Solemnidad de la Navidad - Comentarios de Sabios y Santos III: Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Celebración de la Fiesta
A su disposición
Exégesis: Alois Stöger - El nacimiento de Jesús (Lc 2, 1-14)
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - El misterio de la Navidad
Santos Padres: San Agustín - El nacimiento del Señor
Aplicación: San Alberto Hurtado - El Nacimiento
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - La Navidad
Aplicación: Beato Columba Marmion - La venida del Hijo de Dios
Catequesis: Benedicto XVI - ¿De dónde
viene Jesús?
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Alois Stöger - El nacimiento de Jesús (Lc 2, 1-14)
En tiempos del emperador romano Augusto, que reinaba en todo el mundo de
entonces, nace Jesús en Belén, como lo había anunciado el profeta Miqueas
(Miq 5:1; Luc 2:1-7). En una notificación solemne anuncian ángeles del cielo
quién es este niño recién nacido y qué importancia tiene la hora de este
nacimiento en la historia de la salvación (Luc 2:8-14). Los pastores
anuncian y propagan la fe que había surgido en ellos gracias al mensaje, a
los signos y lo que habían visto (Luc 2:15-20).
Pablo nos transmitió un antiguo himno sobre la encarnación, la muerte y la
resurrección de Jesús, que se cantaba en la celebración litúrgica: «Cristo
Jesús, siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino
que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo, haciéndose
semejante a los hombres. Y presentándose en el porte exterior como hombre,
se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de
cruz. Por lo cual Dios, a su vez, lo exaltó y le concedió el nombre que está
sobre todo nombre, para que, en el nombre de Jesús, toda rodilla se doble...
y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre»
(Flp 2:6-11). La historia de la infancia de Jesús está sostenida por los
mismos pensamientos que este himno. Jesús se despojó y se humilló cuando
nació, pero Dios exaltó a este niño mediante la solemne notificación de los
ángeles, y en el punto culminante de la narración (Lc 2:10) resuena la
confesión: «Un Salvador, que es el Mesías, el Señor.» Como a la cruz del
despojo de sí y de la humillación siguió la proclamación de Dios por los
ángeles (en la resurrección), así al nacimiento en la pobreza sigue la
solemne notificación por mensajeros celestiales de Dios. Ahora bien, la
exaltación del Crucificado fue acompañada de la proclamación del Evangelio
por los apóstoles por todo el mundo; la exaltación del niño recién nacido
fue dada a conocer por los testigos de la proclamación divina; aunque, como
corresponde a la historia de la infancia, no al mundo entero, sino
únicamente a un pequeño grupo. La historia de navidad lleva el sello del
Evangelio, del que dice Lucas: «Entonces (antes de la ascensión al cielo)
les abrió la mente para que entendieran las Escrituras; y les dijo: Así está
escrito: que el Mesías tenía que padecer, que al tercer día había de
resucitar de entre los muertos, y que, en su nombre, había de predicarse la
conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando
por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto» (Lc 24:45-49).
Lucas, historiógrafo de Dios, tenía el mayor empeño en situar el nacimiento
de Jesús, con la notificación divina, en las circunstancias históricas
concretas, en pintarlo con colores de la época y en referirlo a la historia
del mundo. Así como la historia de la pasión y de la resurrección pertenece,
como hecho histórico, a la historia del mundo, así también la historia del
nacimiento. El pesebre y la cruz son los puntos cardinales del hecho
salvador en Cristo; hay correspondencia mutua entre ambos. Lo que allí
sucedió cumplió lo que había preanunciado la Escritura. «Cristo murió por
nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado y al tercer día fue
resucitado según las Escrituras» (ICor 15,3). También nació según la
Escritura. (...)
a) Nacido en Belén (Lc 02, 01-07)
1 Sucedió, pues, que por aquellos días salió un edicto de César Augusto para
que se hiciera un censo del mundo entero. 2 Este primer censo tuvo lugar
mientras Quirinio era gobernador de Siria. 3 Y todos iban a empadronarse,
cada cual a su propia ciudad.
El historiador Lucas sitúa la historia de la salvación en el transcurso de
la historia universal. El emperador romano Augusto (30a.C.-14 d.C.) reina
sobre la tierra entera, sobre los países comprendidos en el imperio romano.
La inscripción de Priene (del año 9 a.C.) celebra el nacimiento de Augusto.
Se dice que Augusto «dio nuevo aspecto al mundo entero: éste se habría
arruinado si en él, que ahora nace, no hubiese brillado una suerte común.
Rectamente juzga quien en este natalicio reconoce el comienzo de la vida y
de toda fuerza vital... La Providencia que gobierna toda vida colmó a este
hombre de tales dotes para bien de los hombres, que nos lo envió como
salvador a nosotros y a las generaciones venideras... En su aparición se han
colmado las esperanzas de los antepasados; él no sólo ha sobrepujado a todos
los pasados bienhechores de la humanidad, sino que hasta es imposible que
surja uno mayor. El nacimiento del Dios ha introducido en el mundo la buena
nueva que con él se relaciona. Con su nacimiento debe comenzar un nuevo
cómputo del tiempo». El año 27 a.C. Augusto recibió del senado el título
honorífico de Sebastos, es decir, Augusto, con lo cual fue declarado digno
de adoración.
Mediante una disposición suya, el emperador Augusto, que reina sobre el
mundo, se pone, sin tener conciencia de ello y conforme al designio de la
divina Providencia, al servicio del verdadero Salvador del mundo, en quien
se cumple lo que los hombres habían esperado de Augusto y que él pudo dar
hasta cierto grado, pero no en toda su plenitud. Augusto ordenó que se
constituyera un censo.1 Éste abarcaba dos cosas: un registro de la propiedad
rústica y urbana (para fines del catastro) y una estimación de sus valores
para el cálculo de los impuestos. La orden del emperador alcanzó a Palestina
por medio del gobernador de Siria, Quirinio. Herodes el Grande, que entonces
reinaba todavía en Palestina, hubo de aceptar aquella disposición, pues era
rey por gracia del emperador. Aquel censo fue el primero que se hacía entre
los judíos. Tuvo lugar en tiempo de Quirinio, gobernador de Siria. ¿Por qué
hace notar Lucas todos estos detalles? Quería sin duda determinar
exactamente el tiempo. Pero con ello se pone también de relieve que
Palestina había perdido su libertad. Todos fueron a empadronarse. Según
noticias que se hallaron en Egipto, gentes que estaban fuera del país,
tuvieron que ir a inscribirse a su lugar de residencia; también las mujeres
debían comparecer con sus maridos ante los funcionarios.2 Cada cual se
dirigió a su ciudad, en la que tenía alguna propiedad. Así, José tuvo que ir
a Belén.
4 También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde Galilea,
de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén,
5 para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta.
José fue con María a Belén. Sin duda tenía allí alguna posesión. En tiempos
de Domiciano había en Belén parientes de Jesús, que eran labradores. Los
descendientes de David habían poseído tierras en Belén. Lucas no hace
mención de esto. A él le interesa más el que María y José tuvieran que ir a
Belén. Llama a este lugar la ciudad de David; José era de la casa y familia
de David. Todo esto suscita recuerdos religiosos. El Mesías tiene que nacer
en Belén; procede de la casa de David y poseerá el trono de su padre. El
profeta Miqueas lo había predicho: «Pero tú, Belén de Efrata, pequeña para
ser contada entre las familias de Judá, de ti me saldrá quien señoreará en
Israel, cuyos orígenes serán de antiguo, de días de muy remota antigüedad»
(Miq 5:1). Dios pone la historia del mundo al servicio de la historia de la
salvación; subordina a sus eternos designios la orden de Augusto.
A María se la llama esposa de José; éste la había llevado ya a su casa, pues
de lo contrario, según la usanza galilea, no habría podido viajar sola con
José. José convivía con María, pero sin llevar vida conyugal. Estaba
encinta: era virgen y futura madre. Con ello se expresa lo que el relato de
la anunciación había ocultado con el velo del misterio.
6 Y mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del alumbramiento. 7 Y
dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un
pesebre, por no haber sitio para ellos en la posada.
El relato del nacimiento es introducido solemnemente en el estilo de la
Biblia. Mientras María y José estaban en Belén, llegó el tiempo del
alumbramiento. Jesús está sujeto a la ley de Augusto y a la ley de la
naturaleza. Era obediente.
El nacimiento se refiere con sobriedad, con sencillez, objetivamente, en
pocas palabras. Dio a luz a su hijo. María trajo al mundo a su hijo con
verdadera maternidad. De Isabel se dice: Dio a luz un hijo (Miq 1:57); de
María: Dio a luz a su hijo.
La concepción virginal resuena en todas partes. Dio a luz a su hijo
primogénito. ¿Se dice esto porque fuera Jesús el primero de varios hijos
varones? La palabra no exige necesariamente esta interpretación. Una
inscripción funeraria del año 5 d.C. hallada en Egipto da buena prueba de
ello. Una mujer joven difunta, llamada Arsinoe, se expresa así: «En los
dolores de parto del primogénito me condujo el destino al término de la
vida». El hijito único, primogénito, de Arsinoe, era a la vez el unigénito.
Lucas elige este título porque Jesús tenía los deberes y derechos del
primogénito (Miq 2:23) y porque era el portador de las promesas.
María presta a su hijo los primeros servicios maternos. Lo envolvió en
pañales. Los niños recién nacidos se envolvían fuertemente en jirones de
tela a fin de que no pudieran moverse; se creía que así crecerían derechas
las extremidades.
