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Preparemos la fiesta Domingo 1 de Adviento C: Comentarios de Sabios y Santos II -  para preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

 

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A su servicio

Nota Litúrgica: Adviento

Santos Padres: San Ambrosio - Las señales del Cristo viniente

Aplicación: P. Alfredo Sáenz, SJ. - De pie, viene el Señor

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La esperanza en la venida de Jesucristo Lc 21, 25-28.34-36

Aplicación: Benedicto XVI - El Adviento

Aplicación: Directorio Homilético

 

 

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo

 

Nota litúrgica
Como sabemos, el calendario litúrgico está organizado según tres Ciclos, Ciclo A, Ciclo B y Ciclo C. Y en cada uno de estos Ciclos se lee de manera semi-continua un evangelista sinóptico: Mateo para el Ciclo A, Marcos para el Ciclo B y Lucas para el Ciclo C. Este año litúrgico (2018 – 2019), que comienza con este Primer Domingo del Tiempo de Adviento (2 de diciembre de 2018), corresponde al Ciclo C, y por lo tanto se leerá de manera semi-continua el Evangelio según San Lucas. Presentamos aquí lo que dicen las Prenontanda del Leccionario Romano respecto al tiempo de Adviento.

“1. Tiempo de Adviento

“a) Domingos
“93. Las lecturas del Evangelio tienen una característica propia: se refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (primer domingo), a Juan Bautista (segundo y tercer domingo), a los acontecimientos que prepararon de cerca el nacimiento del Señor (cuarto domingo). Las lecturas del Antiguo Testamento son profecías sobre el Mesías y el tiempo mesiánico, tomadas principalmente del libro de Isaías. Las lecturas del Apóstol contienen exhortaciones y enseñanzas relativas a las diversas características de este tiempo.

“b) Ferias
“94. Hay dos series de lecturas, una desde el principio hasta el día 16 de diciembre, la otra desde el día 17 al 24. En la primera parte del Adviento se lee el libro de Isaías, siguiendo el orden mismo del libro, sin excluir aquellos fragmentos más importantes que se leen también en los domingos. Los Evangelios de estos días están relacionados con la primera lectura. Desde el jueves de la segunda semana comienzan las lecturas del Evangelio sobre Juan Bautista; la primera lectura es, o bien una continuación del libro de Isaías, o bien un texto relacionado con el Evangelio. En la última semana antes de Navidad, se leen los acontecimientos que prepararon de inmediato el nacimiento del Señor, tomados del Evangelio de san Mateo (cap. 1) y de san Lucas (cap. 2). En la primera lectura se han seleccionado algunos textos de diversos libros del Antiguo Testamento, teniendo en cuenta el Evangelio del día, entre los que se encuentran algunos vaticinios mesiánicos de gran mportancia.” (Prenotanda, nº 93-94)

Recordamos, asimismo, una recomendación de los Prenotanda: “Se recomienda mucho la predicación de la homilía en las ferias de Adviento, de Cuaresma y del tiempo pascual, en bien de los fieles que participan ordinariamente en la celebración de la Misa; y también en otras fiestas y ocasiones en las que hay mayor asistencia de fieles en la iglesia.” (Prenotanda, nº 25)


Nota pastoral

“En el tiempo de Adviento, con el que se inicia el ciclo litúrgico de Navidad y con el cual comienza un nuevo año litúrgico, el pueblo de Dios que peregrina en el tiempo redescubre la tensión entre la primera venida histórica de Jesucristo y la segunda que acontecerá, de modo glorioso, al fin de los tiempos.

“La espiritualidad del Adviento encamina a los cristianos a profundizar la perspectiva escatológica de la vida, a la vez que prepara a la Iglesia para conmemorar la venida histórica del Redentor, celebrada en cada Navidad. El primer aspecto señalado, con su carácter de fuerte llamada a vivir vigilantes y a prepararse siempre, se destaca más claramente en los primeros días del tiempo de Adviento, mientras que la consideración de los acontecimientos históricos que rodearon el nacimiento de Jesús quedan reservados para los últimos días, las llamadas ‘ferias fuertes’ de Adviento.

