Cuaresma- en camino hacia la Pascua: carta pastoral
Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria – '¿No ardía nuestro corazón?' (Lc 24,32) febrero de 2013
Introducción
Fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús1, nos
disponemos a recorrer el camino cuaresmal que conduce a la Pascua. Lo
hacemos en el Año de la Fe convocado por el Papa Benedicto XVI para
conmemorar los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II y los 20 años de
la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica.
Queremos acoger así su invitación a profundizar, testimoniar y proponer la
fe, el mensaje del Evangelio, para dar un nuevo impulso a la misión
evangelizadora. No podemos menos que empezar agradeciendo el don de la fe
viva y probada de tantas personas y comunidades. Hemos de confesar con
alegría que el hecho de confiar en Jesús o, mejor dicho, de experimentar su
confianza en nosotros y de seguirle es lo mejor que nos podía pasar.
El conocido relato pascual referente a los discípulos que se dirigen a Emaús
nos sirve de marco y guía para esta Carta Pastoral. Ahí identificamos los
elementos fundantes de la experiencia de la fe y la llamada permanente a
caminar acompañados por Jesús. El texto evangélico también parece responder
a una demanda de quienes no habían sido contemporáneos de Jesús y vivían en
un contexto cultural diferente: “Ahora que Jesús, a pesar de no estar
físicamente entre nosotros, vive, ¿dónde podremos encontrarle y reconocerle
hoy?” La pregunta goza de actualidad permanente y resulta muy válida y
oportuna para nuestro tiempo. La respuesta del pasaje evangélico irá
combinando aspectos nucleares para la experiencia creyente: la escucha de la
palabra, el acompañamiento a quien sufre, la celebración eucarística, la
adhesión a la comunidad.
Presentamos esta Carta con vistas a un diálogo pastoral y con el deseo de
que se profundice personal y comunitariamente en ella. Por ello, tras cada
apartado ofrecemos un espacio complementario con citas del Nuevo Testamento,
una cita conciliar y cuestiones para la reflexión y el diálogo. ¡Ojalá una
lectura compartida pueda convertirse para todos en punto de partida de una
experiencia como la de Emaús! He aquí el texto marco para la Carta:
1 Carta a los Hebreos 12,2.
LUCAS 24, 13-35
Aquel mismo día [el primero de la semana], dos de ellos iban caminando a una
aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban
conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban
y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero
sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: – ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba
Cleofás, le respondió: -¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no
sabes lo que ha pasado allí estos días?
Él les dijo: – ¿Qué?
Ellos le contestaron: – Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso
en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los
sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo
crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con
todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que
algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido
muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron
diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que
está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo
encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces él les dijo:- ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron
los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así
en su gloria? Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas,
les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca
de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos
lo apremiaron, diciendo: -Quédate con nosotros, porque atardece y el día va
de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron
los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:- ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba
por el camino y nos explicaba las Escrituras?
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde
encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:-
Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.
Este relato muestra un itinerario de fe. Los discípulos tienen algo que
comunicar, tras haber realizado un proceso de descubrimiento progresivo de
la fe en el Resucitado. Nos unimos a ellos en los principales hitos de la
narración.
El pasaje evangélico evoca en último término el camino de la vida. En él
peregrinamos juntamente con otras personas, creyentes y no creyentes, que la
vida nos va regalando como compañeras de camino. En ese itinerario vital
compartido, deseamos entablar el diálogo sobre la fe. La fe es el resultado
de la apertura del hombre al don de Dios y, tanto para acogerla como para
transmitirla requiere encuentro y diálogo personal. Como en Emaús, es en el
camino de la vida cotidiana donde se plantean los interrogantes, las dudas,
las certezas y los debates sobre la fe, a partir de lo que cada cual va
buscando, descubriendo, compartiendo y, en definitiva, viviendo.
Iban caminando… iban conversando
El comienzo del relato muestra a dos personas decepcionadas, huyendo del
lugar que les ha generado sufrimiento y frustración: esperábamos que él iba
a liberar a Israel. Aun así, no todo está perdido. Cabe resaltar dos
elementos positivos: no va cada uno por su lado, sino que mantienen el
encargo de Jesús que en su día les había enviado a la misión evangelizadora
de dos en dos; y no se aíslan en su dolor y desilusión, sino que hablan de
ella y de sus causas.
La evangelización acontece en la medida en que se comparte camino y se
percibe la presencia de Jesús como acompañante. En ese camino de la vida
podemos distinguir a los principales destinatarios de esta Carta Pastoral:
a) Quienes conscientemente formamos parte de la comunidad cristiana, nos
adherimos plenamente a ella y gozamos con la experiencia de fe compartida.
