Eutanasia y progreso moral
Escribe José Ramón Recuero, abogado del Estado en el Tribunal Supremo y autor del libro La Eutanasia en la encrucijada (ed. Biblioteca Nueva)
¿Es buena la eutanasia? ¿Supone un progreso? Lo primero que hay que hacer para poder hablar de este tema es identificar a qué nos referimos, hablando claro, llamando a las cosas por su nombre. Eutanasia es una palabra griega que literalmente significa buena muert e , y ¿quién no desea morir bien? Hace ya veinte siglos, el emperador Augusto la imploraba a los dioses. Tenía poder total sobre vidas y muertes, pero había algo que no dominaba: su propia muerte. Por eso rogaba a los dioses una muerte natural y sin sufrimiento, la eutanasia, decía él.
Pero aquí nace la confusión: hoy eutanasia no significa muerte natural; al contrario, en la actualidad eutanasia alude a una muerte provocada y significa matar. Ya sea mediante un homicidio eutanásico, con el que una persona mata intencionadamente a otra por compasión (como está sucediendo en Holanda, país donde una ley regula la eliminación de la vida de los pacientes a cargo de los médicos), ya por el método más expeditivo del suicidio asistido, en el que se coopera con el suicida dándole lo necesario para que se mate (como se hace organizadamente en Suiza por asociaciones como Dignitas o Exit, y como ha sucedido con Ramón Sampedro); en todo caso, hoy eutanasia quiere decir disponer de una vida humana, eliminarla.
Se admite que es una vida que no merece seguir y se adelanta el cuándo de la muerte, se mata a un ser humano. Esto, ¿es bueno? ¿Es un progreso de la Humanidad?
No, de ningún modo. ¿Cómo va a ser un progreso legalizar el homicidio o la cooperación al suicidio? Al contrario, permitir que un hombre disponga de la vida de otro hombre es volver a la época primitiva en la que la vida no tiene valor, pues aún no se ha desarrollado la racionalidad y prima el bestialismo, en la que el hombre es una cosa en manos del jefe tribal.
Precisamente, el progreso ha permitido que toda vida humana se valore como un bien del que los demás y la sociedad no pueden disponer a su antojo. Por eso condenamos el homicidio y la esclavitud. Por eso se ha suprimido el duelo, en el que, por cierto, el que iba a morir también aceptaba su muerte, como en la eutanasia. Por esa razón nos parece mal la inducción al suicidio, como era el sati , práctica hindú en la que se inducía a la viuda a quemarse con su marido difunto.
Por eso, en fin, ya no hay pena de muerte, el Estado no puede matar a un terrorista que ha cometido atroces crímenes contra inocentes… ¿Y nos planteamos ahora que un particular lleve a cabo por su cuenta la ejecución de un inocente? ¿Qué es esto? ¿Aún no sabemos que matar está mal, y está mal aunque el que muere quiera morir?
Parece que nunca aprendemos las lecciones de la Historia. Como dijo Tito Livio, la Historia da lecciones de toda clase, tanto de lo imitable como de lo que debe evitarse. Y repetidamente nos ha enseñado dónde acaba una sociedad en la que el hombre, irracionalmente, abandona a Dios y se instala en su puesto, haciéndose señor y dador de vida y de muerte. Basta recordar las dictaduras comunistas y fascistas. Y nos ha enseñado también cómo puede progresar un pueblo que apela a las leyes de la naturaleza y al Dios de esa naturaleza, como apelaron los independentistas norteamericanos.
La gran diferencia positiva que tiene la constitución romana –escribe Polibio alabando la república que civilizó e hizo progresar el mundo– es, a mi juicio, la de las convicciones religiosas. Yo creo que ha sostenido a Roma una cosa que, entre los demás pueblos, ha sido objeto de mofa: me refiero a la religión. Eso dijo Polibio mucho antes de Cristo. No es extraño, por tanto, que, frente al irracionalismo, la Iglesia católica defienda la vida humana. Lo ha hecho en Evangelium vitae, carta encíclica de Juan Pablo II, en la que, entendiendo por eutanasia una acción u omisión que, por su naturaleza y en la intención, cause la muerte con el fin de eliminar cualquier dolor, el Papa dice lo siguiente: «C o nfirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana».
Viola la Ley de Dios y el sentido común. Ya señaló Empédocles, el que estableció la democracia en Agrigento, algo tan elemental como que no hay que matar lo que tiene vida, que No matar es ley para todos los que habitan la inconmensurable tierra. Empédocles, Aristóteles, A ugusto, Tito Livio, Polibio… Quizá en este tiempo postmoderno resulta que la religión es también la mayor abanderada del progreso y la civilización.
José Ramón Recuero (A&O 437)