Esposa con dudas: matrimonio sólo hasta que la muerte los separe
Consulta
Antes que nada mi saludo y gratitud por lo importante para nosotros de
contar con una forma directa de aprender más de nuestra religión.
Soy católica y casada desde hace 5 años con una persona que formada en la
religión (familia y colegio jesuita), siempre busca respuesta a muchas dudas
que a través de mi limitado conocimiento y en especial de mi gran fe, trato
de responder. Sin embargo hace un tiempo tras una conversación sobre el
matrimonio, me ha quedado una gran interrogante: ¿por qué el matrimonio es
hasta que la muerte nos separe? ¿Es que la muerte realmente separa? ¿Es que
la unión que hacemos ante Dios no es eterna? ¿Por qué siendo viudos podemos
casarnos nuevamente ante Dios si más que cuerpo somos almas llamadas a la
vida eterna? No entiendo porque el matrimonio tendría que ser solamente una
unión terrenal.
Esperando sus comentarios, les saluda cordialmente,
Respuesta
Estimada hermana en Cristo.
Que la paz del Señor esté en su corazón.
Hemos dudado si deberíamos enviar la respuesta como aparece más adelante.
Puede que enfoque un problema real y en medio del cuestionamiento acuciante
realmente ofrezca una ayuda. Puede ser también que estemos disparando
cañones para matar una cucaracha, es decir, que todo parezca exagerado. Pero
luego hemos pensado enviar la respuesta tal cual porque tenemos la intención
de querer ayudar y quizás encuentre algo que sea de provecho.
He aquí la respuesta.
Debe ser un sufrimiento muy profundo de querer compartir con la persona
querida todo lo que se es y se tiene y no poder compartir con ella lo más
importante que tenemos: la comunión en la fe. No será de mucho consuelo si
acomodamos la frase de San Pablo a su situación: “El marido no creyente
queda santificado por su mujer creyente” (1 Cor 7,14). Estamos seguros que
está orando usted todos los días para que el Señor le regale la fe. Nos
hemos unido a su oración.
El cuestionamiento en materia de fe es algo similar como si su esposo
quisiera que cada momento - cuando él siente dudas - usted le pruebe con
argumentos fehacientes que su amor de esposa es verdadero y sincero. Lo
trágico es que nunca se lo va a creer. La razón es muy sencilla. El hombre
que no puede percibir el verdadero amor ha quedado discapacitado porque no
puede apreciar que lo están amando como ni siquiera lo puede imaginar. Estas
cosas se intuyen instintivamente cuando uno acoge la realidad y cuando no
tenga prejuicios. ¿Cómo se le va poder probar a un ciego que existen la luz
esplendorosa y los colores? ¿Cómo le va a probar a un sordo que existe la
música? Aunque le toquen una sinfonía de Beethoven siempre de nuevo tendrá
que preguntar si es verdad que la música está sonando. Es un minusválido.
Ahora bien, lo mismo les pasa a los que no tienen fe. Ni los mejores
argumentos pueden hacerle entender. La fe no es el resultado de unos
raciocinios.
Habría que indagar un poco de dónde le viene a su marido esta su
incapacidad. Nos hemos encontrado con personas que durante su rebeldía de
adolescente le han obligado a escuchar Misa, a confesarse, a rezar el
rosario. Se han quedado con un terrible resentimiento que abarca a todo lo
que suena a fe e Iglesia. Pero esto fue hace 20 años. Suponemos que este no
sea el caso de su esposo.
Perdone que insistamos. Por larga y acumulada experiencia sabemos que los
argumentos no solucionan nada. Nadie ha sido convencido por pruebas lógicas
porque las grandes cuestiones de la vida se responden en lo más profundo del
corazón donde se concentra lo que es la persona humana en todas sus
dimensiones. Lo único lo que se logra por medio de argumentos es quitarle
las excusas intelectuales que disfrazan el problema real.
¿Cuál puede ser el problema real?
Hay quienes al salir del ambiente protegido católico se han dejado
deslumbrar por el discurso tan erudito de sus profesores universitarios
ateos de tal manera que la débil fe se ha eclipsado. Este problema lo hemos
encontrado de manera especial entre estudiantes de psicología. Pero tampoco
son exentos los estudiantes de las demás disciplinas, ni mucho menos. Esto
nos recuerda algo que pasó hace más de 80 años. El profesor en su lección
inaugural del año académico concluyó diciendo: “Les voy a probar que Dios no
existe. Si al final del semestre alguien sigue creyendo en Dios, sepa que es
un tarado”. Se levantó un estudiante en la última fila. “¿Qué desea usted?”
preguntó el profesor. “Nada más avisarle que este tarado seré yo”.
