Santoral del mes de setiembre
SETIEMBRE
3: SAN GREGORIO MAGNO, papa y Doctor de la
Iglesia 590-604
8: LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.
8: SAN PEDRO CLAVER, 1580-1654
13: SAN JUAN CRISÓSTOMO, Arzobispo de Constantinopla y Doctor de la Iglesia, 350-407
15: NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
16: SAN CIPRIANO, obispo y mártir, 200 - 258.
16: SAN CORNELIO, Papa y mártir + 253
17: SAN ROBERTO BELARMINO, obispo de Capua y cardenal; Doctor de la Iglesia, 1542-1621
18: SAN JUAN MACÍAS, hermano dominico
19: SAN JENARO, obispo de Nápoles, mártir, 300
20: SAN ANDRÉS KIM, SAN PABLO CHONG Y COMPAÑEROS, mártires de Corea
21: SAN MATEO, apóstol y evangelista
24: SAN GERARDO
SAGREDO DE HUNGRÍA
26: SANTOS COSME Y DAMIÁN, mártires ¿380?
28: SAN WENCESLAO, duque de Bohemia, mártir 907-929
30: : SAN JERÓNIMO, Doctor de la Iglesia, 342-420
3: SAN GREGORIO MAGNO, papa y Doctor de la Iglesia 590-604
Gregorio resultó un Papa providencial en una de las más difíciles épocas de la Iglesia, a fines del reino político de los romanos, cuyo resquebrajamiento parecía también la ruina general del mundo occidental.
Los ejércitos bárbaros y las tropas bizantinas, invadieron Italia y saquearon el campo y las ciudades. El mismo Gregorio, nacido en Roma en 540, debe haber sufrido de niño los horrores de los Sitios de la capital, con el pillaje, el hambre y el relajamiento general.
El joven, cuyo padre era gobernador romano, estaba también destinado a participar en el gobierno, tan difícil de aquellos tiempos. Con gran capacidad logró restablecer el orden en Roma, cuando fue nombrado alcalde, a los 30 años.
Nutría su inteligencia con los escritos de los grandes doctores de la Iglesia occidental: san Agustín, san Ambrosio y san Jerónimo. El mismo llegaría a ser el cuarto representante más notable de la teología de aquella época.
A los 35 años empezó a dedicarse al servicio de Dios. En su propia casa del monte Celio, fundó un convento en honor de san Andrés, al estilo de la vida de san Benito, y se sometió a la comunidad como sencillo fraile. Por su capacidad y honradez, ya entonces tan conocida, el Papa Pelagio II lo envió, en 579, como nuncio apostólico a la corte del emperador de Constantinopla. Su misión era pedir ayuda militar en favor de Italia y mitigar las tensiones con la Iglesia oriental. Al regresar, después de 6 años, sin haber logrado gran cosa, fue elegido abad de san Andrés.
A la muerte del Papa, el clero y el pueblo lo eligieron sumo Pontífice el 3 de septiembre de 590. Su pontificado sólo duró 13 años, Pero fue grande en varios aspectos. Dentro de la Iglesia de Roma promovió la gloria de Dios a través de normas litúrgicas de mucha importancia. La santa Misa se enriqueció con cantos, himnos y antífonas, con un nuevo calendario festivo y con las solemnes procesiones según la costumbre del rito local. San Gregorio le dio mucha importancia a la homilía diaria sobre el Evangelio.
Como verdadero pastor, se interesó también en aliviar la miseria del pueblo. Mandó revisar el patrimonio de san Pedro, es decir las finanzas pontificias. Ordenó comprar grano de Sicilia y Egipto para los indigentes, concedió préstamos sin intereses a los campesinos y erogó fuertes sumas para rescatar a sus compatriotas presos por los lombardos. También los muros de Roma fueron reforzados contra nuevos asaltos de los bárbaros.
Brilló como un gran papa misionero, pues logró llevar la fe a Inglaterra al enviar al abad Agustín con 40 frailes benedictinos, a la isla, todavía pagana. Más tarde fueron los benedictinos de Inglaterra los que convirtieron a Holanda y a Alemania y formaron la esencia de la cultura cristiana europea.
A pesar de todo este celo, respetaba san Gregorio las otras religiones. En cierta ocasión, al enterarse de que se había usado la violencia en contra de los judíos de Cerdeña, ordenó devolver la sinagoga tomada a los judíos, y respetar su libertad religiosa. Hay muchos rasgos de este papado que recuerda el Concilio Vaticano II.
La cruz de su pontificado fue doble: por una parte la arrogancia del patriarca Juan el Abstemio de Constantinopla, que se llamó "patriarca universal", mientras que Gregorio, el verdadero pastor universal utilizó el humilde título: "Siervo de los siervos de Dios". Por otro lado, padeció las continuas agresiones del ejército lombardo bajo el rey Aguilulfo. Finalmente, la católica esposa del rey logró la conversión de los lombardos del arrianismo a la fe católica y una paz estable con el Papa.
Se conservan más de 800 cartas y varios importantes libros pastorales de san Gregorio, quien se manifestó grande, no sólo en sus actividades, sino también en el sufrimiento continuo de una artritis que sobrellevó durante largos años con suma paciencia.
Murió el 12 de marzo de 604.
ORACIÓN COLECTA
Señor Dios, que cuidas de tu pueblo con ternura y lo gobiernas con amor; por intercesión del papa San Gregorio, concede tu espíritu de Sabiduría a quienes has encomendado el gobierno de la Iglesia, a fin de que no se pierda ninguna oveja de las confiadas a su cuidado. Por nuestro Señor Jesucristo,... Amén.
"Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa". Pablo VI, "Evangelii Nuntiandi", n. 14.
8: LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.
La Iglesia nos invita hoy a celebrar el nacimiento de la Virgen María, con estas palabras: "Celebremos con júbilo el nacimiento de la santísima Virgen María, de la cual nació Cristo, nuestro Dios y salvador". No hay, en efecto, mejor manera de festejar a María que prosternarse ante su Hijo. Y la razón de ello es que el Hijo de María, sin dejar de ser verdadero hombre, es a la vez, el Hijo del eterno Padre, y por tanto, Dios de Dios, luz de luz.
Los que no contemplan así al Hijo de María, no pueden captar los tesoros de gracia y de amor que se encierran en esta fiesta mariana. Desgraciadamente, en nuestros días algunos cristianos han perdido la fe en la divinidad de Cristo y, precisamente por eso, no pueden alcanzar a comprender la altísima gracia que para el mundo significa el nacimiento de María, que para ellos es una mujer buena, pero no la más santa de entre todos los santos. No habría razón, según ellos, para que el Espíritu Santo, por boca de Isabel, la hubiera saludado, diciéndole: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1 , 42).
Es muy justo, por tanto, que los cristianos auténticos nos alegremos por el nacimiento de Cristo, el fruto bendito de María; por eso mismo, esa alegría se proyecta hasta el nacimiento de aquélla que le dio la naturaleza humana, para que, como perfecto mediador, nos salvara de nuestros pecados y nos colmara de gracia y felicidad.
Hermosamente nos dice otro texto litúrgico del día de hoy:
"Cuando nació la Virgen sacratísima, se llenó de luz el mundo; pues María es de una estirpe bienaventurada, una raíz santa, y bendito es su fruto".
En efecto, el nacimiento de María anuncia al mundo la dicha de la llegada del redentor de todos y cada uno de nosotros. Pues así como el sol no sólo ilumina toda la tierra, sino también a cada uno de sus moradores, así la luz de la redención se anticipa a iluminar a la Virgen, que nació para hacer reverberar sobre el mundo las bendiciones de su redención anticipada, en cuanto "madre del redentor" e intercesora y medianera de todas las gracias.
Con estos sencillos pensamientos canta la liturgia de hoy el nacimiento de la santísima Virgen: "Tu natividad, Virgen, Madre de Dios, ha anunciado la alegría a todo el universo: pues de ti ha nacido el sol de la justicia, Cristo nuestro Dios, quien, cancelando la maldición, nos ha inundado con bendiciones y, venciendo a la muerte, nos ha regalado la vida eterna".
¡Qué atmósfera tan sobrenatural de paz y de luz, de gracia y bendición, envuelve esta gloriosa festividad del nacimiento de María. Realmente ella es para los hijos e hijas de Adán, la aurora de nuestra redención y de nuestra elevación al plano sobrenatural. La alegría se desbor-da en el alma cristiana que vislumbra, a través de la fe, la gloria del Señor en el nacimiento de la Virgen y los beneficios innumerables que recibimos sin cesar de la Virgen Madre de Dios.
Cantemos pues con la Iglesia: Celebremos con alegría la natividad de la bienaventurada Virgen María, para que ella interceda por nosotros ante Jesucristo, el Señor.
ORACIÓN COLECTA
Al celebrar hoy el nacimiento de la Virgen María, Madre de todos, nuestro Redentor, concédenos, Dios misericordioso, el don de tu alegría y de tu paz. Por nuestro Señor Jesucristo,... Amén.
"En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser". Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia, n. 103.
8: SAN PEDRO CLAVER, 1580-1654
Durante la conferencia de Puebla (1979), los obispos elegidos por sus compañeros de todos los países de América Latina, hicieron una declaración colectiva de culpas de omisión en la historia de la Iglesia de América Latina.
En esta acusación, lamentaron no haber tratado con espíritu fraternal a los esclavos negros, arrastrados por negociantes como bestias humanas a muchos países del continente.
A principios del siglo XVII, el joven español Pedro Claver, estudiante de teología y novicio de la Compañía de Jesús, rogó a sus superiores de Tarragona, que le permitieran dedicar su vida al apostolado entre los esclavos negros.
En 1610 llegó a Cartagena (Colombia) y allí permaneció hasta su ordenación, a los 36 años, ayudando al cuidado espiritual de los hombres, mujeres y niños negros, que eran comprados para los trabajos más humildes y difíciles en los ranchos y minas de la provincia.
Ya sacerdote, confirmó su entrega a Dios con estas palabras: "Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre". Este voto solemne encierra un heroísmo increíble, ya que tuvo que luchar contra la incomprensión de los seglares y de los clérigos.
Era, en verdad, una opción por los seres más pobres. Primeramente, Pedro Claver obtuvo de las autoridades que" lo dejaran visitar todo barco que llegara a Cartagena con esclavos. Allí mismo atendía a los enfermos y moribundos, porque siempre había negros que, por las condiciones infrahumanas del viaje, morían antes de llegar a tierra.
En los campamentos, donde eran encerrados los que habían sobrevivido, Pedro Claver visitaba a los negros, prodigándoles todo su cariño y toda clase de ayuda espiritual y material. No era fácil vencer la desconfianza de aquéllos que, hasta ese momento, habían recibido un trato bestial por parte de los cristianos y seguían inclinados hacia sus vicios atávicos: la embriaguez, los bailes sensuales y los cultos idolátricos.
