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Luz de las Cumbres
CAPÍTULO III: REDES

 

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Luz de las Cumbres - Testimonio de Fe que vence la persecución y el Bullyin

 

CAPÍTULO 3: REDES

En la lucha de la UPAI contra Heini, Berner se había mantenido prudentemente entre bastidores. Pura astucia suya. Ahora podía él surgir a cada momento con nuevos planes para ir preparando a Heini y ganárselo.

Una semana después de la pelea con Rutmeier, me invitó Lerner a ir a su casa para una larga conferencia. Era la primera vez que yo le visitaba. En el barrio de las Villas se hallaba situada la magnífica quinta del director de Banco.

Kurt me vio desde su ventana y me salió al encuentro. Con afectada cortesía me ayudó a quitarme el abrigo y me condujo al salón de visitas, Allí me presentó a su mamá: 'Mamá, mi amigo Egger".

La señora Berner me alargó sonriente la mano, en la que lucían algunas sortijas y diamantes:

---1Oh, cuánta fineza la suya, de visitar alguna vez a mi Kurt! Ya me había hablado de usted. Desde ahora nos visitará con más frecuencia, ¿verdad?

-Si la señora me lo permite-le dije yo con una inclinación.

-Pues claro, Sr. Fritzl. A mí me gusta que Kurt tenga tan buenos amigos, en quienes encuentre estímulo y mutua inteligencia. Pero ahora no quiero estorbarles más, Kurt me tiene dicho que los dos quieren aprender juntos. Los estudiantes tienen hoy muchas cargas; en las clases se les exige mucho, demasiado.

-Lili-exclamó la señora desde la puerta-. Trae al cuarto de Kurt merienda para dos.

Nosotros nos despedimos y nos fuimos al cuartito de Kurt. Por supuesto este nombre no le cuadra. Era una habitación grande, alfombrada, con preciosos muebles de color oscuro; todo un verdadero salón.

Kurt se echó en el sofá, cruzó las piernas y me alargó sonriente la pitillera de plata.

-¿Has oído cómo mi señora madre se lamenta de que tengamos que estudiar tanto? Jajá, me tiene todavía por un bebé. Bah, tanto mejor para mí. Cuanto menos sepan los viejos, mejor.

Y con elegante dejadez se apoyó hacia atrás, y sopló pensativo el humo azul del cigarro. Entonces volvió rápidamente la cabeza y mirándome a la cara, me preguntó:

-¿Qué tal va el asunto de Moll?

-Lo mismo que antes-fue mi respuesta.

-¡Condenado!-refunfuñó él-, Lo de la Religión ros ha salido mal.  Debíamos haberlo preparado mejor. Con tales procedimientos no se le puede conquistar. Debemos comenzar por otro lado. Tengo un plan. Tú debes sonsacarle alguna vez a ver lo que el chico todavía ignora, Ya me entiendes, a ver si ha abierto ya los ojos, y cosas por el estilo, Debe ser todavía inocente, Así puedes excitarle un poco la curiosidad. Y entonces va a conocer las cosas a fondo. Verás cómo cae en la trampa. En este punto no hay quien se resista. Pero debemos tenerle de la mano con cuidado. No hay que hacerlo todo de golpe y porrazo. Primero abrirle los ojos, hasta que prenda fuego. Lo demás se seguirá por sí mismo.

Intriga jóvenes - Luz de las Cumbres

 

La criada entró con la merienda. Nos saludó, puso la bandeja sobre la mesa, separó los diversos platos y se retiró con un corto saludo,

Naturalmente, mientras ella estuvo delante, había cambiado Berner la conversación, y hablaba de otras cosas. De nuevo volvió al asunto de Heini y me expuso detalladamente su plan. Se había decidido que yo le sondeara en los días siguientes en tono de confianza. Como esto no era nada peligroso, me ofrecí con gusto a ello. Me imaginaba lo linda que había de ser aquella aventura.

Al momento de despedirnos encontramos en la escalera a Helma, la hermana de Berner.

-Tanto gusto, Egger-, me dirigió como saludo la alegre muchacha de quince años. Ya nos conocíamos. Ella estudiaba quinto año en el instituto.

-El gusto es mío, Helma-, respondí yo, y nos dimos la mano.

-Es una fineza de usted el venir alguna vez a visitarnos. Ya se lo contaré alguna vez  a Langer Elsa- dijo sonriendo picaronamente, pues la tal Elsa era mi pretendida.