Hemos recorrido ya el camino de Emaús, probablemente en ambos sentidos y en
repetidas ocasiones. Sin embargo, por resultarnos conocido, podemos también
correr el riesgo de darnos por satisfechos, poco motivados para re-tomarlo,
compartirlo y revivir la alegría del encuentro con Jesús Resucitado.
b) Quienes se sienten decepcionados o desanimados por los sinsabores de la
vida, por la propia falta de autenticidad, por el fracaso de justas
expectativas sociales o eclesiales, por las dificultades de la
evangelización, por las incoherencias de quienes formamos parte de la
Iglesia o el débil testimonio de los creyentes. Les invitamos a ponerse en
el lugar de los discípulos de Emaús y permitir que reverdezca en ellos la
experiencia de la fe con su desbordante alegría.
c) Quienes pasan especial necesidad y cargan con el peso del sufrimiento,
golpeados duramente por la crisis, malheridos por tantos años de violencia,
seriamente tocados en su salud, víctimas de amores rotos o desvanecidos,
desolados por la pérdida de un ser querido, maltratados de tantas maneras
por la vida. Queremos recordarles que en el camino de Emaús, en el de la
vida tal como es, Jesús se hace presente cuando el horizonte parece estar
más oscuro. Quienes seguimos a Jesús deseamos transmitirles la cercanía y
el aliento del Resucitado.
Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento
Señor, ¿a quién vamos a acudir? – Juan 6,60-68
Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro:
¿quién puede hacerle caso?” Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban,
les dijo: “¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir
adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para
nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay
algunos de entre vosotros que no creen”. Pues Jesús sabía desde el principio
quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y añadió: “Por eso os he dicho
que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Desde entonces,
muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”
Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras
de vida eterna.”
Cuestiones para la reflexión y el diálogo
1. El relato del evangelio de Juan se refiere a una situación que en algunos
aspectos podemos comparar con la que vivieron los discípulos tras la muerte
de Jesús. Así lo percibimos al comienzo del pasaje de los dos discípulos
que caminan hacia Emaús.
- ¿Qué semejanzas y qué diferencias aprecias en los discípulos entre ambos
relatos?
- ¿En cuál de estos dos relatos evangélicos te ves más identificado?
2. ¿Puedes recordar los momentos más importantes de tu itinerario personal
como creyente? ¿Qué experiencias han influido de modo especial, positiva o
negativamente, en tu vida de fe? ¿Por qué?
3. ¿Vives tu fe con alegría y confianza en Dios?
4. ¿Caminas en solitario en el seguimiento de Jesús o compartes con otros
creyentes tu experiencia de vida? ¿Cómo? ¿Dónde?
5. En relación con la fe y el seguimiento de Jesús ¿Cómo ves a quienes te
rodean o forman parte de tu ambiente familiar, laboral, social? ¿Cómo
perciben o valoran los demás tu condición creyente?
Del Concilio Vaticano II
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las gentes de
nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y cuantos sufren, son a la vez
gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada
hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).
Lo que había sucedido en Jerusalén
El sufrimiento ha provocado la retirada. La crisis de los discípulos tiene
causas objetivas que la explican y que podrían incluso llegar a justificarla
a sus ojos. Han sido agredidos en lo más íntimo, en lo que más querían, en
quien era el sentido de su existencia presente y vocación futura. Habían
puesto en él toda su confianza, y sus esperanzas se habían truncado. No
pueden digerir la cruz de Jesús.
No cuesta reconocer hoy la prolongación de los “sucesos de Jerusalén”, la
sombra alargada de la cruz, su profundo misterio. La vemos en rostros de
personas y colectivos duramente golpeados y desfigurados por la crisis; en
las víctimas de órdenes diversos provocadas en decenios marcados por la
violencia; en los ámbitos de exclusión social y en quienes están en grave
riesgo de caer en ella; en quienes buscan desesperadamente empleo; en la
desconfianza generalizada ante noticias de corrupción; en las personas
aquejadas de graves y dolorosas enfermedades; en quienes viven en amarga
soledad; en las persecuciones y atentados contra el ejercicio del derecho de
la persona y de las comunidades a la libertad religiosa; en la existencia
de una especie de cultura de la muerte que no respeta la dignidad de la vida
desde su concepción hasta su muerte natural; en tanta gente y tantas
familias que sufren cerca y lejos de nosotros; y en quien no encuentra
sentido a la vida, razones para la esperanza, un amor en el que confiar.
Percibimos también una situación de crisis antropológica, ética y cultural,
tal como lo afirmábamos hace dos años al propugnar una economía al servicio
de las personas 2. Grandes valores muy propios de nuestro tiempo como la
dignidad de la persona, la solidaridad, el respeto a los derechos humanos,
la autonomía de la persona, la libertad o la participación,
corresponsabilidad y colaboración en todos los órdenes de la vida, se ven a
menudo amenazados, y un buen número de personas no ven que se les
reconozcan.
