Luz de las Cumbres
CAPÍTULO V: CADENAS
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Novela de Franz X. Weiser SJ
CAPÍTULO 5: CADENAS
El 2 de enero estábamos ya a la ventanilla del vagón y contemplábamos las luces de la gran ciudad. Después de un viaje tan largo, nos encontrábamos cansados y sin ganas de hablar. La impresión de que ya habían pasado las vacaciones y de que mañana comenzaban de nuevo las clases, hacía cada vez más presión sobre nuestro ánimo, cuanto más nos acercábamos al fin de nuestro viaje.
Cuando el tren se deslizaba suave y lentamente por la estación, se me figuró en un momento como si las pasadas vacaciones de Navidad no hubieran sido más que un sueño. Ante mí se encontraba de nuevo la gran ciudad con sus azares. Se me presentaba atrayente y hermosa, con profusión de luz y de colores, con su agitada vida y excitantes placeres. Por allá, detrás de nosotros, quedaban las gigantescas montañas en su silenciosa y yerta magnificencia.
A la mañana siguiente, con nuestras carteras debajo del brazo, tomamos el camino acostumbrado de la escuela. Me encontraba soñoliento y malhumorado. Otto iba con Heini en animada charla. Tenía ante sí un proyecto, que le llenaba de entusiasmo. Desde hoy mismo quería ya comenzar a conquistar gente para la Congregación que planeaba. Heini se veía obligado a aconsejarle prudencia, pues no se debía notar nada en el Instituto hasta que no estuviera todo arreglado. De lo contrario, la contra-obra de la UPAI, lo ahogaría todo en flor. Heini se volvió a mí y me dijo:
- ¿Quisieras tú tener la bondad de hablar con tu papá sobre el asunto de Otto, para que le deje entrar en la Congregación? Porque es necesario que papá lo sepa; si no, a lo mejor, más tarde vamos a tener líos.
- ¿Cómo?--le interrumpió Otto-. Para eso no hay que preguntar nada a papá; eso lo hago yo por encima de todo.
-Calma-le aconsejé yo-. Heini tiene razón; en todo caso es siempre mejor que papá lo sepa. Esta noche hablaré yo con él.
-Pero... ¿le vas a decir también que me deje entrar?--preguntó Otto preocupado.
-No te preocupes; si quieres entrar en esa asociación, ya veré yo la manera de que te lo permita.
Con esto quedó Otto, por entonces, contento; pero todavía me insistió tres veces más aquel mismo día, para que no cejara con papá hasta arrancarle el permiso.
Berner estaba ya esperando a la puerta de la clase.
- Buenos días, Egger. Buenos días, Moll-dijo, dándonos la mano. Así que entró Heini, me preguntó Berner: -¿Recibiste mi carta?
-Sí; muchas gracias por tu felicitación de Año Nuevo. Lo mismo te deseo yo de mi parte.
Le di la mano y él la apretó, guiñándome maliciosamente los ojos.
-¿Qué tal te ha parecido el Tirol?
- Bastante bien-repuse yo equívocamente. El se sonrió picaronamente.
-Ya me lo figuro. De desayuno, café y una misa. Al mediodía, albóndigas y cinco Padrenuestros, y por la noche, arroz con leche y un Rosario. ¿No es verdad? Ya lo sabía yo En estas cosas tengo yo un ojo clínico, ¿estamos?
-La cuestión de Moll-prosiguió-la tengo ya toda en limpio. Ya me he formado todo el plan; pero hace falta tiempo. Hay que proceder con cautela y despacio, ¿sabes?
En esto tocaron a clase.
-Bueno, después de la clase seguiremos-le dije; y nos fuimos a nuestros puestos.
A la una bajaba Berner conmigo. Otto y Heini me esperaban a la puerta.
-Oye Moll-dijo Berner a Heini-; Egger Fritzl va a venir conmigo a mi casa. Nos dispensarás, pues tenemos que tratar de un asunto.
-Por supuesto-accedió Heini sonriente.
--Por lo demás, perdona-dijo Berner con afectada cortesía-; ya se me olvidaba felicitarte por Ario Nuevo.
Y quitándose el guante, alargó a Heini la derecha, en la que relucía un anillo.
-Gracias, igualmente-dijo Heini, dándole asimismo la mano.
Heini tenía a Berner por un presumido; pero estaba muy ajeno de sus malas intenciones. Berner no le había entrado aún personalmente. A mí se me hacía en extremo doloroso ver cómo el seductor, con sarcástica alegría, apretaba la mano de la supuesta víctima. Pero me consolaba con la idea de que Heini no sería tan fácilmente embaucado, y de que Berner saldría probabilísimamente perdiendo.