“El trasfondo de este tiempo es el de la esperanza y la alegría cristianas. Éstas se apoyan en la certeza de que ‘el que ha de venir’ ya llega (Mt 11,3; Lc 7,19-20), y con él, el advenimiento del cielo nuevo y de la tierra nueva. Las dos expresiones más habituales de la esperanza escatológica cristiana son la petición ‘venga a nosotros tu Reino’ del Padrenuestro, y la aclamación ‘Ven, Señor Jesús’ inmediata a la consagración en la Plegaria eucarística”

(CALENDARIO LITÚRGICO, Tiempo de Adviento. Reflexiones pastorales, Conferencia Episcopal Argentina,
Buenos Aires, 2017 – 2018, p. 158 - 159)

 

 


Santos Padres: San Ambrosio - Las señales del Cristo viniente

36. Y habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas. En verdad, todo el conjunto de la profecía resulta verídico, y la realidad perfecta del misterio se ha cumplido plenamente, es decir: los judíos son, por segunda vez, llevados prisioneros a Babilonia y Asiria, y serán esclavos por todo el mundo por haber negado a Cristo; la Jerusalén terrena será destruida por el ejército enemigo, y los judíos muertos al filo de la espada y toda Judea será sometida por las naciones creyentes por medio de la espada espiritual, que es esa palabra que tiene doble filo , y entonces tendrán lugar esos signos diversos en el sol, en la luna y en las estrellas.

37. Estas señales las narra Mateo de una manera más clara. Entonces —son sus palabras— el sol se oscurecerá, la luna no dará su luz y las estrellas se caerán. En efecto, como muchos se apartarán de la religión, la claridad de la fe se oscurecerá bajo la nube de la perfidia, ya que ese sol celestial aumentará o disminuirá para mí según sea mi fe. Porque del mismo modo que, cuando hay muchos que miran los rayos de sol de este mundo, este sol aparece más pálido o más brillante según la receptividad del espectador, así también la luz espiritual afecta a cada creyente según su devoción. Y así como la luna, en sus fases mensuales, desaparece cuando la tierra se interpone entre ella y el sol, así también la santa Iglesia, cuando los vicios de la carne son un obstáculo para que la llegue la luz espiritual, no está capacitada para recibir el fulgor de la luz divina que brota de los rayos de Cristo. Pues, en las persecuciones, el amor a esta vida es, con frecuencia, el único impedimento para que la claridad de Dios llegue hasta nosotros.

38. Caerán las estrellas; es decir, aquellos hombres que ya brillan por la gloria de la resurrección, aquellos hombres que son como astros en este mundo y que están en posesión de la palabra de la vida , aquellos hombres de los cuales se dijo a Abrahán que su descendencia brillaría como el cielo y las estrellas : Y por eso, a los ojos de los hombres cayeron los patriarcas y los profetas cuando las persecuciones crecieron en crudeza, todo lo cual se debe cumplir hasta que la Iglesia vea que la plenitud de las virtudes ha reformado a todos y a cada uno: pues así serán reconocidos los buenos y aparecerán también los débiles. Y las diversas pasiones del alma serán tan pujantes, que, estando la conciencia cargada de gran cantidad de pecados, el temor al juicio que va a venir empañará en nosotros la frescura de la sagrada fuente, ya que la falsa fe reseca, mientras que la fe verdadera refresca.

39. Pues las virtudes de los cielos se conmoverán, y entonces verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes. Quizás de la misma manera que hay que esperar la venida del Señor para que tenga realización perfecta en todo el universo, tanto en el humano como en el material, esa presencia suya que se lleva a cabo en cada uno cuando se recibe a Cristo con todo el corazón, así también todas las virtudes de los cielos, cuando realice su venida y su retorno el Señor Salvador —puesto que es El el Señor de las Virtudes —, obtendrán necesariamente un aumento de gracia y se tambalearán cuando la plenitud de la divinidad se comunique de una manera más propia.

