La misión doctrinal del sucesor de Pedro
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 10 de marzo de 1993
(Lectura:
capítulo 22 del evangelio de san Lucas, versículos 28-32)
1. De los pasajes del Nuevo Testamento que hemos analizado varias veces en
las catequesis anteriores se deduce que Jesús manifestó su intención de dar
a Pedro las llaves del reino, como respuesta a una profesión de fe. En ella
Pedro habló, en nombre de los Doce, en virtud de una revelación que venía
del Padre. Expresó su fe en Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Esta
adhesión de fe a la persona de Jesús no es una simple actitud de confianza,
sino que incluye claramente la afirmación de una doctrina cristológica. La
función de piedra fundamental de la Iglesia que Jesús confirió a Pedro
comporta, por consiguiente, un aspecto doctrinal (cf. Mt 16, 18-19). La
misión de confirmar a sus hermanos en la fe, que también le confió Jesús
(cf. Lc 22, 32), va en la misma dirección. Pedro goza de una oración
especial del Maestro para desempeñar este papel de ayudar a sus hermanos a
creer. Las palabras «Apacienta mis corderos», «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,
15-17) no enuncian explícitamente una misión doctrinal, pero sí la implican.
Apacentar el rebaño es proporcionarle un alimento sólido de vida espiritual,
y en este alimento está la comunicación de la doctrina revelada para
robustecer la fe.
De ahí se sigue que, según los textos evangélicos, la misión pastoral
universal del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, comporta una misión
doctrinal. Como pastor universal, el Papa tiene la misión de anunciar la
doctrina revelada y promover en toda la Iglesia la verdadera fe en Cristo.
Es el sentido integral del ministerio petrino.
2. El valor de la misión doctrinal confiada a Pedro resulta del hecho de
que, siempre según las fuentes evangélicas, se trata de una participación en
la misión pastoral de Cristo. Pedro es el primero de los Apóstoles, a
quienes Jesús dijo: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,
21; cf. 17, 18). Como pastor universal, Pedro debe actuar en el nombre de
Cristo y en sintonía con él en toda la amplia área humana en la que Jesús
quiso que se predicara su Evangelio y se anunciara la verdad salvífica: el
mundo entero. El sucesor de Pedro en la misión de pastor universal es, pues,
heredero de un munus doctrinal, en el que está íntimamente asociado, con
Pedro, a la misión de Jesús.
Esto no quita nada a la misión pastoral de los obispos que, según el
concilio Vaticano II, tienen entre sus deberes principales el de la
predicación del Evangelio, pues «son los pregoneros de la fe... que predican
al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser
aplicada a la vida» (Lumen gentium, 25).
Con todo, el obispo de Roma, como cabeza del colegio episcopal por voluntad
de Cristo, es el primer pregonero de la fe, al que corresponde la tarea de
enseñar la verdad revelada y mostrar sus aplicaciones al comportamiento
humano. Él es quien tiene la primera responsabilidad de la difusión de la fe
en el mundo. Eso es lo que afirma el segundo concilio de Lyón (1274) acerca
del primado y la plenitud de potestad del obispo de Roma, cuando subraya que
«como tiene el deber de defender la verdad de la fe, así también por su
juicio deben ser definidas las cuestiones que acerca de la fe surgieren» (DS
861). En la misma línea, el concilio de Florencia (1439) reconoce en el
Romano Pontífice el «padre y maestro de todos los cristianos» (DS 1307).
3. El sucesor de Pedro cumple esta misión doctrinal mediante una serie
continuada de intervenciones, orales y escritas, que constituyen el
ejercicio ordinario del magisterio como enseñanza de las verdades que es
preciso creer y traducir a la vida (fidem et mores). Los actos que expresan
ese magisterio pueden ser más o menos frecuentes y tomar formas diversas,
según las necesidades de los tiempos, las exigencias de las situaciones
concretas, las posibilidades y los medios de que se dispone, las
metodologías y las técnicas de la comunicación; pero, al derivar de una
intención explícita o implícita de pronunciarse en materia de fe y
costumbres, se remiten al mandato recibido por Pedro y se revisten de la
autoridad que Cristo le confirió.
El ejercicio de ese magisterio puede realizarse también de modo
extraordinario, cuando el sucesor de Pedro ?solo o con el concilio de los
obispos, en calidad de sucesores de los Apóstoles? se pronuncia ex cathedra
sobre un punto determinado de la doctrina o la moral cristiana. Pero de esto
hablaremos en las próximas catequesis. Ahora debemos concentrar nuestra
atención en la forma acostumbrada y ordinaria del magisterio papal, que
tiene una extensión mucho más vasta y una importancia esencial para el
pensamiento y la vida de la comunidad cristiana.
4. A este respecto, conviene ante todo subrayar el valor positivo de la
misión de anunciar y difundir el mensaje cristiano, de dar a conocer la
doctrina auténtica del Evangelio, respondiendo a los interrogantes antiguos
y nuevos de los hombres ante los problemas fundamentales de la vida con las
palabras eternas de la revelación. Reducir el magisterio papal sólo a la
condena de los errores contra la fe seria limitarlo demasiado; más aún,
sería una concepción equivocada de su función. Ese aspecto, en cierto modo
negativo, está sin duda presente en la responsabilidad de difundir la fe,
dado que es necesario defenderla contra los errores y las desviaciones. Pero
la tarea esencial del magisterio papal consiste en exponer la doctrina de la
fe, promoviendo el conocimiento del misterio de Dios y de la obra de la
salvación y poniendo de manifiesto todos los aspectos del plan divino que se
está realizando en la historia humana bajo la acción del Espíritu Santo.
