Ecclesia in Europa: Exhortación apóstólica postsinodal de San Juan Pablo II
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
POSTSINODAL
ECCLESIA IN
EUROPA
DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LOS CONSAGRADOS Y CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE JESUCRISTO
VIVO EN SU IGLESIA Y
FUENTE DE ESPERANZA PARA EUROPA
INTRODUCCIÓN
Un gozoso anuncio para Europa
1. La Iglesia en Europa ha acompañado con sentimientos de cercanía a sus
Obispos reunidos por segunda vez en Sínodo, mientras estaban dedicados a
meditar en Jesucristo vivo en su Iglesia y fuente de esperanza para Europa.
Es un tema que también yo, recordando con mis hermanos Obispos las palabras
de la Primera Carta de san Pedro, deseo proclamar a todos los cristianos de
Europa al comienzo del tercer milenio. « No les tengáis ningún miedo ni os
turbéis. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones,
siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra
esperanza » (3, 14-15).(1)
Esta exhortación ha tenido eco continuamente durante el Gran Jubileo del año
dos mil, con el cual el Sínodo, celebrado inmediatamente antes, ha estado en
estrecha relación, como una puerta abierta hacia él.(2) El Jubileo ha sido «
un canto de alabanza único e ininterrumpido a la Trinidad », un auténtico «
camino de reconciliación » y un « signo de la genuina esperanza para quienes
miran a Cristo y a su Iglesia ».(3) Al dejarnos en herencia la alegría del
encuentro vivificante con Cristo, que « es el mismo, ayer, hoy y siempre »
(cf. Hb 13, 8), nos ha presentado al Señor Jesús como único e indefectible
fundamento de la verdadera esperanza.
Un segundo Sínodo para Europa
2. La profundización en el tema de la esperanza fue desde el principio el
objetivo principal de la II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los
Obispos. Era el último de la serie de Sínodos de carácter continental
celebrados como preparación para el Gran Jubileo del año dos mil (4) y tenía
como objetivo analizar la situación de la Iglesia en Europa y ofrecer
indicaciones para promover un nuevo anuncio del Evangelio, como subrayé en
la convocatoria que anuncié públicamente el 23 de junio de 1996, al final de
la Eucaristía celebrada en el Estadio Olímpico de Berlín. (5)
La Asamblea sinodal no podía dejar de referirse, evaluar y desarrollar lo
que se había puesto de relieve en el Sínodo anterior dedicado a Europa y
celebrado en 1991, apenas después de la caída del muro, sobre el tema « Para
ser testigos de Cristo que nos ha liberado ». Aquella primera Asamblea puso
de relieve la urgencia y la necesidad de la « nueva evangelización »,
consciente de que « Europa, hoy, no debe apelar simplemente a su herencia
cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre
el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje de
Jesucristo ».(6)
Transcurridos nueve años, se ha considerado, con toda su fuerza estimulante,
que « la Iglesia tiene la tarea urgente de aportar, de nuevo, a los hombres
de Europa el anuncio liberador del Evangelio ».(7) El tema elegido para la
nueva Asamblea sinodal reiteró el mismo reto, esta vez desde la perspectiva
de la esperanza. Se trataba, pues, de proclamar esta exhortación a la
esperanza a una Europa que parecía haberla perdido.(8)
La experiencia del Sínodo
3. La Asamblea sinodal, celebrada del 1 al 23 de octubre de 1999, ha sido
una preciosa oportunidad de encuentro, escucha y confrontación: se ha
profundizado en el conocimiento mutuo entre Obispos de diversas partes de
Europa y con el Sucesor de Pedro y, todos juntos, hemos podido edificarnos
recíprocamente, sobre todo gracias a los testimonios de aquellos que han
soportado duras y prolongadas persecuciones a causa de la fe bajo los
regímenes totalitarios pasados.(9) Hemos vivido una vez más momentos de
comunión en la fe y en la caridad, animados por el deseo de realizar un
fraterno « intercambio de dones » y enriquecidos mutuamente con las diversas
experiencias de cada uno.(10)
De todo ello ha surgido el deseo de acoger la llamada que el Espíritu dirige
a las Iglesias en Europa para que se comprometan ante los nuevos
desafíos.(11) Con una mirada llena de amor, los participantes en el
encuentro sinodal han examinado sin reparos la realidad actual del
Continente, constatando en ella luces y sombras. Se ha llegado a la clara
convicción de que la situación está marcada por graves incertidumbres en el
campo cultural, antropológico, ético y espiritual. Asimismo, se ha ido
afirmando con nitidez una creciente voluntad de ahondar e interpretar esta
situación, con el fin de descubrir las tareas que le esperan a la Iglesia:
se han propuesto « orientaciones útiles para que el rostro Cristo sea cada
vez más visible a través de un anuncio más eficaz, corroborado por un
testimonio coherente ».(12)
4. Al vivir la experiencia sinodal con discernimiento evangélico, ha
madurado cada vez más la conciencia de la unidad que, sin negar las
diferencias derivadas de las vicisitudes históricas, aglutina las diversas
partes de Europa. Una unidad que, hundiendo sus raíces en la común
inspiración cristiana, sabe articular las diferentes tradiciones culturales
y exige un camino constante de conocimiento mutuo, tanto en lo social como
en lo eclesial, que esté abierto a compartir mejor los valores de cada uno.
En el transcurso del Sínodo, paulatinamente se ha ido notando un gran
impulso hacia la esperanza. Aun aceptando los análisis sobre la complejidad
que caracteriza el Continente, los Padres sinodales se han percatado de que,
tal vez, lo más crucial, en el Este como en el Oeste, es su creciente
necesidad de esperanza que pueda dar sentido a la vida y a la historia, y
permita caminar juntos. Todas las reflexiones del Sínodo se han orientado a
dar respuesta a esta necesidad, partiendo del misterio de Cristo y del
misterio trinitario. El Sínodo ha presentado de nuevo la figura de Jesús,
que vive en su Iglesia y es revelador del Dios Amor, que es comunión de las
tres Personas divinas.
El Apocalipsis como icono
5. Con la presente Exhortación postsinodal, me complace compartir con la
Iglesia en Europa los frutos de esta II Asamblea Especial para Europa del
Sínodo de los Obispos. Quiero satisfacer así el deseo manifestado al final
de la reunión sinodal, cuando los Pastores me han entregado el texto de sus
reflexiones, junto con la petición de ofrecer a la Iglesia peregrina en
Europa un documento sobre el mismo tema del Sínodo.(13)
« El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias » (Ap 2,
7). Al anunciar a Europa el Evangelio de la esperanza, sigo como guía el
libro del Apocalipsis, « revelación profética » que desvela a la comunidad
creyente el sentido escondido y profundo de los acontecimientos (cf. Ap 1,
1). El Apocalipsis nos pone ante una palabra dirigida a las comunidades
cristianas para que sepan interpretar y vivir su inserción en la historia,
con sus interrogantes y sus penas, a la luz de la victoria definitiva del
Cordero inmolado y resucitado. Al mismo tiempo, nos hallamos ante una
palabra que compromete a vivir abandonando la insistente tentación de
construir la ciudad de los hombres prescindiendo de Dios o contra Él. En
efecto, si esto llegara a suceder, sería la convivencia humana misma la que,
antes o después, experimentaría una derrota irremediable.
El Apocalipsis trata de alentar a los creyentes: más allá de toda
apariencia, y aunque no vean aún los resultados, la victoria de Cristo ya se
ha realizado y es definitiva. Esto es una orientación para afrontar los
acontecimientos humanos con una actitud de fundamental confianza, que surge
de la fe en el Resucitado, presente y activo en la historia.
CAPÍTULO I
JESUCRISTO ES NUESTRA ESPERANZA
« No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive » (Ap 1, 17-18)
El Resucitado está siempre con nosotros
6. En la época del autor del Apocalipsis, tiempo de persecución, tribulación
y desconcierto para la Iglesia (cf. Ap 1, 9), en la visión se proclama una
palabra de esperanza: « No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que
vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y
tengo las llaves de la Muerte y del Hades » (Ap 1, 17-18). Estamos ante el
Evangelio, « la Buena nueva », que es Jesucristo mismo. Él es el Primero y
el Último: en Él comienza, tiene sentido, orientación y cumplimiento toda la
historia; en Él y con Él, en su muerte y resurrección, ya se ha dicho todo.
Es el que vive: murió, pero ahora vive para siempre. Él es el Cordero que
está de pie en medio del trono de Dios (cf. Ap 5, 6): es inmolado, porque ha
derramado su sangre por nosotros en el madero de la cruz; está en pie,
porque ha vuelto para siempre a la vida y nos ha mostrado la omnipotencia
infinita del amor del Padre. Tiene firme en sus manos las siete estrellas
(cf. Ap 1, 16), es decir, la Iglesia de Dios perseguida, en lucha contra el
mal y contra el pecado, pero que tiene igualmente derecho a sentirse alegre
y victoriosa, porque está en manos de Quien ya ha vencido el mal. Camina
entre los siete candeleros de oro (Ap 2, 1): está presente y actúa en su
Iglesia en oración. Él es también el que « va a venir » (cf. Ap 1,4) por
medio de la misión y la acción de la Iglesia a lo largo de la historia
humana; viene al final de los tiempos, como segador escatológico, para dar
cumplimento a todas las cosas (cf. Ap 14, 15- 16; 22, 20).
I. Retos y signos de esperanza
para la Iglesia en Europa
El oscurecimiento de la esperanza
7. Esta palabra se dirige hoy también a las Iglesias en Europa, afectadas a
menudo por un oscurecimiento de la esperanza. En efecto, la época que
estamos viviendo, con sus propios retos, resulta en cierto modo
desconcertante. Tantos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros,
sin esperanza, y muchos cristianos están sumidos en este estado de ánimo.
Hay numerosos signos preocupantes que, al principio del tercer milenio,
perturban el horizonte del Continente europeo que, « aun teniendo cuantiosos
signos de fe y testimonio, y en un clima de convivencia indudablemente más
libre y más unida, siente todo el desgaste que la historia, antigua y
reciente, ha producido en las fibras más profundas de sus pueblos,
engendrando a menudo desilusión ».(14)
Entre los muchos aspectos indicados con ocasión del Sínodo,(15) quisiera
recordar la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una
especie de agnosticismo práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual
muchos europeos dan la impresión de vivir sin base espiritual y como
herederos que han despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la
historia. Por eso no han de sorprender demasiado los intentos de dar a
Europa una identidad que excluye su herencia religiosa y, en particular, su
arraigada alma cristiana, fundando los derechos de los pueblos que la
conforman sin injertarlos en el tronco vivificado por la savia del
cristianismo.
En el Continente europeo no faltan ciertamente símbolos prestigiosos de la
presencia cristiana, pero éstos, con el lento y progresivo avance del
laicismo, corren el riesgo de convertirse en mero vestigio del pasado.
Muchos ya no logran integrar el mensaje evangélico en la experiencia
cotidiana; aumenta la dificultad de vivir la propia fe en Jesús en un
contexto social y cultural en que el proyecto de vida cristiano se ve
continuamente desdeñado y amenazado; en muchos ambientes públicos es más
fácil declararse agnóstico que creyente; se tiene la impresión de que lo
obvio es no creer, mientras que creer requiere una legitimación social que
no es indiscutible ni puede darse por descontada.
8. Esta pérdida de la memoria cristiana va unida a un cierto miedo en
afrontar el futuro. La imagen del porvenir que se propone resulta a menudo
vaga e incierta. Del futuro se tiene más temor que deseo. Lo demuestran,
entre otros signos preocupantes, el vacío interior que atenaza a muchas
personas y la pérdida del sentido de la vida. Como manifestaciones y frutos
de esta angustia existencial pueden mencionarse, en particular, el dramático
descenso de la natalidad, la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a
la vida consagrada, la resistencia, cuando no el rechazo, a tomar decisiones
definitivas de vida incluso en el matrimonio.
Se está dando una difusa fragmentación de la existencia; prevalece una
sensación de soledad; se multiplican las divisiones y las contraposiciones.
Entre otros síntomas de este estado de cosas, la situación europea actual
experimenta el grave fenómeno de las crisis familiares y el deterioro del
concepto mismo de familia, la persistencia y los rebrotes de conflictos
étnicos, el resurgir de algunas actitudes racistas, las mismas tensiones
interreligiosas, el egocentrismo que encierra en sí mismos a las personas y
los grupos, el crecimiento de una indiferencia ética general y una búsqueda
obsesiva de los propios intereses y privilegios. Para muchos, la
globalización que se está produciendo, en vez de llevar a una mayor unidad
del género humano, amenaza con seguir una lógica que margina a los más
débiles y aumenta el número de los pobres de la tierra.
Junto con la difusión del individualismo, se nota un decaimiento creciente
de la solidaridad interpersonal: mientras las instituciones asistenciales
realizan un trabajo benemérito, se observa una falta del sentido de
solidaridad, de manera que muchas personas, aunque no carezcan de las cosas
materiales necesarias, se sienten más solas, abandonadas a su suerte, sin
lazos de apoyo afectivo.
9. En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de hacer
prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo. Esta forma de pensar ha
llevado a considerar al hombre como « el centro absoluto de la realidad,
haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el
hombre el que hace a Dios, sino que es Dios quien hace al hombre. El olvido
de Dios condujo al abandono del hombre », por lo que, « no es extraño que en
este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo
del nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la
moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de
la existencia diaria ».(16) La cultura europea da la impresión de ser una
apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si
Dios no existiera.
En esta perspectiva surgen los intentos, repetidos también últimamente, de
presentar la cultura europea prescindiendo de la aportación del
cristianismo, que ha marcado su desarrollo histórico y su difusión
universal. Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en
gran parte por los medios de comunicación social, con características y
contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la
persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo
religioso cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico
más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre
como fundamento de los derechos inalienables de cada uno. Los signos de la
falta de esperanza se manifiestan a veces en las formas preocupantes de lo
que se puede llamar una « cultura de muerte ».(17)
La imborrable nostalgia de la esperanza
10. Pero, como han subrayado los Padres sinodales, « el hombre no puede
vivir sin esperanza: su vida, condenada a la insignificancia, se convertiría
en insoportable ».(18) Frecuentemente, quien tiene necesidad de esperanza
piensa poder saciarla con realidades efímeras y frágiles. De este modo la
esperanza, reducida al ámbito intramundano cerrado a la trascendencia, se
contenta, por ejemplo, con el paraíso prometido por la ciencia y la técnica,
con las diversas formas de mesianismo, con la felicidad de tipo hedonista,
lograda a través del consumismo o aquella ilusoria y artificial de las
sustancias estupefacientes, con ciertas modalidades del milenarismo, con el
atractivo de las filosofías orientales, con la búsqueda de formas esotéricas
de espiritualidad o con las diferentes corrientes de New Age.(19)
Sin embargo, todo esto se demuestra sumamente ilusorio e incapaz de
satisfacer la sed de felicidad que el corazón del hombre continúa sintiendo
dentro de sí. De este modo permanecen y se agudizan los signos preocupantes
de la falta de esperanza, que a veces se manifiesta también bajo formas de
agresividad y violencia.(20)
Signos de esperanza
11. Ningún ser humano puede vivir sin perspectivas de futuro. Mucho menos la
Iglesia, que vive de la esperanza del Reino que viene y que ya está presente
en este mundo. Sería injusto no reconocer los signos de la influencia del
Evangelio de Cristo en la vida de la sociedad. Los Padres sinodales los han
especificado y subrayado.
Entre estos signos se ha de mencionar la recuperación de la libertad de la
Iglesia en Europa del Este, con las nuevas posibilidades de actividad
pastoral que se han abierto para ella; el que la Iglesia se concentre en su
misión espiritual y en su compromiso de vivir la primacía de la
evangelización incluso en sus relaciones con la realidad social y política;
la creciente toma de conciencia de la misión propia de todos los bautizados,
con la variedad y complementariedad de sus dones y tareas; la mayor
presencia de la mujer en las estructuras y en los diversos ámbitos de la
comunidad cristiana.
Una comunidad de pueblos
12. Considerando Europa como comunidad civil, no faltan signos que dan lugar
a la esperanza: en ellos, aun entre las contradicciones de la historia,
podemos percibir con una mirada de fe la presencia del Espíritu de Dios que
renueva la faz de la tierra. Los Padres sinodales los han descrito así al
final de sus trabajos: « Comprobamos con alegría la creciente apertura
recíproca de los pueblos, la reconciliación entre naciones durante largo
tiempo hostiles y enemigas, la ampliación progresiva del proceso unitario a
los países del Este europeo. Reconocimientos, colaboraciones e intercambios
de todo tipo se están llevando a cabo, de forma que, poco a poco, se está
creando una cultura, más aún, una conciencia europea, que esperamos pueda
suscitar, especialmente entre los jóvenes, un sentimiento de fraternidad y
la voluntad de participación. Registramos como positivo el hecho de que todo
este proceso se realiza según métodos democráticos, de manera pacífica y con
un espíritu de libertad, que respeta y valora las legítimas diversidades,
suscitando y sosteniendo el proceso de unificación de Europa. Acogemos con
satisfacción lo que se ha hecho para precisar las condiciones y las
modalidades del respeto de los derechos humanos. Por último, en el contexto
de la legítima y necesaria unidad económica y política de Europa, mientras
registramos los signos de la esperanza que ofrece la consideración dada al
derecho y a la calidad de la vida, deseamos vivamente que, con fidelidad
creativa a la tradición humanista y cristiana de nuestro continente, se
garantice la supremacía de los valores éticos y espirituales ».(21)
Los mártires y los testigos de la fe
13. Pero quiero llamar la atención particularmente sobre algunos signos
surgidos en el ámbito específicamente eclesial. Ante todo, con los Padres
sinodales, quiero proponer a todos, para que nunca se olvide, el gran signo
de esperanza constituido por los numerosos testigos de la fe cristiana que
ha habido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste. Ellos han
sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución,
frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre.
Estos testigos, especialmente los que han afrontado el martirio, son un
signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos
muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y la humanidad como una
luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo; al
pertenecer a diversas confesiones cristianas, brillan asimismo como signo de
esperanza para el camino ecuménico, por la certeza de que su sangre es «
también linfa de unidad para la Iglesia ».(22)
Más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema
del Evangelio de la esperanza: « En efecto, los mártires anuncian este
Evangelio y lo testimonian con su vida hasta la efusión de su sangre, porque
están seguros de no poder vivir sin Cristo y están dispuestos a morir por
Él, convencidos de que Jesús es el Dios y el Salvador del hombre y que, por
tanto, sólo en Él encuentra el hombre la plenitud verdadera de la vida. De
este modo, según la exhortación del apóstol Pedro, se muestran preparados
para dar razón de su esperanza (cf. 1 Pe 3, 15). Los mártires, además,
celebran el “Evangelio de la esperanza”, porque el ofrecimiento de su vida
es la manifestación más radical y más grande del sacrificio vivo, santo y
agradable a Dios, que constituye el verdadero culto espiritual (cf. Rm 12,
1), origen, alma y cumbre de toda celebración cristiana. Ellos, por fin,
sirven al “Evangelio de la esperanza”, porque con su martirio expresan en
sumo grado el amor y el servicio al hombre, en cuanto demuestran que la
obediencia a la ley evangélica genera una vida moral y una convivencia
social que honra y promueve la dignidad y la libertad de cada persona ».(23)
La santidad de muchos
14. Fruto de la conversión realizada por el Evangelio es la santidad de
tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. No sólo de los que así han sido
proclamados oficialmente por la Iglesia, sino también de los que, con
sencillez y en la existencia cotidiana, han dado testimonio de su fidelidad
a Cristo. ¿Cómo no pensar en los innumerables hijos de la Iglesia que, a lo
largo de la historia del Continente europeo, han vivido una santidad
generosa y auténtica de forma oculta en la vida familiar, profesional y
social? « Todos ellos, como “piedras vivas”, unidas a Cristo “piedra
angular”, han construido Europa como edificio espiritual y moral, dejando a
la posteridad la herencia más preciosa. Nuestro Señor Jesucristo lo había
prometido: “El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y las
hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (Jn 14, 12). Los santos son la
prueba viva del cumplimiento de esta promesa, y nos animan a creer que ello
es posible también en los momentos más difíciles de la historia ».(24)
La parroquia y los movimientos eclesiales
15. El Evangelio sigue dando sus frutos en las comunidades parroquiales, en
las personas consagradas, en las asociaciones de laicos, en los grupos de
oración y apostolado, en muchas comunidades juveniles, así como también a
través de la presencia y difusión de nuevos movimientos y realidades
eclesiales. En efecto, el mismo Espíritu sabe suscitar en cada uno de ellos
una renovada entrega al Evangelio, disponibilidad generosa al servicio, vida
cristiana caracterizada por el radicalismo evangélico y el impulso
misionero.