40. Existen también esas virtudes de los cielos que cantan la gloria de Dios, que se conmueven por una comunicación más abundante de Cristo y que, siendo espirituales, pueden contemplar a ese mismo Cristo. Y es David quien nos enseña el modo de tambalearse de estas virtudes, cuando nos dice: Acercaos a mí y seréis iluminados.

41. Y también Pablo te enseñó cómo se puede ver a Cristo, ya que, cuando te conviertas al Señor, se te quitará el velo y podrás contemplar a Cristo. Le verás sobre las nubes. En verdad, yo no creo que Cristo haga su aparición sobre una sombra tenebrosa y una lluvia glacial —pues se ven las nubes y nos tapan el cielo con una bruma oscura; si fuera de la manera descrita, ¿cómo podía haber puesto su tienda sobre el sol si llueve cuando El venga?

42. Pero de la misma manera que hay nubes que oscurecen la claridad del misterio celestial, porque es necesario, así también hay otra clase de nubes que humedecen gracias al rocío de la gracia espiritual. Contempla la nube que aparece en el Antiguo Testamento: Él les hablaba —se dice allí— desde una columna de nubes. Es cierto que hablaba por medio de Moisés y por el hijo de Nave, Josué, que fue quien hizo detener el sol para poder recibir la claridad de una luz más abundante. Por tanto, Moisés y Josué, el hijo de Nave, son nubes. Date, pues, cuenta cómo los santos pueden ser llamados nubes; la razón es porque vuelan como las nubes y como las palomas con sus pichones. A mi juicio, también son nubes Isaías y Ezequiel, los cuales me muestran la santidad de la divina trinidad por medio de los querubines y serafines; todos éstos, repito, pueden ser considerados como nubes. Sobre estas nubes vino Cristo, y vino sobre la nube del Cantar de los Cantares, una nube serena y llena de la alegría de un esposo; también vino sobre una nube ligera cuando tomó carne de la Virgen, pues el profeta vio como una nube que venía del Oriente; por eso muy bien dijo que era una nube ligera que no había sido empañada en modo alguno por los vicios terrenos. Contempla esa nube sobre la cual reposó el Espíritu Santo y a la que cubrió con su sombra la virtud del Altísimo.

43. Y cuando aparezca Cristo sobre las nubes, se derribarán todas las tribus de la tierra, pues existe un conjunto de crímenes y una serie de pecados que deben ser destruidos con la venida de Cristo.

44. Contempla la higuera y todos los árboles. Cuando dan fruto, sabéis que ya está cerca el verano. Aunque las sentencias de los evangelistas presentan alguna divergencia material, sin embargo, todos parecen coincidir en cuanto a la realidad. En efecto, Mateo habla sólo de la higuera “cuando sus ramas son tiernas”; y aquí se habla de todos los árboles. Por lo que a nosotros respecta, debemos esperar la venida del Señor, en la cual, como en la estación del estío, se recogerán los frutos de la resurrección, que acaecerá, o bien cuando el fruto se ponga verde en todos los árboles y la higuera se haga fecunda y comience a florecer, tiempo en el que toda lengua alabará a Dios y también el pueblo judío le alabará, o bien cuando el hombre de iniquidad se haya vestido de la ligera y frágil vanidad, como se vistieron de hojas las ramas de la Sinagoga, y entonces hemos de conjeturar que se aproxima el juicio, ya que el Señor se apresura a recompensar la fe y a poner un dique al pecado.

45. Esta higuera, en realidad, es portadora de un doble símbolo, pues nos puede indicar o la mitigación de la dureza o una mayor cantidad de pecados, ya que, por la fe de los creyentes, las cosas que antes se secaban florecerán, mientras que los pecadores, por un falso contento, se gloriarán de sus faltas. En los primeros se ve el fruto de la fe, en los segundos una loca pasión de mala fe. Los desvelos del jardinero del Evangelio, me hacen esperar el fruto de la higuera. Pero nosotros no debemos desesperar, aunque los pecadores se han cubierto de las hojas de la higuera, como si se tratara del vestido del error, con objeto de arrojar un velo sobre su conciencia; en verdad, las hojas no son más que una apariencia estéril. Tal fue el vestido que se pusieron los desterrados del paraíso.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.10, 36-45, BAC Madrid 1966, pág. 567-72)


