Domingo 3 de Adviento B - 'Para dar testimonio de la luz': Preparemos en Familia, como Iglesia doméstica, la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Falta un dedo: Celebrarla
1. Introducción a las lecturas
1. 1
Primera lectura: Is 61, 1-2a. 10-11
Tenemos tantas cosas que hacer. Tenemos responsabilidades. Poco a poco se
crea en nosotros la impresión que somos nosotros que llevamos nuestra
existencia. En ese caso nos contentamos con una existencia limitada. Esta
lectura quiere ayudarnos a dejar que el Señor obre en nuestra vida y la
dirija. Y esto nos dará la verdadera alegría. En medio de las dificultades
Él hará de nuestra vida una fiesta porque nos ama.
1. 2 Segunda lectura: 1 Tes 5, 16-24
¿Cómo lograr que se cumpla la profecía de Isaías en nuestra vida? San Pablo
nos da la respuesta. Es que Dios cumplirá sus promesas.
1. 3 Evangelio: Jn 1, 6-8. 19-28
Muchas veces las situaciones que experimentamos crean una especie de
“oscuridad”, no sabemos hacia dónde vamos. San Juan Bautista nos ayudará a
encontrar la luz que ilumina la existencia.
2.
Reflexionemos
2. 1 Los padres
La oscuridad peor que pueda existir, es fruto del pecado. Por un momento
parece que lo que hicimos (de manera equivocada) era lo mejor. Pero después
nos damos cuenta que hemos entrado en una especie de “oscuridad”. Dejemos
que Jesús nos ilumine. El ha dicho: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga
no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).
Esto puede significar que necesitamos pedir perdón, cambiar nuestra manera
de ser y de actuar, reparar el daño hecho. Quizás sea bueno recibir el
sacramento de la reconciliación. La experiencia nos enseña que este
sacramento nos alivia e ilumina. Jesús no solamente quiere perdonarnos.
Quiere utilizarnos como instrumentos suyos: “Ustedes son la luz del mundo.
No puede ocultarse una ciudad en la cima de un monte” (Mt 5, 14). Jesús
quiere que los esposos sean luz el uno para el otro, luz para los hijos, y
que ellos sean luz también para la familia. Si quieren saber cómo es eso de
ser luz del mundo, entonces se lean los capítulos 5-7 del Evangelio de San
Mateo cuando tengan una media hora de calma para poder asimilar lo que el
Señor desea realizar con nosotros. Sería una estupenda preparación para la
fiesta de Navidad.
2. 2 Los hijos
San Juan Bautista hubiera podido aprovechar la oportunidad que le
brindaron las personas importantes de Jerusalén. Hubiera podido hacerles
creer que era el mesías. Sin embargo, habla con la verdad y describe cuál es
su misión. Santa Teresa de Ávila enseña: “La humildad es la verdad”. San
Juan Bautista realmente era humilde. Tan es así que, cuando sus discípulos
reclamaban que más gente seguía a Jesús, les dijo: “Es preciso que él crezca
y que yo disminuya” (Jn 3, 30). Una buena preparación para la Navidad
consiste en buscar la humildad. Tengamos presente que el Hijo de Dios quiso
nacer en un establo y durante toda su vida ha querido servir para que los
hombres se salven. Muchas veces tenemos las ganas de quedar bien, que nos
consideren, que nos alaben. Queremos ser más que los demás. Pidamos a Jesús
para que aprendamos a ser humildes como él.
3. Conexión
con la Santa Misa
Es maravilloso como el Hijo de Dios sigue sirviendo humildemente a los
suyos. Cada domingo nos dispensa su palabra que nos ilumina. Cada domingo se
nos regala en la eucaristía convirtiéndose en comida de vida eterna para los
suyos.
4. Vivencia
familiar
Los padres buscan una media hora tranquila para leer con calma los
capítulos 5-7 del Evangelio de San Mateo. Y los niños, además de pedir a
Jesús el don de la humildad, se ponen a pensar cómo pueden hacer servicios a
los demás sin que ellos se lo puedan agradecer.