Tanto en el convento de los jesuitas en Cartagena, como durante sus fatigosos viajes a las colonias de negros en el interior del país, Pedro Claver ofrecía continuamente a Dios, en reparación de los crímenes de sus connacionales, muy rigurosas penitencias: como flagelaciones y ayunos voluntarios hasta sufrir de hambre y sed. Al ver que alguno castigaba a los negros con el látigo, él se interponía para rescatar al hermano negro de la ira de su dueño.
Las pruebas más difíciles durante sus 40 años de apostolado en favor de los negros, eran sus continuas visitas a las cárceles y al hospital de San Lázaro, donde se encontraba a los pobres negros contagiados de lepra. Muchos negros no católicos, se convirtieron en estos lugares por la increíble caridad del padre Claver, el cual, ya anciano, era conducido en una silla portátil.
El esclavo de los negros" se había consagrado también, desde el principio de su vida religiosa como "el esclavo de María". Celebraba con especial devoción las fiestas de la Virgen en compañía de sus hermanos.
Precisamente en una fiesta de la Virgen, el 8 de septiembre de 1654, fue llamado a la gloria celestial, cuya luz había hecho adivinar a tantos hermanos pobres en este valle de lágrimas.
Fue canonizado, junto con su maestro, Alonso Rodríguez, el 15 de enero de 1888, por Su Santidad el papa León XIII. El mismo Papa lo declaró "patrono de las misiones entre los negros".
ORACIÓN COLECTA
Oh Dios, que, con el fin de llevar el conocimiento de tu nombre a los negros reducidos a esclavitud, concediste a San Pedro Claver admirable amor y ejemplar paciencia para ayudarlos; concédenos, por su intercesión que, buscando a Jesucristo, amemos a nuestros prójimos con la obras y en verdad. Por nuestro Señor Jesucristo… Amén
"Pedro Claver es el modelo del hombre consagrado por completo al servicio de un propósito evangélico: dar a los esclavos la libertad de Cristo. No poseemos escritos del santo que nos permitan esbozar una teoría de su acción, pero ésta es lo suficientemente elocuente para mostrarnos por sí misma las raíces profundamente espirituales en que se nutrió. Quien por aquellas épocas se entregara a un apostolado semejante, tenía ante todo que enfrentarse a una mentalidad ambiente que veía en la trata de esclavos un factor indispensable para la economía colonial.
El esclavo era un objeto. Sin embargo, la visión de fe de Pedro Claver le hacia ver en aquella masa maltratada, despreciada y enferma, la presencia y las exigencias del alma inmortal, redimida por Cristo .. . La predicación y la obra liberadora de san Pedro Claver se sitúan en el más alto nivel de la autenticidad cristiana. Para la Iglesia de América Latina, el ejemplo de Pedro Claver, como el de tantos otros santos que están en el origen de su historia cristiana, constituye un motivo más para comprobar la verdad de las palabras de Juan Pablo II en Puebla, cuando pidió la reafirmación inequívoca de la fe de la Iglesia: 'La fe que ha informado vuestra historia y ha plasmado lo mejor de los valores de vuestros pueblos' (Discurso inaugural, 1, 5). Por ello, la consideración de la vida de los santos conserva una vigencia inagotable: la de aquellos hombres en quienes el ideal evangélico se encarnó de manera eminente, y quienes con su acción y su enseñanza nos orientan en momentos de cuestionamiento o de incertidumbre...
La celebración del cuarto centenario del nacimiento de san Pedro Claver, nos coloca ante la obra estupenda de un hombre que, en los treinta y ocho años de su vida sacerdotal, catequizó y bautizó a trescientos mil esclavos, se inclinó sobre todas las formas de la miseria y del dolor, y con su vida sacrificada, contribuyó poderosamente a perfeccionar la unidad de la familia humana y del pueblo de Dios, conforme a las palabra del Apóstol: 'A todos nosotros…, esclavos o libres, nos bautizaron con el único Espíritu para formar un solo cuerpo' (1 Cor 12, 13).
En nuestra época de libertades aparentes y de servidumbres reales, pero época también de renovación y de reafirmación de la fe cristiana, el mensaje de san Pedro Claver nos trae un nuevo aliento de optimismo, de esperanza y de amor ..."Mensaje de la Conferencia Episcopal Latinoamericana, en el IV centenario del nacimiento de san Pedro Claver.
13: SAN JUAN CRISÓSTOMO, Arzobispo de Constantinopla y Doctor de la Iglesia, 350-407
El cristianismo primitivo encontró a sus seguidores en las grandes ciudades más que en el campo. Pasó tanto tiempo antes de que los campesinos se convirtieran, que los conceptos de "campesino" y "pagano" quedaron íntimamente ligados. Los hombres cultivados de las grandes ciudades se pusieron más pronto al lado de la nueva religión. Juan Crisóstomo era un habitante de la gran ciudad antigua de Antioquía de Siria. Después de un largo tiempo de preparación, fue bautizado a los años de edad.
Pasó varios años viviendo como ermitaño entregado a toda clase de austeridades, al sur de Antioquía.
En 381, el obispo Melecio lo ordenó de diácono y en 386, el obispo Flaviano lo ordenó de sacerdote. Durante 12 años, de 386 hasta 398, se dirigió desde el púlpito con fuerza extraordinaria a las almas de sus oyentes. No fue orador de pláticas bonitas; fue más bien un hombre que decía verdades amargas al mundano pueblo sirio.
Sus demandas sonaban muy duras en los oídos de los ciudadanos débiles. Después de su muerte, le pusieron el sobrenombre de "Crisóstomo", es decir, "boca de oro".
En la cúspide de su tarea, Crisóstomo les fue arrebatado a sus compatriotas. El emperador Arcadio le otorgó la sede patriarcal en la ciudad de Constantinopla. Crisóstomo esquivó lo más que pudo el ceremonial de la corte. Ordenó los asuntos clericales de la arquidiócesis, con-dujo nuevamente al clero a sus deberes, fundó nuevas comunidades Cristianas en el campo y se ocupó de la instrucción religiosa de los soldados. Sus ingresos los repartía en su totalidad entre los pobres, para los cuales fundó también hospitales.
El pueblo veía en él al monje ascético y pobre y lo quería como a un padre. El ambiente de la corte se enfriaba cada vez más. La emperatriz Eudoxia lo persiguió, porque se sintió afecta-da por las críticas del valiente obispo contra la vanidad y las costumbres paganas.
El año 403 se reunió en Calcedonia un conciliábulo, que, con Pruebas falsas y bajo presión destituyó al patriarca.
Un inocente fue desterrado, pero sus perseguidores no se conformaron con eso. La misma Eudoxia, asustada por un temblor de tierra y desmoralizada por la amenazadora posición del pueblo, insistió en su regreso. Crisóstomo regresó con gran júbilo de la gente y se dedicó nuevamente a sus tareas, como si no hubiera ocurrido nada. Perdonó a sus enemigos, pero no disminuyó sus exigencias evangélicas. Al año siguiente, Eudoxia se encolerizó nuevamente contra él; por segunda vez fue destituido de su cargo y, para poder deshacerse definitivamente del amonestador, se le ordenó al débil emperador desterrarlo hasta la frontera más incomunicada y casi desértica del imperio, es decir a la aldea de Cucuso, en Armenia.
Desde allá, el anciano fue deportado más tarde a un lugar aún más abandonado, a orillas del mar negro.
En el viaje, el prisionero se desplomó por agotamiento. Pidió un hábito limpio y blanco y recibió. el 14 de septiembre del 407, la comunión como viático. Murió con las palabras que siempre pronunció durante su vida con devoción: "Dios sea alabado por todo". San Juan Crisóstomo fue uno de los padres griegos más devotos del santísimo Sacramento.
ORACIÓN COLECTA
Señor Dios, fortaleza de los que en ti confían, tú que quisiste que el obispo san Juan Crisóstomo brillara por su admirable elocuencia y por su gran fortaleza, en medio de los sufrimientos, haz que su sabiduría nos ilumine y que el ejemplo de su invencible constancia nos fortalezca. Por nuestro Señor Jesucristo, . . . Amén.
"Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una telaraña. Si no me hubiera retenido el amor que os tengo, no hubiera esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión digo: 'Señor, hágase tu voluntad.. no lo que quiere éste o aquél, sino lo que tu. quieres que haga' ". San Juan Crisóstomo, Homilía antes de partir para el destierro, 1-3: PG 52, 427430.
15: NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES
El misterio del dolor, ¿quién lo podrá comprender María, junto a la cruz de su hijo amado, es la personificación del dolor.
Quienes han perdido el sentido de Dios, se rebelan contra la vida llena de tantos sufrimientos que parecen absurdos. ¿Por que sufrirnos tanto, exclaman, si no hemos hecho nada para merecerlo?.
María sufrió intensamente al pie de la cruz, junto a su Hijo; cada uno de los clavos le des-garraba su corazón de madre.
La Iglesia, al contemplar a María adolorida al pie de la cruz, exclama: Tú, Madre, fuente de amor, hazme sentir la fuerza del dolor. para que te acompañe en tu pena.
María, la Virgen Madre de Dios, es fuente de amor, purísimo y santo, desinteresado y sublime; y por eso sufre hasta lo más hondo de su ser. Nos ha amado tanto a nosotros, sus hijos pecadores, que hace suyos todos nuestros dolores, como Cristo en la cruz hace suyos todos nuestros pecados.
Jesús no cometió jamás ningún pecado, pero quiso tomar sobre sí los pecados de toda la humanidad, de todos y cada uno de nosotros. Cristo expía en la cruz todos nuestros pecados. María, su madre inmaculada, expía también todos nuestros pecados, porque el Señor quiso asociarla en su obra redentora y por tanto a su dolor.
Todos los hombres somos solidarios los unos de los otros; nuestro bien es el bien de todos y nuestro mal repercute en todos. Lo demuestra Jesucristo en su pasión, sufriendo por todos los hombres; lo indica María, su madre, asociándose al dolor de su hijo.
Nuestro sutil egoísmo se opone a esta ley providencial de solidaridad; por eso urge que nos acerquemos a esta Madre del dolor, fuente de amor sin egoísmo, para captar el verdadero misterio del dolor. Por eso cuando la Iglesia le pide que nos haga sentir la fuerza del dolor, para asociarnos a su pena, añade: Haz que mi corazón arda en amor de Cristo Dios...
Esto es lo que necesitamos todos: mucho fervor para amar a Cristo, como lo amó ella; hon-do amor para penetrar hasta su divino corazón; inmenso amor para hacer nuestras sus penas, como ella hizo suyos los dolores de Cristo y los nuestros.