Todavía hoy en Europa, tanto en los Países postcomunistas como en Occidente,
la parroquia, si bien necesita una renovación constante,(25) sigue
conservando y ejerciendo su misión indispensable y de gran actualidad en el
ámbito pastoral y eclesial. Es capaz de ofrecer a los fieles un espacio para
el ejercicio efectivo de la vida cristiana y es lugar también de auténtica
humanización y socialización, tanto en un contexto de dispersión y
anonimato, propio de las grandes ciudades modernas, como en zonas rurales
con escasa población.(26)
16. Al mismo tiempo, mientras expreso junto con los Padres sinodales mi gran
estima por la presencia y la acción de muchas asociaciones y organizaciones
apostólicas y, en particular, de la Acción Católica, deseo hacer notar la
contribución específica que, en comunión con las otras realidades eclesiales
y nunca de manera aislada, pueden ofrecer los nuevos movimientos y las
nuevas comunidades eclesiales. En efecto, éstos últimos « ayudan a los
cristianos a vivir más radicalmente según el Evangelio; son cuna de diversas
vocaciones y generan nuevas formas de consagración; promueven sobre todo la
vocación de los laicos y la llevan a manifestarse en los diversos ámbitos de
la vida; favorecen la santidad del pueblo; pueden ser anuncio y exhortación
para quienes, de otra manera, no se encontrarían con la Iglesia; con
frecuencia apoyan el camino ecuménico y abren cauces para el diálogo
interreligioso; son un antídoto contra la difusión de las sectas; son una
gran ayuda para difundir vivacidad y alegría en la Iglesia ».(27)
El camino ecuménico
17. Damos gracias a Dios por el destacado y alentador signo de esperanza que
son los progresos logrados por el camino ecuménico siguiendo las directrices
de la verdad, la caridad y la reconciliación.
Es uno de los grandes dones del Espíritu Santo a un Continente como el
europeo, que dio origen a las graves divisiones entre los cristianos en el
segundo milenio y que todavía sufre mucho por sus consecuencias.
Recuerdo con emoción algunos momentos muy intensos experimentados durante
los trabajos sinodales y la convicción unánime, expresada también por los
Delegados Fraternos, de que este camino – no obstante los problemas aún
pendientes y los nuevos que van surgiendo – no se debe interrumpir, sino que
ha de continuar con renovado ardor, con más profunda determinación y con la
humilde disponibilidad de todos al perdón recíproco. Me complace hacer mías
algunas expresiones de los Padres sinodales, puesto que « el progreso en el
diálogo ecuménico, que tiene su fundamento más profundo en el Verbo mismo de
Dios, representa un signo de gran esperanza para la Iglesia de hoy. En
efecto, el crecimiento de la unidad entre los cristianos enriquece
mutuamente a todos ».(28) Hace falta « fijarse con alegría en los progresos
conseguidos hasta ahora en el diálogo, sea con los hermanos de las Iglesias
ortodoxas, sea con los de las comunidades eclesiales procedentes de la
Reforma, reconociendo en ellos un signo de la acción del Espíritu, por la
cual se ha de alabar y dar gracias a Dios ».(29)
II. Volver a Cristo, fuente de toda esperanza
Confesar nuestra fe
18. En la Asamblea sinodal se ha consolidado la certeza, clara y apasionada,
de que la Iglesia ha de ofrecer a Europa el bien más precioso y que nadie
más puede darle: la fe en Jesucristo, fuente de la esperanza que no
defrauda,(30) don que está en el origen de la unidad espiritual y cultural
de los pueblos europeos, y que todavía hoy y en el futuro puede ser una
aportación esencial a su desarrollo e integración. Sí, después de veinte
siglos, la Iglesia se presenta al principio del tercer milenio con el mismo
anuncio de siempre, que es su único tesoro: Jesucristo es el Señor; en Él, y
en ningún otro, podemos salvarnos (cf. Hch 4, 12). La fuente de la
esperanza, para Europa y el mundo entero, es Cristo, y « la Iglesia es el
canal a través del cual pasa y se difunde la ola de gracia que fluye del
Corazón traspasado del Redentor ».(31)
En base a esta confesión de fe brota de nuestro corazón y de nuestros labios
« una alegre confesión de esperanza: ¡tú, Señor, resucitado y vivo, eres la
esperanza siempre nueva de la Iglesia y de la humanidad; tú eres la única y
verdadera esperanza del hombre y de la historia; tú eres entre nosotros “la
esperanza de la gloria” (Col 1, 27) ya en esta vida y también más allá de la
muerte! En ti y contigo podemos alcanzar la verdad, nuestra existencia tiene
un sentido, la comunión es posible, la diversidad puede transformarse en
riqueza, la fuerza del Reino ya está actuando en la historia y contribuye a
la edificación de la ciudad del hombre, la caridad da valor perenne a los
esfuerzos de la humanidad, el dolor puede hacerse salvífico, la vida vencerá
a la muerte y lo creado participará de la gloria de los hijos de Dios ».(32)
Jesucristo nuestra esperanza
19. Jesucristo, el Verbo eterno de Dios que está en el seno del Padre desde
siempre (cf. Jn 1, 18), es nuestra esperanza porque nos ha amado hasta el
punto de asumir en todo nuestra naturaleza humana, excepto el pecado,
participando de nuestra vida para salvarnos. La confesión de esta verdad
está en el corazón mismo de nuestra fe. La pérdida de la verdad sobre
Jesucristo, o su incomprensión, impiden ahondar en el misterio mismo del
amor de Dios y de la comunión trinitaria.(33)
Jesucristo es nuestra esperanza porque revela el misterio de la Trinidad.
Éste es el centro de la fe cristiana, que puede ofrecer todavía una gran
aportación, como lo ha hecho hasta ahora, a la edificación de estructuras
que, inspirándose en los grandes valores evangélicos o confrontándose con
ellos, promuevan la vida, la historia y la cultura de los diversos pueblos
del Continente.
Múltiples son las raíces ideales que han contribuido con su savia al
reconocimiento del valor de la persona y de su dignidad inalienable, del
carácter sagrado de la vida humana y el papel central de la familia, de la
importancia de la educación y la libertad de opinión, de palabra, de
religión, así como también a la tutela legal de los individuos y los grupos,
a la promoción de la solidaridad y el bien común, al reconocimiento de la
dignidad del trabajo. Tales raíces han favorecido que el poder político esté
sujeto a la ley y al respeto de los derechos de la persona y de los pueblos.
A este propósito se han de recordar el espíritu de la Grecia antigua y de la
romanidad, las aportaciones de los pueblos celtas, germanos, eslavos,
ugrofineses, de la cultura hebrea y del mundo islámico. Sin embargo, se ha
de reconocer que estas influencias han encontrado históricamente en la
tradición judeocristiana una fuerza capaz de armonizarlas, consolidarlas y
promoverlas. Se trata de un hecho que no se puede ignorar; por el contrario,
en el proceso de construcción de la « casa común europea », debe reconocerse
que este edificio ha de apoyarse también sobre valores que encuentran en la
tradición cristiana su plena manifestación. Tener esto en cuenta beneficia a
todos.
La Iglesia « no posee título alguno para expresar preferencias por una u
otra solución institucional o constitucional » de Europa y coherentemente,
por tanto, quiere respetar la legítima autonomía del orden civil.(34) Sin
embargo, tiene la misión de avivar en los cristianos de Europa la fe en la
Trinidad, sabiendo que esta fe es precursora de auténtica esperanza para el
Continente.
Muchos de los grandes paradigmas de referencia antes indicados, que son la
base de la civilización europea, hunden sus raíces últimas en la fe
trinitaria. Ésta contiene un extraordinario potencial espiritual, cultural y
ético, capaz, entre otras cosas, de iluminar algunas grandes cuestiones que
hoy se debaten en Europa, como la disgregación social y la pérdida de una
referencia que dé sentido a la vida y a la historia. De ello se desprende la
necesidad de una renovada meditación teológica, espiritual y pastoral sobre
el misterio trinitario.(35)
20. Las Iglesias particulares en Europa no son meras entidades u
organizaciones privadas. En realidad, actúan con una dimensión institucional
específica que merece ser valorada jurídicamente, en el pleno respeto del
justo ordenamiento civil. Al reflexionar sobre sí mismas, las comunidades
cristianas han de reconocerse como un don con el que Dios enriquece a los
pueblos que viven en el Continente. Éste es el anuncio gozoso que han de
llevar a todas las personas. Profundizando su propia dimensión misionera,
deben dar constantemente testimonio de que Jesucristo « es el único mediador
y portador de salvación para la humanidad entera: sólo en Él la humanidad,
la historia y el cosmos encuentran su sentido positivo definitivamente y se
realizan totalmente; Él tiene en sí mismo, en sus hechos y en su persona,
las razones definitivas de la salvación; no sólo es un mediador de
salvación, sino la fuente misma de la salvación ».(36)
En el contexto del pluralismo ético y religioso actual que caracteriza cada
vez más a Europa, es necesario, pues, confesar y proponer la verdad de
Cristo como único Mediador entre Dios y los hombres y único Redentor del
mundo. Por tanto –como he hecho al final de la asamblea sinodal–, con toda
la Iglesia, invito a mis hermanos y hermanas en la fe a abrirse
constantemente con confianza a Cristo y a dejarse renovar por Él, anunciando
con el vigor de la paz y el amor a todas las personas de buena voluntad, que
quien encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el
Camino que conduce a ella (cf. Jn 14, 6; Sal 16 [15], 11). Por el tenor de
vida y el testimonio de la palabra de los cristianos, los habitantes de
Europa podrán descubrir que Cristo es el futuro del hombre. En efecto, en la
fe de la Iglesia « no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por
el que debamos salvarnos » (Hch 4, 12).(37)
21. Para los creyentes, Jesucristo es la esperanza de toda persona porque da
la vida eterna. Él es « la Palabra de vida » (1 Jn 1, 1), venido al mundo
para que los hombres « tengan la vida y la tengan en abundancia » (Jn 10,
10). Así nos enseña cómo el verdadero sentido de la vida del hombre no queda
encerrado en el horizonte mundano, sino que se abre a la eternidad. La
misión de cada Iglesia particular en Europa es tener en cuenta la sed de
verdad de toda persona y la necesidad de valores auténticos que animen a los
pueblos del Continente. Ha de proponer con renovada energía la novedad que
la anima. Se trata de emprender una articulada acción cultural y misionera,
enseñando con obras y argumentos convincentes cómo la nueva Europa necesita
descubrir sus propias raíces últimas. En este contexto, los que se inspiran
en los valores evangélicos tienen un papel esencial que desempeñar,
relacionado con el sólido fundamento sobre el cual se ha de edificar una
convivencia más humana y más pacífica porque es respetuosa de todos y de
cada uno.
Es preciso que las Iglesias particulares en Europa sepan devolver a la
esperanza su dimensión escatológica originaria.(38) En efecto, la verdadera
esperanza cristiana es teologal y escatológica, fundada en el Resucitado,
que vendrá de nuevo como Redentor y Juez, y que nos llama a la resurrección
y al premio eterno.
Jesucristo vivo en la Iglesia
22. Mirando a Cristo, los pueblos europeos podrán hallar la única esperanza
que puede dar plenitud de sentido a la vida. También hoy lo pueden
encontrar, porque Jesús está presente, vive y actúa en su Iglesia: Él está
en la Iglesia y la Iglesia está en Él (cf. Jn 15, 1ss; Ga 3, 28; Ef 4,
15-16; Hch 9, 5). En ella, por el don del Espíritu Santo, continúa sin cesar
su obra salvadora.(39)
Con los ojos de la fe podemos ver la misteriosa acción de Jesús en los
diversos signos que nos ha dejado. Está presente, ante todo, en la Sagrada
Escritura, que habla de Él en todas sus páginas (cf. Lc 24, 27.44-47). Pero
de una manera verdaderamente única está presente en las especies
eucarísticas. Esta « presencia se llama “real”, no por exclusión, como si
las otras no fueran “reales”, sino por antonomasia, ya que es sustancial, ya
que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e
íntegro ».(40) En efecto, en la Eucaristía « se contiene verdadera, real y
sustancialmente, el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la
divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero ».(41) «
Verdaderamente la Eucaristía es mysterium fidei, misterio que supera nuestro
pensamiento y puede ser acogido sólo en la fe ».(42) También es real la
presencia de Jesús en las otras acciones litúrgicas que, en su nombre,
celebra la Iglesia. Así ocurre en los Sacramentos, acciones de Cristo, que
Él realiza a través de los hombres.(43)
Jesús está verdaderamente presente también en el mundo de otros modos,
especialmente en sus discípulos que, fieles al doble mandamiento de la
caridad, adoran a Dios en espíritu y en verdad (cf. Jn 4, 24), y testimonian
con la vida el amor fraterno que los distingue como seguidores del Señor
(cf. Mt 25, 31-46; Jn 13, 35; 15, 1-17).(44)
CAPÍTULO II
EL EVANGELIO DE LA ESPERANZA
CONFIADO A LA IGLESIA
DEL NUEVO MILENIO
« Ponte en vela, reanima lo que te queda
y está a punto de morir » (Ap 3, 2)
I. El Señor llama a la conversión
Jesús se dirige a nuestras Iglesias
23. « Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que
camina entre los siete candeleros de oro [...], el Primero y el Ultimo, el
que estuvo muerto y revivió [...], el Hijo de Dios » (Ap 2, 1.8.18). Jesús
mismo es el que habla a su Iglesia. Su mensaje se dirige a cada una de las
Iglesias particulares y concierne su vida interna, caracterizada a veces por
la presencia de concepciones y mentalidades incompatibles con la tradición
evangélica, víctima a menudo de diversas formas de persecución y, lo que es
más peligroso aún, afectada por síntomas preocupantes de mundanización,
pérdida de la fe primigenia y connivencia con la lógica del mundo. No es
raro que las comunidades ya no tengan el amor que antes tenían (cf. Ap 2,
4).
Se observa cómo nuestras comunidades eclesiales tienen que forcejear con
debilidades, fatigas, contradicciones. Necesitan escuchar también de nuevo
la voz del Esposo que las invita a la conversión, las incita a actuar con
entusiasmo en las nuevas situaciones y las llama a comprometerse en la gran
obra de la « nueva evangelización ». La Iglesia tiene que someterse
constantemente al juicio de la palabra de Cristo y vivir su dimensión humana
con una actitud de purificación para ser cada vez más y mejor la Esposa sin
mancha ni arruga, engalanada con un vestido de lino puro resplandeciente
(cf. Ef 5, 27; Ap 19, 7-8).
De este modo, Jesucristo llama a nuestras Iglesias en Europa a la
conversión, y ellas, con su Señor y gracias a su presencia, se hacen
portadoras de esperanza para la humanidad.
La acción del Evangelio a lo largo de la historia
24. Europa ha sido impregnada amplia y profundamente por el cristianismo. «
No cabe duda de que, en la compleja historia de Europa, el cristianismo
representa un elemento central y determinante, que se ha consolidado sobre
la base firme de la herencia clásica y de las numerosas aportaciones que han
dado los diversos flujos étnicos y culturales que se han sucedido a lo largo
de los siglos. La fe cristiana ha plasmado la cultura del Continente y se ha
entrelazado indisolublemente con su historia, hasta el punto de que ésta no
se podría entender sin hacer referencia a las vicisitudes que han
caracterizado, primero, el largo periodo de la evangelización y, después,
tantos siglos en los que el cristianismo, aun en la dolorosa división entre
Oriente y Occidente, se ha afirmado como la religión de los europeos.
También en el periodo moderno y contemporáneo, cuando se ha ido fragmentando
progresivamente la unidad religiosa, bien por las posteriores divisiones
entre los cristianos, bien por los procesos que han alejado la cultura del
horizonte de la fe, el papel de ésta ha seguido teniendo una importancia
notable ».(45)
25. El interés que la Iglesia tiene por Europa deriva de su misma naturaleza
y misión. En efecto, a lo largo de los siglos, la Iglesia ha mantenido lazos
muy estrechos con nuestro Continente, de tal modo que la fisonomía
espiritual de Europa se ha ido formando gracias a los esfuerzos de grandes
misioneros y al testimonio de santos y mártires, a la labor asidua de
monjes, religiosos y pastores. De la concepción bíblica del hombre, Europa
ha tomado lo mejor de su cultura humanista, ha encontrado inspiración para
sus creaciones intelectuales y artísticas, ha elaborado normas de derecho y,
sobre todo, ha promovido la dignidad de la persona, fuente de derechos
inalienables.(46) De este modo la Iglesia, en cuanto depositaria del
Evangelio, ha contribuido a difundir y a consolidar los valores que han
hecho universal la cultura europea.
Al recordar todo esto, la Iglesia de hoy siente, con nueva responsabilidad,
el deber apremiante de no disipar este patrimonio precioso y ayudar a Europa
a construirse a sí misma, revitalizando las raíces cristianas que le han
dado origen.(47)
Para dar una verdadera imagen de Iglesia
26. Que toda la Iglesia en Europa sienta como dirigida a ella la exhortación
y la invitación del Señor: arrepiéntete, conviértete, « ponte en vela,
reanima lo que te queda y está a punto de morir » (Ap 3, 2). Es una
exigencia que nace también de la consideración del tiempo actual: « La grave
situación de indiferencia religiosa de numerosos europeos; la presencia de
muchos que, incluso en nuestro Continente, no conocen todavía a Jesucristo y
su Iglesia, y que todavía no están bautizados; el secularismo que contagia a
un amplio sector de cristianos que normalmente piensan, deciden y viven
“como si Cristo no existiera”, lejos de apagar nuestra esperanza, la hacen
más humilde y capaz de confiar sólo en Dios. De su misericordia recibimos la
gracia y el compromiso de la conversión ».(48)
27. A pesar de que a veces, como en el episodio evangélico de la tempestad
calmada (cf. Mc 4, 35- 41; Lc 8, 22-25), pueda parecer que Cristo duerme y
deja su barca a merced de las olas encrespadas, se pide a la Iglesia en
Europa que cultive la certeza de que el Señor, por el don de su Espíritu,
está siempre presente y actúa en ella y en la historia de la humanidad. Él
prolonga en el tiempo su misión, haciendo que la Iglesia fuera una corriente
de vida nueva, que fluye dentro de la vida de la humanidad como signo de
esperanza para todos.
En un contexto en el que la tentación del activismo llega fácilmente también
al ámbito pastoral, se pide a los cristianos en Europa que sigan siendo
transparencia real del Resucitado, viviendo en íntima comunión con Él. Hacen
falta comunidades que, contemplando e imitando a la Virgen María, figura y
modelo de la Iglesia en la fe y en la santidad,(49) cuiden el sentido de la
vida litúrgica y de la vida interior. Ante todo y sobre todo, han de alabar
al Señor, invocarlo, adorarlo y escuchar su Palabra. Sólo así asimilarán su
misterio, viviendo totalmente dedicadas a Él, como miembros de su fiel
Esposa.
28. Ante las insistentes tentaciones de división y contraposición, la
diversas Iglesias particulares en Europa, bien unidas al Sucesor de Pedro,
han de esforzarse en ser verdaderamente lugar e instrumento de comunión de
todo el Pueblo de Dios en la fe y en el amor.(50) Cultiven, por tanto, un
clima de caridad fraterna, vivida con radicalidad evangélica en el nombre de
Jesús y de su amor; desarrollen un ambiente de relaciones de amistad, de
comunicación, corresponsabilidad, participación, conciencia misionera,
disponibilidad y servicialidad; estén animadas por actitudes recíprocas de
estima, acogida y corrección (cf. Rm 12, 10; 15, 7-14), de servicio y ayuda
(cf. Ga 5, 13; 6, 2), de perdón mutuo (cf. Col 3, 13) y edificación de unos
con otros (cf. 1 Ts 5, 11); se esfuercen en realizar una pastoral que,
valorando todas las diversidades legítimas, fomente una colaboración cordial
entre todos los fieles y sus asociaciones; promuevan los organismos de
participación como instrumentos preciosos de comunión para una acción
misionera armónica, impulsando la presencia de agentes de pastoral
adecuadamente preparados y cualificados. De este modo, las Iglesias mismas,
animadas por la comunión, que es manifestación del amor de Dios, fundamento
y razón de la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5, 5), serán un reflejo más
brillante de la Trinidad, además de un signo que interpela e invita a creer
(cf. Jn 17, 21).
29. Para vivir de manera plena la comunión en la Iglesia, hace falta valorar
la variedad de carismas y vocaciones, que confluyen cada vez más en la
unidad y pueden enriquecerla (cf. 1 Co 12). En esta perspectiva, es
necesario también que, de una parte, los nuevos movimientos y las nuevas
comunidades eclesiales « abandonando toda tentación de reivindicar derechos
de primogenitura y toda incomprensión recíproca », avancen en el camino de
una comunión más auténtica entre sí y con todas las demás realidades
eclesiales, y « vivan con amor en total obediencia a los Obispos »; por otro
lado, es necesario también que los Obispos, « manifestándoles la paternidad
y el amor propios de los pastores »,(51) sepan reconocer, discernir y
coordinar sus carismas y su presencia para la edificación de la única
Iglesia.
En efecto, gracias al crecimiento de la colaboración entre los numerosos
sectores eclesiales bajo la guía afable de los pastores, la Iglesia entera
podrá presentar a todos una imagen más hermosa y creíble, transparencia más
límpida del rostro del Señor, y contribuir así a dar nueva esperanza y
consuelo, tanto a los que la buscan como a los que, aunque no la busquen, la
necesitan.