Nos separamos. Heini se fue con Otto. Berner se puso los guantes, sin separar la vista de ellos. Simpático muchacho, este Moll, se dijo. Me volvería loco, si supiera que se nos escapaba. Al cuarto de hora me enteré de los planes de Berner. Primero había que dar a Heini sensación de seguridad. En las semanas siguientes no se permitiría a ninguno de la clase que se metiera con él, de cualquiera manera que fuese. Uno del Club quiso después abrir un Círculo Literario. Había en él gente de los cuatro partidos: un Negro, un Rojo y dos Judíos se habían apuntado ya. Según el plan, entraría yo también con Heini. Con esta ocasión se le iría acercando Berner, para irle tendiendo poco a poco sus redes.
-Tú eres pariente suyo y por eso no puedes tomar parte abiertamente, lo comprendo-decía él-; pero ya encontraré modo y manera. Tú debes sólo ver cómo te lo atraes al Círculo. Esto es todo tu papel. Ya te avisaré cuándo comienza a funcionar. Probablemente a mediados de febrero, al comienzo del segundo semestre. Hasta entonces me quedaré, naturalmente, a la expectativa.
Seguimos hablando de otras cosas, y al despedirnos, me invitó a ir con él a las ocho al Cine Cosmo.
-Te has pasado todas las vacaciones en ayunas. Ahora tienes que recobrarte. Hoy se proyecta una magnífica película: 'La Luz Azul". Yo la he visto ya.
Yo me excusé, diciendo que estaba muy cansado.
-Pues, duerme, sencillamente, al mediodía; pero esa película tienes tú que verla. Por lo que he oído decir, la va a prohibir la Policía de la Moralidad. Todavía la cogemos a tiempo.
Era yo demasiado cobarde para decirle rotundamente que no. Y así cedí, al fin.
-A las ocho menos cuarto estoy en busca tuya con mi "auto", en la esquina de la calle Horl y Lichtenstein-dijo él-. Me voy inmediatamente a comprar las entradas, para los dos. Lástima que no te puedas traer a tu primo.
Al mediodía desalojamos las mochilas, y yo me fui a dormir unas horas. Después de la cena me quedé con papá en el comedor. Otto y Heini se fueron al cuarto. Al salir Otto, me echó una mirada de súplica.
-¿Me permites un momento, papá?
-¿Qué hay?-dijo, dejando el periódico a un lado. -Lo de Otto-dije yo-; quiere entrar en una asociación y desearía contar con tu permiso.
-¿Qué asociación?
-Una Congregación Mariana, o sea, una asociación de carácter mitad educativo, mitad religioso. En ella aprenden a presentarse, a trabajar en el teatro, se tiene amigos de buen viso y otras cosas. El director es un sacerdote.
-¡Ah!, ya; ahora recuerdo. En mis tiempos de Instituto había algo semejante. ¿Y ahí quiere entrar Otto? ¿Cómo se le ha ocurrido eso?
-Sabes, papá, pues como Heini anda en ello, Otto quiere también. Yo creo que se lo podías permitir; ya está en tercer año y se le debía dejar ir a alguna parte. Y además de esto, fo mejor es que esté con Heini. Al menos puedes estar tranquilo que no cae en mala compañía.
Papá se quedó pensando.
-Por mi parte, si Heini anda en ello, no tengo dificultad. Aunque a la verdad, no soy muy amigo de esas congregaciones clericales. Me crían unos chicos muy beatos, si bien eso desaparece cuando son mayores y más razonables.
Después seguimos todavía un rato sentados. Tenía que contarle mis vacaciones de Navidad. A las ocho menos veinticinco me levanté y le dije:
-Papá, me voy al "cine". Ya he dormido al mediodía para estar después más fresco.
- ¿A qué "cine"? ¿Qué película se proyecta?-preguntó papá.
- Al Cine Central. "La expedición al Himalaya". -Bueno-----dijo él-; no necesitas la llave, pues me voy a acostar hoy tarde.
-Entonces, hasta luego, papá.
-Adiós, que te diviertas.
--Gracias.
Subí al cuarto de los chicos. Otto me esperaba nervioso de expectación.
- ¿Ha dado el permiso?
-Sí-le dije.
Salió de sí de pura alegría, cogió a Heini por el brazo y le dió un empellón. Después se vino hacia mí y me dijo:...
-Gracias, Fritzl-. Me miró candorosamente a los ojos y me preguntó indeciso:
-¿Vendrás tú también con nosotros a la asociación de jóvenes?
Yo hice como si no hubiera oído, di media vuelta rápidamente y cogí el abrigo.
-Hasta luego; me voy al "cine".