Aplicación: P. Alfredo Sáenz, SJ. - De pie, viene el Señor

Iniciamos el Adviento, tiempo de espera para rememorar el acontecimiento más grande verificado ya en la historia, cual es la venida de Dios a los hombres mediante su Encarnación. Ésta, su primera venida, fue largamente esperada por los siglos. Después del naufragio acontecido en el paraíso y tras tantos intentos fallidos de reconstrucción, se espera a Aquel "vástago de justicia" que viene para inaugurar una nueva etapa. La liturgia, que no sólo nos hace recordar los misterios de la Vida de Cristo, sino que los presencializa en un "hoy" renovado, nos irá preparando para que seamos más dignos de dicha visita. Pero los cristianos que viven en el tiempo se encuentran también en la —espera de una segunda venida del Salvador. La primera se verificó ya en la sencillez y la humildad del Cordero; la segunda ha sido preanunciada en gran poder y gloria, y se verá precedida por signos y señales. Tanto si esperamos al Niño Jesús o al Rey Universal, nuestra tendencia ansiosa se refiere al mismo objeto de deseo: Jesucristo. Prepararse convenientemente para recibir a Cristo recostado en Belén, es también prepararse para cuando Él venga a completar totalmente su obra en la Parusía.

El Señor quiso tener un Precursor que lo anunciase de cerca. Este presagio del Nuevo Día es el Bautista. Por ello las lecturas fue a nos presenta la Iglesia, nos invitan a meditar en la predicación de Juan oída por tantos de sus contemporáneos a orillas del río Jordán. Esta predicación siempre es actual, y lo es mucho más en el tiempo de Adviento, ya que aguardamos una vivificación del Reino ya actuante por el misterio de la gracia. Necesitamos ser golpeados nuevamente por el impacto perenne pero siempre nuevo del Evangelio, y el Bautista está especialmente preparado para preparar nuestros corazones de manera que ese impacto produzca frutos saludables.

Pero si esperamos al Niño Jesús de la mano del Bautista también y con mayor razón lo hemos de hacer desde el corazón de la Madre. Ella también tuvo su Adviento. Ella aguardó durante nueve meses ver con sus propios ojos a Aquel en quien creía y de quien lo esperaba todo. ¿Quién anheló más ansiosamente a Jesús que su Madre? Por eso la Iglesia debe mirar a María Santísima y unirse a Ella para aprender a esperar. María es la Madre de la Esperanza. No sólo nos ha de disponer convenientemente para aguardar al Niño, sino que también nos ha de preparar adecuadamente de modo que estemos prevenidos para su segunda venida. Todos los fieles han de aguardar de mano de la Madre la consumación de los siglos. Ella será quien ha de entregar al Cuerpo Místico al definitivo descanso del cielo.

Estar en pie

La plena realización del Reino inaugurado por el Señor en su primera venida tendrá lugar en la Parusía. Allí completará y culminará su obra. Antes de verificarse esta realidad, que para nosotros hoy es una profecía, tendrán que aparecer grandes signos en el cielo: "Habrá señales en el sol y la luna y en las estrellas". Mientras aguardamos el fin, la Iglesia dice Maranatha, Ven Señor Jesús. ¿Qué debemos hacer durante esta espera sino estar alertas? El Reino de paz, de luz y de justicia, se presenta como algo misterioso que interpela al hombre. Este Reino golpeará cada corazón esperando tener acogida generosa. Cada corazón vivo y palpitante está invitado a abrir sus puertas al misterioso Reino de Cristo. No dejemos que sus beneficios se queden afuera. Hemos de reconocer al Enviado del Padre, escucharlo y amarlo, para que sus beneficios celestiales se posen en sobreabundancia sobre nosotros. Hoy San Pablo nos insta a dejar que el Señor fortalezca nuestros corazones en la santidad.

