Domingo 1 de Adviento B - 'No saben cuándo es el momento' : Comentarios de Sabios y Santos II para ayudarnos a preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Nota litúrgica - Praenontanda del Leccionario Romano respecto al tiempo de Adviento.
Directorio Homilético I - Tiempo de Adviento en General y Comentario al Primer Domingo de Adviento
Directorio Homilético II: Catecismo
Comentario teológico: Gran Enciclopedia Rialp - Adviento
Santos Padres: San Agustín - El día del juicio (Mc 13,32).
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - Vigilad (Mc 13,33-37)
Aplicación: Benedicto XVI - Adviento, visita de Dios y tiempo oportuno de
conversión
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios II a Las Lecturas del Domingo
Nota litúrgica - Prenontanda del Leccionario Romano respecto al
tiempo de Adviento.
Como sabemos, el calendario litúrgico está organizado según tres Ciclos,
Ciclo A, Ciclo B y Ciclo C. Y en cada uno de estos Ciclos se lee de manera
semi-continua un evangelista sinóptico: Mateo para el Ciclo A, Marcos para
el Ciclo B y Lucas para el Ciclo C. Este año litúrgico (2017 - 2018), que
comienza con este Primer Domingo del Tiempo de Adviento (3 de diciembre de
2017), corresponde al Ciclo B, y por lo tanto se leerá de manera
semi-continua el Evangelio según San Marcos.
"1. Tiempo de Adviento
"a) Domingos
"93. Las lecturas del Evangelio tienen una característica propia: se
refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (primer domingo), a
Juan Bautista (segundo y tercer domingo), a los acontecimientos que
prepararon de cerca el nacimiento del Señor (cuarto domingo). Las lecturas
del Antiguo Testamento son profecías sobre el Mesías y el tiempo mesiánico,
tomadas principalmente del libro de Isaías. Las lecturas del Apóstol
contienen exhortaciones y enseñanzas relativas a las diversas
características de este tiempo.
"b) Ferias
"94. Hay dos series de lecturas, una desde el principio hasta el día 16 de
diciembre, la otra desde el día
17 al 24. En la primera parte del Adviento se lee el libro de Isaías,
siguiendo el orden mismo del libro, sin excluir aquellos fragmentos más
importantes que se leen también en los domingos. Los Evangelios de estos
días están relacionados con la primera lectura. Desde el jueves de la
segunda semana comienzan las lecturas del Evangelio sobre Juan Bautista; la
primera lectura es, o bien una continuación del libro de Isaías, o bien un
texto relacionado con el Evangelio. En la última semana antes de Navidad, se
leen los acontecimientos que prepararon de inmediato el nacimiento del
Señor, tomados del Evangelio de san Mateo (cap. 1) y de san Lucas (cap. 2).
En la primera lectura se han seleccionado algunos textos de diversos libros
del Antiguo Testamento, teniendo en cuenta el Evangelio del día, entre los
que se encuentran algunos vaticinios mesiánicos de gran importancia."
(Prenotanda, nº 93-94)
Recordamos, asimismo, un párrafo del nº 25: "Se recomienda mucho la
predicación de la homilía en las ferias de Adviento, de Cuaresma y del
tiempo pascual, en bien de los fieles que participan ordinariamente en la
celebración de la Misa; y también en otras fiestas y ocasiones en las que
hay mayor asistencia de fieles en la iglesia." (Prenotanda, nº 25)
Nota pastoral
"En el tiempo de Adviento, con el que se inicia el ciclo litúrgico de
Navidad y con el cual comienza un nuevo año litúrgico, el pueblo de Dios que
peregrina en el tiempo redescubre la tensión entre la primera venida
histórica de Jesucristo y la segunda que acontecerá, de modo glorioso, al
fin de los tiempos.
"La espiritualidad del Adviento encamina a los cristianos a profundizar la
perspectiva escatológica de la vida, a la vez que prepara a la Iglesia para
conmemorar la venida histórica del Redentor, celebrada en cada Navidad. El
primer aspecto señalado, con su carácter de fuerte llamada a vivir
vigilantes y a prepararse siempre, se destaca más claramente en los primeros
días del tiempo de Adviento, mientras que la consideración de los
acontecimientos históricos que rodearon el nacimiento de Jesús quedan
reservados para los últimos días, las llamadas 'ferias fuertes' de Adviento.
"El trasfondo de este tiempo es el de la esperanza y la alegría cristianas.
Éstas se apoyan en la certeza de que 'el que ha de venir' ya llega (Mt 11,3;
Lc 7,19-20), y con él, el advenimiento del cielo nuevo y de la tierra nueva.
Las dos expresiones más habituales de la esperanza escatológica cristiana
son la petición 'venga a nosotros tu Reino' del Padrenuestro, y la
aclamación 'Ven, Señor Jesús' inmediata a la consagración en la Plegaria
eucarística"
(CALENDARIO LITÚRGICO, Tiempo de Adviento. Reflexiones pastorales,
Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires, 2016 - 2017, p. 163)
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Directorio Homilético I - Tiempo de Adviento en General y
Comentarios respecto al Primer Domingo de Adviento
III. LOS DOMINGOS DE ADVIENTO
78. "Las lecturas del Evangelio tienen una característica propia: se
refieren a la venida del Señor al final de los tiempos (I domingo), a Juan
Bautista (II y III domingo), a los acontecimientos que prepararon de cerca
el nacimiento del Señor (IV domingo). Las lecturas del Antiguo Testamento
son profecías sobre el Mesías y el tiempo mesiánico, tomadas principalmente
del libro de Isaías. Las lecturas del Apóstol contienen exhortaciones y
amonestaciones conformes a las diversas características de este tiempo" (OLM
93). El Adviento es el tiempo que prepara a los cristianos a las gracias que
serán dadas, una vez más en este año, en la celebración de la gran
Solemnidad de la Navidad.
Ya desde el I domingo de Adviento, el homileta exhorta al pueblo para que
emprenda su preparación caracterizada por distintas facetas, cada una de
ellas sugerida por la rica selección de pasajes bíblicos del Leccionario de
este tiempo. La primera fase del Adviento nos invita a preparar la Navidad
animándonos no sólo a dirigir la mirada al tiempo de la primera Venida del
nuestro Señor, cuando, como dice el prefacio I de Adviento, Él asume "la
humildad de nuestra carne", sino también, a esperar vigilantes su Venida "en
la majestad de su gloria", cuando "podamos recibir los bienes prometidos".
79. Por tanto, existe un doble significado de Adviento, un doble significado
de la Venida del Señor. Este tiempo nos prepara para su Venida en la gracia
de la fiesta de la Navidad y a su retorno para el juicio al final de los
tiempos. Los textos bíblicos deberían ser explicados considerando este doble
significado. Según el texto, se puede evidenciar una u otra Venida, aunque,
con frecuencia, el mismo pasaje presenta palabras e imágenes relativas a
ambas. Existe, además, otra Venida: escuchamos estas lecturas en la asamblea
eucarística, donde Cristo está verdaderamente presente.
Al comienzo del tiempo de Adviento la Iglesia recuerda la enseñanza de san
Bernardo, es decir, que entre las dos Venidas visibles de Cristo, en la
historia y al final de los tiempos, existe una venida invisible, aquí y
ahora (cf. Oficio de lecturas, Lunes, I semana de Adviento), así como hace
suyas las palabras de san Carlos Borromeo: "Este tiempo (…) nos enseña que
la venida de Cristo no solo aprovechó a los que vivían en el tiempo del
Salvador, sino que su eficacia continúa y aún hoy se nos comunica si
queremos recibir, mediante la fe y los sacramentos, la gracia que él nos
prometió, y si ordenamos nuestra conducta conforme a sus mandamientos
(Oficio de lecturas, Lunes, I semana de Adviento)".
A. I domingo de Adviento
80. El evangelio del I domingo de Adviento, en los tres ciclos, es una
narración sinóptica que anuncia la venida inminente del Hijo del Hombre en
gloria, un día y una hora desconocidos. Nos exhorta a estar vigilantes y en
alerta, a esperar signos espaventosos en el cielo y en la tierra, a no
dejarnos sorprender. Siempre nos da una cierta impresión empezar de este
modo el Adviento, ya que, de modo inevitable, este tiempo nos trae a la
mente la Navidad y, en muchos lugares, el sentir común está ya sumergido con
las dulces representaciones del Nacimiento de Jesús en Belén.
No obstante, la Liturgia nos presenta estas imágenes a la luz de otras que
nos recuerdan cómo el mismo Señor nacido en Belén "de nuevo vendrá con
gloria para juzgar a vivos y muertos", como dice el Credo. En este domingo,
es responsabilidad del homileta recordar a los cristianos que siempre deben
preparase para esta venida y para el juicio. Realmente, el Adviento
constituye tal preparación: la Venida de Jesús en la Navidad está conectada
íntimamente con su Venida en el último día.
