguiente, por descendiente de
David (y de Judá). En los tiempos de Jesús estaba viva la esperanza de que
vendrían dos Mesías: uno de la tribu de Leví, que sería sacerdote, y otro de
la tribu de Judá, que sería rey.2 Sin embargo, el plan de Dios era que Jesús
reuniera en su persona la dignidad sacerdotal y la regia. ¿Hasta qué punto
pensaba Lucas en esto? En todo caso su imagen de Cristo tiene más rasgos
sacerdotales que regios, su Cristo es salvador de los pobres, de los
pecadores, de los afligidos...
38a Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra.
El mensaje de Dios ha sido transmitido, la reflexión de María ha cesado, el
signo se ha ofrecido; ahora se aguarda la respuesta. Dios suscita anhelos,
atrae, solicita, elimina resistencias, persuade, pero no fuerza nunca. María
ha de dar su consentimiento con libre decisión.
Por el mensaje comprendió María la voluntad de Dios. Esta voluntad la cumple
como esclava del Señor. La voluntad de Dios lo es para ella todo. La
historia de la salvación comienza con el acto de obediencia de Abraham. El
Señor le dijo: «Sal de tu tierra... para la tierra que yo te indicaré. Yo te
haré un gran pueblo... Fuese Abraham conforme le había dicho Yahveh» (Gen
12:1-4). Según una tradición judía, dijo Dios a Abraham: «¡Abraham!». Y
Abraham dijo: «Aquí está tu siervo». Desde el principio hasta el fin, los
preceptos de Dios exigen obediencia. Cristo entró en el mundo con un acto de
obediencia (Heb 10:5-7), y con un acto de obediencia salió de él (Flp 2:8).
El hombre sólo puede lograr la salvación si obedece: «No todo el que me
dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple
la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mat 7:21).
En la frase de María no hay ningún «yo». Dios lo es todo para María. El
término y la consumación del tiempo de la salud bajo la soberanía de su Hijo
tendrá lugar cuando Cristo, al que el padre lo ha sometido todo, lo someta
todo a aquel que todo se lo ha sometido, de modo que «Dios lo sea todo en
todos» (1Co 15:28).
38b Y el ángel se retiró de su presencia.
Las palabras se retiró enlazan los dos cuadros de las anunciaciones; en
efecto, también de Zacarías se dice que se retiró a su casa (1Ma 1:23).
Ambos cuadros tienen una estructura común, ambos invitan a la comparación
por su semejanza y sus diferencias. En el comentario se ha procurado
penetrar en ellas. De estas consideraciones resuena siempre una cosa: Jesús
es el mayor.
Una vez que María expresó su obediencia, quedó terminada la misión del
ángel. No se dice cómo se verificó la concepción. Ante lo más grande se
recomienda el silencio. Lo que no expresó Lucas, lo formuló Juan en estas
palabras: «Y la Palabra se hizo carne» (Jua 1:14).
(STÖGER, ALOIS, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder)
(1) Según una antigua lectura reza así (Jn 01,13): «A todos los que lo
recibieron, a todos los que creen en el nombre de aquel que no de sangre...
sino de Dios nacieron, les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios.» A
pesar de los buenos testigos, esta lectura no parece ser genuina; en efecto,
siendo la más fácil, no se explica cómo, a pesar de su alto valor
apologético, no se ha impuesto frente a la otra lectura. Aun cuando el
Evangelio de san Juan no se puede aducir como testimonio explícito del
nacimiento virginal de Jesús, sin embargo, la complicada formulación de Jua
1:13 muestra que la filiación divina de los fieles por gracia tiene su
modelo en el nacimiento virginal de Jesús.