El Señor nos dice en el Evangelio que hemos de estar de pie delante del Hijo del hombre. Un muerto no está de pie, tampoco uno que duerme. Este tiempo no nos debe sorprender muertos en la vida de Dios, o dormidos en el letargo de nuestras preo-cupaciones o tibiezas. Estar en pie significa estar expectantes, alertas, como el centinela aguarda la aurora... Estar en pie significa que nuestro corazón va aprendiendo a pisotear sus miserias, y empieza a caminar con paso firme y no vacilante hacia el Señor.

Estar en pie y con la cabeza enhiesta hacia lo alto —"levantad la cabeza", nos dice el Señor— debe ser la actitud del hombre peregrino, del hombre trascendente, que aguarda su "parto" para la otra vida. El hombre vertical es el hombre del Reino de Cristo, el hombre de paso victorioso y señorial que reinará con Cristo y con todos los santos en la Casa del Padre.

No dejemos que el hombre de paso firme y vertical se encorve y rinda pleitesía a las cosas terrenas y mundanas. Nos dice el Evangelio: "Tened cuidado de no dejaros aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre vosotros, como una trampa".

Sabemos, sin embargo, que no debemos adherirnos a Cristo por temor sino por amor. El Señor no nos quiere asustar con su segunda venida, sino premiar por nuestras buenas obras. Por eso hemos de vigilar para no caer. Dice San Agustín: "La prudencia está en guardia y en vigilancia diligente, no sea que insinuándose poco a poco una inclinación, nos engañemos y caigamos". A no estar caídos, sino de pie frente al Hijo del hombre.

Tiempo de vigilancia

La Iglesia a través de la liturgia nos ayudará a permanecer despiertos y en vela. No nos debe sorprender la venida del Señor. Hemos de estar siempre preparados para su nacimiento en Belén, para su llamado sorpresivo en el momento de nuestra partida, y para su segunda venida triunfal. Hemos de permanecer despiertos, y esto lo alcanzamos por medio de la oración más ferviente. Reavivemos nuestra fe, esperanza y caridad, seamos capaces de sacudir toda tibieza y huir de la apostasía de los últimos tiempos. No sabemos ni el momento ni la hora, por eso hemos de estar prevenidos. "Quiso el Señor que nos fuese desconocida la última hora para que, no pudiendo preverla estemos siempre preparándonos para ella", afirma San Gregorio.

¿Quién es el que vigila? Vigila la madre sobre el hijo enfermo; vigila el gobernante para que se cumplan sus mandatos; vigila el timonel de la nave para evitar la sorpresa de la tormenta; vigila el dueño de la casa para evitar que le roben. Así debe estar en vela el cristiano. Debe orar y esforzarse para esperar la mejoría de sus enfermedades espirituales; debe procurar que todas sus obras sean gobernadas por el imperio de la caridad; debe saber el arte del buen timonel para para apercibirse cuando se levanten las olas de la tentación; debe resguardar bien su morada para que el ladrón no lo sorprenda.

Pero en toda vigilancia hay algo más importante que motiva el esfuerzo. El cristiano no vigila por vigilar, sino para resguarda algún bien, algún patrimonio. La vigilia se afana por resguarda especialmente, entre otros bienes, la fidelidad. La madre vela por la salud del hijo; el gobernante para preservar el bien común; el timonel para mantener en buena dirección la nave; el dueño de casa por su patrimonio y familia. Así se reserva y cuida lo que es más preciado, y ¡qué más preciado tesoro que Dios en el alma! Aquel que no vigila es, o porque no tiene patrimonio, o porque no se da cuenta de que lo posee, y poseyéndolo, no lo valora.
Este tiempo litúrgico nos enseña a levantar la cabeza, a verticalizarnos para reconocer con nuestros ojos de fe que tenemos que trabajar para reservar nuestra fidelidad a Dios. El que sabe apreciar la unión amistosa con Dios se apea y marcha firme por el camino de la vigilancia.

En realidad el Señor no nos exige demasiado, o más allá de lo que pueden nuestras pobres fuerzas. Sí nos pide que sepamos dar un paso cada día. Nos pide la fidelidad en las pequeñas cosas y a cambio nos promete grandes beneficios. Así lo expresa San Gregorio Nacianceno: "El pide cosas insignificantes; promete a cambio, a quienes le aman sinceramente, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro".