Lo acostó en un pesebre, como en el que comen los animales. Este detalle de
que el niño recién nacido tuviera como primera cuna un pesebre lo explica el
evangelista con estas palabras: Por no haber sitio para ellos en la posada.
María y José, llegados a Belén, habían buscado alojamiento en un albergue de
caravanas (un khan). Era éste un lugar, por lo regular al descubierto,
rodeado de una pared con una sola entrada. En el interior había a veces
alrededor un pórtico o corredor de columnas, que en algún tramo podía estar
cerrado con pared, formando un local algo grande o varios pequeños. En
medio, en el patio, estaban los animales; las personas se cobijaban en el
pórtico, estando reservados los espacios cerrados a los que podían
permitirse aquel «lujo». Cuando María sintió que se acercaba su hora, no
había allí lugar para ella. Se fue a un sitio que se utilizaba como establo;
en efecto, donde había un pesebre debía de haber un establo.3 El Señor
prometido es un niño pequeño, incapaz de valerse por sí mismo, acostado en
un pesebre. Se despojó, se humilló y tomó la forma de esclavo. «Conocéis la
gracia de nuestro Señor Jesucristo: cómo por nosotros se hizo pobre, siendo
rico, para que vosotros fuerais enriquecidos con su pobreza» (2Co 8:9). En
el albergue no había sitio para él. «El Hijo del hombre no tiene dónde
reclinar la cabeza» (2Co 9:58). «Vino a los suyos, y los suyos no le
recibieron» (Jua 1:11).
b) Dado a conocer por el cielo (Lc 2, 8-14)
8 Había unos pastores en aquella misma región que pasaban la noche al aire
libre, vigilando por turno su rebaño.
Los pastores eran gentes despreciadas. Tenían la mala fama de no tomar muy a
la letra lo tuyo y lo mío; por esto mismo no se aceptaba su testimonio en
los tribunales. Los pastores, los recaudadores de impuestos y los publicanos
eran tenidos por incapaces, entre otras cosas, de actuar como jueces y como
testigos, ya que eran sospechosos en cuestiones de dinero. Dios elige a los
despreciados y a los pequeños; son capaces, aptos para recibir la revelación
y para la salvación.
El ganado menor -contrariamente al ganado mayor- pasaba todo el tiempo, de
día y de noche, en los pastos desde la fiesta de pascua hasta las primeras
lluvias de otoño, es decir, desde marzo hasta noviembre. Por la noche se
llevaba a los animales a apriscos o majadas para que estuvieran protegidos
contra los ladrones y contra las bestias feroces. Del cuidado y protección
del ganado se encargan los pastores, que se hacían cabañas con ramas para
protegerse contra la intemperie y para el reposo nocturno. Los pastores, en
su calidad de vigilantes, son de esas personas que observan lo que pasa a su
alrededor, que están preparados a cada hora del día y de la noche.
Precisamente esa actitud es decisiva en el tiempo final. «¡Y aun si llega
(el señor) a la segunda o a la tercera vigilia de la noche, y los encuentra
así (en vela), ¡dichosos aquellos!» (12,38).
9 Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los envolvió
en claridad. Ellos sintieron un gran temor. 10 Pero el ángel les dijo: No
tengáis miedo. Porque mirad: os traigo una buena noticia que será de grande
alegría para todo el pueblo. 11 Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador, que es el Mesías, el Señor. 12 Y esto os servirá de señal:
encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
Dios mismo da a conocer a los pastores por medio de su ángel lo grande de la
hora del mundo que ha comenzado con el nacimiento de Jesús. De repente e
inesperadamente aparece el ángel en medio de una luz deslumbradora. Con
resplandores de luz se manifiesta la gloria de Dios (Exo 16:10). Los
pastores se ven envueltos en ese resplandor que dimana de los ángeles y que
tiene su origen en Dios. En el ángel les está cercano Dios y su revelación.
El temor es la reacción de los hombres ante la proximidad de Dios.
El ángel anuncia a los pastores un mensaje de alegría y de victoria
(evangelium). Juan Bautista toma a su cargo este anuncio del ángel.
«Anunciaba el Evangelio al pueblo» (Exo 3:18). Jesús continuará este
anuncio: Tiene que anunciar a otras ciudades el Evangelio del reino de Dios
(cf. 8,1), pues para ello le ha ungido Dios, «para anunciar el evangelio»
(4,18). A Jesús suceden los apóstoles en el encargo de «anunciar el
Evangelio de Jesucristo» (Hec 5:42). La hora del nacimiento de Jesús es el
comienzo de la buena nueva de gozo y de victoria, del Evangelio. Es traído
al mundo de parte de Dios; en él se manifiesta la gloria de Dios.
El Evangelio del ángel no produce temor, sino gran alegría. Lo que ha
asomado ya dondequiera que se ha anunciado el tiempo de la salvación (Lc
1:14.46s.48.68) se produce ahora todavía en mayor abundancia. Estalla la
alegría. Los pastores son los primeros que reciben esta gran alegría. Ésta
acompañará siempre a la predicación del Evangelio; porque el Evangelio
anuncia y trae la salvación y con ella la alegría. «Volvieron, pues, los
setenta llenos de alegría diciendo: ¡Señor, hasta los demonios se nos
someten en tu nombre!» (Lc 10:17). Incluso la persecución por este Evangelio
desencadenará la alegría: «Y llamando a los apóstoles (los miembros del
sanedrín), después de azotarlos, les ordenaron que no volvieran a hablar del
nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salían gozosos de la presencia
del sanedrín, porque habían sido dignos de padecer afrentas por el nombre de
Jesús» (Hec 5:40s). Esta alegría alcanzará, no sólo a los pastores, sino a
todo el pueblo. Los pastores son las primicias de los que reciben la alegría
del tiempo de salvación; su gozo es fuente de una oleada de alegría que se
extenderá a Israel y al mundo entero. ¿Cuál es el objeto de esta buena nueva
de gran alegría? Hoy ha nacido... A éste hoy han mirado todas las promesas;
hoy se ven cumplidas. Hoy se ha cumplido la Escritura» (Hec 4:21). El tiempo
del cumplimiento y del fin ha comenzado.
El niño que ha nacido es el Salvador, el Mesías, el Señor. El título
fundamental es Salvador. Jesús, después de su exaltación, es anunciado por
Pedro como Señor y Mesías. «Sepa, por tanto, con absoluta seguridad toda la
casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien
vosotros crucificasteis» (Hec 2:36). Jesús («Yahveh es salvación») es
Salvador, el Señor es el Señor divino, el Mesías es el ungido, el rey. El
núcleo de la profesión de fe de la cristiandad: «Jesucristo es Señor» (Flp
2:11), viene de Dios por boca de los ángeles. Esta profesión conviene ya a
Jesús desde el día mismo de su nacimiento.
En la ciudad de David. Es significativo que el lugar del nacimiento de Jesús
no se designe con su nombre corriente, Belén, sino con el nombre de dignidad
de la historia de la salvación. Para que naciera Jesús en la ciudad de
David, subió José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad
de David, que se llama Belén (Flp_2:4). Allí tenía David su patria, y José
su ciudad, porque era de la casa y familia de David. Jesús es «hijo de
David», en él se cumplen las promesas de que se había hablado desde la
anunciación (Flp 1:32s).
El mensaje del ángel está compuesto de tal forma que trae a la memoria la
inscripción de Priene. Augusto es enviado como salvador. Pone término a
todas las querellas. El natalicio del Dios emperador era para el mundo el
comienzo de las buenas nuevas de alegría; las que siguen son las noticias de
la declaración de mayor edad del príncipe heredero y sobre todo de la subida
al trono del emperador. Al mensaje del culto al emperador contrapone el
Nuevo Testamento el solo Evangelio del nacimiento de Jesús.
Habla el lenguaje de su tiempo, pues quiere hablar en forma realista y al
alcance de todos. Conoce la expectación y la esperanza de los hombres, y
responde con el Evangelio del nacimiento del niño en el estado y en el
pesebre.
Los pastores reciben signos, por los que podrán reconocer la verdad del
mensaje: un niño pequeño, envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Por
estos tres signos reconocerán al Señor Jesucristo. Todo esto está en
contradicción con la expectación judía, en contradicción con lo que dice el
mensaje. ¿Un niño desvalido, Salvador del mundo? ¿El Mesías, un niño
envuelto en pañales? ¿El Señor, acostado en un pesebre? Al recién nacido se
aplica lo que se dijo del Crucificado: Es escándalo para los judíos y
necedad para los gentiles (1Co 1:23). Pero «lo necio de Dios es más sabio
que los hombres, y lo débil de Dios, más poderoso que los hombres» (1Co
1:25).
13 Y de repente, apareció con el ángel una multitud del ejército celestial
que alababa a Dios, diciendo: 14 Gloria a Dios en las alturas, y en la
tierra paz entre los hombres, objeto de su amor.
Al mensaje se añade la alabanza; el anuncio termina en un responsorio
hímnico de una multitud de los ejércitos celestiales. Numerosos ángeles
rodean al único que anuncia la buena nueva. Los ejércitos celestiales son
-según la concepción de los antiguos- las estrellas, ordenadas en gran
número en el cielo y trazando sus órbitas, pero también los ángeles que las
mueven. Los ángeles forman la corte de Dios, que es llamado también Dios
Sebaot (Dios de los ejércitos). Al introducir al primogénito en el mundo,
dice Dios: «Adórenlo todos los ángeles de Dios» (Heb 1:6). Los ángeles se
interesan vivamente en el acontecer salvífico. Son «espíritus al servicio de
Dios, enviados para servir a los que van a heredar la salvación» (Heb 1:14).