Otto me abrió la puerta, como lo hubiera hecho un criado, y me hizo una profunda inclinación. Me metí la mano en el bolsillo del pantalón y le alargué, sin decirle nada, una moneda de 10 céntimos. Nos echamos los tres a reír y con esto salí a la calle.
De repente se me heló la risa. Apreté los dientes de rabia. Era ya demasiado tarde. Había dicho a papá una mentira. Abajo estaba el "auto" que había de llevarme al Cine Cosmo.
Sobre la pantalla apareció una de las películas más inmorales que se habían visto en Viena desde hacía muchos años. Y quería ser yo puro y noble.., por mis propias fuerzas...
Pasaron unas semanas. Poco a poco logré tranquilizarme. La cuestión de mi enmienda la dejé para más tarde. Ahora, hacia fin de semestre, había tanto que hacer en las clases, que no me sobraba tiempo para pensar en mí mismo. Vencer mis pasiones me parecía, por lo pronto, simplemente imposible. Me disculpaba con mis esfuerzos extraordinarios en el estudio. Sólo de cuando en cuando se levantaban en mi conciencia como llamas de un fuego abrasador. ¿Qué me aprovechaba mi libertad religiosa, siendo, como era, esclavo de mis pasiones? Hubiera lanzado alaridos de rabia y de vergüenza. ¿No era Heini, en medio de todas sus trabas de religión, mucho, muchísimo más libre que yo? Frecuentemente apretaba yo mis puños y me hacía un juramento serio y santo de comenzar de una vez a trabajar de veras por mis ideales. Pero estas resoluciones no resistían mucho tiempo frente a mi ligereza.
Heini y yo teníamos mucho trabajo aquellas semanas. Lo que Heini emprendía lo hacía a conciencia. Por tanto, también lo de la congregación. Siempre me daba él cuenta de cómo iba el negocio. En primer lugar, se había entendido con un Jesuita de la Residencia de S. Canisio, a quien conocía de Innsbruck. Este se mostró dispuesto a dirigir el grupo. Sólo había que contar con la aprobación del Profesor de Religión del Instituto.
Así, se fue Heini al Dr. Schlitzer y le representó cuán conveniente sería tener en el Instituto una Congregación de Jóvenes. Los muchachos, especialmente los de las clases inferiores, serían bien influenciados y se les podría ganar. En la clase de Religión habría más" entusiasmo y mejores notas. Los contrarios no se mostrarían ya tan libres en sus intrigas".
El Dr. Schlitzer le dio la razón; pero tenía sus dificultades. Reunir a los muchachos no era cosa fácil, y él, por su parte, tenía poco tiempo para dirigirlos.
Heini se ofreció al momento a formar un grupo de todas las clases. Como Director le propuso a aquel P. Jesuita. Con tanta viveza expuso sus razones al bondadoso, pero irresoluto Profesor, que éste accedió al fin, aun satisfecho.
Todo estaba, pues, en orden. Otto había desplegado, mientras tanto, una gran actividad reclutando gente. El chico procedía con prudencia y astucia. No recibía a ninguno si no le constaba que fuera fiel católico. Con frecuencia hacía los sábados algunas salidas para enterarse si éste o aquél iba realmente a misa. Además hacía prometer a cada uno bajo palabra de honor que había de guardar absoluto silencio hasta que todo estuviera en marcha.
Para Heini resultaba la cosa más difícil; pero hacia fin de Enero tenía él también reunidos más de veinte de la cuarta a la octava clase. El Jesuita, P. Bohle, consiguió un centro para la Congregación, y además, capilla, salón y biblioteca. Con esto estaba ya todo listo.
El 2 de Febrero se reunieron los miembros por vez primera. Se fijaron los días de junta y se consultaron las condiciones para la admisión. Se designó a Heini como ayudante de las tres clases inferiores. Después habló el Padre sobre la esencia y deberes de las Congregaciones Marianas. Para terminar se tuvo bendición en la capilla, en la que ofició el Dr. Schlitzer.
Ya se tenía realmente fundada la Congregación. Ahora había que comenzar el penoso trabajo de pormenores para mentar bien la nueva obra y construir. Al día siguiente se quitaron las trabas al silencio. Una comisión, dirigida por Heini, participó públicamente al Director, por encargo del Dr. Schlitzer, la nueva fundación. El Director acogió la propuesta y apuntó a la Congregación Mariana en el catálogo de las organizaciones que radicaban en el Instituto.