Hay quienes han tenido una experiencia muy dolorosa en su vida. Le han
pedido al Señor de mil maneras que los libre de este mal pero el Señor no
los ha escuchado. Consciente o inconscientemente se han envuelto en un manto
de resentimientos y encono porque Dios no ha hecho su voluntad. Son como el
niño resentido que ya no quiere hablar con sus padres.
Hay quienes se mueven en un ambiente de amigos o de trabajo de corte
agnóstico o ateo. Entonces resulta mucho más fácil cubrirse de la misma
coraza de dudas en lugar de sacar la cara por algo que no ha significado
realmente nada importante en la vida.
Hay quienes que aún habiendo crecido en una familia creyente y en un
ambiente escolar cristiano nunca han tenido una real experiencia de
Jesucristo. Nunca han tenido fe verdadera sino todo ha significado nada más
que un bagaje de estudio, una religión de exigencias morales, un esfuerzo
para lograr un cumplimiento exterior.
Hay quienes cargan con un pecado que consideran terrible tanto más cuando es
les imposible de zafarse de él. Solamente pensar en tener que confesarlo les
causa terribles tormentos amén de que su orgullo no soporta admitir haberlo
cometido. Entonces es más fácil dudar porque cuando dudo de la existencia
del juez no tengo que temer el juicio.
Nos acordamos de una experiencia que hemos tenido. Antes del bautismo
solíamos visitar a los padres en su casa para tener con ellos y los padrinos
un diálogo más personal luego de las charlas pre-bautismales. Nos
encontramos con un padrino que ponía en duda la existencia de Cristo porque
había leído tal y cual libro y que Jesús había emigrado a la India. En un
aparte le pedimos a que nos diga con sinceridad qué era lo que andaba mal en
realidad porque conocíamos muy bien a su familia. Reconoció valientemente
que como casado mantenía una relación adúltera. Le invitamos a dejar la
chica. Lo hermoso es que dos días más tarde apareció temprano en la
parroquia para confesarse y contar que había cortado la relación. Al salir
le preguntamos si seguía dudando de la existencia de Jesucristo y nos
contestó que toda duda se había desvanecido.
Hay esposos que mantienen este tipo de dudas por la simple razón porque
quieren mostrar que son superiores y que la parte creyente ha de estar
siempre atenta y al servicio porque cualquier tipo de comportamiento no
cristiano le daría razones adicionales para dudar del cristianismo. La
preocupación de la parte creyente la obligaría a estar siempre al pie del
agnóstico/ateo. Estos son verdaderos extorsionistas. A no ser que están
simplemente descargando su amargura sobre el otro. ¿Es justo esto?
Hay quienes tienen dentro de su ser un problema no resuelto en la raíz. Han
tenido una experiencia familiar frustrante y en su desilusión no quieren
saber nada de lo que la familia de origen representa. Se tira el bebé con el
agua con el cual ha sido bañado. Lo trágico es que mientras no se
reconcilian con su historia ni pueden aceptarse a sí mismos sino están
condenados de armar permanentemente un andamio de razones o sin-razones para
justificar su existencia.
Hay quienes se la tienen con la Iglesia. Dios sí, pero la Iglesia no. Hay
tantos pecadores. Y mira a los sacerdotes pedófilos y mira a tal y cual como
se golpea el pecho y luego hace esto o aquello que es reprobable. Estos
campeones de la duda son los fariseos al revés. Si los cristianos son
pecadores ¿qué me pueden decirme a mí? A veces da el caso que han tenido una
especie de religiosidad ficticia, romántica en estado químico puro. No
soportan que la Iglesia esté compuesta de pecadores. Tengan presente que ni
el Señor permite arrancar la cizaña sino ordena que hay que esperar hasta el
juicio final. Porque hay esperanza hasta el último momento.
Hay quienes simplemente son unos comodones egoístas y se escudan detrás de
su escepticismo despreocupado para no tener que moverse de su poltrona en la
que han instalado su vida que todo lo juzga según sus propios caprichos.
Hay quienes tienen complejos de inferioridad fruto de un orgullo solapado
porque no pueden “dar la talla” y por eso profieren que nadie se entere. Son
los primos hermanos de los comodones.
Bueno, podríamos añadir unas cuantas categorías más. Pero basten estos por
ahora. ¿Quizás su esposo se anima a añadir otra más?
No es que queramos ser agresivos. Pero nuestra experiencia nos enseña que
detrás del que duda hay algo que no marcha. Y mientras que no se alumbra ese
rincón de la vida oscurecido y mantenido en penumbras, ni un genio como
Santo Tomás podrá convencerlo porque simplemente no se va “al grano”. Los
argumentos son emplastes externos que cubren la herida. No curan.
Por fin llegamos a su consulta. ¿Por qué tan larga introducción? Pues, el
tema que usted toca nos es bastante conocido. Hemos escuchado todo tipo de
argumentos al respecto. ¿Le traemos algunos?
