La Misa: un milagro de amor. ¿valoramos suficientemente la Santa Misa?
¿Qué es la misa hoy para muchos de nosotros? En los días festivos, un
acontecimiento social para la mayor parte. Los demás días, casi nada. No es
más que una gran desconocida. Basta ver las personas que asisten a diario y
como participan. ¿Cuántos la saben seguir? ¿Cuántos conocen el significado
de sus ritos?
Me aburre la misa, dicen otros. Como se aburre en un partido de fútbol quien
desconoce este juego; mientras que quien lo conoce o practica, no sólo se
divierte, sino que se apasiona. En la Iglesia se habla y se predica de
muchas cosas. La Misa se da por sabida, apenas se resalta su importancia y
de tanto tenerla siempre junto a nosotros hemos perdido, con la rutina, la
perspectiva de su grandeza. Para ver pasar al Rey, o a un simple personaje
famoso: artista de cine, una hermosa modelo, o un partido de fútbol, somos
capaces de recorrer cientos de kms y estarnos preparando para ello durante
varias horas, además de pagar una suma considerable. ¿Para ir a ver a
nuestro Dios y padre, y que entre en nuestra casa, a Este, como es de la
familia, apenas si le damos importancia. ¡Y es el Ser del que podemos
heredar un inmenso tesoro! Y nos llamamos racionales.
Sin embargo, la Misa sigue siendo ese portentoso milagro en que el Señor
baja cada día a las manos del sacerdote y se entrega a nosotros por amor y
para enseñarnos a amar.
La Misa nos sitúa ante los misterios primordiales de la fe, porque es la
donación misma de la Trinidad a la Iglesia. Así se entiende que la Misa sea
el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano. Es el fin de todos
los sacramentos. No existe en nuestra Religión nada comparable. Ante ella,
todo lo demás es secundario. Tanto en la Cruz como en el Altar, Cristo mismo
ofrece su Cuerpo y su Sangre por nosotros. Por eso, da una cierta pena ver a
esas personas que durante la misa se dedican a rezar sus oraciones
particulares, el rosario o andan despistadas besándole los pies al santo de
su devoción. Se olvidan del Rey y se dedican a hablar con sus servidores.
“Este es mi cuerpo. Este es el cáliz de mi sangre” La transfiguración, ese
gran misterio de fe, nos dice que Cristo se pone de nuevo ante nosotros en
persona, con su sangre, su cuerpo, su divinidad. No hace falta ir a
Jerusalén para encontrarse con Cristo, lo tenemos al lado de nuestra casa,
en la Parroquia, y en nosotros mismos cuando nos acercamos a comulgar.
El sacerdote es un representante del Sacerdote eterno, Jesucristo, que al
mismo tiempo es la víctima. La Misa es acción divina, trinitaria, no humana.
El sacerdote que celebra sirve al designio del Señor, prestando su cuerpo y
su voz; pero no obra en nombre propio, sino en la Persona de Cristo, y en
nombre de Cristo.
Por amor y para enseñarnos a amar, vino Jesús a la tierra y se quedó entre
nosotros en la Eucaristía. Un día que la madre Teresa de Calcuta pedía
insistentemente a Dios por la salvación de los hombres, el Señor le
contestó: “ Yo quiero Teresa pero ellos no ”. Dios, como un pobrecito más,
mendiga nuestro amor y nuestra salvación. Los ancianos en las residencias
están olvidados de sus hijos, el Señor en el Sagrario, también durante todo
el día espera la visita de los suyos.
Si se nos ofreciese un millón de pesetas por cada día que fuésemos a visitar
durante media hora a un gran personaje ¿Dejaríamos de verle ni un sólo día?.
En la Misa, el mismo Dios nos ofrece un tesoro infinito para que podamos ser
felices eternamente. Se nos ofrece El mismo, el Creador del mundo y de todos
sus tesoros, Quien además nos los ha prometido en herencia. Y nosotros ¿qué
hacemos? ¿Tendrá Cristo que volver a repetir eso de :”Señor perdónalos
porque no saben lo que hacen”.?
Fuente:http://www.apologetica.org