Los días siguientes corrió de pronto por las clases la noticia de que los Negros se habían unido, formando un grupo, y que el jefe era Moll, de 6.° Esto produjo su efecto. En un momento se acabó aquella paz disimulada. La UPAI reunió consejo de guerra. Sus miembros andaban terriblemente disgustados. Públicamente no podía emprender nada. ¡Pero qué fácil hubiera sido por medio de una contra-propaganda o por amenazas atrapar una patrulla de gente! Era ya demasiado tarde.
Rutmeier se revolvía materialmente de rabia. Hablaba de una provocación, echaba venablos contra Heini, poniéndole de perro cobarde, y al fin se dirigió a él en medio de la clase para plantársele. Heini se levantó tranquilamente de su asiento y se quedó de pie junto al banco. En un abrir y cerrar de ojos cercó a los dos un corro de curiosos.
- Oh, tú, gran héroe-dijo Rutmeier sarcásticamente-; te damos todos la enhorabuena por esa cofradía de beatas que tan lindamente has sabido espulgar a ocultas. ¡Verdadera hazaña de valor!
- Muchas gracias-dijo Heini-. ¿Qué más?
-Pues que eres un perro cobarde. Villanear a espaldas de la clase...
En esto montó Heini en cólera.
-Lo de "perro cobarde" te lo devuelvo.
-¡Ah, sí! ahora se siente más valiente. Pues otra vez
te lo digo: que eres un perro cobarde.
Heini, dirigiéndose a toda la clase, preguntó con toda calma:
--¿Quién me obliga a mí a dar cuenta a vosotros? Quien crea que con esto he ofendido el honor de la clase, que levante la mano.
Un momento silencio sepulcral. En esto, cuatro o cinco de la clase levantaron tímidamente la mano; pero al momento la volvieron a bajar.
-Para que veas-dijo Heini a Rutmeier-, la clase es la que tiene que decir, no tú. Te aconsejo que te tranquilices y que vayas por tus caminos.
Rutmeier echó una rabiosa mirada alrededor. Su cólera le hizo perder la serenidad.
-Sí, perro cobarde-volvió a murmurar-¡bah!, y escupió al suelo, delante de Heini.
Un momento estuvo la cara de Heini roja como el fuego. Ya se agitaban sus manos; pero se dominó y al momento siguiente estaba ya calmado.
-Gracias-le dijo reconocido-, me estás sirviendo de propaganda.
Bravo, Moll-gritó uno de ellos. Rutmeier no dijo ni media palabra más y se retiró. Terminada la clase le echó su gente muchos reproches por su proceder.
Poco a poco llegó a conocimiento de todos que un Padre extraño era el Director de la Congregación. La UPAI la emprendió de nuevo. Una comisión formada por algunos de los cursos superiores del Instituto se dirigió al Profesor de Religión y le expuso indignada que el honor del establecimiento estaba ofendido, pues en lugar de haber confiado el cargo de honor al propio Profesor de Religión, se habían dirigido los miembros de la Congregación a un sacerdote extraño, que no tenía que ver nada con el Instituto. Expresaron al Dr. Schlitzer su sincero sentimiento por la grave injuria que había recibido su persona con tal proceder y esperaban que por el bien del establecimiento no toleraría semejantes condiciones.
El Dr. Schlitzer no tenía la menor idea de lo que propiamente pretendían. Le sorprendió mucho la atención a su persona y les dio por ello muy conmovido las más expresivas gracias.
-Para satisfacción mía-les dijo-os puedo participar que ya estaba yo en antecedentes de ello. Yo mismo he rogado al Padre que dirija la cosa; porque, como sabéis, tengo mucho trabajo, del que no puedo dispensarme. Yo mismo he asistido a la primera reunión, que por cierto resultó muy bien. No me podía figurar que entraran tantos del Instituto. Así que, como digo, muchas gracias por vuestra atención. Realmente me satisface altamente el ver que hayáis tenido tan amable consideración con vuestro antiguo Profesor.
La comisión tuvo que retirarse con las orejas gachas. Y... lo dicho: la Congregación Mariana siguió en pie.
En la segunda semana de Febrero vino Berner un día a mi casa. Inmediatamente comenzó con lo de Heini.
-Nuestro gozo en un pozo. Ahora no voy a poder llevar a cabo lo del Círculo, estando la gente como perros y gatos. Por lo demás, es cosa cierta que Moll no llegará a entrar; que harto tiene que hacer con su Congregación.
-¿Y qué piensas hacer ahora?-le pregunté.
El se quedó un rato pensativo, y levantando la cabeza con aire de impaciencia, contestó:
-A mí se me está atragantando ya este juego al esconder. La primera ocasión que se presente la aprovecho. Los demás me lo echan a perder todo. Pero, acuérdate, una vez que le tenga cogido, no se me volverá a escapar. O él o yo. El todo por el todo.