¿Qué religión es esta? Hablan del amor eterno, hablan de fidelidad, hablan
del cielo. Sin embargo, el amor termina con la muerte. Está muy claro esto.
Puedo casarme de nuevo y se acabó. En realidad la Iglesia sólo está
reconociendo que con la muerte todo está terminado. Le sugerimos al que
argumenta así pensar en lo siguiente: Dile esto a una persona que te quiere
de verdad y acabas de desacreditar todos los juramentos de amor eterno que
te ha hecho. Con la muerte acaba todo. ¿Quizás hay detrás unos celos
terribles? ¿A quién amas más, a Dios o a mí, a la Iglesia o a mí, a lo que
enseña la Iglesia o a mí? ¿Quiere ser el dios de la persona que te ama?
¡Quizás habría que añadir arriba una categoría más!
¿Se le apetece una argumentación más cruda? ¿Qué habrá en el cielo cuando
todos mueren, también la viuda y el nuevo esposo con el cual se casó luego
de la muerte del primero? ¿Un menaje a tres, un triángulo como en las
telenovelas? ¿Quién será tu esposo? ¡Ves que tu Iglesia te obligará a ser
adúltera en el cielo!
Un aparte: ¿Qué pensaría usted de una persona que ha leído sus cartas de
amor que escribió en los albores de su relación? ¿No sería fácil encontrar
frases y expresiones para probar que la persona que escribió esta carta no
es compos mentis, está loca? Por supuesto. Pero esa persona no entiende nada
porque no sabe qué cosa es el amor que hace entender todo en su justa
proporción. Hay una comprensión superior que le escapa totalmente. ¿Y qué
trata de hacer? Probar la insania. Nos atrevemos a decir que los enamorados
son las personas más sanas que existen. Querer utilizar las expresiones que
llevan la carga de todo un corazón para detectar indicios de demencia prueba
que está completamente fuera de órbita, ¿verdad? Bueno esto les decimos a
las personas que utilizan las Escrituras para atacar a la Iglesia. Igual que
una persona que nunca estaba enamorada puede entender lo que significan las
expresiones de las cartas de amor de la misma manera una persona que no
tiene fe no tiene idea lo que significan las palabras de la Escritura. ¿Por
qué? Porque todo lo entiende desde su visión del mundo.
Los que utilizan los argumentos arriba mencionados no son los primeros que
desvarían. Ya en los tiempos de Jesús sucedió. Cuando quiero entender como
funciona un aparato la mejor manera de lograr este conocimiento sería
preguntar al que lo inventó. Bueno los cristianos preguntamos al que inventó
el mundo y creó al hombre. Muchísimas respuestas las encontramos en la
Biblia. También la respuesta a la duda que usted menciona. Vamos a verla más
de cerca.
Vamos a ponerle la copia de una página que da una buena explicación del
pasaje que tenemos en mente y que hemos encontrado en
http://www.buenanueva.net/buenanueva/matrim_enCielo.html (Entre paréntesis
colocaremos unas observaciones adicionales)
¿HABRÁ MATRIMONIOS EN EL CIELO?
La pregunta parece una broma, pero una vez se la hicieron a Jesús (Cf. Lc.
20, 27-38). Sucedió que unos saduceos (grupo religioso de los tiempos de
Cristo que no creía en la resurrección de los muertos), tratando de dejar en
ridículo al Señor, le pusieron una de esas “trampas”, de las cuales el
Maestro se salía con divina sagacidad.
Le presentaron el caso de una mujer (debe haber sido un caso hipotético,
pues esta dama supuestamente sobrevivió a ¡siete! hermanos con los cuales se
había casado consecutivamente cada vez que iba enviudando de cada uno). La
pregunta era que después de morir la viuda, cuando llegara la resurrección
“¿de cuál de ellos sería esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados
con ella?”.
Jesús les responde con toda paciencia y con mucha claridad: “En esta vida,
hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura -los que sean juzgados
dignos de ella y de la resurrección de los muertos- no se casarán ni podrán
ya morir, porque serán semejantes a los Ángeles. Y serán hijos de Dios, pues
El los habrá resucitado”.
De esta amplia respuesta podemos sacar enseñanzas muy importantes sobre
nuestra futura resurrección:
1. Hay una vida futura. Sí la hay. La verdadera Vida comienza después de la
muerte. Esta vida es sólo una preparación para esa otra Vida. (Pero ya
comienza ahora, porque desde nuestro bautismo somos templos del Espíritu
Santo) Por eso rezamos en el Credo: “Espero la resurrección de los muertos y
la vida del mundo futuro”.
