De tres Advientos del Señor, y de siete columnas que debemos erigir en nosotros
San Bernardo
“1. En el Adviento del Señor que celebramos, cuando miro la persona de quien
viene, no comprendo la excelencia de su Majestad, cuando atiendo a quienes
viene, me lleno de pavor a la idea de la grandeza de su dignación.
Se pasman ciertamente los Ángeles de nuevo, mirando bajo de sí, a quien
sobre sí siempre adoran, ascendiendo ya y descendiendo manifiestamente sobre
el hijo del hombre.
Cuando considero el motivo por qué viene, aprecio en cuanto puedo la
extensión inestimable de su caridad.
Cuando pienso en el modo, reconozco la exaltación de la naturaleza humana,
pues viene el criador y el Señor del universo, viene a los hombres, viene
por los hombres, viene haciéndose hombre.
Pero dirá alguno: ¿Cómo se puede decir que vino, estando él siempre en todas
partes? Estaba la verdad en el mundo, y por él fue hecho el mundo, mas el
mundo no le (Johan I, 50) conoció. No vino pues, porque faltase, sino que
apareció el que antes se ocultaba.
Por lo cual también se vistió la humana forma en que fuese conocido el mismo
que en la divina habita en una luz inaccesible. Ni es ignominioso a la
Majestad aparecer en su propia semejanza, que había hecho al principio, ni
es indigno de Dios mostrarse en su imagen, a quienes no podían conocerle en
su sustancia, para que de esta suerte el que había hecho al hombre a su
imagen, y semejanza, se dejará conocer de los hombres hecho hombre.
2. La solemne memoria pues de esta venida de tanta Majestad, de tanta
humildad, de tanta caridad, de tanta gloria se celebra por la universal
Iglesia una vez al año. Y ojalá se hiciera de tal modo una vez, que siempre
se estuviera haciendo esta memoria, pues esto era más debido. Porque ¿puede
haber cosa más ajena de razón, que después de la venida de tan gran Rey,
querer o atreverse los hombres a ocuparse de otros cualesquiera negocios, y
no más antes dedicarse a este solo culto, olvidando por él todas las demás
cosas? Pero no es de todos lo que dice el Profeta: eructarán la memoria de
la abundancia de vuestra suavidad (a) (Ps. 144, 7) pues ni alimenta siquiera
a todos esta memoria.
Ninguno seguramente eructa lo que no gustó, ni aun aquello que solamente
gustó, porque el eructo no procede sino de la plenitud y saciedad. Por eso
aquellos cuyo entendimiento y vida son mundanos, aunque celebran esta
memoria, no la eructan, observando estos días por sola una árida costumbre
sin devoción y sin afecto.
En fin, lo que todavía es peor, la misma memoria de esta inestimable
dignación de Dios se hace ocasión de las delicias carnales, pues los verás
estos días preparar con tanta solicitud la pompa de los vestidos, la
delicadeza de los manjares, como si Cristo en su nacimiento pidiera estas y
semejantes cosas, y fuera recibido más dignamente, donde se encuentran con
más abundancia. Pero oye lo que él mismo dice: Yo no comía con aquel cuyo
ojo es soberbio, y su corazón insaciable.
¿A qué fin con tanta ansia preparas vestidos para mi nacimiento? Detesto yo
la soberbia, no la amo.
¿A qué fin con tanto cuidado procuras la abundancia de las mesas para este
tiempo? Condeno yo las delicias del cuerpo, no las apruebo.
Ciertamente eres de un corazón insaciable, preparando tantas cosas y de tan
lejos, pues al cuerpo menos le bastaba, y eso mismo podría hallarse con más
oportunidad. Así cuando celebras mi Adviento, con los labios me honras, pero
tu corazón está lejos de mí. No me reverencias, si no que tu vientre es tu
Dios, y pones la gloria en lo que debía ser tu confusión. Infeliz por todos
modos el que adora el deleite del cuerpo y la vanidad de la gloria mundana:
y bienaventurado el pueblo de quien el Señor es su Dios (Ps. 143. 15)
3. Guardaos, Hermanos míos, de imitar a los malos, y no tengáis envidia de
los que obran la iniquidad. Más bien poned la atención en su fin, y
compadeceos de ellos de corazón, y orad por los que viven ocupados en sus
delitos. Hacen estos los infelices, porque tienen ignorancia de Dios, pues
si le hubieran conocido, nunca provocarían al Señor de la gloria contra sí.
Mas nosotros, Amantísimos, no tenemos excusa de la ignorancia. Ciertamente
le has conocido, cualquiera que seas el que aquí te hallas, y si dijeres, no
te he conocido, faltarás enteramente a la verdad, y te harás semejante a los
mundanos. En fin, si no le conoces, ¿quién te trajo o cómo has venido aquí?