81. Durante los tres años, la lectura del Profeta puede interpretarse ya sea
como indicativa del glorioso advenimiento final del Señor como de su primer
advenimiento "en la humildad de nuestra carne", de la que nos habla la
Navidad. Tanto Isaías (en el año A) como Jeremías (en el año C), anuncian
que "llegan días". En el contexto de esta Liturgia, las palabras que siguen
apuntan claramente al tiempo final; pero se refieren, también, a la
inminente Solemnidad de la Navidad.
82. ¿Qué sucederá al final de los días? Isaías dice (en el año A): "Al final
de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los
montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles". El
homileta tiene varias posibilidades de interpretación que se pueden
desarrollar en consecuencia. "El monte de la casa del Señor" podría ser
correctamente explicado como una imagen de la Iglesia, llamada a reunir a
todas las gentes. También podría hacer de primer anuncio de la Fiesta
inminente de la Navidad. "Confluirán los gentiles" hacia el Niño en el
pesebre es un texto que se cumplirá, en particular, en Epifanía, cuando los
Magos vengan a adorarlo.
El homileta tendría que recordar a los fieles que también ellos pertenecen a
los gentiles que caminan hacia Cristo, un viaje que se inicia con intensidad
renovada en el I domingo de Adviento. Las mismas palabras, ricamente
inspiradas, son también aplicables a la Venida en el final de los tiempos,
citada explícitamente por el Evangelio. El profeta prosigue: "Será el
árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos". Las palabras
conclusivas del pasaje profético son, al mismo tiempo, una maravillosa
llamada a la celebración de la Navidad y a la espera del adviento del Hijo
del Hombre en la gloria: "Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor".
83.
La primera lectura del libro de Isaías en el año B se presenta como una
oración que instruye a la Iglesia en la actitud penitencial propia de este
periodo. Se inicia presentando un problema: el de nuestro pecado. "Señor,
¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que
no te tema?". Es evidente que esta pregunta debe ser considerada. ¿Quién
puede comprender el misterio de la iniquidad humana? (cf. 2 Ts 2,7). Nuestra
experiencia, ya sea en nosotros mismos o en el mundo que nos rodea - el
homileta puede presentar ejemplos - solo puede hacer brotar de lo profundo
de los corazones un grito inmenso dirigido a Dios: "¡Ojalá rasgases el cielo
y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!".
Esta sentida petición encuentra respuesta definitiva en Jesucristo. En él
Dios ha rasgado los cielos y ha descendido entre nosotros. Y en él, como
había pedido el profeta, Dios "cuando ejecutarás portentos inesperados:
"descendiste y las montañas se estremecieron". Jamás se oyó ni se escuchó
…". La Navidad es la celebración de las obras maravillosas realizadas por
Dios y que nunca hubiéramos podido esperar.
84. La Iglesia, en este I domingo de Adviento, fija además la mirada en el
Retorno de Jesús en gloria y majestad. "¡Ojalá rasgases el cielo y bajases,
derritiendo los montes con tu presencia!" Los Evangelios, con este mismo
tono, describen la Venida final. Y ¿estamos preparados? No, no lo estamos, y
por ello tenemos necesidad de un tiempo de preparación. La oración del
profeta continúa: "Sales al encuentro del que practica la justicia y se
acuerda de tus caminos". Una cosa muy parecida se invoca en la oración
colecta de este domingo: "Dios todopoderoso, aviva en tus fieles el deseo de
salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas
obras…".
85. En el Evangelio de Lucas, que se lee en el año C, las imágenes son
particularmente vivas. Entre tantos signos terribles que aparecerán, Jesús
predice que habrá uno que será capaz de eclipsar a todos los demás: su
aparición como Señor de la gloria. Él dice: "entonces verán al Hijo del
Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad". Para nosotros que le
pertenecemos, este no debería ser un día de gran temor. Al contrario, él
dice: "Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca
vuestra liberación". Un homileta podría preguntar en voz alta: ¿por qué
tenemos que tener nosotros una actitud de confianza en el último día?
Ciertamente esto exige una preparación precisa, son necesarios algunos
cambios en nuestra vida. Es lo que comporta el Tiempo de Adviento, en el que
debemos poner en práctica la advertencia del Señor: "Tened cuidado: no se os
embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida … Estad
siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por
venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre".
86. Naturalmente la Eucaristía que nos disponemos a celebrar es la
preparación más intensa de la comunidad para la Venida del Señor, ya que
ella misma señala dicha Venida. En el prefacio que abre la plegaria
eucarística en este domingo, la comunidad se presenta a Dios "en vigilante
espera". Nosotros, que damos gracias, pedimos hoy ya poder cantar con todos
los ángeles: "Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo". Aclamando
el "Misterio de la fe" expresamos el mismo espíritu de vigilante espera:
"Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu
muerte, Señor, hasta que vuelvas". En la plegaria eucarística los cielos se
abren y Dios desciende. Hoy recibimos el Cuerpo y la Sangre del Hijo del
Hombre que llegará sobre las nubes con gran poder y gloria. Con su gracia,
dada en la Sagrada Comunión, esperamos que cada uno de nosotros pueda
exclamar: "Me levantaré y alzaré la cabeza; se acerca mi liberación".
(CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS,
Directorio Homilético, Ciudad del Vaticano, 2014, nº 78 - 86)
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Directorio Homilético
II Catecismo
Primer domingo de Adviento
CEC 668-677, 769: la tribulación final y la venida de Cristo en gloria
CEC 451, 671, 1130, 1403, 2817: "¡Ven, Señor Jesús!"
CEC 35: Dios dona a los hombres la gracia para poder aceptar la revelación y
acoger al Mesías
CEC 827, 1431, 2677, 2839: reconocer que todos somos pecadores
I VOLVERA EN GLORIA
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su
participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo.
Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está
"por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el
Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el
Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él,
la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su
recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo
(cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su
misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de
la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la
Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en
misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra"
(LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación.
Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la
historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida
de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado
en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por
una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de
Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16,
17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está
todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el
advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de
los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido
vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido
sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva
tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus
sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este
mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG
48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1
Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando
suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del
establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1,
6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los
hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo
presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch
1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7,
26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia(cf. 1
P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm
4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel 673 Desde la
Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22,
20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el momento que ha
fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este
advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24,
44: 1 Te 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de
preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinad o de la historia
se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23,
39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad"
respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén
después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros
pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la
consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien
debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que
Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21).
Y San Pablo le hace eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del
mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?"
(Rm 11, 5). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la
salvación mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11,
25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo"
(Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
La última prueba de la Iglesia
675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba
final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12).
La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21,
12; Jn 15, 19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una
impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a
sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura
religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo- mesianismo
en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y
de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn
2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez
que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual
no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio
escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta
falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839),
sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado,
"intrínsecamente perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" que condena el
"falso misticismo" de esta "falsificación de la redención de los humildes";
GS 20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última
Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap
19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico
de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una
victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10)
que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21,
2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio
final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo
que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
La Iglesia, consumada en la gloria
769 La Iglesia "sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo" (LG
48), cuando Cristo vuelva glorioso.
Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las
persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios" (San Agustín, civ. 18,
51;cf. LG 8). Aquí abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co
5, 6; LG 6), y aspira al advenimimento pleno del Reino, "y espera y desea
con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria" (LG 5). La
consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la
del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces, "todos los
justos desde Adán, `desde el justo Abel hasta el último de los elegidos' se
reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (LG 2).
451 La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la
invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión
"por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de
confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha"
("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén!
¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está
todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el
advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de
los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido
vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido
sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva
tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus
sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este
mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG
48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1
Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11- 12) cuando
suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
1130 La Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios
sea todo en todos" (1 Co 11,26 15,28). Desde la era apostólica, la Liturgia
es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia:
"¡Marana tha!" (1 Co 16,22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús:
"Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros...hasta que halle su
cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15-16). En los sacramentos de
Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la
vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la
gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,13). "El Espíritu
y la Esposa dicen: ¡Ven!...¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).
S. Tomás resume así las diferentes dimensiones del signo sacramental: "Unde
sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet
passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per
Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est,
praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso el sacramento es un signo que
rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo; es un signo que
demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud de la pasión de Cristo, es
decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la
gloria venidera", STh III, 60,3).)
1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos
hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde
ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con
vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc
14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa
y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora
su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu
gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa:
"Ven, Señor Jesús": Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado
pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición
, dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de
los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta
cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra
sangre a los habitantes de la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires
deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la
venida de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).
35 Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un
Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha
querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa
revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios
pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe no se opone a la razón
humana.