(2) La asociación de realeza y sacerdocio en una persona pertenece a los
tiempos más antiguos. Se esperó también para el futuro. Según Exo 19:6, es
Israel un «reino de sacerdotes y un pueblo santo». El profeta Zacarías
recibe el encargo de coronar al sumo sacerdote Josué (Zac 6:5-14). La
coronación del sumo sacerdote significa que se le confía el poder civil. En
la época de los Macabeos se realiza esta asociación: «Los judíos y
sacerdotes resolvieron instituir a Simón por príncipe y sumo sacerdote para
siempre, mientras no aparezca un profeta digno de fe» (1Ma 14:41). Por
influjo macabeo se halla esta asociación, ante todo, en el Testamento de los
doce Patriarcas. En el judaísmo tardío distinguieron además, los textos de
Qumrán y el documento de Damasco, entre un Mesías sacerdotal y un Mesías
regio, un Mesías de la tribu de Leví y otro de la tribu de Judá, estando el
Mesías regio subordinado al Mesías sacerdotal.
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Comentario Teológico: Beato Juan Pablo II - María, la "llena de gracia"
1. En el relato de la Anunciación, la primera palabra del saludo del ángel
?Alégrate? constituye una invitación a la alegría que remite a los oráculos
del Antiguo Testamento dirigidos a la hija de Sión. Lo hemos puesto de
relieve en la catequesis anterior, explicando también los motivos en los que
se funda esa invitación: la presencia de Dios en medio de su pueblo, la
venida del rey mesiánico y la fecundidad materna. Estos motivos encuentran
en María su pleno cumplimiento.
El ángel Gabriel, dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, después del saludo
"alégrate", la llama "llena de gracia". Esas palabras del texto griego:
"alégrate" y "llena de gracia", tienen entre sí una profunda conexión: María
es invitada a alegrarse sobre todo porque Dios la ama y la ha colmado de
gracia con vistas a la maternidad divina.
La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan que la gracia es
la fuente de alegría y que la verdadera alegría viene de Dios. En María,
como en los cristianos, el don divino es causa de un profundo gozo.
2. "Llena de gracia": esta palabra dirigida a María se presenta como una
calificación propia de la mujer destinada a convertirse en la madre de
Jesús. Lo recuerda oportunamente la constitución Lumen gentium, cuando
afirma: "La Virgen de Nazaret es saludada por el ángel de la Anunciación,
por encargo de Dios, como 'llena de gracia' " (n. 56).
El hecho de que el mensajero celestial la llame así confiere al saludo
angélico un valor más alto: es manifestación del misterioso plan salvífico
de Dios con relación a María. Como escribí en la encíclica Redemptoris
Mater: "La plenitud de gracia indica la dádiva sobrenatural, de la que se
beneficia María porque ha sido elegida y destinada a ser Madre de Cristo"
(n. 9).
Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de Dios. En efecto,
el ángel, según la narración del evangelista san Lucas, lo usa incluso antes
de pronunciar el nombre de María, poniendo así de relieve el aspecto
principal que el Señor ve en la personalidad de la Virgen de Nazaret.
La expresión "llena de gracia" traduce la palabra griega "kexaritomene", la
cual es un participio pasivo. Así pues, para expresar con más exactitud el
matiz del término griego, no se debería decir simplemente llena de gracia,
sino "hecha llena de gracia" o "colmada de gracia", lo cual indicaría
claramente que se trata de un don hecho por Dios a la Virgen. El término, en
la forma de participio perfecto, expresa la imagen de una gracia perfecta y
duradera que implica plenitud. El mismo verbo, en el significado de "colmar
de gracia", es usado en la carta a los Efesios para indicar la abundancia de
gracia que nos concede el Padre en su Hijo amado (cf. Ef 1, 6). María la
recibe como primicia de la Redención (cf. Redemptoris Mater, 10).
3. En el caso de la Virgen, la acción de Dios resulta ciertamente
sorprendente. María no posee ningún título humano para recibir el anuncio de
la venida del Mesías. Ella no es el sumo sacerdote, representante oficial de
la religión judía, y ni siquiera un hombre, sino una joven sin influjo en la
sociedad de su tiempo. Además, es originaria de Nazaret, aldea que nunca
cita el Antiguo Testamento y que no debía gozar de buena fama, como lo dan a
entender las palabras de Natanael que refiere el evangelio de san Juan: "¿De
Nazaret puede salir algo bueno?" (Jn 1, 46).