A los creyentes nos preocupan y nos duelen el olvido de Dios y el laicismo
que intenta reprimir cualquier atisbo de religiosidad, ocultándola o
ridiculizándola. Nos preocupa e interpela asimismo el eclipse de principios
fundamentales, el relativismo que da todo por bueno sin discernimiento
alguno o descartando toda posibilidad de conocer la verdad.
Lo pasado en Jerusalén pasa hoy, sin duda. Y más de una vez sentimos la
tentación de mirar a otro lado o de huir como los que marchan a Emaús. Pero
hay también en nuestras comunidades cristianas y en la sociedad
innumerables ejemplos de entrega y acompañamiento para aliviar sufrimientos
y proteger la dignidad humana. Basta recordar a personas y comunidades de
vida consagrada o a misioneras y misioneros repartidos por todo el mundo.
La tarea desplegada por muchas instituciones civiles y entidades eclesiales
como Cáritas es también exponente del compromiso de tantas personas en favor
de los últimos. Esta primera presencia solidaria junto a la persona
sufriente, ¿no es acaso indicio de un Dios que está contra el mal de
cualquier clase y que desde dentro nos impulsa a la compasión activa, que
no es sino la fe que actúa por el amor?
El sufrimiento puede provocar ciertamente alejamiento de Dios, por
considerarlo incompatible con su existencia o por sentirse abandonado por
Él. Más de un pensador ha afirmado que quizá el único ateísmo que ha de ser
tomado en serio es aquel que brota del sufrimiento. Pero puede ser también
ocasión para probar y manifestar la autenticidad de la fe. En todo caso,
nada más importante en esos tiempos amargos que saber que el mal nunca viene
de Dios, ni por acción ni por omisión. Sufrimos por nuestra condición
humana y pecadora; en unos casos será como fruto de libres e injustas
decisiones humanas, y otras veces será de manera involuntaria, como
consecuencia de nuestra inevitable fragilidad.
Cuando Dios aparentemente calla, ¿por qué no remitirnos decididamente a Él?
Cuando tomamos conciencia de lo precaria que resulta nuestra existencia,
¿habremos de rechazar la añoranza de un Dios que es amor, bondad, valor,
sentido y verdad? ¿No será esa misma rebeldía ante el sufrimiento un
testimonio de la sed de bien y de justicia que todos llevamos dentro? ¿No es
ese deseo de plenitud que habita en todo ser humano una huella del Dios que
la origina? En el camino de Emaús Jesús aparece, aun sin ser reconocido,
cuando más oscuro parece estar el panorama.
Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento
Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí – Mateo 11,25-30
En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha
parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al
Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien
el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras
almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.”
Cuestiones para la reflexión y el diálogo
1. ¿Qué representan para tu vida de fe tus experiencias de sufrimiento o
injusticia y las de los demás?
2. ¿Recuerdas a algunas personas que en medio del sufrimiento y el dolor han
fortalecido o descubierto la luz de la fe?
3. ¿Cuál de las situaciones de sufrimiento de tu entorno te interpela con
más fuerza? ¿Cuáles representan más claramente un reto para los discípulos
de Jesús? ¿Por qué?
4. ¿En qué formas o por qué cauces concretos expresas y canalizas tu
compasión y solidaridad con los sufrimientos de los demás? ¿Cómo influye
esto en tu vida como creyente?
Del Concilio Vaticano II
“La Iglesia abraza con amor a todos los que sufren bajo el peso de la
debilidad humana, más aún, descubre en los pobres y en los que sufren la
imagen de su Fundador pobre y sufriente, se preocupa de aliviar su miseria y
busca servir a Cristo en ellos” (LG 8).
Discutían… no eran capaces de reconocerlo
Los discípulos de Emaús van juntos, pero su unidad es precaria: discuten y
no se encuentran capacitados para ver. No han creído el testimonio de las
mujeres del grupo que les habían anunciado la resurrección. A su tristeza se
une la ceguera, concepto asociado a menudo en los evangelios al pecado. Este
aspecto del relato puede ayudarnos a ver los problemas de nuestra propia
comunidad y de la Iglesia. Así, a los desafíos que afectan a toda la
sociedad se suman los propios o específicos de la Iglesia, la fragilidad y
debilidad de nuestra fe personal y comunitaria. La crisis de la
evangelización encuentra sus causas también en el interior de la comunidad
cristiana.
Pueden evidenciarse entre nosotros algunos problemas de comunión, que
afectan a nuestra misión evangelizadora. Por ello resulta necesario trabajar
en el fortalecimiento de la comunión eclesial. Es preciso profundizar en el
diálogo y mutuo conocimiento entre espiritualidades legítimamente diversas.
Es necesario cuidar la comunión, la comunicación y la participación
responsables en nuestras comunidades y en nuestras diócesis. En ocasiones
advertimos desmotivación, clima de pesimismo y queja permanente e incluso
signos de fragmentación que necesitan ser sanados.