827 "Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado,
sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia,
abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada
de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación" (LG 8; cf
UR 3; 6). Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben
reconocerse pecadores (cf 1 Jn 1, 8-10). En todos, la cizaña del pecado
todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el
fin de los tiempos (cf Mt 13, 24-30). La Iglesia, pues, congrega a pecadores
alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación:
La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque ella
no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente,
si se alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen
pecados y manchas del alma, que impiden que la santidad de ella se difunda
radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos pecados,
teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el
don del Espíritu Santo (SPF 19).
1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un
retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el
pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que
hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de
cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en
la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y
tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción del
espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón) (cf Cc. de
Trento: DS 1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4).
2677 "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros... " Con Isabel, nos
maravillamos y decimos: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a
mí?" (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y
madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras
peticiones: ora para nosotros como oró para sí misma: "Hágase en mí según tu
palabra" (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en
la voluntad de Dios: "Hágase tu voluntad".
"Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos
dirigimos a la "Madre de la Misericordia", a la Virgen Santísima. Nos
ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra
confianza se ensancha para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra
muerte". Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de
su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra
(cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.
Perdona nuestras ofensas
2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre.
Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada
vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no
dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos
volvemos a él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos
pecadores ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza
con una "confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su
Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la
redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo
eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su
Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).
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Exégesis: P. Joseph M. Lagrange, O.P. - Debemos velar en todo tiempo
(Lc 21, 34-35; Mc 13, 33-37; Mt 24, 42)1
Que el Padre no diera a conocer la hora de la venida del Hijo del hombre era
un motivo decisivo para que los discípulos estuviesen siempre alerta a fin
de no verse sorprendidos. Jesús insiste sobre el deber de la vigilancia,
repitiendo de nuevo y en dos ocasiones que la hora permanece en secreto:
"Velad y orad, porque no sabéis cuándo vendrá la hora". Es como el hombre
que, yendo lejos, dejó su casa y dio facultad a sus siervos y a cada uno su
obra y al portero mandó que velase.
Sólo se nombra aquí el portero, porque su oficio propio es velar a fin de
abrir pronto, sin hacer esperar al señor. Pero en la aplicación de la
parábola, la orden de velar es dada a todos. "Velad, pues, porque no sabéis
cuándo el señor de la casa vendrá, si a la tarde, o a la media-noche, o al
canto del gallo", última dilación posible, cuando los criados pueden
cerciorarse de que el Señor ha recibido hospitalidad en otra parte y que ya
no vendrá en aquella noche. Estas expresivas palabras, que son ciertamente
de Jesús, dicen de una manera imaginaria, pero clara, que el Hijo del hombre
tal vez tardará mucho en venir. Entonces, ¿por qué dar este aviso a los
discípulos? Cuando el Señor llegue, ya habrá muchos años que los discípulos
duerman el sueño de la muerte; por lo cual Jesús termina diciendo: "Lo que a
vosotros digo, lo digo a todos", como es un aviso solemne que deberá ser
transmitido; y el santo y seña que se transmitirán las generaciones es:
"Velad" (Mc 13, 33-37).
El texto de san Lucas indica de algún modo que el aviso, no tanto se dio a
los apóstoles, cuanto a las generaciones futuras; son éstas, no los
apóstoles, las que correrán riesgo de sentirse atosigadas por las pasiones y
preocupaciones de la vida. Recordando, en fin, "aquel día" que san Marcos y
san Mateo habían distinguido de la época de la destrucción del Templo, hace
expresamente notar que vendrá de repente, caerá sobre ellos de improviso y
será universal, porque llegará a todos los que habitan sobre la faz de la
tierra y nada importará entonces la estación para la huida. Nadie podrá
vanagloriarse de haberse librado de aquella redada. Lo esencial es la
vigilancia y la oración para no verse atrapado con los culpables, sino más
bien aparecer de pie delante del Hijo del hombre.
(LAGRANGE, J. M., Vida de Jesucristo según el evangelio, Ed. EDIBESA,
Madrid, 2000, p. 431-432)
1 El aviso sobre la vigilancia está expreso en
san Marcos y en san Mateo. En san Lucas está más general: ya recomendó la
vigilancia en 12, 33-40. 178 paralelo de Mt 24, 43-44.
Comentario teológico: Gran Enciclopedia Rialp - Adviento
La expresión adviento o advenimiento (del latín adventus, que traduce a su
vez el sustantivo griego parusía), se empleaba, en la terminología romana,
para significar la primera visita o el acontecimiento de la presentación
oficial de un alto dignatario ante el pueblo. Paralelamente se usaba el
mismo vocablo en el culto pagano: designaba el rito anual que consistía en
solemnizar la aparición de la estatua del dios patronal en su templo, como
signo de la presencia de la divinidad entre sus fieles.
Los primeros cristianos incorporaron esta expresión en su vocabulario
religioso. Por a. entendían la manifestación de Jesucristo, desde su
encarnación hasta su última venida al fin de los tiempos. El término quedó
definitivamente consagrado por la versión oficial de la Biblia en lengua
latina (Vulgata) durante el s. IV, aunque en esa traducción se emplea el
nombre de adventus refiriéndose especialmente al día en que el Redentor
coronará definitivamente su obra (Mt 24,3.27.37.39; Hech 7,52). Natale (v.
NAVIDAD), Epiphania (v. EPIFANÍA), Parousía (v.), son momentos y etapas de
la manifestación del Señor en la historia de la salvación.
Actualmente, en el lenguaje litúrgico, con la palabra a. se determina el
tiempo instituido como preparación a las celebraciones de las fiestas de
Navidad - Epifanía.
Formación del ciclo litúrgico de adviento. Con los documentos que han
llegado hasta nosotros no podemos precisar las fechas exactas ni el primer
proceso de la formación del ciclo litúrgico de a. Quizá la misma amplitud de
las realidades contenidas en el término dificultaba la organización de un
tiempo determinado en el que apareciera la riqueza de su mensaje. De hecho,
el ciclo de a. es uno de los últimos elementos que han entrado a formar
parte del conjunto del año litúrgico (v.).
Parece ser que desde fines del s. IV y durante el s. V, cuando las fiestas
de Navidad- Epifanía iban tomando una importancia cada vez mayor, en España
y en la Galia particularmente, se empezaba a sentir el deseo de consagrar
días a la preparación de esas celebraciones. Dejando de lado un texto
ambiguo atribuido a S. Hilario de Poitiers, la primera mención de la puesta
en práctica de ese deseo la encontramos en el can. 4 del conc. de Zaragoza
del a. 380: "Durante veintiún días, a partir de las XVI calendas de enero
(17 de diciembre), no está permitido a nadie ausentarse de la Iglesia...,
sino que debe acudir a ella cotidianamente" (H. Bruns, Canones Apostolorum
et Conciliorum II, Berlín 1893, 1314).
La frecuencia al culto durante los días que corresponden, en parte, a
nuestro tiempo de a. actual, se prescribe, pues, de una forma imprecisa. Más
tarde, los conc.. de Tours (a. 563) y de Macon (a. 581) nos hablarán, ya
concretamente, de unas observancias existentes "desde antiguo" para antes de
Navidad. En efecto, casi a un siglo de distancia, S. Gregorio de Tours (m.
490) nos da testimonio de las mismas con una simple referencia (Historia
Francorum X, 21, 6, en Monumenta Germaniae Historica, Scriptorum rerum
merovingiarum I, Hannover 1884, 444445). Leemos en el can. 17 del conc. de
Tours que los monjes "deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta
Navidad, todos los días". El can. 9 del conc. de Macon ordena a los
clérigos, y probablemente también a todos los fieles, que "ayunen tres días
por semana: el lunes, el miércoles y el viernes, desde S. Martín (11 de
noviembre) hasta Navidad, y que celebren en esos días el Oficio Divino como
se hace en Cuaresma" (Mansi, IX, 796 y 933).
Aunque la interpretación histórica de estos textos es difícil, parece según
ellos que en sus orígenes el tiempo de a. se introdujo tomando un carácter
penitencial, ascético, con una participación más asidua al culto. En España
y en la Galia se considera el a. casi como una segunda Cuaresma. Cuando el
rito romano admite en su liturgia el ciclo de a., hacia mediados del s. VI,
reviste los formularios que va creando para definir prácticamente el sentido
que quiere dar a este tiempo, de un tono gozoso, profético, lleno de una
esperanza inefable, ante la venida del Mesías en toda su amplitud histórica
y en toda su indeterminación.
Señala así una diferencia intencional con la Cuaresma (v.). Hasta más tarde
no dejará entrar en su seno signos penitenciales, aunque éstos no
modificarán esencialmente la forma y estructura primitivas. Sin embargo,
cabe señalar que la evolución del sentido amplio que la liturgia romana
infunde al concepto de a. en sus formularios, es debida a influencias
varias. Los textos más genuinamente romanos del tiempo de a. suponen la idea
de un ciclo de preparación para la fiesta de Navidad, concebida con una
precisión de contenido parecido al que daban los paganos al término
adventus.