Éste es el servicio a la verdad, confiado principalmente al sucesor de
Pedro, que ya en el ejercicio ordinario de su magisterio actúa no como
persona privada, sino como maestro supremo de la Iglesia universal, según la
aclaración del concilio Vaticano II sobre las definiciones ex cathedra (cf.
Lumen gentium, 25). Al cumplir esta tarea, el sucesor de Pedro expresa de
forma personal, pero con autoridad institucional, la regla de la fe, a la
que deben atenerse los miembros de la Iglesia universal -simples fieles,
catequistas, profesores de religión, teólogos- al buscar el sentido de los
contenidos permanentes de la fe cristiana también en relación con las
discusiones que surgen dentro y fuera de la comunidad eclesial acerca de los
diversos puntos o de todo el conjunto de la doctrina.
Es verdad que en la Iglesia todos, y especialmente los teólogos, están
llamados a realizar este trabajo de continuo esclarecimiento y
explicitación. Pero la misión de Pedro y sus sucesores consiste en
establecer y reafirmar autorizadamente lo que la Iglesia ha recibido y
creído desde el principio, lo que los Apóstoles enseñaron, lo que la sagrada
Escritura y la tradición cristiana han fijado como objeto de la fe y norma
cristiana de vida. También los demás pastores de la Iglesia, los obispos
sucesores de los Apóstoles, son confirmados por el sucesor de Pedro en su
comunión de fe con Cristo y en el cumplimiento fiel de su misión. De ese
modo, el magisterio del obispo de Roma señala a todos una línea de claridad
y unidad que, especialmente en tiempos de máxima comunicación y discusión,
como el nuestro, resulta imprescindible.
5. El sucesor de Pedro lleva a cabo su misión fundamentalmente de tres
maneras: ante todo con la palabra. Como pastor universal, el obispo de Roma
se dirige a todos los cristianos y a todo el mundo, cumpliendo de modo pleno
y supremo la misión confiada por Cristo a los Apóstoles: «haced discípulos a
todas las gentes» (Mt 28, 19). Hoy que los medios de comunicación le
permiten hacer llegar su palabra a todas las gentes, cumple ese mandato
divino mejor que nunca. Además, gracias a los medios de transporte que le
permiten llegar personalmente incluso a los lugares más lejanos, puede
llevar el mensaje de Cristo a los hombres de todos los países, realizando de
modo nuevo ?imposible de imaginar en otros tiempos? el id que forma parte de
ese mandato divino: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes.
El sucesor de Pedro cumple, también, su misión con sus escritos: mediante
sus discursos, que suelen publicarse, para que sea conocida y quede
documentada su enseñanza; mediante todos los demás documentos emanados
directamente ?y aquí conviene recordar, en primer lugar las encíclicas, que
también formalmente tienen el valor de enseñanza universal?; y, aunque
indirectamente, mediante los dicasterios de la Curia romana que actúan bajo
sus órdenes.
El Papa cumple, por último, su misión de pastor mediante iniciativas
autorizadas e institucionales de orden científico y pastoral: por ejemplo,
impulsando o favoreciendo actividades de estudio, santificación,
evangelización, caridad y asistencia, etc... en toda la Iglesia; promoviendo
institutos autorizados y garantizados para la enseñanza de la fe
(seminarios, facultades de teología y de ciencias religiosas, asociaciones
teológicas, academias, etc...). Mediante toda esa gama de intervenciones
formativas y operativas cumple su misión el sucesor de Pedro.
6. Para concluir, podemos decir que el contenido de la enseñanza del sucesor
de Pedro (como de los demás obispos), en su esencia, es un testimonio de
Cristo, del acontecimiento de la Encarnación y de la Redención, así como de
la presencia y acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en la historia. En
su forma de expresión puede variar según las personas que lo ejercen, según
sus interpretaciones acerca de las necesidades de los tiempos, y según sus
estilos de pensamiento y comunicación. Pero la relación con la Verdad viva,
Cristo, ha sido, es y será siempre su fuerza vital.
Precisamente en esta relación con Cristo se halla la explicación definitiva
de las dificultades y las oposiciones que el magisterio de la Iglesia
siempre ha encontrado desde los tiempos de san Pedro hasta hoy. Para todos
los obispos y pastores de la Iglesia, y en especial para el sucesor de
Pedro, valen las palabras de Jesús: «No está el discípulo por encima del
maestro» (Mt 10, 24; Lc 6, 40). Jesús mismo desempeñó su magisterio en medio
de la lucha entre las tinieblas y la luz, que constituye el ambiente de la
encarnación del Verbo (cf. Jn 1, 1-14). Esa lucha era viva en los tiempos de
los Apóstoles, como les había advertido el Maestro: «Si a mí me han
perseguido, también os perseguirán a vosotros» (Jn 15, 20). Por desgracia,
esa lucha también se libraba en el ámbito de algunas comunidades cristianas,
hasta el punto de que san Pablo sintió la necesidad de exhortar a Timoteo,
su discípulo: «Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo,
reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un
tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana» (2 Tm 4, 2-3).
Lo que Pablo recomendaba a Timoteo vale también para los obispos de hoy, y
especialmente para el Romano Pontífice, que tiene la misión de proteger al
pueblo cristiano contra los errores en el campo de la fe y la moral, y el
deber de conservar el depósito de la fe (cf. 2 Tm 4, 7). ¡Ay de él si se
asustase ante las críticas y las incomprensiones! Su consigna es dar
testimonio de Cristo, de su palabra, de su ley y de su amor. Pero a la
conciencia de su responsabilidad en el campo doctrinal y moral, el Romano
Pontífice debe añadir el compromiso de ser, como Jesús, «manso y humilde de
corazón» (Mt 11, 29). Orad para que lo sea y para que llegue a serlo cada
vez más.