El canto de los ángeles es una aclamación mesiánica. No es deseo, sino
proclamación de la obra divina, no es ruego, sino solemne homenaje de
gratitud. En dos frases paralelas se expresa lo que el nacimiento de Jesús
significa en el cielo y en la tierra, para Dios y para los hombres. Dado que
el cielo y la tierra están afectados por este nacimiento, tiene éste un
significado de alcance universal. Con el mensaje de navidad cobra nuevo giro
el universo. El cielo y la tierra son reunidos por Jesús.
Gloria a Dios en las alturas. «Dios habita en las alturas.» En el nacimiento
de Jesús, Dios mismo se glorifica. En él da a conocer su ser. Jesús es
revelación acabada de Dios, reflejo de su gloria (Heb 1:3); él anuncia la
soberanía de Dios, la trae y la lleva a la perfección; en él se hace visible
el amor de Dios (Jua 3:16). Al final de su vida podrá decir: «Yo te he
glorificado sobre la tierra, llevando a término la obra que me habías
encomendado que hiciera» (Jua 17:4).
En la tierra paz a los hombres, objeto de su amor. En la tierra viven los
hombres. Por el recién nacido reciben paz. Jesús es príncipe de la paz.
«Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo, que tiene sobre su
hombro la soberanía y que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte,
Padre sempiterno, Príncipe de la paz, para dilatar el imperio y para una paz
ilimitada, sobre el trono de David y sobre su reino, para afirmarlo y
consolidarlo en el derecho y en la justicia desde ahora para siempre. El
celo de Yahveh Sebaot hará esto» (Isa 9:5). La paz encierra en sí todos los
bienes salvíficos. La paz es restauración con creces de todo lo que los
hombres habían perdido por el pecado; la paz es fruto de la alianza que
había concluido Dios con Israel y que es renovada por Jesucristo. «La
alianza es alianza de paz» (Isa 50:10). La fe es reconciliación, gozo
consumado; la predicación de Jesús es «Evangelio de la paz» (Efe 6:15). Él
mismo es la paz.
(STÖGER, A., El evangelio de San Lucas, en El Nuevo Testamento y su mensaje,
Herder, Barcelona, 1969)
(1) Según el Monumentum Ancyranum, Augusto ordenó hacer tres veces el
cómputo de los ciudadanos romanos. Indicaciones de diversas fuentes
históricas permiten deducir que hacia el año 8 a.C. se hicieron censos de la
población en diversas partes del imperio romano, por ejemplo, en las Galias
el año 9 a.C. Aun prescindiendo de Luc 2:1, de las fuentes históricas
resulta más que verosímil un registro de la población de todo el imperio
romano. El procurador de Judea dependía del gobernador de Siria. Publio
Sulpicio Quirinio, siendo gobernador de Siria, llevó a cabo el censo de la
población hacia el año 6 d.C., lo cual dio lugar a una sublevación del
pueblo. Fuera de Luc 2:2, nadie informa sobre un censo en Palestina por
Quirinio en tiempo anterior a.C. Es cosa demostrada que Quirinio actuaba ya
en Siria a.C.; no aparece claro si era gobernador. Desde allí dirigió un
censo en Apamea. Parece que tenía un puesto directivo en todos los asuntos
del Próximo Oriente en colaboración con las autoridades provinciales
romanas. En las palabras de Luc 2:2 ¿se ha de ver una «inexactitud
cronológica de un escritor distante de los hechos narrados»? Aunque se
pueden hacer objeciones, la solución del problema parece ser la siguiente:
el censo que emprendió Quirinio el año 6 d.C. parece haber comenzado ya
antes de C. (el año 8 a.C.). Los trabajos del censo duraron bastante tiempo.
En Egipto, donde los censos de la población eran ya práctica antigua,
duraban todavía cuatro años por los tiempos de Cristo. En Palestina se
llevaba a cabo por primera vez, por lo cual se hizo más lentamente. La
primera etapa consistió en el registro de la propiedad rústica y urbana, la
segunda en la estimación que fijaba los impuestos que se habían de pagar
efectivamente. La primera etapa del registro tuvo lugar por el tiempo del
nacimiento de Jesús; de ella habla Luc 2:1s; la segunda etapa, que era mucho
más desagradable para el pueblo y provocó la sublevación por tratarse de la
estimación de los impuestos, tuvo lugar el año 6 d.C.
(2) El papiro procede del año 104 d.C. y fue hallado en Fayyum; muestra
condiciones análogas a las que presupone Lc, y también los mismos términos
técnicos. En él se lee: «Gayo Vibio Máximo, gobernador de Egipto, dice: Dado
que se avecina la tasación de la propiedad, tenemos que ordenar a todos los
que por alguna razón se hallan fuera de su circunscripción que regresen a su
hogar patrio a fin de efectuar la tasación de vigor y de aplicarse al debido
cultivo del campo».
(3) Según una antigua tradición (Justino +165; Orígenes +254) nació Cristo
en una gruta: «En Belén se muestra la gruta; allí nació, y el pesebre en la
gruta, allí fue envuelto en pañales.» Esta gruta fue profanada con el culto
de Tammuz-Adonis, lo cual se debió seguramente al hecho de ser el lugar
sagrado para los cristianos. Bajo el reinado de Constantino se edificó sobre
la gruta la iglesia del Nacimiento. ORÍGENES, Contra Celsum 1,51 (PG 11,
756); JUSTINO, Diálogo con Trifón 78,5 (PG 6, 657).
Volver Arriba
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - El misterio de la Encarnación
1. El Apóstol Juan, en su primera Carta, nos anuncia con alegre entusiasmo
que la "Vida", es decir, la vida divina, la vida eterna, Dios mismo como
Vida, "se manifestó" (1 Jn 1, 2). La Vida se puede alcanzar, se puede "ver"
y "tocar". Este es el contenido esencial del mensaje evangélico, en el que
insiste de modo especial Juan. Es el misterio de la Encarnación. El misterio
del Verbo "que se hace carne", y viene a "habitar entre nosotros". Es el
misterio de la Navidad, que celebraremos dentro de pocos días.
La vida infinita de Dios, vida bienaventurada, vida de perfecta plenitud,
vida transcendente y sobrenatural, se acerca a nosotros, se ofrece a
nosotros, se hace accesible al hombre, se propone como posible, más aún,
como la plena felicidad del hombre. ¿Quién habría podido pensar que
nosotros, pobres y frágiles criaturas, a menudo incapaces de custodiar y
respetar nuestra misma vida física y natural, estamos creados para una vida
divina y eterna? ¿Quién lo habría podido imaginar, si no lo hubiera revelado
el amor de Dios infinitamente misericordioso?
Y sin embargo éste es el destino del hombre. Esta es la suerte dichosa
ofrecida a todos. Incluso a los más miserables pecadores, incluso a los más
odiosos despreciadores de la vida. Todos pueden ascender a participar de la
misma vida divina, porque así lo ha querido, en Cristo, el Padre celestial.
Este es el mensaje cristiano. Y éste es el mensaje de la Navidad.
2. "La vida se manifestó ?dice Juan (v. 2)?, y nosotros la hemos visto y
damos testimonio y os anunciamos la vida eterna". Ciertamente nosotros hoy,
después de 2.000 años de la presencia física de Jesús en la tierra, no
podemos tener la misma experiencia que tuvo de Él Juan y los otros
Apóstoles; y sin embargo también nosotros, hoy, podemos y debemos ser sus
testigos. ¿Y quién es el "testigo"? Es aquel que ha estado "presente en los
hechos", que ?por decirlo así? "ha visto y tocado" lo que testimonia. Ha
tenido un conocimiento directo, experimental.
Pero nosotros, después de 2.000 años, ¿cómo podemos tener tal conocimiento
de Cristo? ¿Cómo podemos, pues, "testimoniarlo"?
Se dan hoy y se darán siempre, hasta el fin del mundo, como sabemos y como
nos recuerda el Concilio, varias formas de presencia de Cristo entre
nosotros: en la liturgia, en su Palabra, en el sacerdote, en el pequeño, en
el pobre... Hay que saber ver en estas presencias, "tener ojos para ver y
oídos para escuchar": con un conocimiento directo que es verdadera comunión
de vida. Comunión de vida con Él. Porque, ¿qué es, en efecto, la vida de
gracia, la comunión sacramental, una liturgia verdaderamente participada,
sino comunión de vida con Cristo? ¿Y qué conocimiento mejor que el que nace
de la comunión con Él, que acogemos en la fe?
3. Queridos hermanos: Que la próxima Navidad sea, pues, para vosotros un
crecimiento de comunión de vida con Cristo. Dejaos iluminar dócilmente por
la luz de la fe. Abríos con sencillez y confianza a las enseñanzas del
Evangelio y de la Iglesia sobre la Navidad. La verdad de estas enseñanzas os
permitirá vivir intensamente la realidad de la Navidad. Os permitirá, un
poco como al Apóstol Juan, "ver y tocar la Vida". Por lo demás, hasta que no
lleguemos a este punto, no podemos considerarnos todavía plenamente
discípulos de Jesús el Señor. Nuestro camino queda incompleto y nuestra edad
espiritual inmadura. No somos aún "hombres maduros", según expresión de San
Pablo (1 Cor 14, 20).
