Misión de Pedro: confirmar a sus hermanos
JUAN
PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 2 de diciembre de 1992
(Lectura:
evangelio de san Lucas, capítulo 22, versículos 28-32)
1. Durante la última cena Jesús dirige a Pedro unas palabras que merecen
atención particular. Sin duda se refieren a la situación dramática de
aquellas horas, pero tienen un valor fundamental para la Iglesia de siempre,
pues pertenecen al patrimonio de las últimas recomendaciones y las últimas
enseñanzas que dio Jesús a los discípulos en su vida terrena.
Al anunciar la triple negación que hará Pedro por el miedo durante la
Pasión, Jesús le predice también que superará la crisis de esa noche:
«Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo,
pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas
vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 31-32).
En esas palabras Jesús le garantiza una oración especial por su
perseverancia en la fe, pero también le anuncia la misión que le confiará de
confirmar en la fe a sus hermanos.
La autenticidad de las palabras de Jesús no sólo nos consta por el cuidado
con que Lucas recoge informaciones seguras y las expone en una narración que
también es válida desde el punto de vista crítico, como se puede apreciar
por lo que dice en el prólogo de su evangelio, sino también por esa especie
de paradoja que encierran: Jesús se queja de la debilidad de Simón Pedro y,
al mismo tiempo, le confía la misión de confirmar a los demás. La paradoja
muestra la grandeza de la gracia, que actúa en los hombres ?y en este caso
en Pedro? muy por encima de las posibilidades que le ofrecen sus capacidades
y virtudes, y sus méritos; y muestra, asimismo, la conciencia y la firmeza
de Jesús en la elección de Pedro. El evangelista Lucas, cuidadoso y atento
al sentido de las palabras y de las cosas, no duda en referirnos esa
paradoja mesiánica.
2. El contexto en que se encuentran esas palabras, dirigidas por Jesús a
Pedro, es decir, dentro de la última cena, es también muy significativo.
Acaba de decir a los Apóstoles: «Vosotros sois los que habéis perseverado
conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un reino para vosotros,
como mi Padre lo dispuso para mí» (Lc 22, 28-29). El verbo griego
diatithemai (que significa: preparar, disponer) tiene un sentido fuerte,
algo así como disponer de una manera eficaz, y alude a la realidad del reino
mesiánico establecido por el Padre celeste y participado a los Apóstoles.
Las palabras de Jesús se refieren sin duda a la dimensión escatológica del
reino, cuando los Apóstoles serán llamados a «juzgar a las doce tribus de
Israel» (Lc 22, 30), pero tienen valor también para su fase actual, para el
tiempo de la Iglesia aquí en la tierra. Y éste es un tiempo de prueba. A
Simón Pedro Jesús le asegura, por eso, su oración, a fin de que en esa
prueba no venza el príncipe de este mundo: «Satanás ha solicitado el poder
cribaros como trigo» (Lc 22, 31). La oración de Cristo es indispensable,
especialmente para Pedro, a causa de la prueba que le espera y del encargo
que Jesús le confía. A ese cometido se refieren las palabras: «Confirma a
tus hermanos» (Lc 22, 32).
3. La perspectiva en que se ha de contemplar el cometido de Pedro ?como toda
la misión de la Iglesia? es, por consiguiente, a la vez histórica y
escatológica. Es una misión en la Iglesia y para la Iglesia en la historia,
donde se deben superar pruebas, se han de afrontar cambios, y es preciso
actuar en particulares situaciones culturales, sociales y religiosas, pero
todo ello en función del reino de los cielos, ya preparado y dispuesto por
el Padre como término final de todo el camino histórico y de todas las
experiencias personales y sociales. El «reino» transciende la Iglesia en su
peregrinación terrena, y transciende sus tareas y poderes. Transciende
también a Pedro y al colegio apostólico y, por tanto, a sus sucesores en el
episcopado. Y, a pesar de ello, está ya en la Iglesia, ya actúa y se
desarrolla en la fase histórica y en la situación terrena de su existencia,
por lo cual ya existe en ella algo más que una institución y estructura
social. Existe la presencia del Espíritu Santo, esencia de la nueva ley,
según san Agustín (cf. De spiritu et littera, 21) y santo Tomás de Aquino
(cf. Summa Theologiae, , I-II, q. 106, a. 1), pero esta presencia no
excluye, sino que por el contrario exige, a nivel ministerial, lo visible,
lo institucional, lo jerárquico.
Todo el Nuevo Testamento, custodiado y predicado por la Iglesia, está en
función de la gracia, del reino de los cielos. En esta perspectiva se coloca
el ministerio petrino. Jesús anuncia esta tarea de servicio a Simón Pedro
después de la profesión de fe que hizo como portavoz de los Doce: fe en
Cristo, Hijo de Dios vivo (cf. Mt 16, 16), y en las palabras que anunciaban
la Eucaristía (cf. Jn 6, 68). En el camino de Cesarea de Filipo, Jesús
aprueba públicamente la profesión de fe de Simón, lo llama piedra
fundamental de la Iglesia y le promete que le dará las llaves del reino de
los cielos, con el poder de atar y desatar. En ese contexto se comprende que
el evangelista ponga especialmente de relieve el aspecto de la misión y del
poder, que atañe a la fe, aunque en él se hallan encerrados otros aspectos,
que veremos en la próxima catequesis.
