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¿Penitencia? ¡Pero si ya no estamos en la Edad Media!

- De ascesis y de cruz... ¡ni idea!

- La obligación de hacer penitencia

- Que Dios quiere misericordia, no sacrificios

- Externa e interna, pasiva y activa

- Razones para practicar la mortificación

- En busca de cireneos

¿Penitencia? ¡Pero si ya no estamos en la Edad Media!

Para el mundo contemporáneo, hundido por completo en la exaltación y la búsqueda del placer, cualquier acto que implique renunciar a la comodidad no sólo resulta «oscurantista», pasado de moda, sino hasta patológico.

Absolutamente escandalizados se mostraron los medios de comunicación que a mediados de 2010 reprodujeron una nota del diario argentino MdZ que sacó a la luz las «prácticas retrógradas» que se practican en el seminario del Instituto del Verbo Encarnado, una de las comunidades religiosas que más vocaciones sacerdotales atrae en ese país.Penitencia en cuaresma

Todo empezó cuando un ex seminarista decidió hacer del conocimiento secular cómo viven los futuros sacerdotes; resulta que en el instituto los jóvenes hacen penitencia: «Más allá de las vocaciones y la proliferación de esta fe, las prácticas medievales persisten en esta institución y el día en el que más se aplican son los viernes», se lee en el periódico. Los sacrificios que ahí se hacen pueden desde incluir ayuno de una de las principales comidas hasta la autoflagelación con un látigo de tres cuerdas con nudos en el extremo, o el uso de un cinturón de piedras durante la Misa.

Otras cosas vividas en esa institución dedicada a la solidaridad con los más necesitados y no a la propia comodidad, y que disgustaron al ex seminarista en cuestión, son éstas: «No hay radio ni televisión. Todos duermen en literas triples, no hay dónde poner las cosas personales ni roperos. Nos bañamos con agua fría, cocinamos a leña».

MOTIVO DE ESCARNIO

La verdad es que desde tiempos de la primitiva Iglesia los cristianos han sufrido la burla intolerante ante la mortificación cristiana. Basta recordar los dibujos que el paganismo romano hacía de un burro crucificado para insultar a los seguidores de Cristo.

Para el mundo en general, particularmente el contemporáneo, donde lo que impera es la búsqueda del placer, la penitencia es masoquismo, oscurantismo, peligrosa patología que hay que combatir.

SE TOLERA SI NO ESTÁ CRISTO

Pero si bien todo lo que implica renuncia por motivos cristianos suele causar asombro y oposición, hay otros casos en los que las mortificaciones son bien vistas y hasta aplaudidas.

Así, se aclama a quienes más dietas hacen para estar delgados, e igual a quienes lo consiguen por medio de la anorexia. Penitencia por CuaresmaLa belleza externa ha tomado tal importancia que varones y mujeres se someten a dolorosas cirugías estéticas a fin de verse más hermosos y más jóvenes.

Lo mismo hay que decir de los vegetarianos y veganos, que se privan de determinados alimentos y productos, ya sea por motivos de salud física, apoyo a los supuestos «derechos» de los animales, o por influencias religiosas hinduistas o budistas, las cuales incluyen ayunos y otras mortificaciones. En todo esto está ausente Cristo, por eso no sólo es bien tolerado sino presentado como positivo e imitable.

EN EL AMOR ESTÁ EL MOTIVO

La diferencia de una mortificación para perder peso o para alcanzar el nirvana budista respecto de una mortificación cristiana radica en el amor; en las primeras el esfuerzo y las privaciones tienen su fuente en el «yo» —verse mejor o alcanzar la conciencia de ser «dios»—, en la última la motivación es el amor a Cristo: el creyente hace penitencia no porque le guste sufrir y hacerse daño, sino para unirse más estrechamente con Jesucristo sufriente.

Si no hay suficiente amor, las privaciones serán motivo de desdicha, no de crecimiento. Es por eso que las penitencias han de practicarse de manera libre; por ejemplo, cuando un feligrés se acerca al sacramento de la Confesión lo hace voluntariamente tanto para recibir el perdón como para dar alguna satisfacción o reparación por sus faltas a través de la penitencia que el sacerdote le indica.

Los santos siempre han sido asiduos practicantes de la penitencia, no sólo por sus propios pecados sino por los de los demás. Conforme se avanza en la relación con Dios, se puede ir entendiendo mejor el valor de la mortificación y su práctica de manera correcta. Y quien la ha llevado a cabo en algún grado y en alguna ocasión, seguramente ha podido entrever al menos algo de su grandeza; hasta el ex seminarista del Instituto del Verbo Encarnado confiesa que, tiempo después de marcharse, «quise volver»; aunque la institución no lo consideró conveniente.