El carácter extraordinario y gratuito de la intervención de Dios resulta aún
más evidente si se compara con el texto del evangelio de san Lucas que
refiere el episodio de Zacarías. Ese pasaje pone de relieve la condición
sacerdotal de Zacarías, así como la ejemplaridad de vida, que hace de él y
de su mujer Isabel modelos de los justos del Antiguo Testamento: "Caminaban
sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor" (Lc 1, 6).
En cambio, ni siquiera se alude al origen de María. En efecto, la expresión
"de la casa de David" (Lc 1, 27) se refiere sólo a José. No se dice nada de
la conducta de María. Con esa elección literaria, san Lucas destaca que en
ella todo deriva de una gracia soberana. Cuanto le ha sido concedido no
proviene de ningún título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita
predilección divina.
4. Al actuar así, el evangelista ciertamente no desea poner en duda el
excelso valor personal de la Virgen santa. Más bien, quiere presentar a
María como puro fruto de la benevolencia de Dios, quien tomó de tal manera
posesión de ella, que la hizo, como dice el ángel, llena de gracia.
Precisamente la abundancia de gracia funda la riqueza espiritual oculta en
María.
En el Antiguo Testamento, Yahveh manifiesta la sobreabundancia de su amor de
muchas maneras y en numerosas circunstancias. En María, en los albores del
Nuevo Testamento, la gratuidad de la misericordia divina alcanza su grado
supremo. En ella la predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en
particular a los humildes y a los pobres, llega a su culmen.
La Iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experiencia de los
santos, exhorta a los creyentes a dirigir su mirada hacia la Madre del
Redentor y a sentirse como ella amados por Dios. Los invita a imitar su
humildad y su pobreza, para que, siguiendo su ejemplo y gracias a su
intercesión, puedan perseverar en la gracia divina que santifica y
transforma los corazones.
La santidad perfecta de María
1. En María, llena de gracia, la Iglesia ha reconocido a la "toda santa,
libre de toda mancha de pecado, (...) enriquecida desde el primer instante
de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular" (Lumen
gentium, 56).
Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexión doctrinal, que
llevó a la proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción.
El término "hecha llena de gracia" que el ángel aplica a María en la
Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedido a la joven de
Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pero indica más directamente
el efecto de la gracia divina en María, pues fue colmada, de forma íntima y
estable, por la gracia divina y, por tanto, santificada. El calificativo
"llena de gracia" tiene un significado densísimo, que el Espíritu Santo ha
impulsado siempre a la Iglesia a profundizar.
2. En la catequesis anterior puse de relieve que en el saludo del ángel la
expresión llena de gracia equivale prácticamente a un nombre: es el nombre
de María a los ojos de Dios. Según la costumbre semítica, el nombre expresa
la realidad de las personas y de las cosas a que se refiere. Por
consiguiente, el título llena de gracia manifiesta la dimensión más profunda
de la personalidad de la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de
gracia y era objeto del favor divino, que podía ser definida por esta
predilección especial.
El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres de la Iglesia
cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al mismo tiempo que era
"una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo" (Lumen gentium,
56).
La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que lleva a cabo
la santidad personal, realizó en María la nueva creación, haciéndola
plenamente conforme al proyecto de Dios.
3. Así, la reflexión doctrinal ha podido atribuir a María una perfección de
santidad que, para ser completa, debía abarcar necesariamente el origen de
su vida.
A esta pureza original parece que se refería un obispo de Palestina, que
vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos de Livias. Presentando a María
como "santa y toda hermosa", "pura y sin mancha", alude a su nacimiento con
estas palabras: "Nace como los querubines la que está formada por una
arcilla pura e inmaculada" (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6).