Pero ante todo, hay que contemplar a Cristo como Dios. Si no lo miramos así, jamás podremos comprender el misterio y la realidad del dolor que desgarra a la existencia humana.
El hombre rehúye el dolor y es amigo del placer. Cristo, hombre y Dios, hizo frente al dolor: Tomó la cruz sobre sí y declaró que nadie podía ser su discípulo, a menos que cargara su propia cruz y lo siguiera con total abnegación (Mt 16, 24).
El hombre, buscador insaciable de placer, se corrompe inexorablemente. Cristo con su ab-negación, con su cruz, con su infinito amor, nos redime de la corrupción. No condena lo humano, pero sí condena todo aquello que hace degenerar a los humanos y los precipita en la perdición.
¿Qué puede hacer el hombre de nuestros días, por fuera tan celoso de su modernidad, y por dentro tan lleno de temores y angustias? Que acuda a la Madre de la misericordia y del amor: a María, que por los profundos dolores que sufrió, es siempre la Madre de la bondad Y de la gracia, que estará siempre dispuesta a acogernos maternalmente con misericordia, para librarnos de los peligros y llevarnos hasta el corazón amoroso de su Hijo.
ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que quisiste que la Madre de tu Hijo compartiera con él, de pie junto a la cruz, sus sufrimientos, haz que todos nosotros, asociados con la Virgen a la pasión de Cristo, participemos también en la gloría de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo,... Amén.
"Ser peregrino comporta siempre una cuota inevitable de inseguridad y riesgo. Ella se acrecienta por la conciencia de nuestra debilidad y nuestro pecado. Es parte del diario morir en Cristo. La fe nos permite asumirlo con esperanza pascual. Los últimos diez años han sido violentos en nuestro continente. Pero caminamos seguros de que el Señor sabrá convertir el dolor, la sangre y la muerte que en el camino de la historia van dejando nuestros pueblos y nuestra Iglesia, en semillas de resurrección para América Latina. Nos reconforta el Espíritu y la Madre fiel, siempre presentes en la marcha del pueblo de Dios". Documento de Puebla, n. 266.
16: SAN CIPRIANO, obispo y mártir, 200 - 258.
Cipriano, hijo de una rica familia pagana, estaba destinado por Dios para convertirse en director del joven cristianismo africano. Era profesor y orador de fama y hombre con cargos y méritos, cuando Dios le envió al anciano sacerdote Cecilio, quien le enseñó el camino espiritual del Evangelio y de la cruz. Cipriano abandonó la creencia en los dioses de sus antepasados; dejó su noble carrera, regaló toda su fortuna a los pobres y fue bautizado a los cuarenta y seis años.
Se retiró a la soledad para leer la Sagrada Escritura, para rezar y meditar. Volvió a Cartago dos años después, como sacerdote y, con la elocuencia apasionada propia de su naturaleza, se convirtió en evangelizador de su patria.
Según la costumbre de aquel tiempo, fue elegido obispo por aclamación del pueblo. De nada le sirvió huir; los sacerdotes y pastores de la Iglesia africana, conscientes de su propia limitación, pusieron el báculo pastoral en sus manos.
Poco después, estalló repentinamente la persecución bajo el emperador Decio. Con el alma desgarrada tuvo que presenciar cómo ciento de cristianos, sin ser acusados, por miedo y cobardía, ofrecieron incienso a los dioses estatales.
El mismo Cipriano tuvo que ocultarse y gobernó su diócesis desde su escondite, por medio de cartas pastorales. Después de su regreso a la ciudad, dirigió, con su acostumbrado vigor a los fieles en contra de los apóstatas.
Junto con todos los obispos del África del norte, San Cipriano, se oponía a reconocer la validez del bautismo de los herejes, como lo hacía la Iglesia de Roma: incluso llegó a sostener una controversia con el papa Esteban I a causa de esta cuestión.
Más tarde, moderó su reglamento de penitencia y su actitud en contra de los herejes.
La Iglesia de África disfrutó de cinco años de paz, al cabo de los cuales se encontraba sólidamente unida alrededor de su pastor. Pero después, no les fue difícil a las autoridades municipales arrestar a Cipriano, cuando llegaron las órdenes persecutorias de Valeriano.
Durante esta persecución, los que anteriormente habían renegado o vacilado en su fe, eran ahora los primeros que ofrecían su cabeza a la espada del verdugo.
Era lógico que también Cipriano tuviera que morir. Pocos días después del martirio del papa Sixto y del archidiácono Lorenzo, se formuló contra él la acusación de "alta traición". Cipriano rehusó la oportunidad de escapar y tranquilamente permitió que lo condujeran ante el procónsul Galerio, el 13 de septiembre de 258.
Los cristianos fueron testigos del breve interrogatorio que concluyó con la sentencia de muerte. Con un " ¡Gracias a Dios!", aceptó el obispo la sentencia. Cipriano pidió que se le entregaran al verdugo veinticinco monedas de oro, luego se arrodilló para hablar por última vez con Dios. A una señal del oficial, el mismo condenado a muerte se colocó la venda sobre los ojos y un diácono le sujetó las manos en la espalda. Luego la tierra bebió su sangre.
Llenos de veneración, los cristianos pusieron a salvo su cadáver junto con los lienzos teñidos de sangre. En sus corazones había mucha tristeza; pero también sentían resonar su voz, la misma voz que aún hoy, a través 81 cartas, nos sigue hablando para mostrarnos los problemas de la fe católica y, sobre todo, el heroísmo de la Iglesia primitiva de África.
16: SAN CORNELIO, Papa y mártir + 253
Cuando el papa san Fabián sufrió el martirio, el 20 de enero de 250, durante la cruel persecución de Decio, la sede apostólica quedó vacante durante 14 meses. Un colegio de sacerdotes preparó la elección del nuevo Papa, quien fue elegido, según la costumbre de entonces, por la aclamación del clero y del pueblo católicos.
La vocación resultó en favor de Cornelio que era un romano, descendiente de una noble familia de la ciudad.
Inmediatamente después de su elección, tuvo que enfrentarse a uno de los problemas más graves del siglo III; ¿Cómo hay que tratar a los católicos apóstatas que renegaron de su fe durante la persecución y después deseaban volver al seno de la Iglesia? Se formaron dos corrientes extremistas: unos querían permitir la fácil readmisión, sin ninguna penitencia especial; otros, guiados por el sacerdote Novaciano, optaban por la expulsión definitiva y negaban que la Iglesia tuviera poder de absolverlos.
En el 251, el papa Cornelio celebró un sínodo de 60 obispos en Roma. Allí se definió como doctrina católica, que se concediera la absolución a los apóstatas, después de que éstos cumplieran una penitencia impuesta según la gravedad del delito. Generalmente esta penitencia era pública y debía preceder a la absolución sacramental. El que más ayudó al papa a encontrar esta solución intermedia entre el laxismo y el rigorismo, fue el obispo Cipriano de Car-tago.
Los apóstatas, asimismo, se distinguían en dos clases: unos en realidad, habían ofrecido sa-crificios a los ídolos en público; otros no habían ofrecido ningún sacrificio a los ídolos, pero habían comprado un documento donde se atestiguaba que silo habían hecho.
Novaciano se separó de la Iglesia con un pequeño grupo y se convirtió en el rigorista y el tradicionalista de su época. Su secta, que se llamaba de "los ortodoxos", perduró hasta el siglo VII. El mismo papa, que buscó la unidad en medio de la persecución, fue profundamente herido por la traición a la Iglesia de aquél que no quería ser misericordioso con los traidores. Su pontificado duró sólo algo más de dos años. El emperador Galerio lo desterró a Civitavec-chia, en donde murió, en junio de 253.
En un documento de su pontificado se anotaba que en la Roma del siglo III, había unos 50,000 católicos, atendidos por 46 sacerdotes, 7 diáconos y 7 subdiáconos.
A mediados del siglo pasado, el gran arqueólogo de Rossi encontró, cerca de las catacumbas de san Calixto, la placa de mármol de la tumba del papa Cornelio.
ORACIÓN COLECTA
Señor Dios, que en los santos Cornelio y Cipriano nos has dejado un ejemplo de colaboración pastoral y de adhesión a Cristo hasta el martirio, concédenos ese mismo amor de tu Hijo, para trabajar por la unidad de la Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo,... Amén.
"Añadimos: 'Santificado sea tu nombre', no en el sentido de que Dios pueda ser santifica-do por nuestras oraciones, sino en el sentido de que pedimos a Dios que su nombre sea santificado en nosotros. Por lo demás, ¿por quién podría Dios ser santificado, si es él mismo quien santifica? Pero como él ha dicho: 'Sed santos, porque yo soy santo', por esto pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos santificados en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, esta santificación cotidiana, ya que todos los días comentemos faltas, y por esto necesitamos ser purificados mediante esta continua y renovada santificación". San Cipriano, obispo y mártir, Tratado sobre la oración del Señor, cap. 71-12.
17: SAN ROBERTO BELARMINO, obispo de Capua y cardenal; Doctor de la Iglesia, 1542-1621
Este santo nació en Montepulciano de Toscana, Italia, el 4 de octubre de 1542, y murió el 17 de septiembre de 1621. Entre sus nombres de bautismo llevaba el de Francisco y, durante toda su vida cultivó una filial devoción al "Pobrecito de Asís".
En 1560 ingresó Roberto al noviciado de la Compañía de Jesús, después de vencer la tenaz oposición de su padre, con la ayuda de su madre, hermana del papa Marcelo II. Se distinguió como jesuita por su obediencia, piedad, humildad y sencillez. Poseía facultades intelectuales extraordinarias y, a pesar de su endeble salud, ya desde estudiante sobresalía en el apostolado de la predicación. Se ordenó de sacerdote en Gante, Bélgica, el año 1579, y enseñó con éxito la teología en la universidad de Lovaina. A partir de 1576 dio clases en el Colegio Romano, posteriormente Universidad Gregoriana, por espacio de once años, durante los cuales escribió sus famosas Controversias, la obra más completa hasta entonces escrita sobre la defensa de la fe.
En ese tiempo fue también confesor de san Luis Gonzaga. En 1592, se le nombró rector del Colegio Romano y, dos años después, provincial de Nápoles. Por deseo del papa Clemente VIII escribió un Pequeño Catecismo de la religión católica, que todavía se usa en Italia. En 1598, el mismo Papa lo nombró cardenal y, en 1602 arzobispo de Capua. Allí desarrolló una actividad muy edificante, siguiendo las normas del Concilio de Trento.
Cuando Pablo V ocupó el trono pontificio, Belarmino fue llamado de nuevo a Roma, donde trabajó como consejero de las diversas congregaciones de la Santa Sede. Sintiendo cerca el final de sus días, se retira al noviciado de San Andrés de la Compañía de Jesús, en el Quirinal, Murió a la edad de 79 años. Fue canonizado por Pío XI, en 1930 y al año siguiente, declarado Doctor de la Iglesia.