En tales circunstancias es preciso superar el miedo a reconocer los propios
errores, a pedir perdón y a ofrecerlo. En la tarea de dejar al Espíritu
hacer la obra de Dios en nosotros hemos de ayudarnos unos a otros mediante
la oración, el diálogo, el mutuo aprecio y la corrección fraterna. Es
ocasión de probar y fortalecer nuestro amor y adhesión a la Iglesia.
Estamos ciertamente en condiciones de dejarnos acompañar por Jesús en el
camino de la vida, creyendo firmemente que también en nuestras debilidades
se hace incluso más presente. Todos en la Iglesia, pastores y fieles, hemos
de vivir en actitud permanete de conversión. Esto entraña vivir la
obediencia de la fe, es decir, la acogida libre y confiada de la voluntad de
Dios.
Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento
El que no está contra nosotros, está a favor nuestro – Marcos 9,33-40
Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutíais
por el camino?” Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién
era el más importante. Se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Quien quiera
ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y
tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que
acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a
mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
Juan le dijo: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre,
y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros”. Jesús
respondió: “No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no
puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor
nuestro.”
Cuestiones para la reflexión y el diálogo
1. ¿Cómo vives tu pertenencia a la Iglesia? ¿Te sientes distante de algún
ámbito o grupo eclesial? ¿Por qué?
2. ¿Cómo reaccionas ante los defectos de quienes forman parte de la Iglesia?
3. ¿Qué aspectos consideras deficitarios en nuestra comunión eclesial? ¿Qué
iniciativas sugieres para crecer o mejorar en ella?
4. ¿Qué iniciativas y compromisos pueden mejorar la relación de nuestra
comunidad cristiana con el entorno cultural y social?
Del Concilio Vaticano II
“En la génesis del ateísmo puede corresponder a los creyentes una parte no
pequeña, en cuanto que por descuido en la educación de la fe, por una
exposición falsificada de la doctrina, o también por los defectos de su vida
religiosa, moral y social, puede decirse que han velado el verdadero rostro
de Dios y de la religión, más que revelarlo” (GS 19).
Les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras
Precisamente la interpretación de la Escritura por parte de Jesús es lo que
enciende e incendia el corazón de los discípulos. Ellos ya la conocían, pero
el escándalo de la cruz les había nublado la vista y roto los esquemas.
Una aportación indiscutible del Concilio Vaticano II ha consistido en el
hecho de inculcar el gusto por la Escritura y de hacerla accesible a la
totalidad del pueblo de Dios. El mundo católico ha hecho grandes progresos a
la hora de encontrar en la Palabra de Dios escrita su gran tesoro y va
hallando en ella luz para descubrir y seguir al Resucitado. Al igual que los
discípulos de Emaús necesitamos que alguien nos ayude a entenderla.
La Biblia, en su conjunto y en cada uno de sus libros, por medio de diversos
géneros literarios y estilos, transmite la experiencia de fe de personas y
comunidades en situaciones muy diversas. Refleja el plan amoroso de Dios con
la humanidad. Estamos llamados a confrontar la propia experiencia con la
Escritura, particularmente con los evangelios, para sentirnos acompañados y
aleccionados por el Resucitado. Nuestra vivencia humana, interpretada a la
luz de la Escritura leída en comunión con la Tradición y el Magisterio de la
Iglesia, se abre a la experiencia de la fe. La Palabra de Dios se convierte
así en instrumento de primer orden para nuestra propia evangelización y para
la acción misionera. Es prioritario ir haciéndonos todos oyentes de la
Palabra, dejar que ilumine las diversas experiencias de la vida. Ello
resulta clave para una evangelización que quiera ser honda y duradera.
Gracias a Dios, el pueblo cristiano va creciendo en el conocimiento de los
libros sagrados. Estos últimos años, la Exhortación Apostólica Verbum Domini
de Benedicto XVI en 2010 y, en nuestras diócesis, la carta pastoral Acoger y
transmitir la Palabra de Dios (2009), dieron un impulso a la lectura
personal de la Biblia y a la divulgación de la Escritura en los grupos y
comunidades.
En efecto, constatamos con alegría el crecimiento del aprecio por la Palabra
de Dios entre nosotros. Los grupos bíblicos, los equipos de revisión de
vida, los catecumenados, la catequesis en sus diversas etapas, quienes
practican la lectio divina son una muestra de la creciente valoración de la
Palabra de Dios en nuestras comunidades. Sería necesario disponer de más
subsidios y ayudas adecuadas para su profundización, de personas preparadas
que acompañen en su lectura, atendiendo a la irrenunciable dimensión
eclesial de la Palabra de Dios.
También queremos subrayar la importancia de la homilía. Para muchos es
posiblemente la única ocasión de recibir una catequesis bíblica y de leer la
vida a la luz de la Palabra proclamada. Constituye una oportunidad
privilegiada de evangelización de quienes están cerca y de quienes están
lejos. Por ello, su preparación esmerada ha de ser tarea prioritaria de
obispos, presbíteros y diáconos.