Para poder responder a la llamada del Evangelio a la conversión, « debemos
hacer todos juntos un humilde y valiente examen de conciencia para reconocer
nuestros temores y nuestros errores, para confesar con sinceridad nuestras
lentitudes, omisiones, infidelidades y culpas ».(52) En vez de adoptar
actitudes huidizas de desaliento, el reconocimiento evangélico de las
propias culpas suscitará en la comunidad la experiencia que vive cada
bautizado: la alegría de una profunda liberación y la gracia de comenzar de
nuevo, que permite proseguir con mayor vigor el camino de la evangelización.
Para progresar hacia la unidad de los cristianos
30. Finalmente, el Evangelio de la esperanza es también fuerza y llamada a
la conversión en el campo ecuménico. En la certeza de que la unidad de los
cristianos corresponde al mandato del Señor, « para que todos sean uno »
(cf. Jn 17, 11), y que hoy se presenta como una necesidad para que sea más
creíble la evangelización y la contribución a la unidad de Europa, es
necesario que todas las Iglesias y Comunidades eclesiales « sean ayudadas e
invitadas a interpretar el camino ecuménico como un “ir juntos” hacia Cristo
» (53) y hacia la unidad visible querida por Él, de tal modo que la unidad
en la diversidad brille en la Iglesia como don del Espíritu Santo, artífice
de comunión.
Para lograr esto hace falta un paciente y constante empeño por parte de
todos, animado por una auténtica esperanza y, al mismo tiempo, por un sobrio
realismo, orientado a la « valoración de lo que ya nos une, a la sincera
estima recíproca, a la eliminación de los prejuicios, al conocimiento y al
amor mutuo ».(54) En esta perspectiva, el esfuerzo por la unidad ha de
incluir, si quiere apoyarse en fundamentos sólidos, la búsqueda apasionada
de la verdad, a través de un diálogo y una confrontación que, mientras
reconoce los resultados hasta ahora alcanzados, los considere un estímulo
para seguir avanzando en la superación de las divergencias que todavía
dividen a los cristianos.
31. Sin rendirse ante dificultades y cansancios, es preciso continuar con
determinación el diálogo, que se ha entablar « bajo muchos aspectos
(doctrinal, espiritual y práctico), siguiendo la lógica del intercambio de
dones que el Espíritu suscita en cada Iglesia y educando a las comunidades y
los fieles, sobre todo a los jóvenes, a vivir momentos de encuentro,
haciendo del ecumenismo rectamente entendido una dimensión ordinaria de la
vida y de la acción eclesial ».(55)
Este diálogo es una de las principales preocupaciones de la Iglesia, sobre
todo en esta Europa que en el milenio pasado ha visto surgir demasiadas
divisiones entre los cristianos y que hoy se encamina hacia una mayor
unidad. ¡No podemos detenernos ni volver atrás! Hemos de continuar este
camino y vivirlo con confianza, porque la estima recíproca, la búsqueda de
la verdad, la colaboración en la caridad y, sobre todo, el ecumenismo de la
santidad, con la ayuda de Dios, no dejarán de producir sus frutos.
32. A pesar de las dificultades inevitables, invito a todos a reconocer y
valorar, con amor y fraternidad, la contribución que las Iglesias Católicas
Orientales pueden ofrecer para una edificación más real de la unidad, con su
presencia misma, la riqueza de su tradición, el testimonio de su « unidad en
la diversidad », la inculturación realizada por ellas en el anuncio del
Evangelio o la diversidad de sus ritos.(56) Al mismo tiempo, quiero asegurar
una vez más a los pastores y a los hermanos y hermanas de las Iglesias
ortodoxas, que la nueva evangelización en modo alguno debe ser confundida
con el proselitismo, quedando firme el deber de respetar la verdad, la
libertad y la dignidad de toda persona.
II. Toda la Iglesia enviada en misión
33. Servir al Evangelio de la esperanza mediante una caridad que evangeliza
es un compromiso y una responsabilidad de todos. En efecto, cualquiera que
sea el carisma y el ministerio de cada uno, la caridad es la vía maestra
indicada a todos y que todos pueden recorrer: es la vía que la comunidad
eclesial entera está llamada a emprender siguiendo las huellas de su
Maestro.
Compromiso de los ministros ordenados
34. En virtud de su ministerio, los sacerdotes están llamados a celebrar,
enseñar y servir de modo especial el Evangelio de la esperanza. Por el
sacramento del Orden, que los configura a Cristo Cabeza y Pastor, los
Obispos y sacerdotes tienen que conformar toda su vida y su acción con
Jesús; por la predicación de la Palabra, la celebración de los sacramentos y
la guía de la comunidad cristiana, hacen presente el misterio de Cristo y,
por el ejercicio de su ministerio, están « llamados a prolongar la presencia
de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como
una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado ».(57)
Estando “en” el mundo, pero sin ser “del” mundo (cf. Jn 17, 15-16), en la
actual situación cultural y espiritual del Continente europeo, se les pide
que sean signo de contradicción y esperanza para una sociedad aquejada de
horizontalismo y necesitada de abrirse al Trascendente.
35. En este marco adquiere relieve también el celibato sacerdotal, signo de
una esperanza puesta totalmente en el Señor. No es una mera disciplina
eclesiástica impuesta por la autoridad; por el contrario, es ante todo
gracia, don inestimable de Dios para la Iglesia, valor profético para el
mundo actual, fuente de vida espiritual intensa y de fecundidad pastoral,
testimonio del Reino escatológico, signo del amor de Dios a este mundo, así
como del amor indiviso del sacerdote a Dios y a su Pueblo.(58) Vivido como
respuesta al don de Dios y como superación de las tentaciones de una
sociedad hedonista, no sólo favorece la realización humana de quien ha sido
llamado, sino que se manifiesta también como factor de crecimiento para los
demás.
Considerado conveniente para el sacerdocio en toda la Iglesia,(59) requerido
obligatoriamente por la Iglesia latina,(60) sumamente respetado por las
Iglesias Orientales,(61) el celibato aparece en el contexto de la cultura
actual como signo elocuente, que debe ser custodiado como un bien precioso
para la Iglesia. A este respeto, una revisión de la disciplina actual no
permitiría solucionar la crisis de las vocaciones al presbiterado que se
percibe en muchas partes de Europa.(62) Un compromiso al servicio del
Evangelio de la esperanza requiere también que la Iglesia presente el
celibato en toda su riqueza bíblica, teológica y espiritual.
36. No se puede ignorar que el ejercicio del sagrado ministerio encuentra
hoy muchas dificultades, bien debidas a la cultura imperante, bien por la
disminución numérica de los presbíteros, con el aumento de la carga pastoral
y de cansancio que esto puede comportar. Por eso son más dignos aun de
estima, gratitud y cercanía los sacerdotes que viven con admirable
dedicación y fidelidad el ministerio que se les ha confiado.(63)
Tomando las palabras escritas por los Padres sinodales, quiero también
animarlos, con confianza y gratitud: « No os desalentéis y no os dejéis
abatir por el cansancio; en total comunión con nosotros, los obispos, en
gozosa fraternidad con los demás presbíteros y en cordial corresponsabilidad
con los consagrados y todos los fieles laicos, continuad vuestra valiosa e
insustituible labor ».(64)
Junto con los presbíteros, deseo recordar también a los diáconos, que
participan, aunque en grado diferente, del mismo sacramento del Orden.
Destinados al servicio de la comunión eclesial, ejercen, bajo la guía del
Obispo y con su presbiterio, la “diaconía” de la liturgia, de la palabra y
de la caridad.(65) De este modo específico, están al servicio del Evangelio
de la esperanza.
Testimonio de los consagrados
37. El testimonio de las personas consagradas es particularmente elocuente.
A este propósito, se ha de reconocer, ante todo, el papel fundamental que ha
tenido el monacato y la vida consagrada en la evangelización de Europa y en
la construcción de su identidad cristiana.(66) Este papel no puede faltar
hoy, en un momento en el que urge una « nueva evangelización » del
Continente, y en el que la creación de estructuras y vínculos más complejos
lo sitúan ante un cambio delicado. Europa necesita siempre la santidad, la
profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las personas
consagradas. También se ha de resaltar la contribución específica que los
Institutos seculares y las Sociedades de vida apostólica pueden ofrecer a
través de su aspiración a transformar el mundo desde dentro con la fuerza de
las bienaventuranzas.
38. La aportación específica que las personas consagradas pueden ofrecer al
Evangelio de la esperanza proviene de algunos aspectos que caracterizan la
actual fisonomía cultural y social de Europa.(67) Así, la demanda de nuevas
formas de espiritualidad que se produce hoy en la sociedad, ha de encontrar
una respuesta en el reconocimiento de la supremacía absoluta de Dios, que
los consagrados viven con su entrega total y con la conversión permanente de
una existencia ofrecida como auténtico culto espiritual. En un contexto
contaminado por el laicismo y subyugado por el consumismo, la vida
consagrada, don del Espíritu a la Iglesia y para la Iglesia, se convierte
cada vez más en signo de esperanza, en la medida en que da testimonio de la
dimensión trascendente de la existencia. Por otro lado, en la situación
actual de pluralismo religioso y cultural, se considera urgente el
testimonio de la fraternidad evangélica que caracteriza la vida consagrada,
haciendo de ella un estímulo para la purificación y la integración de
valores diferentes, mediante la superación de las contraposiciones. La
presencia de nuevas formas de pobreza y marginación debe suscitar la
creatividad en la atención de los más necesitados, que ha distinguido a
tantos fundadores de Institutos religiosos. Por fin, la tendencia de la
sociedad europea a encerrarse en sí misma se debe contrarrestar con la
disponibilidad de las personas consagradas a continuar la obra de
evangelización en otros Continentes, a pesar de la disminución numérica que
se observa en algunos Institutos.
Cultivo de las vocaciones
39. Al ser determinante la entrega de los ministros ordenados y de los
consagrados, no se puede pasar por alto la preocupante escasez de
seminaristas y de aspirantes a la vida religiosa, sobre todo en Europa
occidental. Esta situación requiere que todos se comprometan en una adecuada
pastoral de las vocaciones. Sólo « cuando a los jóvenes se les presenta sin
recortes la persona de Jesucristo, prende en ellos una esperanza que les
impulsa a dejarlo todo para seguirle, atendiendo su llamada, y para dar
testimonio de él ante sus coetáneos ».(68) El cultivo de las vocaciones es,
pues, un problema vital para el futuro de la fe cristiana en Europa y
repercute en el progreso espiritual de sus pueblos; es paso obligado para
una Iglesia que quiera anunciar, celebrar y servir al Evangelio de la
esperanza.(69)
40. Para desarrollar una pastoral vocacional, tan necesaria, es oportuno
explicar a los fieles la fe de la Iglesia sobre la naturaleza y la dignidad
del sacerdocio ministerial; animar a las familias a vivir como verdaderas «
iglesias domésticas » en cuyo seno se puedan percibir, acoger y acompañar
las diversas vocaciones; realizar una acción pastoral que ayude, sobre todo
a los jóvenes, a tomar opciones de una vida arraigada en Cristo y dedicada a
la Iglesia.(70)
En la certeza de que también hoy actúa el Espíritu Santo y no faltan signos
de su presencia, se trata ante todo de llevar el anuncio vocacional al
terreno de la pastoral ordinaria. Por eso es necesario « reavivar, sobre
todo en los jóvenes, una profunda nostalgia de Dios, creando así el marco
adecuado para que broten vocaciones como respuesta generosa »; es urgente
que se propague en las Comunidades eclesiales del continente europeo un gran
movimiento de oración, puesto que « la actual situación histórica y
cultural, que ha cambiado bastante, exige que la pastoral de las vocaciones
sea considerada como uno de los objetivos primarios de toda la Comunidad
cristiana ».(71) Y es indispensable que los sacerdotes mismos vivan y actúen
en coherencia con su verdadera identidad sacramental. En efecto, si la
imagen que dan de sí mismos fuera opaca o lánguida, ¿cómo podrían inducir a
los jóvenes a imitarlos?
Misión de los laicos
41. La aportación de los fieles laicos a la vida eclesial es irrenunciable:
es, efectivamente, insustituible el papel que tienen en el anuncio y el
servicio al Evangelio de la esperanza, ya que « por medio de ellos la
Iglesia de Cristo se hace presente en los más variados sectores del mundo,
como signo y fuente de esperanza y amor ».(72)
Participando plenamente de la misión de la Iglesia en el mundo, están
llamados a dar testimonio de que la fe cristiana es la única respuesta
completa a los interrogantes que la vida plantea a todo hombre y a cada
sociedad, y pueden insertar en el mundo los valores del Reino de Dios,
promesa y garantía de una esperanza que no defrauda.
La Europa de ayer y de hoy cuenta con figuras significativas y ejemplos
luminosos de laicos de este tipo. Como han subrayado los Padres sinodales,
se deben recordar con gratitud, entre otros, a los hombres y mujeres que han
testimoniado y testimonian a Cristo y su Evangelio con el servicio a la vida
pública y las responsabilidades que éste comporta. Es de capital importancia
« suscitar y apoyar vocaciones específicas al servicio del bien común:
personas que, a ejemplo y con el estilo de los que se ha llamado “padres de
Europa”, sepan ser artífices de la sociedad europea del porvenir, fundándola
en las bases sólidas del espíritu ».(73)
Análoga estima merece la labor de laicas y laicos cristianos, realizada
frecuentemente en lo recóndito de la vida ordinaria mediante pequeños
servicios que anuncian la misericordia de Dios a cuantos se hallan en la
pobreza; hemos de agradecerles su audaz testimonio de caridad y de perdón,
valores que evangelizan los grandes horizontes de la política, la realidad
social, la economía, la cultura, la ecología, la vida internacional, la
familia, la educación, las profesiones, el trabajo y el sufrimiento.(74)
Para ello se necesitan programas pedagógicos, que capaciten a los fieles
laicos a proyectar la fe sobre las realidades temporales. Tales programas,
basados en un aprendizaje serio de vida eclesial, particularmente en el
estudio de la doctrina social, han de proporcionarles no solamente doctrina
y estímulo, sino también una orientación espiritual adecuada que anime el
compromiso vivido como auténtico camino de santidad.
Papel de la mujer
42. La Iglesia es consciente de la aportación específica de la mujer al
servicio del Evangelio de la esperanza. Las vicisitudes de la comunidad
cristiana muestran que las mujeres han tenido siempre un lugar relevante en
el testimonio del Evangelio. Se debe recordar todo lo que han hecho, a
menudo en silencio y con discreción, acogiendo y transmitiendo el don de
Dios, bien mediante la maternidad física y espiritual, la actividad
educativa, la catequesis y la realización de grandes obras de caridad, bien
por la vida de oración y contemplación, las experiencias místicas y por
escritos ricos de sabiduría evangélica.(75)
A la luz de los magníficos testimonios del pasado, la Iglesia manifiesta su
confianza en lo que las mujeres pueden hacen hacer hoy en favor del
crecimiento de la esperanza en todas sus dimensiones. Hay aspectos de la
sociedad europea contemporánea que son un reto a la capacidad que tienen las
mujeres de acoger, compartir y engendrar en el amor, con tesón y gratuidad.
Piénsese, por ejemplo, en la mentalidad científico-técnica generalizada que
ensombrece la dimensión afectiva y la importancia de los sentimientos, en la
falta de gratuidad, en el temor difuso a dar la vida a nuevas criaturas, en
la dificultad de vivir la reciprocidad con el otro y en acoger a quien es
diferente. Éste es el contexto en el que la Iglesia espera de las mujeres
una aportación vivificadora para una nueva oleada de esperanza.
43. Para lograr todo esto es necesario que, ante todo, en la Iglesia se
promueva la dignidad de la mujer, puesto que la dignidad del hombre y de la
mujer es idéntica, creados ambos a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,
27), y cada uno colmado de dones propios y particulares.
Como se ha subrayado en el Sínodo, es deseable que, para favorecer la plena
participación de la mujer en la vida y misión de la Iglesia, se tenga en
mayor estima sus propias cualidades, también mediante la asunción de
funciones eclesiales reservada por el derecho a los laicos. Además, se ha de
valorar adecuadamente la misión de la mujer como esposa y madre, así como su
dedicación a la vida familiar.(76)
La Iglesia no deja de alzar su voz para denunciar las injusticias y
violencias cometidas contra las mujeres, en cualquier lugar y circunstancia
que ocurran. Pide que se apliquen efectivamente las leyes que protegen a la
mujer y que se establezcan medidas eficaces contra el empleo humillante de
imágenes femeninas en la propaganda comercial, así como contra la plaga de
la prostitución; desea que el servicio prestado por la madre, del mismo modo
que por el padre, en la vida doméstica, se considere como una contribución
al bien común, incluso mediante formas de reconocimiento económico.
CAPÍTULO III
ANUNCIAR EL EVANGELIO
DE LA ESPERANZA
« Toma el librito que está abierto [...]
devóralo » (Ap 10, 8.9)
I. Proclamar el misterio de Cristo
La revelación da sentido a la historia
44. La visión del Apocalipsis nos habla de « un libro, escrito por el
anverso y el reverso, sellado con siete sellos », tenido « en la mano
derecha del que está sentado en el trono » (Ap 5, 1). Este texto contiene al
plan creador y salvador de Dios, su proyecto detallado sobre toda la
realidad, sobre las personas, sobre las cosas y sobre los acontecimientos.
Ningún ser creado, terreno o celestial, es capaz « de abrir el libro ni de
leerlo » (Ap 5, 3), o sea de comprender su contenido. En la confusión de las
vicisitudes humanas, nadie sabe decir la dirección y el sentido último de
las cosas.
Sólo Jesucristo posee el volumen sellado (cf. Ap 5, 6-7); sólo Él es « digno
de tomar el libro y abrir sus sellos » (Ap 5, 9). En efecto, sólo Jesús
puede revelar y actuar el proyecto de Dios que encierra. El esfuerzo del
hombre, por sí mismo, es incapaz de dar un sentido a la historia y a sus
vicisitudes: la vida se queda sin esperanza. Sólo el Hijo de Dios puede
disipar las tinieblas e indicar el camino.
El libro abierto es entregado a Juan y, por su medio, a la Iglesia entera.
Se invita a Juan a tomar el libro y a devorarlo: « Vete, toma el librito que
está abierto en la mano del Ángel, el que está de pie sobre el mar y sobre
la tierra [...]. Toma, devóralo » (Ap 10, 8-9). Sólo después de haberlo
asimilado en profundidad podrá comunicarlo adecuadamente a los demás, a los
que es enviado con la orden de « profetizar otra vez contra muchos pueblos,
naciones, lenguas y reyes » (Ap 10, 11).
Necesidad y urgencia del anuncio
45. El Evangelio de la esperanza, entregado a la Iglesia y asimilado por
ella, exige que se anuncie y testimonie cada día. Esta es la vocación propia
de la Iglesia en todo tiempo y lugar. Es también la misión de la Iglesia hoy
en Europa. « Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia
de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es
decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar
a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa
Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa ».(77)
¡Iglesia en Europa, te espera la tarea de la « nueva evangelización »!
Recobra el entusiasmo del anuncio. Siente, como dirigida a ti, en este
comienzo del tercer milenio, la súplica que ya resonó en los albores del
primer milenio, cuando, en una visión, un macedonio se le apareció a Pablo
suplicándole: « Pasa por Macedonia y ayúdanos » (Hch 16, 9). Aunque no se
exprese o incluso se reprima, ésta es la invocación más profunda y verdadera
que surge del corazón de los europeos de hoy, sedientos de una esperanza que
no defrauda. A ti se te ha dado esta esperanza como don para que tú la
ofrezcas con gozo en todos los tiempos y latitudes. Por tanto, que el
anuncio de Jesús, que es el Evangelio de la esperanza, sea tu honra y tu
razón de ser. Continúa con renovado ardor el mismo espíritu misionero que, a
lo largo de estos veinte siglos y comenzando desde la predicación de los
apóstoles Pedro y Pablo, ha animado a tantos Santos y Santas, auténticos
evangelizadores del continente europeo.
Primer anuncio y nuevo anuncio
46. En varias partes de Europa se necesita un primer anuncio del Evangelio:
crece el número de las personas no bautizadas, sea por la notable presencia
de emigrantes pertenecientes a otras religiones, sea porque también los
hijos de familias de tradición cristiana no han recibido el Bautismo, unas
veces por la dominación comunista y otras por una indiferencia religiosa
generalizada.(78) De hecho, Europa ha pasado a formar parte de aquellos
lugares tradicionalmente cristianos en los que, además de una nueva
evangelización, se impone en ciertos casos una primera evangelización
La Iglesia no puede eludir el deber de un diagnóstico claro que permita
preparar los remedios oportunos. En el « viejo » Continente existen también
amplios sectores sociales y culturales en los que se necesita una verdadera
y auténtica misión ad gentes.(79)
47. Además, por doquier es necesario un nuevo anuncio incluso a los
bautizados. Muchos europeos contemporáneos creen saber qué es el
cristianismo, pero realmente no lo conocen. Con frecuencia se ignoran ya
hasta los elementos y las nociones fundamentales de la fe. Muchos bautizados
viven como si Cristo no existiera: se repiten los gestos y los signos de la
fe, especialmente en las prácticas de culto, pero no se corresponden con una
acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús. En
muchos, un sentimiento religioso vago y poco comprometido ha suplantado a
las grandes certezas de la fe; se difunden diversas formas de agnosticismo y
ateísmo práctico que contribuyen a agravar la disociación entre fe y vida;
algunos se han dejado contagiar por el espíritu de un humanismo inmanentista
que ha debilitado su fe, llevándoles frecuentemente, por desgracia, a
abandonarla completamente; se observa una especie de interpretación
secularista de la fe cristiana que la socava, relacionada también con una
profunda crisis de la conciencia y la práctica moral cristiana.(80) Los
grandes valores que tanto han inspirado la cultura europea han sido
separados del Evangelio, perdiendo así su alma más profunda y dando lugar a
no pocas desviaciones.
« Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? »
(Lc 18, 8). ¿La encontrará en estas tierras de nuestra Europa de antigua
tradición cristiana? Es una pregunta abierta que indica con lucidez la
profundidad y el dramatismo de uno de los retos más serios que nuestras
Iglesias han de afrontar. Se puede decir – como se ha subrayado en el Sínodo
– que tal desafío consiste frecuentemente no tanto en bautizar a los nuevos
convertidos, sino en guiar a los bautizados a convertirse a Cristo y a su
Evangelio: (81) nuestras comunidades tendrían que preocuparse seriamente por
llevar el Evangelio de la esperanza a los alejados de la fe o que se han
apartado de la práctica cristiana.
Fidelidad al único mensaje
48. Para poder anunciar el Evangelio de la esperanza hace falta una sólida
fidelidad al Evangelio mismo. Por tanto, la predicación de la Iglesia en
todas sus formas, se ha de centrar siempre en la persona de Jesús y debe
conducir cada vez más a Él. Es preciso vigilar que se le presente en su
integridad: no sólo como modelo ético, sino ante todo como el Hijo de Dios,
el Salvador único y necesario para todos, que vive y actúa en su Iglesia.
Para que la esperanza sea verdadera e indestructible, la « predicación
íntegra, clara y renovada de Jesucristo resucitado, de la resurrección y de
la vida eterna » (82) debe ser una prioridad en la acción pastoral de los
próximos años.
Si bien el Evangelio que se ha de anunciar es siempre el mismo, los modos en
que dicho anuncio puede hacerse son diferentes. Por tanto, cada uno está
llamado a « proclamar » a Jesús y la fe en Él en todas las circunstancias; a
« atraer » a otros a la fe, poniendo en práctica formas de vida personal,
familiar, profesional y comunitaria que reflejen el Evangelio; a « irradiar
» en su entorno alegría, amor y esperanza, para que muchos, viendo nuestras
buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16), de
tal modo que sean « contagiados » y conquistados; a ser « fermento » que
transforma y anima desde dentro toda expresión cultural.(83)
Testimonio de vida
49. Europa reclama evangelizadores creíbles, en cuya vida, en comunión con
la cruz y la resurrección de Cristo, resplandezca la belleza del
Evangelio.(84) Estos evangelizadores han de ser formados adecuadamente.(85)
Hoy más que nunca se necesita una conciencia misionera en todo cristiano,
comenzando por los Obispos, presbíteros, diáconos, consagrados, catequistas
y profesores de religión: « Todo bautizado, en cuanto testigo de Cristo, ha
de adquirir la formación apropiada a su situación, para que la fe no sólo no
se agoste por falta de cuidado en un medio tan hostil como es el ambiente
secularista, sino para sostener e impulsar el testimonio evangelizador
».(86)
El hombre contemporáneo « escucha más a gusto a los que dan testimonio que a
los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio
».(87) Por consiguiente, hoy son decisivos los signos de la santidad: ésta
es un requisito previo esencial para una auténtica evangelización capaz de
dar de nuevo esperanza. Hacen falta testimonios fuertes, personales y
comunitarios, de vida nueva en Cristo. En efecto, no basta ofrecer la verdad
y la gracia a través de la proclamación de la Palabra y la celebración de
los Sacramentos; es necesario que sean acogidas y vividas en cada
circunstancia concreta, en el modo de ser de los cristianos y de las
comunidades eclesiales. Éste es uno de los retos más grandes que tiene la
Iglesia en Europa al principio del nuevo milenio.
Formar para una fe madura
50. « La actual situación cultural y religiosa de Europa exige la presencia
de católicos adultos en la fe y de comunidades cristianas misioneras que
testimonien la caridad de Dios a todos los hombres ».(88) El anuncio del
Evangelio de la esperanza comporta, por tanto, que se promueva el paso de
una fe sustentada por costumbres sociales, aunque sean apreciables, a una fe
más personal y madura, iluminada y convencida.
Los cristianos, pues, han de tener una fe que les permita enfrentarse
críticamente con la cultura actual, resistiendo a sus seducciones; incidir
eficazmente en los ámbitos culturales, económicos, sociales y políticos;
manifestar que la comunión entre los miembros de la Iglesia católica y con
los otros cristianos es más fuerte que cualquier vinculación étnica;
transmitir con alegría la fe a las nuevas generaciones; construir una
cultura cristiana capaz de evangelizar la cultura más amplia en que
vivimos.(89)
51. Además de esforzarse para que el ministerio de la Palabra, la
celebración de la liturgia y el ejercicio de la caridad, se orienten a la
edificación y el sustento de una fe madura y personal, es necesario que las
comunidades cristianas se movilicen para proponer una catequesis apropiada a
los diversos itinerarios espirituales de los fieles en las diversas edades y
condiciones de vida, previendo también formas adecuadas de acompañamiento
espiritual y de redescubrimiento del propio Bautismo.(90) En este cometido,
el Catecismo de la Iglesia Católica es obviamente un punto de referencia
fundamental.
En particular, reconociendo su innegable prioridad en la acción pastoral, se
ha de cultivar y, si fuera el caso, relanzar el ministerio de la catequesis
como educación y desarrollo de la fe de cada persona, de modo que crezca y
madure la semilla puesta por el Espíritu Santo y transmitida con el
Bautismo. Remitiéndose constantemente a la Palabra de Dios, custodiada en la
Sagrada Escritura, proclamada en la liturgia e interpretada por la Tradición
de la Iglesia, una catequesis orgánica y sistemática es sin duda alguna un
instrumento esencial y primario para formar a los cristianos en una fe
adulta.(91)
52. A este respecto, se ha de subrayar también el papel importante de la
teología. En efecto, hay una conexión intrínseca e inseparable entre la
evangelización y la reflexión teológica, ya que esta última, como ciencia
con reglas y metodología propias, vive de la fe de la Iglesia y está al
servicio de su misión.(92) Nace de la fe y está llamada a interpretarla,
conservando su vinculación irrenunciable con la comunidad cristiana en todas
sus articulaciones; al estar al servicio del crecimiento espiritual de todos
los fieles,(93) los encamina hacia la comprensión más profunda del mensaje
de Cristo.
En el desempeño de la misión de anunciar el Evangelio de la esperanza, la
Iglesia en Europa aprecia con gratitud la vocación de los teólogos, valora y
promueve su trabajo.(94) A ellos les dirijo, con estima y afecto, una
invitación a perseverar en el servicio que prestan, uniendo siempre
investigación científica y oración, poniéndose en diálogo atento con la
cultura contemporánea, adhiriendo fielmente al Magisterio y colaborando con
él en espíritu de comunión en la verdad y la caridad, respirando el sensus
fidei del Pueblo de Dios y contribuyendo a alimentarlo.
II. Testimoniar en la unidad y en el diálogo
Comunión entre las Iglesias particulares
53. La fuerza del anuncio del Evangelio de la esperanza será más eficaz si
se une al testimonio de una profunda unidad y comunión en la Iglesia. Las
Iglesias particulares no pueden estar solas a la hora de afrontar el reto
que se les presenta. Se necesita una auténtica colaboración entre todas las
Iglesias particulares del Continente, que sea expresión de su comunión
esencial; colaboración exigida también por la nueva realidad europea.(95) En
este contexto se debe situar la contribución de los organismos eclesiales
continentales, comenzando por el Consejo de las Conferencias Episcopales
Europeas. Éste es un instrumento eficaz para buscar juntos vías idóneas para
evangelizar Europa.(96) Mediante el « intercambio de dones » entre las
diversas Iglesias particulares, se ponen en común las experiencias y las
reflexiones de Europa del Oeste y del Este, del Norte y del Sur,
compartiendo orientaciones pastorales comunes; por tanto, representa cada
vez más una expresión significativa del sentimiento colegial entre los
Obispos del Continente, para anunciar juntos, con audacia y fidelidad, el
nombre de Jesucristo, única fuente de esperanza para todos en Europa.
Junto con todos los cristianos
54. Al mismo tiempo, el deber de una fraterna y sincera colaboración
ecuménica es un imperativo irrenunciable.
El destino de la evangelización está estrechamente unido al testimonio de
unidad que den los discípulos de Cristo: « Todos los cristianos están
llamados a cumplir esta misión de acuerdo con su vocación. La tarea de la
evangelización exige que todos los cristianos nos acerquemos unos a otros y
avancemos juntos, con el mismo espíritu; evangelización y unidad,
evangelización y ecumenismo están indisolublemente vinculados entre sí
».(97) Por eso hago mías las palabras escritas por Pablo VI al Patriarca
ecuménico Atenágoras I: « Que el Espíritu Santo nos guíe por el camino de la
reconciliación, para que la unidad de nuestras Iglesias llegue a ser un
signo cada vez más luminoso de esperanza y de consuelo para toda la
humanidad ».(98)
En diálogo con las otras religiones
55. Como en toda la tarea de la « nueva evangelización », para anunciar el
Evangelio de la esperanza es necesario también que se establezca un diálogo
interreligioso profundo e inteligente, en particular con el hebraísmo y el
islamismo. « Entendido como método y medio para un conocimiento y
enriquecimiento recíproco, no está en contraposición con la misión ad
gentes; es más, tiene vínculos especiales con ella y es una de sus
expresiones ».(99) En el ejercicio de este diálogo no se trata de dejarse
llevar por una « mentalidad indiferentista, ampliamente difundida,
desgraciadamente, también entre cristianos, enraizada a menudo en
concepciones teológicas no correctas y marcada por un relativismo religioso
que termina por pensar que “una religión vale la otra” ».(100)
56. Se trata más bien de tomar mayor conciencia de la relación que une a la
Iglesia con el pueblo judío y del papel singular desempeñado por Israel en
la historia de la salvación. Como ya se hizo notar en la I Asamblea Especial
para Europa del Sínodo de los Obispos y se ha reiterado también en este
Sínodo, se han de reconocer las raíces comunes existentes entre el
cristianismo y el pueblo judío, llamado por Dios a una alianza que sigue
siendo irrevocable (cf. Rm 11, 29) (101) y que ha alcanzado su plenitud
definitiva en Cristo.
Es necesario, pues, favorecer el diálogo con el hebraísmo, sabiendo que éste
tiene una importancia fundamental para la conciencia cristiana de sí misma y
para superar las divisiones entre las Iglesias, y esforzarse para que
florezca una nueva primavera en las relaciones recíprocas. Esto comporta que
cada comunidad eclesial debe ejercitarse, en cuanto las circunstancias lo
permitan, en el diálogo y la colaboración con los creyentes de religión
hebrea. Dicho ejercicio implica, entre otras cosas, que « se recuerde la
parte que hayan podido desempeñar los hijos de la Iglesia en el nacimiento y
difusión de una actitud antisemita en la historia, y que pida perdón a Dios
por ello, favoreciendo toda suerte de encuentros de reconciliación y de
amistad con los hijos de Israel ».(102) En este contexto, por lo demás,
habrá que recordar también a los numerosos cristianos que, a veces a costa
de la propia vida, sobre todo en periodos de persecución, han ayudado y
salvado a estos « hermanos mayores » suyos.
57. Se trata tambi��n de sentirse interesados en conocer mejor las otras
religiones, para poder entablarse un coloquio fraterno con las personas que
se adhieren a ellas y viven en la Europa de hoy. En particular, es
importante una correcta relación con el Islam. Esto, como han notado varias
veces en estos años los Obispos europeos, « debe llevarse a cabo con
prudencia, con ideas claras sobre sus posibilidades y límites, y con
confianza en el designio salvífico de Dios con respecto a todos sus hijos
».(103) Es necesario, además, ser conscientes de la notable diferencia entre
la cultura europea, con profundas raíces cristianas, y el pensamiento
musulmán.(104)
A este respecto, hay que preparar adecuadamente a los cristianos que viven
cotidianamente en contacto con musulmanes para que conozcan el Islam de
manera objetiva y sepan confrontarse con él; dicha preparación debe
propiciarse particularmente en los seminaristas, los presbíteros y todos los
agentes de pastoral. Por lo demás, es comprensible que la Iglesia, así como
pide que las Instituciones europeas promuevan la libertad religiosa en
Europa, reitere también que la reciprocidad en la garantía de la libertad
religiosa se observe en Países de tradición religiosa distinta, en los
cuales los cristianos son minoría.(105)
En este sentido, se comprende « la extrañeza y sentimiento de frustración de
los cristianos que acogen, por ejemplo en Europa, a creyentes de otras
religiones y les dan la posibilidad de ejercer su culto, y a ellos se les
prohíbe todo ejercicio del culto cristiano » (106) en los Países donde estos
creyentes mayoritarios han hecho de su religión la única admitida y
promovida. La persona humana tiene derecho a la libertad religiosa y todos,
en cualquier parte del mundo, « deben estar libres de coacción, tanto por
parte de personas particulares como de los grupos sociales y de cualquier
poder humano ».(107)
III. Evangelizar la vida social
Evangelización de la cultura e inculturación del Evangelio
58. El anuncio de Jesucristo tiene que llegar también a la cultura europea
contemporánea. La evangelización de la cultura debe mostrar también que hoy,
en esta Europa, es posible vivir en plenitud el Evangelio como itinerario
que da sentido a la existencia. Para ello, la pastoral ha de asumir la tarea
de imprimir una mentalidad cristiana a la vida ordinaria: en la familia, la
escuela, la comunicación social; en el mundo de la cultura, del trabajo y de
la economía, de la política, del tiempo libre, de la salud y la enfermedad.
Hace falta una serena confrontación crítica con la actual situación cultural
de Europa, evaluando las tendencias emergentes, los hechos y las situaciones
de mayor relieve de nuestro tiempo, a la luz del papel central de Cristo y
de la antropología cristiana.
Hoy, recordando también la fecundidad cultural del cristianismo a lo largo
de la historia de Europa, es preciso mostrar el planteamiento evangélico,
teórico y práctico, de la realidad y del hombre. Además, considerando el
gran impacto de las ciencias y los progresos tecnológicos en la cultura y en
la sociedad de Europa, la Iglesia, con sus instrumentos de profundización
teórica y de iniciativa práctica, está llamada a relacionarse de manera
activa con los conocimientos científicos y sus aplicaciones, indicando la
insuficiencia y el carácter inadecuado de una concepción inspirada en el
cientificismo, que pretende reconocer validez objetiva solamente al saber
experimental, y señalando asimismo los criterios éticos que el hombre lleva
inscritos en su propia naturaleza.(108)
59. En la tarea de evangelización de la cultura interviene el importante
servicio desarrollado por las escuelas católicas. Es necesario esforzarse
para que se reconozca una libertad efectiva de educación e igualdad jurídica
entre las escuelas estatales y no estatales. Éstas últimas son a veces el
único medio para proponer la tradición cristiana a los que se encuentran
alejados de ella. Exhorto a los fieles implicados en el mundo de la escuela
a perseverar en su misión, llevando la luz de Cristo Salvador en sus
actividades educativas específicas, científicas y académicas.(109) Se debe
valorar en particular la contribución de los cristianos dedicados a la
investigación o que enseñan en las Universidades: con su « servicio
intelectual », transmiten a las jóvenes generaciones los valores de un
patrimonio cultural enriquecido por dos milenios de experiencia humanista y
cristiana. Convencido de la importancia de las instituciones académicas,
pido también que en las diversas Iglesias particulares se promueva una
pastoral universitaria apropiada, favoreciendo así una respuesta a las
actuales necesidades culturales.(110)
60. Tampoco puede olvidarse la aportación positiva que supone la valoración
de los bienes culturales de la Iglesia. En efecto, éstos pueden ser un
factor peculiar que ayude a suscitar nuevamente un humanismo de inspiración
cristiana. Con una adecuada conservación y un uso inteligente, pueden ser,
en cuanto testimonio vivo de la fe profesada a lo largo de los siglos, un
instrumento válido para la nueva evangelización y la catequesis, e invitar a
descubrir el sentido del misterio.
Al mismo tiempo, se han de promover nuevas expresiones artísticas de la fe
mediante un diálogo asiduo con quienes se dedican al arte.(111) En efecto,
la Iglesia necesita el arte, la literatura, la música, la pintura, la
escultura y la arquitectura, porque « debe hacer perceptible, más aún,
fascinante en lo posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios
»,(112) y porque la belleza artística, como un reflejo del Espíritu de Dios,
es un criptograma del misterio, una invitación a buscar el rostro de Dios
hecho visible en Jesús de Nazaret.
Educación de los jóvenes en la fe
61. Animo además a la Iglesia en Europa a dedicar una creciente atención a
la educación de los jóvenes en la fe. Al poner la mirada en el porvenir no
podemos dejar de pensar en ellos: hemos de encontrarnos con la mente, el
corazón y el carácter juvenil, para ofrecerles una sólida formación humana y
cristiana.
En toda ocasión en la que participan muchos jóvenes, no es difícil
percatarse de que hay en ellos actitudes diferenciadas. Se constata el deseo
de vivir juntos para salir del aislamiento, la sed más o menos sentida de lo
absoluto; se ve en ellos una fe oculta que debe ser purificada e impulsa a
seguir al Señor; se nota la decisión de continuar el camino ya emprendido y
la exigencia de compartir la fe.
62. Para lograrlo hace falta renovar la pastoral juvenil, articulada por
edades y atenta a las distintas condiciones de niños, adolescentes y
jóvenes. Es necesario además dotarla de mayor organicidad y coherencia,
escuchando pacientemente las preguntas de los jóvenes, para hacerlos
protagonistas de la evangelización y edificación de la sociedad.
En este quehacer hay que promover ocasiones de encuentro entre los jóvenes,
para favorecer un clima de escucha recíproca y oración. No se ha de tener
miedo a ser exigentes con ellos en lo que atañe a su crecimiento espiritual.
Se les debe indicar el camino de la santidad, estimulándolos a tomar
decisiones comprometidas en el seguimiento de Jesús, fortalecidos por una
vida sacramentalmente intensa. De este modo podrán resistir a las
seducciones de una cultura que con frecuencia les propone sólo valores
efímeros e incluso contrarios al Evangelio, y hacer que ellos mismos sean
capaces de manifestar una mentalidad cristiana en todos los ámbitos de la
existencia, incluidos el del ocio y la diversión.(113)
Tengo aún presente ante mis ojos los rostros alegres de muchos jóvenes,
verdadera esperanza de la Iglesia y del mundo, signo elocuente del Espíritu
que no se cansa de suscitar nuevas energías. Los he encontrado tanto en mi
peregrinar por diversos Países como en las inolvidables Jornadas Mundiales
de la Juventud.(114)
Atención a los medios de comunicación social
63. Dada su importancia, la Iglesia en Europa ha de prestar particular
atención al multiforme mundo de los medios de comunicación social. Entre
otras cosas, esto comporta la adecuada formación de los cristianos que
trabajan en ellos y de los usuarios de los mismos, con el fin de alcanzar un
buen dominio de los nuevos lenguajes. Se ha de poner un cuidado especial en
la elección de personas competentes para la comunicación del mensaje a
través de estos medios. Es también muy útil el intercambio de informaciones
y estrategias entre las Iglesias sobre los diversos aspectos y sobre las
iniciativas concernientes este tipo de comunicación. Y no se debe descuidar
la creación de medios de comunicación social locales, incluso en el ámbito
parroquial.
Al mismo tiempo, hay que tratar de introducirse en los procesos de la
comunicación social para hacer que se respete mejor la verdad de la
información y la dignidad de la persona humana. A este propósito, invito a
los católicos a participar en la elaboración de un código deontológico para
todos los que intervienen en el sector de la comunicación social, dejándose
guiar por los criterios que los competentes organismos de la Santa Sede han
indicado recientemente,(115) y que los Obispos en el Sínodo habían
sintetizado así: « Respeto de la dignidad de la persona humana, de sus
derechos, incluido el derecho a la privacidad; servicio a la verdad, a la
justicia y a los valores humanos, culturales y espirituales; respeto por las
diversas culturas, evitando que se diluyan en la masa, tutela de los grupos
minoritarios y de los más débiles; búsqueda del bien común por encima de
intereses particulares o del predominio de criterios exclusivamente
económicos ».(116)
Misión ad gentes
64. Un anuncio de Jesucristo y de su Evangelio que se limitara sólo al
contexto europeo mostraría síntomas de una preocupante falta de esperanza.
La obra de evangelización está animada por verdadera esperanza cristiana
cuando se abre a horizontes universales, que llevan a ofrecer gratis a todos
lo que se ha recibido también como don. La misión ad gentes se convierte así
en expresión de una Iglesia forjada por el Evangelio de la esperanza, que se
renueva y rejuvenece continuamente. Ésta ha sido la convicción de la Iglesia
en Europa a lo largo de los siglos: innumerables grupos de misioneros y
misioneras han anunciado el Evangelio de Jesucristo a las gentes de todo el
mundo, yendo al encuentro de otros pueblos y civilizaciones.