Una escuela de teólogos que no comulgaba con los puntos de vista de Belarmino, se opuso constantemente a la beatificación de éste, que, sin embargo, tuvo lugar en 1923. En vida y después de muerto, Belarmino estuvo envuelto en una atmósfera de controversias.
ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que para defender la fe y promover la renovación espiritual de la Iglesia, otorgaste a san Roberto Belarmino sabiduría y entereza admirables, concédenos, por su inter-cesión, el gozo de profesar íntegramente esa misma fe. Por nuestro Señor Jesucristo, …
"Si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin serás dichoso, si no lo alcanzas serás un desdichado.
Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin, y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseables; de lo contrario, son malas y aborrecibles". San Roberto Belarmino, Tratado de la ascensión de la mente hacia Dios.
18: SAN JUAN MACÍAS, hermano dominico
Juan Macías, que fue pobre y vivió para los pobres, es un testimonio admirable y elocuente de pobreza evangélica: el joven huérfano que con su escasa soldada de pastor ayuda a los pobres "sus hermanos", mientras les comunica su fe; el emigrante que, guiado por su protector san Juan evangelista, no va en busca de riquezas como tantos otros, sino para que se cumpla en él la voluntad de Dios; el mozo de posada y el mayoral de pastores que prodiga secretamente su caridad en favor de los necesitados, a la vez que les enseña a orar; el religioso que hace de sus votos una forma eminente de amor a Dios y al prójimo; que "no quiere para sí más que a Dios"; que desde su portería combina una intensísima vida de oración y penitencia con la asistencia directa y la distribución de alimentos a una verdadera muchedumbre de pobres, que se priva de buena parte de su propio alimento para darlo al hambriento, en quien su fe descubre, la presencia palpitante de Jesucristo: en una palabra, la vida toda de este "padre de los pobres, de los huérfanos y necesitados. ¿no es una demostración palpable de la fecundidad de la pobreza evangélica, vivida en plenitud?
Cuando decimos que Juan Macías fue pobre, no nos referimos ciertamente a una pobreza -que nunca podría ser querida ni bendecida por Dios- equivalente a culpable miseria, o inoperante inercia en la consecución del justo bienestar. sino a esa pobreza llena de dignidad, que debe buscar el humilde pan terreno, como fruto de la propia actividad.
¡Con cuánta exactitud y eficacia se dedicó a su deber, antes y después de ser religioso! Sus patronos y sus superiores dan claro testimonio de ello. Fueron siempre sus manos las que supieron ganar el propio pan, el pan para su hermana, el pan para la multiplicada caridad. Ese pan, fruto de un esfuerzo socialmente creador y ejemplar, que personaliza, redime y configura a Cristo, mientras deja en lo íntimo del alma la filial confianza de que el Padre que alimenta a las aves del cielo y viste a los lirios del campo, no dejará de dar lo necesario a sus hijos: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura. (Mt. 6, 25-34)
Por otra parte, la ardua tarea de Juan Macías no distraía su alma del Pan celestial. Él, que desde su niñez había sido introducido en el mundo íntimo de la presencia de Dios, fue, en medio de su actividad, un alma contemplativa. El campo, el agua, las estrellas, los pájaros le hablaban de Dios y le hacían sentir su cercanía: "Oh Señor, qué mercedes y regalos me hizo Dios en aquellos campos, mientras guardaba el rebaño", así exclamaba, cuando ya era anciano. Y recordando su vida en el convento y aquel jardín donde con frecuencia se retiraba a orar de noche, dirá: "Muchas veces orando a deshora de la noche, llegaban los pajarillos a cantar, y yo apostaba con ellos a quién alababa más a Dios." ¡Frases de encantadora poesía, que dejan entrever las largas horas dedicadas a la oración, a la devoción a la Eucaristía, al rezo del rosario!
Esta vida interior nunca representó para Juan Macías una evasión frente a los problemas de sus hermanos; antes bien, partiendo de la vida religiosa llegaba a la vida social. Su contacto con Dios, no sólo no le hacía retraerse de los hombres, sino que lo llevaba a ellos, a sus necesidades, con renovado empeño y fuerza para remediarlos y conducirlos a una vida cada vez más digna. más elevada, más humana y más cristiana. No hacía con ello sino seguir las enseñanzas y deseos de la Iglesia, la cual con su preferencia por los pobres y su amor a la pobreza evangélica jamás quiso dejarlos en su estado, sino ayudarlos y levantarlos a formas de vida cada vez mejores y más conformes con su dignidad de hombres y de hijos de Dios.
A través de estos trazos parciales, aparece ante nuestros ojos la figura maravillosa y atractiva de nuestro santo. Una figura actual; un ejemplo preclaro para nosotros, para nuestra sociedad.
Juan Macías supo en su vida honrar la pobreza con una doble ejemplaridad: con la búsqueda confiada del pan cotidiano para los pobres y con la búsqueda constante del Pan de los pobres, Cristo, que a todos conforta y conduce hacia la meta trascendente. ¡Estupendo mensaje para nosotros. para nuestro mundo materializado, tarado con frecuencia por un consumismo desenfrenado y por egoísmos sociales! Ejemplo elocuente de esa "unidad interior que el cris-tiano debe realizar en su tarea terrena, imbuyéndola de fe y caridad.
19: SAN JENARO, obispo de Nápoles, mártir, 300
De la vida y el martirio de san Jenaro no tenemos ningunas noticias ciertas. La tradición, más bien legendaria, dice que Jenaro, santo obispo de Benevento, visitó a unos cristianos presos por su fe en Pózzuoli, cerca de Nápoles. El gobernador, que persiguió a los cristianos por orden del emperador Diocleciano, hizo detener a Jenaro y lo condenó a la misma muerte de los cristianos ya presos: a ser despedazados y devorados por las bestias. Cuando el pueblo pagano quiso satisfacer sus instintos de ver correr la sangre de los cristianos, las bestias hambrientas no tocaron a los cristianos y quedaron transformadas en mansos corderos. A petición del pueblo embrutecido, Jenaro y sus compañeros fueron decapitados allí mismo.
En Nápoles existen unas catacumbas en donde se enseña la urna que un tiempo fue la tumba del obispo mártir. Sus restos llegaron a la catedral de Nápoles, después de varios traslados, en el año de 1497. Sobre la capilla lateral, que está dedicada a san Jenaro, hay una inscripción en latín que dice: "Nápoles dedica este santuario a san Jenaro, su ciudadano, su patrono, su protector; que salvó a la ciudad, por el milagro de su sangre, del hambre, la guerra, la peste y el fuego del Vesubio".
Un precioso busto de plata hecho en el siglo XVII contiene la supuesta cabeza de san Jena-ro. En dos redomas de cristal, cerradas y selladas por un armazón metálico, se encuentra la sangre del santo. Es una masa sólida y obscura, que llena la mitad de los relicarios. En ciertas ocasiones del año, particularmente el sábado anterior al primer domingo de mayo, el 19 de septiembre y el 16 de diciembre (esta última fecha recuerda la erupción del Vesubio en 1631), los fieles de Nápoles rezan y cantan en la catedral hasta que la sangre se vuelve líquida, de color rojo y aumenta su volumen.
Este fenómeno, todavía inexplicable por razones naturales, puede acaecer en pocos minutos o tardar hasta una hora y más tiempo. Aunque el relicario es agitado por el obispo y los gritos de las mujeres napolitanas le dan un carácter espectacular a este fenómeno, la licuefacción de la sangre de san Jenaro no obedece a ningún truco.
Nadie está obligado a creer en este milagro, sobre todo debido a que la autenticidad de las reliquias no se puede comprobar; pero nadie se atrevería tampoco a negar que Dios puede realizar hechos milagrosos ante la fe tan grande de su pueblo.
La comunión de los santos es una realidad; no depende de milagros, sino de la sinceridad de la fe, que invoca y venera a los santos como amigos de Dios.
Para la catedral de Nápoles y muchos santuarios de Italia, vale lo que dice el Documento de Puebla sobre la transformación de estos lugares de piedad popular en América Latina: "Adelantar una creciente Y planificada transformación de nuestros santuarios, para que puedan ser lugares privilegiados de evangelización. Esto requiere purificarlos de todo tipo de manipulación y de actividades comerciales (n. 463)".
ORACIÓN COLECTA
Señor; tú que nos has congregado hoy para venerar la memoria del mártir san Jenaro, concédenos que podamos ir a gozar en tu Reino, voluntariamente con él, de la alegría eterna. Por nuestro Señor Jesucristo... Amén.
"La Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio". Pablo VI "Evangelii Nuntiandi", n.. 15.
20: SAN ANDRÉS KIM, SAN PABLO CHONG Y COMPAÑEROS, mártires de Corea
Andrés Kim Tae-Gon, nació el 21 de agosto de 1821 en Solmoe (Corea). Sus padres eran Ignacio Kim Chejun y Ursula Ko. Era niño cuando la familia se trasladó a Kolbaemasil para huir de las persecuciones. Su padre murió mártir el 26 de septiembre de 1839. También su bis-abuelo Pío Kim Chunhu había muerto mártir en el año 1814, después de diez años de prisión. Tenía quince años de edad cuando el padre Maubant lo invitó a ingresar al seminario.
Fue enviado al seminario de Macao. Hacia el año 1843 intentó regresar a Corea con el obispo Ferréol, pero en la frontera fueron rechazados.
Se ordenó diácono en China en el año 1844. Volvió a Corea el 15 de enero de 1845. Por su seguridad sólo saludó unos cuantos catequistas; ni siquiera vio a su madre quien, pobre y sola, tenía que mendigar la comida. En una pequeña embarcación de madera guió, a los misioneros franceses hasta Shangai, a la que arribaron soportando peligrosas tormentas.
En Shangai recibió la ordenación sacerdotal de manos de monseñor Ferréol el 17 de agosto de 1845, convirtiéndose en el primer sacerdote coreano. Hacia fines del mismo mes emprendió el regreso a Corea con el obispo y el padre Daveluy. Llegaron a la Isla Cheju y, en octubre del mismo año, arribaron a Kanggyong donde pudo ver a su madre.
El 5 de junio de 1846 fue arrestado en la isla Yonpyong mientras trataba con los pescadores la forma de llevar a Corea a los misioneros franceses que estaban en China. Inmediatamente fue enviado a la prisión central de Seúl. El rey y algunos de ministros no lo querían condenar por sus vastos conocimientos y dominar varios idiomas. Otros ministros insistieron en que se le aplicara la pena de muerte. Después de tres meses de cárcel fue decapitado en Saenamt´õ el 16 de septiembre de 1846, a la edad de veintiséis años.
Antes de morir dijo: ¡Ahora comienza la eternidad! y con serenidad y valentía se acercó al martirio.