Urge una serena revisión sobre el modo en que oramos, preparamos y ejercemos
este precioso ministerio de la Palabra, que realmente alimente la fe del
pueblo de Dios, anime a la renovación interior y estimule a ser sal y luz
en todas las circunstancias de la vida.
Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento
Estaba cimentada sobre roca – Mateo 7,24-27
“El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel
hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se
desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa;
pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a
aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se
desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se
derrumbó. Y su ruina fue grande”.
Cuestiones para la reflexión y el diálogo
1. ¿Cuál es tu relación con la Sagrada Escritura? ¿Cuándo, dónde y cómo lees
o escuchas la Palabra de Dios?
2. ¿Cómo influye la escucha de la Palabra en tu vida cristiana? ¿Y en tu
diálogo con Dios en la oración?
3. ¿Qué dificultades encuentras para la comprensión de la Escritura? ¿Qué
necesitarías para un mayor aprovechamiento de su lectura?
4. Recuerda algún texto o relato de la Escritura que haya tenido un eco
especial en tu vida ¿Cuál? ¿Por qué?
Del Concilio Vaticano II
“En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente
al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder
y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la
Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y
perenne de vida espiritual” (DV 21).
Lo reconocieron al partir el pan
El encuentro en Emaús tiene lugar el primer día de la semana, el domingo, el
Día del Señor. La fracción del pan, la celebración eucarística está en el
centro de la vida cristiana y eclesial. Siguiendo el ritmo de la liturgia
cristiana, el encuentro eucarístico ha sido preparado y ambientado por la
escucha y explicación de la Palabra, que ahora se hace Pan de vida. Si nos
fijamos en el relato del evangelio, se observa un salto cualitativo en los
discípulos. Tras haber sido oyentes, destinatarios de la explicación de la
Escritura, toman la iniciativa e invitan al viandante desconocido a
compartir mesa y techo: Quédate con nosotros. Jesús les había cautivado ya.
Pronto, en la bendición y fracción del pan, caerán en la cuenta de que quien
ha entrado en su casa como huésped resulta ser el anfitrión. Él es el
protagonista principal de un proceso que despierta y aviva la fe de quienes
se dejan acompañar por él, le escuchan y le siguen.
Así lo recuerda el Vaticano II, al afirmar que la liturgia es obra de Cristo
y de su Cuerpo, que es la Iglesia y deducir de ahí la participación plena,
consciente y activa de los creyentes como criterio para la renovación de la
vida eclesial. El reconocimiento de Jesús Resucitado culmina en la
eucaristía, que es el sacramento de nuestra fe. La liturgia es, por tanto,
acción primordial de la Iglesia y encierra gran fuerza evangelizadora. Buena
parte de la experiencia de quienes ya adultos han descubierto o
redescubierto la fe y la pertenencia a la Iglesia ha comenzado en el
contexto de una celebración litúrgica.
La Eucaristía, evocada en el relato de los discípulos de Emaús, es el
sacramento central y más frecuente en la Iglesia, pero no agota su vida
litúrgica. En definitiva, toda celebración sacramental, cada una en su
contexto y circunstancias, es lugar de encuentro con el Resucitado, y
requieren el anuncio previo de la Palabra y una catequesis preparatoria
adecuada.
Deberíamos revisar la calidad de nuestras celebraciones en sus diversos
aspectos, su fidelidad a la renovación litúrgica que emprendió el Concilio
Vaticano II y la consiguiente observancia respetuosa a las disposiciones de
la Iglesia, para que realmente sea acción de Cristo y de su Cuerpo,
sacramento de unidad y caridad.
El tiempo de Cuaresma se ha entendido en la tradición cristiana como un gran
camino de Emaús: conversión, interiorización, fortalecimiento de la
confianza en Dios y en los demás. Tal itinerario se ve reforzado con la
celebración del sacramento de la reconciliación, muy propio de este tiempo
de preparación del encuentro pascual. Este sacramento, expresión de la
confianza, la acogida y el perdón incondicionales de Dios a pesar de nuestra
mediocridad y nuestro pecado, resulta vital para nuestra fe y nuestro
compromiso misionero. Quien se siente acogido, acoge; quien se siente
perdonado, perdona; quien recibe confianza, ofrece confianza.
La praxis sacramental de la reconciliación requiere una seria reflexión y
una renovada propuesta sobre el modo de revitalizarlo, ofrecerlo y ejercerlo
en nuestra vida personal y en la vida ordinaria de parroquias y comunidades,
en fidelidad a las disposiciones de la Iglesia.
Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento
Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros – Primera Corintios 11,23-26
Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os
he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado,
tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi
cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”. Lo mismo
hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva
alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía”.
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la
muerte del Señor, hasta que vuelva”.
Cuestiones para la reflexión y el diálogo
1. ¿Qué representa en tu vida la participación en la Eucaristía? ¿Cómo te
preparas para ella?