Esta última expresión, recordando la creación del primer hombre, formado por
una arcilla no manchada por el pecado, atribuye al nacimiento de María las
mismas características: también el origen de la Virgen fue puro e
inmaculado, es decir, sin ningún pecado. Además, la comparación con los
querubines reafirma la excelencia de la santidad que caracterizó la vida de
María ya desde el inicio de su existencia.
La afirmación de Theoteknos marca una etapa significativa de la reflexión
teológica sobre el misterio de la Madre del Señor. Los Padres griegos y
orientales habían admitido una purificación realizada por la gracia en María
tanto antes de la Encarnación (san Gregorio Nacianceno, Oratio 38, 16) como
en el momento mismo de la Encarnación (san Efrén, Javeriano de Gabala y
Santiago de Sarug). Theoteknos de Livias parece exigir para María una pureza
absoluta ya desde el inicio de su vida. En efecto, la mujer que estaba
destinada a convertirse en Madre del Salvador no podía menos de tener un
origen perfectamente santo, sin mancha alguna.
4. En el siglo VIII, Andrés de Creta es el primer teólogo que ve en el
nacimiento de María una nueva creación. Argumenta así: "Hoy la humanidad, en
todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe su antigua belleza. Las
vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y el atractivo de la
naturaleza humana; pero cuando nace la Madre del Hermoso por excelencia,
esta naturaleza recupera, en su persona, sus antiguos privilegios, y es
formada según un modelo perfecto y realmente digno de Dios. (...) Hoy
comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, que sufre
una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda
creación" (Sermón I, sobre el nacimiento de María).
Más adelante, usando la imagen de la arcilla primitiva, afirma: "El cuerpo
de la Virgen es una tierra que Dios ha trabajado, las primicias de la masa
adamítica divinizada en Cristo, la imagen realmente semejante a la belleza
primitiva, la arcilla modelada por las manos del Artista divino" (Sermón I,
sobre la dormición de María).
La Concepción pura e inmaculada de María aparece así como el inicio de la
nueva creación. Se trata de un privilegio personal concedido a la mujer
elegida para ser la Madre de Cristo, que inaugura el tiempo de la gracia
abundante, querido por Dios para la humanidad entera.
Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por san Germán de
Constantinopla y por san Juan Damasceno, ilumina el valor de la santidad
original de María, presentada como el inicio de la redención del mundo.
De este modo, la reflexión eclesial ha recibido y explicitado el sentido
auténtico del título llena de gracia, que el ángel atribuye a la Virgen
santa. María está llena de gracia santificante, y lo está desde el primer
momento de su existencia. Esta gracia, según la carta a los Efesios (Ef 1,
6), es otorgada en Cristo a todos los creyentes. La santidad original de
María constituye el modelo insuperable del don y de la difusión de la gracia
de Cristo en el mundo.
La Inmaculada Concepción
1. En la reflexión doctrinal de la Iglesia de Oriente, la expresión llena de
gracia, como hemos visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya
desde el siglo VI, en el sentido de una santidad singular que reina en María
durante toda su existencia. Ella inaugura así la nueva creación.
Además del relato lucano de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han
considerado el así llamado Protoevangelio (Gn 3, 15) como una fuente
escriturística de la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ese texto,
a partir de la antigua versión latina: "Ella te aplastará la cabeza", ha
inspirado muchas representaciones de la Inmaculada que aplasta a la
serpiente bajo sus pies.
Ya hemos recordado con anterioridad que esta traducción no corresponde al
texto hebraico, en el que quien pisa la cabeza de la serpiente no es la
mujer, sino su linaje, su descendiente. Ese texto, por consiguiente, no
atribuye a María, sino a su Hijo la victoria sobre Satanás. Sin embargo,
dado que la concepción bíblica establece una profunda solidaridad entre el
progenitor y la descendencia, es coherente con el sentido original del
pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la serpiente, no por
virtud propia sino de la gracia del Hijo.