Dice hermosamente el místico San Juan de la Cruz que hemos de vestir el alma de blanco, de verde y de rojo. Cubrirnos ante todo con la blanca túnica de la fe, y sobreponer luego el segundo color, el verde, que significa la esperanza. El alma se debe despojar de "todas esas vestiduras y trajes del mundo, no poniendo su corazón en nada ni esperando nada de lo que hay o ha de haber en él, viviendo solamente vestida (de esperanza) de vida eterna". Encima del blanco y el verde, para el remate y perfección, lleva el alma el tercer color que es la toga colorada de la caridad, ya que sobre la púrpura, como dice el Cantar de los Cantares, se recuesta Dios.

Pongamos vigilancia en los actos de cada día. Hemos de remozar nuestra oración, nuestro examen de conciencia; hemos de preguntarnos sobre nuestro deber de estado; hemos de mirar la práctica de la caridad que es la síntesis de la perfección. Adviento es el tiempo de preparación intensa, de reflexión prudencial sobre nuestros pasos, pero más que eso, es tiempo de amores; tiempo de inflamar el alma con el Espíritu. La milicia del soldado de Cristo hace que esté más alerta, más en pie, más a la defensa del castillo interior.

El Señor nos debe encontrar en pleno crecimiento de vida espiritual. Desde lo más profundo de nuestro ser supliquemos, robándole el sentimiento a San Pablo, y digamos: ¡Oh Señor, fortalece nuestros corazones y haznos irreprensibles en la santidad para la venida de Nuestro Señor Jesucristo!

Dentro de unos momentos nos acercaremos a recibir la Eucaristía desde su pesebre humilde del altar. Él, sin descansar en las especies, está como en una atalaya, siempre velando en resguardo de su Casa. Él vigila a toda hora y en cada instante por nuestro amor y correspondencia. Digámosle, al recibirlo sacramentalmente, que queremos aprender de El, que queremos estar en pie para su venida, revestidos con la túnica blanca de la fe, el color verde de la esperanza y la toga púrpura de la caridad. Pidámosle que toque nuestros labios con la brasa ardiente de su corazón y podamos exclamar en alta voz con toda la Iglesia: "Maranatha", Ven Señor Jesús.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994, p. 7-12)


Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La esperanza en la venida de Jesucristo Lc 21, 25-28.34-36

Hay que estar atento a los signos de los tiempos porque cuando la higuera hecha brotes se acerca el verano. Así cuando aparezcan los signos evangélicos se acerca la venida de Jesús. La venida de Jesús es motivo de esperanza no de temor. Dice el Evangelio “cobrad ánimo”, es decir, ensanchad el alma porque la esperanza se agiganta ya que está cerca lo esperado. Y ¿qué se espera? La libertad, Jesús, la vida eterna. Nos liberamos de las cadenas de este mundo para entrar en la eterna libertad de los hijos de Dios, en la Jerusalén celeste.

Nos invita el Evangelio a rezar porque también la oración ensancha el corazón y hace crecer la esperanza y a mayor oración más cercanía con lo que se espera porque la oración nos da cercanía con Jesús a quien esperamos. Además la oración hace crecer la fe y es necesaria para mantenerse en pie y para dar testimonio, para perseverar, para ser fiel. También la fe nos mueve a orar más porque vemos por ella mayor necesidad de Dios.

Jesús nos exhorta a no dejarnos arrastrar por el mundo que milita directamente contra la fe. Jesús quiere que estemos atentos por la oración y no nos dejemos arrastrar por la vida cómoda, por la negligencia en vigilar. Quiere que evitemos las cosas mundanas: la embriaguez, el libertinaje, que va relajando al cristiano de las cosas de Dios, de la vida interior, de la fe, tan necesaria siempre pero más en los tiempos últimos en que la apostasía estará a la orden del día.
Es necesaria la vigilancia.