Diana R. García B.

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De ascesis y de cruz... ¡ni idea!
Por el P. Ernesto María Caro

Desafortunadamente el hombre de hoy tiene un concepto equivocado de lo que es la ascesis o penitencia, y en muy baja estima el valor de la cruz. La vida cómoda y materialista que vive le hace despreciar estos dos valores que son fundamentales (cfr. Mt 10,38), por no decir indispensables, no sólo para alcanzar la santidad sino para poder vivir una vida razonablemente alegre y estable.

La ascesis en el fiel cristiano es animada y dirigida por el mismo Espíritu Santo, que no busca destruir sino construir. Por ello el padre Cantalamessa dice que la penitencia es el arte de quitar todo lo que estorba a fin de hacer visible esa santidad ya contenida en el hombre desde el Bautismo.

La penitencia cristiana, correctamente entendida, no es estoicismo, ni platonismo, sino fuerza que ayuda a que los criterios y la vida evangélica pasen de la mente al corazón y del corazón a la vida diaria.La cruza en cuaresma Debemos, sin embargo, reconocer que la penitencia y la cruz, producto de ésta, pesan sobre nuestras espaldas, de lo contrario ya no sería cruz (cfr. Mt 5,29-30); la mortificación lastima, mas en el fondo del alma se enciende un fuego nuevo, desconocido y de orden superior que basta para fortificarla y hacerle abrazar voluntaria y animosamente los dolores y la renuncia que la llevarán a gozar de la más profunda y jamás imaginada paz. Este fuego es el que incendia a a los santos, quienes, ante la perspectiva de haber encontrado la perla preciosa (cfr. Mt 13,46) y el tesoro escondido (cfr. Mt 13,44), consideran en poco lo que tengan que hacer para permitir a la Gracia desarrollarse en plenitud, aunque a los ojos del mundo puede parecer una locura y una exageración.

Por todo esto, la penitencia es la cruz benéfica que nos ayuda a renunciar a nosotros y que prepara el camino para que Dios actúe.

 

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La obligación de hacer penitencia
La Iglesia, en su calidad de Madre y Maestra, establece el ayuno y la abstinencia penitenciales a fin de ayudar al cristiano a fortalecer su espíritu

Dice el canon 1249 del Código de Derecho Canónico que «todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales».

Sin embargo, la realización de estas pocas prácticas comunes establecidas por la Iglesia a fin de fortalecer el espíritu de sus hijos no dispensa de la obligación moral que tiene cada uno de hacer penitencias personales por su lado.

Éstas son las prácticas de penitencia comunes que indica el derecho canónico:

Canon 1251: «Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo».

Canon 1252: «La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia».

«SÍ, PERO...»

La Iglesia quiere ser fiel al mandato del Señor, que indicó que «vendrán días en que les será arrebatado el Esposo y entonces ayunarán» (Mt 9, 15).

Sin embargo, hace notar el padre Raniero Cantalamessa, OFM, que hoy «el ayuno se ha convertido en una práctica ambigua. En la antigüedad no se conocía más que el ayuno religioso; hoy existe el ayuno político y social (huelgas de hambre), un ayuno saludable o ideológico (vegetarianos), un ayuno patológico (anorexia), un ayuno estético (para mantener la línea). Existe sobre todo un ayuno impuesto por la necesidad: el de los millones de seres humanos que carecen de lo mínimo indispensable y mueren de hambre».

Por lo mismo, «es importante intentar descubrir la genuina enseñanza bíblica sobre el ayuno. En la Biblia encontramos, respecto al ayuno, la actitud del ‘sí, pero’, de la aprobación y de la reserva crítica. El ayuno, por sí, es algo bueno y recomendable; traduce algunas actitudes religiosas fundamentales: reverencia ante Dios, reconocimiento de los propios pecados, resistencia a los deseos de la carne, solicitud y solidaridad hacia los pobres... Como todas las cosas humanas, sin embargo, puede decaer en ‘presunción de la carne’. penitencia por cuaresmaBasta con pensar en la palabra del fariseo en el templo: ‘Ayuno dos veces por semana’ (Lc, 18, 12).