¿Quién te hubiera podido persuadir a que renunciases gustosamente al cariño
de tus amigos, a las delicias del cuerpo, a las vanidades del siglo, y
pusieses tu pensamiento en Dios, y todos los cuidados los echases en él; con
el cual nada habías merecido, antes habías desmerecido tanto, testigo tu
misma conciencia? ¿Quién, digo, te pudiera persuadir todo esto, si hubieras
ignorado que el Señor es bueno para los que esperan en él, para el alma que
le busca; y si no hubieras conocido también que el Señor es suave, manso, de
mucha misericordia y veraz ¿ ¿Mas de dónde supiste todo esto, sino porque no
solo vino él a ti, sino también en ti?
4. Tres Advientos suyos pues conocemos, a los hombres, en los hombres,
contra los hombres. A todos los hombres a la verdad sin diferencia alguna,
pero no así en todos o contra todos. Mas por cuanto el primero y el tercero,
como manifiestos son bastante conocidos, acerca del segundo que es oculto y
espiritual escucha al mismo Señor lo que dice: El que me ama a mí, guardará
mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y en él haremos nuestra
mansión.
Bienaventurado aquel, en quien hacéis mansión Señor Jesús.
Bienaventurado, en quien la sabiduría edifica su casa labrando siete
columnas.
Bienaventurada el alma, que es asiento de la sabiduría. ¿Quién es esta? El
alma del justo.
Con razón ciertamente, porque la justicia y el juicio son la preparación de
vuestra silla.
¿Quién de vosotros, hermanos míos, desea disponer en su alma asiento para
Cristo?
Pues mire qué sedas, qué alfombras, qué almohadas debe preparar. La
justicia, dice y el juicio son la preparación de vuestra silla. La justicia
es aquella virtud que da a cada uno lo que es suyo: da tu pues a tres lo que
es suyo. Da al superior, da al inferior, da al igual, lo que a cada uno le
debes, y así celebrarás dignamente el Adviento de Cristo, preparando de este
modo en la justicia su asiento.
Da, digo, al Prelado la reverencia y obediencia, de las cuales la una
pertenece al cuerpo, y la otra al corazón, pues no basta obedecer a los
mayores en lo exterior, si no que debemos también sentir altamente de ellos
en lo íntimo del corazón. Y aunque tan manifiestamente se conozca la vida de
un Prelado, que de ningún modo permita disimulación o excusa, sin embargo
por aquel Señor de quien viene toda potestad, al mismo que entonces
conocemos que es tal, le demos reputar sobre nosotros y acreedor a nuestro
respeto, no defiriendo a los méritos presentes de su persona, sino a la
ordenación divina, y dignidad del mismo oficio.
Así también a nuestros hermanos, entre quienes vivimos, por el mismo derecho
de fraternidad y sociedad humana somos deudores de consejo y de auxilio:
pues esto es lo que queremos también nosotros, que ellos nos den: consejo,
para que nuestra ignorancia aprenda, y auxilio, para que nuestra debilidad
se ayude.
Mas quizá habrá entre vosotros quien esté diciendo tácitamente: ¿Qué consejo
podré yo dar a mi hermano, a quien sin licencia del superior no me es
permitido hablar una sola palabra? ¿Qué amparo le podré yo ofrecer, cuando
no me es ilícito hacer la cosa más tenue sin la obediencia? A lo cual
respondo yo: no faltará que puedas hacer por él; si en ti no falta la
caridad fraternal.
Ningún consejo juzgo yo mejor, que procurar enseñar a tu hermano con el
propio ejemplo, que cosas conviene hacer y qué cosas no conviene hacer,
provocándole a él a lo mejor, y consultando a su bien, no con las palabras,
ni la lengua, sino con las obras y con la verdad.
¿Hay acaso auxilio más útil y eficaz, que orar devotamente por él, y no
disimular redargüirle de sus culpas; de suerte que no solo no le pongas
algún tropiezo para su alma, si no que estés solícito, en cuanto puedas, en
quitar como un Ángel de paz los escándalos del Reino de Dios, y en apartar
totalmente las ocasiones de los escándalos? Si de este modo te muestras con
tu hermano auxiliar y consejero, le das lo que le debes, ni tiene él de qué
quejarse.
6. Si acaso te han constituido Prelado de alguno, con éste te hallas deudor
sin duda de mayor solicitud. El exige de ti la guarda y la disciplina: la
guarda, para que pueda evitar el pecado, y la disciplina, para que de ningún
modo se quede sin castigo, sino lo evitó.
Mas aunque no te halles Prelado de ninguno de tus hermanos, con todo eso
debajo de ti tienes con quien debes ejercitar esta custodia, y disciplina.
Hablo de tu cuerpo que recibió tu espíritu para regirle. Le debes la
custodia para que el pecado nunca reine en él, ni se abandonen tus miembros
a ser armas para la iniquidad. Le debes la disciplina, para que castigado, y
sujeto a la servidumbre haga dignos frutos de penitencia.