2. ¿Cómo llevas tu vida cotidiana a la celebración? ¿Cómo influye la
celebración en tu vida?
3.¿Qué aspectos de la celebración valoras más positivamente? ¿Cuáles crees
que deberían mejorar? ¿Qué puedes aportar en ese aspecto?
4. Recuerda alguna celebración eucarística que hayas vivido con especial
hondura ¿A qué fue debido?
5. ¿Cómo vives el sacramento de la reconciliación?
Del Concilio Vaticano II
“La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al
mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10).
Levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén
El dinamismo de la evangelización no se completa hasta que el evangelizado
se vuelve apóstol, enviado. La eucaristía, es punto de llegada y, al mismo
tiempo, abre nuevos horizontes de comunión y misión. Se inscribe en el
proceso de conversión.
La experiencia de encuentro con Jesús no es para ser guardada para uno
mismo, sino para ser comunicada. Aparece el impulso de transmitir lo que
para uno ha sido buena noticia. El camino de huida de Jerusalén es
desandado, buscando la comunión con los demás discípulos, que es don del
Resucitado.
La alegría del encuentro con Jesús se comparte en la comunidad, en la que se
escuchan y contrastan otros relatos y experiencias similares: Cleofás, Simón
y los demás… y tantas otras mujeres y hombres que en el pasado y hoy se
encuentran con Jesucristo en el camino de la vida. ¿Sería posible crear
espacios de diálogo, acompañamiento y apoyo para quienes se encuentran en
situación de búsqueda o están en disposición de acercarse a la fe que quizá
antes tuvieron en mayor o menor medida?
Es cierto que, como afirma el Vaticano II, la Iglesia está siempre
necesitada de purificación y de renovación. Pero en ella hemos sido gestados
y hemos nacido a la fe. Ella nos ofrece a Jesucristo, mediante la Palabra de
Dios, los sacramentos, su capacidad de servicio y el admirable testimonio de
sus hijos. Nos llama a todos a la santidad a través de las diversas
vocaciones. Deberíamos revisar nuestra actitud de acogida y disponibilidad,
de exquisito respeto, así como de capacidad de acompañamiento y de apertura
al diálogo.
También hoy nuestras comunidades de signo diverso son lugares donde se
recibe, se comparte y se comunica la fe, en el interior y hacia el exterior.
A menudo las percibimos debilitadas; las desearíamos más vigorosas,
numerosas y activas; ciertamente podrían ser mejores. Sin embargo, son ellas
las que, con sus valores y limitaciones, acogen y tratan de testimoniar hoy
la fe. Dios siempre realiza su obra por medios e instrumentos pequeños,
sencillos y débiles. Su fortaleza se revela de modo admirable en la
debilidad. No debemos olvidar que entre la comunidad actual y la ideal está
la realmente posible. Es decir, mediante el testimonio y la adhesión
personal, con la confianza puesta en Jesús, podemos contribuir a que la
comunidad cristiana sea más auténtica y misionera.
Entre la diversidad de realidades comunitarias queremos subrayar la
importancia de la familia como “Iglesia doméstica”. En ella nacemos a la
vida y a la fe y en ella se van configurando valores y actitudes
determinantes en nuestra vida. Constituye un ámbito primordial para el
despertar religioso y el desarrollo de la iniciación cristiana. Ayudemos a
las familias a ser lo que están llamadas a ser, a cumplir su preciosa
vocación en la Iglesia y en el mundo.
Constatamos con alegría y con agradecimiento que nuestras comunidades
cristianas y las diversas realidades de vida consagrada ofrecen hoy un claro
ejemplo de servicio y entrega a las personas y colectivos más necesitados de
nuestra sociedad y de nuestro mundo; promueven un estilo de vida sobrio;
oran con confianza y con insistencia; celebran gozosas su fe; contribuyen a
la paz y a la reconciliación en nuestra sociedad; engrosan las filas del
voluntariado social; promueven la educación basada en el Evangelio; son
conscientes de sus debilidades y están también preocupadas por su futuro,
sin perder la confianza en quien nos ha llamado, consagrado y enviado.
Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento
Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo – Primera de Juan
1, 1-4 Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos
visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras
manos acerca del Verbo de la vida; pues la Vida se hizo visible, y nosotros
hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba
junto al Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo
anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es
con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestro
gozo sea completo.
Cuestiones para la reflexión y el diálogo
1. ¿Qué aportas tú a los otros miembros de la comunidad cristiana y qué
recibes de ellos?
2. ¿Qué podría enriquecer la comunicación de la fe entre los miembros de las
comunidades cristianas?
3. ¿Qué valora especialmente la sociedad actual en el testimonio de los
creyentes?
4. ¿Cómo se puede impulsar el testimonio de la fe en medio de la cultura de
nuestro tiempo?
5. ¿Cómo podemos mejorar la calidad evangelizadora de nuestras comunidades
cristianas?