-Anda, tonta-le increpó. Berner-. ¿Te crees tú que nosotros no tenemos otra cosa que hacer sino andar al retortero tras vosotras las muchachas? Eso es lo que vosotras quisierais, cabecitas de muñecas.

-Anda tú, no me vengas con fingimientos hipócritas-le respondió ella desdeñosa-, que andas precisamente todos los días con la Schober Elli. ¿Te crees tú que yo no estoy enterada?

-Quita allá, descarada-gruñó él. Y ella, conteniendo la risa, subió corriendo la escalera y nos saludó cariñosamente con la mano.

-¡Qué demonio de muchacha esta Helma!-le dije.

-Déjala-. Berner hizo un movimiento con la mano, como no dándole importancia. -Es todavía una chica.

-Gracias a Dios-se me ocurrió decir para mis adentros.

Tres días más tarde vino la suerte en mi ayuda en el negocio de Heini. Sentados estábamos los dos, el uno frente al otro, en el cuarto de los chicos. Había traído de su casa una carta con la nueva de que le había nacido un hermanito. Era el quinto de la familia. Con él tenía ya dos hermanos y dos hermanas. Rebosando contento me mostró el escrito, y me dijo:

-Tengo la mar de curiosidad de ver qué aspecto presenta el chiquitín. Y no han sido para decirme cómo se llama. Se han olvidado por completo de ello.

Yo leí la carta, le di mi enhorabuena por su nuevo hermanito, y con esta ocasión comencé a sonsacarle, según el plan de Berner. Al principio contestaba candorosamente; a ciertas preguntas contestaba ruborizado; pero al preguntarle yo descaradamente sobre el punto principal de aquel interrogatorio, se quedó un momento pensativo mirando al suelo y cortando la conversación decididamente, me dijo:

-Basta, Fritzl. Ya me ha explicado a mí el profesor de Religión cuán sabia y delicadamente ha dispuesto Nuestro Señor todas estas cosas. No necesito de más ilustraciones. Si cada joven supiera estas cosas, como yo las sé, no hablarían muchos de ellos tan groseramente sobre el particular. Y una cosa te digo: como me venga a mí uno de esos con semejantes groserías, se va a llevar una bofetada que le va a costar tres días de cama.

Cuando más tarde nos fuimos a acostar, no pude por mucho tiempo conciliar el sueño. Un nuevo mundo se presentaba ante mis ojos. Era la primera vez que un hombre me hablaba de estas cosas de una manera limpia y digna. Hasta aquí había amasado yo todo mi saber con lodo y agua sucia.

Un profundo asco de Berner y de sus planes se apoderó de mí ¡Qué elevado parecía Heini ante él! Y yo tenía que hacer de Judas. Abrasadoras oleadas de vergüenza me subían hasta las mismas sienes.

Pena y Asco - Luz de las Cumbres

 

A la media noche, cuando al fin logré adormecerme, quedó tomada mi determinación: que el traidor pruebe suerte por sí mismo. Conmigo no había de contar. El informar  a Berner lo diferí hasta que él mismo se presentara, que fue dos días más tarde. En el recreo me llevó aparte y me preguntó:

-¿Qué tal va el asunto de Moll?

-Magnífico-le respondí sonriente.

El se me quedó mirando todo sorprendido.

-¿Cómo así? ¿Qué es lo que has hecho?

--No he hecho nada; pero el niño no necesita de más ilustración. Ya lo sabe todo.

Berner miraba fijamente al suelo.

-Imposible. ¡Qué hipócrita! Jamás hubiera yo creído tal cosa. Cuéntame.

-No hay mucho que contar. Un sacerdote se lo ha explicado ya todo y Heini tiene estas cosas como sublimes y santas en las cuales no permite se ponga las manos.

-¡ Rayos y centellas! ¿Esa es la historia? ¿De modo que con toda su inocencia ya lo sabe todo ese chiflado?

Yo hice un gesto de afirmación. Una maldición se escapó de sus labios.

-¿Y qué vamos a hacer ahora?

-Lo más prudente será que lo dejes en paz-fue mi consejo.

-Vaya un cobarde-repuso él encolerizado. -Pues nada más que por eso. Ya sé lo que vamos a hacer. Verás. Tengo un precioso libro con ilustraciones. ¿Estamos? Tú se lo vas a dar a leer; pero, no tengo que avisártelo, que no se te escape que es mío.

-Yo no me meto en este asunto-le dije decidido. -¿Crees tú que yo me voy a dejar coger los dedos?

El se quedó pensativo.