Yo me lo quedé mirando. Se mordía los labios. Hice una débil tentativa.
-¿Qué te va a ti con él? Déjale en paz. El tampoco se preocupa de ti.
Berner sonreía con suave ironía.
-Eres un hombre a medias, como todos los otros. Con vosotros es juego de niños; pero con ese Moll... ahí es nada. Por eso, ¿entiendes?, por eso. A los otros los tengo ya embaucados. Pero el día que tenga a Moll en mis redes, me voy a reír de lo pasado.
A principios de Febrero explicaba nuestro Profesor de Historia, Dr. Walker, la cuestión de la Reforma. Con los más negros colores nos pintó la situación de la Iglesia y del Clero. Lutero era para él gran héroe y el libertador que sacudió el esclavizante yugo de la Iglesia Romana y restableció la dignidad del hombre a su antigua grandeza.
La semana anterior a la última Junta de Profesores preguntó el Profesor sobre la materia y le tocó también a Heini. Apenas había dicho éste algunas frases, ya estábamos todos atentos. Habló de las causas e importancia de la Reforma con tal seguridad y conocimiento de todos los datos históricos, que no pudimos menos de quedar admirados. Pero el tenor de su exposición era completamente distinto del de la del Profesor. Varias veces afirmó lo contrario de lo que el doctor Walker había dicho en su Conferencia, y lo demostró con citas precisas.
La cara del Profesor mudaba de colores por momentos. Al fin estalló.
-Basta, esto es un descaro. ¡Venirme a mí con esas! Usted tiene que aprender lo que se explica en la clase, ¿estamos?-, y volviéndose, se fue a la cátedra en busca de su libro de notas.
Heini, que tenía su puesto junto al mío, se inclinó un momento hacia mí y me dijo el oído:
-Toma nota taquigráficamente.
Yo cogí el lápiz y me dispuse a comenzar. Ahora se podía desarrollar una linda escena. El Profesor se volvió de nuevo, se le quedó mirando como una víbora y le dijo todo excitado: -La respuesta a este descaro la encontrará usted en el certificado trimestral.
Yo tomaba nota taquigráfica.
-Señor Profesor (Heini hablaba despacio para darme tiempo), yo no estoy obligado a participar de sus opiniones. Lo que usted ha explicado, aprendido lo tengo. Pero además he estudiado por mi cuenta y roe he formado otra opinión. Usted no tiene derecho a darme por eso una mala nota.
El Dr. Walker se puso rojo como el fuego.
-Esto es el colmo. ¡Prescribirme a mí lo que yo tengo que hacer! Pues por esta nueva inaudita desvergüenza, te voy a apuntar en el libro negro.
-Señor Profesor-dijo Heini con toda calma-, protesto. Yo no he sido descarado.
Mientras tanto, había abierto el Dr. Walker la carpeta y escribió, temblando de cólera, el nombre de Heini en el libro negro. Hecho esto, se levantó y le gritó desde arriba con voz desentonada:
-¡Siéntese, mequetrefe! ¿Ha aprendido usted de los curas a portarse de esa manera? ¿Cree usted que yo le tengo a usted miedo? Lo más que saca usted en Historia es un "aprobado".
Aquí, se lo digo delante de toda la clase. Heini se quedó de pie.
-Protesto contra eso, señor Profesor.
-Proteste usted, proteste usted-exclamó el Dr. Walker, revolviéndose de coraje-. Ahí está la puerta; vaya, si quiere, a la Dirección.
Heini cogió con la izquierda las notas taquigráficas, y hecho esto, se salió tranquilamente del banco y se fue. Nadie había esperado aquello. El Profesor se quedó hecho una pieza. Con la vista aturrullada siguió los pasos de Heini. No sabía a punto fijo qué hacer. Se notó cómo en un momento se le atragantó la Historia. Durante unos momentos se quedó mirando fijamente a la cátedra, hojeando con nerviosidad el libro, hasta que al fin dio con el pasaje en que habíamos quedado en la última explicación.
Hacia el fin de la clase entró de nuevo Heini y se sentó en su puesto, como si hada hubiera pasado. Apenas sonó la campana, abandonó el Profesor la clase más de prisa que de ordinario. Se podía percibir la respiración de toda la clase. El caso había producido general excitación.
En un momento rodearon todos a Heini. -¿Qué tal con el Director?
-Nada. No he hecho más que entregarle lo taquigrafiado.
Por ahí se podrá él mismo formar una idea.
-Lo taquigrafiado-exclamaron todos espantados. Heini señaló hacia mí.
-Lo he escrito todo con precisión-dije yo.
---1Ah, caramba! Caro le va a costar a Walker.