El mismo ardor misionero debe animar a la Iglesia en la Europa de hoy. La
disminución de presbíteros y personas consagradas en ciertos Países no ha de
ser impedimento en ninguna Iglesia particular para que asuma las exigencias
de la Iglesia universal. Cada una encontrará el modo de favorecer la
preparación a la misión ad gentes, para responder así con generosidad al
clamor que se eleva aún en muchos pueblos y naciones deseosas de conocer el
Evangelio. En otros Continentes, particularmente Asia y África, las
Comunidades eclesiales observan todavía a las Iglesias en Europa y esperan
que sigan llevando a cabo su vocación misionera. Los cristianos en Europa no
pueden renunciar a su historia.(117)
El Evangelio: libro para la Europa de hoy y de siempre
65. Al principio del Gran Jubileo del año 2000, al pasar por la Puerta Santa
levanté ante la Iglesia y al mundo el libro de los Evangelios. Este gesto,
realizado por cada Obispo en las diversas catedrales del mundo, debe indicar
el compromiso que la Iglesia tiene hoy y siempre en nuestro Continente.
Iglesia en Europa, ¡entra en el nuevo milenio con el libro de los
Evangelios! Que todos los fieles acojan la exhortación conciliar a « la
lectura asidua de la Escritura para que adquieran la “sublimidad del
conocimiento de Cristo Jesús” (Flp 3, 8), “pues desconocer la Escritura es
desconocer a Cristo” ».(118) Que la Sagrada Biblia siga siendo un tesoro
para la Iglesia y para todo cristiano: en el estudio atento de la Palabra
encontraremos alimento y fuerza para llevar a cabo cada día nuestra misión.
¡Tomemos este Libro en nuestras manos! Recibámoslo del Señor que lo ofrece
continuamente por medio de su Iglesia (cf. Ap 10, 8). Devorémoslo (cf. Ap
10, 9) para que se convierta en vida de nuestra vida. Gustémoslo hasta el
fondo: nos costará, pero nos proporcionará alegría porque es dulce como la
miel (cf. Ap 10, 9-10). Estaremos así rebosantes de esperanza y capaces de
comunicarla a cada hombre y mujer que encontremos en nuestro camino.
CAPÍTULO IV
CELEBRAR EL EVANGELIO
DE LA ESPERANZA
« Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza,
honor, gloria y potencia
por los siglos de los siglos » (Ap 5, 13)
Una comunidad orante
66. Se ha de celebrar el Evangelio de la esperanza, anuncio de la verdad que
nos hace libres (cf. Jn 8, 32). Ante el Cordero del Apocalipsis comienza una
liturgia solemne de alabanza y adoración: « Al que está sentado en el trono
y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los
siglos » (Ap 5, 13). Esta visión, que revela a Dios y el sentido de la
historia, tiene lugar « en el día del Señor » (Ap 1, 10), el día de la
resurrección revivido por la asamblea dominical.
La Iglesia que recibe esta revelación es una comunidad que ora. Orando
escucha a su Señor y lo que el Espíritu le dice: ella adora, alaba, da
gracias e invoca la llegada del Señor, « ¡Ven, Señor Jesús! » (cf. Ap 22,
16-20), afirmando así que sólo de Él espera la salvación.
También a ti, Iglesia de Dios que vives en Europa, se te pide que seas
comunidad que ora, celebrando a tu Señor con los Sacramentos, la liturgia y
toda la existencia. En la oración descubrirás la presencia vivificante del
Señor. Así, enraizando en Él cada una de tus acciones, podrás proponer de
nuevo a los europeos el encuentro con Él mismo, esperanza verdadera y la
única que puede satisfacer plenamente el anhelo de Dios escondido en las
diversas formas de búsqueda religiosa que retoñan en la Europa
contemporánea.
I. Descubrir la liturgia
El sentido religioso en la Europa de hoy
67. No obstante las amplias áreas descristianizadas en el Continente
europeo, hay signos que ayudan a perfilar el rostro de una Iglesia que,
creyendo, anuncia, celebra y sirve a su Señor. En efecto, no faltan ejemplos
de cristianos auténticos, que viven momentos de silencio contemplativo,
participan fielmente en iniciativas espirituales, viven el Evangelio en su
existencia cotidiana y dan testimonio de él en los diversos ámbitos en que
se mueven. Se pueden entrever, además, muestras de una « santidad de pueblo
», que manifiestan cómo en la Europa actual es posible vivir el Evangelio no
sólo en la esfera personal sino también como una auténtica experiencia
comunitaria.
68. Junto con muchos ejemplos de fe genuina, hay también en Europa una
religiosidad vaga y, a veces, desencaminada. Sus manifestaciones son
frecuentemente genéricas y superficiales, en ocasiones incluso contrastantes
en las personas mismas de las que proceden. Hay fenómenos claros de fuga
hacia el espiritualismo, el sincretismo religioso y esotérico, una búsqueda
de acontecimientos extraordinarios a todo coste, hasta llegar a opciones
descarriadas, como la adhesión a sectas peligrosas o a experiencias
pseudoreligiosas.
El deseo difuso de alimento espiritual ha de ser acogido con comprensión y
purificado. Al hombre que se percata, aunque sea confusamente, de no poder
vivir sólo de pan, la Iglesia ha de presentarle de modo convincente la
respuesta de Jesús al tentador: « No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios » (Mt 4, 4).
Una Iglesia que celebra
69. En el contexto de la sociedad actual, cerrada con frecuencia a la
trascendencia, sofocada por comportamientos consumistas, presa fácil de
antiguas y nuevas idolatrías y, al mismo tiempo, sedienta de algo que vaya
más allá de lo inmediato, a la Iglesia en Europa le espera una tarea
laboriosa y apasionante a la vez. Consiste en descubrir el sentido del «
misterio »; en renovar las celebraciones litúrgicas para que sean signos más
elocuentes de la presencia de Cristo, el Señor; en proporcionar nuevos
espacios para el silencio, la oración y la contemplación; en volver a los
Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia, como fuente de
libertad y de nueva esperanza.
Por eso te dirijo a ti, Iglesia que vives en Europa, una invitación
apremiante: sé una Iglesia que ora, alaba a Dios, reconoce su absoluta
supremacía y lo exalta con fe gozosa. Descubre el sentido del misterio:
vívelo con humilde gratitud; da testimonio de él con alegría sincera y
contagiosa. Celebra la salvación de Cristo: acógela como don que te
convierte en sacramento suyo y haz de tu vida un verdadero culto espiritual
agradable a Dios (cf. Rm 12, 1).
Sentido del misterio
70. Algunos síntomas revelan un decaimiento del sentido del misterio en las
celebraciones litúrgicas, que deberían precisamente acercarnos a él. Por
tanto, es urgente que en la Iglesia se reavive el auténtico sentido de la
liturgia. Ésta, como han recordado los Padres sinodales,(119) es instrumento
de santificación, celebración de la fe de la Iglesia y medio de transmisión
de la fe. Con la Sagrada Escritura y las enseñanzas de los Padres de la
Iglesia, es fuente viva de auténtica y sólida espiritualidad. Con ella, como
subraya certeramente también la tradición de las venerables Iglesias de
Oriente, los fieles entran en comunión con la Santísima Trinidad,
experimentando su participación en la naturaleza divina como don de la
gracia. La liturgia se convierte así en anticipación de la bienaventuranza
final y participación de la gloria celestial.
71. En las celebraciones hay que poner como centro a Jesús para dejarnos
iluminar y guiar por Él. En ellas podemos encontrar una de las respuestas
más rotundas que nuestras Comunidades han de dar a una religiosidad ambigua
e inconsistente. La liturgia de la Iglesia no tiene como objeto calmar los
deseos y los temores del hombre, sino escuchar y acoger a Jesús que vive,
honra y alaba al Padre, para alabarlo y honrarlo con Él. Las celebraciones
eclesiales proclaman que nuestra esperanza nos viene de Dios por medio de
Jesús, nuestro Señor.
Se trata de vivir la liturgia como acción de la Trinidad. El Padre es quien
actúa por nosotros en los misterios celebrados; Él es quien nos habla, nos
perdona, nos escucha, nos da su Espíritu; a Él nos dirigimos, lo escuchamos,
alabamos e invocamos. Jesús es quien actúa para nuestra santificación,
haciéndonos partícipes de su misterio. El Espíritu Santo es el que
interviene con su gracia y nos convierte en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.
Se debe vivir la liturgia como anuncio y anticipación de la gloria futura,
término último de nuestra esperanza. Como enseña el Concilio, « en la
liturgia terrena pregustamos y participamos en la Liturgia celeste que se
celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la que nos dirigimos como
peregrinos [...], hasta que se manifieste Él, nuestra Vida, y nosotros nos
manifestamos con Él en la gloria ».(120)
Formación litúrgica
72. Aunque se ha avanzado mucho después del Concilio Ecuménico Vaticano II
en vivir el auténtico sentido de la liturgia, todavía queda mucho por hacer.
Es necesaria una renovación continua y una constante formación de todos:
ordenados, consagrados y laicos.
La verdadera renovación, más que recurrir a actuaciones arbitrarias,
consiste en desarrollar cada vez mejor la conciencia del sentido del
misterio, de modo que las liturgias sean momentos de comunión con el
misterio grande y santo de la Trinidad. Celebrando los actos sagrados como
relación con Dios y acogida de sus dones, como expresión de auténtica vida
espiritual, la Iglesia en Europa podrá alimentar verdaderamente su esperanza
y ofrecerla a quien la ha perdido.
73. Para ello se necesita un gran esfuerzo de formación. Ésta se orienta a
favorecer la comprensión del verdadero sentido de las celebraciones de la
Iglesia y requiere, además, una adecuada instrucción sobre los ritos, una
auténtica espiritualidad y una educación a vivirla en plenitud.(121) Por
tanto, se ha de promover más una autentica « mistagogía litúrgica », con la
participación activa de todos los fieles, cada uno según sus propios
cometidos, en las acciones sagradas, especialmente en la Eucaristía.
II. Celebrar los Sacramentos
74. Se debe dar gran relieve a la celebración de los Sacramentos, como
acciones de Cristo y de la Iglesia orientadas a dar culto a Dios, a la
santificación de los hombres y la edificación de la Comunidad eclesial.
Reconociendo que Cristo mismo actúa en ellos por medio del Espíritu Santo,
los Sacramentos se deben celebrar con el máximo esmero y poniendo las
condiciones apropiadas. Las Iglesias particulares del Continente han de
poner sumo interés en reforzar su pastoral de los Sacramentos, para que se
reconozca su verdad profunda. Los Padres sinodales han destacado esta
exigencia para contrarrestar dos peligros: por un lado, algunos ambientes
eclesiales parecen haber perdido el auténtico sentido del sacramento y
podrían banalizar los misterios celebrados; por otro, muchos bautizados, por
costumbre y tradición, siguen recurriendo a los Sacramentos en momentos
significativos de su existencia, pero sin vivir conforme a las normas de la
Iglesia.(122)
La Eucaristía
75. La Eucaristía, supremo don de Cristo a la Iglesia, hace presente
sacramentalmente el sacrificio de Cristo para nuestra salvación: « La
sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la
Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua ».(123) La Iglesia, en su
peregrinación, acude a ella, « fuente y cima de toda la vida cristiana
»,(124) encontrando la fuente de toda esperanza. En efecto, la Eucaristía «
da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva
esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas
».(125)
Todos estamos invitados a confesar la fe en la Eucaristía, « prenda de la
gloria futura », convencidos de que la comunión con Cristo, vivida ahora
como peregrinos en la existencia terrena, anticipa el encuentro supremo del
día en que « seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es » (1 Jn
3, 2). La Eucaristía es « gustar la eternidad en el tiempo », presencia
divina y comunión con ella; memorial de la Pascua de Cristo, es por
naturaleza portadora de la gracia en la historia humana. Abre al futuro de
Dios; siendo comunión con Cristo, con su cuerpo y su sangre, es
participación en la vida eterna de Dios.(126)
La reconciliación
76. Junto con la Eucaristía, el sacramento de la Reconciliación debe tener
también un papel fundamental en la recuperación de la esperanza: « En
efecto, la experiencia personal del perdón de Dios para cada uno de nosotros
es fundamento esencial de toda esperanza respecto a nuestro futuro ».(127)
Una de las causas del abatimiento que acecha a muchos jóvenes de hoy debe
buscarse en la incapacidad de reconocerse pecadores y dejarse perdonar, una
incapacidad debida frecuentemente a la soledad de quien, viviendo como si
Dios no existiera, no tiene a nadie a quien pedir perdón. El que, por el
contrario, se reconoce pecador y se encomienda a la misericordia del Padre
celestial, experimenta la alegría de una verdadera liberación y puede vivir
sin encerrarse en su propia miseria.(128) Recibe así la gracia de un nuevo
comienzo y encuentra motivos para esperar.
Es necesario, pues, que se revitalice en la Iglesia en Europa el sacramento
de la Reconciliación. Se recuerda, sin embargo, que la forma del Sacramento
es la confesión personal de los pecados seguida de la absolución individual.
Este encuentro entre el penitente y el sacerdote ha de ser favorecido en
cualquiera de las formas previstas por el rito del Sacramento. Ante la
pérdida tan extendida del sentido del pecado y la creciente mentalidad
caracterizada por el relativismo y el subjetivismo en campo moral, es
preciso que en cada comunidad eclesial se imparta una seria formación de las
conciencias.(129) Los Padres Sinodales ha insistido en que se reconozca
claramente la verdad del pecado personal y la necesidad del perdón personal
de Dios mediante el ministerio del sacerdote. Las absoluciones colectivas no
son un modo alternativo de administrar el sacramento de la
Reconciliación.(130)
77. Me dirijo a los sacerdotes, exhortándolos a ofrecer generosamente la
propia disponibilidad para oír las confesiones y a que ellos mismos den
ejemplo, acudiendo con regularidad al sacramento de la Penitencia. Les
recomiendo que procuren estar al día en el campo de la teología moral, de
modo que sepan afrontar con competencia los problemas planteados
recientemente a la moral personal y social. Presten una especial atención,
además, a las condiciones concretas de vida en que se encuentran los fieles
y les ayuden pacientemente a descubrir las exigencias de la ley moral
cristiana, ayudándolos a vivir el Sacramento como un gozoso encuentro con la
misericordia del Padre celestial.(131)
Oración y vida
78. Junto con la celebración Eucarística, hace falta promover también otras
formas de oración comunitaria,(132) ayudando a descubrir la relación entre
ésta y la oración litúrgica. En particular, manteniendo viva la tradición de
la Iglesia latina, se han de promover las diversas manifestaciones del culto
eucarístico fuera de la Misa: adoración personal, exposición y procesión,
que se han de concebir como expresión de fe en la presencia real y
permanente del Señor en el Sacramento del altar.(133) Se ha de educar a ver
una conexión similar con el misterio eucarístico en la celebración, personal
o comunitaria, de la Liturgia de las Horas, cuyo valor para los fieles
laicos ha sido puesto también de relieve por el Concilio Vaticano II.(134)
Se exhorte a las familias a dedicar algún tiempo a la oración en común, de
tal modo que interpreten a la luz del Evangelio toda la vida matrimonial y
familiar. Así, partiendo de quienes se ponen a la escucha de la Palabra de
Dios, se formará una liturgia doméstica que marcará cada momento de la
familia.(135)
Toda forma de oración comunitaria presupone la oración individual. Entre la
persona y Dios se establece un coloquio franco que se expresa en la
alabanza, el agradecimiento, la súplica al Padre por Jesucristo y en el
Espíritu Santo. Nunca se descuide la oración personal, que es como el aire
que respira el cristiano. Y se eduque también a descubrir la relación entre
ésta última y la oración litúrgica.
79. Se ha de dedicar también una atención especial a la piedad popular.(136)
Muy extendida por las diversas regiones de Europa mediante las cofradías,
procesiones y peregrinaciones a numerosos santuarios, enriquece el
itinerario del año litúrgico, inspirando usos y costumbres familiares y
sociales. Todas estas formas deben ser consideradas cuidadosamente mediante
una pastoral de promoción y renovación, que les ayude a desarrollar todo lo
que es expresión auténtica de la sabiduría del Pueblo de Dios. Lo es
ciertamente el Santo Rosario. En este año dedicado al mismo, me complace
recomendar su rezo, porque « el Rosario, comprendido en su pleno
significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una
oportunidad ordinaria y fecunda, espiritual y pedagógica, para la
contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva
evangelización ».(137)
En el campo de la piedad popular hay que vigilar constantemente los aspectos
ambiguos de algunas de sus manifestaciones, preservándolas de desviaciones
secularistas, consumismos desconsiderados o también de riesgos de
superstición, para mantenerlas dentro de formas auténticas y juiciosas. Se
ha de llevar a cabo una pedagogía apropiada, explicando cómo la piedad
popular se ha vivir siempre en armonía con la liturgia de la Iglesia y
vinculada con los Sacramentos.
80. No se debe olvidar que el « culto espiritual agradable a Dios » (cf. Rm
12, 1) se realiza ante todo en la existencia cotidiana, vivida en la caridad
por la entrega libre y generosa de uno mismo incluso en momentos de aparente
impotencia. Así, la vida está animada por una esperanza inquebrantable,
porque sólo se apoya en la certeza del poder de Dios y la victoria de
Cristo: es una vida rebosante de consolaciones de Dios, con las cuales hemos
de consolar, por nuestra parte, a cuantos encontramos en nuestro camino (cf.
2 Co 1, 4).
El día del Señor
81. El día del Señor es un momento paradigmático y sumamente evocador en la
celebración del Evangelio de la esperanza.
En el contexto actual, diversas circunstancias hacen difícil que los
cristianos vivan plenamente el domingo como día del encuentro con el Señor.
No es raro que se reduzca a un simple « fin de semana », a un tiempo de mera
evasión. Hace falta, pues, una acción pastoral articulada en el ámbito
educativo, espiritual y social, que ayude a vivir su sentido genuino.
82. Renuevo, por tanto, la invitación a recuperar el sentido más profundo
del día del Señor,(138) para que sea santificado con la participación en la
Eucaristía y con un descanso lleno de fraternidad y regocijo cristiano. Que
se celebre como centro de todo el culto, preanuncio incesante de la vida sin
fin, que reanima la esperanza y alienta en el camino. Por eso no se ha de
tener miedo a defenderlo contra toda insidia y a esforzarse por
salvaguardarlo en la organización del trabajo, de modo que sea un día para
el hombre y ventajoso para toda la sociedad. En efecto, si se priva al
domingo de su sentido originario y no es posible darle un espacio adecuado
para la oración, el descanso, la comunión y la alegría, puede suceder que «
el hombre quede cerrado en un horizonte tan restringido que no le permite ya
ver el “cielo”. Entonces, aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz
de “hacer fiesta” ».(139) Y sin la dimensión de la fiesta, la esperanza no
encontraría un hogar donde vivir.
CAPÍTULO V
SERVIR AL EVANGELIO
DE LA ESPERANZA
« Conozco tu conducta: tu caridad, tu fe,
tu espíritu de servicio, tu paciencia » (Ap 21, 2)
La vía del amor
83. La palabra que el Espíritu dice a las Iglesias contiene un juicio sobre
su vida. Éste se refiere a hechos y comportamientos. « Conozco tu conducta »
es la introducción que, como un estribillo y con pocas variantes, aparece en
las cartas dirigidas a las siete Iglesias. Cuando las obras resultan
positivas, son fruto de la laboriosidad y la constancia, del saber resistir
las dificultades, la tribulación y la pobreza; lo son también de la
fidelidad en las persecuciones, de la caridad, la fe y el servicio. En este
sentido, pueden ser entendidas como la descripción de una Iglesia que,
además de anunciar y celebrar la salvación que le viene del Señor, la “vive”
en lo concreto.
Para servir al Evangelio de la esperanza, la Iglesia que vive en Europa está
llamada también a seguir el camino del amor. Es un camino que pasa a través
de la caridad evangelizadora, el esfuerzo multiforme en el servicio y la
opción por una generosidad sin pausas ni límites.
I. El servicio de la caridad
En la comunión y en la solidaridad
84. Para todo ser humano, la caridad que se recibe y se da es la experiencia
originaria de la cual nace la esperanza. « El hombre no puede vivir sin
amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada
de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no
lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente ».(140)
El reto para la Iglesia en la Europa de hoy consiste, por tanto, en ayudar
al hombre contemporáneo a experimentar el amor de Dios Padre y de Cristo en
el Espíritu Santo, mediante el testimonio de la caridad, que tiene en sí
misma una intrínseca fuerza evangelizadora.
En esto consiste en definitiva el « Evangelio », la buena noticia para todos
los hombres: « Dios nos ha amado primero » (cf. 1 Jn 4, 10.19); Jesús nos ha
amado hasta el final (cf. Jn 13, 1). Gracias al don del Espíritu, se ofrece
a los creyentes la caridad de Dios, haciéndoles partícipes de su misma
capacidad de amar: la caridad apremia en el corazón de cada discípulo y de
toda la Iglesia (cf. 2 Co 5, 14). Precisamente porque se recibe de Dios, la
caridad se convierte en mandamiento para el hombre (cf. Jn 13, 34).