«Somos muy sensibles actualmente a las razones del ‘pero’ y de la reserva crítica; tenemos justamente vergüenza de llamar al nuestro un ‘ayuno’ cuando lo que sería para nosotros el colmo de la austeridad —estar a pan y agua— para millones de personas sería ya un lujo extraordinario, sobre todo si se trata de pan fresco y agua limpia. Lo que debemos descubrir son las razones del ‘sí’».

«¿POR QUÉ TUS DISCÍPULOS NO AYUNAN?»

Continúa el predicador de la Casa Pontificia: «La pregunta del Evangelio [de los discípulos de Juan Bautista a Cristo, cfr. Mt 9, 10, n. d. l. r.] podría resonar, en nuestros días, de otra manera: ‘¿Por qué los discípulos de Buda y de Mahoma ayunan y tus discípulos no ayunan?’. Vivimos en una cultura dominada por el materialismo y por un consumismo a ultranza. El ayuno nos ayuda a no dejarnos reducir a puros ‘consumidores’; nos ayuda a adquirir el precioso ‘fruto del Espíritu’, que es ‘el dominio de sí’, nos predispone al encuentro con Dios que es Espíritu, y nos hace más atentos a las necesidades de los pobres».

 

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Que Dios quiere misericordia, no sacrificios

Los que ven con reticencia las prácticas penitenciales utilizan estos textos de la Biblia: «Porque Yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos» (Os 6, 6); «¿Quiere el Señor holocaustos y sacrificios o quiere que se obedezca su voz? La obediencia vale más que el sacrificio; la docilidad, más que la grasa de carneros» (I Sam 15, 22).

El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, explica el verdadero significado de estas enseñanzas bíblicas: «Dios no quiere el sacrificio a toda costa, como si gozara viéndonos sufrir; no quiere tampoco el sacrificio hecho para alegar derechos y méritos ante Él, o por un mal entendido sentido del deber. Quiere en cambio el sacrificio que es requerido por su amor. No hay amor sin sacrificio. En este sentido, Pablo nos exhorta a hacer de toda nuestra vida ‘un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios’ (Rm 12,1).

«Sacrificio y misericordia son cosas buenas, pero pueden convertirse en malas si se distribuyen mal. Son cosas buenas si —como hizo Cristo— se elige el sacrificio para uno y la misericordia para los demás; se vuelven malas si se hace lo contrario y se elige la misericordia para uno y el sacrificio para los demás; si se es indulgente con uno mismo y riguroso con los demás, dispuestos siempre a excusarnos a nosotros y despiadados al juzgar a los otros».

En otras palabras, las penitencias no tienen ningún sentido si no van dirigidas a propiciar un cambio interior en quien las realiza, es decir, una conversión. Las llamadas de Jesús a la conversión no miran en primer lugar a las obras exteriores sino a un cambio interno, porque sin esto último cualquier obra penitencial externa es estéril. Sin embargo, la verdadera conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles: gestos y obras externos.

 

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Externa e interna, pasiva y activa

Los santos han vivido la mortificación cristiana interna —que consiste básicamente en sufrir con paciencia y humildad, por amor a Jesús, desprecios y humillaciones— y también la externa —ayunos y toda serie de prácticas de mortificación corporal—; pero siempre han estado conscientes de que la mortificación exterior es falsa si no va acompañada de la mortificación interior.

La mortificación interior es el «martirio a alfilerazos» del que hablaba santa Teresa de Lisieux, y que ella entiende como el vencimiento de uno mismo a través de las pequeñas cosas de cada día, sufridas por amor a Dios. San Francisco de Sales daba más importancia a estas penitencias internas que a las externas: «Vale mas delante de Dios un menosprecio sufrido pacientemente por su amor, que mil ayunos y mil disciplinas».

Otra forma de clasificar la penitencia es como activa y pasiva. Lucha penitencial en cuaresmaMientras que en la activa la propia persona va podando su rama de hojas secas, cooperando activamente con la obra purificadora de Dios, tanto a través de actos de humillación como con prácticas externas, en la penitencia pasiva es Dios mismo quien directamente purifica la rama, por ejemplo, a través de enfermedades, y a la persona simplemente le toca aceptar las humillaciones y sufrimientos con gozo, aceptación y sumisión total a la voluntad divina.

La pasiva suele ser más difícil que la activa por ir acompañada de un sentimiento de impotencia.

 

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Razones para practicar la mortificación

«Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24)

+ Por satisfacción de los propios pecados.

+ Por satisfacción de los pecados del prójimo.

+Para interceder por las almas del Purgatorio.