Pero de mucho más grave y peligrosa deuda están cargados aquellos, que
tienen que dar cuenta por muchas almas. ¿Qué haré yo infeliz? ¿A dónde me
volveré, si sucediere que guarde con descuido tan grande tesoro, aquel rico
depósito que para sí le reputó Cristo más precioso, que su preciosa sangre?
Si hubiera yo recogido la sangre de Cristo que destilaba de la Cruz, y la
tuviera depositada en un vaso de vidrio, el cual también fuera preciso
llevar muchas veces a diversos lugares, ¿qué ánimo tendría yo en tan gran
peligro? Pues yo he tomado a mi cargo guardar esto mismo, por lo que un
mercader sabio, verdaderamente la misma sabiduría, dio aquella sangre.
También tengo este tesoro en vasos de barro, a los que amenazan muchos más
peligros, que a los de vidrio. Se llega a esto para colmo del cuidado y peso
de mi temor, que siendo necesario guardar mi propia conciencia y la del
prójimo, ni una ni otra es bastante conocida de mí: una y otra son abismo
insondable: una y otra son abismo para mí: y con todo eso exigen de mi la
guarda de una y otra, y vocean: ¿Centinela, qué has visto esta noche,
centinela, que has visto esta noche? (Isaías 18, 1) No puedo responder como
Caín: ¿Por ventura soy guarda de mi hermano? (Gen. 4. 9) Si no que es
preciso confesar con el Profeta: Si el Señor no guarda la Ciudad, en vano
vela el que la guarda. Solamente seré excusable, si como he dicho, empleare
yo la debida custodia y disciplina. De esta suerte, si tampoco faltaren las
cuatro primeras cosas, a saber, la reverencia, y obediencia con los
Prelados, el consejo y auxilio para con los hermanos, lo cual es propio de
la justicia, hallará en nosotros la sabiduría una silla nada indecente.
7. Y acaso estas son las seis columnas, que labró la misma sabiduría en la
casa, que edificó para sí, y hemos de buscar también ahora la séptima, por
si ella misma se dignare dárnosla a conocer.
¿Qué impide, que así como las seis se entienden en la justicia, la séptima
se entienda en el juicio? Porque no solamente la justicia, si no la
justicia, dice, y el juicio son la preparación de vuestra silla. En fin ¿si
a los Prelados y a los iguales damos lo que es debido, no deberá recibir
Dios alguna cosa? Es cierto que nadie le puede dar lo que le debe, pues tan
copiosamente nos ha colmado de sus misericordias, pues le hemos ofendido
tanto, pues tan frágiles y tan nada somos; pues, al fin, él es tan rico y
suficiente para sí mismo, y no necesita de todos nuestros bienes. Mas oí
decir a quién había revelado los secretos y misterios de su sabiduría, que
el honor del Rey quiere el juicio. Nada mas de su parte exige de nosotros,
si no que confesemos nuestros pecados, y nos justificará gratuitamente, para
que sea ensalzada su gloria. Ama Dios al alma que en su presencia y sin
intermisión se considera y se juzga a sí misma. Ni exige este juicio de
nosotros sino por nuestro propio bien, porque si nos juzgamos a nosotros
mismos, no seremos ciertamente juzgados. Por eso el sabio recela de todas
sus obras, las escudriña, las examina, las juzga todas. Honra la verdad, el
que ingenuamente se reconoce a sí mismo, y a todas sus cosas en el mismo
estado en que se hallan según la realidad, y en este misma conformidad, lo
confiesa todo humildemente. Escucha en fin como exigen de ti después de la
justicia el juicio: Cuando hubieres hecho todas las cosas que os han
mandado, habéis de decir: siervos inútiles somos. (Luc 17, 10) Así la digna
preparación de la silla para el Señor de la Majestad, en cuanto toca al
hombre, consiste en que por una parte procure observar los mandamientos de
la justicia, y por otra se repute siempre indigno e inútil a sí mismo.
Nota (a) De otro modo: Publicarán, que grande es la abundancia de vuestra
dulzura. La palabra eructar, que San Bernardo toma del salmo y de que usa
con mucha frecuencia, denota según el mismo que antes de publicar esta
bondad de Dios, se han dejado ellos penetrar íntimamente de la consideración
de sus misericordias, y que se han llenado en su corazón del gusto de ellas:
o también que ellos confesarán la grandeza de su dulzura de todo su corazón
y en alta vos, y por decirlo así, a boca llena.
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FUENTE: Sermones de San Bernardo abad de Claraval, de todo el año, de
tiempo, y de santos, traducidos al castellano por un monje cisterciense: el
P. Mro. Fr. Adriano de Huerta, hijo del Monasterio de Osera, y Confesor del
Real Monasterio de Huelgas cerca de Burgos. Tomo Primero. Burgos. Joseph de
Navas. 1791.Págs. 18-26
(cortesía: salutarishostia)