Rutmeier me dio un porrazo en el brazo.
-¿Y tú por qué lo has escrito?
-El me lo pidió.
-¿Quién, el mismo Moll?
-Sí.
-¡ Maldito sea !-carraspeó él-que no haya quien pueda con ese tipo.
Todos estábamos con el alma en un hilo por ver el sesgo que tomaba la cosa. En el recreo me llamaron a la Secretaría. Allí estaba el doctor Walker junto al Director, rojo como un pavo.
-¿Es de usted ese taquígrafa?-me preguntó el Director. -Si, señor.
-¿Qué le ha movido a usted a hacerlo?
-Molí me pidió que lo escribiera mientras el Profesor iba por el libro de notas.
-¿Lo ha escrito usted todo exactamente?
-Sí, señor Director. Sólo la última frase no la pude terminar. Yo creo que era: vaya usted al Sr. Director, o cosa por el estilo.
El Director se levantó de su sitio.
-Egger, ¿me puede dar usted palabra de honor que ha escrito exactamente lo que ha oído? -Sí, señor-. Y le di la mano.
En un abrir y cerrar de ojos pude ver cómo el Dr. Walker se mordía los labios. Estaba aún más rojo que antes.
Desde aquel día no volvimos a oír una palabra sobre el asunto. Tres días más tarde me refirió Heini cómo fue examinado por la tarde en la Secretaría por el Profesor de Historia en presencia del Director. El examen duró media hora.
Por fin llegó el día en que todos recibíamos, las calificaciones semestrales. Apenas le dieron a Heini las suyas, se apelotonó toda la clase alrededor. Yo estaba junto a él y me fijé en el momento en que él abría el certificado. -Historia. Muy bien".
Pero la sorpresa mayor tuvo lugar después de las vacaciones de semestre. Al comenzar la primera clase de Historia se presentó el Director y nos comunicó que el Dr. Walker había sido trasladado por propio deseo a otro Instituto. Ahora teníamos uno nuevo, al Dr. Gapp, joven y excelente profesor. Con él era cada clase una verdadera delicia. Jamás se habló ya de una mofa a la Iglesia o a la fe.
Después de esta primera clase de Historia del segundo semestre, bajamos al patio muy excitados con la sorpresa. Berner me llamó aparte.
-Oye, ahora es una preciosa ocasión. Ahora voy a comenzar con Moll; pero me tienes que ser en extremo prudente. Que no se te escape la menor palabra. ¿Entendido?
-Sí-le dije con repugnancia.
-Palabra de honor-dijo alargándome la mano. Yo me puse colorado.
-Yo no puedo tornar parte-dije con voz temblona. -Ni falta que hace; pero chitón.
Todo abrazado de vergüenza, dije al fin que sí. Y Berner satisfecho:
- Ahora es la ocasión. Ven conmigo-. Y nos fuimos atravesando el patio hacia Heini.
-Dispensa, Mol!. No voy a alabarte. Podernos dejar esa¿ simplezas; pero, francamente, no he visto cosa igual. Mi enhorabuena.
- Gracias-repuso Heini-, pero no ha sido cosa de particular. Yo no he sido el causante de que se haya marchado el Dr. Walker. Nadie lo deseaba.
-¡Ah!, claro-dijo Berner-; pero él ha tenido, gracias a Dios, tanto sentido común, que se ha marchado espontáneamente. Aquí se le hacía ya imposible. Pero dispensa la pregunta: lo que quisiera propiamente saber es de dónde has tomado eso de la Reforma. Me interesaría mucho saberlo.
-Si quieres, te puedo dejar el libro-dijo Heini-. "LUTERO" en un tomo, por Grisar. Allí te lo encontrarás todo muy bien.
Berner simuló mucha satisfacción.
-Gracias, si eres tan amable. Entonces me voy contigo después de la clase en busca del libro, y después tomo el tranvía hasta mi casa. Eso será lo más sencillo.
Al mediodía, cuando íbamos hacia mi casa, enfocó Berner la conversación al tópico Tirol: montañas, trajes, sport, etcétera. Heini hablaba con la mayor despreocupación y se fue poco a poco entusiasmando. Al llegar delante de casa dijo Berner:
-¡Qué lástima que ya hayamos llegado! Me pasaría horas enteras oyendo hablar de estas cosas. En Julio vamos la familia al Tirol a veranear. Para entonces estaría yo así informado.
-Ya nos tendremos que ver todos los días-respondió Heini-. Ya te iré contando otras muchas cosas.
-Magnífico-exclamó Berner satisfecho-. Oye, esa división de partidos en nuestra clase es una verdadera imbecilidad. Nos pudiéramos ayudar los unos a los otros si anduviéramos más en armonía.