Pablo Chong Ha-Sang nació en el año 1795 en Mahyon (Corea) siendo miembro de una noble familia tradicional. Después del martirio de su padre, Agustín Chong Yakjong, y de su herma-no mayor Carlos, ocurridos en el año 1801, la familia sufrió mucho. Pablo tenía siete años. Su madre, Cecilia Yu So-sa, vio cómo confiscaban sus bienes y les dejaban en extrema pobreza. Se educó bajo los cuidados de su devota madre.
A los veinte años dejó su familia para reorganizar la iglesia católica en Seúl y pensó en traer misioneros. En el año 1816 viajó a Pekín para solicitar al obispo algunos misioneros; se le concedió uno que falleció antes de llegar a Corea. Él y sus compañeros escribieron al papa para que enviara misioneros. Finalmente gracias a los ruegos de los católicos, el 9 de septiembre de 1831 se estableció el vicariato apostólico de Corea y se nombró su primer obispo encargando a la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París la evangelización de Corea.
Pablo introdujo al obispo Ímbert en Corea, lo recibió en su casa y lo ayudó durante su ministerio. Monseñor Ímbert pensó que Pablo podía ser sacerdote y comenzó a enseñarle teología... Mientras tanto brotó una nueva persecución. El obispo pudo escapar a Suwon. Pablo, su mamá y su hermana Isabel fueron arrestados en el año 1839.
Aguantó las torturas hasta que fue decapitado a las afueras de Seúl el 22 de septiembre. Poco después también su madre y su hermana sufrieron el martirio.
21: SAN MATEO, apóstol y evangelista
Por consideración, san Lucas, San Juan y san Marcos evitan mencionar el origen y la profe-sión de Mateo, pues, según la primitiva tradición cristiana, Mateo no era otro sino el publicano Leví de Cafarnaúm.
Sin embargo, Mateo, humilde y agradecido con el Maestro, que no lo había menosprecia-do, se describió a sí mismo con la palabra vergonzante de "publicano", pues quería que la bon-dad y misericordia del Hijo del hombre, quedaran visibles para todos.
Cuando el rabí de Nazaret se detuvo junto a él en Cafarnaúm, lo miró y no le dijo más que "¡Ven!", en lo más recóndito de su alma quedó tan conmovido, que, sin preguntar y sin pensar en el futuro, abandonó su puesto para jamás volver.
Hasta entonces había sido cobrador de impuestos, un cómplice de los romanos; un hombre ante el cual los judíos escupían con ira impotente y al que consideraban como pecador público.
Expulsado y señalado por su propio pueblo, no tenía más que la riqueza de su oficio, bien remunerado. Pero abandonó su oficio, al ver cómo Jesús, respetando su dignidad humana, lo protegía abiertamente contra el odio de los fariseos y lo llamaba a formar parte de sus discípulos.
Lo único que nos cuenta la Sagrada Escritura es que el cobrador de impuestos, antes rico, se unió a los pescadores Andrés y Pedro, Santiago y Juan y, junto con ellos soportó las carencias de la vida apostólica, las asechanzas de las escuelas legalistas de su patria, para pertenecer a los seguidores del nuevo Reino y anunciar el mensaje de salvación a los hombres.
Desde hace dos mil años, mediante su Evangelio, Mateo nos da un importante testimonio de Cristo Jesús, su Maestro y Salvador. El escritor de dicho Evangelio no sólo debió de ser un observador sagaz, cualidad propia de un publicano, sino también un ser humano de carácter profundo, que sabía describir lo que había visto con una originalidad conmovedora y llena de vida. En cada escena capta lo esencial en forma clara y segura, pero también es testimonio de fiel entrega y de cariño, pues sólo quien logra sacrificarse para pertenecer en cuerpo y alma al Hijo de Dios, lo puede describir como lo hizo Mateo.
Al antiguo publicano le debemos la primera representación de la vida y pasión de Jesucristo. La escribió en la lengua aramea de su patria, para que toda persona inculta, tanto el artesa-no de la aldea como el cargador y el pastor del monte, pudiera escuchar y entender el Evangelio de la salvación. Así, valientemente dio testimonio en favor del crucificado; así le agradeció a su maestro la gracia incomparable de haberlo llamado; así ayudó a su pueblo a convertirte y a glorificar a Cristo, rechazado por las autoridades religiosas.
El símbolo artístico del apóstol Mateo, como el de los demás evangelistas, se lo debemos a san Jerónimo y a san Agustín. Un ser humano corresponde a san Mateo, porque éste empieza su Evangelio con la genealogía humana de Jesucristo. El león fue asignado a san Marcos, ya que su Evangelio empieza con la vida de Jesús en el desierto. A san Lucas le corresponde la imagen típica del toro, porque su Evangelio empieza con el sacrificio del sacerdocio antiguo en Jerusalén. A san Juan, por fin se le representa por el águila, porque su Evangelio se remonta como águila y penetra desde las primeras líneas en la generación eterna del Verbo.
Los restos de san Mateo, según una tradición legendaria, se veneran en la catedral de Salerno.
ORACIÓN COLECTA
Dios misericordioso, que elegiste a san Mateo, un recaudador de impuestos, para hacerlo apóstol tuyo, ayúdanos, por su intercesión, a cumplir nuestras responsabilidades en esta vida como verdaderos apóstoles de Cristo. El cual vive y reina contigo... Amén
"No abandones a tu rebaño, sino que lo sigues cuidando por medio de los apóstoles, para concluirlo siempre, guiando por los mismos pastores que le pusiste al frente como vicario de tu Hijo". Prefacio de los apóstoles Y.
24: SAN GERARDO DE HUNGRÍA (23 de abril de 980 – 24 de septiembre de 1046)
CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA IGLESIA QUE ESTÁ EN HUNGRÍA
CON OCASIÓN DEL MILENARIO
DEL NACIMIENTO DE SAN GERARDO
Al cardenal László Lékai,
arzobispo de Esztergom;
a los arzobispos, obispos, clero,
religiosos y religiosas, y a todos los fieles:
A tan breve distancia de tiempo desde mi última carta, siento la alegría de poderme dirigir una vez más a vosotros, por una feliz circunstancia.
La Iglesia universal. festeja este año el 1.500 aniversario del nacimiento de San Benito, Patriarca del monaquismo occidental, y la Iglesia local húngara conmemora en este mismo año el milenio del nacimiento de San Gerardo, obispo y mártir, uno de los grandes hijos de San Benito. ¡Sorprendente coincidencia de dos aniversarios! San Gerardo fue monje del claustro veneciano de San Jorge, elegido abad siendo todavía joven (Legenda minor y Legenda maior S. Gerardi, ed. E. Madzsar, scriptores rerum hungaricarum 2, 1938).
Por sus biografías, la figura de San Gerardo se nos presenta en tres sucesivas formas típicas de vida cristiana: como monje, como apóstol y como mártir. El monje es hombre de Dios que, con su oración y trabajo, dedica completamente su vida al Señor; el Apóstol, anunciador de la buena nueva salvífica del Evangelio, que educa hacia la santidad de vida al cristiano y conduce al pagano hacia el cristianismo; el mártir que, como extremo testimonio de su amor, entrega totalmente a Dios su propio ser, su vida orante y su actividad apostólica.
San Gerardo fue hombre de Dios; monje seguidor de la regla de San Benito, que consagró a Dios su vida en la oración y en el trabajo. En la regla de San Benito (Szent Benedek Regulája, edición bilingüe de D. Soveges, Pannonhalma, 1948), el criterio para discernir la vocación claustral es ver si el monje busca verdaderamente a Dios, "si revera Deum quaerit" (cap. 58). Modalidad práctica de esta búsqueda es seguir a Cristo sin desfallecimientos ni compromisos por el camino de la obediencia monástica. Eso se adapta —escribe la regla— a aquellos "qui nihil sibi a Christo carius aliquid existimant", los cuales, precisamente por ese motivo, le siguen en lo que más caracteriza su vida terrena y que el propio Cristo definió así: Non veni facere voluntatem meam, sed Eius qui misit me" (Regla 5; cf. Jn 6, 38).
Pues bien, San Gerardo fue hombre de Dios, porque consagró a Dios toda su vida con ese concepto de obediencia, haciendo propio cuanto fue enunciado por Cristo. ¿En qué modo? La respuesta es clara y unívoca: según los dictados de la regla, en su doble armonía de la oración* y del trabajo. .
San Gerardo, como hombre de. Dios, fue hombre de oración, si consideramos la oración en la tradición monástica como triple unión orgánicamente ligada de lectio, meditatio y contemplatio. Renunció de buen grado al cargo de abad para poder trasladarse a Tierra Santa, a fin de entregarse allí, siguiendo el ejemplo y la enseñanza de San Jerónimo, al estudio de la Biblia. No hemos de olvidar que esa lectio divina, ese estudio de la Biblia y de los comentarios bíblicos de los Santos Padres no es, según la tradición monástica, principalmente investigación científica, sino —tanto en la forma de la liturgia comunitaria como de la meditación— fuente de oración que conduce al amor y a la contemplación de Dios, a la perfección de la oración interior.
Pero la oración interior se extiende y crece en el alma sólo si se alimenta continuamente en la actividad espiritual de la lectio divina y sólo aporta sus frutos si induce a la práctica cotidiana, a las acciones vivas del servicio fraterno. El doble concepto de la oración y el trabajo: he ahí la forma de vida de San Gerardo. Su trabajo estuvo penetrado por el espíritu de oración, y en sus oraciones ofreció incesantemente a Dios su vida laboriosa.
La unidad de la oración y del trabajo es un ideal que conserva su actualidad también para el creyente de nuestros días. La sociedad moderna, fundada sobre el trabajo y sobre el constante aumento de la producción económica, debe saber encontrar un adecuado motivo moral y espiritual para no ser esclava de esas fuerzas que logra dominar con la técnica y con el empeño en el trabajo. ¿Cómo se puede hacer al trabajo, incluso el más humilde y fatigoso, digno del hombre? ¿De dónde deriva el espíritu que da fuerza moral al trabajador y valor humano al trabajo? San Gerardo nos enseña que la fuente de todo ello es la oración, porque el hombre que ora comprende mejor que los demás cuál es la voluntad de Dios, y en la oración encuentra también la fuerza para cumplir lo que Dios quiere.
Merece especial atención en la vida de San Gerardo la gradual formación de su personalidad apostólica. La divina Providencia lo dirigió de modo que, olvidándose cada vez más de sí mismo, se hizo hombre para los demás. Debió ante todo renunciar a su viaje a Tierra Santa y a sus proyectos de estudio para hacer lo que jamás había pensado: trabajar, en calidad de colaborador del Rey Esteban y preceptor del príncipe Emerico, para reforzar la joven cristiandad magiar. Más tarde debió sacrificar su soledad en la Selva Baconia para consagrar sus fuerzas, como obispo misionero, en organizar la nueva diócesis de Csanad.