Del Concilio Vaticano II
“En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan
en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la
Iglesia una, santa, católica y apostólica, pues la participación del cuerpo
y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos” (LG 26).
Era verdad, ha resucitado el Señor
La experiencia personal es confirmada en la comunidad eclesial. Antes de que
los discípulos procedentes de Emaús hubiesen llegado a hablar, se
encuentran con que otros discípulos les habían precedido. La historia no
comienza con ellos, pero ellos son parte de esa historia compartida y
transmitida en el seno de la comunidad. Tras el encuentro con el Resucitado,
los discípulos se convierten en misioneros que anuncian la resurrección:
¡Jesús vive y nos comunica su vida! ¡Hay futuro para el ser humano!
La resurrección de Jesús es la mejor de las buenas noticias, la fuente de
todas las esperanzas y del compromiso social, el centro de la fe y del
dinamismo misionero.
El camino de Emaús da paso a múltiples itinerarios de misión. A partir de
las primeras comunidades cristianas se abren vías de misión hacia todos los
pueblos y culturas. Esta misión llega hoy a nosotros que, con diversidad de
carismas y vocaciones estamos llamados a proclamar la resurrección de Jesús.
En medio de hondas transformaciones sociales y culturales, cuando la
percepción del ser humano acerca de sí mismo y del mundo está cambiando,
también se están modificando los modos de acceder a la fe y al seguimiento
de Jesús Resucitado. En este sentido, la Iglesia está llamada a realizar un
importante esfuerzo evangelizador de encarnación y de inculturación,
permaneciendo fiel al depósito de la fe, para que nuestro testimonio
personal y comunitario resulte accesible y creíble para el tiempo presente.
Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento
Cristo ha resucitado – Primera Corintios 15,17-21
Y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando
en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han
perecido. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida,
somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado
de entre los muertos y es primicia de los que han muerto. Si por un hombre
vino la muerte, por un hombre vino la resurrección.
Cuestiones para la reflexión y el diálogo
1. ¿Dónde vives con especial intensidad el encuentro con Jesús resucitado?
2. ¿La fe en la resurrección de Jesús te aporta la alegría de vivir?
3. ¿Qué eco encuentra en la cultura actual el anuncio de Jesucristo
resucitado? ¿Y nuestra esperanza de la resurrección? ¿Por qué?
4. ¿Qué podríamos hacer hoy los creyentes para dar un testimonio más
convincente de nuestra fe en Jesucristo resucitado?
Del Concilio Vaticano II
“Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que
fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó,
con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el
Hijo, clamemos en el Espíritu: “¡Abba!¡Padre!” (GS 22).
Consideraciones finales
La actualidad del relato pascual del evangelio de Lucas se debe al hecho de
que enlaza con la experiencia cotidiana de creyentes y de personas en
búsqueda del sentido de la vida. De ahí que permita recordar y subrayar
aspectos especialmente relevantes para la vida personal y comunitaria. En
cada párrafo remitimos a pie de página a textos del Catecismo de la Iglesia
Católica, que pueden ayudarnos a su comprensión más profunda.
1. La fe es creer y confiar en Alguien, encontrarse con Él4. El corazón de
los discípulos de Emaús se va encendiendo en contacto con Jesús. Sus
explicaciones (la Palabra) y su gesto (la Eucaristía) nos proporcionan un
encuentro íntimo y profundo con Cristo, que da sentido a todo lo vivido
hasta entonces y señala el comienzo de un tiempo nuevo.
2. El centro de nuestra fe es Jesús, el Hijo de Dios, Dios y hombre
verdadero5. Lo recogíamos en la primera frase de esta carta pastoral,
citando la Epístola a los Hebreos. Él es quien se hace el encontradizo, en
las más variadas circunstancias. En efecto, todas las experiencias humanas
pueden ser ocasiones de encuentro con Él.
3. La fe es don y tarea6. Jesucristo se nos da en el camino de la vida, pero
no se impone, sino que demanda una opción personal de acogida y de
respuesta. Espera que le digamos: Quédate con nosotros. La fe no es
conquista, no se debe primeramente a nuestras propias fuerzas o
capacidades, sino que es un don de Dios que pide el asentimiento libre de
nuestra voluntad y nos abre a la salvación.
4. El sustrato de la fe es la confianza7. La vida es como un entretejido de
confianzas (en la familia, en las amistades, en grupos humanos, en Dios).
Sin confianza es difícil vivir y crecer de modo auténticamente humano. La fe
que vive en la confianza y la genera es fuente de alegría. Nos proporciona
la serenidad que brota de saber que Dios camina a nuestro lado.
5. La fe es asentimiento a Dios que se revela8. De la confianza en
Jesucristo se deriva nuestra adhesión a sus palabras, a sus gestos y a sus
obras, confiadas a la Iglesia, para ser propuestas, testimoniadas y
predicadas. La persona, con todo su ser, asiente así con la obediencia de la
fe.