-Bueno, yo mismo lo haré. Se lo enviaré sencillamente por correo, y así nadie puede saber de dónde viene. Pero a este rodeo no renuncio yo por nada. Vas a ver cómo me lo embolsillo.

Yo encogí los hombros. Con el mayor gusto le hubiera dado una bofetada. Pero con él no había, que romper del todo. A nadie aconsejaría yo tener a éste por enemigo.

La misma mañana siguiente recibió Heini el libro. Estábamos precisamente vecinos en el estudio. La dirección venía escrita a máquina: "Sr. Heinrich Moll. Dr. Egger-Viena IXWalgasse,  26".

Heini rasgó la envoltura y leyó el título. Lleno de admiración buscaba en la cubierta el nombre del remitente. No había cómo dar con él. Abrió el libro, y lo hojeó. Yo notaba lo tremendamente rojo que se ponía al ver las figuras. De repente se levantó de un salto.

-Oye, Fritzl. ¿Quién me habrá enviado esto?

Yo hice un esfuerzo para hacerme el desentendido. -¿Qué pasa, pues?-le pregunté, y tomando el libro en la mano, lo hojeé.

Las figuras me eran, hacía tiempo, conocidas; pero yo me hacía el espantado y el indignado.

-¿Quién me habrá enviado esto?-volvió a inquirir Heini, Su voz sonaba amenazadora.

-No puedo imaginármelo, Heini; pero aguarda, Tal vez alguno de la UPAI, que quiere molestarte,

Esto le pareció evidente.

-Exacto-dijo él-. Esto sólo se puede esperar de uno de esos. Pero ya puede esperar sentado hasta que vuelva a recobrarlo.

Y tomando el libro, sin abrirlo siquiera, se fue a la estufa y lo arrojó al fuego, Y al incorporarse, ardía, encendido no menos por el celo que por el reverbero de la estufa.

Quemar libros malos - Luz de las Cumbres

 

-Fritzl, si alguien te pregunta, le puedes contar todo esto, -Pero, ¿por qué tan precipitado, Heini? Un libro como ése no se debe quemar sin más ni más.

-¿Qué quieres? Yo he visto en los Salesianos de mi pueblo, en Fulpmes, una pieza de teatro sobre los malos libros en la juventud. Una pieza como ésa debería representarse aquí en el Instituto, Si tú la hubieras visto, hubieras hecho lo mismo que yo, En aquella ocasión hice propósito de quemar al punto cualquier libro de ésos que cayera en mis manos. Considera, por ejemplo, si Otto hubiera pescado ese libro, ¡Qué grosería!

Y tenía que darle la razón. Entonces me acordé de Berner, y sólo hubiera deseado que él hubiera estado allí. No le envidiaba aquel refregón.

Cuando Kurt Berner me preguntó si Heini había recibido ya el libro y si lo había leído, le solté una rotunda mentira: que yo no había notado nada; que debía haberlo recibido no estando yo en casa y que yo no sabía lo que él había hecho con él.

-En todo caso debe haberlo leído-afirmaba Berner.

-No lo creo-aseguraba yo-. Por lo que le conozco, lo más probable es que lo haya echado al brasero.

Noviembre tocaba a su fin. Las tres semanas siguientes transcurrieron tranquilas para Heini. Berner dejó de molestarle. Con todo, no renunciaba a sus planes. Ya volveremos otra vez a las andadas, me dijo brevemente, antes de las vacaciones de Navidad.

En las clases no volvió a preocuparse nadie en adelante de la actitud de Heini. Podía hacer lo que le viniera en talante. Con los demás, fuera de la UPAI, era muy buen compañero. Aun uno de los Rojos trabó amistad con él, de lo cual resultó que Heini, con sus razonables y dignas conversaciones, logró entusiasmarle poco a poco por la fe y la religión.

Con los Negros permanecía Heini unido en estrecha fidelidad. Pasaba como jefe de ellos y en realidad lo era. Aquel grupo llegó a tener fuerza en la clase, y aun el mismo Club tenía que contar con él. Los cuatro valientes hacían frente al Profesor de Historia siempre que intentaba burlarse de las cosas del Catolicismo. Antes no se había preocupado nadie de sus salidas; pero al presente era otra cosa. Los Negros le hacían al punto la oposición y rechazaban la burla. En una ocasión llegó Heini a amenazarle con la denuncia al Director. El Profesor echaba chispas; pero al fin tuvo que ceder y revocar sus irónicas alusiones. Desde entonces andaba escarmentado y se guardaba de hacer tales mofas.

Defender la FE - Luz de las Cumbres

 

 

 

 

 

 

 











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