San Gerardo, como monje y abad, conocía bien los dos capítulos clásicos de la
regla referentes a las funciones del abad (Regla 2 y 64). Ambos siguen a la letra la parábola evangélica del Buen Pastor, ya que San Benito consideraba al abad como Vicario de Cristo, el Buen Pastor, en el monasterio. La regla, en este aspecto, pone ante todo de relieve, que el abad debe responder ante Dios de cuantos le han sido confiados: "semper cogitet quia animas suscipit regendas, de quibus et rationem redditurus est". Pero hace notar también que el abad debe desempeñar su tarea de guía espiritual de servicio fraterno: "sciat sibi oportere prodesse magis quam praesse". Este servicio ha de estar guiado por un amor exento de preferencias personales y lleno de acertadas medidas que hacen al abad capaz de adaptarse e identificarse con la naturaleza particular o el grado de inteligencia de cuantos le han sido confiados. "Sciat quam difficilem et arduam rem suscipit, regere animas et multorum servire moribus".
Este espíritu de Buen Pastor, en el que San Gerardo, monje y abad, había sido educado por su Regla, le hizo también apto para ser consejero del Rey Esteban y preceptor del príncipe Emerico.
En la sociedad moderna, como en cualquier otro tiempo, ¿no es acaso una bendición tener semejantes consejeros y semejantes preceptores, sean eclesiásticos o laicos, los cuales, conscientes de su responsabilidad, no sólo ante los hombres sino también ante Dios, se ocupen del destino del pueblo, y especialmente de la educación y dirección de la juventud, con un espíritu que, siguiendo los principios del amor fraterno y de la justa medida, les consagre generosamente al servicio de la comunidad? Ejemplo admirable para todos los tiempos, ¿no lo es acaso Cristo, que no vino para reinar, sino para servir y para sacrificar la propia vida por el bien de la humanidad? (cf. Mt 20, 28).
Para que ese espíritu llegue a formarse no sólo en la conciencia de cuantos tienen responsabilidad, sino también en la conciencia de cada miembro de la Iglesia y de la sociedad y resulte más operante cada vez, es necesario el conocimiento de la doctrina cristiana. En la carta que os envié a todos el día de Pascua de este año, recordé la importancia esencial de la catequesis para la formación de los cristianos de nuestro tiempo, y no sólo de los niños y los jóvenes, sino también y sobre todo de las personas adultas. Es la doctrina cristiana la que forma el espíritu del Buen Pastor, necesario para cuantos se sienten llamados a renovar la Iglesia y la sociedad.
Ese espíritu dio a San Gerardo también la fuerza de asumir el trabajo misionero de organizar la diócesis de Csanad, renunciando a su soledad de la Selva Baconia. Su sacrificio nos hace recordar las palabras de San Martín, nacido en Panonia más de quinientos años antes, monje y obispo en Las Galias. Sobre su lecho de muerte, cuando sus discípulos le suplicaban que no les abandonase, el santo obispo respondió con estas palabras dirigidas a Cristo: "Domine, si adhuc populo tuo sum necessarius, no recuso laborem: fíat voluntas tua". También San Gerardo da testimonio de igual disposición al sacrificio, derivada del sentimiento de la responsabilidad fraterna y del espíritu de servicio.
El obispo misionero se aprestó a su tarea con doce monjes, elegidos en los claustros húngaros que empezaban a florecer, cuatro de los cuales fueron llamados del monasterio de San Martín del Monte, de Panonia, la actual Pannonhalma. En Csanad erigió no sólo la catedral y, en honor de María Virgen, la iglesia claustral, sino que organizó también una escuela, destinada especialmente a la educación de la futura generación de sacerdotes y monjes.
Lo que especialmente interesa al hombre de hoy es el método de la actividad misionera, es decir, que tal actividad no sea sólo superficial y exterior, sino que lleve a la verdadera conversión, que es el cambio espiritual interior llamado en el Evangelio metánoia. Un capítulo de la "Deliberatio" muestra claramente el espíritu de la actividad misionera de San Gerardo. Explicando el versículo "Aperiatur terra et germinet Salvatorem" de Isaías (45, 8), escribe: "Vis audire quomodo aperta exstitit haec terra ad germen vorantibus coelis et pluentibus nubibus?... Ait (Scriptura): Poenitentiam agite et baptizetur unisquisque vestrum in nomini Domini Iesu Christi, in remissione peccatorum vestrorum, et accipietis donum Spiritus Sancti... Sic aperta est terra, atque tali apparitione germinavit Salvatorem, id est praedicavit Christum suum Redemptorem ad omnes gentes. Quando doceo gentiles et Christum nescientes, et ipsi veniunt ad divinam perceptionem, audito verbo ex ratione, verbo et fide germino illis Christum... suo itaque verbo et fide germinatur Christus ad illum confluentibus..." (Gerardi Morosense Ecclesiae seu Csanadensis Episcopi Deliberatio supra hymnum trium puerorum, VII, 583 sqq., ed. G. Silagi, Corp. Christi, Cont. Medievalis 49, Turnholti, 1978).
¿No es acaso ése el método misionero que debemos adoptar también hoy, si queremos llevar las gentes a Cristo? Es necesario que antes nazca Cristo en las almas, para que la Iglesia, como comunidad de fieles, renazca desde su interior. Es indudable, en efecto, que —como enseña el Concilio Ecuménico Vaticano II (Lumen gentium, 8)— la Iglesia es "comunidad de fe, de esperanza y de caridad"; pero su misión no es solamente vivir la salvación de Cristo en fe, esperanza y caridad, sino también ser mediadora de esta salvación y, a través de Cristo, "difundir sobre todos la verdad y la gracia".
San Gerardo, con su vida, dio testimonio de asiduo servicio de la evangelización. No trató de anunciar las propias ideas, sino la Buena Nueva de Cristo. Comprendió también que puede nacer una ordenada comunidad eclesial sólo de esta manera: buscando la comunión con Cristo y ofreciendo la propia vida al servicio de los hermanos. La comunión vivida con Cristo y con los hermanos revela el verdadero significado de la institución de la Iglesia: llevar a la comunión mediante la fe en un Dios que es amor y que está junto a nosotros. San Gerardo dedicó sus energías a organizar la Iglesia, la comunidad local apenas nacida, injertando sus raíces en la comunidad universal, que es la Iglesia de Cristo. Esa unidad, fuente de vida y de fe, es condición indispensable para una fructuosa evangelización. Y también debemos nosotros amar y servir a nuestra patria terrena, su cultura y sus valores, amando y sirviendo a Dios siempre. ¿Ha tenido jamás la Iglesia en Hungría una, tarea más importante que la de seguir el espíritu apostólico tras las huellas del ejemplo y de la enseñanza de su gran apóstol?
El martirio coronó esa vida dedicada a Dios en la oración y la actividad apostólica. Los hechos son conocidos: el obispo Gerardo, mientras se dirige desde Székesfehérvár a Buda para recibir al Rey Endre y depositar en buenas manos la herencia de San Esteban, es decir, el destino de la joven cristiandad magiar, muere a manos de un grupo de paganos insurrectos. Ese martirio fue el postrer testimonio del amor de San Gerardo hacia su nueva patria, hacia su nuevo pueblo. "Maiorem hac dilectíonem nemo habet, ut animam suam ponat quis pro amicis suis" (Jn 15, 13). Martirio, en la lengua griega de donde procede la palabra, significa precisamente "testimonio".
Si es cierto que la tarea del cristiano de hoy es la de compaginar la armonía interior de la oración y del trabajo, desarrollando el espíritu apostólico con la dedicación a los demás, no es menos cierto que todo ello sólo tendrá crédito y fuerza ante los ojos de los hombres si damos testimonio de nuestra convicción con toda nuestra vida, vivida y, si fuera necesario, ofrecida por los hermanos. El ejemplo y la enseñanza extrema de San Gerardo mártir, servirá para que nosotros, con la dedicación total de nuestro talento, de nuestras fuerzas, de nuestro empeño, testimoniemos la verdad en que creemos y profesamos. "Accipietis virtutem superveniente Spiritus Sancti in vos, et eritis mihi testes" (Act 1, 8): tal es el testamento de Cristo al volver al Padre.
El monumento de San Gerardo, el monje, el apóstol, el mártir, se yergue en el centro de vuestra capital sobre el Danubio y, con el crucifijo alzado, os exhorta todavía a que seáis testigos de la fe en Cristo y del amor fraterno que es distintivo del cristianismo, en medio de vuestro pueblo.
Que el Espíritu de Cristo os dé la fuerza, mediante la poderosa intercesión de la Santísima Virgen, "Magna Domina hungarorum".
Con mi especial bendición apostólica.
Vaticano, 24 de septiembre de 1980, fiesta de San Gerardo, obispo y mártir.
IOANNES PAULUS PP. II
Vea también la leyenda carmelita de San Gerardo
Vea también Biografías
26: SANTOS COSME Y DAMIÁN, mártires ¿380?
La devoción a estos mártires es muy antigua, pero en el tiempo de los bárbaros, se perdió todo rastro de su historia. El recuerdo de los mártires se diversifica en varias leyendas, de suerte que la historiografía se enfrenta al problema de conocer o de negar sencillamente la vida de estos gemelos famosos.
A principio del siglo VI, el papa Félix III les dedicó una antigua basílica en el foro Roma-no, construía sobre las ruinas de dos templos antiguos. Desde entonces persiste su veneración.
La devoción popular adornó el destino de los dos hermanos con especial cariño y veneración, afirmando que su patria había sido Arabia, donde aprendieron el arte de la medicina, que ejercieron tan felizmente, que lograban liberar a los hombres y hasta los animales de muchas enfermedades.
No aceptaban dinero por sus servicios, pues lo que habían recibido de Dios también debía pertenecer a Dios y a sus creaturas.
Su interrogatorio, ante el prefecto Lisias y su condena a castigos cada vez más severos, no se diferencia en nada del curso ordinario de las sesiones de los tribunales, pero ya en las prime-ras palabras ante el juez, resalta la frase imborrable: "No codiciamos bienes terrenales porque somos cristianos".
¿Podría expresarse en forma más bella y atinada el perfecto desprendimiento del cristianismo?
En pocas palabras vibra el espíritu del cristianismo y perdura el heroísmo ante la gran persecución.
Cosme y Damián son los únicos santos de la Iglesia oriental que fueron aceptados en el canon de la santa Misa.
Desde tiempos remotos, los médicos y los boticarios los eligieron como patronos especiales de su profesión.
ORACIÓN COLECTA
Al celebrar hoy el glorioso martirio de los santos Cosme y Damián, te glorificamos, Señor, porque les concediste a ellos la corona del martirio y a nosotros no dejas de otorgarnos tu paternal protección. Por nuestro Señor Jesucristo... Amén.