Vigilancia para no dormirse en las cosas mundanas. Para no dejarse arrastrar por la correntada del mundo que lleva en su caudal a muchos. Vigilancia para estar de pie el día del Señor.
¿Cómo vigilar? Principalmente con la oración que es la que fortalece la vida espiritual y da firmeza a la fe. Esta misma exhortación la dice el Señor en la parábola de la viuda inoportuna dada a los discípulos “para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer” porque si no será imposible mantener la fe en aquellos días, “cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?

Este Evangelio que nos hace mirar a la Parusía, que podríamos llamar Evangelio del adviento, es una invitación a la esperanza, a la espera. “No espera vana de un dios sin rostro, sino confianza concreta y cierta en la vuelta de Aquel que ya nos ha visitado, del “Esposo” que con su sangre ha sellado con la humanidad, un pacto de alianza eterna” .
Espera que no está anclada en este mundo. Tantos proclaman hoy día esta esperanza natural de un dios que va a arreglar todo, un dios capitalismo, un dios comunismo, un dios democratismo, un dios neoliberalismo, un dios ideología, utopías que proclaman un paraíso en la tierra, un nuevo cielo y una nueva tierra intrahistóricas con un salvador falso.

Nuestra espera, la que nos enseña Jesús, es sobrenatural. Es una espera vigilante “porque vendrá” a instaurar el reino definitivo, las nupcias del Cordero y la Iglesia .
“Vigilancia en la oración, animada por una amorosa espera; vigilancia en el dinamismo de la caridad concreta, consciente de que el reino de Dios se acerca donde los hombres aprenden a vivir como hermanos” .

Es que justamente la vigilancia implica las buenas obras, las obras de caridad para con nuestros hermanos, objeto único y definitivo del juicio de Cristo . Eso significa el cuidado para “que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida” que no es más que el amor a sí mismo y el descuido del amor fraterno.

Benedicto XVI nos ha exhortado en la encíclica “Dios es amor” al amor fraterno en vistas a construir la civilización del amor, pues, es palpable el individualismo y el descuido del prójimo necesitado en la sociedad moderna, que ha cambiado a Dios por la solicitud terrena y con ello el amor por el egoísmo. También nos exhorta en su encíclica “En esperanza fuimos salvados”, porque ambas, caridad y esperanza, y también la fe están estrechamente ligadas y nacen y se orientan a la caridad . “En la teología católica la esperanza se enraíza en la fe y florece mediante la caridad con el abandono de la voluntad del hombre en la voluntad de Dios en el soportar las tribulaciones de la vida, en la lucha contra el pecado y el error, y en el estímulo de los castos pensamientos y de los deseos ardientes de la vida eterna […]

La caridad tiene por objeto a Dios mismo tal como es en sí mismo, en cuanto es nuestro sumo Bien y por tanto nuestro fin último beatificante hacia el cual se dirigen principalmente las virtudes teologales de la fe y la esperanza […] La esperanza informe, privada de la caridad, puede sostener al hombre en la lucha por el bien, pero es más frágil y sujeta en mayor grado a las sacudidas del desánimo.

La esperanza es “Yelmo de la salud” “que es un alma que ampara toda la cabeza y la cubre de manera que no le queda descubierto sino una visera por donde ver. Y eso tiene la esperanza, que todos los sentidos de la cabeza del alma cubre, de manera que no se engolfen en cosa ninguna del mundo ni se le quede por donde les pueda herir alguna saeta del siglo; sólo le deja una visera para que los ojos puedan mirar hacia arriba, y no más, que es el oficio que de ordinario hace la esperanza en el alma, que es levantar los ojos sólo a mirar a Dios” (San Juan de la Cruz. Noche Oscura II, 21. 7), ella nos lleva a esperar en sólo Dios, al santo abandono. El alma por ella “no se goza sino de Dios, ni tiene esperanza en otra cosa sino sólo a Dios, ni teme sino sólo a Dios, ni se duele sino según Dios, y también todos sus apetitos y cuidados van sólo a Dios” (San Juan de la Cruz, Cántico 28, 4) .