Las liturgias de Oriente no poseen un ciclo de a. comparable al de las
occidentales. Siguen otro ritmo. Seguramente que al instituirse la fiesta de
la Epifanía, en el s. IV, se fue elaborando una gran solemnidad que incluía
una preparación inmediata. Ésta duraría unos días. Luego aparece un tiempo
que está marcado por la preocupación dogmática de salvar y defender el
misterio de la Encarnación en las controversias cristológicas.
Posteriormente fue entrando un sentido penitencial.
Al formarse el ciclo litúrgico propiamente dicho de a., observamos por todas
partes una cierta fluctuación en cuanto a la determinación de sus límites.
En las liturgias hispánica, galicana y ambrosiana, el a. alcanza seis o
cinco semanas. La liturgia bizantina adopta un sistema de dos semanas,
mientras que el rito sirio oriental establece un orden de cuatro domingos.
La liturgia romana tiene, en su forma primitiva representada por el
Sacramentario gelasiano, seis semanas. En una segunda fase se reducen el
número de semanas a cuatro. Durante el pontificado de S. Gregorio Magno (m.
604), se organiza definitivamente el a. romano en cuatro semanas. Ya entrada
la Edad Media se intentará, sin éxito, reducir aún más ese ciclo (v. A.
Chavasse, Le Sacramentaire gélasien (Vat. Regin. 3161, Tournai 1958, 412
ss.).
Notamos asimismo una fluctuación en lo que se refiere a la disposición del
tiempo de a. dentro del conjunto del año litúrgico. En algunos documentos
antiguos, el a. se encuentra al final del año; en otros aparece al comienzo.
Una indeterminación comprensible, si consideramos que el ciclo de a. fue uno
de los últimos elementos que se incorporaron al año litúrgico y que, por
otra parte, el sentido amplio que iba dándose al a. permitía que se
interpretara bien como una preparación a la primera manifestación histórica
de Jesucristo o bien como una etapa que pone de relieve la expectación de la
última venida del Señor, al fin del mundo.
En la práctica, en Occidente, se impuso la interpretación del a. como un
tiempo de espera ante el "nuevo" nacimiento, mediante la asimilación de los
sentimientos que abrigaba el pueblo judío al desear la venida del Mesías y
la actualización de los sentimientos cristianos de anhelo del encuentro
definitivo con el Salvador. Desde un punto de vista cronológico y
psicológico era normal que se viera en el a. el primer paso del año
litúrgico (v. CALENMRIO II).
Carácter y sentido del adviento. Puesto que la liturgia del a. se refiere,
aun poniendo el acento en la venida del Redentor, a las grandes
manifestaciones de Dios, su contenido es particularmente amplio. Basta
analizar la temática que encierran los leccionarios de las diferentes
liturgias para darnos cuenta de ello.
Así, el leccionario hispánico, según el cual el a. consta todavía de cinco
semanas, nos indica las siguientes lecturas: 1er domingo: Visión de Isaías
de la montaña que será el centro de las peregrinaciones de los pueblos; en
ella el Señor proclamará su palabra y su ley; Dios hará fructificar en su
cima la salvación (Is 2, 12; 4, 23). Israel fue infiel a la salvación que se
le ofrecía; Dios la proclama a todos los demás pueblos (Rom 11, 25-31). Juan
Bautista predica la conversión, ya que se acerca la llegada del Reino de
Dios y del Salvador (Mt 3, 1-11).
2º domingo: En el día de la salvación, los pobres y los enfermos tendrán la
mayor dicha; serán ellos los que creerán y que no serán confundidos (Is 28,
16-17, y 29, 17-24). Los apóstoles son ministros del Señor; no les incumbe
juzgar sobre la fidelidad de los discípulos, antes de la venida de
Jesucristo, quien traerá la luz y descubrirá los secretos de los corazones
(1 Cor 4, 15). Juan Bautista hace que pregunten a Jesucristo si es el Mesías
esperado; Jesucristo responde que miren los hechos: los pobres y los
enfermos son salvados y curados de sus miserias (Mt 11, 215). 3er domingo:
Anuncio de la restauración de Israel, más abundante y próspera que nunca (Ez
36, 611). Cuando Jesucristo se manifieste, también nosotros nos
manifestaremos en su gloria; por el momento es necesaria la mortificación
del hombre viejo para podernos revestir del hombre nuevo (Col 3, 411).
Jesucristo ordena a los Apóstoles que le preparen su entrada en Jerusalén
(Domingo de Ramos); al llegar a la Ciudad Santa, el Salvador es aclamado por
la muchedumbre con las palabras: "bendito el que viene en el nombre del
Señor" (Mt 21, 19). 4° domingo: Después de enviar a su mensajero, Dios mismo
vendrá, lleno de gloria y de poder, y purificará los corazones (Mal 3, 14).
Que en el día de su venida, Dios nos encuentre con un espíritu íntegro (1
Thes 5, 1423). Juan Bautista es el enviado que prepara el camino del Señor
(Mc 1, 18). 5° domingo: En el día de la venida del Mesías se llenará todo de
alegría y se verá por doquier la gloria de Dios (Is 35, 12). El Señor está
cerca; alegrémonos (Phil 4, 47). Juan Bautista predica la penitencia
necesaria para preparar el camino del Señor; anuncia que después de él
vendrá el Mesías (Lc 3, 118) (ed. J. Pérez de Urbel, A. González y
RúizZorrilla, Liber Commicus, 1, Madrid 1955, 3 ss.).
(…)
En los nuevos libros litúrgicos posteriores al conc. Vaticano II se han
presentado y aprobado algunos leccionarios para la liturgia romana. A partir
de 1966 en España se ha adoptado un leccionario que presenta para el tiempo
que estamos estudiando un sistema de lecturas con un rico contenido
litúrgico.
Aunque los leccionarios nos revelan los aspectos más importantes del a., no
podemos descuidar en nuestro estudio sobre el carácter y el sentido del
ciclo preparatorio a la fiesta de Navidad los otros textos litúrgicos. Estos
textos nos confirman que la Iglesia considera el tiempo de a. como un paso
hacia un nuevo encuentro con el Señor. En su condición de comunidad que
peregrina hacia la comunión perfecta con Dios y con los hombres para
responder a la unión de Dios con la humanidad, expresada por el misterio de
la Encarnación, se dispone, ascética y gozosamente, a vivir la memoria, el
aniversario, del nacimiento de Jesucristo.
Aniversario que no es un mero recuerdo de un hecho pasado, sino que es un
acontecimiento que va manifestándose a través de la historia, hasta la
última venida del Señor. El mensaje del a. se actualiza constantemente ante
la mayor proximidad de la redención completa, por la colaboración de los
hombres a su realización: "Ahora la salvación está más cercana que cuando
creímos" (Rom 13, 11: epístola del primer domingo de a. en la liturgia
romana).
En un ambiente profético y de esperanza, la liturgia del a. se orienta a
hacernos comprender y vivir que Jesucristo está presente entre nosotros
"siempre, hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20), pero con la
convicción de que "entre vosotros está uno a quien no conocéis" (lo 1, 26:
evangelio del cuarto domingo de a. en la liturgia romana). La vida
sacramental, y particularmente la Eucaristía que celebramos "hasta que
vuelva el Señor" (1 Cor 11, 26), adquiere un carácter de tensión entre la
presencia de Jesucristo y nuestro desconocimiento de la plenitud de la
misma.
De una manera especial, la liturgia hispánica Y con ella también otras de
Occidente pone de relieve la relación del a. con la Pascua: la lectura de la
entrada triunfal de Jesucristo a Jerusalén proclamada durante el a., muestra
la identificación fundamental entre las diferentes manifestaciones del
Señor, en cuanto todas ellas se refieren a la máxima revelación de la gloria
de Dios en la historia, realizada por la Muerte y en la Resurrección del
Salvador.
De un modo muy particular durante el tiempo de a. aparece el significado de
la misión de la Virgen María y de Juan Bautista. Sus figuras se imponen como
la mejor actitud de fidelidad y de respuesta a la nueva manifestación de
Dios que se avecina. Mientras Juan Bautista nos habla de la necesidad de la
conversión, del cambio de mentalidad, para poder hallar y seguir a
Jesucristo, actualizando las profecías de Isaías que se leen durante el a.
dentro del ambiente más propicio, María es puesta como signo de la
aceptación del proyecto de Dios sobre la salvación humana, y de la
colaboración total que ese proyecto exige.