4. Es interesante notar que el evangelista, aún aludiendo a la fragilidad
humana de Pedro, que no está exento de las dificultades sino que es tentado
como los demás Apóstoles, subraya que goza de una oración especial por su
perseverancia en la fe: «He rogado por ti». Pedro no fue preservado de la
negación, pero, después de haber experimentado su debilidad, fue confirmado
en la fe, en virtud de la oración de Jesús, para que pudiera cumplir su
misión de confirmar a sus hermanos. Esta misión no se puede explicar por
medio de consideraciones puramente humanas. El apóstol Pedro, que se
distingue por ser el único que niega ?¡tres veces!? a su Maestro, sigue
siendo el elegido por Jesús para el encargo de fortalecer a sus compañeros.
Los juramentos humanos de fidelidad que hace Pedro resultan inconsistentes,
pero triunfa la gracia.
La experiencia de la caída sirve a Pedro para aprender que no puede poner su
confianza en sus propias fuerzas y en cualquier otro factor humano, sino que
ha de ponerla únicamente en Cristo. Esa experiencia nos sirve también a
nosotros, pues nos impulsa a ver a la luz de la gracia la elección, la
misión y el mismo poder de Pedro. Lo que Jesús le promete y le confía viene
del cielo y pertenece ?debe pertenecer? al reino de los cielos.
5. El servicio de Pedro al reino, según el evangelista, consiste
principalmente en confirmar a sus hermanos, en ayudarles a conservar la fe
ya desarrollarla. Es interesante destacar que se trata de una misión que se
ha de cumplir en la prueba. Jesús es muy consciente de las dificultades de
la fase histórica de la Iglesia, llamada a seguir el mismo camino de la
cruz, que él recorrió. El cometido de Pedro, como cabeza de los Apóstoles,
consistirá en sostener en la fe a sus «hermanos» y a toda la Iglesia. Y,
dado que la fe no se puede conservar sin lucha, Pedro deberá ayudar a los
fieles en la lucha por vencer todo lo que haga perder o debilitarse su fe.
En el texto de Lucas se refleja la experiencia de las primeras comunidades
cristianas, pues es consciente de la explicación que esa situación histórica
de persecución, tentación y lucha encuentra en las palabras dirigidas por
Cristo a los Apóstoles y principalmente a Pedro.
6. En esas palabras se hallan los componentes fundamentales de la misión de
Pedro. Ante todo, la de confirmar a sus hermanos, con la exposición de la
fe, la exhortación a la fe, y todas las medidas que sea preciso tomar para
el desarrollo de la fe. Esta acción se dirige a aquellos que Jesús, hablando
a Pedro, llama «tus hermanos»: en el contexto, la expresión se aplica en
primer lugar a los demás Apóstoles, pero no excluye un sentido más amplio,
extendido a todos los miembros de la comunidad cristiana (cf. Hch 1, 15). Y
sugiere también la finalidad a la que Pedro debe orientar su misión de
confirmar y sostener en la fe: la comunión fraterna en virtud de la fe.
Más aún: Pedro ?y como él cada uno de sus sucesores y cabeza de la Iglesia?
tiene la misión de impulsar a los fieles a poner toda su confianza en Cristo
y en el poder de su gracia, que él experimentó personalmente. Es lo que
escribe Inocencio III en la carta Apostólicae Sedis primatus (12 de
noviembre de 1199), citando el texto de Lucas 22, 32 y comentándolo así: «El
Señor insinúa claramente que los sucesores de Pedro no se desviarán nunca de
la fe católica, sino que más bien ayudarán a volver a los desviados y
afianzarán a los vacilantes» (DS 775). Aquel Papa del Medioevo consideraba
que la declaración de Jesús a Pedro se veía confirmada por la experiencia de
un milenio.
7. La misión confiada por Jesús a Pedro se refiere a la Iglesia en su
extensión a través de los siglos y las generaciones humanas. El mandato:
«Confirma a tus hermanos» significa: enseña la fe en todos los tiempos, en
las diversas circunstancias y en medio de las muchas dificultades y
oposiciones que la predicación de la fe encontrará en la historia; y, al
enseñarla, infunde valora los fieles. Tú mismo has experimentado que el
poder de mi gracia es más grande que la debilidad humana; por ello, difunde
el mensaje de la fe, proclama la sana doctrina, reúne a los «hermanos»,
poniendo tu confianza en la oración que te he prometido. Con la virtud de mi
gracia, trata de que los que no creen se abran y acepten la fe, y fortalece
a los que se hallen vacilantes. Ésta es tu misión, ésta es la razón del
mandato que te confío.
Esas palabras del evangelista Lucas (22, 31-33) son muy significativas para
todos los que desempeñan en la Iglesia el munus petrinum, pues les recuerdan
sin cesar aquella especie de paradoja original que Cristo mismo ha puesto en
ellos, con la certeza de que en su ministerio, al igual que en el de Pedro,
actúa la gracia especial que sostiene la debilidad del hombre y le permite
«confirmar a sus hermanos»: «Yo he rogado por ti ?es la palabra de Jesús a
Pedro, que vale también para sus humildes y pobres sucesores?, para que tu
fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos (Lc
22, 32).