-Tienes razón-aprobó Heini-. Ya he pensado yo también en lo mismo.
Ya nos encontrábamos delante de casa. Berner quiso esperarme allá fuera; pero mi madre y yo le instamos a que entrara.
Entró, pues, con nosotros al cuarto de los chicos. Heini le empaquetó el tomo de "LUTERO". Berner le dio las gracias cortés y efusivamente, nos dio la mano a los dos y se fue. Yo le acompañé hasta la escalera. Cuando volví estaba Heini desalojando la carrera de los libros.
-Oye, Fritzl, ese Berner es un muchacho más simpático de lo que yo me había figurado.
Ya no afirmé ni negué.
-Así parece-dije volviéndome a un lado, pues me puse colorado.
Desde aquella ocasión andaba Berner más a menudo con Heini. Hasta se llegó a leer el "LUTERO", para poder hablar con él de ello. Dos semanas antes de las vacaciones de Semana Santa nos invitó a Heini y a mí a que le visitáramos, pues su madre estaba también deseosa de conocer a Heini.
A éste no le acababa de entusiasmar la tal invitación. La actitud importunamente amistosa de Berner tampoco acababa de gustarle, aunque no tenía razón para rechazarla. Y así fuimos.
La señora Berner habló un ralo en animada conversación con Heini y conmigo, mandó traer una merienda, como de costumbre, y nos dejó a los tres allí solos. Unos minutos después se abrió la puerta y entró Helma. Berner se levantó.
-Mi hermana-dijo, dirigiéndose a Heini-. Andaba deseosa de conocerte porque le he hablado de ti.
Heini se levantó y le dio la mano.
-¿Me permiten quedarme aquí con ustedes?-dijo, mirándonos a los tres un poco picaronamente. Berner se dirigió a nosotros:
-Si os parece bien...
Nosotros estábamos de acuerdo, por supuesto. Helma se sentó con nosotros y se puso a hablar con su natural viveza y espontaneidad. Una vez que se dirigió a Heini con un "usted", le corrigió Berner:
-Hablaos de tú; eso se cae de su peso. No faltaba más. Yo le conté lo de las fotos del Dr. Defner que Heini tenía. Entonces suplicó Helma:
-¿Podría yo ver alguna vez ese álbum? Tendría un gusto enorme.
-Con mucho gusto-dijo Heini-. Yo te lo mandaré mañana con Kurt.
La criada nos trajo la merienda. Todo lo que nos trajo eran cosas exquisitas. Comimos, bebimos y nos pasamos un rato delicioso. Helma contribuyó más que nadie a hacernos grata la visita. Seguía siendo la misma simpática y alegre muchacha que antes de las vacaciones de Navidad.
Cuando dos horas más tarde volvíamos a casa, me dijo Heini de repente:
-La Helma me gusta más que su hermano.
-¿Cómo así?-le pregunté yo.
-Yo no sé; pero así lo siento. Habla con espontaneidad y franqueza, mientras que su hermano lo hace tan a lo pavo... ¿No lo has notado?
Al día siguiente se llevó Heini el álbum a la clase y se o entregó a Berner. El tomo era demasiado grande para la cartera de los libros.
Mira--dijo Berner-; Helma tiene una cartera más grande. Se lo podríamos pasar y ella se lo podría llevar a casa; pero sus clases se terminan a las 11, así que el recreo es demasiado corto.
-Aguarda-le aconsejé yo-; mi hermano termina las clases a las 11. El se lo puede entregar.
Dimos, pues, a Otto el álbum en el recreo y se dispuso a llevárselo a Helma.
El mismo día, por la tarde, en la clase de inglés se me acercó Berner radiante de alegría.
-Ya le tengo cogido-decía frotándose las manos.
Me quedé desconcertado.
-Pues ¿qué ha pasado?-me apresuré a preguntarle.
- Helma está completamente chiflada por él. Como él llegue a cobrarle afición, no hay quien lo separe de ella. La cosa marcha estupendamente. Figúrate: apenas llego a mi casa al mediodía, se me pone a hablar de él sin parar, toda entusiasmada, y comienza a hablarme de los hermanos Heini, de vuestras vacaciones de Navidad, de las carreras de esquíes, etcétera, etcétera; está terriblemente enamorada del dulce Heini.
Yo no salía de mi asombro.
- ¿Y cómo ha llegado a enterarse de todo eso?
- Tu hermano Otto le ha acompañado a casa y le ha contado todo al detalle: las vacaciones de Navidad y todas vuestras peripecias. La chica está, naturalmente, rechiflada por Moll y no cejará.