2. Todos estamos llamados a esa Vida del mundo futuro, en el que viviremos
“resucitados”, en una vida distinta a la del mundo presente. Pero no todos
llegaremos a esa Vida: nos dice Jesús que sólo “los que sean juzgados dignos
de ella y de la resurrección de los muertos”. La voluntad de Dios es que
todos los hombres y mujeres nos salvemos y lleguemos a esa Vida del mundo
futuro. Pero como nos advierte el mismo Cristo sobre el momento de la
resurrección de los muertos: “Llega la hora en que todos los que estén en
los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán los que hayan hecho el
bien para una resurrección de vida, pero los que obraron mal resucitarán
para la condenación” (Jn. 5, 28-29). Todos resucitaremos, pero unos
resucitarán para la Vida y otros para la condenación.
3. En el Cielo no habrá matrimonios: “en la vida futura no se casarán”. Es
cierto que estaremos junto con los demás salvados, incluyendo nuestros seres
queridos, pero lo importante en el Cielo será vivir en la plenitud de Dios.
(Ahora bien, todo lo que viviremos en el cielo es incoado de una manera
misteriosa en la tierra en aquellos que aman a Dios. Jesús mismo ha dicho:
“Si alguien me ama guardará mi Palabra, mi Padre lo amará y vendremos a él y
tomaremos morada en él” Jn 14, 23. Esto significa que tenemos en semilla lo
que Dios tiene pensado para nosotros)
4. Llegaremos a ser inmortales: “no podrán ya morir y serán semejantes a los
Ángeles”. La vida en el mundo futuro no significa que volveremos a esta vida
terrenal. Resucitar no significa que volveremos a esta vida como Lázaro, el
hijo de la viuda de Naím o la hija de Jairo, a quienes Cristo volvió a esta
vida, los cuales en algún momento tuvieron que volver a morir. Tampoco
significa que vamos a re-encarnar; es decir, volver a nacer en otro cuerpo
que no es el nuestro. La re-encarnación, además de ser imposible, es un mito
negado en la Biblia y herético para los cristianos. Más bien seremos como
los Ángeles, que son bellos, inmortales, refulgentes, etc. Lo que sucederá
cuando resucitemos será ¡una maravilla!, pues tendrá lugar la reunificación
de nuestra alma inmortal con nuestro cuerpo mortal, pero éste glorificado en
ese mismo momento ... como el de Cristo después de resucitar, como el de la
Santísima Virgen, asunta al Cielo en cuerpo y alma.
(Sería una presunción desmesurada el pensar que es posible imaginarse lo que
“ni ojo vio ni oído oyó ni penetró en corazón alguno lo que Dios ha
preparado a los que lo aman”, [1 Cor 2, 9]. Ni María Magdalena que tanto amó
al Señor reconoció al Resucitado. Es decir, que viviremos en una nueva
dimensión donde el amor de los esposos es sólo un débil reflejo de lo que
Dios nos tiene preparado.)
5. Seremos verdaderamente “hijos de Dios, pues El nos habrá resucitado”. Y
¿es que no somos ya hijos de Dios? Sí lo somos, pero seremos entonces
plenamente hijos de Dios, pues seremos como El, a partir del momento de
nuestra resurrección, ya que estaremos purificados totalmente del pecado y
de todas sus consecuencias. A esto se refiere San Juan cuando nos habla de
nuestra nueva condición: “Amados: desde ya somos hijos de Dios, aunque no se
ha manifestado lo que seremos al fin... seremos semejantes a El, porque lo
veremos tal como es” (1 Jn. 3, 2).
(Queda la pregunta: ¿Cómo será y que pasará con el amor tan exclusivo y
excluyente de los casados? ¿Ya no habrá fidelidad conyugal? Nos parece que
sería querer trasladar la situación de este mundo tal cual al cielo, lo que
evidentemente sería un absurdo. ¿Pero cómo será? ¡No lo sabemos! Eso lo
sabremos cuando llegaremos allí. Por lo pronto basta lo que dice Jesús. En
el cielo no hay matrimonio. Pero podemos sugerir lo siguiente. Si los
regalos que recibimos de Dios como son el amor, la vida, la libertad, etc.,
encontrarán su plenitud, entonces también el amor de esposos llegará su
plenitud en el cielo. ¿Cómo? No lo sabemos. La inteligencia humana es
semejante a los ciegos que palpaban a un elefante. Uno dijo: “El elefante es
como una ventalla”. Estaba tocando las orejas. El otro dijo: “Un elefante es
como una columna”. Estaba tocando una pata. Otro ciego dijo: “No. El
elefante es como una soga gruesa”. Estaba tocando el rabo. Otro ciego dijo:
“El elefante es como una manguera gruesa”. Estaba tocando la trompa. ¿Por
qué no nos fiamos simplemente de Jesucristo y de sus enseñanzas? El que ha
sacado vida de la muerte también sabrá darnos una plenitud que va más allá
de lo que ni siquiera podríamos soñar.)
Que Dios los bendiga
Se lo desean y por ello rezan
Los MSC del Perú