"La pobreza evangélica se lleva a la práctica también con la comunicación y participación de los bienes materiales y espirituales; no por imposición sino por el amor, para que la abun-dancia de unos remedie la necesidad de los otros". Documento de Puebla, n. 1150.
27: SAN VICENTE DE PAUL, fundador de la congregación de la Misión y las Hermanas de la Caridad, 1581 - l660.
Una pequeña choza en la comarca más pobre de Francia, fue la paterna de Vicente. Cuidó el ganado y reunió dinero para sus estudios, dando clases a alumnos retrasados. No tenía la menor la intención de ser un santo. Su meta era conseguir un beneficio eclesiástico para mantener a sus padres y hermanos. A los 19 años ofició su mera misa y a los 23, sus estudios académicos le merecieron el grado de bachiller en teología.
Pero de repente, una rara aventura anuló todos sus planes, tenazmente perseguidos.
Sin misericordia había metido en la cárcel a un deudor para que pagara. Pero, cuando tranquilamente navegaba de Marsella a Tolosa, fue herido por piratas tunecinos, vendido como esclavo y tratado con tan poca misericordia como él había tratado a su deudor. Trabajando diariamente bajo el sol abrasador de África, expió las culpas de su carácter inquieto. Después de algunos años de esclavitud, logró fugarse y llegó a París, donde la princesa Margarita de Valois le encomendó la distribución de las limosnas.
Vicente de Paul era en la gran ciudad uno de tantos miles de curas, que sin campo de acción propiamente dicho, gozaban de sus beneficios, mientras que en las regiones rurales los sacerdotes mal pagados apenas administraban los sacramentos.
Las palabras y el ejemplo de su confesor, el padre Bérulle del Oratorio de París, sacaron al joven cura de su comodidad burocrática. Cuatro años de luchas, angustias y dudas lo madura-ron para cambiar radicalmente de vida.
Vicente de Paul dejó el servicio de la princesa. Como cura de la parroquia suburbana de Clichy, aprendió a deshacerse de sus bienes en favor de los pobres.
Espantado de la ignorancia religiosa del pueblo, empezó, con la ayuda de los padres jesuitas, las misiones populares. Como cura en Chatillon les Dombes, realizó la idea de la misericordia fraternal dentro de la comunidad, en una forma completamente nueva. Con un sermón conmovió los corazones de sus feligreses de tal suerte, que muchísimos se dedicaron al cuida-do personal de los enfermos y a visitar a los pobres, compartiendo sus bienes con ellos.
Vicente de Paul encauzó ese celo impetuoso, en dos cofradías eclesiásticas para hombres y mujeres: "Las Siervas de los Pobres", que se encargarían del cuidado regular de los pobres enfermos, y "Los ayudantes de los Pobres" que, con la misma regularidad debían cuidar de los pobres en general, los abandonados y los limosneros. Así creó el modelo para futuras asociaciones vicentinas e isabelinas.
Con la ayuda del jefe de las galeras, abrió la primera misión de reclusos en las prisiones de París y en las galeras de Marsella y obtuvo éxitos milagrosos con los criminales más desalma-dos y degenerados. Luis XIII, con razón, lo nombró superior de todas las galeras.
Vicente de Paul encontró en todas partes sacerdotes magnánimos, que quisieron ayudarle en esta generosa opción por los pobres.
No quería fundar una orden. Su comunidad sólo debía ser una asociación de sacerdotes seglares, bajo una dirección firme. Así, a cualquier hora del día los "barbichets", como se les llamaba, salían de tres en tres a los pueblos.
También hubo entre ellos sacerdotes misioneros que fueron a Túnez, a rescatar esclavos cristianos; a Madagascar y Asia, para poner las bases de una acción misionera entre los pueblos paganos.
En el año de 1625 había tres curas misioneros. Al morir el santo eran 622.
Para ejercicios espirituales del clero recibió Vicente el antiguo hospital de leprosos de San Lázaro. De esa casa surgió la renovación de una gran parte del clero francés.
Luis XIII mandó ocupar las sedes episcopales vacantes exclusivamente con sacerdotes que, con regularidad habían asistido a dichas pláticas.
Sabemos que la palabra "misericordia" tenían un significado especial para Vicente. Para él, la diferencia entre obras de caridad corporales o espirituales era teórica. No podía imaginar las unas sin las otras. Si a un pobre hombre lo sacaba de la miseria, era natural que también le acercara la luz de la gracia a su mente ensombrecida; y si se preocupaba por un alma perdida, se hubiera avergonzado si sus protegidos hubiesen seguido sufriendo hambre y frío, inmundicia y enfermedad.
Muchísimo le ayudó Luisa de Marillac, viuda de Gras, que fundó las "Hijas de la caridad cristiana . El hábito de las "vicentinas" se convirtió al fin en símbolo de la caridad moderna. Lo que estas hermanas sencillas realizaron en tiempos de guerra o de paz, en las barracas infestadas de cólera o de tifo, con heroísmo callado desde hace trescientos años, no podrá re-compensarlo ningún premio Nobel del mundo.
Las diversas fundaciones de san Vicente en todo el mundo muestran su espíritu de apóstol, que practicó el himno al amor de san Pablo.
Al pasar a mejor vida, el 27 de septiembre de 1660, sus amigos recordaron una palabra del santo: "Después de dar todo por nuestro Señor, ya no nos queda nada que regalar. Pondremos la llave bajo la puerta y calladamente nos iremos".
ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que otorgaste a san Vicente de Paul una inmensa compasión por los pobres y una gran preocupación por formar sacerdotes que se dedicaran a los más necesitados, concédenos, por su intercesión, compartir en la medida de nuestras fuerzas su entrega evangélica al bien de los pobres de Cristo. El cual vive y reina contigo... Amén.
"Este aspecto central de la evangelización fue subrayado por Juan Pablo II: 'He deseado vivamente este encuentro porque me siento solidario con vosotros y porque siendo pobres tenéis derecho a mis particulares desvelos; os digo el motivo; el Papa os ama porque sois los pre-dilectos de Dios. El mismo, al fundar su familia, la Iglesia, tenía presente a la humanidad pobre y necesitada. Para redimirla envió precisamente a su Hijo, que nació pobre y vivió entre los pobres, para hacernos ricos en su pobreza". (Cf. 2 Cor 8. 9). Alocución en el barrio de Santa Cecilia: AAS LXXI, p. 220, Documento de Puebla, n. 1743.
28: SAN WENCESLAO, duque de Bohemia, mártir 907-929
El destino de Abel, asesinado por su propio hermano, se repite en Wenceslao. Pero el crimen, perpetrado en el año 929 es aún más atroz, más inhumano, por la instigadora del asesinato, Drahomira, la madre del asesinado.
Desde hacía tiempo la voz de la sangre había sido ahogada por el odio profundo que la madre sentía contra su hijo, educado cristianamente y completamente diferente que ella, a pe-sar de que ella también había sido bautizada.
La infame mujer no había podido evitar que su esposo, el duque Bratislao de Bohemia, confiara la educación del niño Wenceslao a su piadosa abuela, Ludmila, pues conocía muy bien el carácter sombrío de su esposa. Por esta razón ella, mujer enfermiza y vanidosa, herida en su orgullo, se reservó personalmente la educación de su segundo hijo, Boleslao, quien, a la postre, llegó a ser un perfecto trasunto de su madre.
Cuando murió el padre, los dos niños todavía eran muy pequeños para sucederle en el trono. En su lugar, Drahomira tomó la regencia. Empezaron tiempos difíciles para el cristianismo en Bohemia. Cuando Drahomira ya había ocasionado muchas perturbaciones, Wenceslao se le enfrentó, tomó las riendas del gobierno de una parte del país y asignó a su hermano la otra par-te. Drahomira se retiró a la corte pagana de Boleslao, donde se sentía más a gusto.
Wenceslao creyó que su madre había sepultado su rencor. Siendo él honrado y veraz, no sospechaba las malas intenciones de su madre, y se inclinaba por disculpar sus actos anteriores, debidos a sus falsas ideas religiosas.
Diariamente le pedía a Dios que le iluminara el entendimiento y procuraba reparar el daño causado por Drahomira con las crueldades de su gobierno.
En la frecuencia de los sacramentos también recibió la gracia y fortaleza para cumplir con sus obligaciones de duque. La Iglesia volvió a vivir en paz. Los pobres, las viudas y los huér-fanos, cuyas miseria: mitigó, rogaban para que Dios lo protegiera.
Y de verdad necesitaba protección de Dios. Drahomira no pudo olvidar que él la había destronado. Se sentía apoyada por aquellas numerosas familias poderosas, partidarias aún de los viejos dioses, que odiaban al joven duque, porque éste los había eliminado a todos los puestos del gobierno y había dado los cargos a cristianos de confianza.
Su secreto círculo de oposición animó a Drahomira al crimen. Asesinos a sueldo estrangula-ron a Ludmila, la abuela y consejera venerada del duque, con su propio velo, en la capilla del castillo de Tetin, en septiembre de 921.
Poco después, Drahomira logró atraer a Wenceslao a Altbunzlau, el castillo de su hermano, para festejar el nacimiento del hijo de éste. Sin la mínima sospecha, Wenceslao cayó en la trampa.
Cuando a la hora acostumbrada se dirigió a la iglesia para el santo sacrificio, fue atravesado por la lanza de su hermano. Expiró el 28 de septiembre de 929. Inmediatamente el pueblo lo proclamó mártir y su sepultura era un centro de peregrinaciones. Tres años después cuando se comenzó a hablar de los milagros que se realizaban en la tumba de Wenceslao, su hermano trasladó los restos a la catedral de san Vito en Praga, que él había fundado y donde aún des-cansan. El día de su muerte fue proclamado como fecha de su fiesta.
Wenceslao es el apóstol de la unidad: unidad entre los familiares unidad en la patria y unidad de su pueblo con los vecinos.
Vale para él la gran bienaventuranza; "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios".
ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que concediste a san Wenceslao, mártir, el valor de preferir el Reino de los cielos al poder y las riquezas de este mundo, ayúdanos, por su intercesión, a superar toda clase de egoísmos para poder servirte con todo el corazón. Por nuestro Señor Jesucristo... Amen.
"Los hombres que viven en condiciones de libertad y bienestar no pueden apartar los ojos de esta cruz y pasar en silencio el testimonio de aquellos que pertenecen a la que se suele llamar Iglesia del silencio. La Iglesia forzada al silencio, en las condiciones de una 'ateización' obligatoria, crece ulteriormente desde la cruz de Cristo y, con su silencio, proclama la verdad más grande. La verdad, que Dios mismo ha inscrito en los fundamentos de nuestra redención". Juan Pablo II, Alocución, 30 de marzo, 1980.