Las Témporas (v.) de diciembre, aunque anteriores a la institución del a.,
constituyen como ya nos indica el sacramentario gregoriano el punto álgido
de la perspectiva mariana del ciclo de a.: durante esos días se conmemoran
la Anunciación poniendo así en un contexto más apropiado la fiesta del 25 de
marzo, anterior a la formación del a. (v. MARÍA I, 2) y la Visitación. La
festividad de la Inmaculada Concepción (v. MARÍA II, 3), de institución
moderna en su forma actual, expresa en el conjunto del a. la dimensión de la
esperanza de la plenitud de la Redención. Cabe señalar la relación de las
lecturas con el a. (Mich 4, 13, 58; 5, 25; Gal 3, 27 4, 7; Lc 1, 2638,
4655). Por su parte, las liturgias orientales insisten constantemente en el
aspecto mariano del a.
Celebración del adviento. Como en cada ciclo litúrgico, la pastoral del a.
debe fundarse en los textos y los ritos que lo componen. Ya hemos indicado
su contenido más esencial. El a. es un tiempo de más intensidad de vida y de
más reflexión. Por eso durante él ha de fomentarse la celebración de la
Palabra de Dios (v. PALABRA II), fuente de toda reflexión y vida cristianas.
Lo urge la const. sobre Sagrada Liturgia del Vaticano II (n. 35, 4).
Por el carácter mismo del a., en esa celebración han de ocupar un lugar
preferente aquellos textos del A. y N. T. que se refieren a las profecías
sobre las diferentes venidas del Señor, sobre la salvación, a las
manifestaciones de Dios, con otros textos cuya temática sea la conversión
(v.), el cambio de mentalidad, para poder ver y recibir, con espíritu
abierto, la visita del Señor. Para que aparezca con claridad la íntima
conexión de la Palabra con el rito, los Sacramentos, especialmente la
Eucaristía, han de ser vividos durante el a. a la luz de la Redención en su
aspecto escatológico.
La actitud que promueve el a. tiende a suscitar la conciencia de sentirse
más cooperadores de la salvación completa del mundo: "El continuo anhelar de
las criaturas ansía la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8,
19). La misma vida cristiana es signo de esperanza y manifestación de Dios.
A. debería ser el tiempo mariano por excelencia. Más que en cualquier otra
circunstancia, durante el a. la figura de María es presentada por la
liturgia en su sentido más completo, como signo de la confianza en la
Palabra de Dios que se encarna en el hombre hasta convertirse en
comunicación personal y transformarle en hijo de Dios.
(ARGEMÍ ROCA, A., en GRAN ENCICLOPEDIA RIALP, Editorial Rialp, 1991)
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Santos Padres: San Agustín - El día del juicio (Mc 13,32).
1. Habéis oído, hermanos, la Escritura que nos exhorta e invita a estar en
vela con vistas al último día. Que cada cual piense en el suyo particular,
no sea que opinando o juzgando que está lejano el día del fin del mundo, os
durmáis respecto al vuestro. Habéis oído lo que dijo a propósito de aquél:
que lo desconocen tanto los ángeles como el Hijo y sólo lo conoce el Padre.
Esto plantea un problema grande, a saber, que guiados por la carne juzguemos
que hay algo que conoce el Padre y desconoce el Hijo. Con toda certeza,
cuando dijo "lo conoce el Padre", lo dijo porque también el Hijo lo conoce,
aunque en el Padre. ¿Qué hay en aquel día que no se haya hecho en el Verbo
por quien fue hecho el día? "Que nadie, dijo, busque el último día, es
decir, el cuándo ha de llegar". Pero estemos todos en vela mediante una vida
recta para que nuestro último día particular no nos coja desprevenidos, pues
de la forma como cada uno haya dejado su último día, así se encontrará en el
último del mundo. Nada que no hayas hecho aquí te ayudará entonces. Serán
las propias obras las que eleven u opriman a cada uno.
2. ¿Qué hemos cantado al Señor en el salmo? Apiádate de mí, Señor, porque me
ha pisoteado un hombre. Llama "hombre " a quien vive según el hombre. Es
más, a quienes viven según Dios se les dice: Dioses sois, y todos hijos del
Altísimo. A los réprobos, en cambio, a los que fueron llamados a ser hijos
de Dios y quisieron ser más bien hombres, es decir, vivir a lo humano: Sin
embargo, dijo, vosotros moriréis como hombres y caeréis como cualquiera de
los príncipes. En efecto, el hecho de ser mortal debe ser para el hombre
motivo de disciplina, no de jactancia. ¿De qué presume el gusano que va a
morir mañana? A vuestra caridad lo digo, hermanos: los mortales soberbios
deben enrojecer frente al diablo. Pues él, aunque soberbio, es, sin embargo,
inmortal; aunque maligno, es un espíritu. El día del castigo definitivo se
le reserva para el final. Con todo, él no sufre la muerte que sufrimos
nosotros. Escuchó el hombre: Moriréis. Haga buen uso de su pena.
¿Qué quiero decir con eso? No se encamine a la soberbia que le proporcionó
la pena; reconózcase mortal y quiebre el ensalzarse. Escuche lo que se le
dice: ¿De qué se ensorberbece la tierra y la ceniza? Si el diabla se
ensoberbece, al menos no es tierra ni ceniza. Por eso se ha escrito:
Vosotros moriréis como hombres y caeréis como cualquiera de los príncipes.
No ponéis atención más que al hecho de ser mortales, y sois soberbios como
el diablo. Haga, pues, buen uso el hombre de su pena, hermanos; haga buen
uso de su mal para progresar en beneficio propio, ¿Quién ignora que es una
pena el tener que morir necesariamente y, lo que es peor, sin saber cuándo?
La pena es cierta e incierta la hora; y, de las cosas humanas, sólo de esta
pena tenemos certeza absoluta.
3. Todo lo demás que poseemos, sea bueno o malo, es incierto. Sólo la muerte
es cierta. ¿Qué estoy diciendo? Un niño ha sido concebido: es posible que
nazca, es posible que sea abortado. Así de incierto es. Quizá crecerá, quizá
no; es posible que llegue a viejo, es posible que no; quizá sea rico, quizá
pobre; es posible que alcance honores, es posible que sea despreciado; quizá
tendrá hijos, quizá no; es posible que se case y es posible que no.
Cualquier otra cosa que puedas nombrar entre los bienes es lo mismo. Mira
ahora a los males: es posible que enferme, es posible que no; quizá le pique
una serpiente, quizá no; puede ser devorado por una fiera o puede no serlo.
Pasa revista a todos los males. Siempre estará presente el "quizá sí, quizá
no".
En cambio, ¿acaso puedes decir: "Quizá morirá, quizá no"? ¿Por qué los
médicos, tras haber examinado la enfermedad y haber visto que es mortal,
dicen: "Morirá; no escapará de la muerte"? Ya desde el momento del
nacimiento del hombre hay que decir: "No escapará de la muerte". El nacer es
comenzar a enfermar; con la muerte llega a su fin la enfermedad, pero se
ignora si conduce a otra cosa peor. Había acabado aquel rico con una
enfermedad deliciosa y vino a otra tortuosa. Aquel pobre, en cambio, acabó
con la enfermedad y llegó a la sanidad. Pero eligió aquí lo que iba a tener
después; lo que allí cosechó, aquí lo había sembrado. Por tanto, debemos
estar en vela mientras dura nuestra vida y elegir qué hemos de tener en el
futuro.
4. No amemos al mundo; él oprime a sus amantes, no los conduce al bien.
Hemos de fatigarnos para que no nos aprisione, antes que temer su caída.
Suponte que cae el mundo; el cristiano se mantiene en pie, porque no cae
Cristo. ¿Por qué, pues, dice el mismo Señor: Alegraos porque yo he vencido
al mundo? Respondámosle, si os parece bien: "Alégrate tú. Si tú venciste,
alégrate tú. ¿Por qué hemos de hacerlo nosotros?". ¿Por qué nos dice
"alegraos", sino porque él venció y luchó en favor nuestro? ¿Cuándo luchó?
Al tomar al hombre. Deja de lado su nacimiento virginal, su anonadamiento al
recibir la forma de siervo y hacerse a semejanza de los hombres siendo en el
porte como un hombre; deja de lado esto: ¿dónde está la lucha? ¿Dónde el
combate?
¿Dónde la tentación? ¿Dónde la victoria, a la que no precedió lucha? En el
principio existía el Verbo y el Verbo existía junto a Dios y el Verbo era
Dios. Este existía al principio junto a Dios. Todo fue hecho por él y sin él
nada se hizo. ¿Acaso era capaz el judío de crucificar a este Verbo? ¿Le
hubiese insultado el impío? ¿Acaso hubiera sido abofeteado este Verbo? ¿O
coronado de espinas? Para sufrir todo esto, el Verbo se hizo carne; y tras
haber sufrido estas cosas, venció en la resurrección. Su victoria, por
tanto, fue para nosotros, a quienes nos mostró la certeza de la
resurrección. Dices, pues, a Dios: Apiádate de mí, Señor, porque me ha
pisoteado un hombre. No te pisotees a ti mismo y no te vencerá el hombre.