5. Nos
habla la Iglesia
1. Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo,
reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los
hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la
claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia. Y porque la
Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la
unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella se
propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su
naturaleza y su misión universal, abundando en la doctrina de los concilios
precedentes. Las condiciones de nuestra época hacen más urgente este deber
de la Iglesia, a saber, el que todos los hombres, que hoy están más
íntimamente unidos por múltiples vínculos sociales técnicos y culturales,
consigan también la plena unidad en Cristo.
2. El Padre Eterno, por una disposición libérrima y arcana de su
sabiduría y bondad, creó todo el universo, decretó elevar a los hombres a
participar de la vida divina, y como ellos hubieran pecado en Adán, no los
abandonó, antes bien les dispensó siempre los auxilios para la salvación, en
atención a Cristo Redentor, «que es la imagen de Dios invisible, primogénito
de toda criatura» (Col 1,15). A todos los elegidos, el Padre, antes de todos
los siglos, «los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la
imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos»
(Rm 8,29). Y estableció convocar a quienes creen en Cristo en la santa
Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada
admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza
[1], constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del
Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos. Entonces,
como se lee en los Santos Padres, todos los justos desde Adán, «desde el
justo Abel hasta el último elegido» [2], serán congregados en una Iglesia
universal en la casa del Padre.
3. Vino, por tanto, el Hijo, enviado por el Padre, quien nos eligió en El
antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos,
porque se complació en restaurar en El todas las cosas (cf. Ef 1,4-5 y 10).
Así, pues, Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la
tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia
realizó la redención. La Iglesia o reino de Cristo, presente actualmente en
misterio, por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo. Este comienzo
y crecimiento están simbolizados en la sangre y en el agua que manaron del
costado abierto de Cristo crucificado (cf. Jn 19,34) y están profetizados en
las palabras de Cristo acerca de su muerte en la cruz: «Y yo, si fuere
levantado de la tierra, atraeré a todos a mí» (Jn 12,32 gr.). La obra de
nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el
sacrificio de la cruz, por medio del cual «Cristo, que es nuestra Pascua, ha
sido inmolado» (1 Co 5,7). Y, al mismo tiempo, la unidad de los fieles, que
constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el
sacramento del pan eucarístico (cf. 1 Co 10,17). Todos los hombres están
llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por
quien vivimos y hacia quien caminamos.
4. Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la
tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a
fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los
fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf.
Ef 2,18). El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la
vida eterna (cf. Jn 4,14; 7,38-39), por quien el Padre vivifica a los
hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en
Cristo (cf. Rm 8,10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de
los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da
testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26). Guía la
Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y
ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y
carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga
5,22). Con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva
incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo [3]. En
efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: ¡Ven! (cf. Ap 22,17).
Y así toda la Iglesia aparece como «un pueblo reunido en virtud de la
unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». (Vaticano II,
Constitución Lumen Gentium)
6. Leamos
la Biblia con la Iglesia
Nota: A partir del 17 de diciembre se
utilizan las lecturas asignadas a esos días.
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Lunes |
Num 24, 2-7. 15-17a |
Sal 24 |
Mt 21.23-27 |
Martes |
Sof 3, 1-2. 9-13 |
Sal 33 |
Mt 21, 28-32 |
Miércoles |
Is 6b-8. 18.21b-26 |
Sal 84 |
Lc 7, 19-23 |
Jueves |
Is 54, 1-10 |
Sal 29 |
Lc 7, 24-30 |
Viernes |
Is 56.1-3a. 6-8 |
Sal 66 |
Jn 5, 33-36 |
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7.
Oraciones
Letanías de la Humildad - autor Cardenal Rafael Merry del Val
-Jesús manso y humilde de Corazón, ...Óyeme.
-Del deseo de ser lisonjeado,...Líbrame Jesús (se repite)
-Del deseo de ser alabado,
-Del deseo de ser honrado,
-Del deseo de ser aplaudido,
-Del deseo de ser preferido a otros,
-Del deseo de ser consultado,
-Del deseo de ser aceptado,
-Del temor de ser humillado,
-Del temor de ser despreciado,
-Del temor de ser reprendido,
-Del temor de ser calumniado,
-Del temor de ser olvidado,
-Del temor de ser puesto en ridículo,
-Del temor de ser injuriado,
-Del temor de ser juzgado con malicia,
-Que otros sean más estimados que yo,...Jesús dame la gracia de desearlo
(se repite)
-Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse,
-Que otros sean alabados y de mí no se haga caso,
-Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil,
-Que otros sean preferidos a mí en todo,
-Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo
que pueda.