Para un conocimiento verdaderamente profundo del misterio de la Navidad, es
necesario, además de la fe, la caridad, mediante el ejercicio de las buenas
obras, de la justicia y de la misericordia. Sólo así podremos tener esa
misteriosa "experiencia" de la que habla San Juan y que nace de la comunión
y lleva a la comunión. "Lo que hemos visto y oído ?dice en efecto el Apóstol
(v. 3)?, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con
nosotros". La experiencia de la Navidad nace del amor, está iluminada por el
amor, suscita el amor y difunde el amor.
"Y nosotros ?explica luego Juan (ib.)? estamos en comunión con el Padre y
con su Hijo Jesucristo". El misterio de la Navidad es fuente de comunión,
porque es comunión con Dios en su Hijo Jesucristo. "Tocando y viendo" la
Vida hecha visible, pasamos de la muerte a la vida, curamos de nuestras
enfermedades, nos llenamos de la vida y podemos por tanto transmitir la
vida.
4. "Para qué, pues, esta comunión? Nos lo dice también Juan: "Para que
nuestro gozo sea completo" (cf. v. 4). Finalidad y efecto de la comunión de
vida con Dios y con los hermanos es la verdadera alegría. Todos buscamos
instintivamente la felicidad. Es en sí algo natural. ¿Pero sabemos siempre
dónde está la verdadera alegría? ¿Lo sabéis vosotros, jóvenes? ¿Lo sabéis
vosotros, adultos? Nosotros cristianos sabemos dónde está la verdadera
alegría: en la comunión con Dios y con los hermanos. En la apertura de
nuestra mente a la venida entre nosotros, en la Navidad, del Dios que se
hace hombre, que nace como cualquier otro niño en la tierra, pobre entre los
pobres, necesitado entre los necesitados. El Dios altísimo que se hace
pequeñísimo. Sin perder su infinita dignidad, Él asume y hace suya nuestra
infinita miseria, y esconde detrás de ella, en cierto modo, la divinidad.
Mi deseo, queridos hermanos, es que también vosotros podáis tener en
abundancia estos "frutos de vida eterna". El Espíritu Santo, con sus dones
de sabiduría e inteligencia, os guíe a un conocimiento más profundo del
misterio de la Navidad, misterio de luz, de comunión, de gozo en el Señor.
(JUAN PABLO II, Audiencia General del Miércoles 21 de diciembre de 1988)
Volver Arriba
Santos Padres: San Agustín - El nacimiento del Señor
1. Nada tiene de extraño el que ningún pensamiento, ninguna palabra humana,
sea suficiente cuando nos aprestamos a alabar al Hijo de Dios tal como es
junto al Padre, coeterno e igual a él, hijo en quien fueron creadas todas
las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles; Palabra
de Dios y Dios, vida y luz de los hombres. Pues ¿cómo podrá nuestra lengua
alabar dignamente a quien aún no puede ver nuestro corazón, único ojo capaz
de verlo a condición de purificarse de toda maldad y sanar la propia
debilidad? Entonces, los que tengan limpio ya el corazón serán dichosos,
porque verán a Dios. Nada tiene de extraño, repito, que no encontremos
palabras para decir la única Palabra en la que se dijo que existiéramos
quienes hemos de decir algo de ella. Estas palabras pensadas y expresadas
las forma nuestra mente, que, a su vez, es formada por la Palabra. Ni crea
el hombre las palabras del mismo modo que él es creado por la Palabra,
puesto que tampoco el Padre engendró a su única Palabra del mismo modo que
hizo todas las cosas mediante la Palabra. Así, pues, Dios engendró a Dios,
pero el que engendra y el engendrado son, al mismo tiempo, un solo Dios. En
cambio, Dios hizo también el mundo, pero el mundo pasa y Dios permanece. Y
como las cosas hechas no se hicieron a sí mismas, de idéntica manera nadie
hizo a aquel por quien pudieron ser hechas todas las cosas. Por tanto, nada
tiene de extraño que el hombre, una más entre las creaturas, no pueda
expresar con palabras la Palabra por la que todo fue creado.
2. Dirijamos a esto nuestros oídos y nuestra atención por un momento; quizá
podamos decir algo adecuado y digno referente no a aquello: En el principio
existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios,
sino a esto otro: La Palabra se hizo carne; quizá podamos decir el motivo
por el que habitó entre nosotros; quizá pueda ser decible dónde quiso ser
visible. Por esto celebramos también este día en que se dignó nacer de una
virgen, permitiendo que, de algún modo, su generación fuera narrada por los
hombres. Más ¿quién narrará su generación, es decir, aquella que tuvo lugar
en la eternidad, por la que nació Dios de Dios? Eternidad en la que no
existe tal día que pueda ser celebrado solemnemente, que pasa para volver
cada año, sino que permanece sin ocaso, porque tampoco tuvo aurora. Así,
pues, la Palabra única de Dios, la vida y luz de los hombres, es el día
eterno; en cambio, a éste, en que, unido a la carne humana, se hizo como
esposo que sale de su lecho nupcial, ahora le llamamos hoy, pero mañana le
llamaremos ayer. No obstante, el día de hoy nos lleva al día eterno, porque
el día eterno, al nacer de la virgen, hizo sagrado el día de hoy. ¡Qué
alabanzas proclamaremos, pues, al amor de Dios! ¡Cuántas gracias hemos de
darle! Tanto nos amó que por nosotros fue hecho en el tiempo aquel por quien
fueron hechos los tiempos, y en este mundo fue en edad menor que muchos de
sus siervos el que era más antiguo que el mundo por su eternidad; tanto nos
amó que se hizo hombre el que hizo al hombre, fue creado de una madre a la
que él creó, fue llevado en las manos que él formó, tomó el pecho que él
llenó y lloró en el pesebre la infancia muda, la Palabra sin la que es muda
la elocuencia humana.
3. Considera, ¡oh hombre!, lo que vino a ser Dios por ti; aprende la
doctrina de tan gran humildad de la boca del doctor que aún no habla. En
otro tiempo, en el paraíso fuiste tan facundo que impusiste el nombre a todo
ser viviente; a pesar de ello, por ti yacía en el pesebre, sin hablar, tu
creador; sin llamar por su nombre ni siquiera a su madre. Tú, descuidando la
obediencia, te perdiste en el ancho jardín de árboles fructíferos; él, por
obediencia, vino en condición mortal a un establo estrechísimo, para buscar,
mediante la muerte, al que estaba muerto. Tú, siendo hombre, quisiste ser
Dios, para tu perdición; él, siendo Dios, quiso ser hombre, para hallar lo
que estaba perdido. Tanto te oprimía la soberbia humana, que sólo la
humildad divina te podía levantar.
4. Celebremos, pues, con gozo el día en que María dio a luz al Salvador; la
casada, al creador del matrimonio; la virgen, al príncipe de las vírgenes;
ella virgen antes del matrimonio, virgen en el matrimonio, virgen durante el
embarazo, virgen cuando amamantaba. En efecto, de ningún modo quitó, al
nacer, el hijo todopoderoso la virginidad a su santa madre, elegida por él.
Buena es la fecundidad en el matrimonio, pero mejor es la virginidad
consagrada. Cristo hombre, que en cuanto Dios —pues es al mismo tiempo Dios
y hombre— podía otorgarle una y otra cosa, nunca daría a su madre el bien
que aman los casados si hubiese significado la pérdida de otro mejor, por el
que las vírgenes renuncian a ser madres. Así, pues, la Iglesia, virgen
santa, celebra hoy el parto de la virgen. A ella se refieren las palabras
del Apóstol: Os he unido a un único varón para presentaros a Cristo como
virgen casta. ¿Dónde está esa virginidad casta en tanta gente de uno y otro
sexo, no sólo jóvenes y vírgenes, sino también padres y madres casados?
¿Dónde está, repito, esa virginidad casta sino en la integridad de la fe, la
esperanza y la caridad? La virginidad que Cristo pensaba abrigar en el
corazón de su Iglesia, la anticipó en el cuerpo de María. En el matrimonio
humano, la mujer se entrega al esposo para dejar de ser virgen; la Iglesia,
en cambio, no podría ser virgen si no hubiera sido hijo de una virgen el
esposo al que fue entregada.
(SAN AGUSTÍN, Sermón 188, o.c. (XXIV), BAC, Madrid, 1983, pp. 20-23)
Volver Arriba
Aplicación: San Alberto Hurtado - El Nacimiento
Introducción
Pedir el conocimiento interno de Nuestro Señor, el único provechoso, pues el
externo, de poco vale: Lo tuvo Harnack, Renan, Loisy, y no creyeron en El.
Como el análisis químico de una lágrima no me enseña nada sobre la
naturaleza de la lágrima (rabia, amor, desesperación); o la fotografía de
una sonrisa no me dice toda su infinita variedad de matices.
La historia del Nacimiento
Los ángeles cantando anuncian a los pastores: Os ha nacido un Salvador y he
aquí sus señas: Un infante, envuelto en pañales, reclinado en un pesebre
(cf. Lc 2,10-12). He aquí las eternas señales de Redentor. ¡Trastornan mi
sabiduría!