Suponte que un hombre poderoso te aterroriza.
¿Con qué? "Te despojo, te condeno, te atormento, te mato". Y tú clamas:
Apiádate de mí, Señor, -porque me ha pisoteado un hombre. Si dices la
verdad, pones la mirada en ti mismo. Si temes las amenazas de un hombre, te
pisa estando muerto; y puesto que no temerías, si no fueras hombre, por eso
te pisotea. ¿Cuál es el remedio? Adhiérete, ¡oh hombre!, a Dios, por quien
fue hecho el hombre; adhiérete a él; presume de él, invócale, sea él tu
fuerza. Dice: En ti, Señor, está mi fuerza. Y, lejos ya de las amenazas de
los hombres, cantarás. ¿Qué? Lo dice el mismo salmo: Esperaré en el Señor;
no temeré lo que me haga el hombre.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón
97, 1-4, BAC Madrid 1983, 646-50)
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Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - Vigilad (Mc 13,33-37)
Introducción
Con el domingo de hoy comienza el Tiempo de Adviento. La palabra 'Adviento'
proviene del latín adventus, que significa 'venida', 'llegada',
'advenimiento'2. La palabra castellana 'advenimiento' es la palabra que más
nos puede iluminar para entender la expresión 'Adviento'. Se trata de un
tiempo para preparar una venida, una llegada, un advenimiento. ¿Qué venida,
llegada o advenimiento? El de Cristo en la Navidad.
"El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Dios se hizo
hombre para salvarnos de nuestros pecados y del infierno, y nació de una
mujer (cf. Gál 4,4) en Belén hace aproximadamente 2000 años. Esa es la
llegada, venida o advenimiento al que hace referencia el tiempo de
'Adviento'. El tiempo de 'Adviento' es preparación para rememorar ese
'advenimiento'.
El Directorio Homilético nos dice con exactitud lo que la Iglesia quiere que
prediquemos hoy. Dice dicho Directorio: "Las lecturas del Evangelio durante
los domingos del Tiempo de Adviento tienen una característica propia. En el
caso del I Domingo (el nuestro), las lecturas se refieren a la venida del
Señor al final de los tiempos (…). La primera fase del Adviento nos invita a
preparar la Navidad animándonos no sólo a dirigir la mirada al tiempo de la
primera Venida de nuestro Señor (…) sino también, a esperar vigilantes su
Venida 'en la majestad de su gloria' (…).
"Por tanto, existe un doble significado de Adviento, un doble significado de
la Venida del Señor. Este tiempo nos prepara para su Venida en la gracia de
la fiesta de la Navidad y a su retorno para el juicio al final de los
tiempos. Los textos bíblicos deberían ser explicados considerando este doble
significado. Según el texto, se puede evidenciar una u otra Venida, aunque,
con frecuencia, el mismo pasaje presenta palabras e imágenes relativas a
ambas"3. Y luego vuelve a insistir el Directorio: "El evangelio del I
domingo de Adviento, en los tres ciclos, es una narración sinóptica que
anuncia la venida inminente del Hijo del Hombre en gloria, un día y una hora
desconocidos"4.
En este primer domingo de Adviento, claramente, es necesario evidenciar,
según la intención de la Iglesia, la Segunda Venida de Cristo.
1. El sentido de la parábola de hoy
La pequeña parábola que presenta el evangelio de hoy se refiere a la Segunda
Venida de Cristo. Esta parábola es clara y límpida. El hombre que deja su
lugar de origen y su casa es Cristo que deja el mundo y sube a los Cielos.
Los siervos a los cuales les da autoridad (exousía), les deja a cada uno un
trabajo determinado y a uno de ellos nombra portero, son, en primer lugar,
los prelados de la Iglesia, es decir, obispos y sacerdotes. La mención de la
casa (oikía) y del portero (thyrorós) parecen hacer mención explícita a
Pedro, a quien se le entregó 'las llaves' del Reino de los Cielos (cf. Mt
16,19). Pero no sólo se refiere a la jerarquía de la Iglesia sino a todos
los bautizados e, incluso, a todos los hombres. En efecto, Jesús aclara que
esto que le dice a los Apóstoles vale para todos: "Lo que a vosotros os
digo, a todos lo digo: 'Vigilad'" (Mc 13,37).
La voz de orden es la de vigilar, dicha cuatro veces usando dos verbos
diferentes. Hay una orden puntual especial para el portero, de quien se
dice: "Y al portero le ordenó que vigile" (Mc 13,34). Pareciera que hay una
especial recomendación para Pedro.
La vuelta del dueño de casa es absolutamente incierta. Se nombran las cuatro
vigilias de la noche según se usaban en el tiempo de Cristo, desde las seis
de la tarde hasta las seis de la mañana, de tres horas cada una. La primera,
de seis de la tarde a las nueve de la noche (opsé = 'tarde'); la segunda, de
nueve a doce de la noche (mesonýktion = medianoche); la tercera de doce de
la noche a tres de la mañana (alektorophonía = 'el canto del gallo'); la
cuarta, de las tres a las seis de la mañana (proï = 'madrugada'). Al nombrar
todas las horas de la noche, Jesús quiere indicar la incertidumbre absoluta
respecto al momento de su Segunda Venida. Su Segunda Venida es absolutamente
cierta (lo profesamos en el Credo como una verdad de fe), pero el momento de
su Segunda Venida es absolutamente incierto. Se subraya la incertidumbre con
el adverbio con el que Cristo cualifica su venida: 'repentinamente'
(exaíphnes; Mc 13,36).
¿Cuál es el peligro para el que no vigila? Que el dueño de casa lo encuentre
durmiendo, postrado horizontalmente ya sea en su lecho de descanso, ya sea
en su lugar de trabajo. Como fin del siervo que no estaba vigilando, se
supone el mismo que tienen los siervos de una parábola semejante de Jesús,
narrada en Lucas: "Vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en
el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los
infieles" (Lc 12,46). 'La suerte de los infieles' es el infierno.
2. La Navidad nos recuerda nuestra muerte
La primera venida de Jesús en Belén debe recordarnos su Segunda Venida en
gloria, nos dice la Iglesia. Ahora bien, dice Santo Tomás: "El Señor viene
de dos maneras. En el fin del mundo vendrá para todos en general. Pero
vendrá para cada uno en particular en el fin de su propia vida, es decir, en
su muerte. (…) Por lo tanto, su venida es doble: en el fin del mundo y,
también, en la muerte, y ambas quiso que fueran inciertas"5. Por eso dice
Santo Tomás que, en esta parábola, la vuelta del dueño de casa "la podemos
referir también al día de nuestra muerte"6.
Por lo tanto, la correlación es la siguiente: la venida de Cristo en la
Navidad nos debe recordar su Segunda Venida para el Juicio Universal; y su
Segunda Venida para el Juicio Universal nos debe recordar nuestra propia
muerte.
Pero, concretamente, para cada uno de nosotros es más importante la primera
venida de Cristo en nuestra muerte que la Segunda. ¿Por qué? Porque nuestra
felicidad en la Segunda Venida de Cristo depende de cómo nos encontremos
respecto de Cristo en nuestra muerte. En efecto, dice Santo Tomás: "De tal
modo te hallarás en la Segunda Venida, cual te hallares en la primera"7.
Pero Santo Tomás va más lejos. Así como nuestra posición frente a Cristo en
su Segunda Venida depende de nuestra situación ante Cristo en el momento de
nuestra muerte, así también, nuestra alegría y felicidad en el momento de
nuestra muerte depende de nuestra docilidad para aceptar las venidas que
Cristo hace a nuestra alma mientras todavía estamos viviendo la vida
presente. Dice Santo Tomás, siguiendo a San Agustín: "Se encuentra no
preparado para el Último Día del mundo, el que se encuentra no preparado
para el último día de su vida. Y lo mismo puede decirse de aquella otra
venida u otro adviento, es decir, de ese adviento invisible que se verifica
cuando Cristo viene al alma durante la vida presente. (…) Porque sucede que
el Señor viene a muchos y ellos no lo reciben. Por lo tanto, debéis vigilar
mucho, para que, apenas llame a la puerta, vosotros le abráis, tal como dice
Jesús en el Apocalipsis: 'Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno
escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él
conmigo' (Apoc 3,20)"8.
Podemos pensar lo que nos diría un fiel católico: "Padre, no nos hable de la
muerte ahora, que ya está tan cerca el cálido momento de la Navidad, lleno
de alegría y de comunión familiar". Pero el sacerdote responde: "Hijito,
tengo que hablarte de esto por tu bien. Me lo manda la Iglesia". En efecto,
dice el Directorio Homilético con mucho tino: "Siempre nos da una cierta
impresión empezar de este modo el Adviento, ya que, de modo inevitable, este
tiempo nos trae a la mente la Navidad y, en muchos lugares, el sentir común
está ya sumergido con las dulces representaciones del Nacimiento de Jesús en
Belén.