6. La fe demanda un comportamiento acorde con el Evangelio9. El seguimiento
de Jesús genera un estilo de vida, unos sentimientos, actitudes y opciones
propias del discípulo a imagen del Maestro. El descubrimiento y la comunión
con el Resucitado influyen en todos los aspectos de la vida, en el pensar y
el obrar, en el sentir y el amar. Implica, por tanto, acción y compromiso.
Existe un lazo indisoluble entre fe, esperanza y caridad, virtudes
teologales, es decir, que tienen en Dios su fuente10.
7. La fe está hecha de certezas, pero implica afrontar también
oscuridades11. La fe en Jesús ofrece certezas y razones fundamentales para
vivir. Sabemos de quién nos hemos fiado12. Pero el itinerario de la fe es
también un camino de búsqueda y de apertura esperanzada. Creer o confiar en
Dios no significa haber resuelto todas las dudas e interrogantes. Si nos
asomamos a la experiencia de las grandes figuras de la mística, podremos
observar que no les resultan nada extrañas la penumbra, la noche oscura, el
caminar a tientas, la sensación de abandono, la experiencia de un Dios
percibido como ausencia.
8. La fe es experiencia personal y eclesial13.
Ciertamente el encuentro con Jesús Resucitado es de carácter personal que
remite siempre a una comunidad creyente, a la Iglesia. Asimismo, una vez
experimentado, nos impulsa a su comunicación, pide ser compartido,
transmitido como buena noticia. De ahí que no haya cristianismo sin
comunidad eclesial y sin compromiso misionero.
9. La fe es camino, proceso que dura toda la vida14. Se necesitan años para
ir descubriendo y viviendo la riqueza del Evangelio. En esta vida no es
posible alcanzar la plenitud. Cada uno recorre su propio itinerario, según
su vocación y su carisma. Si creemos haber llegado a la meta, es síntoma de
retroceso. Conformarse con lo que ya se tiene es signo de poca confianza en
quien nos acompaña e invita a seguir adelante. Siempre estamos necesitados
de conversión y de revivir la alegría del encuentro con Jesús Resucitado.
10. La fe implica discernir huellas de Dios a menudo insospechadas15. Los
discípulos de Emaús ya conocían las Escrituras y habían escuchado el
testimonio creyente de las mujeres del grupo. Hoy siguen siendo ellas las
que mayoritariamente en nuestras familias y comunidades cristianas son
portadoras del anuncio y del testimonio de que Jesús vive. Igualmente son
nuestras comunidades, tantas veces disminuidas y modestas, y no pocas
personas sencillas las que “dan fe” de la presencia de Dios en nuestro
mundo.
Para profundizar en el contenido de la Carta
Lectura orante de la Palabra de Dios
Para concluir, proponemos realizar la lectura orante del texto completo de
Lucas 24,13-35 que hemos tomado como hilo conductor de esta Carta.
1. ¿Qué dice el texto de ese relato evangélico en su contexto original?
Puedes servirte de algún comentario o de las notas bíblicas relativas al
mismo.
2. ¿Qué me dice Dios por medio de ese texto de la Escritura?
3. ¿Qué respondo a lo que Dios me dice? Entra en diálogo con Él en la
oración.
4. ¿A qué me compromete la acogida de esta Palabra de Dios?
Al escribir esta carta en el Año de la Fe pretendemos compartir nuestra
experiencia, invitaros a todos a hacer lo mismo, para dialogar y proseguir
nuestro camino, sabiéndonos en todo momento acompañados por el Resucitado.
Al mismo tiempo hemos querido ofrecer un instrumento apropiado para la
reflexión y el debate entre creyentes, así como facilitar el diálogo con
personas que buscan y profundizan el sentido de la vida y que van
vislumbrando en ella la presencia de Dios que nos ama incondicionalmente.
El camino de Emaús es el de la propia vida. En ella nos es dado percibir a
Jesucristo, el acompañante que se nos va desvelando en la Palabra, en la
liturgia y en el servicio.
Que este tiempo resulte fructífero para la búsqueda, la profundización y el
agradecimiento de la fe.
Pamplona, Bilbao, San Sebastián y Vitoria 13 de febrero de 2013 Miércoles de
Ceniza
+ Francisco, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
+ Miguel, Obispo de Vitoria
+ José Ignacio, Obispo de San Sebastián
+ Mario, Obispo de Bilbao
+ Juan Antonio, Obispo Auxiliar de Pamplona
1 Carta a los Hebreos 12,2.3 Gal 5,6. 4 Catecismo de la Iglesia Católica 1.
5 Ibid. 1 y 65. 6 Ibid. 153-154 y 160. 7 Ibid. 227. 8 Ibid. 143. 9 Ibid. 25
y 2052-2053. 10 Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2013. 11 Catecismo
de la Iglesia Católica 27.
12 Cf 2 Tim 1,12. 14 13 Catecismo de la Iglesia Católica 26 y 166.