2. En el mismo texto bíblico, además, se proclama la enemistad entre la
mujer y su linaje, por una parte, y la serpiente y su descendencia, por
otra. Se trata de una hostilidad expresamente establecida por Dios, que
cobra un relieve singular si consideramos la cuestión de la santidad
personal de la Virgen. Para ser la enemiga irreconciliable de la serpiente y
de su linaje, María debía estar exenta de todo dominio del pecado. Y esto
desde el primer momento de su existencia.
A este respecto, la encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII
en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la
Inmaculada Concepción, argumenta así: "Si en un momento determinado la
santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por
haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del
pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese período
de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla
desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada
Concepción, sino más bien cierta servidumbre" (AAS 45 [1953], 579).
La absoluta enemistad puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por
tanto, en María la Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de
pecado, ya desde el inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria
definitiva sobre Satanás e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre,
preservándola del pecado. Como consecuencia, el Hijo le concedió el poder de
resistir al demonio, realizando así en el misterio de la Inmaculada
Concepción el más notable efecto de su obra redentora.
3. El apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra
atención hacia la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue
completamente librada del influjo de Satanás, nos hacen intuir en el
privilegio único concedido a María por el Señor el inicio de un nuevo orden,
que es fruto de la amistad con Dios y que implica, en consecuencia, una
enemistad profunda entre la serpiente y los hombres.
Como testimonio bíblico en favor de la Inmaculada Concepción de María, se
suele citar también el capítulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la
"mujer vestida de sol" (Ap 12, 1). La exégesis actual concuerda en ver en
esa mujer a la comunidad del pueblo de Dios, que da a luz con dolor al
Mesías resucitado. Pero, además de la interpretación colectiva, el texto
sugiere también una individual, cuando afirma: "La mujer dio a luz un hijo
varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro" (Ap 12,
5). Así, haciendo referencia al parto, se admite cierta identificación de la
mujer vestida de sol con María, la mujer que dio a luz al Mesías. La
mujer-comunidad está descrita con los rasgos de la mujer-Madre de Jesús.
Caracterizada por su maternidad, la mujer "está encinta, y grita con los
dolores del parto y con el tormento de dar a luz" (Ap 12, 2). Esta
observación remite a la Madre de Jesús al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25),
donde participa, con el alma traspasada por la espada (cf. Lc 2, 35), en los
dolores del parto de la comunidad de los discípulos. A pesar de sus
sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva el reflejo del esplendor
divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con
su pueblo.
Estas imágenes, aunque no indican directamente el privilegio de la
Inmaculada Concepción, pueden interpretarse como expresión de la solicitud
amorosa del Padre que llena a María con la gracia de Cristo y el esplendor
del Espíritu.
Por último, el Apocalipsis invita a reconocer más particularmente la
dimensión eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol
representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la
santísima Virgen, en virtud de una gracia singular.
4. A esas afirmaciones escriturísticas, en las que se basan la Tradición y
el Magisterio para fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción,
parecerían oponerse los textos bíblicos que afirman la universalidad del
pecado.
El Antiguo Testamento habla de un contagio del pecado que afecta a "todo
nacido de mujer" (Sal 50, 7; Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo
declara que, como consecuencia de la culpa de Adán, "todos pecaron" y que
"el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación" (Rm 5,
12. 18). Por consiguiente, como recuerda el Catecismo de la Iglesia
católica, el pecado original "afecta a la naturaleza humana", que se
encuentra así "en un estado caído". Por eso, el pecado se transmite "por
propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una
naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales" (n.
404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal: Cristo, que "no
conoció pecado" (2 Cor 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara la gracia
"donde abundó el pecado" (Rm 5, 20).
Estas afirmaciones no llevan necesariamente a concluir que María forma parte
de la humanidad pecadora.