No obstante, la Liturgia nos presenta estas imágenes a la luz de otras que
nos recuerdan cómo el mismo Señor nacido en Belén 'de nuevo vendrá con
gloria para juzgar a vivos y muertos', como dice el Credo. En este domingo,
es responsabilidad del homileta recordar a los cristianos que siempre deben
preparase para esta venida y para el juicio. Realmente, el Adviento
constituye tal preparación: la Venida de Jesús en la Navidad está conectada
íntimamente con su
Venida en el último día"9. Y su Venida en el último día está conectada
íntimamente con nuestra muerte.
3. La solución: agrypneîte y gregoreîte
El modo de prepararse para la Navidad, su Segunda Venida y nuestra muerte es
vigilar. Cuatro veces, dijimos, Jesucristo llama a la vigilancia en el corto
tramo del texto de hoy, apenas cinco versículos. Una vez usa el verbo
agrypnéo (Mc 13,33) y tres veces el verbo gregoréo (Mc 13,34.35.37)10.
3.a Agrypneîte (¡Vigilad!)
El verbo agrypnéo tiene como componente indudable la palabra hypnós, que
significa 'sueño'11. En esto están de acuerdo todos los diccionarios. Pero
algunos autores consideran que agrypnéo proviene de anteponerle a hypnós la
partícula negativa a-. Según esto, a-grypnéo significa, simplemente, la
privación del sueño, es decir, 'velar', 'estar despierto'12.
Otros autores opinan que la otra palabra que entra en composición con hypnós
es el verbo agreúo, que significa 'cazar'13. Estas dos opiniones no se
excluyen entre sí, dado que el significado global termina siendo el mismo.
Pero la opinión de que es el verbo agreúo el que entra en formación con
hypnéo, morfológicamente hablando, explica mejor la presencia del binomio
gr-, con las letras g (gamma) y r (ro), que no se explica según la otra
opinión.
Consideramos, entonces, como mejor fundamentada la opinión que agrypnéo está
compuesto de agreúo y hypnós. Esto hace de agrypnéo un verbo con matices muy
ricos. Es la actitud del cazador que decide estar despierto toda la noche
para acechar cuidadosamente a su presa y para eso se mantiene atento y
tenso14. Se trata de una actitud de vigilia orientada hacia un objetivo muy
preciso y muy precioso, que cautiva toda la atención del hombre.
En Lc 21,36, precisamente, se usa el verbo agrypnéo en el sentido de estar
orientado y tensionado hacia un fin muy concreto: tener fuerzas para escapar
de los castigos del Juicio Final y poder, así, "estar en pie delante del
Hijo del hombre"15. Agrypnéo, entonces, nos pide una actitud de desperteza16
en permanente tensión hacia nuestra 'presa': la Segunda Venida de Jesucristo
para el Juicio Final y, según dijimos, la venida de Cristo en el día de
nuestra muerte.
Aquello que, en Lc 21,34-36, puede hacer que el cazador pierda esa tensión
permanente hacia su presa, son 'el libertinaje', 'la embriaguez' y 'las
preocupaciones de la vida' (Lc 21,34). Incluso, en el texto de San Lucas, se
dice que la Segunda Venida de Cristo se puede convertir para nosotros en un
lazo, es decir, una trampa como la que se pone para cazar animales:
"Guardaos (…) de que venga aquel Día de improviso sobre vosotros como un
lazo" (Lc 21,34-35). Por lo tanto, el texto de San Lucas propone un contexto
de caza. El cristiano es una persona que está en actitud de cazador ante la
venida de Cristo, siempre en vigilante tensión hacia ese momento. Pero debe
evitar convertirse en un 'cazador cazado'. Si alguien se propone cazar un
oso siberiano o un lobo, pasa toda la noche acechándolo para cazarlo. Pero
si se descuida, ese oso o ese lobo, pueden destrozarlo a él. Si un cristiano
se deja llevar por las preocupaciones de la vida y se olvida de su objetivo,
entonces la venida de Cristo puede sorprenderlo y convertirse para él en la
perdición.
En este permanente vigilar del texto recién citado de San Lucas es esencial
la actitud orante: "Orando en todo tiempo" (en pantì kairô deómenoi). Es
imposible mantener la tensión permanente en la espera de la venida de Cristo
sin esta actitud de oración permanente. Incluso, en Ef 6,18, donde también
se usa el verbo agrypnéo, se identifica en la práctica el estar en vela con
el orar. Dice San Pablo: "Estad siempre en oración y súplica, orando en toda
ocasión en el Espíritu, velando (verbo agrypnéo) juntos con perseverancia e
intercediendo por todos los santos" (Ef 6,18).
3.b Gregoreîte (¡Vigilad!)
El verbo gregoréo proviene del verbo egeíro17, que significa 'hacer ponerse
de pie', 'levantar',
'incorporar', 'ponerse de pie'. De este significado base, pasa a significar
también 'resucitar'. Dice Thayer: "Gregoreîn (que es un derivado de egeíro)
representa un estado de vigilia como efecto de un esfuerzo por estar
despierto"18. Es el que está de centinela y debe mantenerse en pie con
esfuerzo. El que ha servido alguna vez en un ejército entenderá qué
significa estar de centinela a la noche y la lucha que se entabla por
permanecer despierto y de pie, sabiendo que en eso se le va la vida, ya que
el enemigo es implacable.
Gregoréo es usado también por Jesucristo durante su agonía en el Huerto (Mt
26,40.41; Mc 14,37.38). Después de describir la oración de Jesús dice el
evangelista: "Viene entonces Jesús y los encuentra dormidos; y dice a Pedro:
'Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar (verbo gregoréo)? Velad
(gregoreîte) y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está
pronto, pero la carne es débil" (Mc 14,37-38). También aquí el verbo
gregoréo es usado en un contexto de lucha y combate e, incluso, agonía19.
También San Pablo exhorta: gregoreîte (1Cor 16,13). Allí el vigilar
significa sobre todo mantenerse firmes en la fe20. En Col 4,2, gregoreîn es
perseverar en la oración21. En 1Tes 5,6 gregoreîn es no dejarse arrastrar
por las concupiscencias de la carne22. En 1Pe 5,8 gregoreîn es resistir al
diablo23.
Pero la exhortación más dramática que se nos dirige para que nos preparemos
convenientemente a las venidas del Señor es la que el Espíritu dirige a una
de las iglesias del Apocalipsis: "Al Ángel de la Iglesia de Sardes escribe:
'Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas.
Conozco tu conducta; tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto.
Ponte en vela (verbo gregoréo), reanima lo que te queda y está a punto de
morir. Pues no he encontrado tus obras llenas a los ojos de mi Dios.
Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi Palabra: guárdala y
arrepiéntete. Porque, si no estás en vela (verbo gregoréo), vendré como
ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti'" (Apoc 3,1-3).
Esta es una exhortación para alguien que ya ha abandonado casi del todo la
voluntad de permanecer en la fe. Se compara al que se ha tirado a dormir y
no quiere levantar, o, peor, al que está agonizando en el lecho de muerte, a
causa del olvido de la venida de Jesucristo y la consecuente negligencia. No
se ha mantenido en pie. Y aquí hay una amenaza por parte de Jesucristo: si
no se pone en pie para vigilar como un centinela, vendrá el ladrón, lo
encontrará durmiendo y lo eliminará para robarle todas sus pertenencias.
Conclusión
Si nosotros sopesamos cuidadosamente lo que significan los verbos agrypenéo
y gregoréo y comparamos con la vida cotidiana de un católico medio, nos
daremos cuenta que el católico medio de hoy no llega ni siquiera a una
mínima parte de lo que exigen esos verbos. Y en muchos casos, el católico
medio de hoy se hace pasible del verbo gregoreîn tal como se pronuncia en
Apoc 3,2-3.
Gracias a Dios existen en la Iglesia tantas congregaciones religiosas que
tratan de reparar lo que el católico medio no hace, tantos conventos y
monasterios que están permanentemente velando según todos los sentidos que
hemos encontrado en los verbos señalados.
La clave, en última instancia, está en estar vigilante para aceptar la
visita invisible de Cristo a nuestra alma durante el tiempo presente. ¿Y qué
visita más real que la de la Eucaristía? Hoy, en esta misma Misa, Jesucristo
viene de una manera verdadera, real y sustancial por la consagración del pan
y del vino. Y quiere entrar en el alma e, incluso, en el cuerpo de cada uno
de los bautizados aquí presentes que ya tienen uso de razón. ¿Cuántos de
nosotros estamos preparados para recibirlo, para aceptar su visita, para
mantenernos en pie ante esta venida? ¿Cuántos de nosotros perciben que en el
Cuerpo de Cristo está la 'presa' hacia la cual debe estar tensionada toda
nuestra vida? ¿Cuántos de nosotros se da cuenta que en esta Eucaristía Jesús
'está a la puerta y llama'?
