El Medio Ambiente y el Cristiano: Doctrina Social de la Iglesia
El Compendio de Doctrina Social de la Iglesia dedica un capítulo
entero a temas medioambientales, reconociendo su creciente importancia. Los
primeros números animan a los cristianos a considerar el medio ambiente con
una actitud positiva, para evitar una mentalidad de desprecio y condena, y
reconocer la presencia de Dios en la naturaleza.
Deberíamos ver el futuro con esperanza, recomienda el Compendio, «sostenidos
por la promesa y el compromiso que Dios renueva continuamente» (No. 451). En
el Antiguo Testamento vemos cómo Israel vivió su fe en un medio ambiente que
era visto como don de Dios. Además, «la naturaleza, la obra de la acción
creativa de Dios, no es un adversario peligroso».
El Compendio también invita a recordar el comienzo del libro del Génesis, en
el que el hombre es puesto como la cima de todos los seres y Dios le confía
que cuide toda la creación. «La relación del hombre con el mundo es parte
constitutiva de su identidad humana. Esta relación es a su vez resultado de
otra relación aún más profunda con Dios» (No. 452).
En el Nuevo Testamento Jesús hace uso de los elementos naturales en algunos
de sus milagros y recuerda a los discípulos la providencia de su Padre.
Luego, en su muerte y resurrección, «Jesús inaugura un mundo nuevo en el que
todo le está sometido y recrea las relaciones de orden y armonía que el
pecado había destruido» (No. 454).
Ciencia y tecnología
El concilio Vaticano II reconocía el progreso hecho por la ciencia y la
tecnología al extender nuestro control sobre el mundo creado. Mejorar
nuestras vidas de este modo está de acuerdo con la voluntad de Dios,
concluían los padres conciliares. También observaban que la Iglesia no se
opone al progreso científico, que es una parte de la creatividad humana dada
por Dios.
Pero, añade el Compendio, «un punto central de todo uso científico y
tecnológico es el respeto por los hombres y mujeres, que debe acompañarse
también de la necesaria actitud de respeto por todas las criaturas vivas»
(No. 459). Por lo tanto, nuestro uso de la tierra no debería ser arbitrario
y es necesario que esté inspirado por un espíritu de cooperación con Dios.
Olvidar esto suele ser la causa de acciones que dañan el medio ambiente.
Reducir la naturaleza a «términos mecanicistas», suele acompañarse por la
falsa idea de que sus recursos son ilimitados, llevando a considerar el
desarrollo en una dimensión meramente material, en la que se da el primer
lugar «al hacer y tener en vez de al ser» (No. 462).
Si es necesario que evitemos el error de reducir la naturaleza a términos
meramente utilitaristas, según el cual sólo es algo que hay que explotar,
también es necesario que evitemos irnos al otro extremo haciéndola un valor
absoluto. Una visión ecocéntrica o biocéntrica del medio ambiente cae en el
error de poner a todos los seres vivos al mismo nivel, ignorando la
diferencia cualitativa entre los seres humanos, basada en su dignidad de
personas humanas, y otras criaturas.
La clave para evitar tales errores es mantener una visión trascendente.
Actuar de modo más responsable hacia el medio ambiente resulta más fácil
cuando recordamos el papel de Dios en la creación, explica el Compendio. La
cultura cristiana considera las criaturas como un don de Dios, que debe
cuidarse y salvaguardarse. El cuidado del medio ambiente también entra
dentro de la responsabilidad de asegurar el bien común, por el que la
creación se destina a todos. El Compendio también observa que tenemos una
responsabilidad con las generaciones futuras.
Biotecnología
Una sección del capítulo se centra en el tema de la biotecnología. Las
nuevas posibilidades ofrecidas por estas técnicas son una fuente de
esperanza, pero también han levantado hostilidad y alarma. Como regla,
observa el texto, la visión cristiana de la creación acepta la intervención
humana, porque la naturaleza no es una suerte de objeto sagrado que debemos
dejar solo.
Pero la naturaleza es también un don a usar con responsabilidad y, por lo
tanto, el modificar las propiedades de los seres vivos se debe acompañar de
una evaluación cuidadosa de los beneficios y riesgos de tales acciones.
Además, es necesario que la biotecnología se guíe por los mismos criterios
éticos que deberían orientar nuestras acciones en las esferas de la acción
social y política. Y también se deben tener en cuenta los deberes de
justicia y solidaridad.
En cuanto a la solidaridad, el Compendio pide «intercambios comerciales
equitativos, sin la carga de injustas estipulaciones» (No. 475). En este
sentido es importante ayudar a las naciones a lograr una cierta autonomía en
ciencia y tecnología, transfiriéndoles el conocimiento que las ayudará en el
proceso de desarrollo. La solidaridad también significa que, junto a la
biotecnología, son necesarias políticas comerciales favorables para mejorar
la alimentación y la salud.
El Compendio también menciona a los científicos que, estando llamados a
trabajar de modo inteligente y con perseverancia para resolver los problemas
de suministro de alimentos y salud, también deberían recordar que están
trabajando con objetos que forman parte del patrimonio de la humanidad.
A los empresarios y agencias públicas del sector de la biotecnología, el
texto les recuerda que junto a la preocupación por lograr un beneficio
legítimo, deberían tener presente el bien común. Esto es especialmente
aplicable en los países más pobres, y a la hora de salvaguardar el
ecosistema.
Compartir los bienes
Se dedica una sección del capítulo a la cuestión de compartir los recursos
de la tierra. Dios ha creado los bienes de la tierra para que sean usados
por todos, observa el Compendio, y «deben ser compartidos de modo
equitativo, de acuerdo a la justicia y la caridad» (No. 481). De hecho, es
necesaria la cooperación internacional en temas ecológicos, puesto que
suelen ser problemas a escala global.
Los problemas ecológicos suelen estar conectados con la pobreza, con gente
pobre incapaz de abordar problemas como la erosión de las tierras de
cultivo, debido a sus limitaciones económicas y tecnológicas. Y muchos
pobres viven en suburbios urbanos, afligidos por la polución. «En tales
casos el hambre y la pobreza hacen virtualmente imposible evitar una
explotación intensiva y excesiva del medio ambiente» (No. 482).
La respuesta a estos problemas no es, sin embargo, políticas de control de
población que no respetan la dignidad de la persona humana. El Compendio
sostiene que el crecimiento demográfico es «plenamente compatible con un
desarrollo integral y compartido» (No. 483). El desarrollo debería ser
integral, continúa el texto, asegurando el verdadero bien de las personas.
En relación a los recursos naturales hay que considerar el destino universal
de los bienes, y particularmente cuando se trata del tema del agua. El
acceso inadecuado al agua potable afecta a gran número de personas y suele
ser fuente de enfermedades y muerte.
Para el mundo desarrollado, el compendio ofrece algunas notas sobre los
estilos de vida apropiados. A nivel individual y comunitario, se recomiendan
las virtudes de la sobriedad, la templanza y la autodisciplina. Necesitamos
romper con la mentalidad basada en un mero consumo, además de ser
conscientes de las consecuencias ecológicas de nuestras elecciones, sostiene
el texto.
El Compendio concluye su capítulo pidiendo que nuestra acción hacia la
creación se caracterice por la gratitud y el aprecio. Deberíamos recordar
también que el mundo revela el misterio de Dios que lo ha creado y lo
sostiene. Redescubrir este significado profundo de la naturaleza no sólo nos
ayuda a descubrir a Dios, sino que también es la clave para actuar de modo
responsable de cara al medio ambiente. (zenit.org)