ORACIÓN
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de
cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio.
Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que
humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos
ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén
(Cardenal Merry del Val)
Examen de
conciencia basado en las Bienaventuranzas
Raniero Cantalamessa
El mejor modo de tomar en serio las Bienaventuranzas evangélicas es
servirnos de ellas como de un espejo para un examen de conciencia
verdaderamente “evangélico”. Toda la Escritura, dice Santiago, es como un
espejo en le que el creyente debe mirarse con calma, sin prisa, para conocer
verdaderamente “como es” (cf. St 1 23-25), pero la página de las
bienaventuranzas lo es de manera única.
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el
Reino de los Cielos.
¿soy podre de espíritu, pobre dentro, abandonado en todo Dios? ¿Soy
libre y estoy desapegado de los bienes terrenos? ¿Qué representa el dinero
par mí? ¿Trato de seguir un estilo de vida sobrio y simple, como conviene a
quien quiere testimoniar el evangelio? ¿Tomo en serio el problema de la
espantosa pobreza no elegida sino impuesta a tantos millones de hermanos
mío?
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
¿Considero la aflicción como una desgracia y un castigo, tal como
lo hace la gente del mundo, o como una oportunidad de parecerme a Cristo?
¿Cuáles son los motivos de mis tristezas?: los mismos de Dios o los del
mundo? ¿Trato de consolar a los demás o sólo ser consolado yo? ¿Sé guardar
como un secreto entre Dios y yo algún contrariedad, sin hablar de ello a
diestro y siniestro?
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la
tierra.
¿Soy humilde? Hay una violencia de las acciones, pero también hay
una violencia de las palabras y de los pensamientos. ¿Domino la ira fuera y
dentro de mi? ¿Soy amable y afable con quien está cerca de mí?
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque
ellos serán saciados.
¿Tengo hambre y sed de santidad? ¿Tiendo a la santidad o desde hace
tiempo me he resignado ala mediocridad y a la tibieza? El hambre material de
millones de personas, ¿pone en crisis mi búsqueda continua de comodidad, mi
estilo de vida burgués? ¿Me doy cuenta de en qué medida yo y el mundo en que
vivo nos encontramos en la situación del rico epulón?
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia.
¿Soy misericordioso? Ante la equivocación de un hermano, de un
colaborador, ¿reacciono con el juicio o con la misericordia? Jesús sentía
compasión por las multitudes: ¿y yo? ¿He sido también yo alguna vez el
siervo perdonado que no sabe perdonar? ¿Cuántas veces he pedido y recibido a
la ligera la misericordia de Dios por mis pecados, sin darme cuenta de a qué
precio me la ha procurado Cristo?
Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.
¿Soy puro de corazón? ¿Puro en las intenciones? ¿Digo sí y no como
Jesús? Hay una pureza del corazón , una pureza de los labios, una pureza de
los ojos, una pureza del cuerpo… ¿Trato de cultivar todas estas purezas tan
necesarias especialmente par las almas consagradas? Lo opuesto más
directamente a la pureza de corazón es la hipocresía. ¿A quien me esfuerzo
por agradar en mis acciones: a Dios o a los hombres?
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán
llamados hijos de Dios.
¿Soy agente de paz? ¿Pongo paz entre las partes? ¿Cómo me comporto
en las conflictos de opiniones, de intereses? ¿Me esfuerzo por referir
siempre y sólo el bien, las palabras positivas, dejando caer el mal al
vacío, los chismes, lo que puede sembrar discordia? ¿Está la paz de Dios en
mi corazón, y si no, por qué?
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque
de ellos es el Reino de los cielos.
¿Estoy dispuesto a sufrir algo en silencio por el Evangelio? ¿Cómo
reacciono ante alguna ofensa o desaire que recibo? ¿Participo íntimamente en
los sufrimientos de tantos hermanos que sufren verdaderamente por la fe, o
por la justicia social y la libertad?