Vivir en la caridad es, pues, un gozoso anuncio para todos, haciendo visible
el amor de Dios, que no abandona a nadie. En definitiva, significa dar al
hombre desorientado razones verdaderas para seguir esperando.
85. Es vocación de la Iglesia, como « signo creíble, aunque siempre
inadecuado del amor vivido, hacer que los hombres y mujeres se encuentren
con el amor de Dios y de Cristo, que viene a su encuentro ».(141) La
Iglesia, « signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de
todo el género humano »,(142) da testimonio del amor cuando las personas,
las familias y las comunidades viven intensamente el Evangelio de la
caridad. En otras palabras, nuestras comunidades eclesiales están llamadas a
ser verdaderas escuelas prácticas de comunión.
Por su propia naturaleza, el testimonio de la caridad ha de extenderse más
allá de los confines de la comunidad eclesial, para llegar a cada ser
humano, de modo que el amor por todos los hombres fomente auténtica
solidaridad en toda la vida social. Cuando la Iglesia sirve a la caridad,
hace crecer al mismo tiempo la « cultura de la solidaridad », contribuyendo
así a dar nueva vida a los valores universales de la convivencia humana.
En esta perspectiva es menester revalorizar el sentido auténtico del
voluntariado cristiano. Naciendo de la fe y siendo alimentado continuamente
por ella, debe saber conjugar capacidad profesional y amor auténtico,
impulsando a quienes lo practican a « elevar los sentimientos de simple
filantropía a la altura de la caridad de Cristo; a reconquistar cada día,
entre fatigas y cansancios, la conciencia de la dignidad de cada hombre; a
salir al encuentro de las necesidades de las personas iniciando -si es
preciso- nuevos caminos allí donde más urgentes son las necesidades y más
escasas las atenciones y el apoyo ».(143)
II. Servir al hombre en la sociedad
Dar esperanza a los pobres
86. Se pide a toda la Iglesia que dé nueva esperanza a los pobres. Para
ella, acogerlos y servirlos significa acoger y servir a Cristo (cf. Mt 25,
40). El amor preferencial a los pobres es una dimensión necesaria del ser
cristiano y del servicio al Evangelio. Amarlos y mostrarles que son los
predilectos de Dios, significa reconocer que las personas valen por sí
mismas, cualesquiera que sean sus condiciones económicas, culturales o
sociales en que se encuentren, ayudándolas a valorar sus propias
capacidades.
87. Es preciso también dejarse interpelar por el fenómeno del desempleo, que
es una grave plaga social en muchas naciones de Europa. A esto se añaden,
además, los problemas relacionados con los crecientes flujos migratorios. Se
pide a la Iglesia hacer presente que el trabajo es un bien del cual toda la
sociedad debe hacerse cargo.
Reiterando los criterios éticos que han de regir el mercado y la economía,
respetando escrupulosamente el puesto central del hombre, la Iglesia no
dejará de intentar el diálogo con las personas responsables, tanto en el
ámbito político, como sindical y empresarial.(144) Este diálogo debe
orientarse a la edificación de una Europa entendida como comunidad de gentes
y pueblos, comunidad solidaria en la esperanza, no sometida exclusivamente a
las leyes del mercado, sino decididamente preocupada por salvaguardar
también la dignidad del hombre en las relaciones económicas y sociales.
88. Se ha de promover también convenientemente la pastoral de los enfermos.
Teniendo en cuenta que la enfermedad es una situación que plantea cuestiones
esenciales sobre el sentido de la vida, el cuidado de los enfermos ha de ser
una de las prioridades « en una sociedad de la prosperidad y la eficiencia,
en una cultura caracterizada por la idolatría del cuerpo, por la supresión
del sufrimiento y el dolor y por el mito de la eterna juventud ».(145) Para
ello se ha de promover, por un lado, una adecuada presencia pastoral en los
diversos lugares del dolor, por ejemplo, mediante la dedicación de los
capellanes de hospitales, los miembros de asociaciones de voluntariado, las
instituciones sanitarias eclesiásticas, y, por otro, el apoyo a las familias
de los enfermos. Hará falta además estar al lado del personal médico y
auxiliar con medios pastorales adecuados, para apoyarlo en su delicada
vocación al servicio de los enfermos. En efecto, los agentes sanitarios
prestan cada día en su actividad un noble servicio a la vida. A ellos se les
pide que den también a los pacientes una ayuda espiritual especial, que
supone el calor de un autentico contacto humano.
89. Finalmente, no se ha de olvidar que a veces se hace un uso indebido de
los bienes de la tierra. En efecto, al descuidar su misión de cultivar y
cuidar la tierra con sabiduría y amor (cf. Gn 2, 15), el hombre ha devastado
en muchas zonas bosques y llanuras, contaminado las aguas, hecho
irrespirable el aire, alterado los sistemas hidrogeológicos y atmosféricos y
desertificado grandes superficies.
También en este caso, servir al Evangelio de la esperanza quiere decir
empeñarse de un modo nuevo en un correcto uso de los bienes de la
tierra,(146) llamando la atención para que, además de tutelar los ambientes
naturales, se defienda la calidad de la vida de las personas y se prepare a
las generaciones futuras un entorno más conforme con el proyecto del
Creador.
La verdad sobre el matrimonio y la familia
90. La Iglesia en Europa, en todos sus estamentos, ha de proponer con
fidelidad la verdad sobre el matrimonio y la familia.(147) Es una necesidad
que siente de manera apremiante, porque sabe que dicha tarea le compete por
la misión evangelizadora que su Esposo y Señor le ha confiado y que hoy se
plantea con especial urgencia. En efecto, son muchos los factores
culturales, sociales y políticos que contribuyen a provocar una crisis cada
vez más evidente de la familia. Comprometen en buena medida la verdad y
dignidad de la persona humana y ponen en tela de juicio, desvirtuándola, la
idea misma de familia. El valor de la indisolubilidad matrimonial se
tergiversa cada vez más; se reclaman formas de reconocimiento legal de las
convivencias de hecho, equiparándolas al matrimonio legítimo; no faltan
proyectos para aceptar modelos de pareja en los que la diferencia sexual no
se considera esencial.
En este contexto, se pide a la Iglesia que anuncie con renovado vigor lo que
el Evangelio dice sobre el matrimonio y la familia, para comprender su
sentido y su valor en el designio salvador de Dios. En particular, es
preciso reafirmar dichas instituciones como provenientes de la voluntad de
Dios. Hay que descubrir la verdad de la familia como íntima comunión de vida
y amor,(148) abierta a la procreación de nuevas personas, así como su
dignidad de « iglesia doméstica » y su participación en la misión de la
Iglesia y en la vida de la sociedad.
91. Según los Padres sinodales, se ha de reconocer que muchas familias, en
la existencia cotidiana vivida en el amor, son testigos visibles de la
presencia de Jesús, que las acompaña y sustenta con el don de su Espíritu.
Para apoyarlas en este camino, se debe profundizar la teología y la
espiritualidad del matrimonio y de la familia; proclamar con firmeza e
integridad, manifestándolo con ejemplos convincentes, la verdad y la belleza
de la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, entendido
como unión estable y abierta al don de la vida; promover en todas las
comunidades eclesiales una adecuada y orgánica pastoral familiar. Asimismo,
hay que ofrecer con solicitud materna por parte de la Iglesia una ayuda a
los que se encuentran en situaciones difíciles, como por ejemplo, las madres
solteras, personas separadas, divorciadas o hijos abandonados. En todo caso,
conviene suscitar, acompañar y sostener el justo protagonismo de las
familias, individualmente o asociadas, en la Iglesia y en la sociedad, y
esforzarse para que los Estados y la Unión Europea misma promuevan
auténticas y adecuadas políticas familiares.(149)
92. Se ha de prestar una atención particular a que los jóvenes y los novios
reciban una educación al amor, mediante programas específicos de preparación
al sacramento del Matrimonio, que les ayuden a llegar a su celebración
viviendo en castidad. En su labor educativa, la Iglesia mostrará su
solicitud acompañando a los recién casados después de la celebración del
matrimonio.
93. Finalmente, la Iglesia ha de acercarse también, con bondad materna, a
las situaciones matrimoniales en las que fácilmente puede decaer la
esperanza. En particular, « ante tantas familias rotas, la Iglesia no se
siente llamada a expresar un juicio severo e indiferente, sino más bien a
iluminar los diversos dramas humanos con la luz de la palabra de Dios,
acompañada por el testimonio de su misericordia. Con este espíritu, la
pastoral familiar trata de aliviar también las situaciones de los creyentes
que se han divorciado y vuelto a casar civilmente. No están excluidos de la
comunidad; al contrario, están invitados a participar en su vida,
recorriendo un camino de crecimiento en el espíritu de las exigencias
evangélicas. La Iglesia, sin ocultarles la verdad del desorden moral
objetivo en el que se hallan y de las consecuencias que derivan de él para
la práctica sacramental, quiere mostrarles toda su cercanía materna ».(150)
94. Si para servir al Evangelio de la esperanza es necesario prestar una
atención adecuada y prioritaria a la familia, es igualmente indudable que
las familias mismas tienen que realizar una tarea insustituible respecto al
Evangelio de la esperanza. Por eso, con confianza y afecto a todas las
familias cristianas que viven en Europa, les renuevo la invitación: «
¡Familias, sed lo que sois! ». Vosotras sois la representación viva de la
caridad de Dios: en efecto, tenéis la « misión de custodiar, revelar y
comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios
por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa ».(151)
Sois el « santuario de la vida [...]: el ámbito donde la vida, don de Dios,
puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples
ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de
un auténtico crecimiento humano ».(152)
Sois el fundamento de la sociedad, en cuanto lugar primordial de la «
humanización » de la persona y de la convivencia civil,(153) modelo para
instaurar relaciones sociales vividas en el amor y la solidaridad.
¡Sed vosotras mismas testimonio creíble del Evangelio de la esperanza!
Porque sois « gaudium et spes ».(154)
Servir al Evangelio de la vida
95. El envejecimiento y la disminución de la población que se advierte en
muchos Países de Europa es motivo de preocupación; en efecto, la disminución
de los nacimientos es síntoma de escasa serenidad ante el propio futuro;
manifiesta claramente una falta de esperanza y es signo de la « cultura de
la muerte » que invade la sociedad actual.(155)
Junto con la disminución de la natalidad, se han de recordar otros signos
que contribuyen a delinear el eclipse del valor de la vida y a desencadenar
una especie de conspiración contra ella. Entre ellos se ha de mencionar con
tristeza, ante todo, la difusión del aborto, recurriendo incluso a productos
químico-farmacéuticos que permiten efectuarlo sin tener que acudir al médico
y eludir cualquier forma de responsabilidad social; ello es favorecido por
la existencia en muchos Estados del Continente de legislaciones permisivas
de un acto que es siempre un « crimen nefando »(156) y un grave desorden
moral. Tampoco se pueden olvidar los atentados perpetrados por la «
intervención sobre los embriones humanos que, aun buscando fines en sí
mismos legítimos, comportan inevitablemente su destrucción », o mediante el
uso incorrecto de técnicas diagnósticas prenatales puestas al servicio no de
terapias a veces posibles sino « de una mentalidad eugenésica, que acepta el
aborto selectivo ».(157)
Se ha de citar también la tendencia, detectada en algunas partes de Europa,
a creer que se puede permitir poner conscientemente punto final a la propia
vida o a la de otro ser humano: de aquí la difusión de la eutanasia,
encubierta o abiertamente practicada, para la cual no faltan peticiones y
tristes ejemplos de legalización.
96. Ante este estado de cosas, es necesario « servir al Evangelio de la vida
» incluso mediante una « movilización general de las conciencias y un común
esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la
vida ».(158) Éste es un gran reto que se debe afrontar con responsabilidad,
convencidos de que « el futuro de la civilización europea depende en gran
parte de la decidida defensa y promoción de los valores de la vida, núcleo
de su patrimonio cultural »; (159) se trata, pues, de devolver a Europa su
verdadera dignidad, que consiste en ser un lugar donde cada persona ve
afirmada su incomparable dignidad.
Hago mías, pues, estas palabras de los Padres sinodales: « El Sínodo de los
Obispos europeos anima a las comunidades cristianas a ser evangelizadoras de
la vida. Anima a los matrimonios y familias cristianas a ayudarse mutuamente
a ser fieles a su misión de colaboradores de Dios en la procreación y
educación de nuevas criaturas; aprecia todo intento de reaccionar al egoísmo
en el ámbito de la transmisión de la vida, fomentado por falsos modelos de
seguridad y felicidad; pide a los Estados y a la Unión Europea que actúen
políticas clarividentes que promuevan las condiciones concretas de vivienda,
trabajo y servicios sociales, idóneas para favorecer la constitución de la
familia, la realización de la vocación a la maternidad y a la paternidad, y,
además, aseguren a la Europa de hoy el recurso más precioso: los europeos
del mañana ».(160)
Construir una ciudad digna del hombre
97. La caridad diligente nos apremia a anticipar el Reino futuro. Por eso
mismo colabora en la promoción de los auténticos valores que son la base de
una civilización digna del hombre. En efecto, como recuerda el Concilio
Vaticano II, « los cristianos, en su peregrinación hacia la ciudad celeste,
deben buscar y gustar las cosas de arriba; esto no disminuye nada, sino que
más bien aumenta, la importancia de su tarea de trabajar juntamente con
todos los hombres en la edificación de un mundo más humano ».(161) La espera
de los cielos nuevos y de la tierra nueva, en vez de alejarnos de la
historia, intensifica la solicitud por la realidad presente, donde ya ahora
crece una novedad, que es germen y figura del mundo que vendrá.
Animados por estas certezas de fe, esforcémonos en construir una ciudad
digna del hombre. Aunque no sea posible establecer en la historia un orden
social perfecto, sabemos sin embargo que cada esfuerzo sincero por construir
un mundo mejor cuenta con la bendición de Dios, y que cada semilla de
justicia y amor plantado en el tiempo presente florece para la eternidad.
98. La Doctrina Social de la Iglesia tiene una función inspiradora en la
construcción de una ciudad digna del hombre. En efecto, con ella la Iglesia
plantea al Continente europeo la cuestión de la calidad moral de su
civilización. Tiene origen, por una parte, en el encuentro del mensaje
bíblico con la razón y, por otra, con los problemas y las situaciones que
afectan a la vida del hombre y la sociedad. Con el conjunto de los
principios que ofrece, dicha doctrina contribuye a poner bases sólidas para
una convivencia en la justicia, la verdad, la libertad y la solidaridad.
Orientada a defender y promover la dignidad de la persona, fundamento no
sólo de la vida económica y política, sino también de la justicia social y
de la paz, se muestra capaz de dar soporte a los pilares maestros del futuro
del Continente.(162) En esta misma doctrina se encuentran las bases para
poder defender la estructura moral de la libertad, de manera que se proteja
la cultura y la sociedad europea tanto de la utopía totalitaria de una «
justicia sin libertad », como de una « libertad sin verdad », que comporta
un falso concepto de « tolerancia », precursoras ambas de errores y horrores
para la humanidad, como muestra tristemente la historia reciente de Europa
misma.(163)
99. La Doctrina Social de la Iglesia, por su relación intrínseca con la
dignidad de la persona, está formulada para ser entendida también por los
que no pertenecen a la comunidad de los creyentes. Es urgente, pues,
difundir su conocimiento y estudio, superando la ignorancia que se tiene de
ella incluso entre los cristianos. Lo exige la nueva Europa en vías de
construcción, necesitada de personas educadas según estos valores y
dispuestas a trabajar con ahínco en la realización del bien común. Es
necesaria la presencia de laicos cristianos que, en las diversas
responsabilidades de la vida civil, de la economía, la cultura, la salud, la
educación y la política, trabajen para infundir en ellas los valores del
Reino.(164)
Hacia una cultura de la acogida
100. Entre los retos que tiene hoy el servicio al Evangelio de la esperanza
se debe incluir el creciente fenómeno de la inmigración, que llama en causa
la capacidad de la Iglesia para acoger a toda persona, cualquiera que sea su
pueblo o nación de pertenencia. Estimula también a toda la sociedad europea
y sus instituciones a buscar un orden justo y modos de convivencia
respetuosos de todos y de la legalidad, en un proceso de posible
integración.
Teniendo en cuenta el estado de miseria, de subdesarrollo o también de
insuficiente libertad, que por desgracia caracteriza aún a diversos Países y
son algunas de las causas que impulsan a muchos a dejar su propia tierra, es
preciso un compromiso valiente por parte de todos para realizar un orden
económico internacional más justo, capaz de promover el auténtico desarrollo
de todos los pueblos y de todos los Países.
101. Ante el fenómeno de la inmigración, se plantea en Europa la cuestión de
su capacidad para encontrar formas de acogida y hospitalidad inteligentes.
Lo exige la visión « universal » del bien común: hace falta ampliar las
perspectivas hasta abarcar las exigencias de toda la familia humana. El
fenómeno mismo de la globalización reclama apertura y participación, si no
quiere ser origen de exclusión y marginación sino más bien de participación
solidaria de todos en la producción e intercambio de bienes.
Todos han de colaborar en el crecimiento de una cultura madura de la acogida
que, teniendo en cuenta la igual dignidad de cada persona y la obligada
solidaridad con los más débiles, exige que se reconozca a todo migrante los
derechos fundamentales. A las autoridades públicas corresponde la
responsabilidad de ejercer el control de los flujos migratorios considerando
las exigencias del bien común. La acogida debe realizarse siempre respetando
las leyes y, por tanto, armonizarse, cuando fuere necesario, con la firme
represión de los abusos.
102. También es necesario tratar de individuar posibles formas de auténtica
integración de los inmigrados acogidos legítimamente en el tejido social y
cultural de las diversas naciones europeas.
Esto exige que no se ceda a la indiferencia sobre los valores humanos
universales y que se salvaguarde el propio patrimonio cultural de cada
nación. Una convivencia pacífica y un intercambio de la propia riqueza
interior harán posible la edificación de una Europa que sepa ser casa común,
en la que cada uno sea acogido, nadie se vea discriminado y todos sean
tratados, y vivan responsablemente, como miembros de una sola gran familia.
103. Por su parte, la Iglesia está llamada a « continuar su actividad,
creando y mejorando cada vez más sus servicios de acogida y su atención
pastoral con los inmigrados y refugiados »,(165) para que se respeten su
dignidad y libertad, y se favorezca su integración.
En particular, no se debe olvidar una atención pastoral específica a la
integración de los inmigrantes católicos, respetando su cultura y la
peculiaridad de su tradición religiosa. Para ello se han de favorecer
contactos entre las Iglesias de origen de los inmigrados y las que los
acogen, con el fin de estudiar formas de ayuda que pueden prever también la
presencia entre los inmigrados de presbíteros, consagrados y agentes de
pastoral, adecuadamente formados, procedentes de sus países.
El servicio al Evangelio exige, además, que la Iglesia, defendiendo la causa
de los oprimidos y excluidos, pida a las autoridades políticas de los
diversos Estados y a los responsables de las Instituciones europeas que
reconozcan la condición de refugiados a los que huyen del propio país de
origen por estar en peligro su vida, y favorezcan el retorno a su patria; y
que se creen, además, la condiciones necesarias para que se respete la
dignidad de todos los inmigrados y se defiendan sus derechos
fundamentales.(166)
III. ¡Optemos por la caridad!
104. La llamada a vivir la caridad activa, dirigida por los Padres sinodales
a todos los cristianos del Continente europeo,(167) es una síntesis lograda
de un auténtico servicio al Evangelio de la esperanza. Ahora te la propongo
a ti, Iglesia de Cristo que vives en Europa. Que las alegrías y esperanzas,
las tristezas y angustias de los europeos de hoy, sobre todo de los pobres y
de los que sufren, sean tus alegrías y esperanzas, tus tristezas y
angustias, y que nada de lo genuinamente humano deje de tener eco en tu
corazón. Observa a Europa y su rumbo con la simpatía de quien aprecia todo
elemento positivo, pero que, al mismo tiempo, no cierra los ojos ante lo que
es incoherente con el Evangelio y lo denuncia con energía.
105. Iglesia en Europa, acoge cotidianamente con renovado frescor el don de
la caridad que Dios te ofrece y de la que te hace capaz. Aprende el
contenido y la dimensión del amor. Que seas la Iglesia de las
bienaventuranzas, siempre en conformidad con Cristo (cf. Mt 5, 1-12).
Que, libre de obstáculos y dependencias, seas pobre y amiga de los más
pobres, acogedora de cada persona y atenta a toda forma, antigua o nueva, de
pobreza.
Purificada constantemente por la bondad del Padre, reconoce en la actitud de
Jesús, que ha defendido siempre la verdad mostrándose al mismo tiempo
misericordioso con los pecadores, la norma suprema de tu actividad.
En Jesús, en cuyo nacimiento se anunció la paz (cf. Lc 2, 14); en Él, que
con su muerte ha abatido toda enemistad (cf. Ef 2, 14) y nos ha dado la paz
verdadera (cf. Jn 14, 27), hazte artífice de paz, invitando a tus hijos a
que dejen purificar su corazón de cualquier hostilidad, egoísmo y
partidismo, favoreciendo en toda circunstancia el diálogo y el respeto
recíproco.