1. Un infante: Mi Salvador no habla. Puedo hablarle, no me contestará.
Quiere que yo sea su voz. Quiere mi cooperación de apóstol. Por mí quiere
hablar en Chile hoy... Él vino a dar el primer paso, pero no quiso hacerlo
todo por amor a mí: Quiere no sólo que yo lo imite, sino que obre en El y
prolongue su acción, trabajando con su impulso y a sus órdenes. (La
imitación de Cristo, en alemán y flamenco se llama: El seguimiento de
Cristo). Quiere tener acciones en su Cuerpo Místico que no tuvo en su cuerpo
mortal: Quiere ser soldado, aviador, madre, universitario, jocista,
envejecer, enfermar de cáncer, ser andinista, enseñar un hijo... ¿Cómo? En
nosotros y por nosotros, que vivimos su vida obrando bajo su impulso:
Haciendo nuestra obra como suya, como Él la habría hecho en nuestro lugar...
Y esto es realísimo y se hace por la gracia actual. ¿Qué significa la gracia
actual? Doctrina común: Es el influjo de Nuestro Señor en mis acciones. En
el justo no hay acciones indiferentes, porque la gracia toma siempre la
iniciativa. Por tanto, Dios es el primer principio de toda acción del justo,
toda obra de un hombre en gracia es tan de Dios como del hombre, pero más de
Dios que del hombre, porque la iniciativa primera parte de Dios, y luego la
realización es de ambos y las fuerzas del hombre son recibidas de Dios. Por
tanto, con toda verdad puedo reconocer a Dios como causa primera de toda
obra buena y honesta. ¡Toda obra buena es de Dios! ¡Él la hace como causa
primera, yo colaboro como instrumento libre, pero instrumento! Él es la
causa primera. Doy cuerda al reloj, más lógico sería decir que Dios le da
cuerda al reloj que me va a servir... Dios escribe por mi pluma. Dios me
prepara la comida, me abre la puerta, me enjuga el sudor con mis manos, me
barre la pieza con las manos del criado, me opera con las manos del
cirujano... Él tomó la iniciativa y la realización. Es su obra: Estoy lleno
de la obra de Dios.
Todo el que tiene gracia santificante está unido a todo lo honesto por la
gracia actual; y esto vale no sólo para los fieles, sino también para los
infieles de buena fe ¡ya que están en el alma de la Iglesia! (Doctrina de
Martínez de Ripalda). La madre china que cuida a su hijo, el japonés que
lucha por lo que él cree justo... bajo la moción divina, que respeta el
instrumento libre, se acomoda a Él, pero guarda la iniciativa.
De aquí, mi espíritu de fe se alimentará en una gratitud continua a mi
Creador por todo lo que Él hace por mí, en una docilidad a la gracia para
hacer lo que Él mejor quiere hacer por mí; en un respeto al prójimo en el
cual veré la obra, el trabajo, de mi Creador.
Unidad de vida. Cuando comulgo Dios obra en mí, y no menos cuando desayuno,
canto, paseo, amo. En todo la misma impulsión, la misma fuerza divina.
Actiones nostras (todas) aspirando praeveni, et adiuvando prosequere ut
cunda nostra oratio et operatio a te semper incipiat, et per te coepta
finiatur" (Misal Romano).
La fuerza que me lleva a la oración y a la distracción es la misma: la
divina; como es una fuerza, y no dos, la que levanta el agua de un surtidor,
corta su ascensión y la trae a la tierra: la gravedad.
Gracias, Señor, Tú has querido callar para que yo hablara por ti, o mejor Tú
en mí y para mí. ¡Si tú solo hubieras hablado, qué pobre habría sido mi
papel! En todos los fieles hablas Tú: en la madre moribunda, en el
predicador... y no quiero negarme a ser tu voz, tanto cuanto la quieras
emplear y por más dificultades que se presenten. Toma, Señor, mi garganta,
mi vida. ¡Habla, Señor!
2. Pañales: No tiene movimiento, porque nosotros tenemos que ser el gesto
divino. Nunca escribió, que sepamos, sino una vez en la arena210. Pero
escribe por el escritor a quien mueve por la gracia y su libro es más de
Dios que del llamado autor; construye, opera, defiende pleitos, habla en
español... ¡Todo gesto que no es pecado es de Él! Su Cuerpo Místico continúa
la labor de su cuerpo mortal.
En discusión con un Pastor protestante sobre el papel de la autoridad en la
vida religiosa, el Pastor se escandaliza de que un hombre pudiese
interponerse entre el Creador y sus creaturas, pero el Padre Charles2" le
hace estas dos preguntas:
- ¿No es verdad que un verdadero amor va hasta el límite de sus
posibilidades?
- Sí.
- ¿No es verdad que Nuestro Señor nos ama con todo su amor divino que no se
cansa y que no cambia?
- Sí.
- Ahora bien, mientras Él vivió, sus contemporáneos podían preguntarle en
sus dudas. ¿Fue este privilegio del siglo primero?
- No.
- Nosotros también podemos preguntar a su Iglesia, a aquella en la que Él
vive; y El debe poder vivir en otros porque esto es mayor amor y es posible.
No me basta el libro: ¡no lo entiendo! Por eso Jesús sigue hablando y ese es
el poder doctrinal de la Iglesia. Sus contemporáneos oían: "tus pecados te
son perdonados", "anda en paz" (cf. Mt 9,2; Mc 5,34). Si me ama también me
lo dirá a mí; no con conjeturas o suposiciones. Me dará más porque me ama.
Me dirá: anda en paz, tus pecados están perdonados
Y me lo dirá por su ministro: no podría dejar de decírmelo.
- Dígame, amigo. Si usted supiera que Nuestro Señor está en Persia, ¡qué
haría! Y el buen protestante responde:
- Iría sobre mis rodillas para verlo y hablarle.
- Pues nosotros vamos a Él: no porque lo mande un Papa que puede ser
escandaloso; un Borgia o un santo: ¡es Cristo!
¿Va el Señor a dejar de amar a los niños del siglo XX, Él, que tanto amó a
los que vivieron junto a Él? Imposible: su amor que nunca se cansa no tolera
esa frialdad y por eso Él bautiza, Él impone sus manos en la confirmación,
en la extrema unción y en el orden, y por eso los sacramentos operan ex
opere operato, porque son las manos de Jesús.
A esto usted no puede decir más que una dificultad. "Es demasiado hermoso
para ser verdadero". Eso quiere decir que su corazón es estrecho para
recibir el regalo de la magnificencia divina.
No tiene casa. ¡Qué dicha! Porque tenemos que ser su casa y construir su
casa que es la Iglesia. Si tuviera una casa tendríamos que viajar y quizás
no podríamos pagar el viaje... Por eso nos ha facilitado la visita. Nosotros
somos su casa.
El Espíritu Santo no ha construido templos, ni hospitales, ni escudas: no es
su misión; pero nos tiene a nosotros y por nosotros quiere construirlos y
nos pide nuestra cooperación para esta empresa. Y se la damos. Cada
cristiano lo sabe, el Salvador vive, habla y trabaja en nosotros, en
nuestras obras que Él dirige por la gracia actual. Es su voz la que se oye
por nuestros labios... no que siempre responda plenamente a sus deseos, pues
a veces Él quisiera y sólo le damos uno... pero mientras nuestras acciones
sean honestas, ¡son las suyas! ¡Te Deum!.
Nuestro gran problema, pues, no consiste en buscar a Dios, sino en saber que
hemos sido buscados y hallados por Dios... Él se ha venido a instalar en
nuestra casa y no quisiera salir nunca: vivir oculto en nosotros hasta
nuestra muerte, y después manifestarse espléndido en nosotros mismos. ¡Esto
cómo ensancha! Aquí se funda mi alegría perpetua.
Hay un pecado capital que no queda en el actual catálogo (después del siglo
XII, antes hubo 24, después 3; hoy 7). La acedia: el mal humor crónico...
que se queja de todo: tiempo, superiores, salud... Es que no ha comprendido
que toda nuestra vida, bajo la gracia, es la obra divina. No ha comprendido
la gracia de la ley, y la ley de la gracia. ¡Danos, Señor, esa comprensión!
(ALBERTO HURTADO, SJ Un disparo a la eternidad, Universidad Católica de
Chile, Tercera Edición, 2004, pp. 131-135)
Volver Arriba
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - La Navidad
Ha terminado el Adviento. ¡Ya está aquí el esperado de las Naciones! ¡Nos ha
nacido el Niño! Aquí descansan las expectativas. Termina la espera de María
Santísima, quien durante nueve meses se preparó para este momento. Estaba
ardiente de deseo por ver con sus mismos ojos a Aquel en el cual ya creía.
Ahora el Niño descansa en sus brazos. "Feliz de ti María porque has creído",
decíale Santa Isabel. Ya era feliz por su fíat. Hoy se ve colmada de dicha.
Hoy el mismo Dios, con ojos humanos, la reconoce por Madre suya. Hoy Dios
estira sus brazos para acariciar y endulzar con sus delicias a la Madre.
Si es cierto que termina el Adviento para María, también termina la espera
para la Iglesia. No podemos seguir buscando y ansiando al que ya está aquí.
Termina también un Adviento de siglos. Hoy es el día esperado por Adán y Eva
después de la desobediencia, a quienes se les había prometido un Redentor.
En Adán se alegra toda la humanidad. Se colma de alegría Abraham, porque le
llega su descendencia, que será el punto de partida de un pueblo tan
numeroso como las estrellas del cielo. Se alegra el guerrero Rey David, a
quien Dios le prometió que reinaría uno de sus vástagos. ¡Cuántas
expectativas descansan en Belén. Cuántos hombres, desgranando el tiempo,
ponían sus ojos en este "punto de fuga" de la larga perspectiva de años
anhelando tan grandioso acontecimientos Todo tiende a Belén, todo se espera
de Belén.
