LA EUCARISTÍA, ESCÁNDALO DE AMOR QUE NOS SOBREPASA
Juan Pablo II: Homilía en la misa en la Cena del Señor del Jueves
Santo - 2001
1. «In supremae nocte Cenae / recumbens cum fratribus... - La noche de la
última Cena, / sentado en la mesa con los hermanos…,/ con sus propias manos/
se dio a sí mismo en comida a los doce».
Con estas palabras, el sugerente himno del «Pange lingua» presenta la Última
Cena, en la que Jesús nos dejó el admirable sacramento de su Cuerpo y de su
Sangre. Las lecturas que acaban de proclamar, ilustran su sentido profundo.
Componen casi un tríptico: presentan la institución de la Eucaristía, su
prefiguración en el Cordero pascual, su traducción existencial en el amor y
en el servicio fraterno.
Los cristianos, «profecía del mundo nuevo»
Ha sido el apóstol Pablo, en la primera Carta a los Corintios, quien nos ha
recordado lo que hizo Jesús «en la noche en que iba a ser entregado». A la
narración del hecho histórico, Pablo añadió su proprio comentario: «cada vez
que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta
que venga» (1 Corintios 11, 26). El mensaje del apóstol es claro: la
comunidad que celebra la Cena del Señor actualiza la Pascua. La Eucaristía
no es la simple memoria de un rito pasado, sino la viva representación del
gesto supremo del Salvador. Esta experiencia tiene que llevar a la comunidad
cristiana a convertirse en profecía del mundo nuevo, inaugurado por la
Pascua. Al contemplar en la tarde de hoy el misterio de amor que nos vuelve
a proponer la Última Cena, también nosotros tenemos que permanecer en
conmovida y silenciosa adoración.
El «escándalo» de la Eucaristía
2. «Verbum caro, / panem verum verbo carnem efficit... El Verbo encarnado /
con su palabra transforma / el pan en su carne…».
¡Es el prodigio que nosotros, los sacerdotes, tocamos todos los días con
nuestras manos en la santa Misa! La Iglesia sigue repitiendo las palabras de
Jesús y sabe que está comprometida a hacerlo hasta el fin del mundo. En
virtud de esas palabras se realiza un admirable cambio: permanecen las
especies eucarísticas, pero el pan y el vino se convierten, según la feliz
expresión del Concilio de Trento «verdadera, real y substancialmente» en el
Cuerpo y la Sangre del Señor.
La mente se siente perdida ante un misterio tan sublime. Tantos
interrogantes se asoman al corazón del creyente que, sin embargo, encuentra
paz en la palabra de Cristo. «Et si sensus deficit / ad firmandum cor
sincerum sola fides sufficit – Si los sentidos desfallecen / la fe es
suficiente para un corazón sincero». Apoyados por esta fe, por esta luz que
ilumina nuestros pasos también en la noche de la duda y de la dificultad,
podemos proclamar: «Tantum ergo Sacramentum / veneremur cernui – A un
Sacramento tan grande / venerémoslo postrados».
Nuevo Cordero
3. La institución de la Eucaristía se remonta así al rito pascual de la
primera Alianza, que se nos describe en la página del Éxodo acaba de
proclamarse: en ella se habla del cordero «sin defecto, macho, de un año»
(Éxodo 12, 5) cuyo sacrificio liberaría al pueblo del exterminio: «La sangre
será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré
de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora» (12,
13).
El himno de santo Tomás comenta: «Et antiquum documentum / novo cedat ritui
– abra paso la antigua Ley / al Sacrificio nuevo». Por ello, justamente, los
textos bíblicos de la Liturgia de esta tarde orientan nuestra mirada hacia
el nuevo Cordero, que con la sangre derramada libremente en la cruz ha
establecido una nueva y definitiva Alianza. La Eucaristía es presencia
sacramental de la carne inmolada y de la sangre derramada del nuevo Cordero.
En ella se ofrecen a toda la humanidad la salvación y el amor. ¿Cómo es
posible no quedar fascinados por este Misterio? Hagamos nuestras las
palabras de santo Tomás de Aquino: «Praestet fides supplementum sensuum
defectui – Que supla la fe a los defectos de los sentidos». ¡Sí, la fe nos
lleva al estupor y a la adoración!
El lavatorio de los pies
4. Al llegar a este punto, nuestra mirada se dirige al tercer elemento del
tríptico que compone la liturgia de hoy. Se lo debemos a la narración del
evangelista Juan, quien nos presenta la imagen desconcertante del lavatorio
de los pies. Con este gesto, Jesús recuerda a sus discípulos de todos los
tiempos que la Eucaristía exige que sea testimoniada en el servicio de amor
a los hermanos. Hemos escuchado las palabras del Maestro divino: «Pues si
yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis
lavaros los pies unos a otros» (Juan 13, 14). Es un nuevo estilo de vida que
deriva del gesto de Jesús: «Os he dado ejemplo, para que también vosotros
hagáis como yo he hecho con vosotros» (Juan 13, 15).
El lavatorio de los pies se presenta como un acto paradigmático, que tiene
su clave de lectura y su explicación plena en la muerte en cruz y en la
resurrección de Cristo. En este acto de servicio humilde, la fe de la
Iglesia ve el fin natural de toda celebración eucarística. La auténtica
participación en la Misa no puede dejar de generar amor fraterno, ya sea en
cada creyente, ya sea en toda la comunidad eclesial.
5. «Los amó hasta el extremo» (Juan 13, 1). La Eucaristía constituye el
signo perenne del amor de Dios, amor que sostiene nuestro camino hacia la
plena comunión con el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu. Es un amor
que supera la capacidad del corazón del hombre. Al detenernos esta noche a
adorar el Santísimo Sacramento y al meditar en el misterio de la Última
Cena, nos sentimos sumergidos en el océano de amor que mana del corazón de
Dios. Hagamos nuestro con espíritu agradecido el himno de acción de gracias
del pueblo de los redimidos: «Genitori Genitoque / laus et iubilatio... –
¡Al Padre y al Hijo / alabanza y júbilo / salud, potencia, benedición/ y al
que procede de los dos / que se dé igual gloria y honor!».
Amén.