En Jesús, justicia de Dios, nunca te canses de denunciar toda forma de
injusticia. Viviendo en el mundo con los valores del Reino venidero, serás
Iglesia de la caridad, darás tu contribución indispensable para edificar en
Europa una civilización cada vez más digna del hombre.
CAPÍTULO VI
EL EVANGELIO DE LA ESPERANZA
PARA UNA NUEVA EUROPA
« Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén,
que bajaba del cielo » (Ap 21, 2)
El Resucitado está siempre con nosotros
106. El Evangelio de la esperanza que resuena en el Apocalipsis abre el
corazón a la contemplación de la novedad realizada por Dios: « Luego vi un
cielo nuevo y una tierra nueva – porque el primer cielo y la primera tierra
desaparecieron, y el mar no existe ya » (Ap 21, 1). Dios mismo la proclama
con una palabra que explica la visión apenas descrita: « Mira que hago un
mundo nuevo » (Ap 21, 5).
La novedad de Dios – plenamente comprensible sobre el fondo de las cosas
viejas, llenas de lágrimas, luto, lamentos, preocupación y muerte (cf. Ap
21, 4) – consiste en salir de la condición de pecado y sus consecuencias en
que se encuentra la humanidad; es el nuevo cielo y la nueva tierra, la nueva
Jerusalén, en contraposición a un cielo y una tierra viejos, a un orden de
cosas anticuado y a una Jerusalén decrépita, atormentada por sus
rivalidades.
Para la construcción de la ciudad del hombre no es indiferente la imagen de
la nueva Jerusalén que baja « del cielo, de junto a Dios, engalanada como
una novia ataviada para su esposo » (Ap 21, 2), y que se refiere
directamente al misterio de la Iglesia. Es una imagen que habla de una
realidad escatológica: va más allá de todo lo que el hombre puede hacer; es
un don de Dios que se cumplirá en los últimos tiempos. Pero no es una
utopía: es una realidad ya presente. Lo indica el verbo en presente usado
por Dios –« Mira que hago un mundo nuevo » (Ap 21, 5)–, el cual precisa aun:
« Hecho está » (Ap 21, 6). En efecto, Dios ya está actuando para renovar el
mundo; la Pascua de Jesús es ya la novedad de Dios. Ella hace nacer la
Iglesia, anima su existencia y renueva y transforma la historia.
107. Esta novedad empieza a tomar forma ante todo en la comunidad cristiana,
que ya ahora « es la morada de Dios con los hombres » (Ap 21, 3), en cuyo
seno Dios ya actúa, renovando la vida de los que se someten al soplo del
Espíritu. Para el mundo la Iglesia es signo e instrumento del Reino que se
hace presente ante todo en los corazones. Un reflejo de esta misma novedad
se manifiesta también en cada forma de convivencia humana animada por el
Evangelio. Se trata de una novedad que interpela a la sociedad en cada
momento de la historia y en cada lugar de la tierra, y particularmente a la
sociedad europea, que desde hace tantos siglos escucha el Evangelio del
Reino inaugurado por Jesús.
I. La vocación espiritual de Europa
Europa promotora de los valores universales
108. La historia del Continente europeo se caracteriza por el influjo
vivificante del Evangelio. « Si dirigimos la mirada a los siglos pasados, no
podemos por menos de dar gracias al Señor porque el Cristianismo ha sido en
nuestro Continente un factor primario de unidad entre los pueblos y las
culturas, y de promoción integral del hombre y de sus derechos ».(168)
No se puede dudar de que la fe cristiana es parte, de manera radical y
determinante, de los fundamentos de la cultura europea. En efecto, el
cristianismo ha dado forma a Europa, acuñando en ella algunos valores
fundamentales. La modernidad europea misma, que ha dado al mundo el ideal
democrático y los derechos humanos, toma los propios valores de su herencia
cristiana. Más que como lugar geográfico, se la puede considerar como « un
concepto predominantemente cultural e histórico, que caracteriza una
realidad nacida como Continente gracias también a la fuerza aglutinante del
cristianismo, que ha sabido integrar a pueblos y culturas diferentes, y que
está íntimamente vinculado a toda la cultura europea ».(169)
La Europa de hoy, en cambio, en el momento mismo en que refuerza y amplía su
propia unión económica y política, parece sufrir una profunda crisis de
valores. Aunque dispone de mayores medios, da la impresión de carecer de
impulso para construir un proyecto común y dar nuevamente razones de
esperanza a sus ciudadanos.
El nuevo rostro de Europa
109. En el proceso de transformación que está viviendo, Europa está llamada,
ante todo, a reencontrar su verdadera identidad. En efecto, aunque se haya
formado como una realidad muy diversificada, ha de construir un modelo nuevo
de unidad en la diversidad, comunidad de naciones reconciliada, abierta a
los otros continentes e implicada en el proceso actual de globalización.
Para dar nuevo impulso a la propia historia, tiene que « reconocer y
recuperar con fidelidad creativa los valores fundamentales que el
cristianismo ha contribuido de manera determinante a adquirir y que pueden
sintetizarse en la afirmación de la dignidad trascendente de la persona
humana, del valor de la razón, de la libertad, de la democracia, del Estado
de Derecho y de la distinción entre política y religión ».(170)
110. La Unión Europea sigue ampliándose. En ella están llamados a participar
a corto o largo plazo todos los pueblos que comparten su misma herencia
fundamental. Es de esperar que dicha expansión se haga de manera respetuosa
con todos, valorando sus peculiaridades históricas y culturales, sus
identidades nacionales y la riqueza de las aportaciones que vengan de los
nuevos miembros, poniendo en práctica más consistentemente los principios de
subsidiariedad y solidaridad.(171) En el proceso de integración del
Continente, es de importancia capital tener en cuenta que la unión no tendrá
solidez si queda reducida sólo a la dimensión geográfica y económica, pues
ha de consistir ante todo en una concordia sobre los valores, que se exprese
en el derecho y en la vida.
Promover la solidaridad y la paz en el mundo
111. Decir “Europa” debe querer decir “apertura”. Lo exige su propia
historia, a pesar de no estar exenta de experiencias y signos opuestos: « En
realidad, Europa no es un territorio cerrado o aislado; se ha construido
yendo, más allá de los mares, al encuentro de otros pueblos, otras culturas
y otras civilizaciones ».(172) Por eso debe ser un Continente abierto y
acogedor, que siga realizando en la actual globalización no sólo formas de
cooperación económica, sino también social y cultural.
Hay una exigencia a la cual el Continente debe responder positivamente para
que su rostro sea verdaderamente nuevo: « Europa no puede encerrarse en sí
misma. No puede ni debe desinteresarse del resto del mundo; por el
contrario, debe ser plenamente consciente de que otros países y otros
continentes esperan de ella iniciativas audaces, para ofrecer a los pueblos
más pobres los medios para su desarrollo y su organización social, y para
construir un mundo más justo y más fraterno ».(173) Para realizar
adecuadamente esto será necesario « una reorientación de la cooperación
internacional, con vistas a una nueva cultura de la solidaridad. Pensada
como germen de paz, la cooperación no puede reducirse a la ayuda y a la
asistencia, menos aún buscando las ventajas del rendimiento de los recursos
puestos a disposición. Por el contrario, la cooperación debe expresar un
compromiso concreto y tangible de solidaridad, de modo que convierta a los
pobres en protagonistas de su desarrollo y permita al mayor número posible
de personas fomentar, dentro de las circunstancias económicas y políticas
concretas en las que viven, la creatividad propia del ser humano, de la que
depende también la riqueza de las naciones ».(174)
112. Además, Europa debe convertirse en parte activa en la promoción y
realización de una globalización “en la” solidaridad. A ésta, como una
condición, se debe añadir una especie de globalización “de la” solidaridad y
de sus correspondientes valores de equidad, justicia y libertad, con la
firme convicción de que el mercado tiene que ser « controlado oportunamente
por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la
satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad ».(175)
La Europa que nos ha legado la historia ha experimentado, sobre todo en el
último siglo, la imposición de ideologías totalitarias y de nacionalismos
exasperados que, ofuscando la esperanza de los hombres y los pueblos del
Continente, han alimentado conflictos dentro de las naciones y entre las
naciones mismas, hasta llegar a la tragedia inmensa de las dos guerras
mundiales.(176) Las beligerancias étnicas más recientes, que han
ensangrentado de nuevo el Continente europeo, han mostrado también a todos
lo frágil que es la paz, la necesidad de un compromiso activo por parte de
todos y que sólo puede garantizarse abriendo nuevas perspectivas de
contactos, de perdón y reconciliación entre las personas, los pueblos y las
naciones.
Ante este estado de cosas, Europa, con todos sus habitantes, ha de
comprometerse incansablemente a construir la paz dentro de sus fronteras y
en el mundo entero. A este respeto, se debe recordar, « de una parte, que
las diferencias nacionales han de ser mantenidas y cultivadas como
fundamento de la solidaridad europea y, de otra, que la propia identidad
nacional no se realiza si no es en apertura con los demás pueblos y por la
solidaridad con ellos ».(177)
II. La construcción europea
El papel de las Instituciones europeas
113. En el proceso de diseñar el nuevo rostro del Continente, en muchos
aspectos resulta determinante el papel de las instituciones internacionales,
vinculadas y operativas principalmente en territorio europeo, que han
contribuido a marcar el curso de la historia sin embarcarse en operaciones
de carácter militar. A este propósito deseo mencionar ante todo la
Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, que se ocupa de
mantener la paz y la estabilidad, inclusive a través de la protección y
promoción de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, y se
ocupa también de la cooperación económica y ambiental.
Está luego el Consejo de Europa, del que forman parte los Estados que han
suscrito la Convención Europea para la salvaguardia de los derechos humanos
fundamentales de 1950 y la Carta social de 1961. Anexa a éste se encuentra
el Tribunal europeo de los derechos del hombre. Ambas Instituciones se
proponen, mediante la cooperación política, social, jurídica y cultural, así
como con la promoción de los derechos humanos y la democracia, la
realización de la Europa de la libertad y de la solidaridad. Finalmente, la
Unión Europea, con su Parlamento, el Consejo de Ministros y la Comisión,
propone un modelo de integración que se va perfeccionando con vistas a la
adopción, en su día, de una Constitución fundamental común. Dicho organismo
tiene el objetivo de realizar una mayor unidad política, económica y
monetaria entre los Estados miembros, tanto los actuales como los que
entrarán a formar parte. En su diversidad y desde la identidad específica de
cada una de ellas, las Instituciones europeas mencionadas promueven la
unidad del Continente y, más profundamente aún, están al servicio del
hombre.(178)
114. Junto con los Padres Sinodales, pido a las Instituciones europeas y a
cada uno de los Estados de Europa(179) que reconozcan que un buen
ordenamiento de la sociedad debe basarse en auténticos valores éticos y
civiles, compartidos lo más posible por los ciudadanos, haciendo notar que
dichos valores son patrimonio, en primer lugar, de los diversos cuerpos
sociales. Es importante que las Instituciones y cada uno de los Estados
reconozcan que, entre estos cuerpos sociales, están también las Iglesias,
las Comunidades eclesiales y las demás organizaciones religiosas. Con mayor
razón aún, cuando ya existen antes de la fundación de las naciones europeas,
éstas no se pueden reducir a meras entidades privadas, sino que actúan con
un peso institucional específico que merece ser tomado en seria
consideración. En el desarrollo de sus tareas, las instituciones estatales y
europeas han de actuar conscientes de que sus ordenamientos jurídicos serán
plenamente respetuosos de la democracia en la medida en que prevean formas
de « sana cooperación » (180) con las Iglesias y las organizaciones
religiosas.
A luz de lo que acabo de resaltar, deseo dirigirme una vez más a los
redactores del tratado constitucional europeo para que figure en él una
referencia al patrimonio religioso y, especialmente, cristiano de Europa.
Respetando plenamente el carácter laico de las Instituciones, espero que se
reconozcan, sobre todo, tres elementos complementarios: el derecho de las
Iglesias y de las comunidades religiosas a organizarse libremente, en
conformidad con los propios estatutos y convicciones; el respeto de la
identidad específica de las Confesiones religiosas y la previsión de un
diálogo reglamentado entre la Unión Europea y las Confesiones mismas; el
respeto del estatuto jurídico del que ya gozan las Iglesias y las
instituciones religiosas en virtud de las legislaciones de los Estados
miembros de la Unión.(181)
115. Las Instituciones europeas tienen como objetivo declarado la tutela de
los derechos de la persona humana. Con este cometido contribuyen a construir
la Europa de los valores y del derecho. Los Padres sinodales han interpelado
a los responsables europeos diciendo: « Alzad la voz cuando se violen los
derechos humanos de los individuos, de las minorías y de los pueblos,
comenzando por el derecho a la libertad religiosa; reservad la mayor
atención a todo lo que concierne a la vida humana desde su concepción hasta
la muerte natural, y la familia fundada en el matrimonio: éstas son las
bases sobre las que se apoya la casa común europea; [...] afrontad, según la
justicia y la equidad, y con sentido de gran solidaridad, el fenómeno
creciente de las migraciones, convirtiéndolas en un nuevo recurso para el
futuro europeo; esforzaos para que a los jóvenes se les garantice un futuro
verdaderamente humano con el trabajo, la cultura, la educación en los
valores morales y espirituales ».(182)
La Iglesia para la nueva Europa
116. Europa necesita una dimensión religiosa. Para ser “nueva”, análogamente
a lo se dice de la “ciudad nueva” del Apocalipsis (cf. 21, 2), tiene que
dejarse tocar por la mano de Dios. En efecto, la esperanza de construir un
mundo más justo y más digno del hombre, no puede prescindir de la convicción
de que nada valdrían los esfuerzos humanos si no fueran acompañados por la
ayuda divina, porque « si el Señor no construye la casa, en vano se afanan
los albañiles » (Sal 127[126], 1). Para que Europa pueda edificarse sobre
bases sólidas, necesita apuntalarse sobre los valores auténticos, que tienen
su fundamento en la ley moral universal, inscrita en el corazón de todo
hombre. « Los cristianos no sólo pueden unirse a todos los hombres de buena
voluntad para trabajar en la construcción de este gran proyecto, sino que,
más aún, están invitados a ser su alma, mostrando el verdadero sentido de la
organización de la ciudad terrena ».(183)
La Iglesia católica, una y universal, aunque presente en la multiplicidad de
las Iglesias particulares, puede ofrecer una contribución única a la
edificación de una Europa abierta al mundo. En efecto, en la Iglesia
católica se da un modelo de unidad esencial en la diversidad de las
expresiones culturales, la conciencia de pertenecer a una comunidad
universal que hunde sus raíces, pero no se agota, en las comunidades
locales, el sentido de lo que une, más allá de lo que diferencia.(184)
117. En las relaciones con los poderes públicos, la Iglesia no pide volver a
formas de Estado confesional. Al mismo tiempo, deplora todo tipo de laicismo
ideológico o separación hostil entre las instituciones civiles y las
confesiones religiosas.
Por su parte, en la lógica de una sana colaboración entre comunidad eclesial
y sociedad política, la Iglesia católica está convencida de poder dar una
contribución singular al proyecto de unificación, ofreciendo a las
instituciones europeas, en continuidad con su tradición y en coherencia con
las indicaciones de su doctrina social, la aportación de comunidades
creyentes que tratan de llevar a cabo el compromiso de humanizar la sociedad
a partir del Evangelio, vivido bajo el signo de la esperanza. Con esta
óptica, es necesaria una presencia de cristianos, adecuadamente formados y
competentes, en las diversas instancias e Instituciones europeas, para
contribuir, respetando los procedimientos democráticos correctos y mediante
la confrontación de las propuestas, a delinear una convivencia europea cada
vez más respetuosa de cada hombre y cada mujer y, por tanto, conforme al
bien común.
118. La Europa que se va construyendo como “unión”, impulsa también a los
cristianos hacia la unidad, para ser verdaderos testigos de esperanza. En
este contexto, se debe continuar y desarrollar el intercambio de dones que
en la última década ha tenido significativas manifestaciones. Realizado
entre comunidades con historias y tradiciones diferentes, lleva a estrechar
vínculos más duraderos entre las Iglesias en los diversos países y a su
enriquecimiento mutuo mediante encuentros, confrontaciones y ayudas
recíprocas. En particular, se debe valorar la contribución aportada por la
tradición cultural y espiritual de las Iglesias Católicas Orientales.(185)
Un papel importante para el crecimiento de esta unidad puede ser
desarrollado por los organismos continentales de comunión eclesial, que
esperan tener un mayor desarrollo.(186) Entre éstos se ha de dar un puesto
significativo al Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas, el cual
ha de proveer, en el ámbito del Continente, « a la promoción de una comunión
cada vez más intensa entre las diócesis y las Conferencias Episcopales
Nacionales, al incremento de la colaboración ecuménica entre los cristianos,
a la superación de los obstáculos que constituyen una amenaza para el futuro
de la paz y del progreso de los pueblos, y a la consolidación de la
colegialidad afectiva y efectiva y de la “communio” jerárquica ».(187) Se ha
de reconocer también el servicio de la Comisión de los Episcopados de la
Comunidad Europea que, siguiendo el proceso de consolidación y ampliación de
la Unión Europea, favorece la información mutua y coordina las iniciativas
pastorales de las Iglesias europeas implicadas.
119. La consolidación de la unión en el seno del Continente europeo estimula
a los cristianos a cooperar en el proceso de integración y reconciliación
mediante un diálogo teológico, espiritual, ético y social.(188) En efecto,
en la Europa « que está en camino hacia la unidad política ¿podemos admitir
que precisamente la Iglesia de Cristo sea un factor de desunión y de
discordia? ¿No sería éste uno de los mayores escándalos de nuestro tiempo?
».(189)
Desde el Evangelio un nuevo impulso para Europa
120. Europa necesita un salto cualitativo en la toma de conciencia de su
herencia espiritual. Este impulso sólo puede darlo desde una nueva escucha
del Evangelio de Cristo. Corresponde a todos los cristianos comprometerse en
satisfacer este hambre y sed de vida.
Por eso, « la Iglesia siente el deber de renovar con vigor el mensaje de
esperanza que Dios le ha confiado » y reitera a Europa: « “El Señor, tu
Dios, está en medio de ti como poderoso salvador” (So 3, 17). Su invitación
a la esperanza no se basa en una ideología utópica [...]. Por el contrario,
es el imperecedero mensaje de salvación proclamado por Cristo [...] (cf. Mc
1, 15). Con la autoridad que le viene de su Señor, la Iglesia repite a la
Europa de hoy: Europa del tercer milenio, que “no desfallezcan tus manos”
(So 3, 16), no cedas al desaliento, no te resignes a modos de pensar y vivir
que no tienen futuro, porque no se basan en la sólida certeza de la Palabra
de Dios ».(190)
Renovando esta invitación a la esperanza, también hoy te repito, Europa, que
estás comenzando el tercer milenio, « vuelve a encontrarte. Sé tú misma.
Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces ».(191) A lo largo de los siglos has
recibido el tesoro de la fe cristiana. Ésta fundamenta tu vida social sobre
los principios tomados del Evangelio y su impronta se percibe en el arte, la
literatura, el pensamiento y la cultura de tus naciones. Pero esta herencia
no pertenece solamente al pasado; es un proyecto para el porvenir que se ha
de transmitir a las generaciones futuras, puesto que es el cuño de la vida
de las personas y los pueblos que han forjado juntos el Continente europeo.
121. ¡No temas! El Evangelio no está contra ti, sino en tu favor. Lo
confirma el hecho de que la inspiración cristiana puede transformar la
integración política, cultural y económica en una convivencia en la cual
todos los europeos se sientan en su propia casa y formen una familia de
naciones, en la que otras regiones del mundo pueden inspirarse con provecho.
¡Ten confianza! En el Evangelio, que es Jesús, encontrarás la esperanza
firme y duradera a la que aspiras. Es una esperanza fundada en la victoria
de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Él ha querido que esta victoria
sea para tu salvación y tu gozo.
¡Ten seguridad! ¡El Evangelio de la esperanza no defrauda! En las
vicisitudes de tu historia de ayer y de hoy, es luz que ilumina y orienta tu
camino; es fuerza que te sustenta en las pruebas; es profecía de un mundo
nuevo; es indicación de un nuevo comienzo; es invitación a todos, creyentes
o no, a trazar caminos siempre nuevos que desemboquen en la « Europa del
espíritu », para convertirla en una verdadera « casa común » donde se viva
con alegría.
CONCLUSIÓN
CONSAGRACIÓN A MARÍA
« Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer,
vestida del sol » (Ap 12, 1)
La mujer, el dragón y el niño
122. El proceso histórico de la Iglesia va acompañado por « signos » que
están a la vista de todos, pero que necesitan una interpretación. Entre
ellos, el Apocalipsis pone « una gran señal » aparecida en el cielo, que
habla de la lucha entre la mujer y el dragón.