 


Aplicación: Benedicto XVI El Adviento

Queridos hermanos y hermanas:
La Iglesia empieza hoy un nuevo Año litúrgico, un camino que se enriquece además con el Año de la fe, a los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. El primer tiempo de este itinerario es el Adviento, formado, en el Rito Romano, por las cuatro semanas que preceden a la Navidad del Señor, esto es, el misterio de la Encarnación. La palabra «adviento» significa «llegada» o «presencia». En el mundo antiguo indicaba la visita del rey o del emperador a

 una provincia; en el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Dios, a su presencia en el mundo; un misterio que envuelve por entero el cosmos y la historia, pero que conoce dos momentos culminantes: la primera y la segunda venida de Cristo.

La primera es precisamente la Encarnación; la segunda el retorno glorioso al final de los tiempos. Estos dos momentos, que cronológicamente son distantes — y no se nos es dado saber cuánto—, en profundidad se tocan, porque con su muerte y resurrección Jesús ya ha realizado esa transformación del hombre y del cosmos que es la meta final de la creación. Pero antes del fin, es necesario que el Evangelio se proclame a todas las naciones, dice Jesús en el Evangelio de san Marcos (cf. 13, 10).

La venida del Señor continúa; el mundo debe ser penetrado por su presencia. Y esta venida permanente del Señor en el anuncio del Evangelio requiere continuamente nuestra colaboración; y la Iglesia, que es como la Novia, la Esposa prometida del Cordero de Dios crucificado y resucitado (cf. Ap 21, 9), en comunión con su Señor colabora en esta venida del Señor, en la que ya comienza su retorno glorioso.

A esto nos llama hoy la Palabra de Dios, trazando la línea de conducta a seguir para estar preparados para la venida del Señor. En el Evangelio de Lucas, Jesús dice a los discípulos: «Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y la inquietud de la vida... Estad despiertos en todo tiempo, rogando» (Lc 21, 34.36).

 Por lo tanto, sobriedad y oración. Y el apóstol Pablo añade la invitación a «crecer y rebosar en el amor» entre nosotros y hacia todos, para que se afiancen nuestros corazones y sean irreprensibles en la santidad (cf. 1 Ts 3, 12-13). En medio de las agitaciones del mundo, o los desiertos de la indiferencia y del materialismo, los cristianos acogen de Dios la salvación y la testimonian con un modo distinto de vivir, como una ciudad situada encima de un monte. «En aquellos días —anuncia el profeta Jeremías— Jerusalén vivirá tranquila y será llamada “El Señor es nuestra justicia”» (33, 16). La comunidad de los creyentes es signo del amor de Dios, de su justicia que está ya presente y operante en la historia, pero que aún no se ha realizado plenamente y, por ello, siempre hay que esperarla, invocarla, buscarla con paciencia y valor.

La Virgen María encarna perfectamente el espíritu de Adviento, hecho de escucha de Dios, de deseo profundo de hacer su voluntad, de alegre servicio al prójimo. Dejémonos guiar por ella, a fin de que el Dios que viene no nos encuentre cerrados o distraídos, sino que pueda, en cada uno de nosotros, extender un poco su reino de amor, de justicia y de paz.
(BENEDICTO XVI, Ángelus, Plaza de San Pedro, 2 de diciembre de 2012)

 

Aplicación: Directorio Homilético

Primer domingo de Adviento
CEC 668-677, 769: la tribulación final y la venida de Cristo en gloria
CEC 451, 671, 1130, 1403, 2817: “¡Ven, Señor Jesús!”
CEC 439, 496, 559, 2616: Jesús es el Hijo de David
CEC 207, 210-214, 270, 1062-1063: Dios es fiel y misericordioso

451 La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha" ("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).

671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).

1130 La Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios sea todo en todos" (1 Co 11,26; 15,28). Desde la era apostólica, la Liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: "¡Marana tha!" (1 Co 16,22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros...hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,13). "El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!...¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).

S. Tomás resume así las diferentes dimensiones del signo sacramental: "Unde sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso el sacramento es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo; es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud de la pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la gloria venidera", STh III, 60,3).)

1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).

2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa: "Ven, Señor Jesús":

Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).




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