+ Para vencerse a sí mismo.

+ Para buscar y hallar alguna gracia o don de Dios.

Por otra parte, la oración y la mortificación son como las dos ruedas del carro de la santidad personal, es decir, ambas son necesarias para llegar a la perfección, y no puede minusvalorarse ninguna de las dos. La oración da fuerzas para practicar la mortificación, y la mortificación ayuda extraordinariamente a la oración.

La penitencia debe ser juzgada más por lo que se gana que por aquello a lo que se renuncia. Así lo dice san Pedro: «Ya que Cristo padeció en la carne, armaos también vosotros de este mismo pensamiento: quien padece en la carne ha roto con el pecado, para vivir ya el tiempo que le quede, no según las pasiones humanas, sino según la voluntad de Dios» (I Pe 4,1).

La mortificación contribuye al mejoramiento de la vida espiritual. Ciertamente no es lo mismo mortificarse por co-redimir con Cristo que, por ejemplo, por hacer deporte.

¿Qué sacrificio puedo ofrecer hoy a Dios?

Jesús nos invita: «Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa ... ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y qué pocos los que dan con ella!» (Mt 7, 13-14). Los sacrificios o mortificaciones son ideales para andar por la senda angosta, pero recomienda el Santo Cura de Ars: «Ofrécele a Dios sólo lo que puedes ofrecer con gozo». Penitencia por CuaresmaTambién, como dice Jesús en el Evangelio, la penitencia personal debe ser escondida «en lo secreto».

Hay veces que el cristiano puede no estar muy seguro sobre qué sacrificios ofrecer a Dios y cuándo hacerlos. Primero que nada hay que recordar que, si bien la Cuaresma es un tiempo privilegiado de penitencia, ésta no tiene por qué limitarse a esos cuarenta días; también, que todos los días viernes del año deberían tener en la mente del cristiano un carácter penitencial, pero que, aun así, las penitencias pueden hacerse otro días que no sean viernes.

Ahora bien, como escribe el presbítero Ernesto María Caro, de la arquidiócesis de Monterrey, «debemos ser conscientes de que la falta de prudencia puede también desordenar la misma penitencia, con lo cual se causan graves daños, sobre todo al alma, ya que la práctica de la mortificación debe ser siempre un acto de templanza. Santo Tomas, citando a san Jerónimo dice: ‘No hay diferencia entre matarse en largo o en corto tiempo. Se comete una rapiña, en vez de hacerse una ofrenda, cuando se extenúa inmoderadamente el cuerpo por la demasiada escasez de alimento o el poco sueño’».

Una de las señales más claras de que aun en las penitencias está haciendo uno la voluntad de Dios es el estar dispuesto a dejarlas si así se lo indica el director espiritual; hay penitencias extremas que sólo éste puede autorizar en ciertos casos, como el uso de cilicios y las autoflagelaciones; pero el cristiano «de a pie» puede realizar otras penitencias en las que no hay riesgo de daño; todo es cuestión de ingenio. Cuenta Marino Restrepo que él, por su arduo trabajo y constantes viajes en su oficio de predicador católico, no puede ayunar todo lo que desea; a cambio, un día a la semana come toda su comida sin nada de sal; así se mortifica sin atentar contra su salud.
D. R. G. B.

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En busca de cireneos

Así como Jesús fue ayudado por Simón de Cirene a cargar la cruz hasta el monte Calvario, igualmente el Señor, en pleno siglo XXI, está buscando cireneos

Por Diana R. García B.

Cuando dice san Pablo: «Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24) no significa de ninguna manera que el sacrificio de Cristo en la Cruz haya sido insuficiente y que el hombre tenga que realizar obras penitenciales personales para salvarse a sí mismo. Sólo hay, ha habido y habrá un único Salvador: Jesucristo.

El Señor, en el plano terreno, padeció verdaderamente tanto en su cabeza (bofetadas, corona de espinas, etc.) como en su cuerpo (azotes, clavos, etc.). Y el mismo Señor, en el plano místico, es verdaderamente la Cabeza, mientras que su Iglesia es verdaderamente el Cuerpo. Pero como la dimensión terrena no está separada de la dimensión mística, si la Cabeza mística, Jesucristo, se ofrece como ofrenda al Padre por medio de los padecimientos, su Cuerpo místico, la Iglesia, no puede pretender hacer algo distinto. A eso se refiere san Pablo cuando habla de «completar» lo que «falta» a los padecimientos de Cristo.