29: LOS ARCÁNGELES
SAN MIGUEL
Con la reforma litúrgica de 1969, se unificaron las festividades de los 3 arcángeles: San Gabriel, que se celebraba el 24 de marzo, san Rafael, el 24 de octubre, y san Miguel. Se escogió la fiesta de éste último para la futura celebración común. Fue suprimida la fiesta de la aparición de san Miguel el 8 de mayo, que se había introducido en el siglo XI, fundada en apariciones legendarias en el monte Gárgano en el sur de Italia.
Desde el siglo VI se honra a san Miguel en Roma el 29 de septiembre, por la dedicación de una basílica en su honor en la Vía Salaria, que hoy en día ya no existe. Tanto en Europa como en el oriente, hay muchísimos templos en honor de san Miguel, porque él es el defensor del pueblo de Dios, como lo indica su nombre, que significa "¿Quién como Dios?", contra las ase-chanzas del demonio.
En la liturgia anterior de los difuntos se rezaba en el ofertorio:
"Que sea san Miguel, el abanderado quien los conduzca a la santa luz que tú prometiste a Abraham y a su descendencia". En la liturgia actual se le invoca en las letanías de todos los santos con los otros dos arcángeles.
En la Biblia, san Miguel es mencionado en el libro de Daniel (cap. 10 y 12) como el ayudante del pueblo de Dios, durante sus duros años de cautiverio en Babilonia. En la carta de san Judas (v. 9), se encuentra una misteriosa alusión a que Miguel peleó con el demonio por el cuerpo de Moisés. La mención más importante para la teología la encontramos en el Apocalipsis (cap. 12), en donde se describe cómo los ángeles rebeldes encabezados por Lucifer, son derrotados por san Miguel, el jefe de las milicias celestiales, fieles al servicio de Dios. No es casualidad que en este capítulo aparezca también en el cielo la imagen de "la mujer", envuelta en el sol, alusión clara a la Virgen santísima y a la Iglesia. Los designios del amor de Dios de crear y redimir al hombre por Cristo y de promover su dignidad como "imagen de Dios", especialmente por el servicio maternal de María y de la Iglesia, siempre han sido el blanco especial de los ataques infernales.
SAN GABRIEL
La palabra hebrea significa "Campeón de Dios". Sobre él habla el Antiguo Testamento en el libro de Daniel, con dos visiones que se refieren a la suerte de los israelitas durante su cautiverio y el anuncio a Daniel de la futura llegada del Mesías, de la destrucción de Jerusalén y de su templo (Daniel 8, 16; 9,21).
Para la historia de la salvación son de especial importancia las apariciones del embajador divino al sacerdote Zacarías, con el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista y 1a anunciación a María santísima que encontramos en el Evangelio de san Lucas. Esta última escena es tema especial del arte cristiano: El ángel se acerca a María para pronunciar las palabras sagradas, que diariamente repetimos al principio del "Ave María". Esas palabras manifiestan que María gracias al poder de Dios, está llena de gracia y será la Madre del "Emmanuel" es decir "Dios con - nosotros".
El islamismo tomo del cristianismo la figura del arcángel Gabriel, El Corán, libro que los mahometanos consideran falsamente como la palabra de Dios, y como última gran revelación que corrige la Biblia fue dictado, según ellos, por el Arcángel Gabriel al profeta Mahoma en la lengua de los árabes.
SAN RAFAEL
De este arcángel, cuyo nombre significa "Dios salva", conocemos algo por el libro de Tobías, que nos presenta la situación de una parte de los judíos que vivían en Nínive, en las llanuras entre el río Tigris y el río Éufrates, durante el siglo VII antes de Cristo.
Rafael no sólo es el ángel de la guarda del joven Tobías, sino que él mismo se presenta como uno de los siete "ángeles especiales que llevan las oraciones de los justos a] trono de Dios y se mueven en la presencia de la gloria del santísimo" (Tob 12, 15).
Dios mandó a este joven con una misión muy especial durante el peligroso viaje desde la actual Mossul, a orillas del Tigris, hasta la ciudad de Hamadán, en Irán. Es un viaje representativo de toda peregrinación humana. El arcángel realizó dos servicios extraordinarios: la liberación de Sara, hija de Ragüel del poder del demonio y la curación del anciano Tobías, que había quedado ciego. En estas liberaciones, sin embargo, el proceso no es automático, a la manera de los magos, Sino que necesita de la cooperación del joven Tobías como instrumento de Dios.
Este es el mensaje de la palabra de Dios sobre la intervención del Arcángel. "El salva", pero la cooperación libre de todo ser humano es indispensable. La fiesta de san Rafael en la Iglesia es relativamente reciente. El papa Benedicto XV la introdujo como obligatoria para la Iglesia universal en 1921. Después de la segunda guerra mundial, en 1945, millones de refugiados fueron puestos bajo su patrocinio. Asimismo se aconseja a los viajeros en general encomendar-se a la protección de este amigo celestial.
Grandes pintores del Renacimiento, desde Leonardo da Vinci a Tiziano, pintaron a este arcángel, acompañando al joven Tobías con la típica escena del gigantesco pez, que sacan del río Tigris.
En el libro de Tobías encontramos una oración para los recién casados, que debería impregnar todo su matrimonio (Tobías 8, 5-10).
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso. que con providencia admirable has confiado a los ángeles y a los hombres su misión particular, haz que quienes te sirven constantemente en el cielo, nos protejan constantemente en la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo,... Amén.
"San Miguel arcángel, defiéndenos en la lucha; sé nuestro amparo y defensa contra la adversidad y las asechanzas del demonio. Que Dios manifieste contra él su poder. Y tú, príncipe de la milicia celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas". León XIII, Oración en honor de san Miguel arcángel.
30: SAN JERÓNIMO, Doctor de la Iglesia, 342-420
Jerónimo, nacido alrededor de 342 en Estridón de Dalmacia, y especialmente dotado para las lenguas, estudió en Roma, donde fue bautizado cuando ya era un joven, según la costumbre de la época.
Jerónimo, después de haber conocido la vida monástica se decidió por consagrarse a ella, lejos de las distracciones del mundo, en aquellos lugares donde el Hijo de Dios había sufrido y muerto por nosotros.
Pasó por Aquileya con un grupo de amigos, caminando hacia la meta de sus anhelos, por las viejas carreteras trazadas por los ejércitos romanos. Pero en Antioquía de Siria, una enfermedad lo arrojó al lecho. Allí la muerte lo despojó de sus compañeros más estimados; pero él sanó y en las largas semanas de convalecencia estudió a fondo la lengua griega, que llegó a dominar.
Jerónimo sentía un deseo poderosísimo de lograr la vida perfecta como los padres del desierto. Además su espíritu inquieto requería de una tarea en que tuviese que poner en juego todo su ingenio. Bajo el calcinante sol del desierto se dedicó al aprendizaje del hebreo y de sus diferentes dialectos. Por fin, la controversia sobre la plaza episcopal de Antioquía, lo ahuyentó de su caverna de ermitaño en Chalquis.
Pasó nuestro santo por Constantinopla, dónde llegó a ser un amigo íntimo de Gregorio de Nacianzo y comenzó a traducir las obras clásicas de Orígenes y Eusebio, al latín. Llegó a Roma y allí recibió la ordenación sacerdotal.
El papa Dámaso, recibió al erudito con gran alegría y lo nombró su secretario y su consejero íntimo, para todos los asuntos enmarañados de la Iglesia oriental.
Cumpliendo con su deseo, Jerónimo emprendió la obra gigantesca que dio inmortalidad a su nombre a saber la corrección y la purificación de la edición latina de la Biblia, basándose en los textos originales hebreos y griegos.
La franqueza sin consideraciones con la que Jerónimo había condenado la hipocresía de los círculos cortesanos y los deslices de ciertos clérigos, le imposibilitaron quedarse en Roma después de la muerte de su protector, el papa Dámaso.
Belén se convirtió en su segunda patria. Allí construyó un monasterio para sus compañeros y tres conventos para las mujeres contemplativas, que le habían seguido desde Roma. La oración, los trabajos científicos, las practicas ascéticas todo estaba rigurosamente regulado como lo hacían los ermitaños.
Todo un ejército de escribanos tenia que esforzarse para seguir a san Jerónimo. A la manera de un torrente impetuoso fluían sus pensamientos y escritos que contenían generalmente exégesis bíblica. Terminó la traducción de la Biblia precisamente en Belén. Asombra el tamaño de su obra, comparable solo con la de san Agustín. Con todo, una comparación con san Agustín también manifiesta los lados débiles de su gigantesca obra. Jerónimo pasaba con exagerada rapidez de un argumento a otro. La premura al dictar y la falta de habilidad del escribano, causaron muchos descuidos.
De todo el mundo le llegaban cartas a las que contestaba con gusto. Sus amigos más íntimos ignoraban, de dónde sacaba tiempo para dirigir su comunidad del monasterio y todavía impartir clases a sus alumnos y a los que solicitaban el bautismo.
Así como sus monjes, cumpliendo con sus órdenes, al trabajar la tierra cantaban alegres canciones, así él con toda afabilidad recibía a todos sus visitantes procedentes del viejo mundo y a cuantos solicitaban su ayuda.
¡Con qué virilidad había luchado contra la herejía! No tenía empacho en usar el sarcasmo, la palabra agresiva en contra de los errores de los pelagianos, a quienes consideraba como enemigos personales. Por este rencor, dichos herejes llegaron a asaltar y a incendiar sus conventos.
Aquella defensa apasionada de la palabra de Dios, arroja una luz conciliadora sobre las fallas y debilidades de este hombre, a quien su celo ardoroso, aún entrado ya en la ancianidad, a menudo lo arrastraba a la ofensa personal.
La lucha impetuosa entre sus deseos vehementes de santidad y su naturaleza volcánica, apenas terminó cuando entró al Reino de Dios el 30 de septiembre de 420.
San Jerónimo, es el precursor de la ortodoxia, maestro de la doctrina y santo, parábola eterna de la misericordia divina, que concede gracias en abundancia al que lucha tenazmente..
ORACIÓN COLECTA
Tú que otorgaste a san Jerónimo el don de conocer y amar profundamente la Sagrada Escritura, concédenos, Señor, descubrir en tu palabra la historia de tu amor por nosotros y el camino de nuestra salvación. Por nuestro Señor Jesucristo... Amén.
"El sagrado Concilio exhorta igualmente a todos los fieles, señaladamente a los religiosos, vehemente y ahincadarnente, a que, por la frecuente lectura de las Escrituras divinas, aprendan la ciencia eminente de Cristo (Fil 3, 8). 'Porque la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo' ". (San Jerónimo, Com. in Is.). Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Revelación divina, n. 24).