Yo me remordía de coraje. Si hubiera estado allí Otto, se hubiera llevado un par de bofetadas. ¡Jugarle la partida a ese canalla! Pero seguramente no se imaginaba Otto...
Heini no parecía tampoco darse cuenta de que Helma quería. Esa se le hacía frecuentemente la encontradiza en la calle y trababa con él conversación sobre Fulpmes, carreras de esquíes, excursiones y otras cosas parecidas. Alguna que otra vez le acompañaba ella desde el Instituto hasta casa.
En nuestra clase comenzaron ya algunos de la UPAI a hacer bromas de que el archi-negro y Hermano Mayor de los beatones se había echado también una novia. Esto se lo conté yo una tarde a Heini.
- ¿Crees tú realmente que la Helma ande rondándome?
-No lo creo-le respondí-. Es verdad que se interesa por tus postales y por las cosas del Tirol; pero no por eso se puede hablar ya de amores. Para eso se requieren siempre dos, corno para el fuego: uno que prenda y otro que arda.
Heini se echó a reír; pero yo noté al puntal que aquella risa ocultaba su turbación.
-Tienes razón-dijo pensativo-; la cosa no es en sí mala, que se diga. Por lo demás, es una simpática muchacha. Mientras le contaba lo de las vacaciones de Navidad se le han saltado las lágrimas. Y no era hipocresía, que eso se nota al momento.
Yo me quedé frío. Era el mismo Heini quien le había hablado de las fiestas de Navidad.
Se le veía andar con ella más de lo necesario. Todo andaba en orden a fin de cuentas. Helma, bien lo sabía yo, era una muchacha íntegra; pero tampoco dejaba yo de ver cómo iba cayendo poco a poco, en los lazos de Berner. Y tenía que callarme, pues tenía dada palabra de honor al traidor.
Aquella noche no pude dormirme sino después de mucho tiempo. ¡Vaya por Dios! Como Heini se enamore de Helma, está perdido.
En las vacaciones de Semana Santa fuimos Heini y yo a Neubruck a casa de un tío mío, hermano de mi madre. Con él pasamos unos días muy agradables. A la verdad, no había muchos montes que ver por aquella región; al menos para Heini, como si no los hubiera, pues los Leitha no valían nada; en su opinión no eran más que unas colinillas.
Mi tío tenía siete hijos. Toda la familia, al contrario de la nuestra, era muy católica. Allí se encontraba Heini de nuevo como en su casa. Yo le observaba y notaba qué gusto era para él poder rezar todos los días las oraciones de la mesa. El iba todos los días a misa. Con mucha frecuencia hacíamos excursiones a los alrededores o íbamos con los chicos y las chicas a visitar la familia cle un médico, amigo, que a su vez tenía varios hijos. Qué retahíla tan divertida y animada de voces y de nombres: Edith, Antschi, Richard, Mimi, Alfred, María Luisa...
No estábamos acostumbrados a aquella vida y ajetreo en tan grande compañía. Tanto más, nos gustaba a les dos. Los días de vacaciones pasaron en un vuelo. Con el corazón apesadumbrado nos dispusimos a la despedida. El miércoles por la tarde debíamos volvernos a Viena.
El martes al mediodía trajo el cartero una postal para Heini, precisamente estando él fuera con los hijos del Doctor Balizar. Yo fui a llevársela; pero por el camino no pude contener la curiosidad y la leí.
"Querido Moll: Te agradezco muy de corazón tu amable postal. Recibe tú también mis felicitaciones por Pascuas. No puedes figurarte cuánto deseo tengo que vuelvas a Viena. No puedo dejar de pensar en ti. Tú también pensarás mucho en mí. ¿No? Hasta la vista.
Tu fiel amigo, H."
¿H? ¿Y quién podría ser ése? Una ligera sospecha se despertó allá en mi corazón.
En el jardín me encontré a Heini, que en aquel momento cantaba al laúd una antigua canción popular del Tirol. Así que terminó le di la postal. El la leyó y se puso colorado.
Hola! ¿Una cartita de amores?-exclamó mi primo Ricardo. Toda la reunión se echó a reír y miró a Heini. El se guardó la tarjeta y se nos quedó mirando muy satisfecho.
-¿Qué tal cara tiene ella?-preguntó Alfredo.
Heini hizo como si siguiera la broma y echó una mirada escudriñadora a todo el ruedo. Sin embargo, yo noté que estaba un poco excitado. Al fin señaló a María Luisa y dijo:
-No exactamente como ésta; pero sí se le parece bastante. Risueños, levantamos la reunión, y noté en un pronto que la María Luisa se parecía bastante a Helma.