¿Pero cómo puede hablarse de que falta algo a los padecimientos de Cristo? ¿Acaso su sacrificio en la Cruz no es suficiente y perfecto? El beato Juan Pablo II contesta en el número 24 de su carta apostólica Salvifici doloris:

«¿Esto quiere decir que la redención realizada por Cristo no es completa? No. Esto significa únicamente que... Cristo ha obrado la redención completamente y hasta el final; pero, al mismo tiempo, no la ha cerrado. En este sufrimiento redentor, a través del cual se ha obrado la redención del mundo, Cristo se ha abierto desde el comienzo, y constantemente se abre, a cada sufrimiento humano. Sí, parece que forma parte de la esencia misma del sufrimiento redentor de Cristo el hecho de que haya de ser completado sin cesar...Penitencia por Cuaresma Sólo en este marco y en esta dimensión de la Iglesia Cuerpo de Cristo, que se desarrolla continuamente en el espacio y en el tiempo, se puede pensar y hablar de ‘lo que falta a los padecimientos de Cristo’... El sufrimiento... por eso, tiene un valor especial... ante el cual la Iglesia se inclina con veneración».

Pero la Iglesia está formada por individuos concretos, así que son ellos los que están llamados a «completar» en su propia carne «lo que falta».

Se trata, pues, de una tarea netamente católica. El protestantismo y demás corrientes religiosas no alcanzan a comprender este profundo misterio divino, pero Dios se lo reveló hace pocos años al converso Marino Restrepo con palabras muy claras para el hombre del siglo XXI: «A mí, me dijo el Señor, me dio la responsabilidad más grande que se le puede dar a un ser humano en la Tierra: me hizo católico, me creó católico. Y me explicó que... nosotros [los católicos] somos instrumentos reparadores».

En otras palabras, así como Simón de Cirene ayudó a cargar la Cruz hasta el monte Calvario (cfr. Lc 23, 26), Jesucristo hoy busca cireneos para ser verdaderos instrumentos de reparación en el día a día.

Cristo sufre voluntaria e inocentemente. El hombre nunca llega a ser del todo inocente —siempre tiene algo que reparar—, pero sí está en la capacidad de abrazar el sufrimiento y los sacrificios por su libre voluntad. Y Jesús mendiga este tipo de entrega entre todos los miembros de su Iglesia; los invita a convertirse en «almas víctimas».

Un «alma víctima» es aquella que se ofrece a sufrir en reparación por los pecados de otros y de sí misma; es decir, se ofrece en expiación ante Dios por tantas ofensas, sacrilegios y desprecios que el Señor recibe, y por la conversión de los pecadores.

Hoy, como en el pasado, siempre ha habido «almas víctimas» (por lo general los santos conocidos lo fueron, pero también hay un número muy importante de estas almas que han logrado mantenerse en el más absoluto anonimato); pero no son suficientes, así Jesús se lo dijo, por ejemplo, a Trinidad Carreras, religiosa fundadora de las Esclavas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios, que se encuentra en proceso de beatificación: «Quiero almas víctimas».

A veces se llega a pensar que un «alma víctima» es la que sufre los dolores de Cristo en la Cruz porque tiene los estigmas —visibles o invisibles—; pero en realidad cualquiera puede ser verdadero reparador aunque Dios no le conceda la gracia sobrenatural de ser un estigmatizado. Penitencia por CuaresmaEl señor le mostró en visiones a la beata Ana Catalina la situación de seis personas contemporáneas suyas que, igual que ella —un alma víctima— obraban «por la Iglesia». Eran tres mujeres y tres varones, entre los cuales no todos eran estigmatizados ni todos pertenecían a la vida consagrada. «El tercero —cuenta Ana Catalina de uno de ellos— era un hombre principal que tenía muchos hijos, una mujer muy mala y poseía mucha hacienda... Vive muy ordenadamente; es caritativo con los pobres y lleva muy bien la aflicción que le causa su mujer».

Así, cualquier dificultad, privación o pena, buscada o impuesta, puede convertirse, si se vive en espíritu de humildad y aceptación y en unión con el sufrimiento de Cristo, en verdadera penitencia reparadora. Ser un buen cireneo es no desperdiciar ninguna de estas oportunidades.

Aunque el mundo no lo entienda, hoy más que nunca debe ser tiempo de mortificación y sacrificio, tal como lo gritó el ángel que señalaba hacia la Tierra durante las apariciones de Fátima: «¡Penitencia, penitencia, penitencia!».

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