La mujer vestida de sol que está para dar a luz entre los dolores del parto
(cf. Ap 12, 1-2), puede ser considerada como el Israel de los profetas que
engendra al Mesías « que ha de regir a todas las naciones con cetro de
hierro » (Ap 12, 5; cf. Sal 2, 9). Pero es también la Iglesia, pueblo de la
nueva Alianza, a merced de la persecución y, sin embargo, protegida por
Dios. El dragón es « la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el
seductor del mundo entero » (Ap 12, 9). La lucha es desigual: parece tener
ventaja el dragón, por su arrogancia ante la mujer inerme y dolorida. En
realidad, quien resulta vencedor es el hijo que la mujer da a luz. En esta
contienda hay una certeza: el gran dragón ya ha sido derrotado, « fue
arrojado a la tierra y sus Ángeles fueron arrojados con él » (Ap 12, 9). Lo
han vencido Cristo, Dios hecho hombre, con su muerte y resurrección, y los
mártires « gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que
dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte » (Ap 12, 11). Y, aunque
el dragón continúe su lucha, no hay que temer porque ya ha sido derrotado.
123. Ésta es la certeza que anima a la Iglesia en su camino, mientras en la
mujer y en el dragón reconoce su historia de siempre. La mujer que da a luz
al hijo varón nos recuerda también a la Virgen María, sobre todo en el
momento en que, traspasada por el dolor a los pies de la Cruz, engendra de
nuevo al Hijo como vencedor del príncipe de este mundo. Es confiada a Juan y
éste, a su vez, confiado a Ella (cf. Jn 19, 26- 27), convirtiéndose así en
Madre de la Iglesia. Merced al vínculo especial que une a María con la
Iglesia y a la Iglesia con María, se aclara mejor el misterio de la mujer: «
Pues María, presente en la Iglesia como madre del Redentor, participa
maternalmente en aquella “dura batalla contra el poder de las tinieblas” que
se desarrolla a lo largo de toda la historia humana. Y por esta
identificación suya eclesial con la “mujer vestida de sol” (Ap 12, 1), se
puede afirmar que “la Iglesia en la beatísima Virgen ya llegó a la
perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga” ».(192)
124. Por tanto, toda la Iglesia dirige su mirada a María. Gracias a la gran
multitud de santuarios marianos diseminados por todas las naciones del
Continente, la devoción a María es muy viva y extendida entre los pueblos
europeos.
Iglesia en Europa, continua, pues, contemplando a María y reconoce que ella
está « maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos
problemas que acompañan hoy la vida de los individuos, de las familias y de
las naciones », y que es auxiliadora del « pueblo cristiano en la lucha
incesante entre el bien y el mal, para que “no caiga” o, si cae, “se
levante” ».(193)
Oración a María, Madre de la esperanza
125. En esta contemplación, animada por auténtico amor, María se nos
presenta como figura de la Iglesia que, alentada por la esperanza, reconoce
la acción salvadora y misericordiosa de Dios, a cuya luz comprende el propio
camino y toda la historia. Ella nos ayuda a interpretar también hoy nuestras
vicisitudes bajo la guía de su Hijo Jesús. Criatura nueva plasmada por el
Espíritu Santo, María hace crecer en nosotros la virtud de la esperanza.
A ella, Madre de la esperanza y del consuelo, dirigimos confiadamente
nuestra oración: pongamos en sus manos el futuro de la Iglesia en Europa y
de todas las mujeres y hombres de este Continente:
María, Madre de la esperanza,
¡camina con nosotros!
Enséñanos a proclamar al Dios vivo;
ayúdanos a dar testimonio de Jesús,
el único Salvador;
haznos serviciales con el prójimo,
acogedores de los pobres, artífices de justicia,
constructores apasionados
de un mundo más justo;
intercede por nosotros que actuamos
en la historia
convencidos de que el designio
del Padre se cumplirá.
Aurora de un mundo nuevo,
¡muéstrate Madre de la esperanza
y vela por nosotros!
Vela por la Iglesia en Europa:
que sea trasparencia del Evangelio;
que sea auténtico lugar de comunión;
que viva su misión
de anunciar, celebrar y servir
el Evangelio de la esperanza
para la paz y la alegría de todos.
Reina de la Paz,
¡protege la humanidad del tercer milenio!
Vela por todos los cristianos:
que prosigan confiados por la vía de la unidad,
como fermento
para la concordia del Continente.
Vela por los jóvenes,
esperanza del mañana:
que respondan generosamente
a la llamada de Jesús;
Vela por los responsables de las naciones:
que se empeñen en construir una casa común,
en la que se respeten la dignidad
y los derechos de todos.
María, ¡danos a Jesús!
¡Haz que lo sigamos y amemos!
Él es la esperanza de la Iglesia,
de Europa y de la humanidad.
Él vive con nosotros,
entre nosotros, en su Iglesia.
Contigo decimos
« Ven, Señor Jesús » (Ap 22,20):
Que la esperanza de la gloria
infundida por Él en nuestros corazones
dé frutos de justicia y de paz.
Roma, en San Pedro, 28 de junio de 2003, Vigilia de la Solemnidad de San
Pedro y San Pablo, vigésimo quinto de Pontificado.
JOANNES PAULUS PP. II
(1) Cf. II Asamblea especial para Europa del
Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
(2) Cf. II Asamblea especial para Europa del
Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, nn. 90-91: L'Osservatore
Romano, 6 agosto 1999 - Supl., pp. 17-18.
(3) Bula Incarnationis mysterium (29 noviembre
1998), 3-4: AAS 91 (1999), 132.133.
(4) Cf. Carta ap. Tertio millennio adveniente (10
noviembre 1994), 38: AAS 87 (1995), 30.
(5) Cf. Ángelus, 2: L'Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 5 julio 1996, p. 9.
(6) I Asamblea especial para Europa del Sínodo de
los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 2: Ench. Vat. 13, n.
619.
(7) Ibíd., 3: l.c., n. 621.
(8) Cf. II Asamblea especial para Europa del
Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 3: L'Osservatore Romano, 6
agosto 1999 - Supl., p. 3.
(9) Cf. Homilía durante la misa de clausura de la
II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 1: AAS 92
(2000), 177.
(10) Cf. II Asamblea especial para Europa del
Sínodo de los Obispos, Mensaje a todos los fieles y ciudadano europeos, 2:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 29 octubre 1999, p.
10.
(11) Cf. Homilía durante la misa de clausura de
la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, (23 octubre 1999), 4: AAS
92 (2000), 179.
(12) Ibíd.
(13) Cf. Propositio 1.
(14) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 2: L'Osservatore Romano, 6 agosto
1999 - Supl., pp. 2-3.
(15) Cf. ibíd., nn. 12-13.16-19, l.c., pp. 4-6;
Idem, Relatio ante disceptationem, I: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 8 octubre 1999, pp. 19-20; Idem, Relatio post
disceptationem, II, A: L'Osservatore Romano, 11-12 octubre 1999, p. 10.
(16) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Relatio ante disceptationem, I, 1, 2: L'Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 19.
(17) Cf. Propositio 5a.
(18) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Mensaje final, 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
(19) Cf. Propositio 5a.; Consejo Pontificio de la
Cultura y Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo
portador del agua de la viva. Una reflexión cristiana sobre la "Nueva Era",
Ciudad del Vaticano, 2003.
(20) Cf. Propositio 5a.
(21) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Mensaje final, 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.
(22) Ángelus (25 agosto 1996), 2: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 30 agosto 1996, p. 1; cf. Propositio
9.
(23) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 88: L'Osservatore Romano, 6 agosto
1999 - Supl., p. 17.
(24) Homilía durante la misa de clausura de la II
Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 4: AAS 92
(2000), 179.
(25) Cf. Exhort. ap. postsinodal Christifideles
laici (30 diciembre 1988), 26: AAS 81 (1989), 439.
(26)Cf. Propositio 21.
(27) Ibíd.
(28) Propositio 9.
(29) Ibíd.
(30) Cf. Propositio 4, 1.
(31) Homilía durante la misa de clausura de la II
Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 2: AAS 92
(2000), 178.
(32) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Mensaje final, 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
(33) Cf. Propositio 4, 2.
(34) Cf. Carta enc. Centesimus annus (1 mayo
1991), 47: AAS 83 (1991), 852.
(35) Cf. Propositio 4, 1.
(36) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 30: L'Osservatore Romano, 6 de
agosto de 1999 - Suppl., p. 8.
(37) Cf. Homilía durante la misa de clausura de
la II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 3: AAS
92 (2000), 178; Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus
(6 agosto 2000), 13: AAS 92 (2000), 754.
(38) Cf. Propositio 5.
(39) Carta. enc. Dominum et vivificantem (18 mayo
1986), 7: AAS 78 (1986), 816; Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl.
Dominus Iesus (6 agosto 2000), 16: AAS 92 (2000), 756-757.
(40) Pablo VI, Carta enc. Mysterium fidei (3
septiembre 1965): AAS 57 (1965) 762-763. Cf. S. Congregación de ritos,
Instr. Eucharisticum mysterium (25 mayo 1967), 9: AAS 59 (1967) 547;
Catecismo de la Iglesia Católica, 1374.
(41) Concilio Ecum. Tridentino, Decr. De SS.
Eucharistia, can. 1: DS, 1651; cf. cap. 3: DS, 1641.
(42) Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17 abril
2003), 15: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 18 abril
2003, p. 9.
(43) Cf. San Agustín, In Ioannis Evangelium,
Tractatus VI, cap. I, n. 7: PL 35,1428; San Juan Crisóstomo, Sobre la
traición de Judas, 1, 6: PG 49, 380C.
(44) Cf. Conc. ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum
Concilium, sobre la sagrada liturgia, 7; Const. dogm. Lumen gentium, sobre
la Iglesia, 50; Pablo VI, Carta. enc. Mysterium fidei (3 septiembre 1965):
AAS 57 (1965) 762-763; S. Congregación de ritos, Instr. Eucharisticum
mysterium (25 mayo 1967), 9: AAS 59 (1967) 547; Catecismo de la Iglesia
Católica, 1373-1374.
(45) Motu proprio Spes aedificandi (1 octubre
1999), 1: AAS 92 (2000), 220.
(46) Cf. Discurso al Parlamento polaco, Varsovia
(11 junio 1999), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española,
25-26 junio 1999, p. 6.
(47) Cf. Discurso durante la ceremonia de
despedida en el aeropuerto de Cracovia (10 junio 1997), 4: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 26-27 junio 1997, p. 17.
(48) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Mensaje final, 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 29 octubre 1999, pp. 10-11.
(49) Cf. Propositio 15,1; Catecismo de la Iglesia
Católica, 773; Carta ap. Mulieris dignitatem (15 agosto 1988), 27: AAS 80
(1988), 1718.
(50) Cf. Propositio 15, 1.
(51) Propositio 21.
(52) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Mensaje final, 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 29 octubre 1999, p. 10.
(53) Propositio 9.
(54) Ibíd.
(55) Ibíd.
(56) Cf. Propositio 22.
(57) Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis
(25 marzo 1992), 15: AAS 84 (1992), 679-680.
(58) Cf. ibíd., 29, l.c., 703-705; Propositio 28.
(59) Cf. Código de los Cánones de las Iglesias
Orientales, can. 373.
(60) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 277,1.
(61) Cf. Pablo VI, Carta enc. Sacerdotalis
coelibatus (24 junio 1967), 40: AAS 59 (1967), 673.
(62) Cf. Propositio 18.
(63) Cf. ibíd.
(64) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Mensaje final, 4: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.
(65) Cf. Conc. ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 29.
(66) Cf. Propositio 19.
(67) Cf. ibíd.
(68) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III: L'Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 24.
(69) Cf. Propositio 17.
(70) Cf. ibíd.
(71) Al Congreso europeo sobre las vocaciones
sacerdotales y religiosas (Roma, 9 mayo 1997), 1.3: L'Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española, 16 mayo 1997, p. 2.
(72) Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici
(30 diciembre 1988), 7: AAS 81 (1989), 404.
(73) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 82: L'Osservatore Romano, 6 agosto
1999, p. 16.
(74) Cf. Propositio 29.
(75) Cf. Propositio 30.
(76) Cf. ibíd.
(77) Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8
diciembre 1975), 14: AAS 68 (1976), 13.
(78) Cf. Propositio 3b.
(79) Cf. Carta enc. Redemptoris missio (7
diciembre 1990), 37: AAS 83 (1991), 282-286.
(80) Cf. II Asamblea especial para Europa del
Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, I, 2: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 19.
(81) Cf. Propositio 3a.
(82) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 1: L'Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.
(83) Cf. II Asamblea especial para Europa del
Sínodo de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 53: L'Osservatore Romano, 6
de agosto de 1999 - Supl., p. 12.
(84) Cf. Propositio 4, 1.
(85) Cf. Propositio 26, 1.
(86) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 1: L'Osservatore Romano,
ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.
(87) Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8
diciembre 1975), 41: AAS 68 (1976), 31.
(88) Propositio 8, 1.
(89) Cf. Propositio 8, 2.
(90) Cf. Propositio 8,1a-b; Propositio 6.
(91) Cf. Exhort. ap. Catechesi tradendae (16
octubre 1979), 21; AAS 71 (1979), 1294-1295.
(92) Cf. Propositio 24.
(93) Cf. Propositio 8,1c.
(94) Cf. Propositio 24.
(95) Cf. Propositio 22.
(96) Cf. Discurso a los Presidentes de las
Conferencias Episcopales Europeas (16 abril 1993), 1: AAS 86 (1994), 227.
(97) Discurso en la celebración ecuménica en la
Catedral de Paderborn (22 junio 1996), 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española, 28 junio 1996, p. 9.
(98) Carta del 13 de enero de 1970: Tomos agapis,
Roma- Estanbul 1971, pp. 610-611; cf. Carta enc. Ut unum sint (25 mayo
1995), 99: AAS 87 (1995), 980.
(99)Carta enc. Redemptoris missio (7 diciembre
1990), 55: AAS 83 (1991), 302.
(100) Ibíd., 36, l.c., 281.
(101) Declaración final (13 diciembre 1991), 8:
Ench. Vat., 13, nn. 653-655; II Asamblea especial para Europa del Sínodo de
los Obispos, Instrumentum laboris, 62: L'Oss. Rom., 6 agosto 1999 - Suppl.,
p. 13; Propositio 10.
(102) Propositio 10; cf. Comisión para las
Relaciones religiosas con el hebraísmo, Nosotros recordamos: una reflexión
sobre la Shoah, 16 marzo 1998, Ench. Vat. 17, 520-550.
(103) I Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 9: Ench. Vat., 13, n.
656.
(104) Cf. Propositio 11.
(105) Cf. ibíd.
(106) Discurso al Cuerpo Diplomático (12 enero
1985), 3: AAS 77 (1985), 650
(107) Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis
humanae, sobre la libertad religiosa, 2.
(108) Cf. Propositio 23.
(109) Cf. Propositio 25; Propositio 26, 2.
(110) Cf. Propositio 26, 3.
(111) Cf. Propositio 27.
(112) Carta a los artistas (4 abril 1999), 12:
AAS 91 (1999), 1168.
(113) Cf. Propositio 7b-c.
(114) Cf. Homilía durante la Vigilia de oración
celebrada en Tor Vergata, en la XV Jornada Mundial de la Juventud (19 agosto
2000), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 25 agosto
2000, p. 12.
(115) Cf. Consejo Pontificio para las
Comunicaciones Sociales, Ética en las comunicaciones sociales, Ciudad del
Vaticano, 4 junio 2000.
(116) Propositio 13.
(117) Cf. Propositio 12.
(118) Conc. ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei
Verbum, sobre la divina revelación, 25.
(119) Cf. Propositio 14.
(120) Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 8.
(121) Cf. Propositio 14; II Asamblea especial
para Europa del Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 2:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.
(122) Cf. Propositio 14, 2a.
(123) Conc. ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum
Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.
(124) Conc. ecum. Vat. II, Const. Dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 11.
(125) Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17
abril 2003), 20: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 18
abril 2003, p. 9.
(126) Cf. Catequesis en la Audiencia general (25
octubre 2000), 2: Insegnamenti XXIII/2 (2000), 697.
(127) Propositio 16.
(128) Cf. II Asamblea especial para Europa del
Sínodo de los Obispos, Relatio ante disceptationem, III, 2: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 8 octubre 1999, p. 23.
(129) Cf. Propositio 16.
(130) Cf. Motu proprio Misericordia Dei (7 abril
2002), 4: AAS 94 (2002), 456-457.
(131) Cf. Propositio 16; Carta a los Sacerdotes
para el Jueves Santo de 2002 (17 marzo 2002), 4: AAS 94 (2002), 435-436.
(132) Cf. Propositio 14c.
(133) Cf. ibíd.
(134) Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 100.
(135) Cf. Propositio 14c; Propositio 20.
(136) Cf. Propositio 20.
(137) Carta ap. Rosarium Virginis Mariae (10
octubre 2002), 3: AAS 95 (2003), 7.
(138) Propositio 14.
(139) Carta ap. Dies Domini (31 mayo 1998), 4:
AAS 90 (1998), 716.
(140) Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo
1979), 10: AAS 71 (1979), 274.
(141) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 72: L'Osservatore Romano, 6 de
agosto de 1999 - Supl., pp. 15.
(142) Conc. ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen
gentium, sobre la Iglesia, 1.
(143) Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo
1995), 90: AAS 87 (1995), 503.
(144) Cf. Propositio 33.
(145) Propositio 35.
(146) Cf. Propositio 36.
(147) Cf. Propositio 31.
(148) Cf. Conc. ecum. Vat. II, Const. past.
Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 48.
(149) Cf. Propositio 31.
(150) Discurso en el tercer encuentro mundial de
las Familias con ocasión de su Jubileo (14 octubre 2000), 6: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 20 octubre 2000, p. 6.
(151) Exhort. ap. Familiaris consortio, sobre la
misión de la familia en el mundo actual (22 noviembre 1981), 17: AAS 74
(1982), 99-100.
(152) Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991),
39: AAS 83 (1991), 842.
(153) Cf. Exhort. ap. postsinodal Christifideles
laici (30 diciembre 1988), 40: AAS 81 (1989), 469.
(154) Cf. Discurso en el Primer Encuentro Mundial
con las Familias (8 octubre 1994), 7: AAS 87 (1995), 587.
(155) Cf. Propositio 32.
(156) Conc. ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 51.
(157) Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo
1995), 63: AAS 87 (1995), 473.
(158) Ibíd., 95, l.c., 509.
(159) Discurso al nuevo Embajador de Noruega ante
la Santa Sede (25 marzo 1995): Insegnamenti XVIII/1 (1995), 857.
(160) Propositio 32.
(161) Const. past. Gaudium et spes, sobre la
Iglesia en el mundo actual, 57.
(162) Cf. Propositio 28; I Asamblea especial para
Europa del Sínodo de los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 2:
Ench. Vat. 10, nn. 659-669.
(163) Cf. Propositio 23.
(164) Cf. Propositio 28.
(165) Propositio 34.
(166) Cf. Congregación para los Obispos, Instr.
Nemo est (22 agosto 1969), 16: AAS 61 (1969), 621-622; Código de Derecho
Canónico, can. 294 y 518; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales,
can. 280 § 1.
(167) Cf. II Asamblea especial para Europa del
Sínodo de los Obispos, Mensaje final, 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.
(168) Homilía durante la misa de clausura de la
II Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos (23 octubre 1999), 5: AAS 92
(2000), 179.
(169) Propositio 39.
(170) Ibíd.
(171) Cf. ibíd.; Propositio 28.
(172) Carta a los participantes en la Asamblea
Plenaria del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa (16 octubre
2000), 7: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 27 octubre
2000, p. 2.
(173) Ibíd.
(174) Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
del año 2000 (8 diciembre 1999), 17: AAS 92 (2000), 367-368.
(175) Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991),
35: AAS 83 (1991), 837.
(176)Cf. Propositio 39.
(177) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Instrumentum laboris, n. 85: L'Osservatore Romano, 6 de
agosto de 1999 - Supl., pp. 17; cf. Propositio 39.
(178) Cf. Discurso a la Oficina de la Presidencia
del Parlamento Europeo (5 abril 1979): Insegnamenti, II/1 (1979), 796-799.
(179) Cf. Propositio 37.
(180) Conc. ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 76.
(181) Cf. Discurso al Cuerpo diplomático ante la
Santa Sede (13 enero 2003), 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 17 enero 2003, p. 3.
(182) II Asamblea especial para Europa del Sínodo
de los Obispos, Mensaje final, 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 29 octubre 1999, p. 11.
(183) Carta a los participantes en la Asamblea
Plenaria del Consejo de las Conferencias episcopales de Europa (16 octubre
2000), 4: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 27 octubre
2000, p. 2.
(184) Cf. I Asamblea especial para Europa del
Sínodo de los Obispos, Declaración final (13 diciembre 1991), 10: Ench. Vat.
13, n. 669.
(185) Cf. Propositio 22.
(186) Cf. ibíd.
(187) Discurso a los Presidentes de las
Conferencias Episcopales Europeas (16 abril 1993), 5: AAS 86 (1994), 229.
(188) Cf. Propositio 39d.
(189) Homilía durante la celebración ecuménica
con ocasión del Sínodo para Europa (7 diciembre 1991), 6: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 13 diciembre 1991, p. 18.
(190) Homilía durante la apertura de la II
Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos (1 octubre 1999), 3:
AAS 92 (2000), 174-175.
(191) Discurso a las Autoridades europeas y los
Presidentes de las Conferencias episcopales de Europa (Santiago de
Compostela, 9 noviembre 1982), 4: AAS 75 (1983), 330.
(192) Carta enc. Redemptoris Mater (25 marzo
1987), 47: AAS 79 (1987), 426.
(193) ibíd., 52: l.c., 432; cf. Propositio 40.