De María se dice que "estaba de pie junto a la cruz de Jesús" (Jn 19,25).
Ella será siempre el modelo del gregoreîn y el agrypneîn. A pesar de la
terrible prueba de la muerte en cruz de su Hijo y del abandono de todos los
discípulos, ella no deja de vigilar. "La Santísima Virgen (…) mantuvo
fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin
designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25)"24. En ella y sólo en
ella, en el momento de la cruz, la Iglesia perseveró en la fe y se mantuvo
vigilante.
Notas
2 Diccionario Vox.
3 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, Ciudad del Vaticano,
2014, nº 78.79
4 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, Ciudad del Vaticano,
2014, nº 80.
5 "Dominus venit dupliciter. In fine mundi veniet
ad omnes generaliter; item venit ad unumquemque in fine suo, scilicet in
morte; (…) Ergo duplex est adventus, in fine mundi et etiam in morte: et
utrumque voluit esse incertum" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S.
Matthaei lectura, caput 24, lectio 4; traducción nuestra).
6 "Nescimus quando veniet dominus (…) ad iudicium
(…); possumus referre ad diem mortis". "No sabemos cuando vendrá el Señor
para el Juicio Final. Pero esto podemos referirlo
también al día de nuestra muerte" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem;
traducción nuestra).
7 "Talis invenitur quis in secundo adventu,
qualis fuerit in primo" (SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra).
8 "Imparatum invenit illum mundi novissimus dies,
quem imparatum invenit suus ultimus dies. Item potest exponi de alio
adventu,
scilicet invisibili, quando venit in mentem. (…)
Unde ad multos venit, et non percipiunt. Unde multum debetis vigilare, ut si
pulsaverit, aperiatis ei; unde Apoc. III, 20: ego sto ante ostium, et pulso:
si quis aperuit mihi, intrabo ad eum, et coenabo cum illo" (SANCTI TOMAE DE
AQUINO, Ibidem; traducción nuestra).
9 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, Ciudad del Vaticano,
2014, nº 80; cursiva nuestra.
10 Estos verbos son sinónimos, aunque tienen sus
matices, como explicaremos ahora. Los usa en modo imperativo: agrypneîte =
vigilad; gregoreîte = vigilad.
11 De esta palabra griega proviene la palabra
castellana 'hipnosis' y todos los términos cognados, es decir, emparentados
morfológicamente.
12 Así, por ejemplo, Strong y Thayer.
13 Así, por ejemplo, Lidell - Scott, Vine y
Danker.
14 Danker la describe así: "To be on the hunt for
sleep" Literalmente la traducción sería: "Estar sobre la caza para sueño".
Pero la
traducción correcta es: "Estar sin dormir para
estar atento a la caza" (DANKER, Greek NT Lexicon; traducción nuestra).
Thayer dice
algo parecido: "Agrypnéo may be taken to express
(…) the absence of it when due to nature, and thence a wakeful frame of mind
as
opposed to listlessness". "Agrypnéo puede ser
considerado como un verbo para expresar la ausencia de aquello que es debido
a la naturaleza (el sueño), y, por lo tanto, un ánimo estructuralmente
despierto, es decir, lo opuesto a la languidez" (THAYER, Greek - English
Lexicon on the NT; traducción nuestra).
15 El texto completo de San Lucas es el
siguiente: "Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el
libertinaje, por la
embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y
venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá
sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela (verbo
agrypnéo), pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a
todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del
hombre" (Lc 21,34-36)
16 Desperteza: hecho de estar despierto. Esta
palabra sí aparece en el Diccionario de la Real Academia Española.
17 ZORELL, F., Lexicon graecum Novi Testamenti,
Editrice Pontificio Istituto Biblico, Roma, 1990, col. 267; STRONG,
Multiléxico del NT, nº
1127.
18 "Gregoreîn (the offspring of egrégora)
represents a waking state as the effect of some arousing effort" (THAYER,
Greek - English
Lexicon on the NT; traducción nuestra).
19 Agonía en griego significa 'lucha', 'congoja',
'angustia', 'agonía'. Precisamente en este texto en el que se describe la
oración de
Jesús en el Huerto se dice que Jesús estaba
"sumido en agonía" (genómenos en agonía; Lc 22,44).
20 "Vigilad (greogreîte), manteneos firmes en la
fe, sed hombres, sed fuertes" (1Cor 16,13).
21 "Sed perseverantes en la oración, velando
(verbo gregoréo) en ella con acción de gracias" (Col 4,2).
22 "Así pues, no durmamos como los demás, sino
velemos (verbo gregoréo) y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche
duermen, y los que se embriagan, de noche se
embriagan" (1Tes 5,6-7).
23 "Sed sobrios y velad (verbo gregoréo). Vuestro
adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar"
(1Pe
5,8).
24 CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática
Lumen Gentium, nº 58.
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Aplicación: Benedicto XVI - Adviento, visita de Dios y tiempo
oportuno de conversión
Queridos hermanos y hermanas:
Con esta celebración vespertina entramos en el tiempo litúrgico del
Adviento. En la lectura bíblica que acabamos de escuchar, tomada de la
primera carta a los Tesalonicenses, el apóstol san Pablo nos invita a
preparar la "venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Ts 5, 23) conservándonos
sin mancha, con la gracia de Dios.
San Pablo usa precisamente la palabra "venida", parousia, en latín adventus,
de donde viene el término Adviento.
Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra, que se puede
traducir por "presencia", "llegada", "venida". En el lenguaje del mundo
antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un
funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía
indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para
manifestarse con fuerza, o que se celebra presente en el culto. Los
cristianos adoptaron la palabra "Adviento" para expresar su relación con
Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre "provincia"
denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de
su Adviento a todos los que creen en él, a todos los que creen en su
presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería decir
substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha
dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las
realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples
maneras.
Por lo tanto, el significado de la expresión "Adviento" comprende también el
de visitatio, que simplemente quiere decir "visita"; en este caso se trata
de una visita de Dios: él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. En la
vida cotidiana todos experimentamos que tenemos poco tiempo para el Señor y
también poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el
"hacer". ¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la actividad lo
que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses lo que monopoliza
nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho tiempo al ocio y a todo
tipo de diversiones? A veces las cosas nos "arrollan".
El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita
a detenernos, en silencio, para captar una presencia. Es una invitación a
comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos
dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros. ¡Cuán a menudo nos
hace percibir Dios un poco de su amor! Escribir -por decirlo así- un "diario
interior" de este amor sería una tarea hermosa y saludable para nuestra
vida. El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente.
La certeza de su presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de otra
manera? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como
"visita", como un modo en que él puede venir a nosotros y estar cerca de
nosotros, en cualquier situación?
Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, una espera que es al
mismo tiempo esperanza. El Adviento nos impulsa a entender el sentido del
tiempo y de la historia como "kairós", como ocasión propicia para nuestra
salvación. Jesús explicó esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la
narración de los siervos invitados a esperar el regreso de su dueño; en la
parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y la
siega. En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño
quiere crecer; cuando es adulto busca la realización y el éxito; cuando es
de edad avanzada aspira al merecido descanso. Pero llega el momento en que
descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera de la profesión o de la
posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza marca el
camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una
certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y
un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo
encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia y de paz.
Existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un
presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se
espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está
vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se
transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo
incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada
instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la
espera hace más valioso el presente. Queridos hermanos y hermanas, vivamos
intensamente el presente, donde ya nos alcanzan los dones del Señor,
vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. De este
modo, el Adviento cristiano es una ocasión para despertar de nuevo en
nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra
fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y
que nació en la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos trajo y sigue
ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros,
nos habla de muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico,
en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la
creación, que cambia de aspecto si detrás de ella se encuentra él o si está
ofuscada por la niebla de un origen y un futuro inciertos.
Nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos
entristecen, la impaciencia y las preguntas que brotan de nuestro corazón.
Estamos seguros de que nos escucha siempre. Y si Jesús está presente, ya no
existe un tiempo sin sentido y vacío. Si él está presente, podemos seguir
esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo,
incluso cuando el presente está lleno de dificultades.
Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de
lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo especial, el tiempo de la
alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede
eliminar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta
alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar
confiados. La Virgen María, por medio de la cual nos ha sido dado el Niño
Jesús, es modelo y sostén de este íntimo gozo. Que ella, discípula fiel de
su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y
activos en la espera. Amén.
(BENEDICTO XVI, Homilía en las Primeras Vísperas de Adviento, Sábado 28 de
noviembre de 2009)
(cortesía IVEArgentina)