Porque así como ha culminado la larga espera, así también algo empieza. Todo
está como nuevamente expectante por lo que hará este Niño. Aunque es
pequeño, sin embargo ya le queman los ardores de "comer la Pascua". Este
Niño Salvador será quien ha de morir para salvar a todos los hombres. Es por
ello que desde Belén ya comienza a dar sus primeros pasos para subir a
Jerusalén, para dignificarla con su entrega victimal.
Pero hoy, descansemos en la Madre con su Hijo, quien está cobijado entre sus
brazos. Hagamos un alto por el camino de la vida, porque aquí está la Vida.
¡ No sigas peregrino, si no tienes descanso; mira al Niño, detente en El; El
es nuestro descanso, nuestra posada, nuestro consuelo y, como si fuese poco,
nuestro servidor y Señor!
Descansemos en este lugar tan pobre, sólo una cueva oculta; descansemos
donde el Hijo de Dios descansa y duerme en los brazos de su Madre. Tratemos
de verlo desde la interioridad de María, frágil intento de nuestra parte,
pero esclarecedor. El Apóstol nos invita a revestimos de los mismos
sentimientos de Cristo. Revistámonos hoy de los sentimientos que embargan a
la Madre.
La Virgen Madre
El alumbramiento de María fue distinto al de las demás mujeres. Sobre Ella
no pesaba la condena adherida al pecado al Mal, la cual recaía sobre toda
mujer: "parirás hijos con María Santísima había entregado todo su ser a
Dios, se había consagrado perpetuamente bajo voto de virginidad. Dios supo
respetar tal entrega en el momento de la Encarnación, ya que concibió
virginalmente por obra del Espíritu Santo. También la respeta ahora. El
nacimiento del Verbo Encarnado, no menoscabó la integridad de la Madre. Nos
dice hermosamente San Agustín: "La virginidad de María tiene tanto más valor
y belleza cuanto que Cristo no sólo se la reservó celosamente después de
haber sido concebido de Ella, sino que eligió por Madre a una Virgen que
previamente estaba consagrada a Dios". ¡Cuán respetuoso es Dios de la
libertad del hombre! Él ve este don de María, y lo adorna y embellece con
otros dones.
Intentemos poner figuras plásticas que nos ayuden a entender el Misterio de
la Madre Virgen. ¿Quién de nosotros no ha visto un campo blanco por la
nieve? La nieve no sólo es festiva, sino que guarda un cierto esplendor por
su luminosidad. El sol se refleja sobre ella produciendo una luz blanca que
encandila nuestras pupilas. Por otra parte, cuando se la contempla, el
espectador tiene ciertos reparos para poner sus pisadas y lastimar su
tersura. La nieve guarda una suavidad, una textura superficial que es
intacta. Pues bien, esta imagen de la nieve purísima nos hace comprender la
virginidad prístina de María. Ella guarda una luz especial, un resplandor
del Sol Eterno, su pureza participada. La Virgen es luminosa, pero a la vez
es como un paisaje níveo y festivo. Frente a este espectáculo, Dios quiso
respetarlo para transitar por él sin tocarlo, ni estropearlo. Así se gozó el
Verbo en la pulcritud bellísima de María, su Madre.
Los Padres comparan el Nacimiento virginal con la salida de Cristo del
Sepulcro y con su entrada en el Cenáculo a puertas cerradas. También dicen
que así como los rayos del sol penetran un cristal sin romperlo ni
mancharlo, así el Verbo Encamado, Luz divina, atravesó el límpido cristal de
su Madre sin estropearlo. Para los Padres de la Iglesia, María es como la
Estrella que produce el rayo e ilumina sin detrimento de sí misma; por lo
demás, el rayo no la priva de su claridad. Así la Madre de Dios, Estrella
maravillosa, sin corrupción de sí misma, dio a luz al Hijo que no le quitó
su integridad.
Por todo lo cual, la liturgia de la Iglesia canta en el prefacio de la Misa
de Nuestra Señora: "Conservando la gloria de su Virginidad, dio al mundo la
Luz Eterna".
Alabemos, pues, la integridad de la Madre, hoy adjunta a la Corona de la más
bella y pura virginidad existente, la corona de la Maternidad. Así resulta
Virgen antes, durante y después del parto. ¿Quién no se ha admirado por los
ojos serenos de una paloma? ¿Quién no se ha sorprendido al contemplar los
ojos opresivos de una madre que acaba de dar a luz? ¡Admirémonos al
contemplar los ojos cándidos y maternales de Santa María! Aquella que esperó
ser toda de Dios por su regalo virginal, encontró regalada por un Hijo que
conservó su primera donación.
¡Cuánto enamoró este lirio purísimo al Esposo Divino, que O robado de su
descanso por el amor de esta Virgen, la hizo al de Dios y de los hombres, y
ello manteniéndola intacta!
Navidad: virgen en el mundo
Será Navidad, y parece que en el mundo actual hace mucho que nieva. ¡Miremos
la pureza en el alma y en el cuerpo de María!
Contemplación resulta ejemplar para los sacerdotes, religiosos y religiosas,
jóvenes y en algunos aspectos para los mismos matrimonios en su vida
conyugal. La virginidad de María atrajo en su alma la fecundidad de Dios.
Hemos de imitar a María para que volvamos a enamorar tau. Ofende mucho al
Señor el cristiano que vive una vida Impureza; ello lo aleja de Él, además
de ofender su propio que es Templo del Espíritu. En la pureza engendró María
o; por eso Ella, la mujer de las Bienaventuranzas, nos la vivir cumpliendo
este precepto del Divino Amor: "Siendo loe limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios".
Esta virtud que permite concebir a Dios, hace del hombre un espiritual y
fuerte. Lo hace similar a los ángeles, lo hace libre de la tiranía del
pecado y por eso parecido a la Pureza Prístina de Dios. También lo hace más
ágil para ver a Jesús y recorrer los caminos de la santidad, como San Juan,
el Apóstol Virgen, quien por su pureza aventajó a San Pedro en descubrir al
Señor resucitado. Hace que el hombre, por fin, se vuelva más apto para amar
al prójimo, para engendrarlo espiritualmente en la caridad, poniendo
cauterio en los afectos del amante y permitiéndole de esa manera tender al
apostolado de manera límpida y cristalina.
El joven, el niño, el sacerdote, la religiosa, la futura madre, deben hacer
de su vida una navidad de pureza. La tierra entera volverá a dar sus frutos
cuando, inundada por esta virtud, reciba siempre de nuevo la Palabra de
Dios. Ella sólo será posible si adjuntamos a la virginidad la virtud de la
humildad. "Hermosa es la unión de la virginidad y de la humildad —decía San
Bernardo— y no poco agrada a Dios aquella alma en quien la humildad
engrandece a la virginidad y la virginidad adorna a la humildad".
Navidad, misterio de luz y de vida
El Verbo viene como Luz para iluminar las tinieblas de nuestro corazón. El
Verbo es la Luz, y este Sol Divino, que siempre y desde siempre fue la Luz,
hoy amanece para alumbrar con su verdad y gracia a los corazones. Desde
Oriente vino una estrella que guió a los Reyes, pero ella palidece al
encontrarse en el pesebre con la Luz Eterna. Hoy salió el Sol en Oriente y
esparce sus rayos en Belén. A los primeros que ilumina son a María y a José.
Sus rayos son poderosos, cautivantes, medicinales.
Dejémonos iluminar por la Luz encarnada. Vayamos hacia Él, para que Él se
acerque a nosotros.
Al modo como la luz natural todo lo ilumina, dando vida, calor, dilatando
los cuerpos y siendo como el alma de todo lo orlado, así le luz sobrenatural
actuará sobre aquel que quiera ser iluminado. Cristo-Luz nos dará la vida,
el calor de su caridad se dilatará nuestro corazón hasta las fronteras del
suyo. De manera aprenderemos a amarlo y será Él, con su luz, como alma de
nuestra alma. Entonces brillará en nuestro ser íntimo Sol de Vida.
La Navidad es misterio de Vida nos dice San León: "Vino el Hijo de Dios,
para que el hijo del hombre pudiera ser hijo de Dios". Con su Vida, nos dará
la vida sobrenatural de la gracia que santifica. A este don hemos de
vivirlo, no con una medida escasa, sino en abundancia. El Señor no nos trae
una medida mezquina, rebosante.
Allí en Belén está el Niño recién nacido, que no merece morir, que lo ha de
hacer por nosotros, de manera que ya no 08 más en la esclavitud del pecado,
sino en la libertad de Hijos de Dios. Vino la vida al mundo para que los que
están muertos por el pecado, viviéramos para siempre en Él. El Señor no sólo
nos librará del mal mayor, que es el pecado, sino también nos hará libres de
la misma muerte, haciéndonos triunfar con Él en su Resurrección sobre los
muertos. Desde que está en Belén, podemos decir: "¿Dónde está, muerte, tu
victoria, dónde está, muerte, tu aguijón?"
Allí está el pequeño Jesús. Lo encontramos en los brazos de Madre.
Revistámonos de los mismos sentimientos de María, aprendamos de Ella a vivir
sus virtudes, en especial la pureza y humildad, para que el Niño Dios se
encuentre tan a gusto en almas como en los brazos de su Madre siempre
Virgen. Pidámosle que toda nuestra existencia sea un continuo Belén de modo
que la Luz del Salvador se encienda en cada uno de nosotros y su vida nos
invada con su plenitud.
(ALFREDO SÁENZ, SJ, Palabra y Vida Homilías dominicales y Festivas, Ciclo C.
Ed. Galdius, Buenos Aires, 1994, pp. 32-37)
Volver Arriba
Aplicación: Beato Columba Marmion - La venida del Hijo de Dios
La venida del Hijo de Dios a la tierra fue tan augusto acontecimiento, que
quiso Dios irlo preparando durante muchos siglos; de modo que ritos y
sacrificios, figuras y símbolos mosaicos nos hablaban ya de Cristo y
anunciado por boca de los profetas, que, unos tras otros, se van sucediendo
en Israel. Mas ya no son ellos sino el Hijo mismo de Dios quien viene a
instruirnos:
Multifariam multisque nobis olim Deus loquens patribus nostris... novissime
locutus est nabis in Filio (Heb 1,1). Porque Cristo no vino sólo para los
judíos de su tiempo: sino que bajó del cielo para bien de todos los hombres:
Propter nos et propter nostram salutem. Vino a distribuir a todas las almas
la gracia que por su nacimiento nos mereció. Guiada la Iglesia por el
Espíritu Santo, ha hecho suyos los suspiros de los Patriarcas, las
aspiraciones de los antiguos justos, y los anhelos del pueblo escogido para
ponerlos en nuestros labios y llenar nuestro corazón, queriendo nos
preparemos al advenimiento de Cristo, como si cada año en nuestra presencia
se renovase. Ved también cómo al conmemorar la Iglesia la venida de su
divino Esposo a la tierra, despliega el esplendor de sus pompas, y celebra
con todas las galas de su esplendor litúrgico el nacimiento del "Príncipe de
paz" (Is 9, 6), del "Sol de justicia" (Mal. 4, 2), que aparece en medio de
"nuestras tinieblas para iluminar a. todo hombre que viene a este mundo" (I
Jn 1,5-9) ; además, otorga ese día a sus sacerdotes el privilegio de ofrecer
tres veces el santo sacrificio de la Misa.
Estas fiestas tan grandiosas cuanto embelesadoras, evocan en nuestra memoria
el recuerdo de los Ángeles que cantan en los altares la gloria del recién
Nacido, el recuerdo de los pastores, de aquellas almas sencillas que acuden
a adorarle en el pesebre; el recuerdo de los Magos que vienen desde el
Oriente a rendirle sus adoraciones y ofrecerle sus ricos presentes.
Y, con todo, semejante fiesta, aun cuando se alargue por toda una octava, es
efímera y pasa como todas las de la tierra. ¿Será solamente el resplandor de
una fiesta de un solo día lo que mueve a la Iglesia a exigirnos tan larga
preparación? De ninguna manera. Pues ¿a qué obedece ella? Al hecho de que la
contemplación de este misterio ofrece a nuestras almas una gracia de
elección.
Os dije al principio de estas instrucciones que todos los misterios de
Cristo, además de constituir un hecho histórico realizado en el tiempo,
contienen también gracia propia, destinada al alimento y vida de nuestras
almas. ¿Cuál es, me diréis, la gracia peculiar de este misterio de Navidad?
¿De qué gracia se trata, cuando quiere la Iglesia que con tanto cuidado nos
dispongamos a recibirla? ¿Qué fruto hemos de sacar de la contemplación del
Niño Dios?
La Iglesia misma nos lo indica en la Misa de media noche. Después de haber
ofrecido el pan y el vino que dentro de breves instantes se convertirán, por
virtud de la consagración, en el cuerpo y sangre de Jesucristo, resume sus
anhelos y deseos en la siguiente oración: “Dignaos, Señor, aceptar la
oblación que os presentamos en la solemnidad de este día, y haced que por
vuestra gracia y mediante este intercambio santo y sagrado, nos hagamos
partícipes de aquella divinidad con la cual fue unida nuestra substancia
humana por el Verbo". Pedimos, pues, la gracia de compartir aquella
divinidad, a la que fue unida nuestra humanidad, en la cual se verifica una
especie de comercio con el mismo Dios. Él toma nuestra naturaleza humana al
encarnarse, y en cambio nos comunica una participación de su naturaleza
divina. Pensamiento que está expresado todavía de un modo más explícito en
la secreta de la segunda Misa. "Haced, Señor, que nuestras ofrendas sean
conformes con los misterios de Navidad, que hoy celebramos; y que, así como
el Hombre que acaba de nacer resplandece también como Dios, así también esta
substancia terrestre (a que se une) nos comunique todo cuanto en Él hay de
divino". Hacerse participantes de la Divinidad con la cual se halla unida
nuestra humanidad, en la persona de Cristo, y recibir este don divino
mediante esta misma humanidad, he ahí la gracia propia del misterio de este
día. Es una transacción humano-divina; el Niño que hoy nace es hombre y
Dios; y la naturaleza humana que Dios asume, ha de servir de instrumento,
para comunicar su divinidad. Nuestras ofrendas: serán "conformes a los
misterios significados por el Nacimiento de este día", si —mediante la
contemplación de la obra divina en Belén y la recepción del Sacramento
Eucarístico participamos de la vida eterna que Cristo quiere comunicarnos
por medio de su humanidad. ¡Oh admirable comercio —cantaremos el día de la
Octava;— el Creador del género humano vistiéndose de un cuerpo animado, ha
tenido a bien nacer de una Virgen; y apareciendo como hombre aquí en la
tierra, nos ha hecho participantes de su divinidad
Parémonos unos instantes a admirar con la Iglesia este mutuo préstamo entre
la criatura y el Creador entre el cielo y la tierra. que constituye toda la
esencia del misterio de Navidad. Veamos cuáles son los actos y la materia, y
de qué modo se realiza: y después, consideraremos qué frutos se derivan para
nosotros y qué obligaciones nos impone.
Trasladémonos a la gruta de Belén y contemplemos al niño reclinado en el
pesebre. ¿Qué es a los ojos de un profano, de un habitante de aquel
pueblecito que acudiera por casualidad al establo, después del nacimiento de
Jesús? No vería sino un niño que acaba de nacer, teniendo por madre a una
mujer de Nazaret: un hijo de Adán como nosotros, puesto que sus padres se
han hecho inscribir en los registros del empadronamiento: puede fijarse la
línea de sus progenitores desde Abraham hasta David, desde David a José y su
Madre. No es más que un hombre o mejor todavía, un niño, niño débil que
sostiene su vida con un sorbito de leche. Tal aparece a los sentidos aquella
criatura diminuta que ve reclinada sobre la paja; y de hecho, muchos judíos
no vieron en Él otra cosa. Más tarde oiréis a sus compatriotas preguntarse,
extrañados de su sabiduría, de dónde podía venirle su saber, puesto que
nunca había aprendido letras el hijo del pobre carpintero: Nonne hic est
fabri filius? (Mt 13,75) .
Pero a los ojos de la fe, hay una vida harto más elevada que la vida humana
y que anima a este Niño: posee la vida divina. ¿Qué nos dice de El la fe?
¿Qué revelación? Nos hace
La fe pregona, en una palabra, que este Niño es el propio Hijo de Dios, el
Verbo, la segunda persona de la adorabilísima Trinidad, el Hijo que recibe
de su Padre la vida divina mediante una comunicación inefable: Sicut Pater
habet vitam in semetipso, sic dedit et Filio habere vitam semetipso (Jn 5,
26). Posee Dios la naturaleza divina con todas sus infinitas perfecciones y
le engendra con una generación eterna, en medio de los resplandores de los
cielos: In splendoribus sanctorum (Sal 109, 3) . A esta divina filiación de
Cristo en el seno del Padre, que se celebra en la Misa de medía noche, es a
quien se dirige en primer lugar nuestra adoración. En la Misa de la Aurora
celebraremos el Nacimiento de Cristo según la carne, el Nacimiento de Belén;
por fin, la tercera Misa honrará el advenimiento de Cristo a vuestras almas.
Envuelta enteramente en las nubes del misterio, la Misa de media noche
principia con aquellas palabras solemnes Dominus dixit ad me: Filius meus es
tu hodie genui te. Es el grito que exhala el alma de Cristo unida a la
Persona del Verbo, y que por vez primera revela a la tierra lo que oyen los
cielos desde toda eternidad: Dicho me ha el Señor: Tú eres mi Hijo a quien
hoy he engendrado. Este "hoy" es el día de la eternidad, día sin aurora y
sin ocaso. Él Padre celestial contempla, ahora a este Hijo encarnado, y el
Verbo, no por haberse hecho hombre, deja de ser Dios, sino que al hacerse
Hijo del hombre, permanece Hijo de Dios. La primera mirada que reposa sobre
Cristo, el primer amor de que se ve rodeado, es la mirada y el amor de su
Padre: Diligit me Pater (Jn 15, 9). ¡Oh, qué contemplación y qué amor!
Cristo es el Hijo único el Padre; esa es ori esencial; es igual y
consubstancial al Padre, Dios de Diosa, luz de luz. Por Él fueron hechas
todas las cosas, y nada de cuanto existe se hizo sin El. Por este Hijo
fueron criados los siglos; Él es quien sostiene todos los seres con el poder
de su palabra.
Él es quien desde el principio sacó la tierra de la nada, y los cielos, que
son obra de sus manos, envejecerán como un vestido, y se cambiarán como un
cobertor; mas Él es siempre el mismo y sus años son eternos (Heb 1). Pues
bien, este Verbo se hizo carne: Et Verbum caro factura est.
Adoremos a Cristo encarnado por nosotros: Christus natus est nobis; venite
adoremus. Un Dios se reviste de nuestra humanidad; concebido por misteriosa
operación del Espíritu Santo en el seno de María, Cristo es engendrado de
la más pura substancia de la sangre de la Virgen, haciéndole semejante a
nosotros la vida que de ella recibe: Creator generis humani de virgine nasci
dignatus est, et procedens homo sine semine.
Aquí nos habla la fe: este niño es el Verbo de Dios encarnado; es el creador
del género humano. Sí, ahora necesita un "poquito de leche'' para
alimentarse: pero de su mano reciben su alimento los pajarillos del cielo.
Parvoque lacte pastas est
Per quem nec ales esurit.
Contemplad al Niño recostado en el pesebre. Cerrados sus ojitos, duerme sin
manifestar a nadie lo que es, semejante en la apariencia a los demás niños,
aunque en cuanto Dios y en cuanto Verbo eterno, juzgaba ya desde ese mismo
momento a las almas que ante Él comparecían. En cuanto hombre, le vemos
reclinado sobre paja y en cuanto Dios, sostiene el universo y reina en los
cielos: Jacet in praesepio et in caelis regnat. Este niño que comenzará a
crecer, es al propio tiempo eterno y de naturaleza divina que no sufre
mutación alguna. Tu idem ipse es, et anni tui non deficient; el mismo que
nacido en el tiempo, precede a todo tiempo; el mismo que se aparece a los
pastores de Belén siendo creador de todas las naciones, "ante quien ellas
son como si no existieran" (Is 40, 17).
Palamque fit pastoribus
Pastor creator omnium.
Vemos, pues, cómo a los ojos de la fe hay dos vidas en este Niño; dos vidas
unidas de un modo indisoluble e inefable porque en tal forma pertenece la
naturaleza humana al Verbo, la que con su propia existencia nos tiene la
naturaleza humana. Esta es perfecta en su especie: Perfectus homo, sin que
le falte nada en cuanto a su esencia compete. Este niño tiene un alma corno
la nuestra cuerpo semejante al nuestro, inteligencia, y voluntad,
imaginación, sensibilidad, facultades como las nuestras, manifestándose en
toda su existencia de treinta años como una de tantas criaturas, sólo que
nunca cometió pecado: Debuit per omnia fratribus similar absque peccato (Heb
2, 17; 4, 15). Esta naturaleza humana, perfecta en sí misma, guardará su
propia actividad y nativo estilen
Entre estas dos vidas que Cristo posee de continuo, la divina, por su eterno
movimiento en el seno del Padre, y la humana, que tuvo principio en el
tiempo por su encarnación en el seno de una Virgen, no hay mezcla alguna ni
confusión. Al hacerse hombre el Verbo, permaneció lo que era y tomó de
nuestra naturaleza lo que no era. No absorbe lo divino a lo humano, ni lo
humano aminora lo divino, sino que entrambas naturalezas constituyen una
sola persona, que es la persona divina, aun cuando la naturaleza humana
pertenezca al Verbo y sea propia del mismo: Mirabile rnysterium declaratur
hodie: innovantur naturae, Deus homo factus est; id quod fuit permansit et
quod non erat assumpsit; non conmixtionem passus neque drvisioném (Antífona
de laudes de Navidad).
(COLUMBA MARMION, Cristo en sus misterios, Ed. LUMEN, Chile, pp. 145-152)
Volver Arriba
Ejemplos
Misa de Medianoche
El mejor regalo
En 1994, dos americanos respondieron a una invitación del Departamento de
Educación Rusa, para enseñar moral y ética (basado en principios bíblicos)
en las escuelas públicas. Fueron invitados a enseñar en prisiones, negocios,
departamentos de bombero y policía, y en un inmenso orfanato. Alrededor de
100 niños y niñas que habían sido abandonados, abusados, y dejados en cargo
de un programa del gobierno, estaban en este orfanato. Ellos relatan esta
historia en sus propias palabras.
Se acercaban los días de fiestas Navideñas, 1994, tiempo para que nuestros
huérfanos escucharan por primera vez, la historia tradicional de Navidad.
Les contamos como María y José llegaron a Belén. No encontraron albergue en
la posada y la pareja se fue a un establo, donde nació el niño Jesús y fue
puesto en un pesebre.
Durante el relato de la historia, los niños y los trabajadores del orfanato
estaban asombrados mientras escuchaban. Algunos estaban sentados al borde de
sus taburetes, tratando de captar cada palabra. Terminando la historia, le
dimos a los niños tres pequeños pedazos de cartulina para que construyeran
un pesebre. A cada niño le dimos un pedazo de papel cuadrado cortados de
unas servilletas amarillas, que yo había traído conmigo pues no habían
servilletas de colores en la cuidad.
Siguiendo las instrucciones, los niños rasgaron el papel y colocaron las
tiras con mucho cuidado en el pesebre. Pequeños pedazos de cuadros de
franela, cortados de un viejo camisón de dormir que había desechado una
señora Americana al irse de Rusia, fue usado para la frazada del bebé. Un
bebé tipo muñeca fue cortado de una felpa color canela que habíamos traído
de los Estados Unidos.
Los huérfanos estaban ocupados montando sus pesebres, mientras yo caminaba
entre ellos para ver si necesitaban ayuda. Parecía ir todo bien hasta que
llegue a una de las mesas donde estaba sentado el pequeño Misha. Lucía tener
alrededor de 6 años y ya había terminado su proyecto. Cuando miré en el
pesebre de este pequeño, me sorprendió ver no uno, pero dos bebés en el
pesebre. Enseguida llame al traductor para que le preguntara al chico porque
habían dos bebés en el pesebre. Cruzando sus brazos y mirando a su pesebre
ya terminado, empezó a repetir la historia muy seriamente.
Para ser un niño tan pequeño que solo había escuchado la historia de Navidad
una vez, contó el relato con exactitud hasta llegar a la parte donde María
coloca el bebé en el pesebre.
Entonces Misha empezó a agregar. Inventó su propio fin de la historia
diciendo,
"...y cuando María colocó al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó
si yo tenía un lugar donde ir. Yo le dije, "no tengo mamá y no tengo papá,
así que no tengo donde quedarme. Entonces Jesús me dijo que me podía quedar
con Él. Pero le dije que no podía porque no tenía regalo para darle como
habían hecho los demás. Pero tenía tantos deseos de quedarme con Jesús, que
pensé que podría darle de regalo. Pensé que si lo pudiera mantenerle
caliente, eso fuera un buen regalo.
Le pregunté a Jesús, "Si te mantengo caliente, sería eso un buen regalo?" Y
Jesús me dijo, "Si me mantienes caliente, ese sería el mejor regalo que me
hayan dado". Así que me metí en el pesebre, y entonces Jesús me miró y me
dijo que me podría quedar con Él para siempre.
"Mientras el pequeño Misha termina su historia, sus ojos se desbordaban de
lágrimas que les salpicaban por sus cachetes. Poniendo su mano sobre su cara
bajo su cabeza hacia la mesa y sus hombros se estremecían mientras sollozaba
y sollozaba.
El pequeño huérfano había encontrado alguien quien nunca lo abandonaría o lo
abusara, alguien quien se mantendría con él PARA SIEMPRE. Gracias a Misha he
aprendido que lo que cuenta, no es lo que uno tiene en su vida, si no, a
quien uno tiene en su vida. No creo que lo ocurrido a Misha fuese
imaginación. Creo que Jesús de veras le invitó a estar junto a Él PARA
SIEMPRE. Jesús hace esa invitación a todos, pero para escucharla hay que
tener corazón de niño.
Volver Arriba
Misa del Día
El sentido de la Navidad
Creo que muy pocos tienen presente lo que significa la Navidad, toda esa
gente que se preocupa sólo por ver qué regala, qué compra, cómo organizar
posadas, pero no las posadas tradicionales, sino las que sólo se piensa en
la fiesta, en la diversión, olvidando el significado de lo que es una
verdadera posada de Navidad.
Los pequeños esperan la Navidad no por el nacimiento del Niño Jesús, sino
por los regalos que esperan de Santa Claus, pues para pocos es el Niño
Jesús.
Los jóvenes esperan el día de terminar exámenes para preparar lo que llaman
posadas, obteniendo el dinero de los padres para gastarlo en fiestas en sus
casas a todo lo que da, diversión, música, bebidas de toda clase, y aparte
llenando las discotecas.
Los adultos, padres de familia y hombres de negocios, llega el mes de
diciembre y se preparan en grande para hacer sus fiestas de negocios, en
donde celebran algo que no saben lo que significa, sólo se juntan y
organizan todo para pasar un buen rato agradable y divertido.
Yo creo que la tierra sin Jesús sería un verdadero infierno; y que la tierra
con Jesús es un Cielo anticipado.
ÉL es la verdadera y única fuente de alegría, meditemos en el fondo de
nuestro corazón de que es lo que realmente debemos celebrar y vivir en el
tiempo de NAVIDAD.
¿A qué hora nos damos tiempo de reflexionar sobre el NACIMIENTO DE JESÚS con
nuestros hijos y sobre lo que vamos a regalar a quien en realidad se debe
festejar?
¡Jesús da a nosotros en la medida en que nosotros nos damos a Él y a los
demás!